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Bal Khabra

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Beschreibung

A él lo persiguen y ella necesita seguidores en este romance deportivo de la autora de Collide. Elias Westbrook, un jugador de hockey recién fichado por los Toronto Thunder, lucha por marcar el primer gol de su carrera. Sin embargo, los tabloides no lo dejan en paz y publican cada uno de sus movimientos. Con todas las expectativas que pesan sobre sus hombros, Eli solo quiere desaparecer de la escena pública. Tras bambalinas está Sage Beaumont, una bailarina que aspira a entrar en una de las compañías de ballet más importantes del país, pero el gran motivo que le impide alcanzar su sueño poco tiene que ver con su técnica. Lo que no la deja ser bailarina principal es su falta de popularidad en las redes. Cuando Sage y Eli se conocen, encuentran la posibilidad perfecta para alcanzar sus objetivos. Si fingen que están en una relación, ambos saldrán beneficiados: él conseguirá paz y ella, seguidores. Pero el primer paso en este pas de deux será acordar unas reglas imposibles de romper, ¿verdad?

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Seitenzahl: 475

Veröffentlichungsjahr: 2025

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A él lo persiguen y ella necesita seguidores en este romance deportivo de la autora de Collide.

 

Elias Westbrook, un jugador de hockey recién fichado por los Toronto Thunder, lucha por marcar el primer gol de su carrera. Sin embargo, los tabloides no lo dejan en paz y publican cada uno de sus movimientos. Con todas las expectativas que pesan sobre sus hombros, Eli solo quiere desaparecer de la escena pública.

Tras bambalinas está Sage Beaumont, una bailarina que aspira a entrar en una de las compañías de ballet más importantes del país, pero el gran motivo que le impide alcanzar su sueño poco tiene que ver con su técnica. Lo que no la deja ser bailarina principal es su falta de popularidad en las redes.

Cuando Sage y Eli se conocen, encuentran la posibilidad perfecta para alcanzar sus objetivos. Si fingen que están en una relación, ambos saldrán beneficiados: él conseguirá paz y ella, seguidores. Pero el primer paso en este pas de deux será acordar unas reglas imposibles de romper, ¿verdad?

BAL KHABRA

Bal es una escritora canadiense entusiasta del romance y amante de los libros. Antes de adentrarse en el mundo de la narrativa, pasó un tiempo hablando efusivamente de libros en redes sociales. Le encanta leer y ver películas sobre el amor y, ahora, escribir historias igual de románticas.

PLAYLIST

Ver aquí

 

 

TAKE CARE | Beach House

WASH. | Bon Iver

FALLEN STAR | The Neighbourhood

WILLOW | Taylor Swift

SATURN | SZA

RYDER | Madison Beer

CRY BABY | The Neighbourhood

MATILDA | Harry Styles

BE MY BABY | The Ronettes

WHEREVER YOU GO | Beach

House MOONLIGHT | Chase Atlantic

STARGIRL INTERLUDE | The Weeknd, ft. Lana Del Ray

BE HONEST | Jorja Smith, ft. Burna Boy

LET THE LIGHT IN | Lana Del Ray, ft. Father John Misty

FADE INTO YOU | Mazzy Star

REDBONE | Childish Gambino

EVERYWHERE, EVERYTHING | Noah Kahan

REAL LOVE BABY | Father John Misty

LOVE GROWS (WHERE MY ROSEMARY GOES) | Edison Lighthouse

FOLDIN CLOTHES | J. C

Eres una luz en este mundo, no la desperdicies en gente que no pueda verla. Encuentra a quienes sí puedan.

CAPÍTULO 1 Elias

¡El chico de oro de los Toronto Thunder mantiene helado el hielo y derrite a las mujeres!

 

 

Ser un novato en la Liga Nacional de Hockey, la NHL, es tan difícil como imaginaba. Pero ser un novato en la NHL que está constantemente en los medios y todavía no marcó el primer gol de su carrera es aún peor.

En la recepción del hotel hay un par de revistas, pero la que está en la mesa de café tiene mi nombre en la portada y una foto borrosa de una mujer que sale de una discoteca conmigo detrás de ella. No suelo salir a celebrar las victorias, pero justo cuando lo hago me atrapan con una mujer. Si se molestaran en investigar un poco, sabrían que esa mujer es Brandy, la fotógrafa del equipo. Le había ofrecido llevarla a su casa y nunca me imaginé que fueran a tomarnos una foto.

No rechazo las fiestas y salidas a propósito, es solo que me cuesta celebrar algo en lo que no participé. Prefiero repasar los partidos y analizar mis errores para ver qué es lo que me impide marcar ese primer gol. Así que eso era exactamente lo que planeaba hacer esta noche.

Pero estamos en Dallas y sigo esperando en el vestíbulo del hotel a que mi habitación esté lista. Aunque sé que no debo hacerlo, miro mejor la revista y leo los titulares.

 

¿Westbrook se está perdiendo por la fama? ¿Otra mala decisión para los Toronto?

 

–¿Señor Westbrook?

Dejo caer la revista como si me hubieran atrapado leyendo algo ilícito y me dirijo a la recepción. Le doy las gracias al conserje por la llave y me lanza un guiño que no termino de comprender. Ignorando esa extraña interacción, subo en el elevador y me dirijo hacia mi habitación. Deslizo la tarjeta de acceso en la puerta y voy directo a la ducha.

El agua caliente me relaja los músculos tensos de la espalda y me hace olvidar la estúpida revista. El vapor sale de la ducha detrás de mí mientras me envuelvo una toalla alrededor de la cintura y paso otra por mi cabello. Me muero de ganas de meterme en la cama y ver el resumen del partido, pero me freno en seco al ver lo que hay en mi cama. O más bien, quién está en mi cama.

¿Qué carajo?

Doy varios pasos hacia atrás aferrado a la toalla.

–Lo siento, ¿me confundí de habitación? –digo.

Sé que no, veo mi equipaje. Ahora entiendo por qué el conserje me guiñó el ojo. El pelo rubio largo de la mujer cae en ondas alrededor de su rostro, sus labios pintados de rojo y sus dientes perfectos forman una sonrisa. Está acostada en la cama king size con una de las batas que ofrece el hotel y los bocadillos del minibar a medio comer esparcidos sobre las sábanas.

–Para nada. –La sonrisa traviesa que pone cuando se sienta me resulta inquietante.

–No estoy seguro de a quién estás buscando, pero definitivamente no es a mí.

–Créeme. –Sus ojos recorren cada centímetro de mi torso y se detienen en las gotas húmedas que se deslizan por mi abdomen–. Te estoy buscando a ti, Eli.

Si esto es una broma, voy a matar a mis compañeros de equipo.

–Pensé que querrías celebrar la victoria de esta noche –ronronea, dando un paso hacia mí.

Solo celebraría si hubiera anotado un gol, y eso aún no ha sucedido. Así que retrocedo hacia la puerta.

–Seguro encontrarás a alguien interesado en tu propuesta.

Alza tanto las cejas que interpreto que nunca la habían rechazado.

Como mi negativa no hace que se vuelva a vestir y se vaya como yo esperaba, me doy la vuelta y me voy yo. Desnudo salvo por la toalla, camino por el pasillo hacia la habitación de Aiden, que está a unos pocos metros de distancia, en el sector de los novatos. Espero que todavía esté despierto.

Aiden Crawford, mi mejor amigo y compañero de equipo, no es como yo. Marcó el primer gol de su carrera en el momento en que pisó el hielo en nuestro primer partido. Su segundo gol llegó la noche siguiente, con una asistencia mía. Desde que se unió a los Toronto Thunder, su participación fue estelar y no podría estar más orgulloso de él. Además, Aiden no es de los que hacen una fiesta por cada gol. Sus ambiciones van más allá de un solo partido, una actitud que tiene desde que era nuestro capitán en la Universidad de Dalton.

Así que me imagino que tampoco está celebrando, y eso espero, porque los huéspedes del hotel circulan por el pasillo y uno de ellos parecía especialmente interesado en mi cuerpo semidesnudo. Si me reconocen, comenzará la catarata de fotografías.

–¡Aiden! –Toco más fuerte de lo que debería y logro atraer más miradas todavía cuando se abren de nuevo las puertas del elevador para liberar otra oleada de huéspedes. Fantástico.

Estoy por llamar de nuevo cuando Aiden abre la puerta y me mira con curiosidad.

–¿Qué pasa?

Antes de que pueda contarle, el motivo de mi presencia allí sale de mi habitación y me busca por el pasillo.

–O sea… –Señalo a la chica y me abro paso a toda prisa hacia su habitación.

–¿Otra vez? –Aiden se ríe entre dientes y cierra la puerta. Tiene el teléfono en la mano y veo que estaba en una videollamada con su novia, Summer.

–Hola, Brooksy. –Me saluda a través de la pantalla y yo le devuelvo el saludo, sujetando la toalla un poco más fuerte, aunque Summer probablemente sea inmune, ya que ha visto demasiado desde que empezó a salir con Aiden a principios de este año. Nos volvimos grandes amigos y no hay nada que no haría por ella.

–Necesitas custodia, viejo –me dice Aiden–. Estoy seguro de que esas personas que estaban en el pasillo te tomaron una foto.

Me siento en su cama y dejo caer la cabeza hacia atrás en señal de derrota. Yo solo quería ser un jugador profesional de hockey, pero ahora siento que el sueño se me escurre entre los dedos. No me importarían la atención y las opiniones si pudiera librarme de la presión del rendimiento. Es un peso que me quita la capacidad de hacer la única cosa en la que siempre fui bueno.

–¿Eli nos acaba de interrumpir en medio del acto... virtual? –pregunta Summer.

–Todavía sigo dispuesto si tú lo estás. –Aiden se encoge de hombros y le sonríe al teléfono.

Yo que pensaba que la relación a distancia me daría un respiro de sus demostraciones públicas de afecto...

–Creo que lo dejaré pasar –se ríe Summer–. ¡Diviértete en la pijamada!

–¿Cómo hago para concentrarme en el partido cuando sé que esto va a ser noticia mañana a primera hora? –Dejo caer la cabeza entre las manos.

Aiden deja su teléfono en la mesita de noche y me lanza una mirada compasiva, la que pone cada vez que ocurre algo estúpido como esto.

–Qué suerte de mierda la tuya, amigo. No puedo creer que la gente se crea eso de “la joven promesa convertida en playboy”.

Con ciertas dudas, había aceptado filmar un día en la vida de un novato de la NHL que se publicó en las redes del equipo y, en un giro inesperado, a los fanáticos les encantó y se volvió viral. No estoy seguro de si les gustaron los bloopers o si tal vez los inspiró mi rutina de ejercicios, pero en cuanto los medios descubrieron lo que les gustaba a los fanáticos, quisieron más. Y cuando cumplí los dos partidos sin meter ni un gol, comenzaron a llover las críticas. Empezaron a menospreciar mi talento y a decir que yo estaba en el equipo gracias a los contactos de mis padres. Pasé de ser el novato entrañable al playboy rico cuyo único objetivo es acostarse con alguien.

–Es mi culpa. Debería haberles dicho que no a los de marketing. –Cuando el equipo de redes sociales se acercó con ideas para crear más contenido, debería haber rechazado la propuesta, pero acepté como un estúpido pensando que beneficiaría a mi imagen.

–Habrían encontrado la forma de convencerte. Necesitan llamar la atención, sobre todo después de la cantidad de seguidores que perdieron el año pasado.

–“Jugador de hockey guapo que no puede marcar un gol”: ese será el próximo titular –digo y suspiro.

–Hiciste muchas asistencias. Créeme, pronto anotarás un gol. Solo necesitas un respiro. Algo que te quite la presión que sientes.

–Suena fácil, pero no todos podemos tener una Summer –murmuro.

–Es cierto –me concede y sonríe–, pero los medios solo me dejan en paz por su padre, que los cerraría antes de que pudieran intentar meterse conmigo.

El padre de Summer está en el Salón de la Fama de la NHL, y todos quedamos bastante deslumbrados cuando lo conocimos en nuestro último Frozen Four.

–Tal vez debería salir con él –bromeo.

–Suerte con eso. –Aiden se ríe y me lanza unos pantalones deportivos.

Cuando me estoy vistiendo, me vibra el teléfono. El entrenador me envió un mensaje. Es la sexta vez que me recuerda que mañana tenemos un evento. El equipo va a subastar citas con los jugadores.

–¿Vas a ir a la recaudación de fondos? –le pregunto a Aiden.

–Es obligatorio. Estarán todos los de la comisión directiva.

Genial.

***

Nuestro vuelo de regreso a Toronto esta mañana fue más tranquilo de lo esperado. No hubo más visitas sorpresa de fanáticos ni nuevos titulares. El hotel incluso se disculpó por lo de la mujer y dijeron que la habían dejado subir porque ella les había dicho que era mi prometida.

Al parecer, va a todos los partidos, ya sea que juguemos de locales o de visitantes. Su fanatismo sería digno de elogio si no fuera tan inquietante. Cuando entramos al salón, siento que el cuello de la camisa me ahorca.

–Relájate, hombre. –Aiden me da un codazo para que deje de jalarme el cuello–. Son solo unas horas y después nos vamos.

–Dices eso porque no eres tú al que están subastando.

La subasta se realiza todos los años y, como las que ofertan son mujeres mayores, al equipo de relaciones públicas le pareció una buena idea incluirme en la puja. O quizá solo me están haciendo pagar el derecho de piso...

Aiden se salvó usando a su novia como excusa.

–Estoy contigo, pero debes saber que harás muy feliz a la abuela de alguien. –Sonríe.

Pongo los ojos en blanco justo cuando se me acerca el entrenador; su sola presencia ya me da pánico.

–Westbrook. Un minuto. –Señala la barra.

No hace falta ser un genio para darse cuenta de qué se trata.

Cuando lo alcanzo, deja su teléfono en una mesa y en la pantalla se ve una foto de la chica de anoche saliendo del hotel en bata con mi cara debajo de otro titular:

 

El novato de los Toronto Thunder no guarda el silbato.

 

¿En serio? ¿Contrataron a un pasante para escribir esto?

–No suelo leer esta mierda, pero si el gerente general me pregunta por qué mi novato aparece más en las revistas que en la pista, no me queda otra opción.

Mierda. El gerente general, Marcus Smith-Beaumont, es el pesado entre los pesados. Si ha oído algo de esto, estoy seguro de que se volverá el tema de conversación de la comisión directiva, donde están todos los tipos que deciden si valgo el anticipo que me pagaron.

Cuando estaban a punto de contratarme, se rumoreaba que él estaba en contra de mi incorporación. No siempre seleccionan a dos jugadores de la misma universidad en un año, pero tampoco es algo tan extraño.

–Solo con los artículos sobre ti que han salido este mes, tienes para entretenerte un buen rato. –Su tono no es tan malo como debería, dado que estoy manchando mi imagen y eso a la empresa no debe gustarle–. Otro escándalo y otro partido en el que no metes un gol. No sé cuántas conferencias de prensa más podemos aguantar si siguen pasando estas cosas.

El camarero me ofrece una bebida, pero la rechazo.

–Todo es inventado. No tengo ni idea de por qué le están dando tanta importancia.

–Porque eres popular. La gente quiere más contenido tuyo desde que tu video se volvió viral. Es una gran publicidad, pero no será bueno para tu carrera que te conviertas en el próximo playboy.

–No soy eso.

–Lo sé, pero a la liga solo le importa lo que crean los fanáticos. Tienes que mejorar en el juego y mantener tu cama vacía.

Me paso la mano por el cabello, me está empezando a doler la cabeza.

–Lo entiendo.

–Quítate ese peso de encima y yo ignoraré a la prensa. No hagas que la empresa se cuestione tu contrato. Eres un buen jugador, Eli, puedo dar fe de eso, pero necesito que tú lo demuestres.

Toma la bebida que yo había rechazado, la bebe de un trago y se va. El eco de su consejo y el tintineo de vasos vacíos me aturden. La presión me abruma.

Si me quedo aquí un segundo más, se me podría reventar la cabeza. No quiero arriesgarme, así que corro hacia la puerta doble, indicándole a Aiden que necesito un descanso.

Y tal vez una solución a todos mis problemas.

CAPÍTULO 2 Sage

Bailarina quebrada.

Suena un poco extraño.

–Retomaremos las audiciones en primavera. No necesitamos más bailarines para el cuerpo. –Aubrey Zimmerman atraviesa las puertas giratorias de vidrio a toda velocidad.

¿El año que viene? Eso significa que se acabó la temporada de ballet. Otra más. Otra pila de facturas sin pagar. Otro año que pasó.

Bailarina quebrada y fracasada.

La frase no funciona tan bien.

–Señor Zimmerman, vine para la audición de la reina de los cisnes.

O escucha la desesperación en mi voz o mi declaración es tan desconcertante que lo detiene en seco. Me concentro en su nuca calva, que brilla con la luz del sol. No es un viejo, pero se lo ve bastante amargado para alguien de treinta y tantos. Supongo que eso es lo que esta industria le hace a una persona. A veces siento que no estoy muy lejos de eso.

Cuando se da la vuelta, sus labios se curvan de un modo que me hace inclinar la cabeza para tratar de comprender su significado. Pero entonces el sonido que sale de su boca me desploma los hombros.

Aubrey Zimmerman se está riendo de mí.

–¿La reina de los cisnes? ¿Interrumpiste al director artístico del Nova Ballet Theatre para autoproclamarte protagonista de El lago de los cisnes?

Bueno, cuando lo dice así, suena ridículo. Pero incluso con el desdén que desprenden sus palabras, me mantengo firme. Viajé tres horas para llegar a esta audición. Tres. El hombre que estaba sentado a mi lado en el autobús tenía un resfriado que, sin duda, me contagió cuando me estornudó encima. Como prueba de ello, un escalofrío me recorre la columna vertebral, aunque puede que sea producto de la mirada gélida de Zimmerman.

–Sí –chillo. Espero que mi postura esté transmitiendo confianza, porque mi ánimo cayó a las profundidades del infierno.

Se ríe entre dientes.

–Cuando empiece a recibir órdenes de cualquiera, te lo haré saber. Pero gracias por hacerme reír. Realmente lo necesitaba.

Empieza a sonar su teléfono y atiende la llamada, ignorándome mientras murmura algo sobre no volver a hacer audiciones en los barrios bajos de Ontario. Huntsville era la única ciudad con una audición abierta (en Toronto solo puedes audicionar si te invitan), así que, si bien llegué dos horas antes, tuve que esperar en la fila que daba la vuelta a la manzana. Para cuando llegué a la puerta, dieron por terminadas las pruebas antes de lo previsto. No se molestaron en ofrecernos ninguna alternativa.

Me quedo mirando cómo se aleja. Estoy furiosa. Su cabeza calva y sus hombros rectos se me quedan grabados en la memoria. Sin duda será el nuevo demonio de mi parálisis del sueño. Algunos transeúntes me miran con lástima y no hacen más que empeorar la situación. Es la misma mirada que recibí de la asistente del director.

Nada pareció convencerla de dejarme hacer la audición, ni siquiera el relato de mi terrible viaje ni, desde luego, la historia de mi amor por el ballet desde pequeña, esa que me había conseguido una participación en una exhibición de invierno el año pasado, y esperaba que funcionara de nuevo. Pero esa exhibición se había realizado en escuelas secundarias y universidades. No era exactamente una gran producción.

Una mujer vestida con un blazer y una falda tubo me hace señas para que me detenga.

–Perdón –dice, y su voz me saca de mis pensamientos–. Creo que se te ha caído esto. –Me entrega una hoja de papel.

La tomo y veo mi nombre en letras negritas en la parte superior.

–Es mi currículum. La asistente dijo que podía dejarlo en recepción.

Ahí está otra vez, esa mirada compasiva.

–Lo encontré en el suelo, junto al contenedor de reciclaje.

Sus palabras se me clavan como un puñal en el corazón. Se me escapa un sonido a mitad de camino entre un aullido y un sollozo; sonrío para que no note la fuerza con la que me aferro al currículum.

–¿Sabes? –susurra, mirando con cautela a nuestro alrededor–, estas audiciones son solo una formalidad. La mayoría de las bailarinas que han contratado esta temporada son las que tienen muchos seguidores en las redes sociales.

Abro la boca en shock. ¿Eligen a los bailarines por la cantidad de seguidores? ¿Eso es ético?

–Pareces decidida, así que quería que lo supieras –dice antes de irse corriendo.

Sus palabras solo consiguen intensificar la sensación de que estoy condenada al fracaso. Mis noventa y tres seguidores son una broma. Si la contratación se basa en ese número, nunca me tendrán en cuenta para el papel. Me desespero, tiro el currículum arrugado a la basura y me dirijo a la estación de tren, conteniendo una ola de lágrimas que dejaré salir en la ducha esta noche.

Me suena el teléfono y, antes de atender, me sacudo los pensamientos depresivos.

–Tengo un trabajo para ti. –La voz llega a través del altavoz.

–¿Cuidar a los hijos de tus jugadores? Son lindos, pero una vez uno me mordió y todavía tengo la cicatriz en el dedo.

Después de graduarme, estaba desesperada por encontrar trabajo, y me llevé una sorpresa desagradable cuando entendí que un título en administración de empresas no garantizaba nada. ¡Viva la educación universitaria!

Entonces mi tío, que trabaja para la NHL, me hizo algunas propuestas para ayudar a su equipo de hockey durante la temporada. Entre ellas, ser niñera, cuidar perros y, una vez, hasta cocinar para el equipo.

Nunca volvió a convocarme para nada más.

–Esta vez no –se ríe–. Necesitamos una bailarina para la recaudación de fondos de esta noche. Nos acaban de cancelar y pensé que te gustaría poder hacer lo que amas.

Mi tío siempre apoyó mi carrera de bailarina. Cuando era más chica, temía mirar entre la multitud y confirmar que mis padres no estaban, pero siempre lo veía a él.

–Gracias, pero no me siento muy motivada…

–Son mil dólares por una actuación de treinta minutos.

Se me seca la garganta y se me traban las palabras. ¿¡Tres ceros por media hora de mi vida!? Podré estar desanimada, pero no soy estúpida.

–Allí estaré.

En este momento, mi única fuente de ingresos son las clases de danza que doy cerca de la universidad. Tampoco me va muy bien ahí, tengo muy pocos alumnos, porque ¿quién llevaría a sus hijos con una fracasada cuando puede conseguirles profesores experimentados que ya consiguieron numerosos papeles protagónicos?

–Te mando la dirección por mensaje.

Me pido un Uber, si no, no voy a llegar. Además, el dinero que ganaré lo justifica.

Nota mental: no dejes que un mal momento te arruine el día.

***

Horas más tarde, estoy inmersa en los susurros tras bambalinas y los ensayos de último minuto. Me quito la ropa y, con ella, me deshago del peso del rechazo de hoy. Apenas me pongo el leotardo y las zapatillas de punta, siento un hormigueo que me recorre todo el cuerpo mientras espero mi turno.

Las delicadas primeras notas del Bolero de Ravel llegan a mis oídos. Sigo a los demás bailarines hacia el escenario y me quedo en mi posición en la segunda fila. Las siluetas del público se recortan bajo las luces que brillan en la madera pulida del escenario y, de repente, me entrego a lo único que me ayuda a escapar. Mis pensamientos desaparecen cuando me muevo en perfecta sincronía con los demás bailarines, imitando cada paso tal como aprendí hace solo una hora.

Tengo un talento peculiar para retener coreografías, y esa es probablemente la razón por la que mi tío estaba tan seguro de que podía hacer esto. Mi atención está en la música, pero mi mirada se pierde entre el público. Tal vez sea la niña de ocho años que hay en mí, pero cuando veo a mi tío a la izquierda del escenario iluminado por las luces, sonrío.

El grupo se reúne en un cuadro y, a medida que se acerca el final, nos sumergimos en grand jetés y portée; el escenario es una mezcla de tutús que giran y bailarinas en puntas. Los aplausos me devuelven a la realidad y, en algún lugar, de alguna manera, espero que Aubrey Zimmerman sepa que no me rendiré tan fácilmente.

Cuando se cierra el telón, las palabras de aliento y los choques de manos vuelan por el aire y me regalan la misma emoción que sentí a los ocho años, cuando descubrí el ballet.

Hasta entonces, mi único objetivo era asegurarme de que las tareas de la casa estuvieran terminadas y que mi hermano menor, Sean, tuviera todo lo que necesitaba. Supongo que eso significa ser muy madura para mi edad. Al menos, eso es lo que siempre me dijeron los adultos. Pronto empiezas a darte cuenta de que no es un cumplido. Es una maldición.

Pero si hay algo que nunca será una maldición, eso es el ballet.

Cuando era niña, siempre íbamos a una tiendita cerca de casa, era lo mejor del domingo, pero un día se convirtió en el comienzo del resto de mi vida. Recuerdo que el mostrador de la caja estaba repleto de revistas con caras famosas en la portada y chismes disparatados que escandalizan a las abuelas, pero ese día en particular, algo me llamó la atención. Bajo el polvo y los bordes deshilachados del envoltorio de plástico transparente, vi un póster. El póster. Misty Copeland estaba en la portada de la nueva producción de El lago de los cisnes, tan elegante y hermosa como siempre. Entonces supe, sin saber quién era ni qué hacía, que yo quería ser como ella.

Sigo teniendo ese póster colgado en la pared.

–¡Sage! –grita mi tío. Me doy vuelta y lo veo subiendo las escaleras detrás del escenario–. Sigue bailando así y estoy seguro de que te contratarán a tiempo completo.

Niego con la cabeza.

–No voy a robarle el trabajo a la pobre chica, tío.

–Puedo mover algunos contactos –me ofrece, con un destello de esperanza en los ojos, como cada vez que intenta ayudarme. Siempre sintió la obligación de cuidarnos a mi hermano y a mí, pero yo me niego. No somos su problema y no quiero que nos vea así.

–Mis audiciones van muy bien. Pronto conseguiré ese lugar en el National Ballet –miento.

Su sonrisa no llega a sus ojos.

–No dudo de ti ni por un segundo. –Le vibra el teléfono antes de que pueda silenciarlo–. Ve a cambiarte, mientras te busco algo para comer.

Le doy un rápido abrazo antes de salir corriendo detrás del escenario.

Ya con la ropa de gala puesta, en la mesa de mi tío encuentro un plato esperándome lleno con todas mis cosas favoritas. Recién cuando estoy comiendo el segundo, recuerdo que tengo que llamar a Sean.

Mi hermano menor está en un colegio pupilo a pocas horas de distancia. No le fue fácil la adaptación, pero le prometí que lo llamaría todas las noches. Me disculpo y me voy de la mesa. Busco un rincón tranquilo, pero con la subasta en marcha, es imposible.

Afuera, la lluvia ha traído una brisa que se cuela por la seda negra de mi vestido y me refresca la piel. Es el único vestido bonito que tengo, así que no me quedó otra opción más que ponérmelo. Nadie tiene por qué saber que es el vestido que usé para la fiesta de graduación del secundario. Y también de la universidad.

El teléfono me da tono un par de veces antes de que vaya al buzón de voz. No puedo evitar la punzada de decepción que me atraviesa el corazón. Ya llevamos dos días sin hablar, y las dos veces fueron porque estoy ocupada. Entonces, le envío un mensaje de texto:

 

¿Soy la peor hermana del mundo? Te llamaré mañana temprano. Lo prometo. Te echo de menos.

 

Contemplo el cielo oscuro y trato de no sentir lástima por mí misma. En ese momento veo a una pareja discutiendo en un rincón. Su cercanía sugiere que están manteniendo una conversación íntima, pero el chico da un paso atrás, su postura es rígida y un poco agresiva.

–No me interesa –dice.

Es asertivo, pero no tanto como para alejar a la chica. Ella parece completamente ajena a su incomodidad.

Sin duda, no son pareja.

–Es cuestión de tiempo –dice ella con mucha determinación.

–Mira, Lana, ¿no? –Ella debe haber asentido, porque él continúa–: Pareces una buena chica, pero no te conozco, y que te aparezcas en el hotel y vengas a eventos de trabajo no me ayuda.

Ella se ríe. Es bonita y probablemente le gustaría a la mayoría, pero este chico se queda ahí parado como una estatua. Su traje oscuro sugiere que trabaja con los Toronto Thunder, pero su altura y su físico estarían desperdiciados si no fuera un atleta.

–No puedo seguirte el juego mucho tiempo más –ronronea la chica. Parece que no entiende las indirectas.

–¿Ese juego incluye aparecer desnuda en mi habitación de hotel?

Mis ojos se abren de par en par y reprimo un grito ahogado; me pone tensa estar escuchando a escondidas una conversación tan embarazosa.

Pero Lana no debe haberme oído, porque exclama:

–¿¡En serio me estás rechazando!?

Casi grito: “¡Sííí!”, pero atrapo la palabra antes de que se me escape, apenas logro contenerme para no interferir. Sin embargo, cuando él inclina la cabeza y sus hombros se hunden, mis piernas me impulsan hacia delante.

La confrontación claramente no es el punto fuerte de este chico. Por suerte, sí es el mío.

Pero en ese momento las puertas se abren con un chirrido y aparece un hombre vestido de negro con un auricular.

–Eli, sales en cinco minutos –le dice, haciéndole señas para que entre al salón.

Me quedo quieta y Eli suspira aliviado. Pasa junto a la chica y centra su atención en mí una fracción de segundo, como si se hubiera dado cuenta de que los había estado escuchando a escondidas, y desaparece dentro. Lana observa su retirada con fuego en los ojos y, cuando su mirada se posa en la mía, doy media vuelta y atravieso las puertas también.

Cuando me dejo caer en el asiento, la subasta ya comenzó, y mi tío se levanta para ir al baño. Miro a la derecha y me ahogo con saliva.

Aiden Crawford está sentado en mi mesa… o yo en la suya. En cualquier caso, estoy como loca. No por mí, sino por Sean, porque no va a creerme cuando se lo cuente. No soy muy fanática del hockey, pero por cómo mi tío elogia a Aiden Crawford y por la camiseta con su nombre que Sean quiere para su cumpleaños, sé que es alguien importante.

–¿Estás bien? –me pregunta con su voz grave, lo que me obliga a mirarlo de nuevo y veo que me está ofreciendo un vaso de agua. Asiento demasiado vigorosamente y bebo el agua para esconderme–. Eres Sage, ¿verdad? Marcus nos dijo que su sobrina bailaría esta noche. Yo soy Aiden.

Extiende una mano y se la estrecho, tratando de aclararme la garganta.

–Mi hermano es un gran admirador.

–¿Sí? –Sonríe–. Bueno, puedo conse... Mierda.

Alzo la cabeza y cuando miro a Aiden, veo que él está mirando detrás de mí. Sigo su mirada y veo a Lana, la chica que estaba discutiendo fuera, con una paleta de subasta. Está más feliz que hace unos minutos.

–A continuación, amigos –la voz del subastador atrae mi atención y miro el escenario–, tenemos una cita con el defensor de los Toronto Thunder, Elias Westbrook. Preparen esas palas de subasta y veamos quién será la afortunada ganadora.

Me sorprende ver al chico de afuera de pie en el escenario, con la mandíbula apretada y la postura rígida. Está claro que no está haciendo esto por voluntad propia.

La voz del subastador atraviesa la sala, fuerte y eufórica:

–¡Que comience la subasta! ¿Quién está lista para una noche inolvidable con Elias?

–¿Sage? ¿Qué te parece si me haces un favor? –me dice Aiden de repente.

Aparto la mirada de Elias y veo la sonrisa tímida de Aiden. ¿Qué favor podría hacerle a Aiden Crawford?

–Depende de qué –digo con cautela.

–Va a sonar loco, pero necesito que superes su oferta. –Señala a Lana y mis ojos se abren como platos. Me entrega una paleta y escribe algo en su teléfono. Es una suma. Una suma muy alta.

–Y-yo –tartamudeo, estupefacta, aunque la solicitud es razonable, teniendo en cuenta lo que vi fuera.

Sus ojos verdes se clavan en los míos.

–Mira, le prometí a Eli que lo apoyaría, y esa chica no puede ganar la cita. Ella...

–Se metió en su habitación de hotel –termino la frase por él–. Los escuché fuera –aclaro.

Sus hombros tensos caen.

–Bien, entonces sabes que no sería bueno que ganara. Yo no puedo ofertar porque soy parte del equipo. Pero tú podrías hacerlo. ¿Qué dices? Te pago.

Jugueteo con la paleta mientras Lana grita:

–¡Dos mil!

¿Dijo dos? ¿Miles de dólares? Ahora la cantidad que escribió Aiden tiene más sentido. Sin embargo, no estoy segura de que mi boca pueda realizar la función motora necesaria para decir ese número en voz alta.

En otra mesa, dos mujeres mayores susurran con las paletas en la mano como si se estuvieran preparando para la guerra.

–Dos mil doscientos –dice otra persona.

Un rastro de alivio enfría mi pánico y me giro hacia Aiden.

–Alguien más podría superar la oferta de Lana. Parece bastante codiciado –digo, desesperada por una escapatoria.

–Ojalá, pero si no, necesitaré que tú hagas una oferta.

–¡Dos mil quinientos! –grita otra, y dos damas igualmente ansiosas hacen ofertas superadoras. Cada cifra me deja con la boca abierta y me sudan las palmas cuando me doy cuenta de que tendré que levantar mi paleta muy pronto.

El subastador repite el número, mientras recorre el salón con la mirada en busca de más.

–Dos mil ochocientos. –La suave voz de Lana transmite una autoridad que hace que otras mujeres se aparten. Oh-oh.

–¡Guau! Dos mil ochocientos dólares, damas y caballeros. ¿Podemos superar eso?

Elias está allí de pie, con un aire de confianza, el cabello oscuro perfectamente peinado y su figura musculosa enfundada en un traje costoso. No es ningún misterio por qué estas mujeres gastarían dos mil dólares por una cena con él.

Sin embargo, no puedo ignorar la sutil rigidez de su cuerpo. Se las arregla para mirar hacia delante, haciendo todo lo posible por no ver a Lana, que está muy segura de sí misma.

–Dos mil ochocientos a la una…

Aiden empuja mi pala y yo trago saliva, buscando una excusa.

–Ni siquiera lo conozco –susurro.

–Dos mil ochocientos a las dos…

–¿Por favor? –Aiden me lanza una sonrisa asesina con sus dientes derechos. Me muerdo el labio. Maldita sea, sí que es bueno.

Suspiro. Sean me mataría si me niego a ayudar a su ídolo. Levanto el brazo de golpe y grito:

–¡Cinco mil!

Elias Westbrook me clava la mirada. Fuerzo una sonrisa temblorosa mientras más gente se voltea a verme. No puedo apartar la mirada de esos ojos castaños profundos que me observan con curiosidad y un dejo de reconocimiento.

El subastador da tres vueltas por la habitación antes de golpear el mazo.

–¡Vendido a la hermosa mujer de negro!

Gané. Mierda, gané.

CAPÍTULO 3 Elias

No ganó una abuela.

Aiden viene hacia mí cuando bajo del escenario.

–Estuve bien, ¿eh? –me dice.

¿Bien?

Tiene el cabello castaño recogido, un rizo suelto enmarca su rostro en forma de corazón y sus ojos color avellana. Echa vistazos a su alrededor como si se sintiera fuera de lugar (ya somos dos) mientras se muerde el labio inferior. Mi mirada se desvía hacia su postura perfecta y la tela sedosa de su vestido negro, sujeto por dos tiras finas.

Nunca antes me había fijado en algo así en una chica, pero su posición erguida le estiliza el cuello y la hace parecer elegante incluso cuando está sentada.

Entonces sus ojos brillantes encuentran los míos y de inmediato desvío la mirada, porque no debería estar observándola.

Hacía cuatro años, tal vez cinco, que no me fijaba en alguien, y esta chica perfectamente recatada y correcta no debería llamarme tanto la atención. Nadie había conseguido romper esa racha, ni siquiera en la universidad, donde vivía de fiesta en fiesta. Pero siento la boca seca.

–¿No había otra persona?

–Si quieres quejarte, puedo llamar a tu admiradora no tan secreta. –Aiden resopla.

Niego con la cabeza, sin ganas de mirar a Lana, que seguramente está furiosa.

–Deberías agradecerle. Te hizo un favor –me recuerda.

Reticente, me dirijo hacia la mesa, con el corazón acelerado. Veo que Marcus Smith-Beaumont está sentado al lado de la chica y se mueve en su silla para darle una rebanada de pastel. Me quedo petrificado.

No puede ser que haya conseguido una cita con alguien que conoce al hombre que más me desprecia. Lo he estado esquivando durante todo el evento y, después del sermón que me dio el entrenador hace una hora, sé que si Marcus Smith-Beaumont me ve, me va a dar otro. Pero el suyo no será tan amable.

Me doy la vuelta y me dirijo hacia la terraza, pero me detiene nuestro portero, Socket, que acaba de bajar del escenario después de su propia subasta. Una mujer mayor lo mira entusiasmada, supongo que es su cita. Él la saluda y le guiña un ojo.

–¿A dónde vas, Westbrook?

–A tomar algo. –Me aclaro la garganta.

Alza una ceja, pero afortunadamente no me hace más preguntas, y yo puedo salir a tomar un poco de aire. El camarero viene con una bandeja de bebidas y opto por agua. Necesito enfriar lo que sea que esté sucediendo en mis entrañas.

Bebo el agua helada con los antebrazos apoyados en la barandilla cuando alguien me da unos golpecitos en el hombro. Me giro y me encuentro con el mismo cabello castaño, la misma cara en forma de corazón y los mismos ojos color avellana que me llamaron la atención hace un rato.

Sonríe.

–Hola, soy Sage Beaumont.

¿Beaumont? Mierda. ¿Marcus es su padre? Voy a matar a Aiden.

Miro su mano extendida como si tuviera alguna enfermedad, pero la deja allí un rato incómodo esperando a que la estreche.

–¿Prefieres chocar los puños? –ofrece, cerrando los dedos, como si yo tuviera cinco años y todavía no hubiera aprendido a dar la mano. Aún no logré girarme del todo hacia ella, mi torso se retuerce torpemente y las palabras se me quedan atrapadas en algún lugar de la garganta.

Mi agente, Mason, debe de haberme seguido, porque viene a rescatarme antes de que pueda encontrar mi voz. Está observando a Sage, calculando y evaluando todo.

–Soy Mason, ¿y tú?

Su sonrisa se desvanece y alterna la mirada entre nosotros.

–¿En serio? ¿Tiene que hablarme tu asistente?

–Su agente, en realidad. –Mason da un paso adelante y ella resopla incrédula.

–Bueno, Mason, ¿puedes decirle a tu cliente que no lo hice por él? –dice–. Su amigo me lo pidió, y resulta que mi hermano pequeño es fan de Crawford. Así que no me debes nada, menos que menos una cita, Elias.

Sus palabras son cortantes, pero la forma en que dice mi nombre es como un dardo que da en el blanco. Nadie me llama Elias, ni mis amigos, ni los fans, y mucho menos alguien que me acaba de conocer.

–Es Eli.

Se queda helada y me mira.

–¡Habla! Ha ocurrido el milagro –exclama–. Bueno, Mason, parece que te quedaste sin trabajo.

Mason no se ríe, pero yo sí. Me lanza una mirada disgustada, luego mira a Sage y se da vuelta para irse. Supongo que llegó a la conclusión de que la amenaza está neutralizada, porque Sage no parece el tipo de mujer que me pondría en un titular mañana por la mañana.

–Gracias –digo finalmente.

–No hay nada que agradecer. No lo hice por ti, ¿recuerdas?

Ella está a punto de irse y me siento un idiota.

–Pero igual te debo una cita. –No estoy seguro de por qué lo digo, y ella debe estar pensando lo mismo, porque frunce el ceño confundida.

No quiero que piense que soy un idiota, no solo porque le tengo miedo a Marcus, sino porque hizo algo bueno por mí.

–No, gracias. Ya no me gustan los jugadores de hockey, y tú me acabas de recordar por qué. –Sus palabras son dulces, pero el insulto me llega igual.

–¿Has salido con un jugador de hockey?

–Ojalá pudiera decirte que no –murmura–. En serio, no me debes nada.

–Pero es por caridad. –¿Por qué sigo insistiendo?

–Está bien, puedes agendar tu número en mi teléfono –accede, su paciencia parece una cuerda deshilachada.

Con su móvil en la mano, me doy cuenta de que estoy metido hasta el cuello en esto, pero igual guardo mi número.

–Nos vemos, Elias.

Esta vez no la corrijo y ella desaparece. Para escapar del dolor de estómago, reviso mi teléfono, que está lleno de mensajes del chat grupal. Dejar la universidad para ir a la NHL fue un gran cambio. Aiden y yo firmamos con el Thunder en noviembre, tuvimos tiempo de terminar todos nuestros cursos un mes antes del final del semestre de primavera y nos fuimos de Dalton hace unas semanas, aunque no se nota, a juzgar por la cantidad de mensajes de texto que recibimos de nuestros amigos que siguen allí.

 

Patrulla conejo

 

Dylan Donovan

Otra chica en la habitación de Eli?

Estoy impresionado.

 

Aiden Crawford

No está contento.

 

Kian Ishida

Nadie se cuela en la habitación de Aiden.

 

Dylan Donovan

Probablemente porque le tienen miedo a Summer.

 

Kian Ishida

No me molesta. Las fans de Eli encontraron mi cuenta.

 

Dylan Donovan

Kian nunca había visto tantas mujeres en sus dm.

Hasta lo escuché reírse anoche.

 

Aiden Crawford

Bien. Puedes dejar de enviarle mensajes de texto a mi novia a cada minuto.

 

Kian Ishida

Para tu información, Sunny era mi amiga antes de ser tu novia.

 

Dylan Donovan

Quién vota a favor de resucitar Patrulla conejo 2.0?

 

Sebastian Hayes

 

Cole Carter

 

Aiden Crawford

 

Eli Westbrook

 

Kian Ishida

Ahora respondes?!

 

Cuando Kian se enteró de que teníamos un chat grupal sin él (la idea fue de Dylan y le pusimos Patrulla conejo 2.0), se angustió, así que lo eliminamos y prometimos no volver a crear otro.

Dylan y Kian están en el último año y no fueron seleccionados, así que, para no quedar sueltos, se están tomando su tiempo para terminar sus carreras. Ninguno de los dos ha decidido dónde jugará al hockey después, ni siquiera saben si seguirán jugando. Sebastian y Cole están en tercer año y, aparte del hockey y las fiestas, no les importa nada más, lo que es normal en los jugadores de hockey de la NCAA.

El hielo de mi vaso de agua se ha derretido en este tiempo y, cuando vuelvo a entrar para organizar la huida, mi teléfono parpadea con un mensaje de texto del banco.

La transferencia que hago todos los meses se ha realizado con éxito, y el nombre que aparece en la pantalla aumenta el peso sobre mis hombros. No es el dinero lo que me molesta, es el recordatorio de la persona que lo recibe lo que me provoca este nudo de angustia en el estómago.

A ese sentimiento se le suma la culpa que siento cuando leo los mensajes de aliento de mis padres después del partido de anoche. Otra asistencia fácil y nada de lo que enorgullecerse, pero me alientan como si hubiera ganado yo solo la Copa Stanley.

Mis padres no miran los tabloides, así que no me preocupa que hayan leído algo tremendo. Cuando aparecieron los primeros titulares exagerados, me llamaron de inmediato y tuve que explicarles que los medios solo intentaban inflar el asunto. Fue una llamada incómoda, pero mejor eso a que crean que me acosté con medio Toronto en unas pocas semanas.

Me llega otro mensaje de texto. Es Aiden, dice que es hora de largarnos. No pierdo ni un segundo y me dirijo directamente a la puerta.

CAPÍTULO 4 Sage

–¡Cinco minutos! –La voz estridente del asistente me saca de mi concentración justo cuando las luces se encienden una a una. El resplandor ataca mis ojos exhaustos y me obliga a entrecerrarlos; siento como si se me hubiera reiniciado el cerebro. El resto de los bailarines sube al escenario para el primer acto.

Maldiciendo en voz baja, respiro hondo y vuelvo a atar las cintas de raso de mis zapatillas de punta por tercera vez. Una tarea natural a estas alturas, que prácticamente hago de manera automática, pero hoy tengo la cabeza en cualquier lado. Para ser específica, en el número que tengo guardado en el teléfono esperando a que lo llame.

Elias Westbrook podría ser el primer tipo que no pude descifrar, y eso me carcome. Hasta ahora, determiné que es ligeramente obsesivo-compulsivo, que tiene la casa ordenada y un lugar específico para cada cosa. Hasta para esas tiras de plástico que cierran el pan lactal. Probablemente tiene una rutina estricta que sigue al pie de la letra y desayuna lo mismo todos los días. Algo así como avena.

Pero hay una mirada en él que me dice que, si lo hubiera conocido en otro momento de su vida, mi apreciación habría sido incorrecta. Ahí es donde choqué contra un muro de ladrillos en mi análisis casi psicótico y ahora hay una parte muy curiosa de mí que quiere indagar hasta descubrir todos sus secretos.

Tal vez tengo una tendencia a querer pelar las capas de la gente que me resulta intrigante. Se debe en parte a mis propios misterios. ¿Problemas con papá? ¿Problemas con mamá? ¿Complejo de hija mayor? Elija el que desee.

Han pasado dos días desde la recaudación de fondos y el novato sigue estando en el primer plano de mi mente. Pero ya aprendí mi lección sobre los deportistas cuando salí con Owen Hart.

Con Owen nos conocimos cuando yo estaba en primer año y salimos juntos hasta mi último año en el Seneca College de Toronto, cuando lo llamaron para jugar en el equipo de reserva de los Vancouver Vulture’s. La segunda mitad de nuestra decepcionante relación fue a distancia.

Owen quería que fuera con él a Vancouver, pero yo no iba a alejarme de Sean. Así que decidí estudiar en una universidad local barata después de pagar el primer año de Sean en York Prep. Cuando mi tío se enteró de que había entrado en la Universidad de Toronto, se ofreció a pagar la educación de los dos. No podía permitirle que me pagara a mí, pero ni siquiera mi terquedad me permitió rechazar su oferta de ayudar a Sean. Gracias a su ayuda pude quedarme en los dormitorios de la universidad en lugar de tener que gastar hasta el último centavo para pagar una vivienda fuera del campus.

Ese último año de relación con Owen fue el punto de quiebre, porque se volvió autoritario y controlador al vivir lejos. No le gustaba que le dedicara tiempo al ballet ni a mi hermano. Ah, pero su dedicación al hockey le parecía muy razonable, aunque no lo convocaran. Él es la razón por la que no hice amigos en la universidad durante nuestra relación intermitente. Mi compañera de habitación pidió un traslado por tener que oírnos pelear por teléfono todas las noches.

Rompimos hace solo unos meses, y aunque puede parecer algo reciente, cada célula de mi cuerpo quiere seguir adelante. No diría que todavía estoy atravesando la ruptura, pero tal vez un terapeuta señalaría que llorar en la ducha todas las semanas indica lo contrario. Pero no lloro por él.

Así que salir con alguien que, francamente, es el chico más sexy que jamás tuve agendado en el teléfono, me parece una buena idea.

–Date prisa, Beaumont –me apura el director.

Salgo del ensueño y, con las zapatillas de punta bien puestas, me pongo en la fila con el resto de los bailarines. Como solista, he asumido todos y cada uno de los papeles para mantenerme activa. Así que, cuando mi antigua profesora de ballet me invitó a participar como Titania en la presentación anual de Sueño de una noche de verano que hace su compañía, no pude negarme. Hoy es el primer día de los espectáculos escolares que utilizamos como ensayo antes de la gran noche. No es nada muy elegante y no me pagan, pero me ayuda a mantenerme motivada.

Con la mirada fija en el horizonte, espero mi señal mientras dos de los bailarines principales, que actúan como Hermia y Lysander, completan su variación. Entonces lo veo.

Marcus Smith-Beaumont está sentado entre el público, observando la obra con una tierna sonrisa y un brillo de orgullo en los ojos que me hace luchar contra el ardor en los míos.

La aparición de Titania, la reina de las hadas, es etérea y se ve favorecida únicamente por el uso que hace la obra de una poción de amor que la enreda en un hechizo y la hace enamorarse de Bottom, un personaje con cabeza de burro. Nuestro pas de deux es romántico, a pesar del disfraz de burro que lleva puesto y que provoca las risas del público. Respiro agitada mientras hacemos nuestros últimos movimientos en el baile del conjunto. Cuando termina el acto, se cierra el telón.

Miro el resto de las actuaciones en el monitor del backstage, ansiosa por quitarme el incómodo vestuario que por algún motivo empeora mi dolor de cabeza. Cuando uno de los bailarines me ofrece un ibuprofeno, lo tomo. Cuando termina el espectáculo, todos regresamos al escenario para saludar.

La directora asoma la cabeza en mi camerino compartido cuando por fin nos quitamos los ajustados trajes.

–Toma un poco de agua, luego haremos el repaso –me dice.

Me desato el pelo, me quito un poco de maquillaje y lo que queda de los brillitos que tenía en la cara, y me dirijo hacia donde repasamos la obra.

La falta de fraseo musical, de expresión y de coordinación parecen ser los temas de la crítica constructiva de hoy.

–Sage, necesito que elijas una emoción y te ciñas a ella. Puede ser hipnotizada, enamorada o juguetona, tú decides. –Avanza rápidamente y yo hago una nota mental para corregirlo la próxima vez.

Salgo arrastrando los pies por las puertas de metal hacia el aire cálido de la tarde y veo a mi tío junto a su auto al final del estacionamiento. Cuando lo alcanzo, me abraza con alegría. En momentos como este no pienso en un universo alternativo donde toda mi familia estaría entre el público, alentándome y esperando con flores. La ausencia es tan cruda que ni siquiera imaginar un escenario idílico me sirve para distraerme de ella.

El recuerdo que últimamente ronda mis pensamientos antes de dormir es de cuando tenía catorce años. Había aceptado un trabajo no tan legal de lavaplatos en el café local para ayudar a pagar mis lecciones de ballet, y escondí el dinero debajo de mi cama. Justo cuando había ahorrado lo suficiente para un nuevo par de zapatillas de punta que no me provocaran ampollas en los dedos de los pies en cada plié y un leotardo que realmente se ajustara a mi cuerpo en crecimiento, todo desapareció, junto con mis padres. Solo quedó la decepción oprimiéndome el pecho y una caja de cartón polvorienta.

–Estuviste increíble. Mejor que nunca –me dice mi tío.

–Siempre dices eso.

Se ríe, encogiéndose de hombros.

–Había algo diferente esta vez. Como si quisieras demostrar algo. –Su mirada prácticamente me atraviesa como un láser.

Me concentro en las manchas de sombra de ojos azul que tengo en los dedos. Para escapar de la conversación sobre si mi vida se está desmoronando, tomo el teléfono y me disculpo. No sé si lo que me mueve es la imprudencia o el impulso, pero llamo al número que estuvo rondando en mi cabeza todo el día.

La línea suena un par de veces y, cuando finalmente alguien responde, no es el novato.

–Hola, ¿puedo hablar con Elias? –digo torpemente.

–¿Quién es? –pregunta una voz gutural al otro lado, y siento que la reconozco. Suena brusco y agotado, como si hubiera estado respondiendo llamadas todo el día y lo hubiera llamado después de una particularmente mala.

–Sage –respondo–. Elias me dio este número en la recaudación de fondos.

Hay una pausa y se oyen algunos movimientos.

–La subastadora. Sí, soy Mason, su agente.

Me invade la irritación. ¿Me dio el número de su agente? Tiene que ser una broma. Insistió con la cita y luego aplastó la chispa de esperanza que tenía en él.

–¿Puedes pasarle el teléfono? –murmuro.

–No. Está entrenando en el estadio. No tienes suerte, querida. –La respuesta condescendiente me rechina en los oídos–. Puedo enviarle un mensaje de texto y coordinar una llamada si quiere responder.

–No, no te preocupes. –Cuando cuelgo, siento un fuego debajo de las costillas. Me giro hacia mi tío, que está de pie junto a su auto–. ¿Me llevas?

Es obvio que le sorprende, porque siempre insisto en tomar el autobús. Cuanto menos dependo de la gente, menos me decepciona.

–Claro, pero antes tengo que pasar por el estadio –dice rápidamente.

Sonrío.

–Me imaginaba.

Conduce al ritmo de la música que suena en una vieja estación de radio y, muy pronto, puedo ver el estadio azul y blanco iluminando el centro de la ciudad.

Cuando aparca en el estacionamiento subterráneo, me mira y me dice:

–¿Qué quieres hacer? ¿Me esperas aquí o subes conmigo?

–Subo. Quiero ver al equipo. –Y a cierto jugador...

Tomamos el ascensor y nos dirigimos directamente a la oficina de mi tío. Mientras él analiza un documento, yo finjo interés por las noticias que tiene enmarcadas en la pared: las victorias de la Copa Stanley de los Thunder, los artículos de la liga de hockey juvenil de Sean y mi primera crítica de ballet. Mi tío se gira hacia su computadora, así que me acerco lentamente a la puerta.

–El baño está acá a la vuelta, ¿verdad?

Asiente con la cabeza, sin prestarme demasiada atención, así que salgo de su oficina y camino por el pasillo.

Con determinación, me dirijo hacia el vestuario donde los chicos se están cambiando después de la práctica. Los pasillos están desiertos y no veo a ningún guardia de seguridad. Entro corriendo. Me topo con un par de chicos desnudos, que se asustan con mi repentina llegada, y ni siquiera esa escena puede hacerme perder el equilibrio.

Solo reconozco a Socket, el portero, que me mira boquiabierto. No me molesto en examinar más a fondo el lugar porque de inmediato localizo el pelo largo que tiene en la base del cuello y los hombros inconfundiblemente anchos de mi presa. Está demasiado ocupado hurgando en un bolso como para notar mi presencia.

–Tú. –Le señalo la espalda desnuda, pero cuando se da la vuelta, me doy cuenta de que no estaba preparada para su pecho mojado. Las gotas de agua se deslizan por su piel suave y, en una especie de trance, me quedo embobada viendo cómo descienden por el sendero que forman sus abdominales hasta empapar la toalla que tiene enroscada alrededor de la cintura.

De alguna manera, logro levantar la mirada hacia un sitio más apropiado, como su rostro, pero su cabello mojado pegado a la frente, sus cejas cuidadas que se curvan suavemente sobre los ojos y su nariz angosta, perfecta y sin ningún rasguño –algo muy raro para un jugador de hockey–, me provocan el mismo efecto.

Su mirada se derrite sobre mí. Solo la aparta para mirar por encima del hombro a sus compañeros de equipo, que también están semidesnudos mirando el dedo que lo señala. El silencio se acerca poco a poco a la incomodidad.

Cuando por fin recupero la voz, lo enfrento:

–¿Así que Mason hace todo tu trabajo sucio?

–¿Qué? –Junta las cejas oscuras.

Increíble.

–Tu agente. ¿Agendaste su número en mi teléfono porque te daba miedo rechazarme como se debe?

Sus compañeros de equipo hacen sonidos de desaprobación; a algunos los conozco por mi tío o por mis empleos temporales.

Elias se frota la nuca torpemente y eso lanza una fría sensación de satisfacción al fuego que arde bajo mis costillas. La parte de mí a la que le molestaba que ni siquiera recordara mi nombre desaparece al verlo hacer eso.

–¿Podemos hablar fuera? –dice.

Asiento, porque entiendo que estar medio desnudo con una audiencia igual de desnuda no es el mejor escenario para una discusión. Aunque yo no tengo reparos.

Salgo al pasillo rogando que mi tío no me vea.

Me dirijo al dispensador de agua y, mientras bebo un sorbo, escucho que me dice:

–Tienes todo el derecho de estar enojada, Sage.

Me seco la boca y lo veo acercarse. Tiene puesta una camiseta azul oscuro de Thunder que le marca el pecho y los bíceps, lo que capta toda mi atención y me ralentiza el pensamiento.

–¿Recuerdas mi nombre?

–No seas ridícula. –Me mira sin expresión–. Lamento haberte dado el número equivocado. Estaba estresado y, como sabes, no estoy teniendo suerte con las mujeres.

Cuando se aparta el cabello húmedo que se le pegaba a la frente, comienzo a trazar un mapa de su rostro. Sus ojos color café, su nariz recta y su labio inferior más carnoso que el superior se combinan sin esfuerzo. Es imposible no mirarlo. Qué pena que obliguen a los jugadores de hockey a llevar cascos que impiden que les veamos las caras. Tal vez debería iniciar una petición.

–Y soy muy cauteloso. Siempre doy su número.