Sumario de la historia general del reino de Chile - Diego De Rosales - E-Book

Sumario de la historia general del reino de Chile E-Book

Diego De Rosales

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Beschreibung

El texto del Sumario permaneció oculto entre los folios del Flandes Indiano resguardados en el Archivo Nacional de Chile. El editor lo ha rescatado y editado para darlo a conocer al público. En él se aprecia el minucioso tratado natural del territorio de Chile; la descripción detallada de los usos y costumbres de sus naturales y su carácter de vigente testimonio de su lengua, una amplia y documentada crónica de los sucesos ocurridos en Chile desde la llegada de los incas a Chile hasta 1653, es la obra de historia más importante escrita durante el periodo virreinal en Chile.

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983.03

R788s Rosales, Diego de, 1603-1677

Sumario de la historia general del reino de Chile

/ Diego de Rosales; edición y estudio de Miguel Donoso Rodríguez.

– 1a. ed. – Santiago de Chile: Universitaria, 2019.

565 p.: il.; 15,5 x 23 cm. – (Letras del Reino de Chile)

Incluye bibliografía.

ISBN Impreso: 978-956-11-2656-5

ISBN Digital: 978-956-11-2657-2

1. Chile – Historia – Colonia, 1561-1810.

I. t. II. Donoso Rodríguez, Miguel, ed.

© 2019, MIGUEL DONOSO RODRÍGUEZ

Inscripción Nº 310.557, Santiago de Chile

Derechos de edición reservados para todos los países por

©EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050 - Santiago

Ninguna parte de este libro, puede ser reproducida, transmitida o almacenada,sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos,incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Bell MT 11/14

Diagramación

Yenny Isla Rodríguez

Diseño de portada

Norma Díaz San Martín

Agradecimientos

Archivo Nacional de Chile.

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

COLECCIÓN LETRAS DEL REINO DE CHILE

Editor General

Miguel Donoso (Universidad de los Andes, Chile)

Secretario

Joaquín Zuleta (Universidad de los Andes, Chile)

Consejo asesor

Rolena Adorno (Yale University, EE.UU.)

Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, España)

Álvaro Baraibar (Universidad de Navarra, España)

Sarissa Carneiro (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile)

Juan Ricardo Couyoumdjian (Chile).

Andrés Eichmann (Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia).

Rafael Gaune Corradi (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile)

Cedomil Goic (Chile)

Raissa Kordi (Universidad de Chile, Chile)

Blanca López de Mariscal (Instituto Tecnológico de Monterrey, México)

Stefanie Massmann (Universidad Andrés Bello, Chile)

Julio Retamal Ávila (Chile)

José Antonio Rodríguez Garrido (Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú)

Silvia Tieffemberg (Universidad de Buenos Aires, Argentina)

Jaime Valenzuela (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile)

ÍNDICE GENERAL

Prólogo

Estudio preliminar

Diego de Rosales, el jesuita y el escritor

El manuscrito del Flandes Indiano

Un texto inédito de Rosales

Acerca del origen y el título del manuscrito inédito

Las apostillas de la discordia

Criterios de edición

Bibliografía

Abreviaturas y siglas

Sumario de la Historia General del Reino de Chile

Índice de voces y nombres anotados

PRÓLOGO

El lector tiene entre sus manos el volumen cuatro de la colección Letras del Reino de Chile, libro que constituye un esperado fruto del proyecto fondecyt-conicyt Regular N°1161277, que lleva por título “Estudio, edición y notas de la crónica Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), del jesuita Diego de Rosales”, del cual soy investigador responsable, y que cuenta con la participación de dos coinvestigadores, los historiadores Rafael Gaune y Claudio Rolle, de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El periodo de ejecución del proyecto se extendió entre abril de 2016 y marzo de 2020.

En la formulación del referido proyecto se planteó como uno de sus principales objetivos la edición y publicación de un texto inédito de Diego de Rosales, bautizado como manuscrito B, que este editor descubrió adosado al final del extenso manuscrito del Flandes Indiano. El presente Sumario es justamente el cumplimiento del referido propósito. Aunque en los últimos cuatro años la edición del Flandes Indiano ha acaparado la mayor parte de mis esfuerzos, desde agosto de 2018 me aboqué también a la transcripción y edición del manuscrito inédito, y, juntamente con eso, tomé la decisión de publicarlo como un texto independiente y que antecediera a la publicación de su magna obra, en cuya edición y anotación sigo trabajando, y que verá la luz en un par de años más. La idea es que el lector interesado pueda asomarse a este Sumario o resumen del Flandes Indiano como una suerte de aperitivo antes de adentrarse en el famoso texto de Rosales.

La presente edición incluye, además del texto íntegro del Sumario, un breve Estudio preliminar; los Criterios de edición conforme a los cuales se transcribió y editó el texto; una breve Bibliografía, que incluye las abreviaturas y siglas utilizadas, y un también breve Índice de voces y nombres anotados.

*****

Son varias las personas que de una u otra manera han colaborado activamente en esta edición, a todas las cuales debo un especial agradecimiento. Sin ellas, este libro no hubiera sido posible.

En primer lugar, quiero agradecer a mi amigo y colega Braulio Fernández Biggs, director del Instituto de Literatura de la Universidad de los Andes, por haberme apoyado incondicionalmente en este proyecto que ha consumido parte importante de mis energías en los últimos cuatro años.

A Soledad Campaña, licenciada en Literatura de la Universidad de los Andes, quien mientras aún era alumna tuvo a su cargo, en el transcurso del año 2017, la transcripción inicial de una parte importante del presente texto inédito de Rosales. El entusiasmo, esfuerzo y responsabilidad con que realizó el trabajo son encomiables.

Al lingüista con formación en idioma mapuche Cristián Oyarzo, por su constante apoyo en la transcripción de los vocablos en mapudungun presentes en el Sumario.

A los profesores José Antonio Rodríguez Garrido, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y Hugo Contreras Cruces, de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, que estudiaron materialmente el manuscrito e hicieron valiosas observaciones sobre el mismo.

También quiero agradecer al genealogista Joaquín Moreno, paciente auditor de tantas consultas sobre diversos apellidos que aparecen en el texto.

A los profesores Manuel Contreras Seitz, de la Universidad Austral de Chile, y Sergio González Arrieta, de la Universidad de los Andes, por su inestimable ayuda en la resolución de algunas dudas lingüísticas.

Debo, asimismo, un agradecimiento al personal de la Biblioteca de la Universidad de los Andes, que en todo momento hizo sus mejores esfuerzos para facilitarme la amplia bibliografía requerida, sobre todo en la persona de su directora académica, Patricia Abumohor, y del jefe de servicio al público, Jorge Quilaleo.

Del mismo modo, quiero agradecer de manera muy especial al Archivo Nacional de Chile, en cuyo salón de investigadores he pasado miles de horas durante los últimos cuatro años abocado a la transcripción del extenso manuscrito del Flandes Indiano, y, desde agosto de 2018 hasta abril de 2019, específicamente dedicado a la transcripción del presente Sumario. En especial agradezco al jefe de la Sección Histórica del Archivo, Luis Martínez, quien me autorizó y dio todas las facilidades para la consulta material del manuscrito original durante todos estos años; al encargado de atención de usuarios, Pedro González; al siempre atento encargado de sala, José Huenupi, y a los auxiliares Carlos Sánchez y Akio Matías Jopia Führer.

Agradezco también a Editorial Universitaria, quien en la persona de su gerente general, Gustavo Rivera, ha puesto toda su confianza en esta colección, y específicamente en un nuevo trabajo de este investigador. Al jefe de producción editorial de Universitaria, Víctor Letelier, y al resto del personal que trabaja con él, por su magnífico trabajo en el diseño y maquetación del texto.

En fin, y no por eso menos importante, agradezco a mi mujer, María José y a mis hijos, quienes soportaron mis largas ausencias dedicado a la transcripción del manuscrito y sus posteriores correcciones.

Santiago de Chile, 16 de septiembre de 2019.

ESTUDIO PRELIMINAR1

Diego de Rosales, el jesuita y el escritor

No tenemos constancia de la fecha de nacimiento de Diego de Rosales, aunque todo indica que nació en Madrid en 16032, hijo de Jerónimo de Rosales y de Juana Baptista Montoya. Desaparecidas ya las dos parroquias donde según Francisco Ferreira, su primer biógrafo, habría sido bautizado, así como los respectivos libros bautismales que nos permitirían comprobar tal información, solo nos quedan los testimonios de su paso por la Universidad de Alcalá para acreditarlo. En efecto, cuando Rosales ingresa a estudiar en dicha universidad, en 1618, el documento de matrícula afirma que tenía quince años3. Graduado de maestro en Artes a principios de 1622, el 18 de marzo de ese año Rosales ingresó al noviciado jesuita en Madrid4, pasando después por los colegios jesuitas de Huete, donde enseñó Gramática un año, y Murcia, donde continuó sus estudios de Filosofía. En 1628, tras reiteradas peticiones de convertirse en misionero en las Indias, fue autorizado por su orden para pasar a América, embarcándose en Cádiz con el padre Alonso de Buiza y doce compañeros el 9 de mayo de ese año. El destino era Lima, ciudad a la que arribó el 12 de diciembre de 16285. Ahí debió cursar solo sus dos primeros años de Teología, porque en septiembre de 1630 pasó a Chile6, culminando sus estudios en el Colegio Máximo de San Miguel, en Santiago7. Junto con esto fue nombrado profesor de Letras en Bucalemu, materia «en que fue muy consumado»8. Una vez ordenado, Diego de Rosales solicitó a sus superiores permiso para dedicarse a la evangelización de los indígenas, y, luego de concedido, asumió el desafiante encargo de dirigir la misión jesuita en Arauco, situada en el punto neurálgico de la zona de guerra donde se enfrentaban españoles e indígenas. Durante las más de cuatro décadas que el religioso madrileño vivió en Chile no solo fue un esforzado misionero que recorrió de punta a cabo el sur del país varias veces, sino que conoció perfectamente la cultura indígena, llegó a hablar a la perfección su lengua, el mapudungun, y fue un gran amigo y defensor de los indios. Asimismo, conoció y experimentó de primera mano la realidad del naciente reino de Chile y fue una autoridad muy consultada tanto por los gobernantes españoles como por los caciques. Después del levantamiento general indígena de 1655 Rosales, que por entonces era misionero en el fuerte de Boroa –estaba destinado en esa fortaleza desde su fundación en 1648–, tuvo que retirarse a Concepción, donde se desempeñó como rector del colegio jesuita de esa ciudad entre 1655 y 16619. Fue justamente ahí donde se encontró con los papeles de la historia de Chile que había reunido el gobernador Luis Fernández de Córdoba cuarenta años antes, tal como él mismo nos relata:

[Era el] alférez Domingo Sotelo de Romay [...] soldado de obligaciones y curioso en apuntar lo que iba sucediendo en la guerra con grande verdad y puntualidad, a cuyos papeles se deben mucho crédito, por ser de un hombre de mucha virtud, sinceridad y cuidado, y a cuyos escritos he seguido más que a los de otros ningunos, de muchos que he recogido para esta historia, por ser los más verídicos y puntuales. Lo cual, reconocido por el gobernador don Luis Fernández de Córdoba y pareciéndole que eran dignos de ponerse en estilo y forma, le dio cerca de mil pesos por ellos y los entregó a la Compañía de Jesús, al padre Bartolomé Navarro, gran predicador de aquellos tiempos, para que hiciese esta historia con otros papeles que de varias partes se juntaron, por esperar que con su gran talento la daría muchos lucimientos. Pero sus muchas ocupaciones en la continua predicación y las enfermedades que le quitaron la vida no le dieron lugar a hacer nada, hasta que al cabo de cuarenta años que estuvieron arrinconados todos estos papeles, con otros muchos que junté, hube de tomar a cargo este trabajo por que saliesen a luz los famosos hechos de tan valerosos gobernadores, insignes capitanes y sufridos y animosos soldados10.

Y vuelve a reiterar más adelante en el texto, insistiendo en la importancia del objetivo que ha tomado entre manos:

Y por ser tan leído y amigo de historias deseó mucho ver escrita la historia general deste reino, porque juzgó que sería muy gustosa, por haber sucedido tanta variedad de cosas y ser estos indios tan valientes, y no haberlos podido sujetar el poder español ni los bríos y valentía de tan grandes y tan experimentados capitanes generales como ha tenido este reino. Y a ese fin, con gasto suyo y con su diligencia, juntó muchos y muy curiosos papeles que, como dije en el capítulo treinta, estuvieron arrinconados cuarenta años hasta que este los desenvolví, y de las relaciones más verídicas compuse esta historia, ayudado de otros papeles y de las noticias que he adquirido en los años que ha que estoy en este reino, que pasan de cuarenta y tres, en que he andado toda la tierra de guerra y llegado hasta Osorno por tierra, y pasado a Chiloé por mar y trasmontado la cordillera nevada dos veces por diferentes partes, sin que haya cosa que no haya visto y notado, asistiendo en los ejércitos, en las ciudades, en las misiones y doctrinas11.

El encuentro providencial de Diego de Rosales con estos papeles debió ser el detonante que lo decidió a acometer la titánica tarea de poner por escrito una completa historia de la conquista espiritual y temporal del reino de Chile, cuya redacción, en una primera etapa, debió extenderse entre 1656 y 166612. Buscando información para su relato el jesuita no solo se entrevistó con viejos conquistadores y misioneros a los que tiró de la lengua, sino que también se hizo con las memorias y apuntes de otros; y, lo que resulta más valioso, al llegar en su historia a contar los sucesos del año 1630 en adelante, año en que él arribara a Chile, pasa a convertirse en protagonista absoluto de los hechos narrados, tal como declara expresamente: «Y si bien hasta aquí he escrito muchas cosas por noticias de papeles y relaciones, escogiendo siempre las verídicas y más ajustadas, en adelante escribiré lo que he visto y tocado con las manos»13. Es necesario destacar que Diego de Rosales aborda la historia de Chile comenzando por el origen de los habitantes americanos, la descripción de los indígenas de Chile y la historia natural del territorio austral, para después concentrarse en la relación de los sucesos, alcanzando a historiar en su relato hasta 1653, año en que este queda abruptamente interrumpido, a pesar de que en el texto quedan rastros de que estuvo trabajando en él hasta 1674. Su Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), a la que el propio jesuita se refiere también como Conquista temporal (y que aquí abrevio como MS o Flandes Indiano), constituye un verdadero monumento cultural, un texto ineludible para conocer la historia de Chile en su primer siglo de vida bajo dominación española. Rosales redactó también en paralelo una Conquista espiritualdel reino de Chile, dedicada a los hombres de fe que protagonizaron la evangelización de los indígenas de Chile en el primer siglo de dominación española. Este texto, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Chile, corresponde a la segunda parte del Flandes Indiano y por diversos avatares nunca ha sido impreso, lo cual no es raro si consideramos que se trata de un texto que plantea al editor enormes desafíos para la transcripción y fijación debido a la amplia presencia de tachaduras y correcciones en él, no solo provenientes de la pluma del propio jesuita, sino también de la censura14. Asimismo, Rosales dejó un libro preparado para la publicación, el Manifiesto apologético de los daños de la esclavitud del Reino de Chile, que vería la imprenta casi doscientos cincuenta años más tarde15.

Además de sus actividades como rector del colegio de la orden en Concepción y como escritor, Diego de Rosales ejerció por dos veces el cargo de Viceprovincial de la Compañía de Jesús en Chile, entre 1659 y 166616, lo que lo obligó a trasladarse a Santiago, visitando en esta calidad toda la provincia de Chile, incluidos Mendoza, el archipiélago Juan Fernández, Nahuelhuapi y Chiloé. Asimismo, y respaldado en su acreditada limpieza de sangre, en 1663 recibió el título de Calificador de la Inquisición de Lima17, el cual no llegó a ocupar. Terminado su provincialato fue designado rector del Colegio Máximo de San Miguel, en Santiago, cargo que detentó hasta 167218. En 1673 fue elegido procurador en Roma y Madrid, pero sus superiores no lo autorizaron a viajar19. Dedicó sus últimos años a completar la redacción de su Historia general del reino de Chile y procurar su publicación. Diego de Rosales murió en Santiago el 3 de junio de 167720, a la edad de setenta y cuatro años.

El manuscrito del Flandes Indiano

Según el catálogo del Archivo Nacional de Chile, donde se conserva el extenso manuscrito del Flandes Indiano, el textoestá compuesto por 997 folios (esto es, 1994 páginas), los cuales están resguardados en dos imponentes cajas de color carmesí. El documento se presenta en papel de formato grande procedente de diversos fabricantes europeos y de distinto gramaje, con una medida promedio de 31,5 x 21,5 cm, y mayoritariamente en cuadernillos sueltos sin encuadernar, aunque también contiene bastantes hojas sueltas, las cuales corresponden a folios recortados de los cuadernillos originales que fueron objeto de enmiendas en una segunda fase de redacción del manuscrito, o bien que proceden de la recuperación de folios de cuadernillos deteriorados tras el primer viaje a Europa del manuscrito, cuyas hojas fueron recortadas e incorporadas a la versión definitiva. Incluso en algunos casos nos encontramos con columnas completas o trozos de ellas pegadas en los folios de los cuadernillos definitivos. Asimismo, se trata de un manuscrito que no solo proviene de la pluma del propio jesuita, ya que presenta en varios trechos la mano de amanuenses, peninsulares y criollos, que colaboraron con Rosales y a los cuales él debió dictar el texto o encargarles la transcripción del mismo. La letra del manuscrito es habitualmente pequeña y apretada y por lo común se presenta en formato a doble columna, aunque en casos muy excepcionales la escritura aparece en una sola, ocupando todo el ancho de la hoja. Hay correcciones ortográficas del propio Rosales repartidas a lo largo y ancho de todo el texto, sobre todo en los fragmentos escritos por la pluma de amanuenses criollos, que manifiestan una fuerte tendencia al seseo o a otras deformaciones ortográficas. El manuscrito fue restaurado por el Archivo Nacional en la década de 1990, lo que permitió detener el proceso de deterioro del papel causado por el paso del tiempo y por la humedad que lo afectó en sus cuatro travesías del Atlántico, además de la destrucción puntual del papel en algunos lugares ocasionada por la acidez de la tinta empleada. Después de restaurado el manuscrito el Archivo Nacional procedió a realizar microfichas del mismo.

Aunque el manuscrito se presenta materialmente como listo para ser publicado, no está completo, y su autor no llegó a ver la publicación del mismo. Los hechos relatados por el jesuita, como ya se apuntó, quedan interrumpidos abruptamente a la altura de comienzos de 1653; parece ser que el manuscrito fue mutilado por motivos hoy desconocidos, en los cuales probablemente se entremezclan asuntos de índole disciplinaria que afectaron al autor al interior de su orden (Rosales tuvo serios problemas con el visitador general de la Compañía en Sudamérica, Andrés de Rada), con otras razones quizá de orden político, que tendrían que ver con una posible animadversión contra el jesuita por parte de parientes del gobernador Antonio de Acuña y Cabrera, al que muchos sindican como responsable del levantamiento general indígena de 1655, y bajo cuyo gobierno justamente queda interrumpido el relato de la crónica a la altura de 1653. Por lo mismo, una posible explicación es que los folios de la crónica correspondientes al periodo 1653-1674 debieron ser arrancados por una mano anónima para proteger la figura de dicho gobernador21.

Hubo que esperar más de doscientos años para ver impreso el manuscrito. En efecto, a Benjamín Vicuña Mackenna debemos agradecer las intensas gestiones personales, incluso mandatado por el Estado de Chile, para la ubicación y adquisición del esquivo manuscrito del Flandes Indiano al bibliógrafo valenciano Vicente Salvá, a comienzos de la década de 1870, y su posterior traslado a Chile en una caja fuerte, así como la publicación del mismo en tres volúmenes en 1877-1878. Sin embargo, su transcripción adolece de varios problemas: no solo deforma en varios aspectos la lengua del siglo xvii empleada por el jesuita, como es habitual en las ediciones de textos coloniales hechas en el siglo xix, sino que omite vocablos, sintagmas y a veces frases completas, e incluso llega a omitir un capítulo íntegro del manuscrito original, el cual fue publicado por el historiador Adolfo Ibáñez Santamaría22. Justamente este historiador es nuestro punto de contacto con la segunda edición del texto y primera edición íntegra del mismo, ya que él fue el primer ayudante que asistió al historiador Mario Góngora en su proyecto de edición del texto de Rosales, que comenzara en la Editorial Jurídica en 1971, el cual, tras sucesivos abandonos e intermitencias (incluido el golpe militar de 1973 y la trágica y temprana muerte de Góngora en 1985), finalmente vio la luz, en forma póstuma, en dos volúmenes publicados por Editorial Andrés Bello en 1989. Aunque esta segunda edición del texto de Rosales presenta por primera vez el texto completo, muchas de las deformaciones y errores de transcripción presentes en la edición príncipe de Vicuña Mackenna se repiten en ella, lo que justifica la necesidad de este nuevo proyecto para editar el texto rosaliano.

Un texto inédito de Rosales

La historia del descubrimiento del manuscrito inédito de Diego de Rosales se remonta al año 2015, cuando estaba preparando la postulación a fondecyt del proyecto para editar el texto del jesuita. Mientras revisaba materialmente en el Archivo Nacional las dos cajas que contienen el manuscrito del Flandes Indiano, pertenecientes al Fondo Vicuña Mackenna, signaturas 386 II y 386 III, me encontré con una tremenda sorpresa: los 997 folios que, como anticipé más arriba, componían el manuscrito íntegro de la Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano contenían en realidad dos manuscritos distintos: uno, el del propio Flandes Indiano (MS), conocido gracias a las ya señaladas ediciones de Vicuña Mackenna y Góngora, el cual comprende en realidad desde el folio 1 hasta el folio 840 de la paginación completa de los 997 folios mencionados; este texto se conserva en las cajas correspondientes al Fondo Vicuña Mackenna 306 II (fols. 1-502v) y 306 III (fols. 503r-840r). El otro manuscrito, al que he denominado S, comprende desde los folios 845r hasta el 997v de la misma paginación revisada y está contenido íntegramente en la segunda caja, correspondiente al Fondo Vicuña Mackenna, signatura 306 III, inmediatamente a continuación del manuscrito del Flandes Indiano. Este manuscrito S posee una paginación original distinta, que va desde el folio 1 hasta el 155 (es decir, 310 páginas), aunque es preciso apuntar que la numeración omite el folio 125 (se salta del f. 124 al 126), por lo que el total efectivo de folios es de 154 (308 páginas). De esos 154 folios figuran en blanco los folios 26r, 115v, 116 y 117, así como los dos últimos folios del manuscrito (fols. 154 y 155), lo que suma un total de cinco folios completos en blanco. Con esto, el cómputo de folios efectivamente escritos de S se reduce a 149 (298 páginas).

El manuscrito inédito del Flandes Indiano está escrito de punta a cabo por una misma pluma, siempre en formato a dos columnas, y, como vamos a ver, presenta los hechos recogidos por MS de manera mucho más sucinta y resumida, aunque desde un punto de vista temporal posee el atractivo de que alcanza a historiar hasta un tiempo levemente posterior al que alcanza el texto mayor, que es el más extenso, y del cual el manuscrito S es claramente un sumario o resumen. Además, S no presenta el sinnúmero de apostillas marginales (alrededor de 8500) que pueblan las páginas de MS, salvo por unas pocas excepciones que se pueden contar con los dedos de una mano. Dado que la crítica hasta hoy no había reparado en este segundo manuscrito, uno de los objetivos expresos del proyecto de edición del texto de Rosales que dirijo ha sido, en primer lugar, editarlo y publicarlo para ponerlo a disposición del mundo académico y del público en general; por otra parte, con este estudio pretendo arrojar alguna luz sobre su autoría y explicar por qué Rosales se pudo haber embarcado en la redacción de una versión abreviada de su extensa obra original.

Justamente uno de los aspectos del Manuscrito S que más me han llamado la atención es la casi nula existencia de noticias acerca de él en las dos únicas ediciones del texto de Rosales y en la historiografía rosaliana. En primer lugar, ha sido curioso constatar que tanto Benjamín Vicuña Mackenna como Mario Góngora, los dos editores históricos del texto del Flandes Indiano, se refieren muy escuetamente a él, sin darle la menor importancia. Parecen no calibrar la verdadera relevancia que puede poseer un texto de esta naturaleza. Vicuña Mackenna, por ejemplo, lo menciona en el “Prefacio” de su edición a propósito del vacío que ha dejado en la crónica la interrupción del relato del jesuita a la altura de 1653, durante la gobernación de Antonio de Acuña y Cabrera. El político e historiador del siglo xix se pregunta, apesadumbrado, dónde estarán los últimos veinte años del relato: ¿Rosales habrá interrumpido voluntariamente el relato o se le acabó la vida al jesuita antes de terminarlo? ¿O es que en los ires y venires de los cuadernillos para obtener el permiso de publicación en Europa se perdió la última sección del manuscrito? Son preguntas para las que no encuentra respuestas (y todavía no las tenemos), y ante las cuales Vicuña Mackenna concluye lo siguiente:

Lo más que sobre este lamentable vacío nos ha sido dable hacer, es prolongar la relación con unas cuantas páginas más tomadas de un estracto de esta historia que sin duda fue hecha por algún aficionado antes de la mutilación de los últimos cuadernos del manuscrito original23.

Esta es toda la escueta información que sobre el texto inédito proporciona Vicuña Mackenna, algo que sorprende si pensamos que él persiguió con denuedo el manuscrito durante muchos años y, una vez llegado a sus manos, debió leerlo y conocerlo al revés y al derecho; asimismo, llama también la atención que suponga dicha historia «hecha por algún aficionado», cuestión sobre la que volveré más adelante.

Mario Góngora, por otra parte, es algo más generoso en datos sobre el desconocido texto inédito, aunque no nos hagamos demasiadas ilusiones. En el “Prefacio de la Segunda Edición” que acompaña a su edición póstuma de la crónica de Rosales, publicada en 1989, se indica a propósito del texto inédito lo siguiente:

La presente edición significa una corrección radical de la de Vicuña Mackenna, tomando como base el manuscrito mismo que le sirvió de fuente, y que es el único hasta ahora conocido de la obra. Se halla actualmente clasificada en el Archivo Vicuña Mackenna del Archivo Nacional, con el número 306. Dentro de dicho legajo se hallan en realidad dos versiones de la obra, una en 10 libros, que es la que ha servido de base a la impresa, y otra en 8 libros, versión abreviada, pero sobre la misma trama narrativa, aunque los dos últimos capítulos se prolongan ligeramente en la crónica de los sucesos; sin embargo, ambas rematan en 1652 y principios de 165324.

Recapitulando, pues, contamos con los siguientes datos: para Vicuña Mackenna el manuscrito S es «un estracto de esta historia [...] hecha por algún aficionado»; para Góngora, en cambio, se trata de una «versión abreviada, pero sobre la misma trama narrativa». Pero nos queda aún otro autor por revisar, el historiador jesuita Walter Hanisch, quien menciona el manuscrito inédito al referirse a posibles fuentes para completar la parte mutilada al final del manuscrito de Rosales:

Hay dos partes o añadidos que pudieran haber dejado más amplio el texto de la obra; uno es el resumen, que dice Salvat que llega al libro VIII, y sin embargo alcanza dos capítulos más que la versión mutilada; el otro es el índice alfabético de materias, que es incompleto, y más que el libro, porque solo llega al libro VI25.

Así las cosas, a pesar de estas pobres referencias, no tenemos ninguna noticia de la fecha del manuscrito abreviado, y menos algún dato que nos permita suponer quién lo pudo poner por escrito. La letra del manuscrito S, que no es la de Rosales, corresponde a la misma época de las que presenta el manuscrito MS o Flandes Indiano, así que todo indica que el Sumario (escrito «por algún aficionado», según Vicuña Mackenna) sería un resumen encargado por el jesuita a uno de sus ayudantes, o incluso quizá dictado a uno de ellos, porque en el texto hay rastros inequívocos de la autoría del jesuita madrileño, como podemos apreciar en algunas citas que he seleccionado: «Pienso que Dios ha castigado esta tierra por semejantes crueldades, de que solo referiré un ejemplar de que fuitestigo de vista» (p. 96); «Fuia verlos en su prisión, y me dieron sentidísimas quejas que, estando de paz y habiendo acudido a hacer guerra a los rebeldes, sin causa los hubiesen maltratado. Di cuenta al gobernador, que, sintiendo el caso, reformó a Roa» (p. 534); «Yo le escribí avisando las paces que ofrecían los puelches, a quien se había hecho la guerra de nuestra parte con poca justificación» (p. 544); «Avisé al gobernador y ofrecime a ponerle de paz todos los puelches, que yo sabía no querían guerra. El gobernador, con celo y desinterés cristiano, mandó semeentregasen todas las piezas para restituirlas a sus caciques, y el avío necesario para este viaje. Tomé solos dos soldados y al capitán Ponce de León» (p. 546); «Pidiéronme que los asegurase de los pegüenches, mortales enemigos suyos; y por darles ese gusto pasé cincuenta leguas más a las tierras de Millacuga, Pocón y los puelches de las salinas» (p. 547), etc. Tal como se puede apreciar, el texto presenta una serie de verbos en primera persona y pronombres personales que dan cuenta de la inconfundible voz del jesuita madrileño. Así, pues, debemos suponer que el autor del Sumario no es otro que Diego de Rosales.

Sabemos, por otra parte, tal y como apunta Mario Góngora en su “Prefacio de la Segunda Edición”, que frente a los diez libros que incluye MS, el texto del Sumario solo incorpora ocho libros. Es decir, dos libros menos, lo cual no es poca cosa. Hay, por lo tanto, en S una importante labor de reducción, concentración y priorización de los contenidos presentes en MS. Asimismo, desaparece la mayor parte de los diálogos y citas en primera persona. Por otra parte, el Sumario hace desaparecer casi por completo las apostillas marginales de diversa índole que con tanta abundancia pueblan las páginas de MS, y elimina casi del todo las citas de fuentes en el cuerpo del texto. Lo mismo ocurre con los numerosos casos en que Rosales transcribe documentos oficiales como cédulas u ordenanzas, las cuales son directamente omitidas en el Sumario, transcribiendo solo su encabezado y remitiendo a la página respectiva de MS. Para percibir lo anterior voy a poner un ejemplo del trabajo de reducción y concentración de información que se realiza en el Sumario inédito, el cual tomo de las primeras páginas del Libro primero del extenso manuscrito del Flandes Indiano, donde el autor jesuita relata un mito originario del pueblo araucano, que llama “fábula”. El relato de MS es extenso pero de una extraordinaria belleza:

6. Y es que tienen muy creído [los indígenas] que cuando salió el mar y anegó la tierra antiguamente, sin saber cuándo (porque no tienen serie de tiempos ni cómputo de años), se escaparon algunos indios en las cimas de unos montes altos que llaman Tentén, que los tienen por cosa sagrada. Y en todas las provincias hay algún Tentén y cerro de grande veneración, por tener creído que en él se salvaron sus antepasados de el Diluvio general. Y están a la mira para, si hubiere otro diluvio, acogerse a él para escapar de el peligro, persuadidos a que en él tienen su sagrado para la ocasión, prevención que pretendieron los descendientes de Noé cuando fabricaron la torre de Babel. Añaden a esto que, antes que sucediese el diluvio o salida de el mar que ellos imaginan, les avisó un hombre pobre y humilde, y que por serlo no hicieron caso de él; que siempre la soberbia humana desprecia la humildad y no cree lo que no es conforme a su gusto. En la cumbre de cada uno destos montes altos, llamados Tentén, dicen que habita una culebra de el mismo nombre, que sin duda es el Demonio que los habla, y que antes que saliese el mar les dijo lo que había de suceder, y que se acogiesen al sagrado de aquel monte, que en él se librarían y él los ampararía. Mas que los indios no lo creyeron y trataron entre sí que, si acaso sucediese la inundación que decía Tentén, unos se convertirían en ballenas, otros en peje espada, otros en lisas, otros en robalos, otros en atunes y otros pescados; que el Tentén les favorecería para eso para que, si saliesen de repente las aguas y no pudiesen llegar a la cumbre de el monte, se quedasen nadando sobre ellas transformados en peces: que así les engaña el Demonio.

7. Fingen también que había otra culebra en la tierra y en los lugares bajos llamada Caicaivilu, y otros dicen que en esos mismos cerros, y que esta era enemiga de la otra culebra Tentén, y asimismo enemiga de los hombres; y para acabarlos hizo salir el mar, y con su inundación quiso cubrir y anegar el cerro Tentén y a la culebra de su nombre, y asimismo a los hombres que se acogiesen a su amparo y trepasen a su cumbre. Y, compitiendo las dos culebras Tentén y Caicai, esta hacía subir el mar y aquella hacía levantar el cerro de la tierra y sobrepujar al mar tanto cuanto se levantaban sus aguas. Y que lo que sucedió a los indios, cuando el mar comenzó a salir y inundar la tierra, fue que todos a gran priesa se acogieron al Tentén, subiendo a porfía a lo alto y llevando cada uno consigo sus hijos y mujeres y la comida que con la prisa y la turbación podían cargar. Y a unos les alcanzaba el agua a la raíz de el monte y a otros al medio, siendo muy pocos los que llegaron a salvarse a la cumbre. Y a los que alcanzó el agua les sucedió como lo habían trazado, que se convirtieron en peces y se conservaron nadando en las aguas, unos transformados en ballenas, otros en lisas, otros en robalos, otros en atunes y otros en diferentes peces. Y de estas transformaciones fingieron algunas en peñas, diciendo que por que no los llevasen las corrientes de las aguas se habían muchos convertido en peñas por su voluntad, y con ayuda de el Tentén. Y en confirmación de esto muestran en Chiloé una peña que tiene figura de mujer con sus hijos a cuestas, y otros a los lados, que el autor de la naturaleza la crio de aquella forma que parece mujer con sus hijos. Y tienen muy creído que aquella mujer en el Diluvio, no pudiendo llegar a la cumbre de el Tentén, le pidió transformarse en piedra con sus hijos, por que no la llevasen las corrientes, y que hasta ahora se quedó allí convertida en piedra. Y de los que se transformaron en peces dicen que, pasada la inundación o diluvio, salían de el mar a comunicar con las mujeres que iban a pescar o coger marisco, y particularmente acariciaban a las doncellas, engendrando hijos en ellas. Y que de ahí proceden los linajes que hay entre ellos de indios que tienen nombres de peces, porque muchos linajes tienen nombres [de] ballenas, lobos marinos, lisas y otros peces. Y ayúdales a creer que sus antepasados se transformaron en peces el haber visto en estas costas de el mar de Chile en muchas ocasiones sirenas que han salido a las playas con rostro y pe[chos] de mujer, y algunas con hijos en los brazos.

8. Asentadas estas fingidas transformaciones y soñado diluvio, queda la dificultad de cómo se conservaron los hombres y los animales, a lo cual dicen que los animales tuvieron más instinto que los hombres, [y que sabía]n mejor los tiempos y las mudanzas, y que, conociendo la inundación general, se subieron con presteza al Tentén y se escaparon de las aguas en su cumbre, llegando a ella más presto que los hombres, que por incrédulos fueron pocos los que se salvaron en la cumbre de el Tentén, y que de estos murieron los más abrasados de el sol. Porque como fingen que las dos culebras, Caicai y Tentén, eran enemigas, y que Caicai hizo salir las aguas de el mar para que, sobrepujando a los montes, anegasen a los hombres y al monte Tentén y a su culebra que los favorecía; y que Tentén, para mostrar su poder y que ni el mar le podía inundar ni sobrepujar con sus aguas, se iba suspendiendo y levantando sobre ellas; y que en esta competencia la una culebra, que era el Demonio, diciendo «Caicai» hacía crecer más y más las aguas, y de ahí tomó el nombre de Caicai; y la otra culebra, que era como cosa divina que amparaba a los hombres y a los animales en lo alto de su monte, diciendo «Tentén» hacía que el monte se suspendiese sobre las aguas, y en esta porfía subió tanto que llegó hasta el sol, los hombres que estaban en el Tentén se abrasaban con sus ardores, y, aunque se cubrían con callanas y tiestos, la fuerza de el sol, por estar tan cercanos a él, los quitó a muchos la vida y peló a otros, y de ahí dicen que proceden los calvos. Y que últimamente el hambre los apretó de suerte que se comían unos a otros; y solamente atendieron a conservar algunos animales de cada especie, para que multiplicasen, y algunas semillas para sembrar.

9. En el número de los hombres que se conservaron en el Diluvio hay entre los indios de Chile grande variedad, que no puede faltar entre tantos desvaríos. Porque unos dicen que se conservaron en el Tentén dos hombres y dos mujeres con sus hijos; otros, que un hombre solo y una mujer, a quienes llaman llituche, que quiere decir en su lengua principio de la generación de los hombres, sean dos o cuatro, con sus hijos. A estos les dijo el Tentén que para aplacar su enojo y el de Caicai, señor de el mar, que sacrificasen uno de sus hijos y, descuartizándole en cuatro partes, las echasen al mar para que las comiesen los reyes de los peces y las sirenas, y se serenase el mar. Y que, haciéndolo así, se fueron disminuyendo las aguas y volviendo a bajar el mar. Y al paso que las aguas iban bajando a ese paso iba también bajando el monte Tentén, hasta que se asentó en su proprio lugar. Y diciendo entonces la culebra «Tentén», quedaron ella y el monte con ese nombre de Tentén, célebre y de grande religión entre los indios; que como a miserables ha tenido engañados esta astuta culebra, que engañó a nuestros primeros padres en el Paraíso.

10. En la obscuridad de esta fábula parece que relampaguean algunas vislumbres de la verdadera historia de el Diluvio, porque reconocen inundación general y el haberse salvado en ella algunos hombres y las especies de los animales; el haber tenido avisos antes de el Diluvio; el haber ofrecido sacrificio Noé después de él, pero todo mezclado de errores y confusa la luz con variedad de tinieblas. Ignoran los nombres de los que se escaparon en este su fabuloso Diluvio; y eso no era mucho no teniendo escrituras, que, aun teniéndolas nosotros, no sabemos con certidumbre los nombres de la mujer y las nueras de Noé, sobre que hay reñida controversia entre los intérpretes de las divinas letras, como notó Benedicto Pereira. Y en lo que toca a la seguridad de que gozaron los montes sublimes o Tentenes, no son tan de el todo fabulosos como suenan, porque si borraran el crecimiento de el monte y el subir a porfía sobre las aguas, saliendo de su asiento, hallaran en su favor al eminentísimo cardenal Cayetano, que defiende que las cumbres de algunos montes demasiadamente empinados se eximieron de la general inundación de el Diluvio, no llegando las aguas a bañar sus cumbres, aunque llegaron a recostarse en sus faldas. Y que cuando dice Moisés que sobrepujó el agua quince codos sobre los montes más altos que están debajo de el cielo, se ha de entender de el cielo aéreo y de aquellos que no sobrepujan la región de el aire, ni taladrando las nubes se descuellan sobre ellas, porque los que con erguido cuello se levantan sobre las nubes quedan esentos de sus lluvias. Y entre los que gozan de esta inmunidad cuentan el monte de el Paraíso, donde se escapó y fue recebido Enoc desde que le trasladó Dios de este mundo. Otros les dan esta prerrogativa al monte Olimpo, al Ato y al Atlante, a cuyas soberbias cimas dijeron los antiguos que no les tocaron las aguas, respetando sus eminentes cabezas, atribuyéndolo a que excede su altura a la media región de el aire.

11. De aquí filosofan que, habiendo sido las lluvias causa de aquella general inundación, no podían las aguas crecer ni escalar más arriba de la región de donde se fraguaban. Y a la objeción que se hace que por qué no se escaparon en sus empinadas cumbres algunos hombres, respondo que como estuvieron siempre incrédulos a la predicación y vaticinio de Noé, aunque vían llover vivían con esperanzas de que cesarían las aguas y se serenaría el tiempo, como acaecía en otras grandes lluvias y avenidas. Y cuando conocieron el peligro ya la furia de las aguas y la tenebrosidad de el aire les había cerrado el paso para penetrar por las corrientes y para subir a las cimas de los montes.

12. Esta opinión, aunque es singular y la contradicen autores de mucha cuenta, la autoriza mucho tan grave y docto autor como el agudísimo Cayetano, que por su admirable ingenio ha merecido ese nombre, y es seguido y aclamado en las escuelas. Estos son los crepúsculos de la verdad, que pueden disculpar en parte la fabulosa narración de los Tentenes, que, mirado bien cuán sobre las nubes están los montes de las sierras nevadas de Chile (que, puesto uno en la cumbre, ve las nubes en una profundidad y hondura grandísima), si la opinión de Caye[tano] es verdadera, en ellos se pudiera verificar. Pero ni es de mi inte[nt]o calificar opiniones ni de mi profesión apoyar fábulas. Y así, afirmándome en la segur[id]ad de la opinión corriente, y suponiendo que el mundo todo se anegó con el Diluvio, como lo dice [la] Sagrada Escritura, sobrepujando los montes más sublimes, es forzoso confesar que todos los indios occidentales perecieron, sin quedar ninguno, y asimismo los de Chile; y habiendo de tener todos origen de Noé y sus hijos, queda la dificultad en su fuerza y el cuidado de averiguar de dónde o por dónde vinieron sus descendientes a poblar las Indias Occidentales y este reino de Chile, último remate de ellas (MS, fols. 38r-40r.).

Siete largos párrafos utiliza Diego de Rosales en MS para explicar el mito de Caicavilu y Tentén. En el texto del Sumario inédito se realiza una notable labor de reducción y concentración de datos, a tal punto que expresa todo en tan solo un párrafo:

4. Tienen creído los chilenos que el mar antiguamente anegó la tierra, y que se salvaron algunos hombres en las cumbres de unos altos montes, que llaman tentenes, que los respetan como cosa sagrada y como refugio para si se ofreciere otra semejante inundación. En cada provincia hay algún tentén destos. Este caso lo refieren así: dicen que un hombre pobre y humilde, que por eso no fue creído, les avisó antes de salir el mar lo que había de suceder; que en la cumbre de cada tentén habita una culebra, y esta antes de la inundación les previno para que se acogiesen al sagrado del monte; que los indios no le creyeron y se concertaron entre sí que, caso que saliese el mar, se convertirían en peces y nadarían sobre las aguas. En la tierra fingen que había otra culebra llamada Caicaivilu, enemiga de la del monte y de los hombres, y para acabar con ella y con ellos hizo salir el mar a inundar el monte, y, compitiendo las dos culebras, la de la tierra hacía subir las aguas, la del monte hacía empinarse el cerro. Los indios a toda prisa corrieron a su cumbre: los que llegaron fueron muy pocos; los que alcanzó el agua se convirtieron en peces, de que hoy guardan el apellido algunas familias. Pero como las aguas subieron tanto el monte se levantó tan cerca del sol que abrasó a casi todos los que habían subido a lo alto, menos dos hombres y dos mujeres, a quien llaman llituche, que es lo mismo que principio de la generación de los hombres. Añaden que el tentén les mandó que, para aplacar el enojo de Caicai, sacrificasen uno de sus hijos descuartizándolo y echándolo al mar, y que, ejecutado este sacrificio, el mar se fue retirando a su lugar y el monte se volvió a bajar a su antiguo asiento (S, p. XXX).

Acerca del origen y el título del manuscrito inédito

No tenemos noticias de por qué Rosales decidió embarcarse en la tarea de resumir o abreviar su texto principal. Quizá los problemas u obstáculos disciplinarios y/o políticos que debió enfrentar para publicar su magna obra influyeron en su decisión. Sin embargo, en mi opinión no resulta descabellado pensar que a medida que pasaba el tiempo sin lograr ver su obra publicada el jesuita debió animarse a seguir los pasos de una de sus fuentes eruditas más estimadas, el cronista real Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557). Recordemos que mientras el famoso historiador de Indias escribía su monumental Historia general y natural de las Indias, cuya primera parte se publicó en 1535 (la versión completa se publicó recién entre 1851 y 1855), debió convencerse de que era conveniente la publicación de una versión abreviada de la misma, lo cual se concretó en 1526 con la publicación del Sumario de la Natural Historia de las Indias, obra dedicada a Carlos V como un adelanto de la magna obra en que se encontraba trabajando26. Un caso todavía más interesante a considerar es el del militar criollo Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (1608-1680), contemporáneo de Rosales y con quien seguramente se llegó a conocer. Pineda y Bascuñán terminó su famoso Cautiverio feliz en 1673, tan solo un año antes de la data que atribuimos al Flandes Indiano de nuestro jesuita, pero lo más importante es que compuso también un Sumario o resumen del texto del Cautiverio fechado en el mismo año 1673, que bien pudo tener en mente Rosales cuando escribía su texto principal27. Por último, no puedo dejar de recordar aquí otro ejemplo similar, aunque corresponda a un siglo más tarde: el del también jesuita Juan Ignacio Molina, autor de un Compendio della storia geografica, naturale e civile del regno del Cile (1776), el cual corresponde a un resumen de sus posteriores Saggio sulla Storia naturale del Cile (1782) y Saggio della storia civile del Cile (1787). El referido Compendio en italiano fue publicado en castellano como Compendio de la Historia Geográfica, natural y civil de Chile (Madrid, Antonio de Sancha, 1788)28. Todos estos ejemplos pueden servir para situarnos mejor en las coordenadas de una práctica, la de abreviar o resumir grandes textos, que no debía ser ajena a Diego de Rosales, demostrando que el jesuita no fue una excepción a la regla. Guardando las proporciones, es posible que Rosales haya querido legar a las generaciones posteriores un “breve” Sumario de su muy detallada Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, que se suele fechar en 1674 y que nunca llegó a ver impresa, quizá entreviendo en ese Sumario una más posible y próxima publicación. Cuando digo breve lo hago con un cierto retintín, porque los 149 folios efectivos del Sumario dan cuenta de una extensión para nada breve, aunque sí lo es si la comparamos con los 845 folios del manuscrito principal del Flandes Indiano.

Por último, quiero terminar este apartado con unas reflexiones acerca del título de la obra inédita de Rosales. El texto sencillamente no presenta título; el folio uno e inicial del manuscrito S comienza literalmente con este encabezado: “Libro I de la Historia de Chile”, y a continuación, sin dejar más que el mínimo espacio necesario, comienza de inmediato con el capítulo 1 del libro I. Así, pues, se echa de menos la presencia de un folio que cumpla la función de portada donde aparezca el título del texto inédito, aunque sabemos que la paginación desmiente su existencia, porque se inicia en este mismo folio. Ante este escenario, me aboqué a revisar los títulos de los restantes libros que comprende el Sumario, pudiendo apreciar que en casi todos ellos el autor remite al título completo “Historia general del reino de Chile”. Por esta razón me decidí a restaurar este título para la totalidad del Sumario, la cual coincide, por lo demás, con la parte sustancial del título del manuscrito MS o Flandes Indiano. Pero había que diferenciarlo de este, y para esto era necesario buscar un vocablo que diera cuenta de lo que efectivamente es el texto inédito. Ese vocablo es justamente la palabra “Sumario”. Es cierto que en ninguna parte del texto de S aparece mencionada la palabra Sumario, Resumen o Epílogo, pero no existe ninguna duda de que lo que el lector tiene entre sus manos es un sumario o resumen del manuscrito extenso que es el Flandes Indiano. Creo que los ejemplos de autores anteriores, contemporáneos y posteriores a Rosales que hicieron sumarios y epílogos de sus extensas obras, como es el caso de Fernández de Oviedo, Pineda y Bascuñán y el abate Molina, tal como expuse más arriba, bien pueden avalar el bautizo de este texto inédito como Sumario.

Las apostillas de la discordia

Quiero terminar este breve estudio introductorio llamando la atención del lector sobre la presencia, tanto en el Sumario como en el texto extenso del Flandes Indiano, de una pluma anónima (aunque perfectamente identificable cada vez que hace acto de presencia) que escribe una larga serie de apostillas –un centenar de ellas en el Sumario– marginales y a pie de página, en las que se ataca a Diego de Rosales, a Luis de Valdivia y a la Compañía de Jesús en general por el papel que les cupo a los seguidores de San Ignacio en el devenir de la guerra de Arauco, así como por el monopolio que habrían tenido los jesuitas de la misión en tierras fronterizas. El autor de las apostillas responsabiliza a los jesuitas de mentir y deformar los hechos ocurridos en Chile para inculpar a las autoridades y a los militares de los agravios cometidos contra los indígenas, justificando y avalando así las distintas rebeliones indígenas. Las apostillas repiten conceptos que menoscaban las palabras de Rosales o los actos de los jesuitas calificándolos como mentira (en un total de catorce apostillas se repite la palabra miente): “Miente…” (pp. 92, 250, 286, etc.), “Mentira” (p. 311), “Otra mentira” (p. 173), “No es cierto” (p. 91), “No hubo tal cosa” (p. 236), “Impostura del autor” (p. 242); embuste: “Todo este número... es un puro embuste” (p. 124); artificio: “Todo esto fue un puro artificio de Villaza” (p. 270); engaño: “Fueron todos ellos engañados de dos jesuitas” (p. 269), “Los engaños de los jesuitas” (p. 480); invención (en cuanto variante de mentir): “Después del gran rebelión inventaron los jesuitas...” (p. 230), “Inventado del jesuita” (p. 237); y por último sueño (ya que los acusa de vivir en la utopía o irrealidad): “Sueño de los de su ropa” (p. 170). El autor de las apostillas acusa varias veces a los jesuitas de traidores, de incendiarios, de alborotadores y de querer fomentar y renovar las rebeliones indígenas.

Imagen ampliada de una apostilla presente en S, f. 34v.

Aunque en las apostillas no hay ningún indicio que permita identificar con nombre y apellido a su autor, hay rastros en ellas que nos permiten apuntar su pertenencia a alguna de las órdenes religiosas antiguas desplazadas por los jesuitas de la misión en tierras de guerra, y quizá más probablemente a un miembro de la orden franciscana. Lo anterior queda en evidencia cuando el apostillador se refiere regularmente a los jesuitas como “los de su ropa” (aludiendo al hábito jesuita, contrapuesto al propio hábito del religioso que escribe), con el punto cúlmine de los siguientes comentarios, a mi juicio definitorios para atribuir las apostillas a alguien que pertenece al estamento religioso y que es parte interesada en el pleito con los jesuitas: “Ellos [los jesuitas] querían alzarse con todo, y a eso fueron” (p. 269); “Querían que a ellos [a los jesuitas] se les dejase el país que habían rebelado; y el gobernador [Oñez de Loyola], como su hechura, no hizo más que lo que ellos le dijeron” (p. 379); “los jesuitas, autores del rebelión, miraron siempre a que en el país que rebelaron no entrase español alguno, obispo ni sacerdote secular ni regular, sino es ellos solos, y lo lograron; porque don Francisco de Borja, que era el virrey, les creyó a todos verdaderos discípulos de san Francisco de Borja, su abuelo, mientras eran opuestos, y solo seguían a Aquaviva en sus detestables máximas” (p. 419); “El insolente [Luis de Valdivia] quitó a Dios millones de almas y todo el país rebelado, que lo dejó para ellos [los jesuitas] solos” (p. 423); “Esto es lo que los jesuitas han pretendido siempre para ser ellos solos los dueños, y por eso rebelaron los indios y fomentaron siempre el rebelión” (p. 478); “Solos los jesuitas decían entre sí todo esto [...] por que nos echasen del reino» (p. 440), etc.

El apostillador acusa a los jesuitas de querer «alzarse con todo [el reino]», «que se les dejase el país», «que nos echasen del reino», etc. Son acusaciones sintomáticas de la visión que el autor de las apostillas tiene del papel que ha cumplido la Compañía de Jesús en Chile a partir del desastre de Curalaba. Saber quién las pudo haber escrito, en qué época y cuál fue su motivación creo que sería una enorme ayuda para desentrañar no solo la clave de estas apostillas, sino quizá explicar en parte el misterio de por qué la crónica no llegó a ver la imprenta sino pasados más de doscientos años desde la muerte del jesuita madrileño.