Te esperaré todas las noches - Whitney G. - E-Book

Te esperaré todas las noches E-Book

Whitney G.

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Beschreibung

"Por favor, deje su mensaje después de la señal…". Penelope, sé que son las tres de la mañana, pero necesito quitarme este peso de encima. No puedo seguir dándote consejos sobre cómo conseguir a ese otro tipo, contarte más "cosas sexis" que podrías hacer ni sugerirte más frases subidas de tono para enviarle por mensaje por la noche. Como tu mejor amigo, he alcanzado mi límite, y, sinceramente, debo decir que no te merece. No te estoy diciendo todo esto porque esté celoso ni porque tuvo la cara dura de decir que ganaba más dinero que yo (por cierto: sigo sin poder encontrar su nombre en la lista Forbes 500, y sé de buena tinta que ha alquilado el Ferrari, pero esa historia te la contaré otro día). No es quien tú crees que es. Creo firmemente que estarías mucho mejor con otra persona, y necesito que lo compruebes por ti misma. El hombre perfecto ha estado siempre delante de tus narices… Tienes todos los motivos para no darme nunca una oportunidad, porque me conoces mejor que nadie, y porque además opinas lo mismo que los titulares de prensa que me llaman "el rey arrogante de Nueva York" o "el playboy ingobernable de Manhattan". No te estoy pidiendo demasiado… Solo quiero que rompas con él para estar conmigo.

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Título original: Break up with Him, for Me

Primera edición: octubre de 2021

Copyright © 2021 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management

© de la traducción: Lorena Escudero Ruiz, 2021

© de esta edición: 2021, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-18491-55-9

BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografías de cubierta: Dima_sidelnikov/Sara_Winter/Depositphotos.com

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Nota de la autora

Dieciséis semanas atrás

Dieciséis rupturas atrás

Ruptura 1

Ruptura 1.5

Ruptura 3

Años después

1

2

2 (B)

3

4

Ruptura 6

4 (B)

5

5 (B)

6

6 (B)

7

7 (B)

Ruptura 7

8

8 (B)

9

9 (B)

Ruptura 9

10

11

12

12 (B)

13

14

15

15 (B)

16

17

18

19

20

21

22

22 (B)

23

24

Ruptura 12

25

26

27

27 (B)

28

29

Ruptura 13

30

31

31 (B)

32

Ruptura 15

33

34

35

36

36 (B)

37

37 (B)

38

39

Ruptura 16 (I)

Ruptura 16 (II)

Ruptura 16 (III)

40

40 (B)

41

42

43

44

Ruptura 16.5 (I)

Ruptura 16.5 (II)

Ruptura 16.5 (III)

Ruptura 16.5 (IV)

45

46

47

47 (B)

48

49

Ruptura 17

Contenido especial

Por la diversión.

Y por el verano.

Nota de la autora

Queridísimo lector:

¡Muchas gracias por escoger Te esperaré todas las noches! ¡Estoy deseando que os enamoréis de Hayden y Penelope!

Si queréis ser los primeros en enteraros de las próximas novedades, apuntaos a mi lista exclusiva F. L. Y. (del inglés «“Effin” Love You», o, lo que es lo mismo, que os requeteadoro. Porque tanto si amáis como si odiáis esta historia, ¡os sigo queriendo por darle una oportunidad!).

Atentamente

Whitney G.

Prólogo

Setenta y dos horas después de la ruptura

Hayden

Cuando tú y yo nos veamos de nuevo al final de esta novela, me deberás una buena disculpa.

Sí, tú.

La persona que está devorando estas palabras.

Puedo adivinar que me vas a juzgar de antemano, que te vas a preguntar por qué tengo la cara llena de moratones y heridas o por qué estoy desplomado sobre el sillón de piel gris de mi suite en el ático.

Te avergüenza haberles dicho alguna vez a tus amigas que estoy «como un tren» o que soy «guapo de la hostia», o que se te han mojado las bragas al verme en la portada de Esquire o GQ.

En primer lugar, gracias por eso último. Sé que tu novio/marido no te ha echado un buen polvo en siglos, así que considera mis habilidades para mojarte las bragas como nuestro secreto más íntimo.

En segundo lugar, sé muy bien que no me parezco en nada a «el rey arrogante de Nueva York» o «el playboy ingobernable de Manhattan» en estos momentos. No hace falta que me lo recuerdes.

Y sí, también sé que estoy manchando de sangre todo el suelo de mármol…

Quiero contarte lo que ha ocurrido, pero apenas puedo mover la mandíbula ahora mismo, y, de todas formas, nunca me creerías.

Así que te diré otra cosa.

Todo lo que he aprendido en las setenta y dos últimas horas puede resumirse en una sola frase: la única diferencia entre una ruptura devastadora y un accidente de coche es que estaría más que dispuesto a firmar para sufrir a causa del último en repetidas ocasiones.

¿Huesos rotos, fracturas, traumatismos y cortes? Puedo soportarlo todo.

El período de recuperación de esas heridas dura entre seis semanas y seis meses. Y después de que los médicos te receten un batiburrillo de analgésicos y sesiones intensas de fisioterapia, puedes seguir con tu vida como si el accidente nunca hubiera tenido lugar.

Pero ¿qué pasa con un corazón roto después de una ruptura? No hay analgésicos, ni sesiones de fisioterapia ni sesiones de rehabilitación que valgan. Y los que dicen que «el tiempo todo lo cura» es que nunca han amado y perdido a su mejor amiga.

—¡Eres un pedazo de mierda! —La voz de mi mejor amiga, Penelope, suena de repente a través de los altavoces del ático por enésima vez en la misma mañana.

He estado intentando levantarme para apagarlo, pero no hay manera. No me siento las piernas.

—Odio haberme acostado contigo, haber creído que eras algo más que el cabrón arrogante y engreído que siempre has sido —continúa—. Te garantizo que nunca, nunca más volveré a hablar contigo.

—¡Biiip!

—Te odio, Hayden Hunter —comienza con otro nuevo mensaje—. Te. Odio. Espero que la polla se te caiga y pierdas cada céntimo que tienes en la cuenta bancaria. Son las únicas cosas por las que te has preocupado en la vida.

—¡Biiip!

—Se me olvidaba una cosa, gilipollas… —Se le rompe la voz, y mi corazón estalla en llamas—. Para que conste, fuiste tú quien empezó nuestra guerra fría hace años. Fuiste tú, y siempre ha sido culpa tuya… Como tu antigua mejor amiga, permíteme que le ponga nombre a nuestra ruptura, igual que he hecho con el resto. —Se detiene durante unos segundos para sorber por la nariz mientras toma aire—. Eres oficialmente «el que no debería haber ocurrido nunca». Lo hacías mucho mejor cuando me ayudabas a conseguir a otros tíos que al convencerme para cruzar la línea. Y tampoco has sido tan bueno en la cama. He tenido sexo muchísimo mejor con mis ex.

—¡Biiip!

No vale la pena que reaccione a su última frase, porque ambos sabemos que es mentira.

Y no consigue engañarme.

Aunque el dolor que se escucha en su voz me atraviesa como un rayo, me ha hablado más que en los últimos días, y una parte de mí se alegra de que me haya llamado.

Por mucho que me muera por contarle mi versión de la historia, es decir, que nuestra ruptura no ha sido por mi culpa, puede que tenga razón al decir que hemos cruzado la línea.

Quizá si le dijera «Adelante, sigue saliendo con él. Es mucho mejor que yo» —cosa que no lo es—, seguiría ayudándolo a salir con algún otro tipo. Puede que, si nunca hubiese insistido en que merecía la pena arriesgarse por nuestra relación, hubiésemos seguido siendo amigos y nada más.

Claro que, por otro lado, Penelope y yo no siempre estuvimos tan unidos.

Diablos, ni siquiera fue mi amiga los primeros años que la conocí.

No era más que la tercera en discordia, una mujer que estaba marcada como «prohibida» para siempre.

Era la hermana pequeña de mi (otro) mejor amigo…

Dieciséis semanas atrás

No, espera.

Deja que rebobine un poco más.

Dieciséis *rupturas* atrás

Sí.

Comencemos aquí con esta historia de amor, que más bien parece un choque de trenes.

¿De acuerdo?

Ruptura número 1

La que echó a perder el día de San Valentín

Por aquel entonces

Penelope

Mi hermano me va a matar… Me va a secuestrar en cuanto salga de esta residencia de estudiantes, me llevará a un vertedero abandonado y me ahogará detrás de un montón de neumáticos en llamas. Incluso aunque eso es lo que me merezco por haberle mentido, dudo de que llegue siquiera a pestañear cuando lo manden a la cárcel.

Seguro que allí hasta prospera.

De hecho, estoy convencida de que mañana los titulares rezarán:

«Campeona internacional de patinaje sobre hielo,

encontrada muerta por posible estrangulamiento.

El hermano mayor confiesa: “Le dije que se centrara

en patinar, no en salir con chicos”».

Mierda. Mierda. ¡Mierda!

—Nena. Eh, nena. —Mi novio, Michael, me empuja contra la pared del fondo del ascensor y me saca de mis pensamientos—. Nena, me estás acojonando. ¿En qué estás pensando?

—En que me van a asesinar. —Lo miro a los ojos—. ¿Has notado que alguien nos siguiera cuando hemos salido del estadio? ¿Quien conducía el Honda gris era un tipo que parecía la versión humana de Hulk?

—Mmm, guau. Y no. —Tira de la medalla que me cuelga del cuello—. Llevas meses sin verme, has ganado al fin otra medalla, tal y como querías, ¿y estás pensando en que te van a asesinar?

Tú también lo harías si conocieras a mi hermano.

—Lo siento. Es solo que… —Trato de pensar en alguna mentira—. La competición de esta noche ha sido un poco más intensa de lo que pensaba.

—Lo único en lo que deberías estar pensando es en cómo tu querido novio, es decir, yo, está a punto de desenrollar su manguera de veinticinco centímetros en cuanto te meta en su cama.

Pestañeo unas cuantas veces.

Me he imaginado cómo podría perder la virginidad de cientos de maneras, pero que un chico me diga que va a «desenrollar su manguera» no entra en ninguna de ellas.

Además, ya lo he notado empalmado antes, y ni de coña llega a los veinticinco.

A diez, puede…

—Nena, presta atención.

Presiona sus labios contra los míos, besándome con tanta fuerza que pierdo el hilo de mis pensamientos. Cuando me ha dejado sin respiración, me coge de la mano, me saca del ascensor y me lleva hacia su habitación.

Mientras me besa en la mejilla, abre la puerta y me empuja hacia dentro.

A mi alrededor flotan los olores a pizza pasada, cerveza y velas de vainilla conforme caminamos hacia la cama.

—Te he echado tanto de menos… —Me mete una mano por debajo del vestido y me aparta las bragas a un lado.

Como si se hubiera dado cuenta de mis dudas, se separa de mí.

—Vamos a beber un poco para que te sientas más cómoda —me dice—. Tengo fresas, nata montada y un champán especial que he comprado para ti.

—La verdad es que creo que lo único que tengo que hacer es una llamada telefónica.

—¿A quién?

—A Travis.

—¿A tu hermano? —levanta una ceja.

—Sí —asiento yo—. Me ha llamado como unas diez veces esta noche, así que probablemente debería decirle que estoy bien.

—Tu hermano está a mil kilómetros de distancia —menea la cabeza—, y la última vez que supe de él fue cuando te dejó en Seattle para que te las apañaras tú sola. Puede esperar.

Ahí tiene razón.

Vuelve a pegarme a él, me pasa los dedos por el pelo y me besa por todas partes de nuevo. Le envuelvo el cuello con los brazos mientras susurra mi nombre. Me esfuerzo al máximo por centrarme en ese momento. En él.

—Quítate los zapatos —me dice, y yo me desprendo de los tacones de una sacudida.

Sin mediar más palabras, me tiende sobre el colchón y me deja un reguero de besos en el cuello.

Cuando le estoy acariciando el pelo con los dedos, suena un golpe fuerte en la puerta.

—¡Ya voy! —gruñe—. Me he olvidado de poner un calcetín en la puerta para mi compañero, nena. Espera un momento.

Camina hacia la puerta y se asoma por la mirilla.

—Me cago en la puta.

Vuelven a dar otro golpe, mucho más fuerte esta vez, y da un paso atrás.

Durante un instante me da por pensar en que mi presagio de muerte está a punto de hacerse realidad. Busco a mi alrededor alguna manera de escapar, pero las dos ventanas están bloqueadas con torres hechas de botes de cerveza, y no puedo poner en peligro mis piernas saltando desde cuatro pisos.

Pienso en ofrecerme voluntaria como tributo para morir la primera, pero la lógica interviene para calmar mis miedos.

Travis tardaría diecisiete horas en conducir hasta aquí, y aunque optara por volar, no se gastaría el dinero en un billete de avión de última hora.

También me llamaría un millón de veces antes para informarme.

—¿Quién hay tras la puerta? —le pregunto.

—Shhh… —Michael se pone un dedo contra los labios. Después me mira; parece estar decidiendo entre saltar por la ventana o esconderse debajo de la cama.

De repente, igual que en una escena de Misión imposible, corre hacia mí y me agarra de las piernas con los brazos. Me echa sobre su hombro, me lleva hasta el armario y me deja sobre un montón de ropa que huele a humedad.

—Quédate aquí y no hagas ruido, ¿vale? —susurra—. Te quiero mucho. —Cierra la puerta de un golpe, pero la abre otra vez.

—Toma, tus zapatos. —Casi me da un golpe con ellos.

¿Qué demonios? Me pongo de pie cuando empuja una cesta de la colada contra el armario.

A través de las rendijas, le observo realizar un espectáculo en solitario.

En el primer acto, hace y vuelve a rehacer la cama una y otra vez, ordenando las almohadas por color. En el segundo, se quita los vaqueros y se pone unos pantalones de chándal, todo ello mientras canturrea el estribillo desafinado de una canción conocida.

No hace caso a mis susurros exigiéndole una explicación durante todo el rato, y después de ponerse gomina en el pelo, da un par de tragos al Listerine y los escupe en el lavabo. Durante el último acto, rebusca en el primer cajón de su mesilla hasta encontrar la colonia y se echa un montón en el pecho.

—Puedes hacerlo, Michael. Tú puedes. —Respira hondo unas cuantas veces antes de acercarse a la puerta y abrirla.

—Eh, nena —dice.

¿Nena?

—Eh, chico sexy. —Una morena que parece mucho mayor que yo le rodea el cuello con los brazos. Sus pechos de copa D se escapan de un vestidito rosa ajustado, y tiene el maquillaje aplicado a la perfección—. Sé que quedamos en celebrar San Valentín mañana, pero no podía esperar hasta entonces.

Michael la agarra de la cintura igual que me había agarrado a mí y le estampa el mismo beso profundo, con la boca abierta, que me había dado minutos atrás. Incluso le susurra: «Te he echado tanto de menos…» en el mismo tono, palabra por palabra.

¿Pero qué mierda pasa aquí?

Durante un instante, me pregunto si yo parecía tan estúpida y trastornada como está la morena en estos momentos. Tan enamorada y tan inocente.

Cuando él se separa de su boca, da un largo suspiro.

—Tengo que contarte algo muy importante, Kylie.

—¿Sí? —Se quita los zapatos—. ¿Qué es?

«Soy un cabrón infiel y he estado saliendo con una chica que va al instituto». Espero a que diga esas palabras y me deje salir del armario para que pueda deslumbrarnos con sus mentiras.

—Sé que he estado un poco distraído estos últimos meses —le dice mientras la coge de las manos y la mira a los ojos—. Pero quiero que sepas que estoy preparado para que estemos juntos de verdad, y he pensado muchísimo en cómo hacer que nuestro San Valentín sea especial… Tengo fresas, nata montada y un champán especial que he comprado para ti.

No, en serio. ¿Qué mierda…?

—Oh, Dios mío, ¿de verdad? —Señala el monedero rojo que hay a los pies de su cama. Mi monedero rojo—. ¿Ese bolso Coach es para mí también?

—Sí, lo es. —Lo tira al suelo—. Te dejaré cogerlo después. Bésame primero.

Me pellizco unas cuantas veces para asegurarme de que no me estoy imaginando la escena. De que, en algún momento durante la narrativa lineal de hoy, el universo no ha decidido crear una subtrama de locos que está destrozando mi historia.

Sin embargo, los dolorosos pellizcos que me estoy dando en las muñecas son más reales que nunca, y cuanto más observo los gestos de Michael, cuanto más le escucho susurrar las palabras que me acaba de decir a mí, los últimos meses de nuestra relación pasan por delante de mis ojos a una esclarecedora cámara lenta.

Solo me llamaba por las noches, y casi nunca quería salir conmigo durante el día porque decía que me quería toda para él. Prefería presentarse durante mis prácticas en la pista en vez de que fuera yo a verlo.

Aunque había venido a alguno de mis campeonatos, nunca se hacía selfies conmigo en las ceremonias. Esperaba a que me reuniera con él en el aparcamiento, y siempre estaba aparcado en la fila más lejana.

Tonta, tonta, tonta.

Para cuando he terminado de reproducir todos los recuerdos que confirman que nunca ha ido en serio conmigo, la morena está gimiendo y él le está dando besos húmedos por el pecho.

—Oh, Diosssss, Michael —dice.

A tomar por culo.

Le doy patadas a la puerta del armario hasta que se abre.

—¿En serio, Michael? ¿Tenías pensado dejar que me pudriera ahí dentro toda la noche?

Él mira por encima de su hombro y jadea.

—Eh… ¿Quién eres tú? —La morena se cubre el pecho con una almohada—. ¿Y por qué coño nos estás mirando desde dentro del armario?

—Ah, guau —dice Michael en tono inexpresivo—. Qué susto. Es la novia de mi compañero de habitación… Bueno, exnovia. Creo que está intentando sorprenderle o algo.

Me quedo mirándolo, totalmente incrédula.

—Es lo que eres, ¿a que sí? —me ruega con los ojos.

—Ni de coña, no. —Cojo mi bolso—. Este es mi bolso Coach, por cierto. —Miro a la morena mientras me dirijo hacia la puerta—. Llevo saliendo con él desde enero, y esta noche casi le regalo mi virginidad. También te ha estado engañando a ti.

No espero a ver la reacción. Cierro la puerta de un golpe y me voy corriendo por las escaleras de emergencia.

Seattle es húmedo, y el viento me golpea la cara cuando abro la puerta. Eso me recuerda que me he dejado el abrigo en la habitación de Michael. Me niego a regresar, así que cruzo los brazos por encima de mi pecho y camino hacia la parte delantera del edificio.

Cuando entro en el vestíbulo, saco el móvil y abro la aplicación de Uber. El chófer más cercano está a una hora, y hay un recargo obligatorio por la distancia.

Gimo y cierro la aplicación. Después reviso mis contactos y me detengo en «Papá» y «Mamá». Si todavía estuvieran vivos, aceptaría con alegría sus sermones de «Estamos muy decepcionados contigo» y las amenazas de castigo durante todo el camino a casa. Diablos, hasta les sugeriría que me castigaran sin salir durante el resto del año.

Dejo a un lado esos pensamientos y sigo revisando mi lista de contactos; paso los nombres de mis entrenadores, competidores y vecinos. Conozco bien a esas personas, pero no lo suficiente como para pedirles un favor a estas horas.

Al llegar al final de la lista solo queda «Puaj, cabrón arrogante», o sea, Hayden Hunter, el mejor amigo de mi hermano.

Solo con ver su nombre me dan arcadas.

Si alguna vez hubiera un premio para el «Tipo que cree que es un regalo de Dios para las mujeres», Hayden ganaría por goleada todos los años. Por si fuera poco, todas las mujeres que han posado sus ojos en él le darían un voto y le dirían que tiene todo el derecho a pensar que lo es.

Con sus impactantes ojos azules, su adorable pelo de color castaño oscuro y su perfilada mandíbula que parece haber sido creada en especial para la revista GQ, es, sin duda, uno de los tipos más atractivos que he visto en mi vida. Es indiscutible. Pero en cuanto abre sus labios llenos y definidos para hablar, todo su atractivo se va por la alcantarilla.

Es un putero redomado que ha ejercido una terrible influencia sobre mi hermano, y siempre lamentaré el día que llegó a nuestras vidas. Fue el momento en que se convirtió en la persona más importante para Travis, y en que me convirtió a mí en nada más que en la tercera en discordia.

Debe de haber contraído, al menos, diez enfermedades venéreas hasta ahora. No, veinte.

Pulso sobre su nombre y leo los últimos mensajes —unilaterales— que hemos compartido.

Puaj, cabrón arrogante: He dejado un paquete en tu casa hace un rato. Es de Travis. A lo mejor te ha mandado al fin lo que necesitas: un manual para aprender a ser agradecida. De nada por mi ayuda, gratuita, por cierto.

Puaj, cabrón arrogante: Tu hermano necesita que lo llames cuando termines el entrenamiento de esta noche. Dice que no quiere que salgas a partir de las once porque tienes una reunión con los reporteros de Time y Skate World por la mañana.

Puaj, cabrón arrogante: Veo que has leído mis malditos mensajes, Penelope. ¿Puedes responder al menos?

Nunca le he respondido a nada que me enviara, y no tengo interés en empezar a hacerlo ahora.

Vuelvo a abrir la aplicación de Uber y decido esperar lo que tarde.

Preferiría morir congelada antes que hablar con Hayden…

Ruptura número 1,5

La que echó a perder el día de San Valentín

Por aquel entonces

Hayden

Travis: Eh. Estoy seguro de que andas por ahí disfrutando de una mamada, pero ¿puedes decirme algo sobre Penelope? Hace ya cinco días que no sé nada.

Travis: ¿Le has entregado el cheque al entrenador? Los tres mil siguen todavía en mi cuenta.

Travis: ¿Qué coño pasa? Respóndeme, Hayden. Solo estoy intentando saber cómo está mi maldita hermana. Estoy haciendo todo lo que puedo por asegurarme de que está bien cuidada.

Si tanto te preocupa, deberías volver a casa…

Solo hace seis meses que cambió las frías lluvias de Seattle por los veranos abrasadores de Las Vegas, pero con cada mensaje exigente que me manda, parece que ha pasado más de una década.

La mañana después del funeral conjunto de sus padres, colocó un recorte de las noticias que decía «La ufc quiere ampliar sus deportes» sobre mi mesita junto con un listado que se titulaba «Cosas que debes hacer para ayudar a Penelope (a ganar los campeonatos) mientras estoy fuera».

Sin emoción alguna, me dijo: «Debo centrar toda mi energía en cuidar de Penelope ahora. Voy a probar con la lucha de la mma, y enviaré todo el dinero que pueda a casa. Puedes seguir trabajando en tu aplicación para encontrar pareja y ayudarme con ella desde lejos, ¿no?».

No esperó una respuesta.

Cogió un bolso de lona y fue a casa a contárselo a su hermana, y no he vuelto a verlo desde entonces.

En su ausencia, me he visto inmerso en el mundo del patinaje artístico de competición, y, para ser sincero, prefería aquellos tiempos en que ni sabía que existía. Aquellos días en los que no tenía que despertarme al maldito alba para llevar y traer a Penelope de docenas de entrenamientos, esos en los que no sabía lo que eran el «salto triple» o el «doble giro», y cuando la única competición de patinaje que había visto era en la tele, durante las Olimpiadas.

Estoy harto de esta mierda.

Salgo de la cama y me aseguro de no despertar a la mujer que hay a mi lado. Nuestro rollo de una noche —junto con su nombre— ya queda olvidado, pero no soy de esos que lo cuentan.

Le quito la tapa a un rotulador y escribo: «Gracias por el buen rato. Me he divertido» en la parte de atrás del envoltorio de una hamburguesa antes de colocarlo sobre su mesita de noche. Después, vuelvo a rodear la cama para recoger mi ropa.

Me pongo la camiseta y, sin hacer ruido, cojo mis llaves y me pongo los zapatos. Compruebo dos veces que no me he dejado nada y salgo hacia mi coche.

Cruzo la ciudad a toda mecha y me salgo por el camino que va a casa de Travis para «asegurarme de que Penelope está bien cuidada».

Las luces del porche están encendidas, pero de su habitación no sale el brillo de la televisión, como suele ocurrir.

Extrañado, saco mi móvil y le envío un mensaje.

Yo: Eh, ¿puedes encender las luces de arriba o la televisión para que pueda confirmar que estás viva? Tu hermano quiere asegurarse de que estás bien.

Me sale la alerta de «Mensaje leído», pero no me responde.

Cómo no.

Yo: Eh, Travis. Pen está segura en casa. Lo acabo de comprobar. Dice que te llamará mañana.

Travis: Gracias, tío, de verdad.

Travis: ¿Qué tal has estado últimamente? ¿Está funcionando bien la aplicación para buscar pareja?

Sé que no le importa un comino mi trabajo, así que ni me molesto en responderle.

En su lugar, pongo en silencio nuestra conversación y me marcho del barrio de camino a casa para pasar la noche. Cuando estoy subiendo el volumen de la música, el nombre de Penelope aparece en el panel de mandos, que me avisa de su llamada.

Le doy a «Ignorar».

Vuelve a llamar.

Le vuelvo a dar a «Ignorar».

Cuando entro en la autopista, me llama por tercera vez.

—¿Qué pasa, Penelope? —le respondo—. Ya le he dicho a tu hermano que estabas en casa. De nada.

—Yo no… no estoy en casa. —Los dientes le castañetean—. No hay de qué.

Sé que debería preguntarle dónde está, pero sigo conduciendo y dejo que el silencio se alargue.

—¿Sigues ahí, Hayden? —me pregunta.

—Estoy esperando a que me digas por qué demonios me estás llamando a las tres de la madrugada.

—Necesito que alguien me lleve a casa. ¿Puedes recogerme?

—¿Perdona? —Me salgo al carril de emergencia—. ¿Te has quedado en el estadio a practicar o algo?

—Una pareja borracha me ha robado el Uber y el más cercano está a dos horas de distancia. —Evita mi pregunta—. Puedo darte dinero para la gasolina, porque estoy bastante lejos. Por favor.

—¿Dónde demonios estás?

—En la residencia Avis, de la Universidad Central.

¿Qué? Estoy seguro de que lo he escuchado mal.

—Es una residencia solo para chicos.

—Lo sé.

—¿Y qué estás haciendo allí a estas horas de la noche?

—Estaba estudiando. Con un chico.

—Vale. —Doy media vuelta, y estoy a punto de decirle que se mantenga al teléfono mientras llego, pero no le debo nada.

Nunca me ha dado las gracias por nada que haya hecho por ella.

—¿Vas a venir a recogerme? —me pregunta.

—Por desgracia. Estaré allí en media hora.

Cuelgo y conduzco a veinte kilómetros por hora por debajo del límite de velocidad.

Puede esperar.

Cuando llego a la residencia Avis, veo que Penelope está discutiendo con un guarda de seguridad a través de las ventanas del vestíbulo. Tiene la cara roja como un tomate, y agita la cabeza una y otra vez, como si se negara a marcharse.

Vestida con unos tacones plateados y un vestido fino de color rojo que deja poco a la imaginación, es evidente que ha venido a hacer de todo menos «estudiar».

Toco el claxon varias veces para interrumpir su charla con el guarda.

Le quita algo del bolsillo antes de salir corriendo, y el guarda le saca el dedo.

¿Dónde coño está su abrigo?

Abre la puerta del pasajero y yo subo la calefacción.

Mientras se pone el cinturón de seguridad, no puedo evitar darme cuenta de que varias lágrimas corren por sus mejillas.

—Se supone que estudiar te anima, no te hace llorar. —Me incorporo a la carretera—. ¿Tan malo ha sido tu novio en la cama?

—¿Sabes qué? —Se enjuga las lágrimas—. ¿Puedes dejarme en la autopista? Creo que prefiero esperar a otro Uber.

—Demasiado tarde. —Compruebo que todas las puertas están bloqueadas—. No es que me importe una mierda, pero dime, por favor, que has usado condón.

—No he usado nada, ¿vale? —Me fulmina con la mirada—. Porque no ha pasado nada.

—Eso no es lo que dice tu vestido.

—Mi vestido es uno de los trajes que he usado antes en la pista, pero, vamos, échame una foto. Seguro que estás deseando enviársela a Travis y contarle todo lo que ha ocurrido esta noche.

—No voy a decirle una mierda a tu hermano. —Le lanzo una mirada—. Tu vida sexual no es asunto suyo. Ni mío tampoco.

—Creo que eso es lo más inteligente que me has dicho jamás.

—No, es decirte que te conseguiré condones. ¿Quieres que pare y te compre?

—¿Eres tonto o te lo haces? Acabo de decirte que no ha pasado nada. Y no ha pasado nada porque mi supuesto novio ha echado a perder el día de San Valentín en cuanto su verdadera novia de la universidad ha aparecido. —Las palabras salen de su boca como un torrente—. Ha estado engañándome todo el tiempo, y no me puedo creer que haya sido tan inocente como para creer que un universitario puede serle fiel a una chica de instituto. Un universitario que quizá se hubiera merecido ser mi primera vez.

Sí, la verdad es que sí que deberías haberlo adivinado antes.

—¿Quieres que te dé algunos consejos sobre tus novios en el futuro? —le pregunto.

—¡Ja! Paso —contesta, meneando la cabeza—. Dudo de que alguna vez necesite tus consejos. Pero, claro, en cuanto necesite saber cómo convertirme en una zorra o una pendona, te llamaré.

—Deja un mensaje de voz. —Enciendo la música para evitar que continúe la conversación.

Esta vez, conduzco a veinte kilómetros por encima del límite de velocidad y no me detengo en ningún semáforo en rojo.

Cuanto antes la deje en su casa, mejor.

Veinte minutos más tarde, cuando me salgo por segunda vez por el camino que va a su casa, contemplo la idea de bajarme y abrirle la puerta del coche. Hasta que me vuelvo a mirarla y veo que está cambiando de nuevo mi nombre en su móvil. Ya no aparezco como «Puaj, cabrón arrogante». Ahora soy «Gilipollas cruel (no volver a llamar)».

Por un lado, es una mejoría con respecto a los motes de «Hayden el imbécil (lo odio)», o «Tiene sífilis seguro» que me puso la semana pasada, pero no lo bastante como para que merezca que me comporte como un caballero.

—Vale —le digo—. Puedes bajarte del coche ahora mismo. Te recogeré el sábado para tu entrenamiento, a menos que para entonces hayas encontrado un nuevo amiguito para estudiar. Intenta asegurarte primero de que no tiene novia.

—Eso ha sido un golpe bajo —me contesta—. Incluso para tratarse de ti.

—Puedo decir cosas mucho peores, te lo aseguro. —Señalo hacia la puerta—. Solo uno de los dos ha intentado ser amable en los seis últimos meses. Cuidado, que viene spoiler: no has sido tú. Cuidado, que viene doble spoiler: no seré yo después de esta noche.

—No hay necesidad de ser amable cuando eres gran parte de la razón por la que Travis accedió a dejarme aquí —replica—. El hecho de que alguna vez aceptara un consejo de alguien que presume de que su lema es «los colegas van antes que las perras» es algo que no me entra en la cabeza.

—Yo nunca he dicho que «los colegas van antes que las perras». —Me inclino y le abro la puerta, porque veo que ella no es lo suficientemente rápida—. Puede que haya dicho «el menda antes que la prenda» unas cuantas veces, pero eso no es asunto tuyo. Te repito: ahora sal de mi coche cagando leches.

—Encantada. —Pone un pie fuera—. Tengo que darme prisa y ducharme, no sea que haya pillado una de tus enfermedades venéreas durante este viaje.

—¿Sabes qué? —A la mierda con la amabilidad—. Ese es exactamente el motivo por el que tu novio te ha engañado. Se ha cansado de tus tonterías en la cama porque, seguramente, le preguntabas sobre sus enfermedades venéreas cada vez que respiraba cerca de ti. Apuesto a que quería salir con alguien que sabe de verdad en qué agujero va su polla, con alguien que no tiene el cuerpo de un crío de doce años.

La mandíbula le llega al suelo.

—Avísame si tengo que comprarte un libro de Sexo para tontos la próxima vez que vaya al Walmart. Hasta te subrayaré las partes anatómicas importantes si quieres.

—Que te den, Hayden. —Cierra la puerta de un portazo.

Yo bajo la ventanilla, porque siento la necesidad de decir la última palabra.

—Un placer traerte a casa, Penelope.

—No, gracias a ti. —Me lanza una mirada asesina—. No te volveré a llamar para que me traigas.

—Por mí, perfecto. Nunca contestaré al teléfono cuando vuelvas a llamarme a estas horas.

—Mientras tanto, intenta limpiar tu coche. Huele a coño insatisfecho.

—¿Y tú qué vas a saber? Ni siquiera puedes encontrarte el tuyo. —Subo la ventana un poco, listo para salir y dejarla allí enfurecida, pero sus labios empiezan a moverse.

—Espero que tu aplicación para ligar falle y pierdas cada centavo que has invertido en ella. —Me mira directamente a los ojos—. Ni siquiera sé por qué tú, de entre todas las personas, te has atrevido a crear algo así cuando tu idea de una relación es follarte a cada mujer con la que te tropiezas. Pero supongo que es justo por eso por lo que no has llegado a ninguna parte con nadie en los dos últimos años. A lo mejor deberías haberte quedado en la universidad. No todos están hechos para convertirse en otro Mark Zuckerberg, y mucho menos tú.

Nos fulminamos con la mirada durante varios segundos.

Tras decidir no continuar con la discusión, doy marcha atrás por el camino. Estoy decidido a llamar a Travis a primera hora de la mañana y decirle que nuestro pequeño acuerdo se ha acabado.

Esta «ayuda» no entra dentro de la definición de una buena amistad, y ya no puedo seguir con ella.

Paso de seguir cuidando a Penelope.

Una hora más tarde, me encuentro caminando por el pasillo de las chuches de un 7-Eleven cargado de bebidas energéticas Monster y Skittles para pasar un fin de semana entero trabajando en mi aplicación para ligar.

Al contrario de lo que dijo Penelope, he hecho algunos progresos con ella en los dos últimos años, solo que han sido lentos.

Hay inversores interesados, pero todos me han dicho lo mismo: «Le falta corazón», «Vuelve cuando sepas qué es lo que falta» o «Hay algo que no soy capaz de identificar…».

Cojo una caja de donuts antes de dirigirme a la caja registradora. Cuando saco la cartera, mi teléfono vibra con un mensaje nuevo.

Penelope.

La hermana pequeña pesada de Travis: Para que lo sepas, no siento en absoluto todo lo que te he dicho antes.

Yo: Yo tampoco siento toda la mierda que te he dicho antes.

La hermana pequeña pesada de Travis: Bien… ¿Puedo llamarte un momento?

Yo: ¿Para qué?

La hermana pequeña pesada de Travis: Los consejos de ruptura de los que me hablaste antes. Quiero escucharlos.

Yo: Ya no estoy interesado en dártelos. Llama a Travis y que te los dé él. Seguro que le encantará saber que tenías novio, para empezar.

La hermana pequeña pesada de Travis: *emoji de dedo corazón* *emoji vomitando* *gif de chúpame la polla* Perdón por siquiera haberlo intentado contigo. Esperaré a que uno de mis amigos se despierte.

Yo: Si tienes «amigos», ¿por qué no le has pedido a alguno de ellos que te recogiera esta noche?

No me responde, y por mucho que esté deseando acabar con todo contacto con ella para siempre, no puedo evitar pensar en el motivo por el que no ha llamado a otra persona. Por qué nunca me ha pedido que la deje en casa de alguien, o en el cine o en cualquier otra cosa que no esté relacionada con el patinaje artístico en los últimos meses.

Entre sus sesiones de entrenamiento diario de doce horas y sus clases particulares, solo va al instituto unas pocas veces a la semana para hacer exámenes y entregar trabajos.

Tengo que estar perdiéndome algo.

Cuando llego al coche, abro la guantera y rebusco entre los papeles para ver si encuentro la lista de Travis de «Cosas que debes hacer para ayudar a Penelope (a ganar los campeonatos) mientras estoy fuera».

En la parte trasera, bajo el número trece, hay una frase que había pasado por alto. Ahora resalta más que nunca:

13. Ayúdala a hacer algunos amigos. Nuestra madre era su mejor amiga/entrenadora/todo antes del accidente, así que… Sé que será difícil, pero ¿puedes presentarle a alguna de las chicas de tu aplicación para ligar?

No tiene ni un solo amigo.

Aun sabiendo que se trata de un error, le respondo al mensaje.

Yo: Te doy dos minutos. Llámame cuando quieras.

Mi teléfono vibra de inmediato.

—Mi consejo es muy sencillo —le respondo, directo al grano—. Cualquier chico que de verdad esté interesado en ti, en especial si es universitario, no te invitaría a su habitación para celebrar San Valentín ni ninguna otra fecha especial. Trataría de esforzarse un poco más.

—¿Te refieres a que me pediría venir a mi casa?

—No, trataría… —Me detengo para escoger mis siguientes palabras con cuidado—. Eres virgen, ¿verdad?

—Bueno, técnicamente. Algunos de mis exnovios han bajado ahí abajo, y también he…

—No quiero escuchar el resto de esa frase —la interrumpo—. Jamás. Eres virgen, y punto. ¿Vale?

—Vale.

—Bueno, pues si este chico en concreto te quisiera de verdad, habría hecho que tu primera vez fuese mucho más especial. ¿Te ha invitado primero a una buena cena?

—Me ha llevado al Burger King

—¿Y qué hay de una reserva para un desayuno al día siguiente?

—Dijo que me llevaría a Starbucks —responde en voz baja—. Pero sí que tenía champán y fresas para esta noche.

—Seguro que lo compró en alguna de las ofertas que hace la fraternidad para el día de San Valentín —replico—. Venden esa mierda a un precio muy barato porque uno de los fundadores tiene una bodega en la ciudad. Bueno, al menos eso pasaba cuando yo estaba allí.

—Ah.

—Sí, ah. —Arranco el motor—. No te creas todo lo que te diga el siguiente chico con el que salgas, ¿vale? Ya tienes suficiente con toda la mierda que hay en tu vida; no puedes confiar en cualquier tipo que se te acerque.

—¿Te refieres a tipos como tú?

—Sí, exactamente —contesto—. Tipos como yo. Y te lo dice alguien que domina el juego y que no tiene intención alguna de dejarlo.

—Guau. —Deja escapar una risita—. Muchas gracias, Hayden.

—Muchas de nada. Adiós. —Cuelgo y empiezo a guardarme el teléfono, pero vuelve a llamarme.

—Escucha —le respondo—. Ese es el único consejo que te voy a dar.

—Te llamo porque yo también tengo uno para ti —anuncia—. Necesitas un nombre mejor y una página de inicio mejor para tu aplicación de ligar. Es gran parte de lo que te falta.

—¿Qué?

—Tu aplicación para encontrar pareja —dice en voz más alta—. Tienes que ponerle otro nombre y crear una página de inicio más elegante. O, bueno, eso es lo que le he escuchado decir a mi fisioterapeuta, que la utiliza.

Se hace un silencio.

—¿Estás ahí? —me pregunta.

—Sí. —Me aclaro la garganta—. ¿Crees que el nombre Ardo por ti no funciona?

—No, a menos que lo de arder lo pongas después del sexo. —Se notaba por su voz que sonreía—. Aunque tú sabes bastante de eso, ¿no?

—Después de esta noche voy a bloquear tu número.

—Y hablando de otras cosas que no funcionan —sigue hablando—: lo de «Puntúa tus mejores opciones» es un asco. Ah, y también lo del «librito negro» en donde puedes seguirles la pista a tus conquistas. Es una función repulsiva, y cada vez que la veo me entran ganas de vomitar.

—Tu fisioterapeuta parece saber mucho sobre mi aplicación.

—Reza para que tu vida sea un fracaso.

—Ya veo. —Sonrío—. Voy a ir a tu parte de la ciudad en un rato. ¿Te importa si me paso para que me cuentes un poco más sobre lo que opina tu terapeuta?

—La verdad es que sí que me importa —me contesta—. Pero si quieres que te siga ayudando, me tienes que traer un bollo y un café a cambio de mis consejos. También debes saber que te voy a despreciar toda la vida, y que esto es solo una cosa puntual.

—Confía en mí, ya lo sé —me mofo—. Es la última vez que voy a pasar mi preciado tiempo libre hablando contigo.

—¿Eso es un sí o un no al bollo?

—Es un «Me lo pensaré». —Termino la llamada y me quedo pensando durante un rato antes de mandar un mensaje.

Yo: ¿Lo quieres de canela, de ajo o de crema de queso?

La hermana pequeña pesada de Travis: De crema de queso y canela.

La hermana pequeña pesada de Travis: Y también, eh…, puesto que va a ser la última vez que seremos amables el uno con el otro, *emoji pensante*, cuando acabe de ayudarte, ¿puedes darme algún consejo más sobre rupturas?

No le respondo a eso.

Lo último que necesito en la vida después de esta noche es más Penelope todavía. En cuanto me dé su opinión sobre la aplicación, insistiré en que regresemos a nuestro punto muerto.

Y después llamaré a Travis para poner fin a este acuerdo.

Busco la pastelería más cercana, y me envía otro mensaje.

La hermana pequeña pesada de Travis: El chico con el que estaba esta noche me acaba de mandar un mensaje y me ha dicho que lo siente y que quiere venir y hacer las paces conmigo. Por supuesto, le he dicho que no, ¿pero puedo seguir siendo su amiga? ¿Aunque sea solo para que venga a verme a mis campeonatos?

Me incorporo a la carretera y la llamo.

—¿Sí? —responde.

—Y una mierda a lo de volver a hablar con él nunca más —le digo—. Pero léeme exactamente lo que te ha enviado.

—¿Ahora?

—Sí, ya.

Justo ahora no lo sé, y nunca me lo habría creído, pero este momento va a ser el primero en que le dé consejos de rupturas a tiempo real: se convertirá en la primera noche de nuestra amistad. Por mucho que he intentado evitarlo, mi amistad con Penelope se va a convertir al fin en la mejor que he tenido en la vida…

Ja.

Por favor.

Le doy el consejo, me anoto lo que me cuenta sobre la aplicación cuando llego a su casa, y después vuelvo a nuestra rutina anterior sin ningún problema.

Continuamos estando en silencio cuando la llevo a sus entrenamientos. Deja mis mensajes en «leídos», pero sigue sin responderme.

En las raras ocasiones en las que digo algo, solo es para felicitarla por haber vuelto a ganar mientras ella sigue abriéndose camino para alcanzar la cima de la puntuación de todos los jurados.

La única diferencia es que ya no existe ni tensión ni odio entre nosotros. Bueno, eso y que ahora en su teléfono soy «Solo Hayden».

Ruptura número 3

El que quería hacer un trío

(La ruptura número 2 fue «el que quería que lo llamase “papi”», pero necesito fingir que algo así nunca me ha ocurrido…)

Por aquel entonces

Penelope

Uno de los principales problemas de no tener ninguna amiga es que tienes que acudir a las influencers de Instagram y YouTube para saber qué hacer con cualquier problema rutinario que surja o cuando sales con un chico.

Mi madre me había enseñado todo lo relacionado con el maquillaje —cortesía de su galardonada carrera sobre el hielo—, y me había enseñado bastante sobre la perseverancia y sobre ser la mejor, pero ¿qué pasaba con los chicos?

El único consejo que me había dado era «No salgas con nadie que se parezca a tu hermano… o a ese tal Hayden Hunter».

Y ya está.

Y por eso estoy un poco agradecida a Kayla Lilith, la tercera patinadora más importante del país y mi «compañera de prácticas», por haber empezado a pasar tiempo conmigo.

Después de las sesiones intensivas de ballet, entre las de estiramientos y durante los momentos de descanso de nuestras carreras matutinas, me ha ido acercando poco a poco a su vida.

También es el motivo por el que estoy poniendo en riesgo mi primer puesto —otra vez— al presentarme en el apartamento de mi novio Brody un sábado por la noche.

Le he dicho que no soy muy de fiestas, ni siquiera de las de él, pero ella ha insistido en que viniera y tratara con él el problema de su «falta de comunicación». Y me ha sugerido que, después, nos acostemos juntos al fin.

—Has dicho que últimamente estabais discutiendo un montón, ¿no? Ve a su fiesta y dile qué es lo que te hace feliz… Estaré allí para apoyarte si me necesitas.

Me estiro el vestido antes de abrir la puerta.

Su casa está llena hasta los topes de estudiantes universitarios con sus típicos vasos rojos, y el ambiente está cargado de olor a alcohol, sudor y marihuana.

Lo veo en el balcón hablando con sus otros amigos, pero un montón de chicas me bloquean el paso.

Le están babeando todas a un tipo que lleva una chaqueta de cuero negra. Uno que tiene un perfil cincelado a la perfección, una sonrisa blanca como la nieve y… ¿Hayden?

Mierda.

Sus ojos azules se encuentran de repente con los míos, y entonces inclina la cabeza hacia un lado.

Me dejó en la pista hace horas, y estoy segura de que calculaba ir a recogerme a medianoche.

Giro la cabeza y me voy derecha a la mesa del ponche.

Cojo un vaso rojo y lo lleno hasta los topes. Me lo bebo a toda velocidad, como si al hacerlo pudiera desaparecer.

Después lo vuelvo a llenar.

—¿Así que has decidido aparecer al final? —Brody me besa la parte de atrás del cuello y me agarra de las caderas—. Me alegro de que hayas venido.

—Yo también. —Me giro, y entonces me da un largo beso en la boca. Me coge de la mano y me aleja de la multitud por el pasillo.

—¿Tienes planeado pasar la noche conmigo? —me pregunta al tiempo que me da un beso en la clavícula desnuda.

—Sí.

—Bien, porque creo que ya sé por qué hemos tenido problemas de comunicación. También sé por qué te echas atrás cuando intento tener sexo contigo. —Levanto una ceja, confundida—. Es un problema de confianza, ¿verdad?

—No, es porque siempre te olvidas de traer condones.

—Deberíamos dedicar un poco de tiempo a solucionarlo.

—O también podrías acordarte de traer los condones. O mejor: puedes pedirme a mí que los traiga. —Le doy un tironcito a la correa de mi bolso—. Esta vez me he traído uno.

Se ríe y se inclina más cerca para susurrarme al oído.

—Creo que sería mejor que, para tu primera vez, hicieras un trío. Creo que tener dos personas dedicadas a darte placer te relajaría.

¿Qué? Casi puedo escuchar a mi vagina amenazándome con prenderse fuego si me atrevo siquiera a pensarlo.

—¿Quieres que me acueste contigo y con otro tío? —Quiero creer que se trata de una broma—. ¿En mi primera vez?

—No —responde, y me acaricia el pelo con los dedos—. Con otra chica, alguien en quien confíes.

—¿Quién?

—Kayla —anuncia—. Has dicho que os estabais haciendo amigas, así que…

—Así que ¿qué?

—Así que creo que un trío sería lo mejor para todos. —Me da otro beso en el cuello y la piel se me eriza.

Doy gracias por que no hayamos estado juntos mucho tiempo, pero odio el hecho de tener que empezar todo de nuevo para buscar a otra persona.

De ninguna manera lo miraré igual después de esta noche.

—¿Qué opinas, Penelope? —susurra—. Es lo que creo que es mejor, si quieres que continuemos con esta relación. ¿Qué me dices?

—Te digo que te vayas a la mierda. —Lo aparto de un empujón y me voy directa al baño.

Cierro la puerta de un portazo, dejo escapar un grito de frustración y me prometo llamar a Kayla para decirle que se equivocaba por completo sobre lo de venir a esta fiesta.

No quiero esperar a que llegue; me quiero ir a casa ya.

Mientras me estoy echando agua a la cara, alguien llama con suavidad a la puerta. La abren antes de que me dé tiempo a echar el pestillo.

—La última vez que lo comprobé… —es Hayden quien entra—, no tenías veintiún años todavía. No creo que debas estar bebiendo alcohol en una fiesta universitaria.

—Gracias por recordármelo, papá. La última vez que lo comprobé, ya no estabas en la universidad, así que se supone que tú tampoco debes estar aquí.

Parece que está a punto de continuar con los sarcasmos, pero la expresión se le suaviza.

—¿Por qué parece que estás a punto de llorar?

—Porque me he saltado el entrenamiento por esta fiesta horrible.

—Ya lo veo. —Sonríe—. Estoy seguro de que tus adversarias se enfurecerían al saber que tienes un montón de tiempo libre para salir con chicos.

No estoy segura de si es un cumplido o un insulto, así que no le respondo.

Me llevo el vaso rojo a los labios, pero me lo quita y, a cambio, me da una botella de agua.

—Tonterías aparte —dice, y parece sincero—, ¿qué ocurre, Penelope?

—No te lo voy a contar.

—Si no lo haces, llamaré a tu hermano y se lo cuentas tú.

Tengo ganas de decirle que es un farol, pero saca su teléfono.

Arg. Traidor.

—Tenía pensado pasar la noche aquí cuando todos se fueran a casa para poder…

—¿… regalar tu virginidad?

—… pasar un rato con mi nuevo novio.

—Has superado bastante rápido lo del último.

—No tan rápido como tú. —Me bebo el agua de un trago—. En fin, hemos estado discutiendo mucho últimamente, así que he venido para poder hacer las paces. Pero entonces va y me dice que tan solo las hará si acepto hacer un trío con una de mis compañeras de equipo.

—¿Perdona?

—Ya me has oído. —Evito mirarlo a los ojos y suspiro—. Travis no me ha enviado dinero últimamente, así que no puedo pagarte gasolina ahora mismo. ¿Mañana?

—No vayas tan rápido. —Me levanta la barbilla con la punta de los dedos—. ¿Cómo es que se ha atrevido a preguntarle a una de tus compañeras de entrenamiento que haga un trío contigo?