Estudios sociales - Victor Arreguine - E-Book

Estudios sociales E-Book

Victor Arreguine

0,0

Beschreibung

«Estudios sociales» (1899) es una recopilación de artículos y ensayos breves de Víctor Arreguine sobre diferentes temas y problemas sociales de la época, como el aumento del suicidio en Buenos Aires, la importancia de la oratoria en política, la criminalidad infantil o la repercusión de las expectativas y de la imaginación en los conflictos bélicos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 126

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Victor Arreguine

Estudios sociales

 

Saga

Estudios sociales

 

Copyright © 1899, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726682434

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

EL SUICIDIO

Selección natural y suicidio. — Civilización y suicidio. — Papel de la sugestión en la muerte voluntaria. — Causas del suicidio, según M. Tarde. — El suicidio en Buenos Aires. — La teoría de Ferri sobre la marcha inversa del homic í dio y el suicidio. — Las suicidas. — Causas generales de suicid í o, según la Estadística Policial. — Influencia de los vientos reinantes. — Su í cidas que saben leer y escribir. — El uso de las armas de fuego. — Conclusiones.

 

La ciudad de Buenos Aires tiene ya el triste privilegio de proporcionar á los estadígrafos una cifra comparada anual de suicidios superior á la de Londres, la ciudad de las nieblas.

La primera pregunta que se ocurre es la relación que puede haber entre este fenómeno y la organización social bonaerense. Las demás, relativas al clima, á los vientos reinantes, á la raza, igualmente interrogadas en diversos puntos de la tierra, quedan aún sin contestación definitiva. Tan difícil es saber cuál de las causas fisiopsicológicas se lleva la palma trágicamente sangrienta.

¿Será el suicidio, según pretende una rama del darwinismo, un mero resultado de la lucha por la vida, un simple hecho de selección, algo de lo que pasa con las razas inferiores?

Cuando se piensa en el doble suicidio del príncipe heredero de Austria y de la hermosa María Veschera, ó se recuerda al infortunado presidente de Chile, ó el heroico abandono de la vida entre los republicanos de la Roma antigua, se ocurre la objeción de que, por lo menos, la selección tendría en tales casos mucho de imperfecta si no fuera además la suprema injusticia de la naturaleza.

Las consideradas razas inferiores, extinguidas al contacto de la civilización occidental en algunas partes del planeta, los tahitianos, los negros de casi todas las repúblicas hispanoamericanas, desaparecidos, pudieran atestiguar la existencia de una Némesis de los inadaptables, si la guerra, el alcoholismo, las enfermedades contagiosas que acompañan á nuestra raza superior, no bastaran á explicar el hecho de una manera abrumadora.

M. Caro, y con él toda una legión de sociólogos y estadígrafos, conviene en atribuir á la civilización una influencia creciente y directa en la producción del suicidio. Las civilizaciones amarillas del Asia también lo demuestran, de creer lo que se escribe sobre el escaso valor atribuído á la vida en aquellas regiones. El suicidio religioso de la India, el suicidio político de los romanos, las melancolías germánicas que acaban en el autohomicidio con una frecuencia pasmosa, comprueban cuánto es á éste propicio el ambiente civilizado.

Buenos Aires misma acusa un 83% de personas que saben leer y escribir entre sus suicidas. Parece, pues, una demostrada verdad que el mayor desenvolvimiento del hombre lo llevara de un modo fatal al encuentro de la muerte voluntaria. He aquí una tesis digna por todos extremos de llamar la atención.

No puede negarse que el mayor número de placeres que la civilización nos brinda, trae aparejada una equivalencia de dolores; tampoco puede negarse el desarrollo creciente de la locura; pero, ¿es dable imputar á la civilización aquella mortal tendencia del espíritu?

A nuestro juicio, se carga á la civilización una deuda que, en realidad, debería atribuirse á sus deficiencias, al desequilibrio entre los progresos materiales y los progresos morales, y no vacilamos en sostener que la fórmula «á mayor grado de civilización, mayor número de suicidios», carece de valor absoluto y sólo podría referirse en todo caso á una determinada etapa de la civilización, á la actual, por ejemplo, no á la civilización en su concepto amplio y general.

De otro modo no valdría la pena salir de las penumbras de la barbarie y casi sería mejor retornar á ella, si el progreso, en lugar de mejorar la suerte de los humanos y asegurarles una existencia más en armonía con sus aspiraciones, acrecentara la desesperación y el dolor.

La civilización está constituída por un conjunto tal de factores transitorios y permanentes, tan íntimamente ligados, que parece imposible desentrañar los que producen estos ó aquellos efectos. De ahí que muchos al tratar del suicidio, lo refieran á todos á la vez, es decir, á la civilización misma.

Pero téngase presente que el egoísmo individual y colectivo, el amor propio no mitigado por diez y nueve siglos de cristianismo mal interpretado, los monopolios industriales y comerciales, la mala organización económica, los fraudes de toda especie, la exageración de los motivos, la imitación, la herencia, los dolores físicos y morales, el tedio de la vida, la malevolencia, el alcoholismo, etc., que entrecruzándose forman el sendero por donde se huye de la existencia, no son, en definitiva, otra cosa que defectos inherentes al hombre y males que han ido creciendo á la sombra de la civilización, así como á la sombra de los grandes árboles suelen crecer plantas venenosas.

La pérdida de la fe religiosa, debida en gran parte á la divulgación de conocimientos que no todos entienden y á los que dan, sin embargo, un valor decisivo; la semiciencia, que hace soñar con merecer una mejor ubicación social á muchas almas débiles y vencidas, y en consecuencia, achacar su fracaso al hecho de no ser comprendidas ni tratadas con equidad; las ideas sobre el honor en la mujer; las injusticias sociales; el triunfo del dinero, de la audacia y de la mediocridad; la facilidad de adquirir armas y venenos; el ejemplo de la muerte voluntaria divulgado en el teatro, en la prensa, en las novelas, presentado á veces como solución única á las bancarrotas del orgullo, de la fortuna y del amor; la lucha para ocupar las primeras posiciones; la vanidad que, si en el salvaje suele satisfacerse con la ostentación de la propia fuerza ó la del cuero cabelludo de algún enemigo muerto, conduce al cívilizado, entre otras cosas, al hambre y á la sed de lo superfluo, y para aplacarlas, al juego, á las deudas, á las indelicadezas, á las trampas, á las deslealtades, á los delitos calificados ó no, á veces al crimen, y en último término al suicidío; el considerar la vida como un instrumento de placeres; el desnivel existente entre lo que se es y lo que se quiere ser; el inmoderado deseo febril de las riquezas, que hace que el hombre le niegue un préstamo sin garantía á su más íntimo amigo, tal vez para reponer dinero de que ha dispuesto sin previsión é indebidamente; todo esto ¿es imputable á la civilización ó á sus deficiencias y á la falta de probidad y benevolencia colectivas? Ello dependerá del sentido que se dé á la palabra civilización.

Si quiere decir mayor cantidad de placeres, la civilización es culpable de todos los crímenes; si quiere decir perfeccionamiento, no lo es.

Aclarar lo diferencial de esta proposición, sería materia de largos desenvolvimientos.

En cuanto al hecho bien triste de pagar Buenos Aires un mayor tributo que Londres al «Minotauro del suicidio», se explica por ser su civilización más deficiente é incompleta que la de la capital británica, y además, por la ley de inversión entre la emigración y el suicidio, observada y comprobada por M. Legoyt y que M. Tarde acepta sin reservas, expresándose al respecto en esta forma: «En Dinamarca el suicidio disminuye de año en año, á medida que la emigración aumenta; la emigración en Inglaterra es muy grande, y él no abunda. En Francia ocurre precisamente lo contrario. En Alemania, el acrecentamiento excepcional de los suicidios, de 1872 á 1878, coincidió con la disminución progresiva de la emigración. He ahí, sin duda, una relación fácil de comprender, una relación inversa no fortuita, que no podría existir, en efecto, en la vida social, sino entre dos corrientes de actividades complementarias la una de la otra, es decir, que respondiesen á una misma necesidad por vías diferentes.

Que un desgraciado, al cabo de grandes privaciones ó tormentos, emigre por no matarse, ó se mate por no poder emigrar, es cosa que se comprende muy bien.»

De donde resulta para Buenos Aires, que el suicidio tiene que ser en ella muy grande, proporcional á la inmigración, por lo mismo que es inverso á la emigración, aunque en el primer orden queden atenuadas y debilitadas las relaciones.

Los que emigran de su país por no suicidarse, ya traen el germen, la sugestión del suicidio; y si al llegar aquí no encuentran la realización de sus sueños de ventura, si siguen sintiéndose desgraciados, impotentes y perseguidos por una para ellos ineludible fatalidad; si contemplan el cuadro de sus miserias y la fácil opulencia de muchos de sus compatriotas, es natural que algunos hagan en América lo que hubiesen hecho en Europa: matarse. Y resulta tanto más justificada esta tesis, si á una serie de fracasos, á la nostalgia, á los compromisos contraídos á que no pueden dar cumplimiento, al despecho, á la falta de amistades, se agrega la carencia de homogeneidad social: vínculos políticos, religiosos, idiomáticos, etc., que siempre facilitan la vida de relación, y determinan con mayor energíalaayudamutua, extendiendo á la vez la esfera de la simpatía.

*

El papel que la sugestión mental y moral desempeña en la producción de la muerte voluntaria, ha entrado ya en los dominios de la observación.

Sabemos que en un teatro un aplauso aislado puede dar ocasión á una tempestad de aplausos, no siempre oportunos; que un silbido puede ser seguido de otros mil. Bastará para ello que el público no esté prevenido y se sienta algo predispuesto.

Una bandada de aves de corral que se agazapa azorada en presencia de un ave de rapiña que ve cruzar por el cielo, experimenta la sensación real de un peligro. Pero si es una sola la que grita para avisar que ve al enemigo común, las otras que huyen y se esconden, sienten el contagio del miedo, y aquí entramos en el terreno de la sugestión, porque hay un temor sugerido, una idea provocada, transmitida á las demás y aceptada sin examen. El miedo, que es la sensación del peligro, ó simplemente su representación, se ha transmitido, ha pasado de un ejemplar á otros, como la electricidad por inducción: la sugestión está realizada.

Del punto de vista del contagio mental, no es posible negar el fenómeno. El fenómeno mental, no obstante, es distinto del fenómeno volitivo, aun cuando éste llegue á ser una consecuencia de aquél, y esa distinción permite que la sugestión pueda ser desobedecida. Unicamente cuando el terreno psíquico está preparado, la sugestión es realizable.

Hechas estas salvedades, entremos en terreno más firme. Todo hombre es susceptible de llegar á ser criminal ó suicida: la cuestión estriba en saber si puede evitar ó no el serlo.

La escuela que explica el crimen por motivos de orden sociológico, respondería afirmativamente, y recordaría de paso la carga de prejuicios del inmenso pasado; la que lo explica por razones fisiológicas os diría que es imposible evitar la impulsividad, por ejemplo, las predisposiciones hereditarias, etc. Por de pronto, un hábito adquirido es casi invariable. En el hábito está comprendida la imitación, la repetición. Siendo esto así, el kleptómano, el asesino, el suicida, ¿no serán sugestionados por una idea habitual?

Nada más fácil que sugerir: Don Quijote sugiere á Sancho, tan contrario al temperamento, á la educación y á las lecturas del hidalgo, la aceptación de sus peligrosas aventuras. Los grandes escritores han presentido el papel de la sugestión, y Hamlet y Horacio y los soldados, viendo desde la esplanada de Elsinor el fantasma del rey, padecen el efecto de una sugestión colectiva.

La sugestión para las escuelas médicas no es otra cosa que una idea-fuerza, el acto por el cual una idea se introduce en el cerebro y se hace aceptar por él, tendiendo á la acción una vez sugerida. Cabe, no obstante la autoridad del doctor Bernheim y otros, preguntar si en realidad la idea simplemente sentida, representada una serie de veces en el cerebro, como un transeunte al principio desconocido, pero que termina por sernos familiar, sin que la voluntad tenga en ello intervención, ó en otros términos, sin que el cerebro acepte ó rechace la idea, no constituye asimismo el fenómeno sugestivo. Aunque evidentemente muy distinta de la sugestión hipnótica, supletoria del gobierno interior, no es dudosa en materias políticas, religiosas y hasta científicas, la fuerza que cohibe en gran parte la determinación reflexiva. En sustraerse á ella, tal vez pudiera consistir la libertad.( 1 )

Muchos casos de sugestión, ó mejor dicho, de autosugestión, en que el mismo sujeto es á la vez íncubo y súcubo, existen en las clínicas, entre los jóvenes estudiantes que se creen tuberculosos; muchos en el mundo del crimen y con mayor frecuencia entre los suicidas, en el amor, en la vocación, etc.

El suicidio, que, considerado en el terreno de la moral, lleva casi siempre á su condenación, 2 en el de la simpatía es de todo punto peligroso. No será necesario recordar la garita de los tiempos de Napoleón I, en la cual se matan sucesivamente varios soldados, ni la soga con que se ahorcan uno tras otro una docena de inválidos.

Sabido es que la imitación no sólo se refiere al hecho en sí, sino que trasciende hasta la elección de los medios para consumarlo, la de los parajes, circunstancias, etc. Los suicidios echándose desde los vapores al agua, son frecuentes en la travesía del Río de la Plata; el suicidio del doctor Alem, caudillo popular de una reacción política, que se mató de un tiro en un carruaje de alquiler, originó lo menos, en la ciudad de Buenos Aires y en poco más de un año, ocho ó diez casos de elección del mismo medio y escenario: el arma de fuego y el carruaje de plaza.

*

Entre las causas atribuídas al suicidio por el más ingenioso de los sociólogos contemporáneos, M. Tarde, la «debilitación del freno religioso y de los prejuicios tradicionales», ocupa el primer rango. Vienen en seguida el alcoholismo y la multiplicidad de las relaciones.

La última, como se ve, es de una gran indeterminación y, sobre todo, demasiado extensa.

En cuanto al alcoholismo, en nuestra opinión, por sí solo no explica el suicidio.

Los salvajes y los negros son en general grandes bebedores, y entre ellos es casi desconocido el suicidio, y completamente desconocido en muchas tribus, lo que demuestra que de ningún modo, por más perturbadora que sea su acción, el alcoholismo solamente lleva á la muerte voluntaria á los hombres de ciertos estados y clases sociales, y que es necesario buscar algunas condiciones especiales para que aquél pueda integrar las fuerzas que arrastran al ser á la propia destrucción deliberada.

Los ebrios voluntarios y los alcoholistas terminan, por lo general, en una muerte de otro orden: el suicidio moral, seguido naturalmente de todas las consecuencias fisiológicas inherentes á la intoxicación sistemática. ( 3 )

Quedaría por aclarar cuál de las causas obra con mayor energía.