Tardes de estío - Victor Arreguine - E-Book

Tardes de estío E-Book

Victor Arreguine

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Beschreibung

«Tardes de estío» (1906) es una antología de poesía de Víctor Arreguine, que incluye poemas como «El verso», «El poeta», «Mis versos», «Rosas, rosas, rosas», «Desdén», «Recuerdo de Inés», «A Carolina», «Noche de primavera», «Aurora», «Calibana», «Magdalena», «Primitiva» o «Enemiga de Kempis».

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Seitenzahl: 80

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Victor Arreguine

Tardes de estío

PRÓLOGO DE ANTONINO LAMBERTI

Saga

Tardes de estío

 

Copyright © 1906, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726682427

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

VÍCTOR ARREGUINE

¡Preciosa cuarteta! ¿De quién es? De Arreguine, me contestaron, y á pedido mío fué repetida, y la armonía se detuvo hasta verse en mi memoria, grata tal vez al que la había comprendido:

¡Ah! ¡Qué dolor sin nombre me matara

Si el cuadro que me pintas fuera cierto,

Si mi oasis querido resultara

Un delirio del alma en el desierto!

Antes de conocernos, antes de encontrarnos en la huella el autor de este libro y yo, sucedía esto, una noche, en casa de una persona adorable, donde se hizo música y se recitaron versos.

Desde aquella noche dejó de ser un extraño para mí. La vinculación quedó establecida por cuatro versos. La sonoridad melancólica de su espíritu andaba en el mío, y oía pronunciar su nombre con gusto.

Más tarde supe, hablando de los hombres de valía de mi país — ¡que no veo hace años! — que Arreguine era uno de ellos, entre los jóvenes. Supe que era autor de la Historia del Uruguay, de muchos folletos políticos, y de otras cuestiones importantísimas; que era periodista de las buenas causas, muy querido, y con gratitud, por su publicación de Colección de poesías uruguayas, con noticias biográficas de los autores; que aunque muy joven todavía, era uno de los primeros poetas orientales, y que dirigía cátedras de historia y literatura, con ilustración reconocida, en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Entonces sentí afecto por el compatriota y deseo de tratarlo. Lo busqué y di con él. La amistad nos echó uno en brazos del otro: talento y carácter; hidalguía; persistencia en la labor civilizadora; amabilidad exquisita para los buenos; desprecio, como no he visto en otro hombre, para los pícaros encumbrados; desconocimiento de la codicia; cerebro lleno de ideas nobles defendidas por una instrucción vastísima; brazo fuerte, protector de los débiles. Esto encontré en Víctor Arreguine.

De la raza que se ha hecho notable en América por sus pasiones y valentía, el amor y el odio en él son absolutos. El corazón no le cabe en él pecho cuando el honor lo llama. Una injusticia lo subleva, y como si toda esta riqueza de hombre no bastara, tiene la facultad de expresarse en la forma bella, Dios le ha dado la lira, y de su lira sale este libro, que para mí es un manojo de rayos. Suaves y tristes, como de estrella lejana, algunos; otros, son rayos de sol, besos del día, fulgor de Oriente en la bandera de Montevideo! imprecaciones, azotes de fuego para los desalmados que han prostituído la tierra más hermosa del mundo ( 1 ). Vibraciones del alma, luz del poeta, que delante de ella toda intención de crítica desaparece y sólo queda el aplauso dominante.

Presentándole á Rubén Darío Tardes De Estío, podría decirle ahora, con más razón, aquello que le dije una vez leyendo juntos el canto de Arreguine, Á Grecia, y que estuvo conforme conmigo: Querido Rubén: dejando aparte el cariño que se le tiene al hombre, yo creo que después de leer estos versos, se puede asegurar que ya sabe donde está la frente el laurel del Arte.

A. Lamberti

EL VERSO

Hermosas hijas de la mente irradian,

Como enjambre de astros,

Juventud eternal las de Lucrecio

Olímpicas estrofas.

De Shakespeare es el verso

Varón. Corre en sus venas tumultuosa

Noble sangre de dioses:

En él, muestra el divino Julio César

Nueva, serena efigie.

El verso de Hugo evoca

Torvas, apocalípticas visiones

Y en la cólera imita

Fragor de truenos en oscura selva.

La teoría del verso por el verso,

¡Necedad detestable!

Poeta que no eleve en la sagrada

Forma, divina idea,

Esfera de oro en el vibrar del éter,

Ese, la suerte de Dionisio alcance,

Á quien los dioses castigaron como

Á malhechor, por profanar el verso.

EL POETA

Flotan las naves y el mar

Luminoso se ve entero

En cuatro versos de Homero,

El de más alto cantar.

Con relámpagos de estilo

Asalta y rinde murallas

Y gana y pierde batallas

En cuatro versos Esquilo.

Dante, que su pincel moja

En fuego, erige en un verso,

Como en un rojo Universo,

Á Dite, la ciudad roja.

El poeta es el resumen

Del artista: fuego, luz;

El misterio de la cruz

Es la roja flor del numen.

Hasta el áspero Mahoma,

Alma ardiente de león,

Ve bajar la inspiración

Con dos alas de paloma.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Todo verso en su sencilla

Estructura debe ser

Semejante á la semilla

De que un árbol va á nacer.

MIS VERSOS

Pobres, duros, altaneros,

Como infanzones de raza,

Por el yermo irán mis versos

Sin ambiciones. Les basta

Que algún alto caballero

Los salude á la distancia.

ROSAS, ROSAS, ROSAS . . . .

I

La primicia de mis barbas

Ofrendé al divino Apolo

Cuando mi sangre tenía

Ardientes fulgores rojos.

Las amapolas manchaban

De fuego el campo; los toros

Mugían en las praderas;

Cantaba en el aire el tordo.

Me sorprendió de repente

El dios de flechas de oro

É hizo de mi corazón

Roja aljaba. Silbó el tordo,

Sonrió el mar, y la cigarra

Cantó un himno en los aromos.

II

Lenta, muy lenta avanza la invasión de la sombra,

Y en la sombra diviso tu cabello sedeño.

¿Eres de carne acaso? Tu leve ser se nombra

Éter, poesía, ensueño.

En oleadas de imágenes los ensueños se esfuman —

Mutiladas estatuas de una Atenas perdida —

¿Qué importa que las viejas estrellas se consuman

En el plan de la Vida?

Pensamientos salvajes anidaba mi frente;

Mi corazón — herida dolorosa — era fiero;

Mis pasiones leones; mi placer absorbente

La poesía de Homero;

Y los héroes de casco de bronce; y, ondulantes,

Sobre los cascos, crines de caballo; y el fuerte

Rebotar de las lanzas; los escudos sonantes

Y el terror y la muerte.

Una ardiente mirada de tus ojos ... y el mundo

Se transforma. Guerreros: ¿dónde están vuestros rastros?

Cae la noche. Ha encendido en el cielo profundo

Doble número de astros.

III

¿Por qué de suerte igual roban la calma

Y son horrible torcedor al alma

Un negro crimen y un inmenso amor?

¿Qué tienen de común? ¿Por qué á la hora

De la meditación desgarradora

Dan el mismo dolor?

IV

El paisaje era hermoso: en los aires había

El reflejo de oro de la tarde moaré;

En la selva, la hirsuta, la salvaje energía

De una página en bronce de Gustavo Doré.

Con un rumor de perlas heridas

Llegó tu voz celeste á mi ser;

Y de mi amor las torres soberbias

En el país de los sueños alcé.

V

Tu abanico aletea

Como una mariposa,

Ebria de luz y vida,

Sobre la flor bermeja de tu boca.

Figurita sin alma

Que brillas por hermosa

Y en los salones reinas

Gentil, pisando damasquina alfombra,

He buscado en tu mente

La fugitiva ola

De un pensamiento serio,

Fuese de amor, de bailes ó de modas,

Y he llegado á esta extrema

Conclusión: una diosa

No sospecha los astros:

Es el vacío que ha tomado forma.

VI

Virgen de ardientes pasiones:

Miré en tu alma y hallé

Rocas y arenas en que

Se adormecen los leones.

Si fuerza al amor opones

De nuevo Hércules haré

Y tus selvas talaré

Y ahuyentaré tus leones.

Si eres peñón el embate

Del mar furioso tendré,

Y si eres roca seré

El rayo que las abate.

VII

Te enseñó un fraile agustino

Que en el amor hay pecado,

Porque leyó el pobre hombre

No sé que historias de diablos.

Te enseñó mal el oscuro,

El perverso pajarraco:

El placer es el divino

Resorte de lo creado.

Dime: ¿la Tierra no canta

Luego que el Sol la ha besado?

¿No se engalanan las flores

Para amar? Y qué de extraño

Si la existencia es un bien,

¡El solo bien aquí abajo!

Todo es amor, todo vida,

En los eternos espacios.

¿Ves como arde en los cielos,

Fragua de vidas, el astro,

Ves cómo luce la nube

Entre la luz del ocaso,

Ves cuál florece la rosa

En su esplendor soberano?

Hermánate con la rosa

Y con la nube y el astro.

No amar: he aquí la muerte.

No amar: he aquí el pecado.

VIII

Si fueses suave camelia

Yo te diría al momento

Lo que el loco Hamlet á Ofelia:

Vete á un convento.

Porque del mundo el anhelo

Marchitará tu hermosura,

Y enlodará el casto velo

De tu blancura.

Pero eres la primorosa

Flor que soñó la poesía

Y ni aún te iguala la rosa

De Alejandría.

¿Y cuál pedir á la aurora

Que por brillante anochezca,

Ni á la flor embriagadora

Que no florezca?

Ante mi amor que te invoca

Florece, flor la más linda,

Y luzca tu linda boca

Como una guinda.

IX

Toda de luto! ¿Qué negro misterio

Tu vida envolvía?

La noche en su mágico imperio

Sus astros lucía.

Y el sol de la amable hermosura

Pasaba á mi lado.

¡Ah! tú eres el sol que fulgura

Con rayo dorado.

Princesa de oscuro cabello,

De cuento de hadas,

Estatua de diosa, destello

De las alboradas. . . . . .