Obras completas, XIX - Alfonso Reyes - E-Book

Obras completas, XIX E-Book

Alfonso Reyes

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Beschreibung

Cuarto volumen de la serie helénica emprendida por Reyes en el que se dedica al estudio de la literatura heroica y la saga escrita por Homero, su creador. Incluye un ensayo ya clásico sobre la Ilíada y una serie de reflexiones acerca del filohelenismo.

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letras mexicanas

OBRAS COMPLETAS DE ALFONSO REYES XIX

OBRAS COMPLETAS DEALFONSO REYES

XIX

ALFONSO REYES

Los poemas homéricos

La Ilíada

La afición de Grecia

letras mexicanas

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1968    Segunda reimpresión, 2000 Primera edición electrónica, 2015

Ilustraciones de Elvira Gascón

D. R. © 1968, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-1632-94-4 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ESTUDIO PRELIMINAR

EN ESTE volumen se pone a prueba el helenismo fundamental de Reyes; se juntan, en primer término, más de un centenar de páginas inéditas, copiadas directamente de un número mucho mayor de cuartillas manuscritas, sobre Los poemas homéricos, verdadera monografía del expositor concienzudo, documentado y brillante que fue; en segundo lugar, el traslado suyo de la Ilíada (las nueve primeras rapsodias que él tituló Aquiles agraviado, más un fragmento de la décima o Dolonía, que permaneció inédito), manifestación palpable de su ejercicio del griego, que ha sido puesto tan en duda; y, finalmente, La afición de Grecia, volumen póstumo dedicado en su mayor parte a temas homéricos, que vino a rubricar la actitud predilecta de toda una vida. Nada mejor que tener en un solo volumen la teoría, la historia y la práctica de Reyes en el campo más acendrado de sus múltiples vocaciones.

Empero, la unidad que así se ha conseguido con este material no lo es temática únicamente, sino cronológica en grado eminente; los trabajos aquí reunidos fueron llevados a cabo por Reyes en los diez últimos años de su vida, al par de otros que significaban otras tantas aficiones griegas de su espíritu: religión y mitología, filosofía, historia y geografía de Grecia pasaron de su mente a su voz o a su pluma, a la vez, paralelamente. Pero Homero no dormía en él, sino que era su acicate en la fatiga o su recreo en el ocio creador; así se explica que al mismo tiempo que acometía el traslado de la Ilíada compusiera la serie más personal de sonetos: Homero en Cuernavaca.

Hasta ahora no hemos querido apurar las fechas de ejecución de estos trabajos, pues queremos darlas todas de una vez, basándonos en las cinematográficas noticias que arroja el propio Diario íntimo de Reyes, para que se vea de manera patente cómo se iban entrecruzando en su espíritu las tareas del exégeta, del traductor y del poeta. A mediados de 1948, con objeto de preparar los cursos que anualmente dictaba en El Colegio Nacional, volvió los ojos al texto directo de Homero. Aunque él se dejó decir —como él decía—, en un exceso de modestia: “No leo la lengua de Homero: la descifro apenas”, haciéndose eco de aquel romance de Góngora, lo cierto es que sabía el griego lo suficiente para hacerse a la empresa. A los desconfiados hay que notificar que en la Biblioteca Alfonsina se conservan en buena parte las libretas de apuntes y notas de aprendizaje, años de 1907 a 1913. El suscrito, que entiende menos griego que el Góngora del romance, sin mucho esfuerzo ha podido identificar lo siguiente: 1) copia manuscrita del texto de Luis Mc Grégor (curso del maestro Rivas); 2) un vocabulario (en hojas sueltas sin numerar); 3) una libreta de apuntes sobre declinaciones y métrica griegas, 90 pp. (1909-1912); 4) otra libreta de “Notas técnicas”; 5) otra de “Apuntes sobre lecturas”, núm. 1 de los Cuadernos de Notas, 119 pp. (1907-1913). Según el índice de temas que el mismo Reyes elaboró, el cuarenta por ciento de este Cuaderno corresponde a lecturas griegas o a observaciones como ésta, que le sirvió de norma en toda su obra de helenista: “Cuando se hable de los dioses griegos, no llamarlos con nombres latinos, porque éstos —aunque en el concepto vulgar significan lo mismo— no se corresponden de un modo absoluto” (Notas, núm. 1, p. 11, octubre de 1907). De idéntica manera pensaba Reyes pasado casi medio siglo de escritas estas líneas (Obras Completas, XVI, pp. 342-343).

Así se explica la seguridad con que el joven Reyes empuñaba la pluma en “Las tres Electras del teatro ateniense” (primer ensayo de sus Cuestiones estéticas, 55 páginas en la primera edición; Obras Completas, I, pp. 15-48) y la poética evocación de “Una aventura de Ulises”, de la Revista Moderna de México (Idem, I, pp. 325-334), ambas piezas de 1908, cuando el autor apenas pasaba los 19 años. Años de aprendizaje del griego, visibles también en su poesía de entonces, como lo ha visto Ingemar Düring: “En sus poemas juveniles el entusiasmo por la poesía antigua y su mundo de figuras mitológicas y sus metáforas se expresa por medio de la imitación directa” (Alfonso Reyes helenista, Gotemburgo, Instituto Ibero-Americano, 1955, p. 66). En estos años también aprendió Reyes a curarse en salud; en París, noviembre de 1913, asistió a la reaparición del Latin mystique, de Rémy de Gourmont, y con ese motivo escribió estas frases, que bien podemos suponer como su divisa de helenista: “Entrar como aficionado en el terreno del especialista, cuando no hay mucho que decir por cuenta propia, tiene sus castigos en el infierno estético. Aun cuando la obra provenga de tan encantadora pluma, es una obra ociosa. Para entretenimiento, el asunto es frío; para enseñanza, no se escriben así los libros”. (Obras Completas, VII, p. 459.)

Quizá este severo examen lo hizo posponer por muchos años el ejercicio de su vocación, o los caminos que salieron al paso, llámense periodismo, Centro de Estudios Históricos o carrera diplomática, durante la década madrileña, lo apartaron involuntariamente de lo suyo. Pero lo suyo eran muchas cosas; además, siempre se sacrifica algo por lo otro, y lo otro bien podía ser Góngora o Goethe o Mallarmé, que igualmente apuntaban en Cuestiones estéticas. Sin embargo, en Madrid fue oyente asiduo y cronista de las conferencias de Bérard; véanse, por ejemplo, “Las navegaciones de Ulises”, de 1919, que treinta años más tarde se leyeron en el “Prólogo a Bérard” de Junta de sombras y en su día figuraron en la primera serie de Simpatías y diferencias. Su conocimiento del griego y de lo griego debió ser secreto a voces en las tertulias o para los colegas y amigos. Así lo dice un recado de Azorín: “Querido Reyes: ¿Puede usted decirme lo que significan estas tres palabras griegas? ΓÁΡΟΝΤΑ ΚΑÌ ΜÉΛΛΟΝΤΑ. Cordialmente, AZORÍN.Madrid, 5 de octubre de 1919”. La respuesta no se haría esperar, pues Azorín, un mes justo después ya usa la leyenda griega con sello de hule en su correspondencia, y en febrero de 1920 impresa como membrete. En Deva y en Madrid escribió Reyes el poema dramático de la Ifigenia cruel y su comentario en prosa, verano y otoño de 1923, el testimonio más intenso de su obra de creador y del exégeta de la tragedia que se había iniciado quince años antes; ambos flancos de su alma, ahora enriquecida y dolorosa por la Decena Trágica mexicana de 1913 que incluye el sacrificio paterno del 9 de febrero, produjeron al unísono ese máximo fruto de la experiencia vital y de la sabiduría humanista. No fueron, pues, ociosos al helenista los años de Madrid.

Pero habían de pasar otros quince años, desde la publicación de su Ifigenia (1924) a la de La crítica en la edad ateniense (1941), para que Reyes se diera por entero, a su retorno definitivo a México, a “la afición de Grecia” de su primera edad literaria. De entonces a su muerte, una etapa decisiva del helenismo de Reyes va de 1948, en que vuelve a los textos homéricos, a octubre de 1959, en que fecha un prólogo para una edición popular de la Ilíada. Es la etapa que habremos de documentar a continuación, valiéndonos de su Diario, que entremezcla las noticias de sus múltiples quehaceres y de su salud ya precaria. En ellas encontraremos como preocupación principal la traducción y edición de la Ilíada; pero al mismo tiempo nacieron los sonetos de Homero en Cuernavaca y los cursos “Lectura y análisis de la Ilíada” (1948) y “Explicación de la Ilíada” (1951), preparados con anticipación, que vienen a ser, con ampliaciones que llegan a la Odisea, el texto inédito que hemos titulado Los poemas homéricos, impreso ahora aquí en primer lugar.

“Trabajo mucho en Homero… Me ha dado por traducir la Ilíada. Voy en [la Rapsodia] I, [verso] 200 en tres días… Sigo con Homero… para copia también Lectura y análisis de la Ilíada. Ya acabé mi traducción del Canto I de la Ilíada en versos alejandrinos”, se lee en el Diario, entradas del 29 y 30 de julio y del 3 y 21 de agosto de 1948, respectivamente (vol. 10, fols. 162-164). “Varios días en Cuernavaca. Acabé Lectura y análisis de la Ilíada para futuro curso. Sigo mi traducción de la Ilíada… Sigue Homero… En Cuernavaca con Homero… En Cuernavaca del 14 a hoy, con Homero y sonetos Homero en Cuernavaca. Gran trabajo… Sigo en Cuernavaca con Homero, Ilíada, y otros trabajos… Mandé a [Gabriel] Méndez Plancarte, Ábside, 12 sonetos de Homero en Cuernavaca. Gran salud, gran trabajo… Encerrado con la Ilíada. Voy en el verso 750 de la Rap[sodia] II. Me falta un centenar para acabar esta Rapsodia. Es la más dura, por los catálogos de tropas. No la tradujo por eso Lugones. Inauguro lectura de Junta de sombras llamándole Momentos e Imágenes de Grecia en El Colegio Nacional” (4, 8 y 30 de septiembre de 1948; vol. 10, fols. 165-167). De la difícil enumeración de las naves aqueas y del ejército del frente troyano, ya Reyes había hecho referencia en el artículo “Entre bambalinas” (Todo, México, 26 de diciembre de 1937), al querer enlistar a los concurrentes al Congreso de Viena: “…enumerar a esta multitud heterogénea sería imposible, salvo para las Musas que invocaba Homero en su catálogo de naves y ejércitos” (Historia de un siglo, en Obras Completas, V, p. 70); véase el esfuerzo realizado en la traducción de la Ilíada, II Rapsodia, versos 482-778 y 809-870 (en el presente volumen, pp. 130-139 y 140-142, respectivamente).

El mes de octubre de 1948 lo pasa entre Cuernavaca y México, entregado a la misma labor: “Llegué ayer [a Cuernavaca] a las 2 p. m. Entre las 4 p. m. y hoy a igual hora, adelanto 140 versos de la segunda Rapsodia de la Ilíada… Ya voy en el verso 325 de la Ilíada… Aquí [en México], a mi conferencia del Colegio Nacional… para luego volver a Homero… Encerrado en mi [cuarto] 221 [del Hotel Chulavista de Cuernavaca]… acabé ¡en rima! las dos primeras Rapsodias de la Ilíada… Corregí [en México] copias de mi Lectura y análisis de la Ilíada (futuro curso) hasta el Canto X… He hecho unos 115 versos de la IIIª Rapsodia de la Ilíada… [En Cuernavaca] adelanté un poco con mi Ilíada. Hoy estoy ya en el telar a las 6½ a. m…. Ayer acabé en Cuernavaca, a la 1½ p. m., la traducción de la 3ª Rapsodia de la Ilíada” (2, 5, 7, 13, 14, 19, 23 y 28 de octubre; vol. 10, fols. 168-170).

En los meses de noviembre y diciembre comienza a resentirse del trabajo, pero sigue con igual ánimo: “Y un poco, Homero… Aunque perezoso, hice por la tarde unos 40 versos de la Ilíada… Voy a media Rapsodia IV. Ayer, enfermo y todo… Comienzo a copiar mi Ilíada… Comencé la Rapsodia V, Ilíada… y sigo, entre jaquecas, con la Ilíada… Buen día de trabajo. Copio Rapsodia I, Ilíada, y sigo traduciendo la V… Sigo con la Rapsodia V. Acabo a máquina Rapsodia I y sus notas. Corrijo el prólogo de la traducción… Enjaquecado, pero pegado a mi Ilíada… Acabé [de] copiar [la] 2ª Rapsodia [de la] Ilíada tal vez la más dura… Muy débil. Trabajo duro índice y notas y, a la madrugada… Trabajando con la Ilíada. Voy a media Rapsodia V… Trabajando como un león en la Ilíada… A las 4½ p. m. acabé de un borrón la traducción de la Vª Rapsodia de la Ilíada… En limpio, el prólogo de mi traducción de la Ilíada. Las V primeras rapsodias, entre Cuernavaca y México, del 29 de junio al 13 de diciembre de 1948” (1, 3, 9, 17, 18, 19, 21, 25, 26 y 27 de noviembre, y 2, 13 y 14 de diciembre; vol. 10, fols. 170-176).

La Navidad de 1948 y el Año Nuevo de 1949 sorprendieron a Reyes con “la mitad de la VIª Rapsodia” en el telar, como él decía. Apenas pasadas las fiestas, lo encontramos de nuevo en la tarea: “Sigo la Rapsodia VI de la Ilíada. Ya voy a abordar los adioses de Héctor y Andrómaca [versos 381-528; en este volumen, pp. 216-220]… Anoche [8 de enero], a las 12 de media noche, acabé la VIª Rapsodia de la Ilíada. Es la primera etapa. Publicaré con esto el primer libro. Estoy copiando… De noche, cena conmigo el P. Gabriel Méndez Plancarte y me trae 50 ejemplares [de la] tirada aparte de mis sonetos Homero en Cuernavaca, preciosamente impresos… Copiando mi traducción [de la] Ilíada. Ando terminando copia [de la] Rapsodia V… Copiando mi Ilíada. Sólo me falta ya la Rapsodia VIª… Voy a más de ½ Rapsodia VII [de la] Ilíada en traducción… Hoy a las 2 p. m. acabé la copia de las VI Rapsodias de la Ilíada, por mí traducidas, que ya anuncié a la Universidad, donde me han ofrecido publicación, y la han solicitado… [Raimundo] Lida me devuelve leída la 1ª Rapsodia de mi Ilíada… Visita de Fernando Benítez, que me pide para mañana un artículo sobre Grecia (futuro suplemento de Novedades dedicado a Grecia…) De tarde, correcciones [a la] Ilíada y escojo fragmento para Novedades. ¡Y escribo una Presentación de Grecia, de un rasgo! … Entregué a Benítez para Novedades artículo Presentación de Grecia y fragmentito [de] la IIIª Rapsodia [de la] Ilíada, trabajando como loco… Leo de tarde fragmentos de mi Ilíada a Agustín Yáñez, Abate [González de] Mendoza, Paco Giner [de los Ríos], [José Rojas] Garcidueñas y Joaquín D[íez] Canedo… A la 1 p. m. acabé la traducción de la Rapsodia VII de la Ilíada… Llevo un centenar de versos de la Rapsodia VIII de la Ilíada. De tarde, y hasta la medianoche, viene Fernando Benítez que me hace leerle muchos inéditos, y me trae el suplemento literario de Novedades, precioso, sobre Grecia, del próximo 27 de febrero, con mi Presentación de Grecia y mi fragmento homérico…” (4, 9 y 16 de enero, y 4, 10, 11, 13, 15, 16, 17, 20, 22 y 24 de febrero de 1949, vol. 10, fols. 180-186). Esa “Presentación de Grecia” y el fragmento de la Ilíada se publicaron, efectivamente, en México en la Cultura, suplemento dominical de Novedades, México, 27 de febrero de 1949, núm. 4, p. 1, y luego pasó a los Estudios helénicos de 1957, como primera pieza (ahora en las Obras Completas, XVIII, pp. 23-30, donde en nota se da su historia bibliográfica); el fragmento de la IIIª rapsodia corresponde a los versos 315-384, “El duelo singular” entre Paris (Alejandro) y Menelao, en este volumen, pp. 152-154.

Los altibajos de la salud lo obligaron a suspender la traducción, cuyas seis primeras rapsodias ya tenían editor a la vista; antes del 21 de octubre sólo encontramos una anotación en el Diario referente a la Ilíada: “Trabajando en Parentalia [primer libro de recuerdos] y en la Ilíada VIII” (2 de marzo; vol. 10, fol. 186). Tras ocho meses de receso, prosigue en su empeño: “Me fui a Cuernavaca el jueves 11 [de octubre] y volví esta tarde [del 21]. Aunque no muy famosa mi salud, acabé la Rapsodia VIII de la Ilíada y empecé la IX… Comienzo a copiar a máquina [la] VII… En Cuernavaca adelanté [la] IX… y corregí desde la Iª otra vez… Vuelvo a Cuernavaca, donde ¡acabé la IX Rapsodia de la Ilíada! y estoy en anotación general, puntas y ribetes, corrección de copias en limpio… Llegué a las 4 p. m. Tarde templadita y cielo sin mancha. ¡A trabajar en Homero! … Acabé anoche la revisión y anotación de la VIIª Rapsodia y he comenzado la VIIIª… Por la tarde, acabo la revisión de la VIII y hago un resumen de la IX. Descanso antes de comenzar la revisión de ésta, por verdadera fatiga. ¡Acabé mi faena a las 12½ de la noche! De entusiasmo he perdido el sueño… Acabé mis retoques de mi Ilíada, tras de aprovechar nuevos estudios…” (21 y 22 de octubre, y 11, 15, 24, 26, 27 y 30 de noviembre de 1949; vol. 11 fols. 8-11).

Mientras la Ilíada seguía en copia, a mediados de diciembre Reyes tuvo un inesperado estímulo en sus trabajos de helenista; hacia el 11 de diciembre recibió una “carta en que Gilbert Murray me dice que Eurípides hubiera aprobado mi tratamiento de Ifigenia en mi Ifigenia cruel” (vol. 11, fol. 12). El texto inglés de Murray, fechado en Oxford, 14 de noviembre de 1949, es el siguiente: “It is most kind of you to have sent me your Ifigenia cruel. I was greatly interested to see the different ending to which, on good psychological grounds, you had led. I do no think Euripides would have disapproved your treatment”. Un buen estímulo para quien la recreación, la traducción y la exégesis de los grandes temas helénicos era una misma cosa.

El año nuevo de 1950 encuentra a Reyes atareado en la copia definitiva de las nueve rapsodias y aun las somete al auditorio de amigos entrañables: “De noche, vino José Gaos. Le leí la Rapsodia VIII de la Ilíada” (29 de enero; vol. 11, fol. 18). En febrero el original está listo para las prensas universitarias y es entregado a Francisco Giner de los Ríos. La tarde del 21 de abril, el Diario registra una visita de “Wilberto Cantón para [el asunto de la] edición universitaria [de la] Ilíada” (vol. 11, fol. 30); pero alguna dificultad ha surgido, que el Diario no consigna, en la realización del impreso, pues el 29 de mayo Reyes escribe entre signos de admiración: “¡Aún no logro que la Universidad me devuelva el ejemplar [original] de mi traducción de la Ilíada! ¡Qué desorden!” (vol. 11, fol. 37). Al día siguiente, su ánimo parece descansar: “Al fin recobré mi Ilíada”, escribe en la misma página. El 31 de mayo, a renglón seguido, agrega: “Entregué mi Ilíada para que vayan estudiando la edición en el Fondo” [de Cultura Económica]. Pasa más de un mes sin noticias, hasta que el 4 de julio apunta: “… averiguo que el Fondo de Cultura aceptó el viernes pasado [30 de junio] publicar mi Ilíada…” (vol. 11, fol. 44). Entretanto, un nuevo estímulo viene a paliar tantas desazones: el amigo Azorín, que ha recibido Junta de sombras, volumen helénico publicado a fines del año anterior, le ha enviado el comentario que firmó en el ABC de Madrid el 22 de julio, donde puede leerse: “Alfonso Reyes traslada su penetrativa del mundo clásico español al mundo helénico. En el mundo español nos ha hecho comprender —y amar— a un Góngora, un Gracián, un Ruiz de Alarcón, un Arcipreste de Hita, humanos conversables, coetáneos nuestros. En su nuevo libro, limpiamente impreso, Alfonso Reyes nos da diversos asuntos de la Grecia clásica. Grecia, geográficamente, psicológicamente, aparece ante nuestros ojos. Nos pone patente Alfonso Reyes el prodigio de Grecia… El libro de Alfonso Reyes está dominado por la figura de Homero: el poeta atrae a los poetas, a un Chénier, a un Lamartine…” (Páginas sobre Alfonso Reyes, Monterrey, Universidad de Nuevo León, 1957, II, pp. 147-149). No podía ser menos la penetrativa del “pequeño filósofo”; de un solo trazo englobó al exégeta y al poeta, y al poeta imantado por Homero, que era el Reyes de la última década.

Al fin, el 8 de agosto, entregó la Ilíada al Fondo de Cultura Económica (vol. 11, fol. 47), y el 24 de octubre, por la “tarde, Elvira Gascón me consulta [los] dibujos para mi Ilíada” (vol. 11, fol. 52). El 15 de noviembre comenzó la corrección de las pruebas de imprenta (vol. 11, fol. 55), trabajo que se prolongará hasta el 12 de mayo de 1951 (vol. 11, fol. 93). A la “nochecita” del 22 de octubre, “Orfila, Joaquín Díez-Canedo, Agustín Millares, Raimundo Lida y Julián Calvo me traen los preciosos primeros ejemplares de mi Ilíada I (tres ordinarios y uno fino), con colofón de 15 de septiembre [de] 1951” (vol. 11, fol. 114). Está feliz, como el niño con el juguete nuevo; así anota las visitas recibidas y las que él hace, lo mismo que las dedicatorias, a propósito de la Ilíada tan esperada, en verdad preciosamente impresa. El 7 de noviembre anota: “Visita de Orfila Reynal. Me trajo dos ejemplares de lujo de la Ilíada. Dedico uno a Nacho y a Celia Chávez. Lo llevaré mañana al Instituto de Cardiología”, como en efecto lo hizo (vol. 11, fol. 116). Llegan, el 20 de diciembre, Roberto Fernández “Balbuena y Elvira Gascón, con quien[es] trueco un ejemplar dedicado de la Ilíada” (vol. 11, fol. 125); el 22, “Viene de mañana Enrique González Martínez por su Ilíada…” (fol. 126), y el 23, el propio Reyes fue “de mañana a llevar su Ilíada a Manuel Toussaint” (idem).

Pero no se crea que del 15 de noviembre de 1950, que comenzó la corrección de pruebas de la Ilíada, hasta el 12 de mayo, que corrigió las últimas, sólo en eso se ocupó. El trabajo, como siempre, crecía entre sus manos; no se conformó con la traducción y el prólogo, sino que continuó, en enero de 1950, la anotación de las rapsodias, que había suspendido en la VIIIª, el 27 de noviembre de 1949. Volvió atrás, quizá inconforme, pues el 9 de enero de 1951, lo hallamos “Cansado con… la anotación nueva de la Ilíada que he emprendido. Anoté la Rapsodia 1ª” (vol. 11, fol. 64), y el día 10, continúa “trabajando mucho con la anotación de la Ilíada” (idem, fol. 65). “Sigue la Ilíada, anotación ¡y acabo a las 12 en punto de la noche!”, se lee en el Diario el 15 de enero (idem, fol. 66); lo mismo el 18 de enero: “Retocando comentarios a la Ilíada, acabé a las 6.30 p. m.” (idem & ibidem). Y así todo el mes de enero y principios de febrero, hasta llegar a la impaciencia y la fatiga, que registra en las entradas del 28 de enero y del 11 de febrero, respectivamente: “Trabajando desesperadamente en notas de la Ilíada, con ayuda eficaz de Manuelita…” (fol. 68), y “¡Uf! Acabé la enojosísima y ya insoportable anotación de la Ilíada a las 7 p. m.” (fol. 71).

Concluía una tarea y se embarcaba en otra. “Entretanto que me llegan pruebas de la Ilíada, doy a copiar algo de la Historia de la civilización, que tenía parada”, anota el 14 de febrero (fol. 72), y el 15 sigue “preparando para El Colegio Nacional: La saga de Troya y la Ilíada. Pero he decidido no comenzar en marzo, sino en abril. Estoy muy cansado” (fol. 73). Sin embargo, ya para el 18 de febrero escribe: “Prácticamente acabé los apuntes para el curso del Colegio Nacional sobre La leyenda de Troya” (idem), y el 19: “Retoco las notas de mi curso sobre La leyenda de Troya” (ibidem). En efecto, sólo el 5 de abril pudo llevar a cabo la “Inauguración de mi curso a las 7, Colegio Nacional, Leyenda de Troya. Muy grata sesión” (fol. 83), que concluyó el 17 de mayo: “Acabo en El Colegio Nacional, a las 7. p. m. mi cursillo sobre La leyenda de Troya, y dejo preparado el nuevo curso sobre Explicación de la Ilíada, que iniciaré el jueves 28 de junio” (fol. 94). En realidad, comenzó el curso ocho días antes, el 20 de junio (fol. 100), y hubo de suspenderlo en la IIª rapsodia, el 19 de julio (fol. 106), a causa del infarto cardiaco que lo obligó a recluirse en el Instituto de Cardiología.

Ya recuperado, el 8 de mayo de 1952, anota Reyes en su Diario: “Hoy reanudo en El [Colegio] Nacional mi curso sobre la Ilíada… Tarde: inauguro mi curso, continuando el que interrumpí al enfermarme el año pasado: Lectura y explicación de la Ilíada” (vol. 11, fol. 163). De estos dos últimos cursos proceden seguramente los dos primeros ensayos de La afición de Grecia: “Negruras y lejanías de Homero” (1951) y “Las agonías de la razón” (1952). Ciertas anotaciones del 22 de abril de 1953, nos remiten a las “Dos comunicaciones” de los Estudios helénicos, fechadas ese mismo año (Obras Completas, XVIII, pp. 168-172): “Temas: Ilíada: no acepto anodinas interpolaciones atenienses (ver Rose). Hesíodo: creo que tras la edad de hierro viene otra mejor ¿cielo? (nota Rose)”, que también se relacionan y acaso pueden fechar las piezas 5 y 6 de Los poemas homéricos, por tratar del primer tema (vol. 12, fol. 18). La obra de H. J. Rose, A Handbook of Greek Literature, fue también consultada por Reyes en esta misma época al redactar Los héroes (la segunda parte de su Mitología griega), y el tema de “Homero y Hesíodo” vuelve a aparecer como pieza 6 de La afición de Grecia, el último año de su vida. Pero mientras llegan los proyectos finales, otros se presentan a cada paso; el 29 de marzo de 1954 preparaba un opúsculo de su Archivo, en plena lucha contra la enfermedad: “La mala salud me obliga a madrugar y, mientras obran los remedios, preparo otro cuaderno de mi Archivo: La Ilíada” (vol. 12, fol. 68). Sobreviene un cambio de título a los tres días: “Corrijo La unidad de la Ilíada” (fol. 87), y el 3 de abril sigue “corrigiendo desde la madrugada La unidad de la Ilíada” (idem), que no llegó a publicar, sino que aprovecharía para el prólogo de la Ilíada (1959), última pieza de La afición de Grecia, o dejaría inédita entre los papeles manuscritos que hemos ordenado y titulado como Los poemas homéricos. Los proyectos podían quedar olvidados o postergados por otros más urgentes, pero el trabajo nunca cesaba; dos anotaciones del Diario, 16 y 17 de mayo de 1954, nos dan idea del continuo quehacer del helenista: “Trabajando en algunos temas griegos homéricos… Cumplo mis 65 años… Trabajo en temas homéricos” (vol. 12, fol. 98).

De julio de 1955 y del mismo mes de 1956 son las dos últimas piezas que incluimos en Los poemas homéricos; la 14: “Odiseo” y la 15: “Los médicos en la Ilíada”, que fueron publicadas por anticipado en la prensa periódica y pasaron luego a Las burlas veras, México, Tezontle, 1957, 1er. ciento, pp. 139-142, y 2º ciento, 1959, pp. 82-84, respectivamente, agotan por lo pronto el material homérico reunido en la primera parte de este volumen. Sobre las fuentes de “Los médicos en la Ilíada” véase la nota a “Hipócrates y Asclepio” de los Estudios helénicos (Obras Completas, XVIII, p. 167). El “Odiseo” debe relacionarse con las “Fantasías odiseanas” de La afición de Grecia, en este volumen, pp. 369-372.

Entre la redacción de estas últimas piezas de Los poemas homéricos Reyes volvió a la pospuesta continuación del traslado de la Ilíada, mes de marzo de 1956, en un momentáneo retiro a Cuernavaca, que comenzó el día 23: “Traigo la Ilíada para trabajar y vengo solo. Tengo dos cuartos [en el Hotel Marik] con terraza al jardín y al baño. Estoy muy a gusto. Leo, trabajo ¡otra vez en mi Ilíada! (vol. 13, fol. 25); a los tres días, “pena porque no cunde mi trabajo de la Ilíada. Estoy muy perdido. Por eso he pasado un día triste” (fol. 26). El día siguiente, a las tres de la madrugada, anota: “En vano procuro trabajar en la Ilíada. Ya no entro en el trabajo… Me acabé la tinta. Mañana compraré. El día cambió. Agarré el hilo de la Ilíada y me siento feliz… seguí trabajando con buen resultado” (idem). La anotación postrera sobre este fallido esfuerzo homérico es del 28 de marzo: “La salud sigue rara: algo de sofocación y arritmia… La Ilíada va despacio” (fol. 27). En los tres años y nueve meses que le quedaron de vida, Reyes no intentó avanzar más allá de los 143 alejandrinos de la Xª rapsodia que dejó manuscritos. Se publican inmediatamente después de la IX y antes de las “Notas”, con lo que se mejora la primera edición que a continuación describimos.

LA ILÍADA DE HOMERO / traslado de ALFONSO REYES / Primera parte: AQUILES AGRAVIADO / [sello de la editorial] / FONDO DE CULTURA ECONÓMICA / México-Buenos Aires / Edición en gran formato, de 28 × 18 cms., con forros en papel marrón y título con diferente disposición tipográfica: La ILÍADA DE / HOMERO: traslado / de ALFONSO REYES / Primera parte: AQUILES AGRAVIADO / [viñeta: un guerrero griego de rodillas] / FONDO DE CULTURA ECONÓMICA /; 243 pp. + 1 blanca y otra para el colofón, que dice: “Esta edición de LA ILÍADA, primera parte del traslado en verso castellano por Alfonso Reyes, con ilustraciones de Elvira Gascón, se terminó de imprimir en la ciudad de México el día 15 de septiembre de 1951. Fue realizada en los Talleres de Gráfica Panamericana, S. de R. L., Pánuco 63. Se emplearon en ella tipos Bodoni de 10, 12 y 14 puntos y se tiraron 3 000 ejemplares en papel Biblos con láminas en Corsican Wove y 200, numerados, en papel Ameca Bond con láminas en Fabriano Ingres. Intervinieron en la confección el linotipista Jesús Cecilia, el cajista Arturo Avendaño y los prensistas Enrique Hernández y Erasmo Casanova. Proyectó la edición Joaquín Díez-Canedo, la cuidaron Sindulfo de la Fuente y Alí Chumacero y la dirigió hasta su terminación Julián Calvo”.

Las ilustraciones de Elvira Gascón, que forman una unidad con el traslado de Reyes y que, como se ha visto, fueron consultadas con él, están impresas a dos tintas, negra y ocre, y son en número de 10. La primera, frente a la portada, ilustra el verso 329 de la Vª rapsodia; las 9 siguientes, una para cada rapsodia, corresponden a un verso también, de la manera siguiente: I, 4; II, 489; III, 450; IV, 120; V, 42; VI, 518; VII, 260; VIII, 405; y IX, 185. Las viñetas, además de la descrita en el forro, son 9, representaciones de guerreros y armas, que se imprimen al final de las 8 primeras rapsodias, excepto la última, que va al fin de las notas. No dudamos en calificar este impreso de obra maestra de la tipografía mexicana: calidad, precisión y armonía hacen del traslado de Reyes, de las creaciones de Elvira Gascón y del formato, papel y tipos, un todo bello y atractivo.

El “Prólogo” de Reyes, pp. 7-11; su traslado de las nueve rapsodias, pp. 15-202; y sus notas, pp. 203-240, se reimprimen tomando en cuenta las correcciones autógrafas del autor que figuran en su ejemplar personal. Ya se ha dicho que se agregan los 143 alejandrinos de La Dolonía o X rapsodia, que Reyes dejó inconclusa en marzo de 1956. Se ha procurado conservar, dentro del formato de las Obras Completas, las virtudes plásticas de la edición original, como un homenaje tácito a sus creadores. Nos parece que la unidad del conjunto no está a discusión; así lo prueba la acogida crítica que el volumen tuvo en su día en todos los ámbitos del mundo hispánico.

Anónimo, “La Ilíada de Alfonso Reyes”, en El Noticiero Bibliográfico [del Fondo de Cultura Económica], México, noviembre de 1951, 2ª época, tomo II, núm. 19, p. 1.

Idem, “Un gran poema en alejandrinos”, en Tiempo, México, 14 de diciembre de 1951, vol. XX, núm. 502, p. 42.

José Moreno Villa, “Con la Ilíada vertida por Reyes”, en México en la Cultura, suplementos de Novedades, México, 20 y 27 de enero de 1952, núms. 155 y 156; recopilado en Páginas sobre Alfonso Reyes, Monterrey, Universidad de Nuevo León, 1957, II, pp. 181-184.

Rubén Bonifaz Nuño, “La Ilíada y Alfonso Reyes”, en México en la Cultura, suplemento de Novedades, México, 17 de febrero de 1952, núm. 158, p. 3.

Ramón Menéndez Pidal, Werner Jaeger y Tomás Navarro, “Tres cartas a Alfonso Reyes”, Idem et ibidem.

Medardo Vitier, “El último libro de Alfonso Reyes”, en el Diario de la Marina, La Habana, 8 de marzo de 1952; en Páginas, II, pp. 185-189.

Bernabé Navarro, “La Ilíada de Alfonso Reyes”, en Excélsior, México, 20 de abril de 1952; en Páginas, II, pp. 190-193.

José Luis Lanuza, “La Ilíada en verso”, en La Nación, Buenos Aires, 4 de mayo de 1952; en Páginas, II, pp. 194-198.

Daniel Devoto, “La Ilíada”, en Sur, Buenos Aires, julio-agosto de 1952, núms. 213-214, pp. 120-122; en Páginas, II, pp. 204-206.

Germán Arciniegas, “Una lección de Alfonso Reyes”, en Tegucigalpa, Tegucigalpa, Honduras, octubre de 1952; en Páginas, II, pp. 207-208.

Max Aub, “La Ilíada traducida”, dentro del ensayo “Alfonso Reyes, según su poesía”, en Cuadernos Americanos, México, marzo-abril de 1953, año XII, núm. 2, vol. 68, pp. 241-274; en Páginas, II, pp. 280-281.

Emilio Lledó, “Alfonso Reyes traduce la Ilíada”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, mayo de 1953, vol. XV, núm. 41, pp. 289-291.

El penúltimo de los autores de esta lista, Max Aub, aunque no escribió extensamente sobre “La Ilíada traducida”, al ocuparse de la poesía de Reyes, deja al pasar estas frases que es necesario, a nuestro juicio, repetir en este momento: “No incluye el volumen que me lleva de la mano [la Obra poética, México, Fondo de Cultura Económica, 1952] la traducción de la Ilíada (los nueve cantos primeros), publicada en 1951. Sin embargo, quedaría manco este esbozo [de la poesía de Reyes] si no me refiriera a ella —y no a su claro resultado sino al motor que llevó a Reyes a enfrentarse con tamaña tarea en los años subsiguientes a la segunda Guerra Mundial. Es posible —y probable— que su gusto por Grecia, sus estudios, sus lecciones le movieran a ello, pero tengo para mí que le empujó algo más hondo. Nada de lo que hace el hombre en su vida —y con su vida— carece de alguna parte de razón. La resolución del tema de Ifigenia correspondió —en los 20— a empujes personales; el traducir la Ilíada —en los 50— a otros de más universal criterio… La Ilíada es la guerra, la fatalidad de la guerra. La Ilíada es violencia, y en nuestro tiempo de violencias, tal vez por horror de ellas, fue escogida. La vida de Reyes —como la de todos los de su edad— está bajo el signo de la violencia, pero los europeos no conocieron la Revolución mexicana, y la mayoría de los mexicanos no conocieron la guerra europea. Reyes sí. Y vivió, a pesar de la distancia, la guerra civil española más entrañablemente que otros, por muchas razones amistosas y familiares. En el interregno de las dos guerras mundiales pudo refugiarse en la erudición; ni antes, ni después… Tal vez podrían jugar aquí las razones que apartaron a la generación de Reyes de la filosofía de Nietzsche para llevarla de la mano hacia Bergson y decantarse, en un mundo bárbaro, a desear un equilibrio clásico, que todavía no hacemos más que entrever. Para ello hay que pasar sobre muchos cadáveres; los que no faltan en la Ilíada…” (Páginas, II, pp. 280-281.)

Por más que el mundo barbarizado de las últimas décadas y sus catastróficas guerras hayan empujado a Reyes en el traslado de la Ilíada, cada quien lleva su parcela de Grecia dolorosa en el alma y Reyes llevaba la suya como historia personal, como él mismo lo declaró en el “Comentario” de la Ifigenia cruel, y ella fue en este caso materia activa y resonante. Hay que recordar la genealogía guerrera que desembocó en tragedia aquel 9 de febrero de 1913, o desde antes, “Por el año de 1908, [cuando] estudiaba yo las ‘Electras’ del teatro ateniense. Era la edad en que hay que suicidarse o redimirse, y de la que conservamos, para siempre, las lágrimas secas en las mejillas”. Aunque se hable de fechas, subrayemos aquí el para siempre como experiencia permanente, fuera de las décadas de la historia universal, para decir que todas las guerras son incapaces de producir una Ilíada o su traslado si antes no ha madurado el hombre para quien “el llanto militar creció en diluvio”.

Para ese hombre, “Por ventura, el estudio de [la propia] Grecia se iba convirtiendo en un alimento del alma, y ayudaba a pasar la crisis. Aquellas palabras tan lejanas se iban acercando e incorporando en objetos de actualidad… Hay quien ha podido aprovechar su consejo. La literatura, pues, se salía de los libros y, nutriendo la vida, cumplía sus verdaderos fines. Y se operaba un modo de curación, de sutil mayéutica, sin la cual fuera fácil haber naufragado en el vórtice de la primera juventud… Justificada la afición de Grecia como elemento ponderador de la vida, era como si hubiéramos creado una minúscula Grecia para nuestro uso: más o menos fiel al paradigma, pero Grecia siempre y siempre nuestra” (“Comentario” en Obras Completas, X, pp. 351-352).

Ya hemos visto, por el Diario de Reyes, cómo fue naciendo al mismo tiempo que la traducción de la Ilíada, la serie de sonetos de Homero en Cuernavaca (Obras Completas, X, pp. 403-419), en la que se entrelazan los temas y personajes de la historia troyana con los de la experiencia personal: los dos primeros “A Cuernavaca!”, “Homero”, “Al acabar la Ilíada”, “De mi padre” (“Por él viví muy cerca del ruido del combate”) y los dos finales “De mi paráfrasis”, de los que extraemos el último terceto y el segundo cuarteto, respectivamente:

Gritos y llantos, pánico y victoria,todo lo tuve junto a mí, de suerteque todo es sentimiento más que historia.. . .Llorar ajenas lágrimas fuera un afán ociososi abunda el propio llanto que tal engaño ahorre,y el relato hago mío sin miedo a lo que osopara que viva en mí y nunca se me borre.

 

Quizá estos pasajes son los que han hecho escribir a Ingemar Düring la valoración final de su Alfonso Reyes helenista: “En su poesía de madurez percibimos, de otro modo, el eco de la ‘minúscula Grecia’ en su alma. Está siempre presente como una visión, como una corriente bajo la superficie de la imaginación… En sus momentos dichosos, el helenismo de Reyes se percibe como un anhelo de aristocrática perfección, como un spiritus tenuis Graiae Camenae” (pp. 66-67).

Apliquemos ahora nuestro examen a la tercera parte de este volumen, La afición de Grecia, título que ya aparecía como rubro del primer “Comentario” a la Ifigenia cruel. Reyes, al final de sus días, quiso recuperarlo para un volumen, como para indicar la constante de toda su existencia. El volumen salió de las prensas póstumamente, pero él mismo lo había dispuesto y ofrecido al Colegio Nacional para sus ediciones. Sólo dos veces figura La afición de Grecia en el Diario de Reyes como volumen definido. La primera vez, dentro de una lista de “Libros prestos al acabar octubre” de 1959, en quinto lugar: “Organizado: La afición de Grecia” (25 de octubre; vol. 15, fol. 71). El 11 de diciembre de este año postrero de su vida, apunta Reyes: “Preparo para El Colegio Nacional de todo a todo La afición de Grecia” (vol. 15, fol. 84). La entregaría de inmediato, ya que pocos días después de su muerte corregimos las pruebas de imprenta en compañía de Manuelita Reyes. La descripción bibliográfica es la siguiente:

ALFONSO REYES / LA AFICIÓN DE GRECIA / [escudo y monograma del Colegio Nacional] / EDITORIAL DEL COLEGIO NACIONAL / Calle de Luis González Obregón núm. 23 / México 1, D. F. MCMLX /

24 × 17½ cms. 93 pp. numeradas + 1 blanca + 1 hoja para el índice y el colofón, que dice así: “Esta decimasexta obra de la Biblioteca de EL COLEGIO NACIONAL se terminó de imprimir el día 12 de marzo de 1960 en los talleres de Gráfica Panamericana, S. de R. L. (Parroquia 911, esq. con Nicolás San Juan), de la ciudad de México, y su tiro fue de 1 000 ejemplares. La edición estuvo al cuidado de Andrés Cisneros Chávez”. El forro impreso tiene la misma disposición tipográfica y tintas que la portada descrita arriba. En la página de Copyright se indica que éste pertenece a Manuela M. de Reyes, y en la p. 8, que “D. Alfonso Reyes falleció el 27 de diciembre de 1959”.

Al pie de cada una de las 8 piezas que contiene el volumen se encontrará su historia bibliográfica particular. No queremos duplicarla ahora refiriéndola aquí como lo hicimos anteriormente con la historia de la elaboración de Los poemas homéricos y el traslado de la Ilíada, pues tomamos acuerdo opuesto respecto a ellos, con objeto de dejar limpio de notas lo inédito o lo tan bellamente logrado por la imprenta. Con La afición de Grecia seguimos la norma de anotar cada pieza por separado, criterio cumplido en las Obras Completas desde que la muerte de Reyes las puso en nuestras manos.

Séanos permitido en esta ocasión no mencionar personas o instituciones como estimulantes de nuestro trabajo: Manuelita Reyes, mi padre y Roberto Fernández Balbuena no pertenecen ya al reino de este mundo y de ellos recibíamos antes el mayor aliento. Y las instituciones a cuyo nombre está ligado nuestro trabajo requirieron todo el tiempo académico disponible en la celebración de los centenarios de Bartolomé de Las Casas y de Rubén Darío. Sólo a las horas robadas al descanso o al sueño debemos, pues, este volumen. Unas palabras de Reyes, escritas en 1959, explican mejor este desconsuelo: “Hoy por hoy, estas tareas no son apreciadas ni deseadas en nuestro mundo, cada vez más bárbaro y agitado. Aun se las considera con un vago recelo, y algunos salvajes con letras llegan a preguntarse si no serán algo como una traición a la patria y a la humanidad, puesto que no se refieren a la miserable politiquilla de campanario, que a ellos les parece la cifra y suma de los intereses espirituales” (Obras Completas, XVIII, p. 314).

Únicamente —la excepción que reconcilia con la vida—, Elvira Gascón, la gran pintora y dibujante hispano-mexicana, que ilustró la edición original de la Ilíada, durante más de un año ha colaborado de nuevo para mejorar su aporte plástico y extenderlo a todo el presente volumen. Insatisfecha con su labor de antes, como todo artista verdadero, ha ejecutado una serie de variantes temáticas, de fondo y de color, que en este terreno juzgamos insuperables. Estamos seguros que Reyes escribiría otra vez para ella la dedicatoria que puso en el primer ejemplar de la Ilíada, en 1951: “A Elvira Gascón, compañera de armas en estas bregas, con la gratitud y la admiración de ALFONSO REYES”.

 

ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ

I

LOS POEMAS HOMÉRICOS

 

1. LA POESÍA DE LOS DIOSES. LAS ANTIGUAS SAGAS.SAGA TROYANA, CICLO ÉPICO Y POEMASHOMÉRICOS

NO ES paradójico decir que lo que se crea —por lo mismo que se posee en abundancia— no se guarda. La ansiedad por tesaurizar comienza con el temor de no poseer o no poder adquirir más adelante. Los griegos comenzaron a preocuparse (aunque desde antes contaban con la escritura) por escoger sus primeras “formas del pensamiento literario” (Ouvré) cuando la mayor parte del género se había ya extinguido. Así, sólo conservamos: la última tragedia, la última oratoria, la última historia. Algo semejante acontece para la primera poesía, el hexámetro épico.1 Sabemos que tres órdenes de documentos pueden servirnos para la reconstrucción hipotética del mundo aqueo: leyendas heroicas, tradición homérica y referencias de la historia exterior. Hasta donde es posible, se recogen referencias a documentos prehoméricos que constan en obras posteriores.

La Ilíada y la Odisea son obras de un arte ya muy hecho y que suponen también auditorios ya muy educados. “Consideradas aisladamente, llenan el ánimo de profundo asombro: sólo se les comprende relacionándolas con toda una serie de obras anteriores que vale la pena, al menos, entrever” (M. Croiset). De la sola lengua homérica se ha dicho que, como Atenea en el desembarco de Ítaca, tiene la apariencia de un pastorcillo que fuera hijo de reyes, por cuanto su acre simplicidad deja adivinar siglos de cultivo.

Por desgracia esta poesía primitiva apenas da bases a la hipótesis. Si se trata de aquellos cantos libres —duelos, himeneos, peanes, trenos, lamentos, melodías puntuadas con palabras— que pueden considerarse como anuncios de la lírica, hay que confesar que tal poesía primitiva se perdió con la ráfaga anónima que la sustentaba, para sólo renacer en tiempos ya históricos, por cierto bajo fisonomía mudada, y cambiados los rasgos de generalidad popular en acentuados perfiles de individualismo. Si se trata de composiciones más regulares y hieráticas, del tipo de los himnos, que pueden considerarse como gérmenes de la épica, hay que confesar que sólo nos quedan de tal poesía primitiva noticias míticas sobre una tradición pieria, heliconia, apolínea, etcétera, cuyos poetas más bien son dioses: Orfeo, Museo, Eumolpo, Panfos, y algunos de fábrica tan deleznable como Lino. En este personaje, caballero ideal de la tristeza, unos ven la helenización de la endecha o lloro semítico: “ai lenu” (¡ay de nosotros!), que impresionó a los emigrados griegos de las costas asiáticas: otros, el lino mismo que Apolo desgarró para sustituir las cuerdas de la lira, antes de lino, por las de tripa, etc. Estos vericuetos del sonambulismo imaginativo no nos llevarían muy lejos.

Queda todavía un tercer modo de poesía primitiva que canta las gestas de los varones heroicos y es ya, resueltamente, el primer paso de la épica. Pero cuanto de ella sabemos se limita a lo que Homero quiso contarnos. Los poetas de esta familia ya humana y palpable, son los aedos o “glorificadores”, para usar el epíteto que Hesíodo aplica a las musas. Ora aislados, ora en corporaciones, preparan el material de la poesía homérica. En general, los encontramos en las cortes. Homero nos presenta a Deumódoco en la corte feacia de Esqueria; a Femio, en la propia corte itacense, y habla de otro más a quien Agamemnón, al partir para Troya, deja encomendada a Clitemnestra. Los asuntos que los aedos cantaban son muy varios.

Naturalmente que la Saga Troyana no es la única que dio lugar al nacimiento de epopeyas. Hay, o hubo más bien —pues aquí caminamos entre conjeturas, fragmentos, despojos o simples menciones de segunda mano—, ciertos poemas que componían una Saga Cósmica: una Teogonía perdida; una Titanomaquia que acaso contenía en sí una Gigantomaquia. Hubo tal vez una Danaida. También una Átida, acaso llamada primero Amazonia, y que bien pudiera estar incorporada en la Etiópida, de la cual nos ha llegado unas briznas. Hubo probablemente una Miníada sobre el castigo de Támiris y Anfión en el Orco, por haber desafiado a las Musas, cuyo título hace sospechar que el famoso pueblo de los Minios “no era sino un pueblo de espíritus”. Hubo un poema de Héracles o Heracleida, que podrá o no confundirse con la Toma de Ecalia. La Saga Tebana dio una Edipodia, una Tebaida, unos Epígonos —que serán o no uno con la Alcmeónida—, y aun se habla de una Expedición de Anfiarao, que algunos confunden con la Tebaida. Pero, en todo caso, la Saga Troyana es la que integra el sistema central, el que se consideraba como base.

Los Poemas Cíclicos tratan de completar la saga en los antecedentes, en los desarrollos ulteriores, y en el tránsito de la Ilíada a la Odisea. Digamos, sin detenernos en fechas y autores posibles, que los Poemas Cíclicos se consideran escritos con posterioridad a los Poemas Homéricos.

La enseñanza escolar, la educación, suponían el conocimiento de la fábula, de la tradición legendaria, al menos en su contenido fundamental, el cual —sin remedio— se interpretaría a la luz de cierto evemerismo instintivo, por lo que pudiera acarrear de residuo histórico. “Cíclico” valía entonces “escolar”. Y el Ciclo, más que una serie de poemas determinados, se refería al conjunto de las leyendas, objeto o no de poemas especiales. Podemos considerar el Ciclo dividido en dos partes: la primera contiene virtualmente todas las leyendas griegas; la segunda o Ciclo Épico propiamente tal, como lo define el gramático Proclo hacia mediados del siglo V de nuestra Era, gira en torno a los Poemas Homéricos. A su vez, los poemas y los asuntos homéricos produjeron otros poemas, prácticamente perdidos, de que sólo quedan versos sueltos o aun la simple mención, y que fueron desechados a la hora de organizar la serie definitiva Ilíada-Odisea. Ellos sirven, ora de prólogo, ora de continuación a la Ilíada y a la Odisea, y son atribuidos vagamente a diversos autores, cuyo nombre mismo parece a veces un disparate: “Creófilo”, por ejemplo, no es más que “el bardo del puchero”, y la palabra hace referencia al pago de carne asada que recibía el cantor. Como si del “vaso de bon vino” que pedía Berceo se hubiera inventado el poeta “Bonvino”. Aun suelen tales poemas ser atribuidos al propio Homero. Conviene recordar aquí lo poco que sabemos sobre estos poemas, gracias a los tardíos Manuales Mitológicos.

1) La Cipríada. Orígenes de la Guerra Troyana, a partir del combate de los Titanes. Llena el poema la diosa Cipria, la Afrodita de Chipre. Se cuentan sus primeros tratos con Paris (Alejandro), quien aparece en su primitiva gloria, como conquistador de Sidón; y se narran los primeros combates. Catálogo de los aliados troyanos, más explícito que en la Ilíada. Relato de Néstor sobre un descenso al Hades: ¿fuente o imitación de la Nécuya Odiseana (Canto XI)? Se tiende hoy a considerarlo, más que obra de poeta, obra de comentarista, posterior a Homero, y que escribe para dar una explicación a cada una de las palabras de éste, desarrollándola en un episodio especial. A veces, el episodio surge de una mala comprensión de palabras. a) En la asamblea que inicia la Ilíada, Aquiles dice a Agamemnón: “Tendremos que volver a Grecia, y otra vez andaremos errantes por el mar”. La Cipríada cree entender que los aqueos han tenido ya otra vez que andar dispersos sobre las aguas, e inventa que, al salir de Áulide, en vez de llegar a Troya, llegaron a Misia, donde por error asaltaron y tomaron la ciudad de Teutrania. Desengañados, volvieron a embarcar. Hera desata contra ellos vientos y tormentas que los dispersan, obligándolos a regresar a Áulide y hacer una segunda salida. b) En la misma primera asamblea de la Ilíada, Agamemnón dice a Calcas: “Profeta de calamidades, siempre me anunciaste malas cosas”. De aquí se imagina que el adivino ya ha hecho sufrir antes al monarca con sus vaticinios funestos, y nace, como explicación, el sacrificio de Ifigenia en Áulide, exigido por Ártemis a través de Calcas. c) Al final de la Odisea, la sombra de Agamemnón cuenta que le costó un mes persuadir a Odiseo para que se uniera a la expedición troyana, porque le acababa de nacer un hijo y no quería salir de casa. De aquí la introducción de un personaje a ser posible más sutil que Odiseo y que sea capaz de envolverlo: tal es Palamedes, a quien se atribuye el haber inventado algunas letras del alfabeto y también el juego de damas. Éste, pues, descubrió que Odiseo se fingía loco para no ir a la guerra. Odiseo se vengó después, forjando una carta de Príamo de que resultaba que Palamedes estaba sobornado para traicionar a los aqueos, y depositándola con una suma de oro en la tienda de éste. Palamedes fue lapidado. Su padre, Nauplio, a su turno, tomará un desquite, engañando con falsas luminarias a las naves aqueas que regresaban a Grecia. d) La prótasis de la Ilíada: “Y el designio de Zeus se cumplía”, trata de explicarse —que no hacía falta—, contando que la tierra estaba repoblada y, para aligerarla, Zeus ordenó la Guerra Troyana.

2) La Ilíada.

3)La Etiópida. Éste y los tres poemas siguientes cubren el trecho que media entre la Ilíada y la Odisea. El poema tenía dos partes: a) ¿Incorporación de la Átida o de la Amazonia? Inmediatamente después de la Ilíada, sobreviene la llegada de Pentesilea, al frente de sus Amazonas. Pentesilea muere a manos de Aquiles. Éste mata también a Tersites. Odiseo lo purifica de la sangre derramada. b) Llegada de Memnón el Etíope, hijo de la Aurora. Memnón mata a Antíloco, hijo de Néstor, y muere en combate con Aquiles. Paris mata a Aquiles de un flechazo. Disputa por la posesión de sus armas, que llega según se supone hasta la muerte de Áyax. También parece derivación y no fuente de Homero.

4) La Pequeña Ilíada. ¿Es, en todo o en parte, la Ilíada Menor de que otros hablan? Desde la adjudicación de las armas de Aquiles a Odiseo, hasta la captura definitiva de Troya. El Caballo de Palo en Ilión, y festejos de los engañados troyanos. Se nota la influencia de este poema en Virgilio. Pero si, en la Eneida, Venus evita que su hijo Eneas mate a Helena, en la Pequeña Ilíada la sola belleza de Helena detiene a Menelao. Se dice que de aquí procede el pasaje de la Ilíada en que Héleno ayuda a Odiseo. Héleno, hijo de Príamo y el mejor de los augures, aprisionado por los aqueos, es obligado a hacer profecías. Les augura que la caída de Troya exige el robo del Paladión, y el recoger a Filoctetes, abandonado en una isla. “En Homero, sólo Zeus conoce el futuro y lo indica en ocasiones con signos que los adivinos aprendían a interpretar. Aquí, en cambio, trátase de profecías; Casandra (en la Cipríada) y Héleno no interpretan signos y portentos. Pero de esta especie de adivinación no tuvieron idea los griegos antes del siglo VI, cuando aparecen Museo, los Báquidas, la Sibila, Orfeo, etc. Tal era la adivinación de la Pitia, de donde Rohde concluye que no debió de haber Pitia en Delfos antes del siglo VI.”

5)Íliupersis o el Saco de Troya. Algunos suponen que formaba con la Etiópida un solo poema. Episodios de la caída de Troya después de la entrada del Caballo. Historia de Laocoonte. Retiro de Eneas al Monte Ida.

6)Nostoi o Retornos. Aventuras de los héroes que regresan de Troya. Menelao en Egipto. Muerte de Agamemnón. Continuación directa de la Pequeña Ilíada.

7) La Odisea.

8) La Telegonía. En la Nécuya (Odisea, Canto XI, Hades) la sombra de Tiresias ordena a Odiseo que, cuando haya matado a los Pretendientes, emprenda un nuevo viaje hasta el país que ignora el mar y la sal de cocina; de donde podrá regresar a Ítaca para morir tranquilo entre los suyos. Pero la Telegonía lo hace ir a la Tesprocia, donde es derrotado por los brigos. De la reina Calídice tiene un hijo, a quien deja en el trono cuando vuelve a Ítaca. Aquí su hijo le da muerte sin conocerlo: ¿Telémaco? ¿Telégono, su hijo habido en Circe, o en Calipso? ¿Telédamo, su hijo habido en Calipso? Ello es que los hijos llevan nombres evocadores del hombre errante y viajero que fue su padre; y que Telégono repite a Telémaco viajando en busca de Odiseo. Los hijos son reproducciones de la figura paterna. Circe, en cuya isla bienaventurada se reúnen todos, los purifica de la sangre vertida involuntariamente, y celebra las bodas de Telégono con Penélope, y de Telémaco y Calipso. Invenciones desagradables: tales como lo era la entrega de Yocasta a Edipo, o la de Deyanira a Hilo, hijo de Héracles. La Telegonía perturba nuestra representación de la hermosa fábula homérica, al punto que nos sentimos tentados a exclamar: ¡es mentira! ¿Y a quién se atribuye? ¿A Eugamón? ¿Y qué significa “Eugamón”? ¡“Racha de felices casamientos”!

La sustancia informe de estos poemas sólo vino a cristalizar definitivamente en los Poemas Homéricos, versión canónica de los mitos. Muchas circunstancias y leyendas no aparecen en Homero —como que a veces son desviaciones a posteriori—; pero muchas están ya en la Ilíada o en la Odisea a modo de gérmenes. Y los poemas desechados hacen con frecuencia lo que Esquilo dijo de sus propias tragedias: se alimentan con los relieves caídos de la mesa de Homero.

Dejamos dicho que, en Homero hay mezclas de tres aguas: invención poética, leyenda heroica e historia indirecta. Lo que haya en Homero de invención poética cae fuera del presente examen. Aún no llega para nosotros la hora envidiable de examinar la Ilíada y la Odisea exclusivamente como obras literarias, ni en cuanto a la formación de su texto, ni en cuanto a sus valores estéticos. Aquí sólo nos corresponden el segundo y el tercer conceptos: los Poemas Homéricos como testimonios de leyendas heroicas; y los Poemas Homéricos como vehículos más o menos conscientes de la historia. Puesto que rastreamos la historia, ambos conceptos se reducen al último.

Recordemos ahora rápidamente el desarrollo de la Ilíada y de la Odisea, para contar con un esquema al cual referir nuestros análisis.

2. BREVE COMENTARIO DE LA ILÍADA1

DECÍA Voltaire que cualquiera fábula de Esopo es más compleja que la Ilíada. La perfección de este poema, según Aristóteles, está precisamente en su continuidad sostenida y en que, como en la naturaleza, siendo todo necesidad, no hay lugar a vacilaciones. No hay, en Homero, movimiento alguno que, iniciado, no llegue hasta el fin de sus consecuencias. Pues Homero, como decía Horacio, nunca se arrepiente a medio camino. No hay pregunta sobre el proceso del poema que no encuentre en la obra misma su respuesta. De suerte que con su sola materia se alimenta aquel jueguecillo de la erudición griega que consiste en proponer y resolver cuestiones homéricas, diálogo entre los “enstatikoí”, o instantes, y los “lutikoí”, o resolventes.

Lo primero que nos asombra es que la guerra dure diez años. Tucídides propone una parte de la explicación: la guerra —dice— se alarga en proporción con la distancia a que se encuentran las bases de aprovisionamiento de los sitiadores; distancia grande para los medios de la época.2