Temor a amar - Cathy Williams - E-Book
SONDERANGEBOT

Temor a amar E-Book

Cathy Williams

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ella era lo primero en la agenda de su jefe Trabajando para el guapísimo Luc Laughton, Agatha Havers se encontraba fuera de su elemento. Siempre escondida bajo anchos jerséis, era totalmente invisible para su jefe. Hasta que Luc Laughton descubrió las excitantes curvas que Agatha había estado escondiendo y, de repente, hacer que su ingenua secretaria despertara al deseo pasó a ser lo primero en su agenda. Agatha se encontró viviendo un cuento de hadas… hasta que un giro inesperado en su relación la devolvió bruscamente a la realidad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 180

Veröffentlichungsjahr: 2011

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Cathy Williams.

Todos los derechos reservados.

TEMOR A AMAR, N.º 2113 - octubre 2011

Título original: The Secretary's Scandalous Secret

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-001-1

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Promoción

Capítulo 1

HE LLAMADO hace cinco minutos, pero no contestabas al teléfono –Luc Laughton levantó la manga de su chaqueta para mirar el reloj–. No me gusta tener que vigilar a mis empleados, Agatha. Pago muy buenos sueldos a la gente que trabaja para mí y espero recibir una compensación.

–Lo siento mucho, es que estaba en el archivo –intentó disculparse ella.

Luc miró con desdén el grueso abrigo gris que parecía haber comprado en algún mercadillo. Y, conociéndola como la conocía, se vio obligado a admitir que había muchas posibilidades de que así fuera.

Agatha intentaba disimular su indignación. Por supuesto que había oído sonar el teléfono. Y, por supuesto, sabía que debería haber contestado, pero tenía prisa y estaba cansada de hacer horas extras. Eran las seis menos cuarto, de modo que no había salido corriendo de la oficina a las cinco, como muchos de sus compañeros.

–Que estés aquí porque mi madre me pidió que te diese trabajo –siguió Luc, con ese tono implacable que lo hacía tan temido en el mundo de las altas finanzas– no significa que puedas hacer lo que te dé la gana.

–Son las seis menos cuarto, de modo que está claro que no hago lo que me da la gana –protestó ella.

Pero cuando miraba a Luc Laughton su corazón se volvía loco. Había sido así desde que tenía trece años y él dieciocho, a punto de convertirse en un hombre tan atractivo que todas las mujeres se volvían para mirarlo.

¿Cómo no iba a estar loca por él? Todas las chicas del pueblo estaban enamoradas de Luc Laughton, aunque él no parecía darse cuenta. Era el niño rico que vivía en la mansión en la colina y su educación en un exclusivo internado le había dado esa seguridad en sí mismo que para Agatha era tan aterradora y tan excitante al mismo tiempo.

–Pero si es algo importante, imagino que puedo quedarme un rato más...

Luc se apoyó en el quicio de la puerta, suspirando. Había sabido desde el principio cómo iba a terminar ese favor, ¿pero qué otra cosa podía hacer?

Seis años antes, su padre había muerto de manera inesperada, dejando tras él un completo desastre económico para la familia. Su padre era un hombre encantador, pero mientras él se dedicaba a jugar al golf para entretener a los clientes, su indeseable director financiero se había dedicado a estafarle grandes sumas de dinero.

Luc estaba a punto de ir a Harvard para hacer un máster en Economía, pero como la fortuna familiar desaparecía a la velocidad del rayo había tenido que volver a Yorkshire para enfrentarse con una madre destrozada y una casa que ya no les pertenecía a ellos sino a los acreedores.

Danielle, su madre, se había ido a vivir con el vicario y su mujer, que habían cuidado de ella durante un año, hasta que pudo alquilar una casita a las afueras del pueblo. Mientras tanto, Luc había tenido que abandonar sus planes de hacer estudios de postgrado y dedicarse a recuperar lo que habían perdido.

Y cuando ocho meses antes su madre le había dicho que Agatha Havers, la hija del vicario, necesitaba un puesto de trabajo, Luc no había tenido más remedio que buscarle un sitio en la oficina. El vicario y su mujer habían ayudado muchísimo a su madre en el momento que más lo necesitaba y, gracias a ellos, Luc se había sentido libre para iniciar una meteórica carrera profesional con la que apenas cuatro años después recuperaría la mansión familiar.

Pero en aquel rascacielos de acero y metal, Agatha Havers estaba claramente fuera de su elemento. La hija del vicario de una pequeña parroquia de pueblo, entrenada exclusivamente en labores de jardinería, no encontraba su sitio en aquel mundo de adquisiciones y fusiones empresariales.

–¿Helen se ha ido?

Helen era su ayudante personal y Agatha se compadecía de ella porque Luc era un jefe muy estricto. Se echaría a temblar si tuviese que trabajar con él a todas horas.

–Sí, se ha ido, pero eso no importa. Necesito que reúnas información sobre el tema Garsi y compruebes que todos los documentos legales están ordenados. Es un asunto muy importante y necesito que todo el mundo colabore.

–¿Y no prefieres a alguien con más experiencia? –se aventuró a preguntar Agatha.

Incapaz de seguir mirando la alfombra, se atrevió a levantar la mirada y, de inmediato, sintió como si todo el oxígeno hubiera desaparecido de sus pulmones. Luc había heredado la complexión cetrina y el pelo oscuro de su madre y los ojos verdes de su padre, un hombre inglés de porte aristocrático. Y entre los dos habían creado un hijo extraordinariamente atractivo.

–No te estoy pidiendo que firmes el acuerdo, Agatha.

–Ya lo sé, pero aún no se me dan tan bien los ordenadores como...

–¿A los demás empleados? –terminó Luc la frase por ella–. Has tenido ocho meses para acostumbrarte al trabajo que se hace aquí y, según tengo entendido, hiciste un curso de informática.

Agatha se puso a temblar al recordar ese curso. Después de que la despidieran del invernadero en Yorkshire, había pasado tres meses en casa con su madre y, aunque Edith era una persona encantadora, sabía que empezaba a impacientarse.

–No puedes pasarte el día en el jardín, cariño –le había dicho–. Me encanta tenerte aquí, especialmente desde que murió tu padre, pero necesitas un trabajo. Si no encuentras nada aquí, tal vez deberías buscarlo en Londres. He hablado con Danielle, la madre de Luc, y me ha dicho que tal vez podría encontrar un puesto para ti en su empresa. No sé muy bien a qué se dedica, pero tiene una empresa muy importante. Lo único que tendrías que hacer es un curso de informática...

La mayoría de los chicos de diez años sabían más de ordenadores que ella. Nunca habían tenido ordenadores en la vicaria, de modo que para Agatha no eran juguetes, sino enemigos en potencia, dispuestos a comérsela si apretaba el botón equivocado.

–Sí, es cierto –asintió por fin–. Pero la verdad es que no se me daba muy bien.

–No llegarás a nada si te convences a ti misma de que vas a fracasar –dijo Luc–. Te estoy dando la oportunidad de salir del archivo y hacer algo más importante.

–No me importa trabajar en el archivo. Sé que es aburrido, pero alguien tiene que hacerlo y yo no esperaba...

–¿Pasarlo bien en el trabajo? –la interrumpió él, impaciente.

Agatha era tímida como un ratoncillo y eso lo sacaba de quicio. La recordaba de niña, escondiéndose por las esquinas, demasiado nerviosa como para mantener una conversación normal con él. Aparentemente, no tenía ese problema con los demás, o eso decía su madre, pero Luc tenía sus dudas.

–¿Y bien?

–Creo que no estoy hecha para este tipo de trabajo –tuvo que admitir Agatha–. Te agradezco muchísimo la oportunidad que me has dado...

O al menos la oportunidad de ocupar un despacho del tamaño de un armario en la última planta del edificio desde el que escribía alguna carta ocasional y recibía órdenes para archivar cientos de papeles.

Aunque sobre todo se dedicaba a llevar su ropa a la tintorería, a comprobar que la nevera de su ático en el lujoso barrio de Belgravia estaba llena y a despedir a sus numerosas amantes con un regalo, que iba desde un ramo de flores a un collar de diamantes; un trabajo que le había encargado Helen. En esos ocho meses, cinco exóticas supermodelos habían recibido el regalo que significaba: «hasta nunca».

–Sé que no tuviste más remedio que buscar un puesto para mí.

–Así es –asintió Luc. Sabía que no estaba siendo muy simpático, pero tampoco iba a mentir.

–Danielle y mi madre pueden ser muy pesadas cuando quieren algo –se lamentó ella.

–¿Por qué no te sientas un momento? Debería haber hablado antes contigo, pero ya sabes que nunca tengo mucho tiempo.

–Sí, lo sé –nerviosa, Agatha se sentó tras el escritorio mientras Luc se apoyaba en él y cruzaba los brazos sobre el pecho.

–¿Por qué lo sabes?

–Tu madre siempre dice que estás tan ocupado que nunca tienes tiempo de ir a verla.

–¿Estás diciendo que os sentáis como las tres brujas de Macbeth para hablar de mí?

–¡No, claro que no!

–¿No tenías nada mejor que hacer en el pueblo?

–Pues claro que tenía cosas que hacer –respondió Agatha. O al menos las tenía hasta que la despidieron del invernadero. ¿O estaba hablando de su vida social?, se preguntó–. Tengo muchos amigos y me encantaba vivir allí. No todo el mundo piensa que lo más importante es marcharse a Londres para hacer una fortuna.

–Menos mal que yo lo hice, ¿no? En caso de que lo hayas olvidado, hasta hace poco mi madre estaba viviendo en una casita de dos habitaciones con el papel pintado cayéndose a pedazos. Supongo que estarás de acuerdo en que alguien tenía que recuperar la fortuna familiar.

–Sí, claro.

Durante unos segundos, sus ojos se encontraron, el azul claro de ella con el verde profundo de él. Luc Laughton estaría siempre fuera de su alcance, tuvo que reconocer Agatha.

–Gracias a mi trabajo, mi madre puede disfrutar del estilo de vida al que está acostumbrada. Mi padre cometió muchos errores en el aspecto económico y, afortunadamente, yo he aprendido de esos errores. La lección número uno es que no se consigue nada sin trabajar. Pero si no disfrutas de tu trabajo tanto como te gustaría, es culpa tuya. Intenta verlo como algo más que un pasatiempo hasta que encuentres otro trabajo en el mundo de la jardinería.

–No estoy buscando un trabajo de jardinería –dijo Agatha.

En realidad, no había ninguno en Londres, había buscado.

–Entonces intenta integrarte en la oficina. No quiero que te ofendas por lo que voy a decir...

–¡Pues no lo digas! –lo interrumpió ella, implorándole con sus ojos azules.

Agatha sabía que Luc podía ser cruel con los demás y que no tenía ninguna tolerancia para los que no tomaban la vida por los cuernos.

–A veces puede dar un poco de miedo –le había advertido Danielle poco antes de que se mudase a Londres.

Pero Agatha no sabía el miedo que podía dar hasta que empezó a trabajar para él. Apenas había contacto directo entre ellos porque la mayoría del trabajo le llegaba a través de Helen, pero en las raras ocasiones en las que Luc se dignaba a bajar de su torre de marfil había sido menos que amable.

–No puedes ser un avestruz, Agatha –dijo él, mirándola fijamente–. Si hubieras sacado la cabeza de la arena un momento, te habrías dado cuenta de que iban a despedirte del invernadero porque llevaban dos años perdiendo dinero. Deberías haber buscado otro trabajo en lugar de esperar a que te despidieran dejándote con las manos vacías. Pero da igual, el caso es que aquí ganas un salario muy decente pero no te interesas por nada.

–Lo intentaré –le aseguró ella, preguntándose cómo podía encontrarlo tan atractivo y odiarlo al mismo tiempo. Tal vez era por costumbre; había estado loca por él desde que era una cría y parecía haberse convertido en un virus.

–Sí, lo harás –afirmó Luc–. Y puedes empezar por tu forma de vestir.

–¿Perdona?

–Lo digo por tu bien. Ese tipo de ropa no pega en esta oficina. Mira a tu alrededor, ¿ves a alguien llevando faldas hasta los pies y jerséis anchos?

Agatha sintió que le ardía la cara de vergüenza. ¿Cómo podía haberle gustado durante tantos años alguien tan ofensivo?, se preguntó a sí misma y no por primera vez.

Cuando era niña le parecía el chico más guapo del mundo. Pero incluso cuando iba a visitar a Danielle a la vicaría, Luc jamás se había molestado en mirarla.

Ella no era una rubia impresionante con piernas interminables, era tan sencillo como eso. Era invisible para él; alguien que andaba por allí ayudando a preparar la cena y encargándose del jardín.

Y el comentario sobre su ropa era demasiado.

–Me siento cómoda con esta ropa –le dijo, con voz temblorosa–. Sé que me estás haciendo un favor, pero no veo por qué no voy a ponerme lo que me gusta. Yo no voy a ninguna reunión y metida aquí no me ve nadie. Y, si no te importa, ahora me gustaría marcharme. Tengo una cita importante y...

–¿Tienes una cita? –la interrumpió Luc, poniendo cara de asombro.

–No sé por qué te sorprende tanto –dijo Agatha, dirigiéndose a la puerta.

–Me sorprende porque llevas poco tiempo en Londres. ¿Edith lo sabe?

–Mi madre no tiene por qué saber todo lo que hago –replicó ella.

Su madre era una mujer anticuada y le daría un ataque si supiera que iba a cenar con un hombre al que había conocido mientras tomaba una copa con sus amigas en un bar. No entendería que así era como se hacían las cosas en Londres y, sobre todo, no entendería lo importante que era esa cita para ella. Las relaciones ficticias estaban bien para los quince años, a los veintidós eran una locura. Necesitaba una relación de verdad con un hombre de verdad, alguien con quien pudiese hacer planes de futuro.

–Espera, espera... –Luc la tomó del brazo.

–Mañana vendré media hora antes, aunque sea sábado –dijo ella, molesta consigo misma por el temblor que la hacía sentir el contacto de su mano–. Pero ahora tengo que ir a arreglarme o llegaré tarde a mi cita con Stewart.

–¿Stewart? ¿Se llama así?

–Stewart Dexter.

Luc la soltó, mirándola con curiosidad. No se le había ocurrido pensar que tuviera una vida social. En realidad, no había pensado en Agatha en absoluto desde que llegó a Londres. Le había dado un trabajo bien remunerado a pesar de su falta de experiencia y, en su opinión, ya había hecho más que suficiente.

–¿Cuánto tiempo llevas saliendo con él?

–No creo que eso sea asunto tuyo –Agatha salió del despacho, pero se dio cuenta de que Luc la seguía hasta el ascensor. Era viernes y la mayoría de los empleados de esa planta se habían ido. Aunque en la planta principal, los empleados que estaban más arriba en el escalafón seguirían trabajando como esclavos.

–¿No es asunto mío? ¿He oído bien?

–Sí, eso he dicho –ella suspiró, frustrada–. Es asunto tuyo lo que haga en la oficina, no lo que haga fuera de ella.

–Yo no pienso lo mismo. Tengo una responsabilidad hacia ti.

–¿Por un favor que mis padres le hicieron a tu madre hace años? Eso es absurdo. Mi padre es... era vicario. Cuidar de los parroquianos era su obligación y estuvo encantado de hacerlo. Además, tu madre y mis padres eran amigos desde siempre y les había ayudado mucho a recaudar dinero para los más necesitados –Agatha pulsó el botón del ascensor.

–Hacer unos cuantos pasteles para una feria no es lo mismo que alojar a alguien en tu casa durante un año.

–Para mis padres es lo mismo. Y mi madre se llevaría un disgusto si supiera que soy una molestia para ti.

Aunque lo que de verdad la preocupaba era lo peligrosa que, según ella, era la ciudad. A menudo la llamaba por teléfono y leía directamente del periódico las noticias sobre robos y asesinatos. Se mostraba escéptica cuando le decía que estaba bien, que no vivía en un barrio peligroso y nada le gustaría más que saber que Luc cuidaba de ella.

El ascensor por fin había llegado y, cuando entró con ella, Agatha lo miró, alarmada.

–¿Qué haces?

–Bajar contigo en el ascensor –respondió él, pulsando el botón del garaje.

–¿Por qué vamos al garaje?

–Mi coche está allí. Voy a llevarte a tu casa.

–¿Estás loco?

–¿Quieres que te diga la verdad?

Agatha, que ya había escuchado demasiadas verdades, no estaba muy dispuesta a escuchar más pero no podía hacer nada.

–Mi madre llamó ayer para decir que, en su opinión, no me tomaba suficiente interés por ti.

El precio de aquel favor empezaba a ser demasiado alto. Normalmente indiferente a la opinión de los demás, Luc adoraba a su madre, de modo que había tenido que callarse mientras lo regañaba por no cuidar mejor de Agatha.

–No te creo –dijo ella mientras salían del ascensor.

–Pues será mejor que empieces a creerlo. Por lo visto, Edith está preocupada. Cuando habla contigo por teléfono no le parece que seas feliz aquí y no respondes directamente cuando te pregunta por tu trabajo en la oficina. Le dices que todo va bien y ella entiende que no eres feliz. Y la última vez que te vio habías adelgazado.

Agatha enterró la cara entre las manos.

–Qué horror.

Luc abrió la puerta de un Aston Martin plateado.

–Dime dónde vives.

Mientras él encendía el navegador, Agatha revisó lo que había ocurrido durante la última media hora, empezando por su interés en darle un trabajo más interesante.

–Esto es horrible...

–Dímelo a mí.

–¿Es por eso por lo que quieres que me encargue del archivo de Garsi?

–Intenta concentrarte en el trabajo y quéjate menos.

–¡Yo no me quejo!

–Pues eso es lo que tu madre y la mía parecen pensar. Y ahora, no sé cómo, me veo en la obligación de interesarme por ti.

–¡Yo no quiero que te intereses por mí!

Luc pensó que era una ironía porque la mayoría de las mujeres que conocía estaban interesadas justo en lo contrario.

–Voy a intentar que amplíes tus horizontes y te intereses por algo más emocionante que el archivo, así que ya puedes empezar a cambiar de vestuario. Si vas a trabajar en otro departamento, no podrás llevar vestidos anchos y zapatos planos.

–Muy bien, de acuerdo –asintió ella, para dar por terminada esa horrible conversación.

–Y voy a acompañarte porque quiero ver a ese tal Stewart. No quiero que arriesgues tu vida saliendo con algún vagabundo. Lo último que necesito es que mi madre aparezca en la oficina como un ángel vengador porque te has metido en algún lío.

Si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies, Agatha se habría alegrado infinitamente. Nunca se había sentido tan humillada en toda su vida. Jamás imaginó que alguien le diría que parecía una vagabunda, pero eso era lo que Luc había querido decir.

No debería haber aceptado el trabajo. Nunca salía nada bueno de aceptar un favor, aunque sabía que él tendría la réplica perfecta: ¿no había aceptado Danielle Laughton un favor cuando sus padres la alojaron en su casa?

Claro que era completamente diferente porque Luc no era un hombre de mediana edad encantado de poder ayudar a alguien en circunstancias difíciles. Al contrario, era un tiburón que no dudaría en comerse al receptor de sus favores si tuviese oportunidad de hacerlo.

–Puedo cuidar de mí misma, no soy una niña pequeña. Y no voy a meterme en ningún lío.

–Pero no le has contado a tu madre que tienes una cita y eso me hace pensar que te avergüenzas del tal Stewart. ¿Me equivoco?

–No le he dicho nada a mi madre porque acabo de conocerlo.

Luc notó que no había dicho si se sentía avergonzada o no. ¿Estaría casado? No, Agatha no parecía la clase de persona que salía con hombres casados. Siempre había sido una chica tímida y lo único que recordaba de ella era que no tenía el menor estilo. Al menos, no tenía el estilo de las chicas de su edad, que solían ponerse minifaldas y vaqueros ajustadísimos. No, seguramente sería otro amante de la jardinería, algún ecologista dispuesto a salvar el planeta.

Pero si ése era el caso, ¿por qué no se lo había contado a Edith? Aunque acabase de conocerlo.

–¿Está casado? Puedes contármelo, aunque no esperes que lo apruebe. Me parece fatal que alguien se relacione con una persona casada.

Agatha lo miró, perpleja. ¿Quién se creía, un ejemplo de moralidad? ¿Él, que tenía una amante diferente cada semana? Normalmente reducida a una masa temblorosa en su presencia, Agatha respiró profundamente y respondió:

–No creo que tú tengas derecho a aprobar o desaprobar mis relaciones personales.

–¿Perdona?

–Yo me encargo de comprar los regalos para las chicas a las que no quieres volver a ver –dijo Agatha entonces–. Flores, joyas, vestidos... ¿por qué de repente te portas como si fueras un ejemplo para la humanidad? ¿Cómo puedes advertirme sobre una relación con un hombre casado cuando tú te acuestas con esas pobres chicas sabiendo que no tienes la menor intención de casarte con ninguna de ellas? Mantienes relaciones que no van a ningún sitio.

Luc soltó una palabrota. Lo irritaba que se hubiera atrevido a juzgar su vida privada. Y no pensaba justificar su comportamiento.

–¿Desde cuándo el placer no va a ningún sitio?

No dijo nada más porque estaba seguro de que para Agatha las relaciones sin compromiso serían anatema.

Cuando llegó a Londres, después de terminar la carrera, había tenido la mala suerte de enamorarse. Pero Miranda pasó de ser un ángel a una arpía en cuanto el trabajo empezó a interferir con su necesidad de que estuviera pendiente de ella a todas horas. Se quejaba incesantemente de lo tarde que llegaba a casa y, por fin, había buscado a otra persona que le diera toda su atención.

Ésa había sido una lección que no olvidaría nunca, de modo que volver a tener una relación seria con alguien era algo en lo que no estaba interesado. Desde el principio, las chicas con las que salía sabían que no tenía intención de casarse. Era sincero con ellas y, en su opinión, ésa era una gran virtud porque la mayoría de los hombres no lo eran en absoluto.