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¡Son tres! es la historia de cómo llegaron a la vida de la autora sus tres hijos. Desde la decisión de adoptar, pasando por aquellos primeros días juntos, de puro vértigo, hasta cómo fueron acomodándose a su nueva vida. El libro está dedicado a todos los niños que esperan con el corazón apretado encontrar una familia que los adopte y a todas las personas que sienten el profundo deseo de ahijar. Reafirma el derecho que todos tenemos a ser hijos deseados y cuenta una historia de amor, demasiado intensa como para no compartirla. Esta es una historia sobre deseo, perseverancia y sobre cumplir sueños, los que cada uno se proponga.
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Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2023
ADRIANA TUCCI
Tucci, Adriana ¡Son Tres! : una historia de amor adoptivo / Adriana Tucci. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3185-8
1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Había una vez…
La historia
El mail
Dos años antes
¿Por dónde empezar?
Manos a la obra
La espera
¡Y llegaron!
Los pasos siguientes
El “reencuentro”
El primer paseo
Siguientes visitas
La audiencia
Los preparativos
Cambio de planes
El viaje a Buenos Aires
La llegada
A dormir
Los amigos
La familia
Más familia
La abuela
¿Dónde vivir?
La escuela
Habían pasado dos meses
Salvador tiene fiebre
Mi primer fin de semana sin ellos
El baile de la silla
Vacaciones
Paralelamente, la situación legal
Lo que trajeron del norte
Escuela Waldorf
Manuel
Los personajes
Brenda
Agustina
Salvador
Adriana
¿Acá no hay un papá?
Fragmentos de mi diario
¿Por qué escribir la historia?
A mis hijos Brenda, Agustina y Salvador que me enseñaron
a dar ilimitadamente, a recibir hasta desbordar, a amar.
A todos los niños que esperan ser adoptados.
A todos los adultos que sueñan con ahijar.
—Mamá, contanos un cuento. Pero no de un libro, un cuento inventado.
—Muy bien, acá va.
Había una vez tres hermanitos que estaban viviendo en un hogar de niños y esperaban ansiosamente tener una familia.
Había también una señora que deseaba desde lo más profundo de su corazón ser mamá. Y había decidido que iba a adoptar a un niño o niña.
Entonces la señora se anotó en una lista en la que se anotaban las personas que querían adoptar.
Después de un tiempo, recibió la noticia más esperada: había sido seleccionada para adoptar. Y tan afortunada fue que no la esperaba un solo niño o niña, sino tres hermanitos.
La señora y los tres niños se conocieron, ¡eran las dos niñas y el niño más hermosos que ella jamás había visto!
Ellos formaron una familia, se amaron y vivieron felices para siempre.
Y este cuento ya contado, se escapó para otro lado.
—¡Otra vez! Mamá, ¡contalo otra vez!
Era el 11 de diciembre de 2012. El verano se hacía sentir aquella mañana en una muy activa Buenos Aires.
Había ido caminando a mi clase de canto. Hacía más de cuatro años que tomaba clases con Marcela. Una de las tantas cosas que decidí hacer cuando me regalé un año sabático (que terminaron siendo tres) fue tomar clases de canto. Siempre me gustó cantar, había estado en el coro de la escuela y desde entonces andaba dando vueltas por la casa cantando. Mucho tiempo después formé parte de “Flow”, un coro de rock sinfónico. Nuestro repertorio eran canciones de Yes, Pink Floyd, Spock’s Beard. El acto de cantar hace que el cuerpo libere endorfinas, sustancias producidas en nuestro cerebro que están asociadas con el placer, bienestar, alegría, incluso euforia. En ese estado me encontraba luego de la clase, de regreso a mi casa, cuando me detuve en Arevalito, un pequeño restaurante naturista sobre la calle Arévalo, entre Niceto Vega y Cabrera, en Palermo Hollywood, uno de los tantos lindos barrios de mi ciudad.
Adentro apenas había lugar para tres o cuatro mesas, cada una con dos sillas. Me acomodé relajada en una de ellas y ya había comenzado a saborear la limonada con jengibre cuando se me ocurrió mirar las notificaciones en mi celular.
El efecto de miles, cientos de miles, millones de clases de canto podría compararse a lo que sentí cuando leí aquel mail…
Me es grato ponerme en contacto con Ud. con el fin de comunicarle que ha sido seleccionada como candidata a guarda preadoptiva, según legajo Nº xxxx de la Secretaría Tutelar del Poder Judicial de Salta. Para mayor información, por favor comunicarse al teléfono xxxxx (8 a 13.30 hs) o a mi correo personal xxxxx.
Atte, xxxxxx, Prosecretaria Juzgado Civil en lo de Persona y Familia del Distrito Judicial del Norte, Circunscripción Orán.
Empecé a llorar. La gente, desde las otras mesas, me miraba. El mozo se acercó preocupado a preguntarme:
—¿Te sentís bien? ¿Te puedo ayudar? ¿Traigo un vaso de agua? ¿Querés que llame a alguien?
Yo no podía hablar, solo negué con la cabeza e hice alguna seña torpe como para comunicar que estaba todo bien.
Los dedos no me respondían al querer marcar el número de teléfono del Juzgado; temblaba. Mis más de quince años de práctica de Yoga me ayudaron, respiré hondo…respiración baja, la que trae calma…así logré serenarme un poco (muy poco) y me comuniqué.
Hablando en un tono muy cálido, la abogada que firmaba el mail me explicó:
—Son tres hermanitos: Brenda de 7 años, Agustina de 5 y Salvador de 3, que han sido declarados en condición de adoptabilidad luego de un cuidadoso seguimiento por parte de la Justicia durante casi tres años.
—¡Tres hermanitos! ¡Tres! ¿Tres?
No escuché mucho más, el mundo se detuvo a mi alrededor; solo percibía el latido frenético de mi corazón.
Hoy hay bastante información disponible para dar respuesta a esta pregunta. En aquel momento, esa información no era tan accesible.
Recordé que hacía unos meses había visto en el ciclo Almorzando con Mirta Legrand, un programa dedicado a adopción. Muy curioso, ya que yo nunca miraba ese programa, pero, por uno de esos misterios de la vida, ese día lo miré. Recordé que había estado almorzando con la célebre diva, alguien que había adoptado a dos niños grandes. Él representaba a una organización. ¿Cómo se llamaba esa organización? No podía recordarlo…
Busqué en Internet: “Mirta Legrand + adopción” y encontré el programa. Miré nuevamente la parte que más me interesaba. La organización que mencionaban era “ANIDAR”. Nuevamente Internet mediante, apareció esta información:
Anidar es una Asociación Civil fundada en 1990, especializada en Adopción, integrada por un Equipo Interdisciplinario.
Brindamos asistencia familiar y comunitaria.
El acompañamiento profesional durante todo el proceso de la adopción es una herramienta que contribuye a la construcción de un vínculo parental fuerte, permanente y saludable.
Llamé y me ofrecieron participar de las charlas de “orientación” que daban una vez por mes. Allí fui. La reunión era, justamente, orientativa sobre pasos a dar, fundamentalmente administrativos, en caso de querer adoptar.
Ese 7 de diciembre de 2010, en la sede de Anidar que funcionaba en un pequeño departamento ubicado en Rivadavia y Acoyte, en el barrio de Caballito, sentada en una ronda junto a otros interesados en adoptar, me enteré de que no es necesario estar en pareja para hacerlo, de que cuando escuchamos que la espera para lograr una adopción es de muchos años es porque esas familias buscan un bebé recién nacido. Pero que si se está dispuesto a adoptar niños más grandes la espera no es tan larga. Y es más corta aún si se está dispuesto a ahijar grupos de hermanos. También escuché ese día que ser padres es una tarea tan gratificante como difícil para cualquier tipo de vínculo, tanto biológico como adoptivo.
Salí de la reunión con una sensación de paz. Ycomo si un rayo de luz iluminara mi visión, me atravesó una certeza, ese tipo de certezas que llegan pocas veces en la vida: ¡iba a adoptar!
En Anidar me habían explicado que, dado que yo vivía en Buenos Aires, tenía que registrar mi voluntad de adoptar en el RUAGA (Registro Único de Aspirantes para la Guarda con fines de Adopción). Para eso, debía sacar turno para una entrevista en la que me informarían sobre los pasos a seguir y la documentación a presentar para que se armara mi legajo.
Había cierta demora para conseguir esas entrevistas, por lo que, a fin de diciembre, antes de irme de vacaciones, la solicité. Conseguí un turno para el 17 de febrero de 2011. En Anidar me habían facilitado la lista de requerimientos, de documentos que en el RUAGA me iban a pedir:
1. DNI: fotocopia de primera y segunda hoja
2. Certificado de domicilio expedido por Policía Federal
3. Resumen de la Historia Clínica firmada por el médico y el sello de la institución médica que refrenda la pertenencia del profesional a la entidad.
4. Certificado de antecedentes penales emitido por el Registro Nacional de Reincidencia
5. Certificado de deudores alimentarios emitido por el Registro de Deudores Alimentarios del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
6. Cinco años de residencia en el país previa a la inscripción en este Registro acreditada con constancias fehacientes de trabajo o electorales.
7. Certificado de trabajo o certificación contable de ingresos, en este caso refrendada por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas
8. Declaración jurada provista por el RUAGA
9. Fotografías: una individual y otra del grupo familiar
10. Carpeta tamaño oficio de tapa plástica transparente, con pernos para hojas perforadas
De ese modo, fui adelantando pasos para tener mi carpeta lo más lista posible. Así, una vez que tuviera la primera reunión, no me demoraría en presentar mi solicitud de adopción.
El verano, mi retiro anual de Yoga de treinta días en Brasil y las posteriores vacaciones en una de las tantas bellas playas que pone a nuestra disposición el país vecino, me ayudaron a madurar algunas cuestiones que debía definir. Por ejemplo: sabía que la declaración jurada provista por el RUAGA mencionada en el punto 8 era un formulario con varias preguntas. Contestarlas suponían decisiones importantes. En esos días jugué varias veces a responderlas.
Una de ellas era: ¿cuántos niños/as estás dispuesta a adoptar? Me repetía insistentemente esta pregunta. Y mi respuesta era siempre la misma: soy hija única, lo cual tiene muchas ventajas. Pero crecí junto con mis primos, cuatro hermanos lo que me permitió conocer esta experiencia también; por eso sabía que la vida con hermanos tiene más colores. Esto me permitía asegurar que luego de adoptar a mi primer hijo, buscaría otro y que si había dos hermanitos esperando ser adoptados, no querría que los separaran. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta del formulario sería: “hasta dos hermanitos/as”.
Otra de las preguntas era: ¿De qué edad/edades?
La edad previa al inicio de la etapa escolar primaria me parecía la adecuada para lo que podía hacer frente en aquel momento. Por lo que correspondería como respuesta: “hasta cinco años”
Si bien a cada paso se toman decisiones importantes cuando se inicia un proceso de adopción, hay un punto en el que vale la pena detenerse y contactarse descarnadamente con nuestras posibilidades: ¿Estado de salud del/la/los/las niño/a/s?
Ante esta pregunta me surgía una y otra vez la misma reflexión: “Si fuera la Madre Teresa de Calcuta, trabajaría para los pobres y enfermos, pero no lo soy, acepto con humildad mis limitaciones”. Hacerme cargo de mi realidad, me impondría como respuesta: “sanos/ con alguna condición de diagnóstico y tratamiento accesible”.
De regreso en Buenos Aires, seguí con la búsqueda de la documentación requerida; ya tenía varios turnos solicitados, por lo que todo fue bien rápido: certificado médico, de antecedentes penales, de ingresos.
Tuve la primera reunión en el RUAGA. Efectivamente me confirmaron que estaba correcta la documentación que en Anidar me habían dicho debía presentar. Entonces, una semana despuésde aquella reunión, el 24 de febrero de 2011 presenté mi carpeta en la mesa de entradas.
El primer paso estaba dado. Seguirían una serie de entrevistas, la participación en tres talleres junto con otros postulantes, un estudio socio ambiental que incluía la visita de una trabajadora social a mi casa.
Cumplidos todos estos hitos, había que esperar a que aprobaran mi solicitud, es decir, a que me aceptaran como postulante para la guarda con fines de adopción.
En Anidar me habían explicado que una vez presentada mi carpeta en el RUAGA, registro que me correspondía por mi lugar de residencia, me darían un número de trámite. Habiendo cumplido con este paso, obtenido ese número, podría inscribirme en aquellas provincias que aún no estaban adheridas al Registro Único y que aceptaban postulantes que no vivieran en ellas. Estas provincias eran: Salta, Formosa, Corrientes y Chaco. Envié mi carpeta con toda la documentación a Salta y Corrientes. A Chaco viajé, ya que era condición tener una entrevista presencial. Con Formosa no tuve éxito, llamaba apenas se abrían los turnos para presentarme, pero siempre era tarde; recibía la respuesta de que los turnos disponibles, ya habían sido otorgados.
El 24 de noviembre de 2011, exactamente nueve meses después de haber presentado mi carpeta en el RUAGA, me confirmaron que había sido aceptada como postulante. “Esto es una señal” pensé, “nueve meses, es el período de gestación, tiene que ser una buena señal, esto está bien encaminado”.
Desde Salta, Corrientes y Chaco me llegó la esperada noticia: me aceptaron como postulante. En todos los casos, después de determinado tiempo, habría que renovar la voluntad de continuar con la búsqueda y actualizar cierta información.
Todo lo que estaba en mis manos había sido hecho, solo restaba que el Universo aplicara su magia.
“Desde el momento en que tomamos la decisión de adoptar, hasta que nuestros hijos llegan, pasa un período de tiempo que depende de cómo se lo viva puede ser largo y angustiante.” Esto lo escuchaba en cada reunión a la que asistía.
Existen grupos de “Padres en espera” (el nombre varía de acuerdo a la organización que los ofrece). El propósito de estos grupos es, justamente, acompañarse durante la espera, tratando diferentes temas que puedan preocuparnos o generarnos ansiedad o, sencillamente, sobre los que podamos tener dudas o inquietudes. Participé de uno de estos encuentros. Y no volví. Quizás porque yo veo la vida de otra manera, bueno, al menos de una manera diferente de como la veía aquel grupo.
El tema que se trató en aquel encuentro fue “la frustración de no ser padres biológicos”. Y tanto los otros participantes como la coordinadora tomaron parte activamente en los intercambios que se daban a partir de los diferentes ejes sobre los que se basó la charla. Yo me mantuve al margen, en silencio, observando y observándome. Al cerrar la reunión, la coordinadora se dirigió a mí:
—Te invito a compartir tu sentir, permaneciste muy callada durante todo el encuentro…
Recuerdo casi exactamente la reflexión que pude expresar:
—Escuché muy atenta y respetuosamente todo lo debatido. Está muy lejos de lo que me pasa en este momento y, quizás por eso, no quise intervenir. Nunca viví la frustración de no ser madre biológica, sino, por el contrario, descubrí con una alegría indescriptible que quería ser madre y, más aún, descubrí que hay muchos niños esperando ser nuestros hijos, con lo cual la adopción fue el camino más natural para mí; no hubo otro camino frustrado antes de ese.
Volviendo a aquel momento, ahora, luego de casi diez años, creo que ese encuentro me aportó mucho, ya que me ayudó a ratificar mi decisión y mi voluntad de adoptar.
Hubo otros encuentros o talleres anteriores a este, obligatorios para completar el proceso de postulación como aspirantes a la guarda con fines de adopción. Los brindaban en el RUAGA.
Varios aspirantes los consideraban una obligación, y los describían como un “plomo”. Sin embargo, a mí me ayudaron muchísimo. Gracias a participar de esos talleres aprendí, por ejemplo, que con lo único que se quedan los niños de su vida anterior es con sus nombres de pila (además de sus recuerdos y vivencias, claro), por lo que es altamente recomendable que mantengan sus nombres. También aprendí que a partir de los 18 años pueden tener acceso a su legajo y es importante acompañarlos en el proceso de revisión/búsqueda de sus orígenes si ellos manifiestan voluntad de hacerlo. Otra sugerencia valiosa con la que me encontré es que hay que ir dándoles información a medida que preguntan, porque es en ese momento cuando están dispuestos a escuchar y no antes.
En fin, en una temática que era totalmente ajena a mí hasta ese entonces, todo sumaba. Al mismo tiempo comencé a leer e investigar por mi cuenta.
Pude disfrutar de la espera, observándome en todo momento y preguntándome si seguía estando segura de querer avanzar. Transitaba la espera con serenidad.
Así es como deberíamos esperar aquello que deseamos, con serenidad, sabiendo que, si es lo mejor para nuestra evolución, llegará en el momento adecuado. ¡Ojalá pudiera centrarme siempre en las sabias enseñanzas de los antiguos Maestros de la India que nos acercaron el Yoga! En mi vida todo fluiría mucho más armónicamente. Rescato las ocasiones en que sí puedo hacerlo. Por ejemplo, mi deseo de encontrar a mis hijos fue una de ellas y no pudo haber resultado mejor.
Aquel 11 de diciembre de 2012, dos años después de mi primera reunión en Anidar, cuando corté la comunicación telefónica con la abogada del Juzgado de Orán, Salta, no pude dejar de llorar y temblar por un rato largo. Me repetía: “Me llamaron…mis hijos llegaron…Alto ahí… ¿mis hijos? En plural, son tres… ¡Tres! ¿Tres? ¡Tres!”
Que un hijo llegara a mi vida me parecía un cambio inconmensurable, la idea de dos hermanitos me había visitado bastante seguido en los dos años previos y me parecía un desafío gigante. ¿Tres? En tres no había pensado nunca.
Hasta ese momento, solo había compartido mi voluntad de adoptar con dos personas: mi instructor de Yoga y mi psicóloga. Los llamé, pero no los encontré. Solo pude dejarles un mensaje. Los dos me respondieron rápidamente, preocupados, porque mis mensajes eran inentendibles: yo lloraba tanto que lo que había quedado grabado era imposible de descifrar.
Había comenzado a tomar clases de Yoga hacía más de quince años. Me llevó tiempo entender la grandeza de esta ciencia espiritual. Llegué en un estado emocional calamitoso, producto de desengaños amorosos, entre otras cosas. Una amiga, al verme tan triste y desanimada, me pasó el teléfono de quien hoy en día sigue siendo mi instructor y me dijo: “Te van a interesar las lecturas que hace en las clases, te van a hacer bien”. Confiando en ella, me aventuré en la práctica. Me fui dando cuenta de que distaba mucho de la idea que tenía acerca del Yoga hasta el momento, poco tenía de esas posturas que había visto en TV y mucho tenía de poner luz sobre las situaciones que se nos presentan, aceptarlas, analizarlas y modificar las conductas propias que nos generan daño.
Se convirtió en algo central en mi vida. Me formé como instructora, co–fundé un centro para la práctica de Yoga. Y hasta que llegaron mis hijos, estuve dando clases allí y en otro centro como voluntaria. Luego ya no tuve disponibilidad de tiempo para seguir enseñando, pero continué firme con mi propia práctica.
Mi instructor de Yoga me devolvió el llamado aquel día. Le escuché decir cosas muy profundas, como siempre. Me dijo algo así como: – No se nos presenta ninguna situación que no podamos afrontar. También escuché lo siguiente, que fue, sin dudas, lo que más fuerza me dio: – Estos son tus hijos, te están esperando.
A la psicóloga había llegado hacía diez años a sugerencia de la esposa de un amigo. Se habían preocupado por mí cuando les dije que quería dejar de trabajar en la corporación en la que tan bien me estaba yendo, pero donde sentía que se iba parte de mi vida también. Para ellos era impensado que alguien decidiera renunciar al éxito laboral. Acepté la sugerencia y me contacté con la psicóloga recomendada, ya que sabía que tenía que revisar algunas cuestiones de mi vida. Y fue una muy buena experiencia, que continué aun después de la llegada de mis hijos.
Cuando la psicóloga me llamó aquel día respondiendo al mensaje que le había dejado, escuchó atentamente mi relato y, haciendo honor a su profesión, su devolución fue una pregunta: “¿No era esto lo que estabas esperando?”
Cuando logré respirar para serenarme y, al serenarme, comprender la inmensidad de lo que estaba ocurriendo, pude compartir la noticia con otros. Primero, con mi primo menor. Luego, con mi madre.
