Soul Boom - Rainn Wilson - E-Book

Soul Boom E-Book

Rainn Wilson

0,0
11,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Best-seller del New York Times Actor de comedia, productor y escritor, Rainn Wilson, cofundador de la compañía de medios SoulPancake, explora los beneficios de la resolución de problemas que nos aporta la espiritualidad para crear soluciones en un mundo cada vez más desafiante. El trauma que ha experimentado nuestra especie en los recientes años (debido a la pandemia y a las tensiones sociales que amenazan con abrumarnos) no desaparecerá a corto plazo. Los sistemas políticos y económicos existentes no son lo suficientemente eficaces para producir el cambio que el mundo necesita. En este libro, Rainn Wilson explora la posibilidad de que una revolución espiritual, un «Soul Boom», produzca una transformación sanadora, tanto a nivel personal como global. Para Wilson, ésta es una empresa seria y esencial, pero él la aborda con un toque de humor y desde su propia perspectiva singular. El autor considera que, desde el punto de vista cultural, hemos descartado la espiritualidad –la fe y lo sagrado– y que necesitamos una sanación profunda y la comprensión unificadora del mundo que nos proporcionan las grandes tradiciones espirituales. El enfoque de Wilson sobre la espiritualidad (nuestros aspectos no físicos, eternos) es cercano y se aplica a las personas de todas las creencias, incluso a las escépticas. Con una visión genuina, Soul Boom –por no mencionar las iluminadoras referencias a Kung Fu y Star Trek– se sumerge en la sabiduría ancestral para buscar respuestas prácticas y transformadoras a las preguntas más importantes de la vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 461

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



RAINN WILSON

SOUL BOOM

POR QUÉ NECESITAMOS

A mi padre, Robert Wilson,

Gracias por tus enseñanzas acerca del alma.

PRÓLOGO

Instrucciones para vivir la vida:

Presta atención.

Asómbrate.

Habla sobre ello.

Mary Oliver

Estoy aquí, sentado en mi oficina durante las primeras semanas de la cuarentena del COVID-19, esbozando furiosamente este libro sobre grandes ideas espirituales que llevo años queriendo escribir. «¡Ahora es mi oportunidad!», me digo (mientras llevo puestos los mismos pantalones de chándal que he usado en los últimos seis días, que tienen una pequeña mancha en el lugar donde limpié la avena con canela y pasas en mi muslo). ¡Ésta es mi gran oportunidad! Horas y horas de tiempo libre para vomitar un popurrí de ideas sobre mis temas favoritos: el viaje del alma, la vida después de la muerte, el Gran Tipo Que Está Arriba, ¡y la transformación espiritual, personal y universal, de la sociedad!

¿Cuál ha sido el problema? Yo. Rainn Wilson.

Permíteme que sea directo contigo, querido lector. Sé que en estos momentos te debes estar preguntando: «¿Por qué diablos está escribiendo un libro sobre espiritualidad el actor que interpretó a Dwight en la serie The Office?».

Primero, permíteme que te explique lo que quiero decir cuando hablo de «espiritualidad».

Ésta es una historia real. Recientemente, vi un titular de un periódico acerca de una modelo/celebridad que había experimentado una especie de «transformación espiritual». Sentí curiosidad. Después de todo, ¡me encantan las transformaciones espirituales! Yo mismo he experimentado un par de ellas en las últimas décadas. De hecho, es posible que esté teniendo una ahora, mientras escribo este libro. Cuando continué leyendo, resultó ser que a esta modelo/celebridad le habían hecho algún tipo de exorcismo en un pueblo remoto de Suiza. Un chamán había liberado a una especie de demonio/energía que estaba dentro de ella y, finalmente, una vez concluido esto, la modelo había sido capaz de practicar el «cuidado personal» y disfrutar del yoga y de los zumos de frutas y las verduras crudas en su casa. O algo por el estilo. Lo cual me hizo pensar en la palabra «espiritualidad». Está claro que puede significar cosas distintas para muchas personas.

Para algunos, la espiritualidad es sinónimo de prácticas religiosas y religiones organizadas: iglesia, Dios, etc. Para otros, puede significar rituales que incluyen alucinógenos. Para muchos, dado que el término «espíritu» está implícito en la palabra espiritualidad, significa que los fantasmas están implicados. Y para otros, como esta modelo/celebridad, puede significar exorcismos realizados por chamanes suizos.

Quiero dejar algo muy claro: no estoy hablando de ninguna de esas cosas.

El Oxford English Dictionary define la palabra espiritualidad como «la cualidad de estar interesado en el espíritu humano o en el alma, en contraposición a las cosas materiales o físicas». Eso es exactamente de lo que estoy hablando. ¡Bien dicho, OED! Ahondaré en todos estos conceptos con mayor detalle a medida que el libro vaya avanzando, pero si creyésemos (como creo yo) que tenemos algún tipo de «alma» que continúa un viaje una vez que nuestros cuerpos han desaparecido, y que esa esencia espiritual de quienes somos es tan real como nuestros cuerpos (o incluso más) –en otras palabras, que esa «alma» es la dimensión de nosotros que no es animal, que no es material, que no busca el placer o el poder y continúa existiendo de alguna forma después de que nuestra existencia física ha llegado a su fin–. Y, si esa alma existe, entonces, hay ciertas prácticas, procesos y perspectivas que podrían ayudar a dar forma a nuestra existencia humana, a la realidad de quienes realmente somos. Esto es a lo que me refiero cuando hablo de «espiritualidad»: ese aspecto eterno/divino de nosotros que anhela una verdad superior y viaja hacia la iluminación centrada en el corazón, y me atrevería decir que incluso hacia Dios.

Pero volvamos al tema original.

¿Por qué alguien que es famoso por haber interpretado a un nerd raro y oficioso en una de las series de televisión estadounidenses más queridas (y muchos otros personajes excéntricos) quiere escribir acerca del alma, la religión, la vida después de la muerte, lo sagrado y la necesidad de que la sociedad experimente una reinvención espiritual? ¿Por qué está este hombre-bebé con una frente gigantesca y camisas de color mostaza, agricultor de remolachas, vendedor de periódicos y tangencialmente Amish escribiendo sobre el significado de la vida?

Pues bien, te diré una cosa: noes porque tenga nada resuelto.

No soy ninguna autoridad en los temas de espiritualidad, religión o santidad, y no soy, en absoluto, un iluminado. Sí, he leído y estudiado mucho. He sufrido profundamente. He reflexionado, contemplado y meditado. He tenido problemas y he fracasado muchas veces. Pero ¿acaso no se supone que los que escriben sobre temas espirituales deberían tener la vida resuelta? Estoy aquí para decirte que no. Aunque tengo algunos conocimientos por el trabajo que he hecho, todavía me siento ansioso y confundido en muchas ocasiones. Digo muchas palabrotas. A veces pierdo la paciencia con mi hijo. Tengo un gran ego que en ocasiones puede subsumirme. Comparo y me desespero. He sido (y puedo ser) abrumadoramente egoísta y crítico.

No tienes más que preguntarle a mi mujer. (Quien, dicho sea de paso, es mucho más preternaturalmente espiritual que yo, créeme).

Pero continuemos escarbando un poco. ¡¿Por quéun exactor de comedias está escribiendo un texto con «grandes ideas» sobre la transformación espiritual?! Y, ¿por qué estoy, prácticamente al mismo tiempo, presentando una serie documental sobre cómo encontrar la felicidad llamada Rainn Wilson and the Geography of Bliss para la plataforma Peacock (propaganda descarada)?

Antes de que responda a esa pregunta, quiero compartir un poco del contexto. La historia de mi vida, la historia de mi camino para convertirme en actor, en miembro de la religión bahaí y en un estudiante/pensador/entusiasta (como lo cuento en mis memorias serio-cómicas de 2015 tituladas The Bassoon King), es complicada.

Mis padres, al igual que muchos de su generación, eran unos bohemios con inclinaciones artísticas en los años sesenta y setenta que buscaban la verdad, la paz y el significado de sus vidas. Mi madre biológica, Shay (anteriormente Patricia) oriunda de Weyauwega (Wisconsin), se mudó a Seattle y se convirtió en actriz de teatro experimental a finales de los sesenta. En una ocasión, actuó en una obra en topless con el torso pintado de azul, corriendo por los pasillos e insultando al público. Mi padre, el recientemente fallecido (hablaré de ello más adelante) Robert «Bob» Wilson de Downers Grove (Illinois) era un pintor de arte abstracto y escritor de novelas de ciencia ficción, entre otras muchas cosas. Solía poner música de ópera a todo volumen en nuestro sistema estéreo de los años setenta (¡¿por qué eran tan importantes los estéreos en esa época?!), cubierto de trementina y yeso, cantando desafinado mientras esparcía pegotes de dolores escandalosos sobre lienzos. Eran pinturas que muy pocas personas llegaban a ver, porque él nunca trataba de venderlas, de manera que se apilaban en el sótano como cajas de pizza multicolor. Durante el día, dirigía una oficina de construcción de alcantarillado y enviaba camiones oxidados a desatascar los desagües llenos de hojas en Seattle. Durante los descansos para almorzar, sacaba una pequeña máquina de escribir portátil y escribía en pilas de papel, y en un lapso de 15 años produjo aproximadamente once tomos de libros de ciencia ficción como Tentacles of Dawn, The Lords of After-Earth y Corissa of Doom. Mi madrastra, Kristin, cuya tarea consistía principalmente en criarme, vestía chales y capas vagamente étnicos, y hacía joyas de plata extravagantes, con formas de animales, que vendía en un puesto en el Mercado Público de Seattle.

Y como si eso no fuera suficientemente ecléctico, en sus noches libres asistían a reuniones de la religión bahaí, la cual profesaban. Solían rezar, meditar y estudiar los textos sagrados con otros ciudadanos de Seattle con curiosidad espiritual. Y en ese entonces eran muchos.

Una nota importante sobre la religión bahaí: personalmente, después de muchos años de revisión y reflexión, he llegado a abrazar la religión de mi juventud y siento que contiene una amplia sabiduría relevante acerca de los problemas a los que nos enfrentamos, como personas y como una especie que comparte un planeta. Y, aunque este libro está enormemente inspirado en la religión bahaí y en muchos de los escritos de su fundador, Baha’u’llah, en estas páginas, no voy a profundizar mucho en los detalles de esta religión. Después de todo, éste no es un libro acerca de la religión bahaí o para los bahaíes, sino que simplemente algunas de sus enseñanzas espirituales, místicas y sociales le han dado forma y han influido en él.

Cualquier estudiante de historia que sepa que los últimos años de la década de los sesenta y los primeros años de los setenta tuvieron una energía completamente distinta a la de las décadas anteriores. Cuando el rascacielos de Norman-Rockwell-Eisenhower-lilywhite-sueño-americano-Doris-Day-Leave-It-to-Beaver-corte-militar-post-Segunda-Guerra-Mundial de la cultura y los valores estadounidenses fue derribado por la carga explosiva de las revueltas raciales, la guerra de Vietnam, varios asesinatos, el rocanrol, el amor contracultural y el LSD, súbitamente, el mundo tal como había sido hasta ese momento ya no tenía ningún sentido. La gente estaba buscando un camino distinto.

¿Qué hace uno cuando el mundo tal como lo conocía se convierte en cenizas?

Bueno, los Beatles conocieron al Maharishi, Cat Stevens se volvió musulmán, Shirley MacLaine empezó a comunicarse con los antiguos alienígenas, un joven Steve Jobs estudió budismo en la India, todo el mundo estaba «practicando el kung fu» y muchos jóvenes buscaron respuestas en caminos espirituales no tradicionales.

En este ambiente nació un gigantesco bebé llamado Rainn Dietrich Wilson.

Mi padre solía contar historias de los primeros años setenta, cuando salía por ahí y veía, por ejemplo, a un grupo de muchachos en una esquina con chalecos de piel y el pelo largo, pasándose un porro, un canuto o un «petardo» formando un círculo, y se les acercaba y les decía: «Eh, chicos, ¿queréis venir a mi casa esta noche y aprender más sobre la religión bahaí? ¿Para rezar y estudiar diferentes tradiciones espirituales?». Y, en lugar de reírse de él y/o darle una paliza, le respondían con toda seriedad: «Vale, tío. ¡Suena genial! ¿A qué hora?».

Esas reuniones espirituales en nuestro hogar incluían a budistas, sijs, musulmanes y mormones, mientras que nuestras estanterías se llenaban de libros escritos por budistas, sijs y musulmanes.

Solíamos organizar reuniones de oración y «profundización» (para ser más profundos) y, además de las numerosas canciones inspiradas en la religión bahaí, a menudo cantábamos literalmente «Cumbayá». A veces lo hacíamos cogidos de la mano formando un círculo perfumado de pachuli. Cuando los Testigos de Jehová llamaban a nuestra puerta con panfletos y biblias, los invitábamos a pasar ¡y organizábamos un estudio de la Biblia improvisado repleto de crepes!

Recuerdo que, en una ocasión, cuando los miembros de una secta cristiana protestante vinieron a casa un domingo por la tarde, mi padre les pidió que describieran su concepto del Reino de los Cielos.

Un hombre muy acicalado con un bigote al estilo Ned Flanders dijo, mientras bebía su café a sorbos:

—Bueno, en algún momento, en un futuro cercano, se oirá un gran estruendo en el cielo, habrá rayos y unas tormentas terribles. El cielo se abrirá y Jesucristo descenderá en una nube con un gran toque de trompetas. Habrá una ciudad increíblemente hermosa con torreones de oro y plata que descenderá llena de ángeles, y ése será el reino de Dios. Los buenos cristianos podrán entrar en la ciudad, y ésta se alejará flotando con Jesús, para estar con Dios, el Padre, y el resto de la gente se quedará atrás, en la Tierra, para perecer.

Y luego, muy educadamente, dijo algo así como:

—Y, entonces, ¿cuál es el concepto bahaí?

Mi padre, un sabio maestro espiritual y orador, respondió:

—Bueno, en muchos sentidos, es muy similar al vuestro. Habrá grandes tormentas y rayos y truenos, y los cielos se abrirán. Desde un agujero en las nubes no bajará una ciudad, ni Jesús, ni nada parecido, sino un montón de bolsas de cemento. Y algunas palas y martillos. Y ladrillos, mortero, clavos y maderas. Y, por último, del cielo descenderá flotando en la brisa una nota que aterrizará sobre todo ese material. Y la nota dirá: «Reino de Dios en la Tierra: kit de autoconstrucción».

No recuerdo qué ocurrió después de eso. Pero siempre me acordaré de esa historia, y supongo que, al fin y al cabo, de eso se trata todo, ¿no? Tanto si crees en Dios como si no, tanto si eres cristiano, como si eres bahaí o cualquier otra cosa, todos estamos aquí haciendo lo mejor que podemos para construir un reino más amoroso, justo, equitativo y cooperativo en esta Tierra hermosa y a veces difícil. O quizás un reino de Dios más personal y pacífico dentro de nosotros. Después de todo, Nietzsche lo describió así: «El reino de los Cielos es un estado del corazón, no algo que vendrá sobre la Tierra o después de la muerte».

Básicamente, toda mi infancia estuvo llena de dos cosas: arte y espiritualidad. Ah, sí, y de disfunción. Se me olvidó mencionar eso. Muchísima disfunción familiar. Y baja autoestima. Y una total y absoluta falta de conversaciones sobre sentimientos, o sobre los fundamentos de las interacciones emocionales humanas básicas.

Porque, al fin y al cabo, por muy espiritual que aparentara ser mi familia, en casa había una absoluta ausencia de expresiones amorosas. ¿Mis padres (incluida mi madre biológica, Shay, que se marchó cuando yo tenía dos años y a quien no conocí realmente hasta que tuve 15 años) me querían? Sí. Sin duda alguna. En la medida de sus limitadas y traumatizadas capacidades, mis padres intentaron expresar torpemente su amor por mí y, ocasionalmente, el uno por el otro.

Para mi padre y mi madrastra, había cenas, se miraba la televisión, se practicaba la jardinería y se sacaba a pasear al perro –en otras palabras, todos los ingredientes de una familia amorosa–. Pero no había un verdadero vínculo en su matrimonio. De hecho, cuando les pregunté cuándo se dieron cuenta de que su unión había sido un error y que no estaban hechos el uno para el otro, ambos me dijeron que fue al año de casarse (en 1969). De modo que hicieron lo que haría cualquier pareja de personas maduras reflexivas y de mente fría: permanecieron juntos quince años más y luego se divorciaron en cuanto me marché a la universidad en 1984.

La totalidad de ese tapiz de la infancia creó en mí un absurdo coctel suburbano de rareza bohemia y disonancia emocional a una escala galáctica.

De hecho, en mi adolescencia, solía observar cómo actuaban e interactuaban los demás chicos cuando estaban en un restaurante o en un evento escolar. Y luego imitaba, palabra por palabra, gesto por gesto, cómo se comportaban y emulaba sus interacciones aparentemente «normales» para aprender a encajar mejor. Un poco como lo haría un extraterrestre en forma humana para aprender la misteriosa forma de comportarse del homo sapiens. Si, por ejemplo, un adolescente le decía a un amigo de su edad, «¡Qué pasa, tío!», y le daba una palmada amistosa en la espalda, yo trataba de hacer el mismo gesto con otros amigos míos: «Qué pasa… ehh… ¡tío!», mientras imitaba las palmadas amistosas para ver si era capaz de interactuar con la misma naturalidad.

De más está decir que me funcionaba a la perfección.

Entonces, sí, mi infancia me convirtió en la persona que soy. Ese extraño caldo de cultivo de experiencias –esa receta para la rareza– sentó las bases para la pregunta que nos ocupa: ¿Por qué la persona que interpretó a Dwight está escribiendo un libro sobre ideas religiosas y espirituales?

Otra respuesta al «por qué» se reduce a esto: casi me muero. De no haber sido por ciertas herramientas, ciertos conceptos y ciertas enseñanzas que he encontrado en mi propia búsqueda espiritual de equilibrio, sanación y perspectiva, no hubiera llegado a la adultez. Después de graduarme de la universidad, durante años sufrí unos debilitantes ataques de ansiedad y hasta el día de hoy tengo un trastorno de ansiedad que debo monitorear y en el que debo trabajar con gran seriedad y cuidado. Y terapia. Mucha terapia.

He sufrido largos períodos de tiempo en los que he estado deprimido. Hubo ocasiones en las que llegué a estar tan bajo emocionalmente que sentía que jamás podría salir de la depresión. Incluso contemplé seriamente la idea del suicidio. Afortunadamente, siempre he recibido ayuda terapéutica cuando la he necesitado y el amor de algunos amigos y familiares que son unas personas increíbles, y mi mujer, Holiday Reinhorn, ha sido una compañera profunda que me ha apoyado con gran empatía y fortaleza.

Y luego está el otro demonio de la salud mental (y física): la adicción. Después de algunas rachas de dependencia del alcohol y las drogas en mi veintena, fui capaz de dejarlo con ayuda del programa de recuperación de los Doce Pasos. En algún momento u otro, he batallado con prácticamente todas las cosas a las que uno puede ser adicto: la comida, el juego, la pornografía, el trabajo, la codependencia, las redes sociales y las deudas. Incluso a la cafeína y el azúcar. (¡Y ahora el puñetero iPhone!).

Para mí, todo se reduce al perpetuo ruido subterráneo del ansioso descontento, probablemente producto de mis traumas infantiles, el cual intentaba continuamente calmar y ahogar con soluciones externas. Una y otra vez, infructuosamente. Porque uno no puede reparar un desequilibrio interno con alcohol, o galletas de chocolate, o videojuegos, o marihuana, o sexo; ni tampoco con Instagram, Candy Crush y compras en Amazon.

Fueron necesarios mucho, mucho tiempo y una gran cantidad de trabajo terapéutico para descubrir las herramientas espirituales, emocionales y psicológicas que necesitaba para entender y, finalmente, calmar ese malestar interior y ese desequilibrio crónico.

Como muchos buscadores espirituales, toqué fondo, pero al final encontré una forma de seguir adelante, un camino hacia la recuperación y la tranquilidad. Al salir de toda esa oscuridad, emprendí un camino espiritual que me ayudó en mi búsqueda de la verdad. Investigué en las religiones y pasé muchas horas leyendo textos sagrados y obras laicas en el sendero espiritual. Meditando. Buscando a Dios. Buscando significado. Buscando algo más allá de lo material. Buscando trascendencia.

En resumidas cuentas, dediqué muchos años en mi veintena y treintena a una búsqueda espiritual privada y personal, la cual me llevó a leer prácticamente todos los textos sagrados de las principales religiones del mundo. No soy ningún erudito o experto, en absoluto, pero esta búsqueda de la verdad me empujó a estudiar la Biblia, el Corán, el Bhagavad Gita, el Dhammapada y otros textos escritos por Buda y acerca de él. Además, leí sobre muchas fes y sistemas de creencias de los nativos americanos y me puse al día sobre algunos de los fundamentos de la filosofía occidental. Tuve un profundo reencuentro con la fe de mi juventud, la religión bahaí. Recé y medité profusamente, asistí a diversos servicios religiosos y profundicé en muchas preguntas fundamentales y profundas: ¿Hay un Dios? ¿Qué ocurre cuando morimos? ¿Tenemos un alma? ¿Por qué todos esos idiotas miran The Bachelor?

Soul Boom no es, en absoluto, una autobiografía penosa y desgarradora. (Ya he escrito una de esas). Sólo quería darte una idea, un aperitivo, una muestra de mi singular y peculiar prehistoria. Hoy puedo decir con orgullo que el inusual telón de fondo y caldo de cultivo de arte, religión, odio hacia mí mismo y disfunción social me convirtieron en la persona que soy. Además, me convirtió en un buen candidato para el papel de Dwight y muchos otros personajes inadaptados que he interpretado como actor a lo largo de los años.

¡Y el viaje continúa!

Algunos aspectos de esta búsqueda espiritual personal son explorados en la serie de televisión de Peacock, Rainn Wilson and the Geography of Bliss, en la cual viajo por el mundo para ver si podemos aprender de otras culturas algunas lecciones sobre la felicidad.

Las mismas grandes preguntas sobre la vida que me obsesionaban en mi veintena fueron la piedra angular inspiradora que me llevó a fundar Soul-Pancake, un sitio web, canal de YouTube y estudio de producción que se especializaba en crear contenido inspirador y promover el diálogo sobre la belleza y el drama del hecho de ser humanos. Nuestro exitoso libro, Soul-Pancake: Che won Life’s Big Questions, era un libro de trabajo basado en muchas de las profundas cuestiones e interrogantes espirituales con las que he lidiado en mi juventud y con las que continúo batallando en las próximas páginas.

Creo que explorar las grandes preguntas de la vida es una parte emocionante e importante de nuestro frágil y estimulante camino como humanos. Lo he visto una y otra vez: en mi estudio de varias tradiciones religiosas, en mi vida como bahaí y en mi trabajo con Geography of Bliss, SoulPancake y en el podcast Metaphysical Milkshake, el cual presento con el escritor/provocador Reza Aslan. Y mis batallas personales con los demonios de la salud mental me han proporcionado una experiencia de primera mano en la arriesgada búsqueda de significado, propósito y serenidad desde una perspectiva espiritual.

Además, al parecer, ninguna de las otras personas que son mucho más inteligentes, sabias y espiritualmente evolucionadas que yo están escribiendo un libro sobre estos temas, así que, ¿por qué diantres no iba a hacerlo un actor raro con curiosidad espiritual?

Entonces… ¿podemos avanzar con el libro? ¿Ya tienes una ligera idea de los motivos que me llevaron a crear Soul Boom?

Bien. Sólo una cosa más. Más allá de mi interés y camino personal, hay un «por qué» más importante detrás de este proyecto. Mi motivación principal y primordial para escribir este libro no es tan introspectivamente personal como el tapiz que acabo de desplegar. La verdad se encuentra en estas palabras:

Necesitamos un cambio de opinión, una reformulación de todas nuestras concepciones y una nueva orientación de nuestras actividades. La vida interior del hombre, así como su ambiente exterior deben ser reformados si queremos asegurar la salvación humana.

Shoghi Effendi

Dado que todos los sistemas organizativos existentes están desintegrándose, necesitamos respuestas. Necesitamos soluciones. Necesitamos esperanza. Unidad. Amor. Compasión. Todas esas cosas empalagosas y profundas de las que es tan fácil burlarse y desestimar en nuestro cínico y acelerado mundo moderno. Y, sin embargo, creo sinceramente que, para que la humanidad pueda evolucionar a nivel individual y como sociedad, necesita un cambio total de perspectiva y una transformación sísmica de la forma en que lleva a cabo prácticamente todo. Esta es la «reforma» necesaria para la «salvación humana» a la que el gran líder bahaí y escritor Shoghi Effendi hace referencia en la cita de arriba.

Espero que consideres esta gran idea para abordar los problemas del mundo. Quizás la clave para sanar el caos y el dolor del mundo resida en el camino espiritual. Quizás haya herramientas espirituales y conceptos religiosos que puedan ayudarnos a nivel social, así como en nuestra propia transformación personal. Quizás se requiera una metamorfosis espiritual, no solo para que prosperemos, sino incluso para que sobrevivamos cuando estamos al borde de la aniquilación.

Entonces, amable lector, ¿cuáles son los temas que vamos a tratar en los próximos capítulos? Algún material realmente ligero: las pandemias, la muerte, Dios, la religión, la santidad, la conciencia, el sufrimiento, la transformación social y el significado de la vida. Eso sería todo. Iremos en peregrinaciones sagradas a Jerusalén y a la tierra santa bahaí, así como al futuro distante de la humanidad. Trataremos pequeños temas como la muerte, Dios, la conciencia y el alma. Conversaremos con alienígenas y desglosaremos todo lo que se está desmoronando actualmente en la sociedad, e incluso crearemos nuestra propia religión, nueva y asombrosa. Básicamente, estaré lanzando un montón de espaguetis espirituales contra la pared y, con suerte, alguno se quedará pegado.

Espero que este libro inicie el debate y te inspire, querido lector, a ver algunas ideas espirituales a través de lentes de diferentes colores. A veces de una forma bromista, a veces de una forma profunda y seria, intentaré explorar algún terreno muy antiguo con algunas perspectivas muy nuevas.

Además, porque me encantan las citas, a lo largo del camino habrá una gran cantidad de frases divertidas, inspiradoras, de personas muertas mucho más sabias que yo. Citas como ésta:

¿Te consideras sólo una forma insignificante

cuando dentro de ti el universo está plegado?

Imán Ali (Islam)

Y ésta:

El trabajo fundamental de la civilización es el desarrollo

de una comprensión espiritual cada vez más profunda.

Arnold Toynbee (historiador)

Este libro mostrará una amplia variedad de ideas (espirituales y de otro tipo). Toma lo que te guste y deja el resto. Espero que algunos conceptos te hagan gracia y otros no tanto. Pero también espero que este sea el comienzo de un debate. Que sea un referente. Una chispa. Y, con el tiempo, una muy necesaria transformación personal y social.

Una revolución espiritual. Una explosión a nivel del alma.

Pero ¿por dónde empezamos?

Empecemos con la televisión.

CAPÍTULO UNO

LARGA VIDA Y PROSPERIDAD, PEQUEÑO SALTAMONTES

Cuando pienso en la espiritualidad y en los años setenta, me viene a la mente una palabra en particular. Y no es «meditación», ni «LSD», ni «gurú», ni «incienso», ni «chakras». Es «televisión».

En los años setenta pasé mucho tiempo mirando la televisión. Y cuando digo mucho quiero decir mucho.

Solía ver las grandes series como M.A.S.H., Todo en familia, El show de Mary Tyler Moore y El show de Bob Newhart. Series que me inspiraron a esforzarme para convertirme, eventualmente, en uno de esos memorables personajes secundarios graciosos de las series cómicas que me encantaban y me hacían reír con tanto entusiasmo delante de nuestra tele en blanco y negro.

Pero también me atraían esos programas porque en ellos había familias muy reales, imperfectas como la mía, con las que me resultaba fácil identificarme. Anhelaba no vivir con mi familia disfuncional, sino con Meathead y Gloria en Queens, o ser un paciente de Bob Newhart en su consultorio de Chicago, o un practicante en el programa de Mary Tyler Moore. Incluso hubiese aceptado ser reclutado y tener que limpiar letrinas en la unidad 4077 de M.A.S.H., en lugar de tener que comer un extraño pastel de carne preparado sin amor con la familia Wilson de Lake Forest Park (Washington).

¿Acaso no es ése el motivo por el cual tanta gente mira la televisión? ¿Por el que vemos maratones de nuestras series favoritas repetidamente? No importa cuál sea el contexto (una comisaría de policía, una nave espacial, una empresa papelera), anhelamos pasar tiempo con esas graciosas familias de ficción, amorosas e imperfectas. Quizás incluso un poco más de lo que anhelamos estar con las nuestras.

Pero, cuando miro hacia atrás a través de la niebla amarilla del tiempo y recuerdo esa década, hubo dos series que influyeron en mi identidad y en mi viaje espiritual. Y, por muy loco que parezca, también creo que esas dos series, Kung Fu y Star Trek, definen y ponen en perspectiva cuál es la realidad de nuestro viaje espiritual.

La primera de estas series, Kung Fu, era una obra de arte, un programa que definía a los años setenta y reflejaba sus valores y sus entrañas. Originalmente concebida por el gran Bruce Lee (luego otros se la apropiaron o la robaron), Kung Fu, seguía a Kwai Chang Caine, el hijo huérfano de un hombre blanco y una mujer china, que creció en un monasterio shaolín en China a finales de 1800, al que llamaban «pequeño saltamontes» y que aprendió a luchar con gran destreza. Cuando ya es un adulto en el siglo xix, viaja a Estados Unidos en la época de los vaqueros del Lejano Oeste en busca de su medio hermano, Danny Caine y es un extraño en una tierra más extraña aún.

Dondequiera que fuera Kwai Chang Cain (llamémoslo KCC), llevaba su claridad moral, su sabiduría oriental y su iluminación espiritual al violento caos del Lejano Oeste. Cada episodio incluía algún tipo de dilema moral y alguna forma de injusticia social en la que KCC defendía a los débiles, al principio de una forma pacífica, usando un gran razonamiento y una gran compasión, y finalmente culminando en la gran pelea omnipresente en la que «un monje kung fu llevado al límite se enfrenta a un vaquero racista y malévolo».

David Carradine (Bill en la película Kill Bill de Quentin Tarantino) era sumamente sabio (y tenía una increíble patada de dragón). Sin embargo, al recordar la serie ahora, lo único que puedo pensar es, «¡¿Por qué diablos contrataron a un actor blanco para interpretar el papel de un chino?!». Y también, en menor medida, «Espera… En realidad, no es él quien hace todos esos movimientos de artes marciales, ¿o sí? Pareciera como si lo hubiesen cortado de la escena a último momento ¡y estuviesen mostrando el pie de otra persona golpeando el mentón de ese oficial malvado!».

Pero, dejando de lado el escandaloso racismo institucional, la profundidad y verosimilitud de Carradine como monje budista seguía siendo fuera de serie. Especialmente para un desgarbado buscador espiritual de 9 años en los suburbios de Seattle en 1975.

KCC tenía una calma hermosa y enternecedora. Una energía tranquila, serena y centrada que brillaba en contraste con los hombres occidentales borrachos, racistas, con los que solía entrar en conflicto. Cuando alguien decía algo impulsivo, malévolo, irracional y falto de compasión (lo cual ocurría unas treinta y siete veces en cada episodio), su rostro se estremecía y podías sentir el dolor dentro de su cálido y sereno corazón shaolín.

(Dicho sea de paso, las estrellas invitadas en esta breve serie [de sólo tres temporadas] incluyeron a Jodie Foster, Leslie Nielsen, Harrison Ford, Carl Weathers, William Shatner, Pat Morita y Gary Busey. ¡Qué gran elenco!).

No puedo expresar cuánto me gustaba esa serie. La veía cada vez que la ponían. Todas las semanas, buscaba en la programación televisiva del diario dominical para ver si la iban a repetir. Mis amigos y yo tratábamos de recrear las escenas de lucha y discutíamos a gritos cuál de nosotros sería KCC. Aunque era igualmente divertido interpretar al «vaquero racista», porque entonces podías decir palabrotas y escupir mucho.

Y la serie era leeeenta. Realmente lenta. Era lenta incluso en comparación con la lentitud del promedio de dramas de una hora de duración de los años setenta. Hacía que Los Walton pareciera 24. No se parecía en absoluto a las series de televisión actuales. Había conversaciones interminables en cabañas mal iluminadas. Laaargos paseos por unas vías de tren que se parecían sospechosamente a las carreteras que están en el terreno ubicado detrás de Warner Brothers, en las colinas encima de Burbank. Y esa flauta… Había tomas en las que KCC tocaba unas melodías funestas, vagamente chinas, con su flauta de madera. Y luego estaba la parte esencial de la serie: los flashbacks.

Cuando KCC se enfrentaba a algún dilema, una neblina vaporosa cubría el lente de la cámara, se oía la melodía de una flauta china, aparecía una imagen borrosa de la llama parpadeante de una vela y la escena volvía al monasterio shaolín, donde se encontraban KCC y sus maestros, Kan y Po.

El Maestro Po era un monje ciego que tenía unas inquietantes córneas blancuzcas. En una memorable ocasión dijo: «Nunca des por sentado que, porque un hombre no tiene ojos, no es capaz de ver». (Muy cierto, maestro Po, muy cierto).

El maestro Kan, quien llamaba «pequeño saltamontes» al joven novicio KCC, mostraba la palma de su mano, en la que había una pequeña piedra: «Cuando puedas arrebatarme el guijarro de la mano, entonces será tu hora de partir». El joven KCC lo intentaba una y otra vez, y cuando finalmente lo logró, demostró su dominio de sí mismo. Sólo entonces se le permitió recoger con sus antebrazos desnudos una urna gigante de metal ardiente con brasas al rojo vivo en su interior y el emblema de un dragón en su superficie, lo cual le dejó unas cicatrices en forma de dragón en los brazos, las cuales lo identificaron para siempre como monje shaolín. Luego tuvo que caminar sobre papel de arroz, que estaba extendido en el suelo como una alfombra, sin dejar las marcas de sus pies. Después de pasar estas pruebas, finalmente fue libre para abandonar el monasterio.

Cada episodio de la serie abordaba el tema de las sombras más oscuras de la naturaleza humana y su remedio, el opuesto espiritual correspondiente. Por ejemplo, había un episodio sobre la venganza, en el cual una mujer que era maltratada en una granja quería vengarse de un ranchero malvado y entonces retrocedíamos en el tiempo a una escena en que el maestro de KCC decía, en un tono de voz aflautado, «La venganza es una vasija de agua que tiene un agujero. No lleva nada, excepto la promesa de la vacuidad. Responde al daño con justicia y perdón, pero con amabilidad, siempre con amabilidad». Y luego veíamos, en el mismo episodio, que aunque a KCC le resultaba difícil, al final seguía las indicaciones de su mentor. Y no sólo eso: además, KCC enseñaba a otras personas lo que había aprendido de sus guías espirituales durante su infancia en China. Su tranquilidad y una energía semejante a la de Jesús afectaban y transformaban a las personas a su alrededor. Y, a la larga, también cambiaban de una forma positiva a los millones de miembros de la audiencia que seguían la serie desde sus sofás.

De ese monasterio del siglo xix (un dato divertido: era el castillo del musical Camelot, en el que Robert Goulet y su bigote cantan If Ever I Would Leave You, el cual había sido disfrazado para parecer una antigua comunidad china de artes marciales/religiosa con hiedra y caminos de piedra, cascadas, campanas y carrillones de bambú), emanaba una sabiduría que continúa siendo tan valida hoy como lo era en 1975 (o en 1875). Eran enseñanzas que podrían haber provenido de Jesús, o de Buda, o del profeta Mahoma.

Entonces, queridos amigos, ha llegado la hora de jugar a un pequeño juego:

¿KUNG FU O UNA FAMOSA CITA RELIGIOSA?

¡Vamos! ¡Intenta averiguarlo!

CITA

KUNG

FU

TEXTO

SAGRADO

EXTRA:

NOMBRA EL TEXTO

1 «Odiar es como beber agua salada. La sed aumenta».

2 «Una mala actitud estropea una buena acción, de la misma manera en que el vinagre estropea la miel».

3 «El raciocinio se destruye cuando la mente está confusa. Cuando el raciocinio es destruido, uno cae».

4 «Toda vida es valiosa y nadie puede ser reemplazado».

5 «Toda vida es sagrada… La espina defiende a la rosa y sólo daña a quienes intentan robar la flor de la planta».

6 «Los verdaderos creyentes caminan con modestia, y cuando los necios se dirigen a ellos con palabras duras, responden: "¡paz!"».

7 «La paz no reside en el mundo, sino en la persona que sigue el camino».

8 «No os acongojéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia congoja. A cada día le basta con sus propios problemas».

9 «No hay nada tan desobediente como una mente indisciplinada».

10 «El miedo es la única oscuridad. La vulnerabilidad prevalece sobre la fuerza».

11 «Un corazón apacible da vida a la carne, pero la envidia es la podredumbre de los huesos».

12 «Aprende más formas de preservar, que de destruir».

13 «La humanidad es una sola hermandad: así que haz las paces con tus hermanos».

14 «Los carpinteros dan forma a la madera; los sabios se dan forma a sí mismos».

Respuestas: 1. Kung Fu, 2. Un dicho hadiz del islam, 3. Bhagavad Gita, 4. Kung Fu, 5. Kung Fu, 6. El Corán, 7. Kung Fu, 8. La Biblia, 9. Buda, 10. Kung Fu, 11. La Biblia, 12. Kung Fu, 13. El Corán, 14. Buda.

Ojalá los racistas que se están manifestando en lugares como Oregón, Washington, DC y Virginia dejaran verdaderamente que todas esas palabras de sabiduría espiritual de la antigüedad penetraran en su ser. O los políticos que se pelean vengativamente en los pasillos del Congreso. O las personas que gritan en los programas de debate en los medios de comunicación. O los que escriben en Twitter frases furiosas, amenazadoras y críticas. Todos nosotros, de hecho.

El joven KCC diría, «Maestro, ¿debemos buscar la victoria en el combate?». Y el sabio maestro respondería, «Más bien, procura no combatir». El joven KCC respondería, «¿Pero entonces no seríamos derrotados?». Y el maestro respondería otra vez con el equivalente budista de un broche de oro: «Sabemos que ahí donde no hay contienda, no hay derrota ni victoria. El sauce flexible no lucha contra la tormenta, y sin embargo sobrevive».

¡Boom! ¡Victoria taoísta del maestro Po!

¿Y acaso no se trata de eso? En definitiva, buscamos ser el sauce flexible en un mundo de tormentas. Y continuamos intentándolo una y otra vez, sin importar las escasas ocasiones en que lo logramos.

Éstas son las lecciones trascendentales de Kung Fu: transitar por el camino espiritual con una actitud práctica; intentar desapegarnos de los impulsos más básicos de nuestros instintos animales, como la ira, la lujuria y la codicia; tratar de llevar a nuestro yo superior a cada interacción; y recurrir a los maestros sabios para que nos guíen cuando nos enfrentemos a pruebas y dificultades.

Esos maestros existen en la vida de todos. Tenemos guías espirituales en forma de padres y abuelos, profesores y mentores que nos ayudan a lo largo del camino. También tenemos grandes maestros religiosos históricos, como Jesús, Lao-tzú, Mahoma, Baha’u’llah, Krishna, Confucio, Buda, Moisés y los profetas de la Torá: todos ellos son guías cuyas enseñanzas han ayudado a millones de personas a lo largo de este mismo camino.

Y únicamente cuando es nuestro último recurso, cuando estamos entre la espada y la pared, es necesario que le demos una paliza a un vaquero malvado con nuestros humildes pies (descalzos).

Kung Fu siempre me acompaña y pienso a menudo en la serie. Y he hablado de ella en este primer capítulo, quizás largamente, para exponer una de las ideas principales que sustentan este libro:

Todos estamos en un camino espiritual

Tanto si eres consciente de ello, como si no lo eres, todos somos KCC a nuestro estilo. Buscamos adquirir sabiduría, alimentar nuestras virtudes y dominar las partes más oscuras de nosotros mismos, llenas de ego. Cada lector recurre a la sabiduría de su propio pasado, a las enseñanzas de sus padres, o a su tradición religiosa, o a mentores importantes. Todos queremos ser mejores personas, que nuestros corazones sean sinceros y nuestras almas radiantes. Y buscamos esto a pesar de las vicisitudes del mundo a las que nos enfrentamos a diario.

Vamos a probar un ejercicio sencillo. Imagina que estás en 2023 en Estados Unidos (o donde tú vivas) y eres un monje contemporáneo. Un sabio discípulo de una filosofía ancestral y de una práctica de artes marciales de miles de años de antigüedad. Eres delgado y tienes una gran destreza corporal. Una mente serena y un corazón abierto. Sales de tu casa/piso/edificio y entras en el coche/metro/autobús. Tienes tus llaves, tu billetera, tu teléfono y tu vaso de café. Estás en un viaje. El viaje del día que tienes delante y del viaje más amplio de tu búsqueda de sentido y propósito.

Has salido a intentar ganarte la vida para mantener a tu familia o quizás a recibir una educación en una universidad. O quizás estás yendo a comprar víveres para tu hogar o a una entrevista de trabajo.

¿Con qué te vas a encontrar en el mundo moderno? ¿Con innumerables personas corriendo de aquí a allá frenéticamente? ¿Mirando sus teléfonos en sus coches, en las aceras, en los autobuses, en los ascensores y en sus mesas de trabajo? ¿Ingiriendo una siempre renovada fuente de noticias, correos electrónicos, imágenes, memes, vídeos y puestas al día de familiares y amigos? Unas puestas al día que, aunque son refrescantes en tu teléfono, nunca son realmente refrescantes para tu mente, tu corazón y tu alma.

Pero, sólo por hoy, vas a tomarte un descanso de esa agitación. Por el momento, tienes suficiente información y suficientes puestas al día y memes e imágenes en tu cabeza.

Y si dejas ir esas distracciones, ¿con qué te encontrarás en el mundo exterior? No será con un vaquero borracho y enojado, pero quizás sí con otras energías igualmente tóxicas. Con alguien que es maleducado o crítico, quizás. Con egocentrismo, probablemente. Con conflicto. Ansiedad. Ira. Con cosas que no van como las planeaste. Con personas que se comportan mal. Con algún tipo de sufrimiento. Rechazo. O, quizás, decepción (uno de los sentimientos más difíciles y complejos para mí, personalmente).

¿Y cómo te vas a enfrentar a esos desafíos? ¿Serás sacudido como una hoja en una tormenta? ¿O los aceptarás como parte de la vida? Como dijo Buda (supuestamente): «El dolor es seguro. El sufrimiento es opcional».

¿Vas a permitir que unos cretinos poco evolucionados afecten a tu serenidad y determinen tu línea de conducta? ¿O te deslizarás, hábil y metafóricamente, entre ellos, sin buscar un enfrentamiento, sino «ganar al no pelear»? ¿Recurrirás sabia y plácidamente a tu pozo profundo de sabiduría interior y sortearás esos problemas como un sauce en el viento?

Después de todo, todos somos pequeños KCC en un camino del Lejano Oeste, acosados por las pruebas y teniendo que superar tanto los obstáculos externos como los gritos insistentes de los deseos, las necesidades y las pasiones descontroladas del ego interior.

Para muchas tradiciones religiosas, estamos en este mundo, básicamente, por dos motivos. Nuestra misión/propósito/razón de vivir, tiene dos componentes, dos caminos. En la religión bahaí (y me encanta esta directriz, porque es simple y clara), lo llamamos nuestro «doble propósito moral».

Por un lado, nuestro viaje espiritual tiene que ver con nuestra transformación personal. La espiritualidad y la religión deberían hacer que nuestra vida mejorase, y mostrarnos el camino hacia la paz y la iluminación personal. Si no cumplen ninguna de estas dos funciones, entonces deberíamos desecharlas. La sabiduría de la fe, o hace que nuestra vida sea mejor, incrementando nuestra serenidad y convirtiéndonos en mejores personas, o no hay ningún motivo para tenerla en nuestra vida.

Kung Fu es una expresión de esta parte del doble camino. El camino personal, interior. Mientras intentamos transitar por el camino espiritual con unos pies prácticos (que ocasionalmente dan algunas patadas), a menudo nos sentimos amedrentados por los obstáculos que el mundo exterior nos presenta. Y, lo que es más importante aún, con frecuencia nos sentimos abrumados por los obstáculos que nosotros mismos creamos. Éstos surgen de nuestro interior para mantenernos estancados e inmovilizados, y ocasionalmente para crear caos en nuestra vida. Dejamos que el agobio y la resistencia nos impidan alcanzar los objetivos que nos hemos marcado. A menudo, tenemos voces internas negativas que, consistente y corrosivamente, nos echan abajo y nos impiden avanzar. Nos convertimos en esclavos de adicciones que nos sabotean y destruyen nuestra vida o nos carcomen por dentro insidiosamente. Los rasgos de carácter negativos como la envidia, los celos, la ira y el resentimiento suelen intoxicar nuestras vidas, alejándonos cada vez más de la vida que soñamos –una vida rica y satisfactoria, llena de alegría y contento–. Y la lista sigue y sigue.

Creo que las tradiciones y enseñanzas espirituales son como el entrenamiento shaolín de KCC. Son unas herramientas que, cuando las ponemos en práctica (una y otra vez), pueden ayudarnos a movernos por los bajíos rocosos de un indiferente y abrumador mundo exterior. Un mundo en el debemos alquilar, trabajar y tener un seguro de salud. Un mundo lleno de rechazo, estrés, jefes idiotas y compañeros de piso desquiciados. De tentaciones y seducciones externas de drogas, alcohol, sexo, poder, prestigio, estatus, dinero e innumerables distracciones en las pantallas que viven en nuestros bolsillos.

Cuando seas capaz de arrebatar la piedra de la mano de ti mismo, habrás pasado la prueba definitiva. Cuando puedas caminar sin esfuerzo sobre el papel de arroz de tu propio ego sin dejar una marca, entonces podrás salir del monasterio simbólico siendo un maestro o una maestra de tus impulsos más egoístas y oscuros. Un monje-guerrero espiritual que emerge al mundo para enfrentar a las oscuras y peligrosas adversidades, y a las tentaciones más dañinas.

Los caminos espirituales de la mayoría de la gente acaban ahí, en lo personal. Cuando la mayoría de las personas piensan en herramientas espirituales para el cambio, el crecimiento, y para encontrar la paz, piensan en hacer un trabajo interior para aumentar la serenidad, la perspectiva y la sabiduría. En la cultura estadounidense contemporánea, rara vez vemos el camino espiritual como algo que tiene que ver con la paz, la serenidad y la sabiduría de la totalidad de la humanidad.

Esto me lleva a la siguiente parte de nuestro viaje, a la otra rama del doble propósito moral: nuestro viaje espiritual no como personas individuales, sino como un colectivo, como especie en el planeta (un planeta que estamos a punto de destruir).

Entramos en Star Trek, esa gran serie de televisión de los años setenta que aborda precisamente este tema. Fue una obra de arte original de Gene Roddenberry. (Nota: Soy muy consciente de que Star Trek fue una serie de los años sesenta. Pero no alcanzó relevancia y popularidad hasta los setenta).

Star Trek es una mitología y un fenómeno cultural difícil de encapsular. Quizás, querido lector, hayas visto todos los episodios y, al igual que yo, hayas memorizado muchas frases de la serie. Pero lo más probable es que sólo hayas visto uno o dos y sólo sepas vagamente de qué va la serie, aparte de conocer algunas de sus frases más veneradas por la cultura popular como, por ejemplo, «Teletranspórtame, Scotty», «Para llegar donde ningún otro hombre ha llegado jamás» y «¡Lo estoy haciendo lo mejor que puedo, Capitán!».

Resumiendo. En el siglo xxiii, la humanidad está buscando valientemente nueva vida y nuevas civilizaciones con su flota de naves espaciales llamada Starfleet. La serie muestra a la nave espacial USS Enterprise, dirigida por el capitán James T. Kirk, interpretado por el legendario William Shatner. Él y su leal tripulación, incluyendo al vulcano-humano Spock (Leonard Nimoy), exploran sistemas estelares en las afueras de la galaxia, responden a llamadas de auxilio y, por lo general, tienen todo tipo de aventuras de ciencia ficción, divertidas y peligrosas, vistiendo unos elegantes y ajustados uniformes.

Su humanidad es puesta a prueba en cada episodio. El elenco y el equipo de la nave Enterprise son desafiados tanto personal como profesionalmente, moral e intelectualmente, de forma metafórica y práctica.

Lo que quizás sea lo másimportante de Star Trek es que la raza humana ha solucionado sus problemas en el planeta Tierra mediante la ciencia y una sabiduría emocional compuesta de moderación, razón y madurez. Esta humanidad que ha despertado espiritual e intelectualmente luego intenta difundir y compartir su naturaleza evolucionada mientras explora la galaxia de una forma pacífica.

El espectador puede ver Star Trek simplemente en un nivel básico, como una serie de ciencia ficción con rayos láser, naves espaciales, unos alienígenas geniales y unos personajes memorables. Mucha gente lo hace. En gran medida, eso fue lo que atrajo a mi yo de seis años hacia esa serie a principios de los setenta. (Y, desafortunadamente, las películas que J. J. Adams ha producido recientemente funcionan casi exclusivamente a ese nivel).

Pero el milagro de Star Trek y el motivo por el cual ha pasado la prueba del tiempo como parangón de gran televisión es por la forma en que vive en un nivel simbólico. En Star Trek todo es una metáfora. (Como lo es todo en este plano físico. Si no lo crees, pregúntale a Platón. Hablaremos sobre eso más adelante).

La serie abordaba metafóricamente todos los grandes desafíos de la sociedad de la década de los sesenta (la guerra, el racismo, los avances tecnológicos), desde el punto de vista de una raza humana iluminada. Ésta no era una serie acerca del crecimiento personal; era una serie sobre la transformación colectiva.

Tomemos como ejemplo el racismo, un flagelo que ha matado a millones de personas a lo largo de los siglos, ha incitado al odio y ha mantenido a la humanidad dividida desde el inicio de los tiempos. Roddenberry y sus excelentes guionistas de ciencia ficción abordan este tema en múltiples episodios de la serie. ¿Por qué? Porque Roddenberry creía que era un problema que la humanidad acabaría superando, inevitablemente, en su maduración final.

«¿Intolerancia en el siglo xxiii? ¡Improbable! –dijo Roddenberry–. Si la humanidad sobrevive tanto tiempo, habrá aprendido a deleitarse con las diferencias esenciales entre las personas y las culturas». También dijo: «tenemos que aprender a vivir juntos o, con toda seguridad, pronto moriremos todos».

¿Deleitarse con las diferencias esenciales entre culturas? ¡Genial! (La «unidad en la diversidad» es una de las enseñanzas centrales de la fe bahaí, y siendo un joven bahaí esto me impresionó sobremanera).

Como un ejemplo, en el episodio titulado Let That Be Your Last Battlefield, un hombre que es negro en el lado derecho de su cuerpo y blanco en el lado izquierdo, está peleando con un hombre que es blanco en el lado derecho y negro en el izquierdo. Bele y Lokai.

Durante decenas de miles de años, las personas del planeta Cheron han estado en guerra, simplemente por la naturaleza inversa de su tez resplandeciente. Bele y Lokai han estado persiguiéndose el uno al otro en la galaxia durante cincuenta mil años, enlazados por el odio. Cuando abordan el Enterprise y son llevados de vuelta a Cheron, todos ahí están muertos. Consumidos por los fuegos de una intensa guerra de racismo. Y Bele y Lokai no son capaces de ver lo que es patentemente obvio: que son de la misma estirpe. Lee esta conversación:

Bele: Es evidente para las mentes más simples que Lokai es de una raza inferior.

Sr. Spock: La evidencia visual obvia, Comisionado, es que él es de la misma raza que usted.

Bele: ¡Yo soy negro en el lado derecho!

Capitán James T. Kirk: No logro ver una diferencia significativa.

Bele: Lokai es blanco en el lado derecho. Todo su pueblo es blanco en el lado derecho.

Antes de marcharse, Bele acusa al capitán Kirk de ser un «soñador idealista», y los dos enemigos se «teletransportan» sólo para continuar con su batalla mortal en la superficie del planeta, siendo los dos únicos miembros de su especie que quedan vivos.

Quizás esto sea un poco tonto y anticuado. Un poco obvio, tal vez. Pero para un niño en Olympia (Washington), en los años setenta, era algo profundo e impactante. Y, nos guste o no, sigue siendo relevante.

Esto me proporcionó (a mí y a millones de personas) una gran inspiración respecto a la capacidad futura de la humanidad de resolver los importantes problemas del racismo y los prejuicios. El capitán Kirk decía frases que la mayoría de la gente probablemente consideraría ingenuas como, «Los prejuicios que unas personas sienten hacia otras desaparecen cuando llegan a conocerse». No hay nada más cierto que eso.

Sin embargo, no hay nada que haya abordado el tema racial mejor que un episodio histórico titulado «Los hijastros de Platón», en el cual se emitió el primer beso interracial en la historia de la televisión y fue visto en millones de hogares. Kirk y la guapísima directora de comunicaciones, Uhura (interpretada por la brillante y hermosa Nichelle Nichols, ya fallecida), son obligados a besarse por una raza alienígena en una aventura. Lo que fue importante acerca de ese momento, fue que el beso no fue gran cosa para la tripulación del Enterprise. La humanidad había superado, mucho tiempo atrás, las desacertadas preocupaciones acerca de que personas de razas distintas tuvieran relaciones. Lo que hizo que ese beso fuera revolucionario, fue el hecho de que no fuera considerado gran cosa.

Ese único beso, visto por millones de personas, abrió las puertas a la aceptación del matrimonio interracial y ayudó a madurar y elevar los problemas relacionados con los derechos civiles y la raza en una época volátil. Todo eso fue aceptado porque fue visto a través del lente de una ciencia ficción fantasiosa.

Existen muchos otros ejemplos de episodios que fueron espejos metafóricos de los oscuros espasmos sociales que estaban convulsionando al planeta Tierra a finales de los años sesenta.

La idea de entender al otro, de sentir empatía con una especie distinta a la tuya, era un tema recurrente en la serie. Dondequiera que fuera en la galaxia, la tripulación del Enterprise era llamada a profundizar su compasión y comprensión de «los alienígenas». A ir más allá de lo que es seguro, cómodo y «humano». El episodio titulado «La metamorfosis» es una historia de amor entre un humano y una nube alienígena. Luego está «Arena», donde Kirk lucha contra el reptiliano Gorn y acaba dándose cuenta de que el malvado Gorn siempre creyó que los agresores eran los humanos. Y «El demonio en la oscuridad» cuenta la historia de unos humanos que han estado matando a los bebés de una criatura extraña llamada la Horta, y acabamos comprendiendo, a través de la empatía y la razón, que los actos violentos de la Horta son en realidad los de una madre protectora.

Otro tema fue la idea de que la ciencia y la razón (y, en última instancia, la tecnología) podían superar todos los obstáculos. En el que quizás fuera el mejor de todos los episodios, «La ciudad al borde de la eternidad», la heroína, Edith (interpretada por Joan Collins) habla desde el pasado de la Tierra (el año 1930) acerca de su futuro:

Un día, pronto, el hombre será capaz de utilizar unas energías increíbles, quizás incluso el átomo… energías que podrían finalmente llevarnos a otros mundos en… en una especie de nave espacial. Y los hombres que se adentren en el espacio podrán encontrar la forma de alimentar a millones de personas hambrientas en el mundo y curar sus enfermedades. Serán capaces de encontrar la manera de darle a cada ser humano esperanza y un futuro en común. Y esos son días por los que vale la pena vivir.

Esencialmente, resume la visión utópica que Roddenberry tenía del futuro. (Alerta de spoiler: Kirk se enamora de ella. Ella muere. Debe morir para impedir que ocurra una realidad alternativa en la que los nazis ganan la Segunda Guerra Mundial. Una pena. Así fueron las cosas. Nota a mí mismo: complicado. Evitar a toda costa).

Y todo ese potencial tecnológico al que Edith hace referencia está resumido en un aparato que se halla en cada habitación de una nave espacial: el replicador. Una máquina en la pared que parece un microondas, pero que puede producir, a partir de moléculas aleatorias, cualquier cosa que uno quiera comer. Sopa. Moras. Chips de remolacha. Hot dogs. Lo que quieras. No sólo eso, sino que, en versiones posteriores de la serie, el replicador podía preparar prácticamente cualquier cosa que uno pudiera querer. Armas, órganos humanos, una llave inglesa, un muñeco de Dwight. ¿Te haces una idea…?

¿Puedes imaginar un mundo en el cual cada familia tiene un replicador? ¿Necesitas una bombilla para el refrigerador? Presiona un botón. ¿Quieres un bocadillo? Presiona un botón. ¿Un nuevo par de medias de lana, AirPods, o una lagartija como mascota? Presiona un botón.

Boom. La tecnología gana. El problema del hambre, resuelto. Abundancia al instante.

Al tener la ciencia del replicador, la humanidad es entonces capaz de progresar de una forma profunda y trabajar para alcanzar una paz duradera.

En Star Trek: The Next Generation, que tiene lugar aproximadamente cien años después de la serie original, la evolución sociológica/espiritual/emocional de la humanidad ha alcanzado un nivel de madurez incluso mayor. El conflicto, en sí mismo, ha sido eliminado.

Aparentemente, éste fue todo un desafío para los escritores de este spin-off de Star Trek, cuando estaba siendo creado a finales de los ochenta. Roddenberry insistió en que esta serie había superado todos sus instintos más básicos: la codicia, la lujuria y el poder. Lo cual podría hacer que la televisión fuera muy aburrida. Quiero decir, ¿cómo se supone que un guionista de televisión cree un buen drama si nadie está nunca en desacuerdo con nadie? De alguna manera, consiguieron hacerlo, y se convirtió en una serie magnífica.

En el siglo xxiv, no sólo se había eliminado el conflicto, sino también el dinero. Se insinuaba que el sistema económico se había liberado por completo de la riqueza y la pobreza, y de la codicia, el lucro y la adquisición. En ocasiones, a esto se le llama «Trekonomía».

El capitán Jean-Luc Picard (interpretado por el caballero más calvo en la historia del reino, sir Patrick Stewart) dijo en una ocasión, «La economía del futuro es un tanto distinta… El dinero no existe en el siglo xxiv… La adquisición de riqueza ya no es la fuerza que impulsa nuestras vidas. Trabajamos para que nosotros mismos y el resto de la humanidad mejoremos». (¿Te suena familiar? ¡Es el viejo doble propósito moral en acción!).