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Tras un accidente que lo cambia todo, Rebeca despierta en un bosque místico que parece brotar de su propio inconsciente. Allí, guiada por criaturas simbólicas y señales arquetípicas, comienza un viaje que no es solo geográfico, sino profundamente espiritual. Mientras camina entre visiones, espejos y recuerdos, Rebeca enfrenta sus miedos más antiguos, desata nudos heredados y descubre las cicatrices que la separaban de sí misma. A cada paso, la apariencia se cae como una piel vieja, y el alma —esa copa rebosante— comienza a recordar su forma original. Esta novela es una travesía iniciática, poética y transformadora. En ella, el dolor se convierte en umbral, el olvido en mapa, y el alma herida en Shevaluna: una mujer nueva, portadora de un fuego antiguo. Tejidos del Alma no es solo una historia: es un acto de memoria espiritual, un llamado a volver a la autenticidad, al perdón, y a la alquimia secreta de ser quienes vinimos a ser.
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Seitenzahl: 69
Veröffentlichungsjahr: 2025
GUSTAVO DANDREA
Dandrea, GustavoTejidos del alma : el despertar de Rebeca / Gustavo Dandrea. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6611-9
1. Narrativa. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo I - El espejismo de Rebeca
Capítulo II - La llamada al viaje
Capítulo III - Despierta Rebeca
Capítulo IV - El regreso al hogary el reencuentro con el mundo
Algunas anotaciones
Epílogo
Guía práctica para almas despiertas
Glosario simbólico: lenguaje del alma
7 Mantras del Bosque Interior
Colofón: la historia detrás del fuego
A mis amados hijos, Gabriel, Elizabeth y Danilo: ustedes son la luz que ilumina mi camino, la fuente inagotable de mi inspiración y el recordatorio constante de que la vida es el más grande de los misterios. Con cada paso que doy, en cada desafío que transito, siento su presencia, su amor, su pureza. Que esta historia les recuerde siempre que la verdadera aventura está en el alma, y que el amor es el único camino de regreso a casa.
A Dios, por la gracia y la guía en cada paso, por la fuerza para transitar la vida, y por la sabiduría de entender que en cada caída hay una oportunidad de vuelo.
Con todo mi amor, Tu Origen.
Dicen que la vida empieza donde termina tu zona de confort. Pero ¿qué pasa cuando esa zona, que creías segura, se desintegra en un instante, dejándote a la deriva en un universo que no conoces? Rebeca, una mujer moderna, inmersa en la vorágine de un mundo que prometía éxito y felicidad a cambio de su alma, estaba a punto de descubrirlo. Su existencia, tejida de máscaras y silencios, se estrelló en un bosque ancestral, un lugar donde el tiempo se doblaba y los árboles hablaban.
Esta no es solo la historia de un accidente. Es el relato de un despertar. Un viaje hacia lo más profundo del ser, donde la rabia se transforma en fuerza, el miedo en compasión y las heridas en portales. Es la alquimia del alma, donde lo que creías roto se revela como la más pura de las bendiciones. Acompaña a Rebeca, ahora Shevaluna, en su descenso a la sombra, su renacimiento en la luz y su regreso al mundo, no como la que se fue, sino como la que finalmente recordó quién era. Porque al final, la verdadera aventura no está en cambiar el mundo, sino en encender la propia llama.
Rebeca, a sus diecinueve años, era una criatura de belleza arrebatadora: una cascada de cabello pelirrojo enmarcaba un rostro de piel blanca y ojos tan claros que parecían reflejar un cielo distante. Sin embargo, tras esa fachada deslumbrante, su interior era un páramo árido, una tierra castigada por una sequía emocional que la acompañaba desde su nacimiento. Su madre, una mujer encantadora y amada por todos, el único y verdadero amor de su padre, había muerto en el parto. Para que Rebeca viviera, ella tuvo que partir.
Su padre, un millonario consumido por el trabajo y el recuerdo de su esposa perdida, nunca volvió a ser el mismo. Se transformó en un hombre frío, calculador, ocultando el insondable vacío de su alma tras una dureza que aprisionaba a quienes, como él, habían sido golpeados por el destino. Crio a Rebeca entre lujos impersonales, nodrizas eficientes y los institutos más prestigiosos de la ciudad, pero distante, incapaz de mirarla sin ver en sus ojos el fantasma del amor perdido. Así, Rebeca creció con un corazón huérfano, transitando la vida con el alma ennegrecida por una mezcla tóxica de culpa, rabia y un profundo anhelo de afecto no correspondido.
Aprendió pronto que para sobrevivir, para obtener una migaja de atención en su gélido mundo, debía manipular. Usaba su belleza y su trágica historia como herramientas, consiguiendo lo que deseaba con una destreza que ocultaba un desprecio subyacente y un vacío persistente. Su imagen aparecía en revistas, redes sociales y eventos de alta sociedad; era deseada, admirada, incluso envidiada. Vivía en un penthouse con vistas panorámicas a la ciudad, cada rincón decorado con un gusto exquisito y calculado. Mantenía una relación con un hombre exitoso y culto, un acuerdo tácito donde ella ofrecía entretenimiento y él, estatus. Un espejismo de amor que prefería sostener antes que enfrentar el abismo de su soledad. Pero en la quietud de la noche, el silencio se volvía un grito ensordecedor, recordándole que ni la fama, ni el dinero, ni los placeres fugaces podían llenar el hueco en su pecho. Muchos la juzgaban en susurros, afirmando que no valía por sí misma.
Una mañana de julio, el frío penetrante de la ciudad parecía un reflejo de su propia alma. Caminaba por la empedrada calle del centro, la llovizna helada empapando su cabello, convirtiendo el día en un lienzo gris y triste. Un recuerdo punzante la asaltó: un amor adolescente, aquel joven atento y romántico que terminó traicionando su confianza con su mejor amiga. Ese día, su corazón se había endurecido un poco más. Una sonrisa cínica se dibujó en sus labios. “El amor”, pensó, “es la peor enfermedad; te hiere y te deja agonizando toda tu maldita vida”.
Un joven le extendió un folleto. Lo tomó sin mirarlo, pero al rozar el papel, sus ojos captaron las palabras: “Dios es amor”. Soltó una risa despectiva. “Dios es una mentira”, murmuró, arrugando el folleto y dejándolo caer. El papel revoloteó hasta los pies de un vagabundo sentado en un portal, quien lo recogió con una lentitud parsimoniosa. Con un brillo singular en la mirada, se lo devolvió con una sonrisa enigmática. —Los caminos de Dios son misteriosos, niña —le dijo con voz rasposa. Rebeca, molesta por la interrupción y el comentario, lo arrebató y lo tiró con rabia en el primer cesto de basura que encontró.
Finalmente, llegó al imponente y lujoso edificio donde su padre tenía sus oficinas. El piso veintitrés entero le pertenecía, pero aun así, Rebeca debía hacerse anunciar por la secretaria. —Pase —indicó la joven asistente, y Rebeca la recorrió con una mirada cargada de sospecha. La voz de su padre, fría y distante, la recibió sin que él levantara la vista de sus papeles. —Tienes veinte minutos. Con una altivez estudiada, Rebeca tomó asiento. —Papá, mírame. Al menos esta vez —exigió, su voz teñida de un desafío que apenas ocultaba su necesidad. Él vaciló. Esos ojos, los de ella, eran un espejo demasiado fiel de los de su amada esposa. Finalmente, levantó la vista. Rebeca se acercó y depositó un beso fugaz en su mejilla. Al retirarse, una solitaria lágrima rodó por el rostro impasible del empresario. El silencio y el dolor lo devoraban desde hacía diecinueve años. Ella lo sintió, pero el muro entre ambos era demasiado alto.
Impulsada por un deseo irrefrenable de probar su valía, de escapar de ese juicio constante y del vacío que la consumía, Rebeca había tomado una decisión: se presentaría a un importante concurso de modelaje en otra ciudad. Era su oportunidad, o eso creía, de demostrarle al mundo, y quizás a sí misma, que podía ser alguien por mérito propio.
Al día siguiente, Rebeca se encontraba en el café del aeropuerto, lista para embarcar hacia esa “tierra de los sueños”. Irradiaba una confianza calculada, dueña aparente de su destino. A su alrededor, un grupo de “amigas” modelos prodigaban sonrisas falsas y halagos vacíos. Aunque no encontraba sentido alguno en esas charlas superficiales, las soportaba con su habitual y pulida actuación social. Por fuera, sonreía. Pero por dentro, algo se resquebrajaba. Como si su verdadera alma, esa niña perdida que aún esperaba ser encontrada, golpeara las paredes de su pecho, queriendo salir, gritar, llorar... simplemente ser.
Se miró un instante en el reflejo oscuro de la pantalla de su móvil. La mujer que le devolvía la mirada era hermosa, sí. Pero sus ojos estaban vacíos. Fue entonces cuando una sensación la recorrió, un presagio sutil pero persistente. Como si el universo mismo le susurrara al oído: “Ya es hora”. Y así, con el anuncio de su vuelo resonando en los altavoces, comenzaba la travesía.