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Trama que se desarrolla en La Habana, alrededor de la década de 1980, en la que se ven involucrados los jóvenes profesionales y cónyuges, Diego y Rosita, así como el genio tenebroso de Gloria; todos con la característica de una doble personalidad. Diego y Rosita, atribulados por vivir en la casa de los padres del primero, se adentran en actividades delictivas en la búsqueda de dinero a cualquier precio, lo cual provoca problemas familiares. Todo ello los conduce a un final incierto, cuando llenos de pánico deciden preparar una fuga, pero muchos ojos detectan sus intenciones, observan sus movimientos en la oscuridad de la noche y se aprestan a atraparlos.
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Seitenzahl: 334
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición y corrección: María de los Ángeles Navarro González
Diseño de cubierta: Jadier I. Martínez Rodríguez
Diseño interior, composición y conversión a e-book: Idalmis Valdés Herrera
© Oscar Oramas Oliva, 2024
© Sobre la presente edición:
Ruth Casa Editorial, 2024
Todos los derechos reservados
ISBN 9789962740322
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de Ruth Casa Editorial. Todos los derechos de autor reservados en todos los idiomas. Derechos reservados conforme a la ley.
Ruth Casa Editorial Calle 38 y Ave. Cuba,
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Trama que se desarrolla en La Habana, alrededor de la década de 1980, en la que se ven involucrados los jóvenes profesionales y cónyuges, Diego y Rosita, así como el genio tenebroso de Gloria; todos con la característica de una doble personalidad. Diego y Rosita, atribulados por vivir en la casa de los padres del primero, se adentran en actividades delictivas en la búsqueda de dinero a cualquier precio, lo cual provoca problemas familiares. Todo ello los conduce a un final incierto, cuando llenos de pánico deciden preparar una fuga, pero muchos ojos detectan sus intenciones, observan sus movimientos en la oscuridad de la noche y se aprestan a atraparlos.
Oscar Oramas Oliva(Cienfuegos, 1936). Doctor en Ciencias Históricas por la Academia de Ciencias de Hungría y máster en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Diplomático, investigador y escritor. Embajador de Cuba en varios países: República de Guinea Conakry (1966-1972), Malí, Guinea Ecuatorial, Angola (1975-1977) y Sao Tomé y Príncipe; embajador y representante permanente ante Naciones Unidas (1984-1990); vicepresidente de los Comités de Descolonización y Derechos Inalienables del Pueblo Palestino; funcionario a cargo de América Latina y el Caribe, de la secretaría de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, con sede primero en Ginebra y después en Bonn (1996-2005); director de África y viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) desde 1989 y Miembro ejecutivo de la Cátedra Raúl Roa García del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Recibió en octubre de 2005 la Medalla Amílcar Cabral de Primer Grado otorgada por el Gobierno de la República de Cabo Verde; y mereció la orden La sagrada Esperanza otorgada por la República de Angola. También recibió la Orden Nacional Das Colinas Do Boe de Guinea Bissau en noviembre de 2023.
Ha publicado numerosos libros, entre ellos:Angola: ha nacido una nueva generación(Editorial de Ciencias Sociales, 1978);Estados Unidos: la otra cara(Editora Política, 1987);La descolonización de África y sus líderes(Editora Política, 1990; Amílcar Cabral, más allá de su tiempo (Editorial Coté Femmes, 1998),El alma del cubano: su música(Editorial Prensa Latina, 2002);Los desafíos del sigloxxi(Editorial Gitanjali, 2003);Se busca un escritor(Editorial Texte&Pretextes, 2004);Miel de la vida: el bolero(Editorial Vinciguerra, 2004);Los ángeles también cantan, sobre la vida de la cantante Omara Portuondo(Ediciones Caserón, 2009);Por los caminos de África(Editorial Colección Sur, 2015),Música e identidad. Impronta de la música en la identidad y la psicología social del cubano(Colección Sur, 2018);Countdown to Sunrise, Southern Africa, The last days of Apartheid(Editorial Académica Española, 2018);Bola de Nieve, un paradigma de la cultura cubana(Editorial Académica española, 2019); Siempre por los caminos de África (Editorial Wanafrica, 2019),Septeto Santiaguero(EGREM y Uneac de Santiago de Cuba, 2021);La pandemia del coronavirus y el imperio del sigloxxi: cambios en las sociedades(Editorial Espai Marx, 2021);Encrucijadas de un archivo diplomático(Editorial Espai Marx, 2022);Doctor Agostinho Neto: un hombre excepcional de su tiempo(Editora Historia, 2022);África en la actualidad(Ruth Casa Editorial, 2023). Además, colabora con diferentes sitios web, con la revistaPolítica Internacionaly otras publicaciones seriadas.
Portada
Página legal
Sinopsis
Datos de autor
Agradecimientos
Sueños traficados
Epílogo
A mis hijos y nietos
Mi agradecimiento a Juan Carlos, Salomón, Juanito, José, Guille y Beatón, por sus valiosas observaciones, informaciones y consejos, que me permitieron emprender la elaboración de este material.
A Pablo Armando, quien pacientemente trabajó la versión final y me alumbró el camino.
A Teresa por sus agudas observaciones, sin las cuales esta obra no hubiera podido germinar.
A Feraudy, por sus críticas, las que me hicieron repensar; al igual que Ricardo Viñalet, quien tomó un bisturí e hizo una disección exhaustiva del texto y me compelió a reelaborarlo.
Finalmente a ella, quien en mudo silencio me ayudó febrilmente en la elaboración de estas páginas.
Un agradecimiento especial, a mi querida Marlene Alfonso, por su estupenda revisión que ha hecho posible que este texto pueda ser leído por los lectores.
Bonn, 2002
El hombre ese conocido desconocido.
Alexis Carrel
Una tórrida mañana del mes de mayo, cuando el sol comienza a ser ardiente, se encuentra un joven en la sala de la casa de sus padres. El hogar está ubicado en la calle Neptuno, en el populoso barrio de Cayo Hueso de La Habana, localidad que se fomenta a partir del fin de la guerra de independencia, con tabaqueros que regresan desde Estados Unidos; en esa época, 1902, la capital cubana tenía ya un cuarto de millón de habitantes. Allí, agobiado por el intenso calor veraniego, el profesor Diego Álvarez, hombre culto y graduado en la Facultad de Artes de la bicentenaria Universidad de La Habana, medita acerca de su futuro. El sudor y los presagios lo tienen incómodo, mientras que las ideas se suceden unas tras otras en su mente, como el río que corre entre dos orillas y arrastra a su paso hasta las piedras.
Algunas cosas han salido mal en los últimos tiempos. No hay nada peor que la ansiedad, conducente al estrés, ese mal de las sociedades contemporáneas. El estrés que produce cambios químicos que elevan la presión arterial, la frecuencia cardíaca y las concentraciones de azúcar en la sangre. También suele producir sentimientos de frustración, ansiedad, enojo o depresión. Diego ha estudiado con ahínco y el viaje a España es capital para su futuro, rayos de esperanza. Lo ha contrariado la cantidad de preguntas que le hicieran en el Consulado español para poder procesar la entrega de la visa. A pesar de que algunos compañeros en la Universidad le han aclarado que, en los últimos tiempos, las autoridades consulares españolas se han tornado muy rígidas con la concesión de visas porque muchos compatriotas quieren emigrar; siente que con él fueron un tanto exigentes. Esos sentimientos son frecuentes. Todo es lento, cada gestión requiere un exasperante esfuerzo.
Hijo de una familia humilde pasó la mayor parte de los estudios becado, primero en la secundaria y después en el instituto preuniversitario. Desde muy joven demostró gran sensibilidad estética y al mismo tiempo un carácter retraído, persona de pocas palabras, como alguien falto de calor filial. Nunca le gustó la beca y menos los baños colectivos y las emanaciones provenientes de estos; sufría pensando en la posibilidad de contraer alguna enfermedad venérea. Los miedos lo acompañaron a lo largo de todos esos años de formación, de incertidumbres, añoranzas y pesares propios de la edad. En ocasiones se hacía difícil saber qué pensaba. Un miedo enorme a revelar sus verdaderos pensamientos, le hacía manejar la lengua con mucha cautela y ese sentimiento se había integrado a su personalidad. En su espíritu se desarrollaba, una doble moral y se percibía una cierta inseguridad en él. Participaba en actividades estudiantiles y políticas, como uno más, sin descollar, pues no se sentía parte del proceso político que discurría en el país. Se destacaba en las humanidades, materias que le eran de interés. Había desarrollado el hábito de la lectura y lo hacía con ojo crítico y creativo, con una mirada propia; y eso era importante porque cada cual tiene su visión de las cosas, todo el mundo no coincide en las apreciaciones sobre un mismo tema. Muchos decían que era una especie de filomático, pues leía en todos los momentos libres, o los buscaba; le gustaban las novelas policíacas y las de la literatura francesa, en las que encontraba elementos que enriquecían su imaginación.
Su juventud transcurrió sin mayores contratiempos, salvo aquellos que dimanaban de la falta de afecto familiar, las actividades políticas juveniles, las movilizaciones hacia trabajos voluntarios en el campo que le hicieron tomarle un gran amor a la naturaleza. En ese tiempo contemplaba a los hombres y a los bueyes labrando de forma ardua la tierra para que produjera. Así fue adquiriendo conciencia de la importancia del campo para garantizar la alimentación y también aprendió a apreciar el trabajo del campesino, el que encontraba muy duro. Pero le gustaban las décimas que esos seres humanos entonaban para alegrar un tanto sus vidas, o intentando recordar momentos gratos, ante las vicisitudes cotidianas. En esos tiempos se fue agudizando su capacidad de observación.
En otras ocasiones, es decir, cuando quería distraerse iba al parque Trillo para jugar o más bien presenciar los juegos de dominó, ajedrez, y en el más puro gracejo criollo, intercambiar chistes rojos o verdes con los jóvenes de su edad, además de realizar algunas maldades. El parque surgió como un pequeño asiento para el descanso, en la primera década del pasado siglo. En la parte central de este parque se encuentra una estatua elaborada en 1953 por el escultor Florencio Gelabert, que refleja al luchador independentista general Quintín Bandera, quien peleara en las tres guerras contra la dominación española.
Se sentaba en los bancos del parque para escuchar a los músicos ensayando, tradición que se mantiene en esta tierra de cantantes, instrumentistas y grandes rumberos, aunque hubo momentos en que solo deseaba escuchar música instrumental y suave. En la música aprecia que los cubanos somos una mezcla de muchas cosas. En esa graciosa Habana del cuarteto Los Zafiros, la música llega por todas partes y es tan abundante que, uno no se percata que convive con ella, como un dulce y encantador embrujo del amor que te acompaña, como la hiedra a la pared. El acondicionamiento ecológico de los seres humanos es fundamental en la vida. En ese contexto aprendió muchas cosas de la vida, escuchó anécdotas de traficantes, truhanes de poca monta y conoció un lenguaje distinto al de su casa, o al de la escuela. Olores tóxicos de un mundo subterráneo. Los aires de los tambores indicaban que, en algún sitio próximo, se estaba celebrando un toque de santo; pero eso se hacía en cenáculos cerrados, ya que, desde la instauración de la República, los poderosos eran blancos y al influjo de los interventores estadounidenses instauraron la discriminación racial, las religiones de origen africano eran estigmatizadas y con ello se soterraba un elemento fundamental de nuestras esencias culturales. ¡Cuánto daño hicieron esas cosas, esas políticas del avestruz! En tenaz lucha, la cultura popular pugnaba por abrirse paso, con su alta carga de espiritualidad y, por la otra, las dobleces e hipocresía de los falsos, intentaban impedir su eclosión.
Pues bien, ese es el barrio de Cayo Hueso, uno de los más emblemáticos de la preciosa Habana, a la que se le han dedicado obras musicales como muestra de su carácter mágico y heterogéneo, encantador y contrastante, y de la que Diego conoce sus colores, sus olores, sus gritos —porque muchas veces se habla en voz alta—, el andar musical y presuroso de sus habitantes; en fin, su luz propia que la hace particular frente a otras ciudades. Es el barrio donde muchas personas tienen el afán de hacerlo todo en la calle. Era fácil identificar al monje por el hábito, es decir, el conjunto de símbolos y signos. Él ha recorrido muchas veces la ciudad de casas donde sólidas columnas forman acogedores portales, y de pronto emergen grandes moles cristalinas de hoteles estilo estadounidense, dándole a la ciudad una amalgama de estilos arquitectónicos. En esa etapa de su vida le gustaba deambular solo por las calles, lo hacía despacio, como lo hacen aquellos que el tiempo va delante de ellos y observan todo con detenimiento.
Los llamados procesos electorales de antes de 1959 de los que le hablaban eran más que una tragedia, una comedia, en la que, en ocasiones, se elegían a los menos bandidos, con excepciones de algunos hombres honestos. La herencia de ese cáncer, que es la corrupción, había corroído la sensibilidad popular hasta tal extremo, que era común la triste expresión: «es parte de la cultura del país».
Las escasas veces que estaba en el hogar, sus padres —inmersos en múltiples tareas de la épica revolucionaria, de la gran convulsión histórica que vive Cuba desde 1959—, no tenían tiempo, ni conocimientos para inquirir en las preocupaciones, vocaciones o los pensamientos de su hijo. «El hombre y sus circunstancias», diría el filósofo Ortega y Gasset. Padres humildes, quienes siempre han estado acostumbrados al duro bregar y a escuchar las voces que emanan de las calles. Sus padres tenían escasos conocimientos escolares, más bien autodidactas por la fuerza de la pobreza de ambos y el contexto social en que vivieron, el cual no les permitió superarse. Las consecuencias de ese desencuentro familiar se hicieron sentir en la psicología del adolescente que ampliaba los laberintos de su fantasía. Aquellos padres eran gente honesta, de moral y conducta acrisolada. Personas pobres, pero honradas, como se decía en la época. Sus padres no discriminaban a sus amiguitos negros del barrio. Generalmente, uno es parte de la formación ética que recibe en el hogar, es como sembrar un campo de rosas, si ellas están bien atendidas y regadas, seguramente que los resultados serán óptimos; y, por tanto, si a uno lo cultivan así dentro de esta orientación, la regularidad es que sea honesto, sincero y proclive a luchar por fraguarse un camino en la vida, esa es una generalidad, pero el ser humano es tan complejo, como los misterios del universo.
Una de las cosas que le atrajo en la niñez era ir a la acera del hotel Inglaterra, o a la elegante calle San Rafael, engalanada de comercios, y contemplar aquel señor de capa negra, cabellos y barba blanca, con varios periódicos bajo el brazo, el llamado «Caballero de París»; ese célebre y pintoresco personaje que forma parte de la historia de la capital habanera. ¡Qué misterios tiene la vida!, ¿cómo ese hombre ha logrado marcar un momento de la capital de Cuba? Él se paraba a observarlo con cierto respeto y solo le interesaba el espíritu de grandeza de aquella quijotesca figura, en medio de los transeúntes, y se imaginaba a los tranvías, por aquella vía, una de las más lujosas de La Habana. Aquel paisaje y recuerdos eran un imán que lo ataba al lugar. Imaginaba muchos orígenes fantasiosos de aquel ser humano tan pintoresco, al que algunos miraban como a un mendigo y otros como un ser de la nada. Muchas inquietudes sin respuestas.
Pararse frente al muelle de Luz, observar a los buques anclados en la rada habanera y ver a los brazos de hierro de las grúas trasegando mercancías era otro de los momentos en que la atención del joven era acaparada; también observaba a las personas transitar por aquellas calles en el ir y venir de la vida cotidiana. Así transcurrió parte de su adolescencia, con sus ojos abiertos al entorno circundante, que nutría su espíritu y cultivaba sus fantasías.
A Diego le gustaba visitar el Parque Central. Los habitantes de la ciudad de La Habana comenzaban a llamar Parque Central a la antigua Plaza de Isabel II, tal vez por imitación a su similar de Nueva York y se decide ubicar allí el monumento al más universal de todos los cubanos. La elevación del monumento a José Martí se hacía de acuerdo con el resultado de una encuesta que, anunciada por el periódico El Fígaro provocó muchos comentarios. La obra fue construida en mármol de Carrara por el destacado escultor cienfueguero José Villalta Saavedra, quien empeñó sus ahorros y pertenencias para completar el precio estipulado para su ejecución. La ceremonia de inauguración estuvo encabezada por El Generalísimo del Ejército Libertador Máximo Gómez y el presidente Tomás Estrada Palma. El acto de inauguración se realizó a las nueve de la mañana del 24 de febrero de 1905, cuando se izó la bandera nacional por el glorioso general Máximo Gómez, a los acordes de la Marcha Invasora.
El Palacio de los Capitanes Generales, actual Museo de la Ciudad, se encuentra ubicado en La Habana Vieja; ocupa toda una manzana y está considerada la obra de mayor importancia arquitectónica de todo el desarrollo barroco en Cuba. Este palacio fue edificado en el lugar donde se encontraba la antigua Catedral de La Habana. Su construcción comenzó en el año 1776. Fue el sitial de 65 capitanes generales españoles para gobernar Cuba, así como el recinto del administrador de los Estados Unidos durante su gobierno militar de 1898 a 1902; y como ya era costumbre, además, sirvió durante la República de palacio presidencial hasta 1920. En su patio interior está enclavada una estatua de Cristóbal Colón, colocada en este lugar en el año 1862. Diego se extasiaba contemplando esas joyas arquitectónicas o cuando admiraba la fortaleza de La Cabaña o El Morro.
En su pequeña, humilde, limpia y bien arreglada morada siempre escuchaba historias sobre la lucha contra la tiranía de Batista, quien alevosamente había llegado al poder mediante un golpe de Estado aupado por los estadounidenses, los abusos de los poderosos, los asesinatos cometidos por los sicarios de aquel régimen para intentar paralizar la rebeldía popular, las detenciones arbitrarias, las crueles torturas, la tenaz lucha de los revolucionarios por derrocarlo, las bombas, los tiroteos, las manifestaciones estudiantiles bajando de la Universidad de La Habana, la victoria del Primero de Enero de 1959, la triunfal entrada de Fidel a La Habana, el 8 de enero de 1959, la sempiterna política estadounidense de querer controlar nuestro archipiélago desde el punto de vista económico y político, el inicio de los sabotajes contra Cuba, la necesidad que tuvo la Revolución de defenderse, de implantar la libreta de racionamiento, las luchas y esperanzas de un futuro mejor para el país. Le describían el desbordante júbilo que provocó el vuelco del triunfo revolucionario, la alegría popular de aquellos momentos, que fue un verdadero renacimiento del país.
Escuchaba de sus padres hablar sobre política burguesa, su concepto negativo de esta, la consideraba una inmunda cloaca, y se reducía a una sola forma de concebir la democracia y la participación ciudadana: depositar un voto en las urnas cada cuatro años por unos individuos que hacían de las tareas de gobierno una industria capitalizadora, un quehacer corrupto. Era por eso que había que alejarse de aquello como de la peste. Él escuchaba atentamente aquellas palabras, y cuando lo hacía, contemplaba la foto del comandante Camilo Cienfuegos, con su sombrero alón y su franca sonrisa, adornando la pared de la sala. Ese era su ídolo.
Diego creció con pocas amistades, más bien eran personas conocidas y próximas por razones circunstanciales, su carácter retraído y receloso no le permitía intimar y menos aún expresar muchas de sus ideas, las que bullían en su cabeza, junto a otras situaciones; pero eran aguas contenidas en una represa. Buscaba en las lecturas respuestas a inquietudes propias y justas de la adolescencia, como ocurre normalmente a esa edad. Muchas veces quiso preguntar a su padre sus dudas o comentar sobre la conducta de los maestros; pero padre e hijo no supieron establecer la comunicación requerida, y con esas inhibiciones él se fue adentrando en esa larga carrera de relevo, que es la vida. ¡Cuántas frustraciones acumuló! ¡Cuántas ideas torcidas y respuestas inconclusas se forjaron en su cerebro!
En esos años de sueños, ensueños, frustraciones y anhelos, conoció a Rosita Almanza, compañera de aula, oriunda de la calle 16, en Lawton. Rosita es abierta, vivaz, dada a conversar y opinar sobre casi todo, firme en sus ideas y sitúa a cualquiera en su lugar. Ambos habaneros, para quienes los cambios sociales de 1959 abrieron las posibilidades de poder frecuentar las aulas universitarias. La colina de la Universidad de La Habana, tan llena de historias; el parque de los laureles los acoge y como regularmente pasa, los acerca, como las abejas al panal. Sucedió lo que siempre en el amor, un factor de encanto, de atracción, el desasosiego de no verse. Una mirada perdida en lontananza hoy y otra mañana, después las conversaciones acerca de las materias impartidas por los profesores y más tarde sobre distintos aspectos de la vida, los hizo acercarse; así surgieron los primeros escarceos amorosos, los estremecimientos de los primeros besos y percibió el susurro de su piel. Ambos provenían de lugares semejantes, carentes de afectos familiares. Desde el instante en que se conocieron, en que sudaron el goce del amor al aire libre, en que «se desordenaron», como diría la poetisa Carilda Oliver, todo giró en torno a esa relación. Se necesitaban, como el agua a las plantas o el oxígeno a la vida.
Ella coqueta, perfil aguileño, ojos pícaros color de miel, senos turgentes, piernas bien torneadas, glúteos potentes y pelo negro ondulado. Un cuerpo apetitoso, para moldearse con otro cuerpo y un carácter vivaz, jovial y entendederas amplias. Él, delgado, hombre ágil, que, sin ser un galán, era atractivo, a pesar de ser parco de palabras. La fuerza irresistible de la empatía los atrae, tal vez los polos opuestos. Ella queda prendada de la precisa y afilada lengua de Diego. Él descubre, por primera vez, que hay una persona que le inspira confianza para volcar muchos de sus pensamientos y preocupaciones o interrogantes. Es mutua la impresión de que podían fiarse uno del otro. Se sienten deslumbrados por el nuevo descubrimiento. Comienzan las ilusiones, la etapa en que los besos saben a mundos sublimes, donde no hay cabida a sinsabores y todo se aprecia con espejuelos rosados.
No era solo un amor de estudiantes, que se marchita, como las flores cuando termina la primavera o golondrinas de un solo verano. Juntan sus manos, rozan las mejillas, constantemente rememoran la primera vez que descubrieron sus partes pudendas, una vez consumada la concertada entrega. Podían estar en medio de muchas personas y ellos permanecían dentro de un caracol de amor, sin percatarse de la compañía. Un mundo de ilusiones se abre ante ellos. Ella ya tenía experiencias; él, solo la que da la mano y se acoplan como naves espaciales. Ambos descubrieron que sentían un gran amor a la vida. La cópula es el más apasionado de los diálogos. Tejieron numerosas hipótesis sobre el devenir común y soñaron al unísono, en las noches estrelladas de la plaza Cadenas. ¡Ah, si los bancos del patio de los laureles hablaran, cuantas cosas de enamorados no dirían! Allí, en esos bancos se sentaba Diego con frecuencia y sus ojos se posaban en la tanqueta, símbolo de la lucha contra la dictadura de Batista, en los árboles, en la basura, que por ocasiones se acumulaba sobre el césped. Allí volaba su imaginación sobre cuantas cosas han tenido lugar en ese sitio, devenido en parte insoslayable de la historia de la Universidad, y ya en la de ambos enamorados. El conjunto es bello y en él se solaza Diego, quien siempre tenía la sensación de tener otro destino y así se comportaba en la vida y en sus acciones.
Ambos también tenían en común, el haber pasado por la exaltante experiencia de salir de sus respectivos hogares, con un entusiasmo tremendo, para ir a los lugares más intrincados del país, a llevar las luces de los conocimientos a los analfabetos. Ella a Arroyo de Mantua y él a Manicaragua. Allí fueron con lápiz, cartilla, manual y libreta para combatir la ignorancia, en épica contienda. La experiencia produjo un cambio radical en sus vidas, era la primera vez que vivían solos fuera del hogar y sin la tutela de los padres. Además, se sintieron crecer en su interior, por la responsabilidad que asumieron de enseñar a personas mayores y ello les dio más seguridad en sí mismos y en sus propias potencialidades. Sobre el tema hablaban con cierta recurrencia y se sentían felices de la comunión de pensamientos, en torno a ese memorable hecho de sus respectivas vidas. Apreciar la pobreza y la dura vida de aquellos campesinos, las carencias de cosas indispensables, les mostró un mundo ignoto para ambos. Tomar café en jarro, no es lo mismo que en taza y si la leche es de una vaca acabada de ordeñar, es muy distinto. Reían de los sustos pasados, de las ranas en el baño y de la oscuridad de la noche, de los paisajes nocturnos cuando había luna llena, hasta de los grillos o la luz de los cocuyos, así como de la cama hogareña que, en los primeros días, extrañaban. Muchos recuerdos eran extraídos de los más recónditos parajes de sus respectivas memorias y reían mientras hacían esos intercambios de emociones.
Concluyeron los estudios después de duro bregar, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en el que ambos se dedicaron con tesón a obtener las mejores calificaciones; pero viene el hoy, que es el mañana de ayer, y con él los imperativos y necesidades del hombre: el trabajo. La falta de vivienda los ha hecho retrasar el casamiento, puesto que Rosita no quisiera vivir con los suegros y la casa de sus padres es muy pequeña; pero el tiempo continúa su inexorable curso y sienten la necesidad de tener vida marital. Han pasado tres años de concluir la Universidad, después de muchas cavilaciones deciden contraer matrimonio; con la anuencia de los respectivos padres en sencilla ceremonia, firmaron los desposorios, en una notaría de la calle Prado. Unas botellas de cerveza y unos dulces consagran aquella unión frente a compañeros de las aulas universitarias y familiares. Los chistes de los asistentes fueron los de rigor, las risotadas estruendosas animaron el ambiente y las anécdotas sobre los viejos tiempos en la colina universitaria se sucedían, para culminar en algunos chismes de alcoba.
El calor abraza en ese verano; pero ellos no lo sienten, el erosionante tiempo y el ritmo de los pensamientos están concentrados en otras cosas. Hay tiempo —se dicen—, para ir al trabajo. Ahora solo querían contemplar el mar, su olor a yodo, que les resultaba tan tonificante. Han logrado alquilar una cabaña en la playa de Guanabo, algo para adentrarse en los misterios del amor. Allí donde hay armonía, hay suprema belleza, los avatares de la vida son desconocidos y solo hay espacio para el olor que guardan las sábanas en las mañanas, después de los nocturnos combates lúbricos. Diego solícito le compra los deliciosos helados de chocolate que a ella le fascinan. Tal vez por lo único que se afectarían las relaciones de la pareja, es por el helado de chocolate, que son la pasión de Rosita. La pareja se deja llevar, como las hojas de los árboles, impulsadas por el viento.
—Nos merecemos un descanso, Rosita, después de estos años de estudios, trabajo voluntario, asambleas y movilizaciones de todo tipo —musita Diego.
—Sí, mi amor —responde ella—, con ojos resplandecientes y llenos de admiración para con el esposo.
En tono bajo se escucha una melodía cantada por Benny Moré, tituladaDulce desengaño. Ese es el músico preferido de Diego que no soporta la música estridente, y en esta ocasión la voz del Bárbaro del Ritmo, ameniza la belleza de la espléndida tarde, cuando el sol va cediendo el espacio al otro astro. La placidez y el color azul turquesa del mar y las olas que acompasadamente van a acariciar la arena de la playa lo extasían en la contemplación de nuestros tropicales atardeceres. «Lo real maravilloso» como dijera Alejo Carpentier.
—Diego vamos a bañarnos que a esta hora el agua está caliente —dice Rosita y lo toma por la mano—. Todo es hermoso, saturado de luz reverberante, con irisados reflejos.
—Pues al agua, que tenemos que aprovechar estos instantes, aunque te prometo que siempre te traeré a la playa. Dicen que los fondos marinos en torno a la Isla son preciosos; pero francamente, a mí no me gusta eso de sumergirme, pues le tengo un poco a aprehensión. Tal vez, algún día pueda superar eso y verlos con mis propios ojos —le comentó Diego.
Con una mirada pícara en el rostro Rosita le dice a su esposo:
—Diego espero que no me traerás solo para bañarnos en la playa, porque en lo que a mi concierne, hay otras cosillas que no habré de olvidar. Por cierto, no sé si esas cosillas se pudieran hacer en los fondos marinos y como temo que no, prefiero quedarme en la superficie.
Ríen de buena gana, mientras las olas refrescan sus alegres rostros. Sumergen sus cuerpos en las azulosas aguas del mar, nadan como peces, se solazan jugando con el agua y al unirse en un beso, buscan el placer de los instintos. No hay sombras de dudas, el acoplamiento es único y ascienden a los lugares más placenteros del paraíso.
Esa misma noche Diego meditaba sobre la necesidad de tomar una decisión con respecto a la propuesta que le formulara el decano de la Facultad de Artes y Letras, de ejercer como profesor, tal vez, podría obtener un apartamento y garantizar el sustento de ambos. Rosita podría aceptar el trabajo que le propusieron en la Escuela Nacional de Arte y de esta forma ganarían unos seiscientos pesos, lo que consideraba que era una buena suma para comenzar esa nueva etapa de sus vidas. Transcurrían los últimos años de la década de los setenta cuando teníamos una vida holgada y soñábamos que alcanzaríamos altas metas de desarrollo económico y social. Para él ese es solo el inicio de la vida laboral, pues en su cerebro bullen otras pretensiones.
De vuelta a las realidades cotidianas, a esa vida que todos los habitantes de la ciudad viven de prisa, siempre en la búsqueda de algo, los nuevos esposos tienen que estar en un cuarto de la casa de los padres de Diego. La habitación es pequeña y apenas si pueden moverse, ya que la cama, el espejo y el armario ocupan casi todo el espacio. No hay lugar para poner todos sus libros, instrumentales de trabajo, fragmentos del pasado, asociados a determinados momentos de sus vidas respectivas y hacer algunas investigaciones en la tranquilidad del hogar. El corazón late arrítmicamente en el pecho de Rosita, pues no obstante haber visitado aquel cuarto, nunca lo había visto tan exiguo. El apartamento, aunque pintado, conserva el inconfundible olor a salitre que exhalan los poros de aquellas paredes de unos setenta años ya heridas por las inclemencias del clima tropical. Hacen pruebas de gran imaginación a la hora de ordenar sus cosas más necesarias. Realizan los consabidos trámites de la libreta de racionamiento alimenticio y la inscripción en el Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Diego le pide una entrevista al decano de la Facultad y comienza las gestiones formales para ingresar como profesor de Historia del Arte; Rosita, por su parte, hace lo mismo. Se inicia una nueva etapa en sus vidas.
Al mismo tiempo que ambos se preparan para afrontar las nuevas responsabilidades y en medio de los estudios metodológicos que emprenden surgen las disparidades, que lógicamente acontecen, cuando una persona nueva se introduce en un hogar. Rosita y su suegra no piensan de la misma manera, las costumbres o modo de vida son diferentes, no tienen una visión semejante del pudor, o de la decoración; pero las discrepancias o los roces fundamentales afloran con más intensidad en la cocina, porque los gustos, los modos de hacer y los placeres de la condimentación son diferentes. La suegra considera que su nuera no está a la altura de su hijo y siempre le encuentra supuestos defectos, porque en realidad no resiste compartir el cariño del hijo y el manejo de la morada. Es todo un conflicto generacional, en medio de una profunda época de cambio. La buena madre hace esfuerzos por reprimir sus sentimientos y hacerle la vida más placentera a su hijo y al querido esposo, pero sufre y evidencia sus estados de ánimo. Ella, a quien siempre se le ha hinchado el corazón al hablar sobre su hijo, con las vecinas del barrio. Recuerden a las abuelas, quienes decían que, quien se casa, casa quiere.
Pronto Diego, quien siempre se sintió incomodo en aquel lugar, percibe que la convivencia con los padres no sería saludable para sus relaciones con Rosita. La situación lo atormenta, pues allí vivió desde niño, amaba a sus padres, aunque no compartiera sus modos de vida y menos sus aspiraciones. Por todo ello, comienza a sentir la necesidad de tener que buscar, o luchar, por un espacio propio, donde puedan hacer su vida, tener la libertad de decidir cómo y qué hacer, tener una biblioteca para los libros ya adquiridos y los que necesitarán. Un nudo se le atraviesa en su garganta cuando piensa en esa situación que lo deprime. Entiende a ambas, a Rosita que desea tener su casa, con su óptica y consideraciones estéticas, y a la madre, quien tanto se ha sacrificado en la vida, para tener un hogar arreglado, acorde con el nivel que permiten los salarios que ingresan a la casa. Se dice a sí mismo, que en un barco es difícil que puedan cohabitar dos capitanes, ¿verdad? Hay que evitar un conflicto, pues no hay un lugar donde puedan ir a vivir y no pueden cargar con esa preocupación, en ese instante.
Copulan con la preocupación de no ser escuchados en los libidinosos goces. Se reprimen y se acarician en las sombras del silencio. Rosita siente que no puede ser ella y que no logrará contener sus emociones por mucho tiempo. ¡Cuántas angustias cuando se quiere vivir a su manera! Parece que las represiones surgen en la cuna y acaban en la tumba. Esas situaciones generan una multitud de disímiles problemas, entre ellos, los relativos a rencillas, animadversión, trastornos en la convivencia entre los moradores de una casa. Algunos dirían que genera que de tiempo en tiempo, se saquen al aire los trapos sucios, a la chita callando. En fin, cotidianamente surgen tensiones y el hogar deja de ser un placer.
Diego comienza a impartir clases en la Universidad y poco a poco se destaca como buen profesor, de gran capacidad didáctica y conocimientos muy sólidos. Los alumnos y sus colegas lo aprecian por su dedicación. Cumple eficientemente el horario de trabajo, con la flexibilidad que se les otorga a los profesores de ese centro docente. Da la imagen de ser confiable. Dicta las conferencias que se le asignan, al igual que las clases prácticas, los seminarios y los cursos de postgrado. Es puntual y participativo en las reuniones de los colectivos de profesores. La superación y autosuperación siempre han sido una constante en él desde los años de estudiante, y esa práctica se mantiene. Aunque reticente, participa en las movilizaciones al campo, al trabajo voluntario, como forma de obtener una imagen de persona integrada, no obstante, no considera que su deber sea laborar en el campo. Se adentra en actividades investigativas y avanza hacia la presentación de una tesis de maestría sobre «El desarrollo de la pintura cubana contemporánea», pues su aspiración es alcanzar el doctorado. Realiza también trabajos metodológicos, guías de estudio y el conjunto del trabajo docente educativo.
El día que concluyó con éxito la defensa de su Maestría, su corazón rebosaba de júbilo, había alcanzado un grado superior en la escala científica, y siente que asciende la cuesta que lo llevará a la cima que se ha propuesto conquistar. Han sido dos años de consagración al estudio de las diferentes materias, y lo ha hecho consciente de que esa es una vía que garantizará su futuro. Su presencia en la biblioteca de la Universidad es frecuente y se abstiene de algunos paseos para dedicar la mayor parte del tiempo a la investigación.
Una tarde, después de concluir las labores docentes, Rosita se le une en el Coppelia y después de tomar un helado salen caminando tomados de las manos por la avenida 23, con rumbo a Malecón, donde buscan un lugarcito para tomar unas cervezas bien frías, como les gusta. Ambos están necesitados de un cambio de ambiente, de dejar a un lado la cotidianidad y de conversar sobre ellos. El aire del mar les permite que las lenguas se suelten y hablen de planes futuros, de horizontes por alcanzar. Tantas cosas que han llegado a la ínsula a través de los caminos de la mar. Están solazados, como si el salitre los tonificara y les abriera los apetitos lúdicos. Esa noche viven el paroxismo y ambos se funden en besos profundos y largos, tratando de no ser escuchados en la otra habitación. Después de haber corrido las cortinas de la madrugada, la mañana los sorprende en los juegos del amor y las huellas están visibles en las sábanas blancas.
Participa en la llamada extensión universitaria. Aunque ya no soporta las movilizaciones estudiantiles no deja de tomar parte en estas, pues siente que eso es indispensable para afianzar su posición. Por ello es celoso en el cumplimiento de las tareas del sindicato y con las guardias que todos los meses se le asignan a cada profesor. Se desarrolla en él la actitud de hacer lo que es más conveniente, sin apelativos a convicciones.
Ambos responden al llamado de la Revolución de participar en la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar, empeño mayúsculo concebido para hacer avanzar la economía de Cuba. Se saben conscientes del enorme esfuerzo que tendrían que hacer, pues por primera vez se enfrentaban a ese trabajo, para el que no estaban preparados físicamente, pero a él se encaminan, porque alcanzar la meta tiene un gran significado para el país, como ha sido ampliamente explicado. Se vuelcan, junto con sus compañeros, con un entusiasmo pegajoso, como el sudor, y pronto se percatan de la rudeza del esfuerzo; pero el embullo colectivo, no permite quejas. Más de una vez, Diego siente que le faltan fuerzas para proseguir, pero se sobrepone y continúa cortando la gramínea; sin embargo, se jura así mismo, que esa será la última vez que lo haga. Siente correr el sudor propio y hasta el ajeno. Un mar humano, junto a la dirección del país se encuentra en los cañaverales y la consigna es moler hasta la última caña, en ello estaba empeñado el pueblo y sus dirigentes. Se detienen otras producciones para concentrar todos los recursos en esos empeños. El objetivo del enorme esfuerzo era buscar desesperadamente un asidero para Cuba, que le permitiera cierta autonomía en el terreno económico. Ambos lloraron cuando se anunció que se habían alcanzado 8 millones y medio de toneladas, la planificada cifra, no se había alcanzado.
—Diego hemos hecho tantos sacrificios, hemos sufrido tanto y me pregunto: ¿valió la pena?
El esposo la observa en medio de un profundo mutismo y con ternura. Le acaricia las palmas de las manos, con las huellas dejadas por el machete y exclama:
—Solo la realidad futura podrá darnos una respuesta acertada, porque el esfuerzo afectó otras producciones.
Es evidente que los dos se sienten conmovidos con el revés y muchas interrogantes se formulan en sus respectivos espíritus. Diego por su parte ha entrado en una etapa de reflexión permanente acerca del porvenir de ambos.
De nuevo en la capital, se vuelcan en sus respectivas tareas docentes, y Diego, por su parte, avanza en la preparación de una tesis para el Doctorado sobre la pintura cubana: sus raíces y diferentes etapas. Trabaja en ello con una febrilidad extraordinaria y se encuentra con un profesor español, Francisco Luis Cebrián, quien accede a tutorar su tesis. Cebrián está de vacaciones en Cuba y visita la Universidad de La Habana, donde encuentra a profesores con los que tiene intercambios de experiencias intensas e inolvidables. Diego es invitado a uno de esos encuentros y aprovecha la ocasión para solicitarle al catedrático español su apoyo con el objetivo de poder hacer su tesis doctoral, en la Universidad Complutense. El profesor accede de muy buen talante y ello llena de gozo a Diego. En esos menesteres, tiene el respaldo del decano de su Facultad y del rector de la Universidad. Obtiene una licencia de seis meses para concluir la tesis y defenderla en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad madrileña. El hecho lo llena de alegría, porque la mayoría de los colegas que hacen tesis de doctorado, las hacen y defiende en la URSS o en otros países socialistas y él es de los pocos que lo hará en España; así podrá conocer a un país tan vinculado a Cuba, por la sangre, por su cultura y varias cosas más. Muchas noches blancas, tazas de café y entrega total al estudio han caracterizado todo ese período de la vida del aspirante. Su autoestima se desarrolla en la misma medida que va ascendiendo esos escalones. Prácticamente se ha enclaustrado en su casa y en la biblioteca investigando y estudiando. Ella, se mantiene solícita a su lado, cuando él está inmerso en los libros, se dedica a facilitarle el esfuerzo al marido, pues considera que de esos resultados dependerá el futuro de ambos.