Superchería - Ignacio Bonalumi - E-Book

Superchería E-Book

Ignacio Bonalumi

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Beschreibung

Novela cargada de contenido político, narra los avatares de una contienda electoral en una pequeña colonia sevillana enclavada en la pampa húmeda. De suspenso, tramas y conspiraciones, desarrolla el fraude, la corrupción y la desidia de los gobernantes de nuestra patria, pero también el amor, la pasión y los ideales de los que aún creen que se puede hacer algo mejor. De personajes atrapados en esta historia plagada de escepticismo, romance, suspenso y amistad, que harán lo que fuere por cumplir su cometido.

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Seitenzahl: 51

Veröffentlichungsjahr: 2023

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IGNACIO BONALUMI

Superchería

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EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Capítulo I: CAMINO AL EXILIO

Capítulo II: BRUNELLA

Capítulo III: LOS APÓSTOLES

Capítulo IV: ANTONIO BATEA

Capítulo V: EL CANDIDATO

Capítulo VI: EL MITÍN

Capítulo VII: LA PLATAFORMA

Capítulo VIII: UNIÓN FORTUITA

Capítulo IX: LA CAMPAÑA

Capítulo X: TIEMPO DE DEFINICIONES

Capitulo XI: REIVINDICACIONES

Capítulo XII: Tiempo después

En la Plaza de San Marcos, en las callecitas de Colonia o en el malecón habanero, puedo verte en mis sueños, hasta en los rincones de mi Montes de Oca.

Capítulo I

CAMINO AL EXILIO

Era una de esas tardes de lo que suelen llamar invierno en la Buenos Aires del año dos mil, con  temperatura fluctuando en los diez grados y una leve ventolina con aroma a Río de la Plata. La esquina de Plaza Serrano se encontraba atiborrada de transeúntes que se movilizaban sórdidos y abstraídos en esta urbe cosmopolita del sur. En una mesa con mirada rinconera al Congreso Nacional, Franco movía con delicadeza la cuchara por el fondo del remo caliente, mirando de reojo las medialunas que su abuelo pacientemente sumergía en un café con leche mediano. Era el joven consciente de que estaba en sus manos romper las cadenas del sigilo, ya que Juan González era, como buen español, hombre de muchos silencios y pocas palabras.

—Dígame abuelo, ¿cómo fue que decidieron venir a América?

—¿Decidir? La guerra no dejó más remedio, quizás algo del destino o la desdicha de formar filas en el bando derrotado, o un poco de ambas, vaya uno a saber.

Tres años portaba yo entonces y aun así recuerdo el azul del mar contemplado desde la falda  de mi madre, quien traía un vestido verde y acariciaba mi cabello con cariño mientras me hablaba de los naranjos que nos esperaban por las praderas argentinas.

—Debe de haber sido una mujer formidable.

—Disfruta a tu mamá Franco, es desgarradora la sensación de orfandad, quizás el tiempo la mitiga, pero nunca nada vuelve a ser igual.

—Valoro sus consejos Abuelo y hoy más que nunca necesito de su experiencia y conocimiento. Cierto es, como sabrá, que este país no tiene solución y siento que quizás llegó el momento de embarcarme a la madre patria. La prensa es muy bien paga del otro lado del mar, y estoy pronto a obtener mi diploma.

—La alegría no la vas a encontrar en un duro más que puedas embolsar en Europa, además ser periodista es un compromiso social, pero sobre todas las cosas con tu identidad. ¿Acaso serías feliz escribiendo sobre el tránsito en Madrid? Eso hay que replantearse, mi experiencia a veces ingrata me dice que la felicidad la encontramos en las pequeñas cosas y los momentos cotidianos.

—¿Y usted piensa que no lo intenté? Llevo años caminando periódicos e imprentas tratando de poder desarrollarme profesionalmente, pero como tantos jóvenes de mi generación comprendí que la única salida a la decadencia argentina es Ezeiza.

—Sería una real pena que esta nación saqueada por dirigentes inescrupulosos, sea abandonada a su suerte por una generación talentosa y creativa. Pero bueno, veo que es una decisión tomada, ¿Te puedo ser de utilidad en algo?

—La verdad que sí, estoy construyendo las carpetas de la embajada para obtener la ciudadanía y hay datos suyos que desconozco y me está costando localizar. Por ejemplo, su casamiento. No hay en todos los registros de Capital rastro alguno al respecto.

—Debes mirar la bota santafesina, en el corazón de la pampa húmeda. Allí recalamos un manojo de sevillanos dispuestos a hacer la América y fundamos un pueblo al que llamamos Superchería, en honor al batallón anarquista que peleó con desdén contra los malos antes de la caída de la ciudad. Sin dudas, los momentos más felices de mi vida recorrieron los caseríos de ese lugar que tenía el encanto de lo cotidiano, eso de que Don Cosme Aguirre te pesaba las galletas a granel en el almacén y que iban con chocolate de yapa si te declarabas simpatizante del club de la ribera, o saltar los tapiales de la viuda Silva para hacernos de mandarinas y de algún que otro limón para vender con el objeto de que el gruñón de Raúl Gómez nos arregle la única pelota que teníamos en todo el pueblo. Mamá se las rebuscaba siempre en casa y solo gastaba para el día de los muertos donde se amontonaban en la peluquería de Gladiola a hacerse las permanentes y ponerse al día de los últimos acontecimientos de los vecinos que no tenían familia presente en ese momento y en ese lugar. Éramos felices vagabundeando por los pasillos de este peñón sevillano encrestado sobre el río Carcarañá, que nos separaba de las praderas cordobesas.

—¿Ahí conoció a la Abuela?

—Claro que sí, me enamoré desde el primer momento que la vi.

Capítulo II

BRUNELLA

—La primera vez que la vi bajaba de un Ford blanco, con mis amigos veníamos en ese pelotón de bicicletas del potrero y me detuve en el cordón de la vereda. Seguramente tendría no más de veinte y ya era dueña del suspiro de chiquillos como yo, que cual guardia pretoriana controlábamos cada movimiento de esta exquisita mujer. Morocha y alta, con enormes ojos azules acompañados de finas y largas pestañas, que convivían en perfecta armonía con una boca voluptuosa, siempre pintada con un tono caoba que la distinguía a mil leguas, se había convertido en la dueña de mis sueños.

Las melodías que vertían de entre las cuerdas de guitarra de Don Pascual Pérez, allá por las escalinatas del parque Olmos, condimentaban el momento al ritmo de sevillanas flamencas: “...en una calle cualquiera como las que hay en Sevilla...”

No recuerdo exactamente cuándo acabó el asedio, pero seguramente con el pasar de los años ya no era atrayente nuestra presencia.

Porque ella nunca dejó de ser hermosa y deslumbrante. Más aún con el pasar del tiempo, fue adquiriendo esa magia que solo la mujer con los años llega a tener.