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Teoría literaria E-Book

Alfonso Reyes

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Beschreibung

La fe de Alfonso Reyes en la cultura americana como territorio legítimo tiene en su Teoría literaria una guía del diálogo fundador y renovador. Su obra nos liberó de las interpretaciones traumáticas de la cultura hispanoamericana y nos demostró que somos capaces de venir de todas partes, con inteligencia e ironía, gracias a la saga literaria de vivir aquí todos los tiempos.

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Teoría literaria

COLECCIÓNCAPILLA ALFONSINA

Coordinada por CARLOS FUENTES

Teoría literaria

Alfonso Reyes

Prólogo JULIO ORTEGAAsistencia editorialMARÍA DEL MAR PATRÓN VÁZQUEZ

Primera edición, 2005    Primera reimpresión, 2007 Primera edición electrónica, 2015

Asesor de colección: Alberto Enríquez Perea Viñetas: Xavier Villaurrutia Fotografía, diseño de portada e interiores: León Muñoz Santini

D. R. © 2005, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Av. Eugenio Garza Sada, 2501; 64849 Monterrey, N. L.

D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2617-2 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

PRÓLOGO, por Julio Ortega

TEORÍA LITERARIA

I

Literatura en pureza y literatura ancilar

Aclaración sobre lo humano

Aclaración sobre lo puro

Lo literario y la literatura

La literatura: ni límites ni contaminaciones

Carácter aparte de lo literario

Humanización total por medio de la literatura

Ficción de lo real

Contenido emocional: “Ficción del ánimo conmovido”

Las tres notas del lenguaje y sus valores

Conclusión y deslinde literario

II

Apolo o de la literatura

Aristarco o anatomía de la crítica

De la traducción

III

Lo oral y lo escrito

Arma virumque (el creador literario y su creación)

IV

Literatura nacional, literatura mundial

BIBLIOGRAFÍA CRÍTICA

PRÓLOGO

ALFONSO REYESY LA TEORÍA LITERARIA Julio Ortega

LA TEORÍA LITERARIA es el pensamiento crítico que demuestra la especificidad del fenómeno literario, su calidad distintiva y única. Postula, por lo mismo, que la literatura es un fenómeno del lenguaje que se define tanto por sus límites con otros modos de representar el mundo como por su repertorio de formas y su libertad imaginativa. La teoría, en definitiva, sitúa a la literatura en la dimensión más creativa de lo humano. Aunque Alfonso Reyes fue sobre todo un hacedor literario, su oficio siempre incluyó al pensador crítico, de formación clásica y gusto filosófico. Le debemos, por eso, los esfuerzos conceptuales de sistematización crítica y formal que culminaron en su tratado El deslinde (1944), pero también las reflexiones, menos metódicas y más agudas, de La experiencia literaria (1942), uno de sus libros más plenos y memorables, que incluye ensayos escritos desde 1930.

La teoría literaria de Alfonso Reyes reconoce varias otras formas de exploración. Revisó El deslinde, demostrando que la teoría no es dogmática sino, precisamente, una hipótesis en construcción porque no es nunca definitiva ni mucho menos puede asumirse como completa. Excusó su prolijidad escolar y terminología abstrusa, y propuso ampliaciones y recuentos que se sumaron al tomo original. Y aunque buscó ampliarlo con nuevas consideraciones, era consciente de los límites de su tratado, que radicaban, quizá inevitablemente, en su carácter metódico y taxonómico. También redactó prolijos balances sobre la tradición crítica y se demoró en las fronteras y vecindades del fenómeno literario con la historiografía y la ciencia. Más a gusto se demostró en resumir la riqueza reflexiva del pensamiento clásico (la edad ateniense); y brilló mejor en sus propias analogías, intuiciones y propuestas, cuyo carácter hipotético es tan teórico como poético. No en vano, Reyes siempre tuvo el sentido crítico certero, la mesura clásica de su tolerancia civil, y la autoridad amable de su inteligencia liberal. En su gabinete humanista, además, brillaba la lámpara del Escriba pero sonreía la máscara de la Comedia.

En buena cuenta, tras todo lo que escribió Reyes había un trasfondo teórico, declarado o implícito, porque su trabajo estuvo animado por un gran proyecto cultural: universalizar la experiencia americana para humanizar la historia que, como latinoamericanos, nos había tocado. Esa generosa hipótesis mayor de su obra, anima también la idea y la praxis de su oficio de deslinde.

No es ajeno El deslinde a sus orígenes: los cursos que sobre el tema dictó en El Colegio Nacional y en la Universidad de Morelia. Tratándose de Reyes, sin embargo, la ambición de un tratado teórico no se limitaba al manual retórico sino que incluía el origen clásico de una poética (un pensamiento orgánico y sistemático) y el propósito humanista de una guía didáctica (el elogio de un saber compartible). Si lo primero obligaba a la clasificación prolija, lo segundo debía instruir con deleite, demostrando que la teoría hace del lenguaje lo más humano por más inventivo. La paideia griega (la pedagogía y el juego) era la fuente humanista de Alfonso Reyes; la filología fue su instrumental (“el arte de leer despacio”, la definió); y su profesión, la hermenéutica, el oficio de interpretar libros (“quien se entrega a ellos, advirtió, olvida el ejercicio de la caza y la administración de su hacienda”). Reyes parece haber intentado en El deslinde su obra más universitaria, aunque se concebía propiamente como filólogo e historiador literario, sobre todo a propósito de obras de la Nueva España. En esa vena, es cierto que merecía más reconocimiento del que tuvo por sus lecturas de Góngora; nadie había dicho, como él, que Góngora no revela su relación con el Nuevo Mundo en el catálogo de sus temas, como había propuesto Dámaso Alonso, sino en el “exotismo americano [que había respirado] en la atmósfera de su época”.

Pero se debió también Reyes a su medio de producción más inmediato, la prensa diaria y las revistas literarias, donde los artículos de La experiencia literaria declaran hablar desde el presente, situados como están en el fluir de la lectura. Reyes le dio a la crónica un carácter más literario y, bien visto, su registro formal excede el formato del comentario impresionista, la crónica periodística, el ensayo crítico, y el artículo académico. Éste es uno de los libros imprescindibles de la cultura americana, por su feliz apropiación de las fuentes universales, que torna nuestras. Pero su persuasión teórica no es menos clásica: se basa en el entusiasmo por el hecho literario, en la fe civil en el lenguaje esclarecedor, que sostiene la racionalidad superior de la república, de la comunidad consensual. Ese entusiasmo es la elocuencia del elogio, de la alabanza íntima y tácita que sus ensayos hacen a los artificios del lenguaje y su creatividad.

Ensayó el ensayo, se diría, como si se tratase no de un modelo de escritura sino de un modo de hablar; esto es, de la conversación. Pero no se confunde su prosa con la mera oralidad, que es casual y momentánea; porque está hecha en el diálogo, que es el habla del pensamiento. Si esta forma es clásica, su entonación es actual: actualiza el saber en la interlocución. El filólogo, después de todo, conversa amenamente con los clásicos; y se cura de nostalgia anacrónica y de autoridad antipática gracias al lector, al interlocutor inmediato que la voz instaura. No en vano Montaigne creó el “ensayo” como un modo feliz de prolongar la conversación; y lamentó que Platón no estuviera vivo cuando se descubrió América porque habría tenido mucho que decir. Ya Petrarca le escribía cartas conversadas a Quintiliano, mientras restauraba sus escritos perdidos, lamentando los tiempos miserables que le habían tocado y, de paso, inventando la filología. En esa lección, Reyes hizo conversar a México con los griegos. Tuvo tiempo, además, de diseñar sus Obras completas, esto es, de recuperar sus escritos con pulcritud de filólogo puntilloso; y lograr así que la varia divagación periodística y la numerosa ensayística del camino se convirtieran en una biblioteca monumental y fundamental. Su obra es una invención americana de Europa.

Por todo esto, no debe extrañar al lector que éste sea un nuevo libro de Alfonso Reyes. Confiamos que, con su humor, lo habría aprobado. Porque en lugar de sumar ensayos sueltos para ilustrar la teoría literaria del autor, se intenta aquí un montaje de secuencias y fragmentos que armen una hipótesis dialogada. Quizás a Reyes le intrigaría la posibilidad de que naciesen de sus Obrascompletas nuevos libros como relecturas actualizadas de la tradición, a la que él había permanentemente visitado. En cualquier caso, dentro de su brevedad este libro prefiere dejar de lado las exposiciones más doctrinarias y didácticas, que han perdido actualidad, y más bien articular una lectura de recuperaciones, allí donde se escucha más cerca al autor.

Es interesante que Reyes se defina desde su propia capacidad de diálogo teórico. Es capaz de platicar con Aristóteles y de corregir a Ortega y Gasset pero, en cambio, no entabla conversación con Ezra Pound, cuyo ABC de la lectura no lo seduce. Sus coordenadas de actualidad se trazan entre Valéry y Eliot, aunque su escenario incluye el Siglo de Oro español y las letras americanas. Llega a reconocer que el logos es el lenguaje, tal vez a partir de Heidegger.

Aunque más interesante que sus fuentes es su escenario transatlántico: el lenguaje más creativo es el de la mezcla, que lleva el sabor popular, la sabiduría tradicional, y el gesto vanguardista. “La naturaleza está hecha de vasos comunicantes, y no hay que temer al libre cambio en el orden del espíritu”, sentencia, reafirmando su credo dialógico entre México y el mundo. En ese sentido creador, Alfonso Reyes debe haber sido el último Modernista: entre Rubén Darío (que era capaz de sumar a Góngora y Verlaine) y Jorge Luis Borges (que era capaz de añadirle compadritos a Shakespeare), Reyes nos liberó de las interpretaciones traumáticas de la cultura hispanoamericana y nos demostró que somos capaces de venir de todas partes, con inteligencia y con ironía, gracias a la saga literaria de vivir aquí todos los tiempos. Esa fe en la cultura americana como territorio legítimo tiene en su teoría literaria una guía del diálogo fundador y renovador.

Teoría literaria

I

LITERATURA EN PUREZA Y LITERATURA ANCILAR

TODOS ADMITEN que la literatura es un ejercicio mental que se reduce a: a) una manera de expresar; b) asuntos de cierta índole. Sin cierta expresión no hay literatura, sino materiales para la literatura. Sin cierta índole de asuntos no hay literatura en pureza, sino literatura aplicada a asuntos ajenos, literatura como servicio o ancilar. En el primer caso —drama, novela o poema— la expresión agota en sí misma su objeto. En el segundo —historia con aderezo retórico, ciencia en forma amena, filosofía en bombonera, sermón u homilía religiosa— la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literarios.

La manera de expresión aparece determinada por la intención y por el asunto de la obra. La intención es una postura, o mejor un rumbo psicológico. El asunto, para la literatura propiamente tal, se refiere a la experiencia pura, a la general experiencia humana; y para la no-literatura, según el caso, a conocimientos especiales (más o menos: tópica común, o tópica específica en Aristóteles). La literatura expresa al hombre en cuanto es humano. La no-literatura, en cuanto es teólogo, filósofo, cientista, historiador, estadista, político, técnico, etcétera.

Se han deslizado aquí dos conceptos que requieren cierta aclaración: el concepto de lo humano y el de lo puro en la literatura.

ACLARACIÓN SOBRE LO HUMANO

EL FILÓSOFO ha puesto en circulación la metáfora: “deshumanización del arte”, para describir de un rasgo magistral ciertos caracteres de la estética contemporánea. El recuerdo de esta brillante fórmula no debe preocuparnos ni confundirnos. Hemos dicho que, a diferencia de la no-literatura, la literatura recoge la experiencia pura de lo humano. No hay contradicción con lo “deshumano” de que habla Ortega y Gasset. En el sentido que él da a la palabra, la literatura puede aparecer deshumanizada; no por eso pierde la calidad de puramente humana que, en otro sentido, le asignamos. Todo está en el valor convencional que se atribuye a las denominaciones. Para nosotros, lo humano puro se reduce a la experiencia común a todos los hombres, por oposición a la experiencia limitada de ciertos conocimientos específicos: los términos se distinguen como se distingue el beber el agua del analizarla químicamente. Cuando se dice: “deshumanización del arte”, lo deshumano se opone más bien a lo sentimental inmediato o mediocre. El arte llamado deshumano más bien busca la emoción de la inteligencia y de la sensibilidad afinada, y a esto se llamó deshumanización a falta de un equivalente mejor de “desentimentación”. Y hasta pudiera añadirse que tal arte deshumanizado, quintaesenciado en suma, por lo mismo que apela más directamente a la inteligencia o a la sensibilidad excelsa, y procura huir del bajo “chantaje” o fraude sentimental fundado en estímulos biológicos, es más característicamente humano. Y si no se le llamó “inhumano”, es porque este término envuelve precisamente connotaciones sentimentales, en tanto que “deshumano” evoca una idea ajena al plano sentimental. Véase cómo todo depende del valor relativo que se asigne a las denominaciones: en cierto sentido, el hombre no puede hacer nada deshumano ni inhumano, pero sí lo puede, y a veces es lo único que puede, en otro sentido. El crimen es inhumano, pero es también humano. Es inhumano el juez que sentencia equivocadamente, pero también errar es de humanos. Es deshumano considerar, con De Quincey, el asesinato como una de las bellas artes, pero es un tipo de humorismo humano. Para Bergson, lo cómico se define por una suspensión voluntaria de la simpatía, y esta nota cómica cubre —de modo más o menos visible— buena parte de la estética deshumanizada. El resto lo cubre la nota intelectual, que lleva también un sabor de crueldad oculta. Es deshumano que el poeta se entregue a jugar con las palabras, prescindiendo de la naturaleza sentimental de los hechos que mienta; pero, al mismo tiempo, es humano. La especialización exacerbada en el puro placer verbal —extremo agudo del deleite técnico— no por ser extrema es menos humana. Y en cuanto significa ya la expresión de una experiencia específica, es la orilla por donde la función literaria se desvirtúa en función de mera ingeniosidad lingüística.

Desde luego, las especies que maneja la no-literatura, así sean las matemáticas, son tan humanas como las que la literatura maneja; pero, además, son especiales. No brotan del hombre desnudo, o en su esencial naturaleza de hombre, sino del hombre revestido de conocimientos determinados, aunque éstos no lleguen al “saber crítico”. La intención de la obra, en uno y en otro caso, es diferente.

Todo esto se reduce a decir: 1º Que lo humano es una noción antropológica de que el hombre, por definición, no puede escapar; y lo “deshumano” es una denominación convencional para cierta modalidad de lo humano. 2º Que lo humano abarca tanto la experiencia pura como la específica, pero en la primera radica la literatura, y en la segunda, la no-literatura.

ACLARACIÓN SOBRE LO PURO

HEMOS HABLADO de literatura en pureza y de literatura ancilar. La literatura en pureza no debe confundirse con la tan traída y llevada noción de “poesía pura”. Ante todo, porque la poesía sólo es una parte de la literatura; en seguida, porque la poesía pura sólo es una parte de la poesía: una cumbre si se quiere, pero no toda la montaña. Ápice heroico de la lírica, la poesía pura ni siquiera pudo ser definida con precisión, lo cual en nada merma la autenticidad del fenómeno. Sus teóricos casi acaban por decirnos que es como una forma neumática, como un choque eléctrico tan intenso como vacío. Tales descripciones recuerdan singularmente aquel callejón sin salida de los tratadistas de otro siglo: el hermoso “no sé qué” de Feijoo.

Subrepticiamente, los teóricos de la poesía pura parecen suavemente empujados hacia un propósito preceptivo. Quien los lea de prisa, se figurará que intentan imponer una norma sobre lo que debe ser la poesía, puesto que dibujan la forma poética que consideran como la más excelsa. También cuando Ortega y Gasset dio testimonio de cierta evolución del arte, algunos se figuraron indebidamente que preconizaba el arte deshumano. La sola cautela ante cualquiera invasión preceptiva bastaría para precavernos aquí contra un concepto de la pureza que no acepta la literatura tal como es, sino como algunos suponen que debe ser. Pues aquí no hacemos preceptiva, sino teoría.

Por otra parte, si nuestro análisis se limitara a la poesía pura, nos quedaría en la probeta una sola gotita de agua, diáfana y radiosa, pero insuficiente para las abundantes manipulaciones a que hemos de entregarnos. Tenemos, pues, que explicar nuestra noción, nada comprometedora, de la literatura en pureza. Esto nos conduce a una visión de lo literario más extensa todavía que la misma literatura.

LO LITERARIO Y LA LITERATURA

LO LITERARIO ES un ejercicio de la mente anterior, en principio, a la literatura. Puede o no cristalizar en literatura. El mismo viento puede hinchar varias velas: ya empuja la barca de la verdadera obra literaria, ya la de otras barcas, o bien se mantiene en un estado atmosférico y abstracto. No sólo los literatos, no sólo los creadores no literarios: toda mente humana opera literariamente sin saberlo. Todos disfrutan de esta atmósfera. Cuando ella precipita en literatura, tenemos la literatura en pureza, cualesquiera sean los acarreos extraños que esta precipitación recoja a su paso. Cuando el viento empuja otras barcas, cuando lo literario se vierte sobre otras corrientes del espíritu, tenemos la literatura ancilar. Este proceso ancilar de la literatura queda sumergido a su vez en un proceso más amplio: la función ancilar, la cual puede ser literaria o no literaria. Tal es la sencilla imagen de la literatura en pureza.