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SOMBRA DE UNA MALDICIÓN es una novela enmarcada en la voz de Micaela, una adolescente de dieciséis años, que atraviesa con angustia un mundo paralizado por la pandemia. Mica recibe por e-mail un manuscrito de su abuela Elsa, allí descubrirá que en 1921 una madre desesperada maldice a su tatarabuela Rosalía hasta la quinta generación. Más allá de la maldición está la sombra que arroja el propio contexto: desde la crisis del 30, la dictadura, la guerra de Malvinas, las devastadoras consecuencias del 2001, por mencionar solamente algunos hitos. Una historia que pone sobre el tapete temas como la lucha de la mujer a través de un siglo, la orientación sexual, el abuso, la sexualidad en los adultos mayores, la amistad y el amor. La abuela Elsa, uno de los personajes centrales, escribe en su cuenta de Twitter: "No se puede cambiar el principio de la historia vivida, pero podemos apostar por un final lo más justo y feliz posible". Una mirada cargada de esperanza, que permitirá sobrellevar las luchas y el dolor que deben enfrentar sus protagonistas. "A veces parece que la vida se tuerce, no importa lo que pase, siempre está la posibilidad de encontrar el camino" —dice, casi cerrando el capítulo 18, Vicenza, otro de los personajes entrañables de esta historia.
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Seitenzahl: 259
Veröffentlichungsjahr: 2021
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ESTELA JULIA QUIROGA
Quiroga, Estela Julia
Sombra de una maldición / Estela Julia Quiroga. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-87-1728-9
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A todas las mujeres fuertes que me precedieron,
en especial a mi madre.
A mis hijas, a mis nietos.
A mis amigas de toda la vida...
Deseo agradecer a quienes me alentaron para que este sueño fuese posible:
A mis amigas y primeras lectoras: Liliana Cabana, Graciela Galeano, Cristina Oliana, Claudia Graziano y Bendy Dollberger.
A mis colegas Gabriela Romeo y Alejandra Saguier por su mirada crítica.
A Verónica Kunsel por acompañarme siempre.
A mi joven amiga y correctora Daniela Patrone.
A mi amigo y compañero de tantos proyectos de trabajo, quien diseñó la tapa, el artista plástico Eduardo Zicca
A mi amigo Marcelo Pagella por sus sugerencias y apoyo.
Escribir es como un salto al vacío, pero también una forma de recuperar la memoria, de amasar los recuerdos hasta volverlos ficciones. Es una manera de entender el mundo y de crear mundos paralelos.
Siempre tuve la sospecha de que la escritura se produce en la incomodidad y en la necesidad imperiosa de decir algo. Esta novela se gestó en medio de una pandemia.
Cuando leemos y cuando escribimos somos capaces de desarrollar alas que nos posibilitan sobrevolar la realidad y transformarla…
Estela J. Quiroga
Diciembre de 2020
La abuela Elsa me contó que uno de los momentos más dolorosos de su vida fue cuando cerraron el cajón de su mamá. Nunca se hubiera imaginado que podían pasar cosas peores. Hoy los abrazos están prohibidos, nadie se puede reunir para compartir el dolor, hay que mantener la distancia de por lo menos un metro y medio.
Ninguno de nosotros pudo acompañarla hasta su último momento, sostenerle la mano, decirle que la quería mucho. Me duele, pero estoy tranquila. Yo sé que no tuvo miedo. Siempre había dicho que morir era tan natural como nacer y que formaba parte del ciclo de la vida.
Cuando tenía más o menos mi edad, según decía, le gustaba ir con su primo segundo al cementerio de La Recoleta a leer cuentos de Poe. Se quedaban entre las tumbas hasta el atardecer. Siempre pensé que tenía una relación rara con la muerte, no sé, como amigable.
Yo la siento acá conmigo, está en cada una de sus historias, en todos los momentos que pasamos juntas, por eso no lloro.
Las cremaciones siempre le parecieron una “salvajada”, esa era la palabra que le gustaba usar. Una tarde se la pasó dando explicaciones sobre el tema, se entusiasmaba y hablaba sin parar, agitaba los brazos, levantaba y bajaba la voz. Yo la escuchaba con los ojos grandes y la boca entreabierta… Me imagino que como profesora de secundaria debe haber sido muy divertida. ¡Era tan imprevisible! Recuerdo cada una de sus palabras, no puedo pensar en ella sin que se me escape una sonrisa.
—No niego que la cremación es una práctica muy antigua, fijate que ya la utilizaban en la prehistoria, eso no significa que deba estar de acuerdo. Más bien me inclino por civilizaciones como la griega o la romana, quienes nunca permitieron la quema de sus muertos. Es una costumbre horrible, como un castigo. En Japón, se incineraban solo los cuerpos de los criminales de guerra ejecutados. ¡Ni se les ocurra quemarme! Yo quiero ir a la tierra, aunque esto les complique la vida a mis deudos…
Debo haber puesto cara algo rara porque ahí nomás me explicó que yo sería una de sus deudos y luego me preguntó que si me molestaría llevarle margaritas. Adoraba las margaritas porque eran las flores de los hippies y ella era más o menos de esa época, creo.
¿Alguien podía pensar que iban a meter a los muertos en una bolsa de plástico, sin la presencia de la familia, sin flores ni nada? Bueno, así son las reglas en estos tiempos.
La mejor decisión que tomé fue quedarme con la abuela durante la cuarentena. Ella estaba inmunosuprimida desde antes de que yo naciera porque padecía una enfermedad crónica. La tía Libertad había dicho que si se llegaba a contagiar iba a resultar una paciente de alto riesgo.
Mamá y papá no tuvieron ningún problema cuando les pedí pasar la cuarentena con mi “ababa”. Cada uno, por su cuenta, me abrazó y me dijo cosas como que a la abuela le iba a hacer mucho bien compartir tiempo conmigo y que yo era madura y sensible y bueno, eso. Lo hice porque sentía que quería hacerlo. No me arrepiento, al contrario. Ella siempre decía que el número de contagios era muy alto, que era una lotería y que había pasado los mejores meses de su vida mostrándome fotos y contándome las cosas de la familia.
Cuando murió el vecino del tercero H la noté preocupada. Después vinieron las vacaciones de invierno y regresé a la casa de mamá.
Dos días antes de mi cumpleaños vinieron todas las tías a casa. Bueno, todas menos Julia, que vive en Escocia y no pudo viajar. Pensé que era una sorpresa y que estaban organizando algo especial. Después me llamaron.
Mi mamá me abrazó y se le quebró la voz. La miré y fue peor. Me abrazó más fuerte y se quedó en silencio.
—Es difícil decir esto —empezó la tía Libertad— no sabemos cómo, pero la abuela se contagió de coronavirus. Va a tener que enfrentar una batalla muy dura y con pocas posibilidades. Tenemos que ser fuertes.
Tuve ganas de contestarle mal, me molestó mucho que dijese “tenemos”, no me gusta que me incluyan en algo en lo que no estoy de acuerdo. Miré a mi alrededor y no era momento de decir nada que pudiera hacerla sentir mal. De golpe, se me ocurrió hablar sobre un tema que el resto de la familia no sabía. Respiré profundo y con toda naturalidad lo dije.
—La abuela está escribiendo una novela, trata de nuestra familia, bueno más o menos porque me explicó que cuando alguien escribe, distorsiona, reacomoda, tapa, inventa, transforma y hace lo que quiere o lo que puede con las palabras. Como dicen en las películas, “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. También escribió dos obras de teatro. Una justo la estaba ensayando. Esa la leímos juntas. A mí me encantó, yo hice de Luz. Ella leyó Alicia. Me mostró viejos recortes del diario de cuando había recibido el premio “Trinidad Guevara” como actriz de reparto. Yo no tenía ni idea de que ella había sido actriz. Tampoco tenía idea de que fuese escritora. Se hizo un silencio.
—Así es la abuela —dijo tía Juana— siempre con un “as” debajo de la manga, con una sonrisa pase lo que pase. Cuando éramos chicas se disfrazaba, nos inventaba cuentos, juegos, nos divertíamos mucho. Me tengo que ir, Ceferino lo debe estar volviendo loco a Patricio. Tengamos fe, todo va a estar bien. Mamá nos enseñó a no bajar los brazos.
Mi cumpleaños pasó desapercibido, un encuentro por Zoom con amigas, pero la familia iba y venía. No era para menos, a la abuela la habían internado. Los primeros días me mandaba mensajitos, hacía bromas. Después pasó a terapia intensiva. Muchas veces me dijo que ella iba a estar bien, que yo debía confiar.
Había pasado poco más de una semana cuando la tía Libertad recibió un llamado telefónico. Así nos dieron la noticia. Le recalcaron que, por protocolo, debía ser cremada. Justo lo que la abuela no hubiese querido. Tenía que ser rápido y sin gente, nada de velatorio. Sin margaritas, sin música de los Beatles, sin amigos, ni colegas, ni ex alumnos, sin despedidas, sin lágrimas compartidas. En soledad, en silencio. Yo conservaba mis mejores recuerdos, eso no te lo puede quitar nadie. Me había pedido que si le pasaba algo lo escribiera en Facebook.
—Así tengo, aunque sea, una despedida virtual —comentó mientras sonreía y siguió diciendo— siempre imaginé mi velatorio con música, lleno de familiares y amigos contando chistes y anécdotas sobre tantas cosas insólitas que me solían pasar por distraída. Si eso no es posible, me parece justo que al menos, tengan la oportunidad de despedirse por escrito.
Le voy a pedir ayuda a mamá, cómo se escribe en Facebook que alguien se murió… No sé si voy a poder, lo que sí hice fue adoptar a su mascota. Me hace bien tener a su cachorrita conmigo, se lo había prometido. No fue fácil porque al principio, tanto mamá como papá, me pusieron cara de “un perro no”, claro que, siempre tengo mis recursos. Al final, la única condición terminó siendo que debo ocuparme de pasearla y de darle de comer. Es lo justo. Soy la única que conozco la clave del celular y de la computadora de la abuela. También sé en qué carpetas guarda su novela, sus obras de teatro.
Me gustaba verla escribir. Mientras ella trabajaba yo hacía las cosas de la escuela. A veces le pedía ayuda, sobre todo en historia, que mucho no me gusta. Ahora todo será diferente. No, no lloro, pero me siento rara, como con un hueco.
La verdad nunca leí completa su novela, solo por partes. Me gustaría verla publicada. Eso sí, cambiaría el título y los nombres de algunos personajes. Por ejemplo, que la protagonista se llame Elsa, igual que ella. No voy a parar hasta lograr que se publique y si no está completa la terminaré yo misma. No escribo muy bien, pero tampoco soy tan mala haciéndolo.
Es agosto, hace frío. Hay mucho viento. Tal vez la abuela escribiría que es un viento insípido, yo siento en este momento que la vida, a partir de ahora, será la insípida, ya no me queda ni una sola abuela que me abrace y me diga cosas hermosas sobre mí. No importa que tenga dieciséis años, a veces me agarra miedo, no sé de qué, es un miedo sin causa, no me puedo dormir o me duermo y me despierto a cada rato y me da como una desesperación, parece que el miedo me va a aplastar y me largo a llorar como una nena de cinco años. Nunca hablé de esto con nadie. La abuela decía que ella escribía para sacarse los miedos de encima, a lo mejor ahora que lo escribí me hace bien. Mamá y las tías siguen en el living todas juntas, a veces las escucho llorar, a veces se ríen. Perder a tu abuela es feo, perder a tu mamá debe ser terrible. No tengo ganas de estar entre ellas. Tampoco de seguir escribiendo.
Cuando mis padres se separaron empecé a hacer terapia. Mi abuela Elsa me pasaba a buscar cada mediodía del lunes por el colegio. Almorzábamos juntas en un restaurante pequeño que quedaba a dos cuadras de la escuela. Comíamos el plato del día. La comida era riquísima. A veces iba con alguna amiga y mi abuela la invitaba. Una de mis amigas un día le preguntó si la podía adoptar como abuela. Ella, desde luego, le respondió que sí mientras le daba uno de esos abrazos sostenidos que a mí me encantaban.
El 12 de julio de 2019 empecé a salir con Josefina. No le había dicho nada a nadie, digo, a ningún adulto. Muchos de mis compañeros estaban al tanto. A mamá no le quería contar porque seguro iba a poner el grito en el cielo. Papá no sé. Igual no se lo dije de una, desde el principio. Estaba segura de que mi abuela no tenía ni idea, sin embargo, uno de esos lunes empezó:
—¿Viste que en mi casa tengo muchas fotos de Federico García Lorca y otras tantas de Alejandra Pizarnik?
En ese momento, pensé por qué me estaba diciendo eso. Ni siquiera me dejó contestar. Siguió con su discurso.
—Federico era gay y Alejandra lesbiana. Ambos eran personas maravillosas y sufrieron mucho porque por aquellos tiempos no era nada fácil tener una orientación sexual diferente. Por suerte hoy todo ha cambiado bastante. De todos modos, cuando algunos padres se enteran de que su hijo o su hija no eligieron lo “habitual”, les da un poco de miedo. Miedo a la diferencia, porque vivimos en una sociedad en la que todavía hay mucha mente cerrada, miedo a lo que los demás puedan decir, o tal vez se angustian por tener que cambiar las ilusiones que ellos, como padres, tenían en mente o sienten dolor porque sus “hijes” pueden sufrir rechazo o maltrato. No es tan sencillo. Lo importante es que siempre tenemos que estar atentos a lo que nos pasa y eso no es para nada fácil. Ya sé que todos te dicen que a tu edad no se pueden tener problemas, eso no es cierto. Mi época más difícil fue justamente a tu edad. Fue muy duro haber perdido a mi mamá, que mi padre se casara tan pronto, en fin… si no hubiese sido por mis profesores creo que no habría conseguido las fuerzas necesarias para salir adelante. Siempre me sentí en deuda con ellos.
Y en ese momento, cuando yo estaba pensando a qué venía toda esa introducción, bastante típica en mi abuela, sin más vueltas me preguntó:
—Mica, ¿vos pensás que si tuvieses otro tipo de orientación sexual nosotros te discriminaríamos?
No contesté nada, simplemente me encogí de hombros. ¿Por qué me decía eso, de dónde lo había sacado? Me miró con sus ojos serenos y sin pestañear. Yo seguía como petrificada. Entonces repartió la gaseosa que quedaba entre las dos, tomó un trago y siguió hablando.
—Es muy importante que sepas que la palabra de un adulto a quien tengas en una alta consideración te puede sostener mucho. Aunque hay veces que uno dice cosas y no tiene idea del efecto que puede causar.
Yo la miré con los ojos bien abiertos, ya estaba, como siempre tenía esa capacidad especial de ver detrás de las paredes y eso me daba mucha tranquilidad. Ella sonrió y empezó a comer el postre. Me quedé callada, pero esperaba que ella siguiera hablando. No se hizo esperar.
—Te voy a contar algo. Hace unos cuantos años, cuando todavía era profesora de secundaria, estaba dando la trilogía de Lorca en un tercero y me pareció muy importante, para que se captara mejor la obra, hablar de la orientación sexual del autor. Del fondo uno de los chicos dijo por lo bajo, pero no tanto, porque pude oírlo “puto de mierda”, entonces me enojé y les empecé a hablar a todos de que no interesaba la orientación sexual de una persona sino qué clase de ser humano era... Casi veinte años más tarde un ex alumno, de los tantos que me encontraron por Facebook, me preguntó por Messenger si podíamos ir a tomar un café. Entusiasmada le dije que sí. Aquella mañana, cuando yo me había molestado por lo que había oído acerca de Lorca, este chico estaba definiendo su sexualidad y sus palabras mientras tomábamos el café fueron “Pensé que si nadie más en el mundo me quisiera usted me iba a aceptar y eso me animó para hacer lo que realmente sentía” …por eso insisto Mica, que a tu edad que un adulto te acompañe es importante… Voy a pedir la cuenta porque se nos está haciendo tarde y no quiero que tu psicóloga interprete tu demora, en especial porque es mi culpa.
Me guiñó un ojo como solamente ella sabía hacerlo, pidió la cuenta y nos subimos al auto. Durante todo el trayecto nos mantuvimos en silencio, pero relajadas. Como siempre, antes de arrancar, puso su pendrive con música de los Beatles. A mi papá también le gustan. Mi mamá, en cambio, prefiere escuchar Miss Bolivia. Cuando vamos en el auto con mamá cantamos juntas.
Respira, levántate y andaRespira, aunque estés sola o en bandaRespira, respira y calmaCalma y respira, yeah
Realmente hacemos muchas cosas juntas con mamá, patinamos y la pasamos re bien, pero, igual me parece que no me va a entender. También ella sospechará algo como la abuela. La abuela, de dónde habrá sacado todo esto… ¿No será que mamá la mandó a decirme estas cosas? No, no lo creo. La abuela no parece el tipo de persona a quien alguien le manda a decir algo, como ella siempre dice “al pan, pan, y al vino, vino.” Una vez, hace bastante, me explicó que había que llamar a las cosas por su nombre.
Cuando dije que quería una fiesta de quince la abuela me miró con cara rara. Ni se imaginaba lo que iba a hacer en mi fiesta de quince. Nadie se imaginaba. Milena me dijo que mejor no lo hiciera y Josefina creyó que no iba a tener coraje. Yo tengo mucho coraje, me gusta decir lo que pienso y que todos lo sepan. Mamá siempre dice que somos una familia de mujeres con coraje. “Mujeres de armas tomar”, dice la abuela. ¿Ella habrá estado armada en la época de la dictadura? Yo sé algunas cosas, pero no mucho, no se habla demasiado de ese tema. Vamos a las marchas cada veinticuatro de marzo. Sé que pasaron cosas terribles, los vuelos de la muerte, el rapto de bebés, la ESMA y todo eso, pero nunca nos sentamos a hablar del tema.
Tenía que ir con la tía Juana a probarme el vestido. Aproveché y le pregunté si me podía enseñar a cantar. ¡Me gusta tanto verla arriba del escenario! Salió muchas veces en canales de música y le hacen entrevistas a cada rato. Mi papá también tiene una banda, pero, es distinto, él no vive de la música, tiene otro trabajo. A veces pienso que quiero ser escritora. Otras, que quiero ser actriz y cantar y bailar. También me gusta meterme en la cabeza de la gente y ayudar a los chicos con problemas, a lo mejor debería estudiar psicología. Llegamos justo a tiempo. Mi abuela me pidió que bajara mientras ella daba una vuelta para estacionar. Me sentía rara, pero aliviada.
Pensé que iba a ser capaz de contarle a la terapeuta, pero no lo hice. No sé si la abuela llegó a hablar de todo esto en su novela.
No puedo creer que ya haya pasado más de un año de ese día en el que ella sacó el tema. En realidad, me dio fuerza para hacer lo que hice en mi fiesta. Nunca llegué a decirle lo importante que fue para mí.
Yo tenía necesidad de contárselo a todo el mundo y en mis quince era el lugar ideal. Antes de cortar la torta, en el momento en que normalmente se hace el ritual de las velas, yo elegí leerle cartas a personas que eran muy significativas para mí. Las cartas las había escrito en la computadora y fue mamá quien las imprimió, pero estaba tan apurada que ni siquiera las leyó. Una de esas cartas era para Josefina y en ella le hablaba de nuestro amor. Mis compañeros ya lo sabían, pero mi familia, excepto la abuela Elsa, se quedó como congelada. En especial mamá. Estaba sorprendida. Al lunes siguiente, cuando fuimos a almorzar con la abuela me preguntó por qué no lo había hablado antes con mamá. Me encogí de hombros. No lo sé. No encontré otra forma de decirlo. La abuela sonrió, pareció comprenderme. Y después riéndose explosivamente me dijo que si ella había sido audaz en su vida yo le ganaba por varios cuerpos…
¡Cuánto la extraño! A veces es como si escuchara su risa, como si pudiera sentir su perfume, esa manera tan particular que tenía para decir las cosas.
Me acuerdo de la noche del 31 de diciembre de 2019 cuando cada uno hablaba de sus deseos para el próximo año. Hasta salimos con la tía Juana y un par de valijas a dar la vuelta al árbol de la esquina porque dicen que si hacés eso vas a viajar todo el año ¿Viajar todo el año? ¡Justo! ¡Quedate en casa! Nadie, nadie, ninguno de nosotros se podía imaginar lo que íbamos a tener que vivir. Lo que más me molesta es esta sensación de tener que adaptarse de repente a un cambio y a otro y a otro más. Tengo las manos como lijas de tanto alcohol, de tanto jabón, de tanto no poder acariciar. No saber lo que va a suceder ni cuándo, escuchar que todo va a ser diferente, que la economía va a explotar. Es casi imposible tener buen humor en medio de esto.
Me gusta ir a clase porque me encuentro con mis amigos, al principio esto del Zoom me parecía buenísimo porque no me tenía que levantar tan temprano, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que preferiría que nada de esto hubiese sucedido jamás. ¡Si se pudiese volver el tiempo para atrás!
Hace meses que no veo a Josefina porque ella vive cruzando la General Paz y porque las reuniones no están permitidas.
¡Si al menos hubiese podido abrazar a Jose y a mis amigas cuando murió mi abuela! ¡Si al menos ella hubiese podido cumplir su voluntad de ser enterrada como quería y yo pudiese llevarle flores como le llevo a mi otra abuela!
Todo es tan raro ahora. Ni ganas de llorar me dan. Parece una ciudad fantasma. ¡Me gustaría salir corriendo, sin barbijo, y gritar y encontrarme con cada una de las chicas! Ellas conocían muy bien a la abuela Elsa. Me decían que era especial y yo me sentía orgullosa de que así fuera. Siempre llena de sorpresas. La más grande de todas fue encontrar en mi correo un e-mail que me había mandado tan solo nueve días antes de fallecer:
Para. [email protected]
Asunto : LO PROMETIDO ES DEUDA
Mi hermosa Mica te adjunto mi manuscrito. Tomé la decisión de escribir cuando tenía tu edad, siempre quise dejar una marca a partir de las palabras.
Estuve muchos meses “amasando” esta historia, que es nuestra y es de todos. Deseo que disfrutes tanto leyéndola como lo hice yo mientras la escribía.
Tu bisabuela decía que estamos hechos de relatos y que estos se vuelven habitables, nos cobijan, nos ayudan a creer, tejen a nuestro alrededor una armadura de mariposas para atravesar la realidad de un modo más sencillo.
Escribir es un acto íntimo con todos tus fantasmas.
En apariencia parece que te rodea el silencio y la soledad. No es así. Es un momento en el que todo se detiene, la vida y la muerte y una se siente libre.
Vale la pena si tus palabras sirven para convocar a otras personas que se conmueven porque se descubren justo ahí, entre una línea y otra.
Es un misterio que te permite recostarte en una frase, abrigarte con una o dos palabras…
Ojalá que a medida que vayas leyendo puedas construir, reconstruir, encontrar sentidos, descubrir señales e inventar tu propia historia. De eso se trata, que no es poco.
Te quiere con el alma, tu “ababa”
El día en el que la joven Rosalía, sin querer, arrojó un balde de agua sobre el caballero elegante que pasaba por la vereda, no podía sospechar que aquel hombre, que la doblaba en edad, se iba a convertir en su esposo; tampoco tenía idea de que aquella boda iba a dar origen a la maldición que recaería sobre ella y su descendencia.
Rosalía vio a Teodoro chorreando agua y empezó a reírse a carcajadas, ni siquiera le pidió disculpas, lo miró de arriba abajo sin parar de reírse y clavándole sus ojos negros con la desfachatez propia de sus quince años, tiró el balde de hojalata a un costado y corrió hacia el gallinero.
Teodoro quedó atónito, con la mandíbula caída y el asombro que chorreaba sobre sus zapatos. Doña Matilde no tardó en salir y le pidió a su hija más chica que trajera una toalla. La pequeña estaba a punto de reírse, pero la mirada severa de su madre la obligó a bajar la cabeza e ir presurosa a buscar lo que le había pedido.
—¡Mil disculpas! ¡Lo siento muchísimo! ¡Rosalía es tan atolondrada! Mírese, está usted a la miseria. ¡Felipa, haceme el favor de apurarte con esa toalla!
—Lamento mi aspecto señora, venía a ver a don Santiago, traigo una carta de mi padre para él desde Buenos Aires. Me temo que el sobre debe estar tan empapado como yo.
—Descuide, ya le daré su merecido a esa chinita. Aquí tiene usted una toalla, voy a pedirle a mi marido ropa seca así se cambia mientras me ocupo de la salvaje de mi hija. ¡Por favor, pase, pase! ¡Vamos hombre! ¡No se quede ahí parado!
Santiago recibió calurosamente a Teodoro y se le vinieron de golpe un montón de imágenes apiladas. ¡Cómo no recibir con alegría a ese joven hijo de su paisano Antonio! Después hizo venir a su esposa y a sus cuatro hijas para presentárselas y no sabía cómo agasajarlo, insistió en hacerle probar el pan que Rosalía había horneado aquella mañana.
El joven ya se había alojado en un pequeño hotel del centro salteño y no quería incomodar, pero Santiago insistió en que se mudara con ellos y les ordenó a Felipa y Ramona que preparasen un cuarto, y a Rosalía y Elba que ayudaran a su madre con el almuerzo; no permitiría que durmiera en otro lado que no fuese su casa, hasta tanto pudiera acondicionar y se instalara en la finca que acababa de comprar.
El almuerzo fue una fiesta, se destapó el mejor vino y se repartieron risas, bromas y recuerdos. La sobremesa duró varias horas. Al atardecer la ropa del joven estaba impecable. Rosalía pidió disculpas con una sonrisa que nada tenía que ver con el arrepentimiento. Teodoro alabó el planchado de la camisa y mencionó que el pan estaba delicioso. Ambos se miraron. Fue una mirada más allá de los ojos. Rosalía se mordió el labio inferior y en ningún momento apartó la vista. Cuando le estaba entregando la ropa advirtió que el hombre le miró el escote y se sintió halagada como nunca antes se había sentido e hizo un gesto tan provocativo como su misma inocencia.
Cada atardecer Santiago y Teodoro se sentaban a recordar los tiempos vividos durante aquel viaje interminable, lleno de dolor y expectativas. Santiago no dejaba de repetir que siempre se sentiría en deuda y que, de no haber sido por Antonio, no hubiera superado la travesía. Santiago trabajaba duramente y sin puesto fijo para poder costear el viaje, empezaba antes del amanecer limpiando la cubierta, lustraba los bronces de las cabinas y de los salones de primera clase, baldeaba los cuartos comunes de los inmigrantes, había momentos en los que sentía que no le respondía el cuerpo.
El padre de Rosalía recordó su propia imagen, un joven agobiado que de tanto en tanto, se escapaba al cuarto de máquinas a comer un pedazo de pan duro. Fue allí en donde conoció a Antonio. Los hombres se pusieron a hablar y descubrieron, llenos de júbilo, que eran del mismo pueblo, a los pies de los Alpes, tierra de agua, de valles y castillos medievales, Antonio le dijo que siendo paisanos había que celebrarlo, por lo tanto, lo iba a esperar esa noche a compartir la cena con su familia, por aquel entonces el pequeño Teo tenía una sonrisa llena de ventanitas y le encantaba hablar en dialecto con el nuevo amigo de su papá.
Teodoro, lleno de orgullo, le relató a Santiago que gracias a la estupenda cosecha de 1912 su padre había logrado un capital considerable que le había permitido ayudarlo para que él pudiese comprar una finca con las tierras ligeras, pedregosas y bien drenadas, ideales para un pequeño viñedo, le hablaba con entusiasmo, Santiago lo miraba y no dejaba de sonreír, el triunfo de un paisano era como tener un logro propio.
Transcurrió el verano. Las miradas entre Teodoro y Rosalía eran audaces, pero el joven bajaba la vista, no quería generar una situación incómoda. Cuando la finca estuvo lista se mudó. Contrató recolectores y la fuerza de la naturaleza contribuyó a su prosperidad.
Teo era bien parecido y con un pasar interesante, de modo que las salteñas casaderas de algunas familias que habían perdido el lustre, pero conservaban la apariencia, no tardaron en echarle el ojo.
Los Gutiérrez eran una familia tradicional venida a menos que buscaban un buen partido para su hija mayor y aunque Teo no era, según la prosapia salteña, “más que un inmigrante”, al menos iba a poder sostenerla y permitirle al resto de los parientes llevar una vida decorosa.
Un año y medio más tarde se había comprometido con Clarisa, sin pensarlo demasiado. Por aquellos tiempos, el estatus masculino estaba estrechamente vinculado al desempeño de los roles de esposo y padre, a la capacidad del hombre de proteger su capital material y él ya estaba por cumplir los treinta de modo que no hubiera sido bien visto que permaneciera soltero.
Todo parecía seguir su curso, sin sobresaltos. Paseos por la plaza 9 de Julio, tertulias y chimentos. Muchas muchachas envidiaban a Clarisa quien estaba bordando el ajuar y había mandado a traer telas desde Buenos Aires para hacer su vestido de novia.
Solo algunas cuestiones políticas que no eran de incumbencia de las jóvenes en edad de merecer, ciertos conflictos de poderes y la aparición de un interventor federal, el Dr. Arturo Torino, parecían agitar aquellos días de 1921.
Es cierto que a veces la risa de Rosalía resonaba en la cabeza de Teo como un eco; sin embargo, la doblaba en edad y además era la hija de un viejo amigo de su padre. No tenía sentido.
Teodoro había ido a encargar su frac a la sastrería de la tienda El Progreso y mientras le tomaban las medidas vio reflejarse en el espejo la cara de Rosalía. Recordó, no pudo dejar de recordar, el escote pronunciado de la muchacha, su boca entreabierta, su lengua desafiante y la tenacidad de su mirada.
Se sintió incómodo. Cerró los ojos como para apartar esas imágenes y casi pudo tocar aquellos diminutos pies desnudos, sus pantorrillas torneadas y morenas, sus carcajadas, que no dejaban de retumbar dentro de su cabeza. Se vio a sí mismo empapado, sorprendido, excitado. Intentó traer la imagen de Clarisa a su mente, pero fue inútil. Había visto a Rosalía solo durante aquellas semanas cuando estuvo alojado en lo de don Santiago, pero la imagen de la muchacha se multiplicaba delante de sus ojos, siempre provocativa, sonriente, apetecible como una fruta.
Salta no era la Pampa Húmeda, los negocios de Teodoro comenzaron a declinar mientras crecía su rechazo hacia Clarisa. Poco a poco se fue convirtiendo en un sujeto taciturno que sentía que cada puntada que bordaba su novia en aquellas sábanas y manteles lo iban a asfixiar.
Una sola cosa le causaba placer: el recuerdo de la risa desenfadada de Rosalía y la visión de esos pechos que imaginaba detrás del escote y que lo obsesionaban.