Terremoto de pasiones - Maya Blake - E-Book
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Terremoto de pasiones E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

Solo iba a tomar lo que le correspondía Reiko Kagawa estaba al corriente de la fama de playboy del marchante de arte Damion Fortier, que aparecía constantemente en las portadas de la prensa del corazón, y del que se decía que iba por Europa dejando a su paso un rastro de corazones rotos. Sabía que había dos cosas que Damion quería: lo primero, una pintura de incalculable valor, obra de su abuelo, y lo segundo, su cuerpo. Sin embargo, no tenía intención de entregarle ni lo uno, ni lo otro. Damion no estaba acostumbrado a que una mujer hermosa lo rechazase, pero no se rendía fácilmente, y estaba dispuesto a desplegar todas sus armas de seducción para conseguir lo que quería.

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Seitenzahl: 209

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Maya Blake. Todos los derechos reservados.

TERREMOTO DE PASIONES, N.º 2251 - Agosto 2013

Título original: The Sinful Art of Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3488-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Después de que los invitados se hubiesen marchado, sonó el timbre de la puerta. Reiko, que se había sentado para quitarse los zapatos, se irguió en el sofá y frunció el ceño.

El timbre volvió a sonar una segunda vez antes de que recordara que le había dicho al mayordomo que podía irse a casa. Se puso de pie con un suspiro y fue hacia el vestíbulo. Aquella fiesta no había sido una buena idea; no estaban para esa clase de gastos. Sin embargo, Trevor había insistido.

Para mantener las apariencias. Reiko hizo una mueca de desagrado. Demasiado bien sabía ella lo que era mantener las apariencias. Era toda una experta a ese respecto. Cuando la situación lo requería, como esa noche, era capaz de sonreír, reírse y salir airosa de una conversación espinosa.

Pero esa careta estaba resquebrajándose, y últimamente incluso el pequeño esfuerzo que le suponía obligarse a sonreír la dejaba agotada. Y todo había empezado cuando había sabido que estaba buscándola...

Sus pensamientos se frenaron en seco en el momento en que abrió la puerta, y un gemido ahogado escapó de su garganta al ver al hombre de pie frente a ella: Damion Fortier.

–De modo que aquí era donde te escondías –murmuró él–, en la casa de campo de Trevor Ashton... perdón, de sir Trevor Ashton –se corrigió con retintín.

La profunda y aterciopelada voz del inesperado visitante, marcada por ese inconfundible acento francés, rezumaba satisfacción y una ira apenas contenida.

Reiko había temido aquel momento desde que había sabido que estaba buscándola; por eso no había permanecido en el mismo sitio durante más de unos días. Una ola de pánico la invadió.

El aire de suprema confianza en sí mismo que exhibía no había disminuido ni un ápice desde la última vez que lo había visto.

Damion, sexto barón de Saint Valoire, descendía de una aristocrática familia francesa, medía casi dos metros, y era increíblemente apuesto, incluso cuando estaba furioso, como en ese momento.

El cabello, castaño y ligeramente ondulado, le rozaba el cuello del traje gris que llevaba, pero no le daba un aspecto descuidado ni pasado de moda. Sus anchos hombros llamaban la atención, pero, a pesar de su físico atlético, por lo que realmente destacaba era por la belleza de sus facciones.

Reiko, a quien le habían inculcado el amor al arte desde su nacimiento, y que había aprendido todo lo que había que saber bajo la tutela de su difunto abuelo, era capaz de distinguir una obra maestra a diez metros. No en vano había elegido la profesión que había elegido.

Damion Fortier era como una versión de carne y hueso del David de Miguel Ángel, con unas facciones de una belleza tan singular y arrebatadora que atraía todas las miradas. Y, en cuanto a sus ojos, esos ojos grises... Siempre le recordaban a las furiosas nubes de tormenta que se formaban justo antes de que empezaran a descargar rayos y truenos.

–¿No vas a decirme hola siquiera?

Reiko inspiró profundamente para intentar calmar su corazón desbocado, y se obligó a dar un paso adelante y tenderle la mano.

–¿Cómo se supone que debería llamarte? ¿Monsieur Fortier?, ¿o quizá prefieras «barón»? Ahora que ya sé que no te llamas Daniel Fortman, quiero saber cómo debería dirigirme a ti.

En vez de quedarse esperando, estrechó la mano de Damion.

«Enfréntate a tus demonios»... ¿No era eso lo que le había dicho su psicoterapeuta? Debería ir y exigirle que le devolviera su dinero; hasta el momento, su consejo no le había servido de nada. Más bien al contrario: era como si sus demonios se hubiesen hecho aún más fuertes y temibles.

Una explosión de calor desbarató sus pensamientos cuando los dedos de Damion apretaron los suyos. Aquel contacto hizo aflorar recuerdos enterrados en lo más profundo de su mente, y eso la hizo sentirse aún más tensa, pero los ignoró, desesperada, y puso su otra mano sobre las de ambos.

Vio sorpresa en los ojos de Damion. Había aprendido que ese truco, hacer un movimiento audaz, siempre desarmaba a su oponente lo justo para poder ver tras la fachada, para poder ver a la persona real, debajo de esa máscara civilizada de las apariencias.

Reiko había creído que después de cinco años habría superado la traición de Damion, pero el solo hecho de recordarlo hacía que se sintiese como si le estuviesen clavando una daga en el corazón. Claro que... ¿cómo podría olvidarlo? Había visto a su abuelo marchitarse ante sus ojos por lo que Damion Fortier les había hecho.

–¿A qué diablos has venido? –le preguntó soltando su mano.

Aunque no le había invitado a pasar, Damion entró de todos modos y cerró la puerta tras él.

–No me diste la oportunidad de explicarte...

–¿Cuándo se supone que debería haber dejado que te explicaras? ¿Después de que tus guardaespaldas casi echaran abajo la cabaña de mi abuelo porque pensaron que te habían secuestrado? O, tal vez, después de que a tu jefe de seguridad se le escapara que no eras un simple empresario, sino Damion Fortier, un miembro de la nobleza francesa, y el hombre que estaba arruinando sin piedad a mi abuelo al tiempo que acostándose conmigo?

¡Qué ciega había estado! ¡Y qué estúpida había sido por confiar en él!

–Lo que ocurrió con tu abuelo no fueron más que negocios.

–¡No te atrevas a escudarte en los negocios! Le quitaste todo por lo que había trabajado, todo lo que le importaba. Y solo para engordar tu ya de por sí inflada cuenta bancaria.

Damion se encogió de hombros.

–Hizo un trato, Reiko. Y tomó unas cuantas decisiones muy desafortunadas que después intentó tapar. Por la amistad que tenía con mi abuelo, se le dio tiempo más que suficiente para solucionar el problema, pero no lo hizo, y si yo mantuve mi identidad en secreto fue porque no quería que los sentimientos complicasen las cosas.

–Por supuesto. Los sentimientos resultan de lo más inconvenientes cuando se trata de amasar dinero, ¿no es así? ¿Sabes que mi abuelo murió apenas un mes después de que lo dejaras en la más absoluta bancarrota?

A pesar de los años que habían pasado, ella todavía se sentía culpable por no haber sido capaz de ver lo que estaba pasando hasta que había sido demasiado tarde. Había estado demasiado embelesada por el encanto de Damion, había sido demasiado confiada, y lo había pagado muy caro.

Los ojos de Damion se oscurecieron y la asió por el brazo.

–Reiko...

–¿Te importaría ir al grano? –lo cortó ella–. Estoy segura de que no has estado persiguiéndome durante semanas solo para rememorar el pasado.

Un pasado que nunca habría imaginado que fuese a asaltarla incluso en sueños, bajo la forma de angustiosas pesadillas.

Damion entornó los ojos.

–¿Sabías que te estaba buscando?

Reiko forzó una sonrisa.

–Por supuesto. Los numeritos de esos tipos a los que mandaste detrás de mí me han divertido mucho. Estuvieron a un paso de darme alcance en un par de ocasiones; sobre todo en Honduras.

–¿Crees que esto es un juego?

A Reiko se le contrajo el corazón en el pecho.

–No tengo ni idea de qué va todo esto. Pero, cuanto antes me lo expliques, antes podrás salir de mi vida.

Damion pareció quedarse en blanco un instante, y sus ojos relampaguearon mientras escrutaban su rostro. Finalmente apretó los labios, como si quisiera contener las palabras que estaba a punto de pronunciar.

–Te necesito.

Reiko lo miró aturdida e hizo un esfuerzo por no tragar saliva, segura de que él deduciría de ese simple gesto lo nerviosa que estaba.

–¿Que tú... me necesitas?

De todos las situaciones posibles que había imagino ante un posible reencuentro con Damion, aquella ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Al fin y al cabo, ¿qué podía querer de ella Damion Fortier, cuando la había utilizado y después se había deshecho de ella como si fuera un trapo?

Damion deslizó la mano por su brazo, haciendo que una ola de calor la invadiera, y entrelazó su mano con la de ella.

–Deja que lo exprese de otro modo –le dijo con aspereza–: necesito de tus conocimientos.

Eso iba más en la línea de lo que ella había esperado.

–Ten cuidado, Damion. Tu altivez no te hace precisamente simpático, y no creo que quieras irte de aquí pensando que has hecho el viaje desde París hasta el sur de Inglaterra en vano. Te ha llevado semanas encontrarme, así que lo menos que puedes hacer es comportarte de un modo civilizado conmigo, porque sino la próxima vez puede que no te resulte tan fácil encontrarme.

–Para que eso ocurra tendría que despistarme y perderte de vista, y no tengo intención de hacerlo. Y en cuanto a comportarme de un modo civilizado... tengo que admitir que de momento no ocupa precisamente el primer lugar en mi lista de prioridades.

La irritación de Reiko no lograba anular la sobrecarga sensorial que le provocaban su virilidad, su proximidad, el aroma de su loción de afeitado, el calor que desprendía su piel morena.

Intentó desesperadamente apartar de su mente el recuerdo de esa piel contra la suya, de lo mucho que le había gustado ponerse su camisa al levantarse por la mañana después de una noche de pasión, e inspirar su olor, impregnado en ella.

Una ráfaga de calor afloró en su vientre, y se expandió por todo su cuerpo, tentándola. Un ruido de cristales rotos le hizo dar un respingo. Damion enarcó una ceja.

–La gente del catering todavía está aquí. Dame un momento para decirles que pueden marcharse; luego podrás seguir amenazándome todo lo que quieras.

Damion entornó los ojos, suspicaz, pero la soltó. Reiko se dirigió a la cocina, y no la sorprendió que Damion la siguiera.

Le firmó un cheque al encargado, le dio las gracias, e hizo que él y el resto de empleados que la agencia de catering les había enviado recogiesen sus cosas y se marchasen por la puerta de atrás.

Luego volvió sobre sus pasos, seguida de nuevo por Damion, mientras se esforzaba por que no se le notara el dolor que tenía en las caderas y en la pelvis. Llevaba demasiado tiempo de pie, y los zapatos de tacón le resultaban muy incómodos desde el accidente.

Sin embargo, aunque estaba deseando subir a su dormitorio, hacer los dolorosos ejercicios de estiramiento que tenía que hacer cada noche, darse una ducha y meterse en la cama, todavía tenía que librarse de aquel hombre que la seguía como un peligroso animal selvático. Lo condujo al salón, caminando bien erguida, y se volvió hacia él.

–¿Y bien? ¿No vas a retomar esa imitación tan perfecta de un ogro con la que me estabas regalando hace un momento? –lo picó.

Damion esbozó una sonrisa triste.

–Querría volver a mi hotel de Londres esta noche, así que iré al grano. Mi abuelo se deshizo de tres cuadros hace cuatro años, poco después de que mi abuela muriera, y creo que sabes algo acerca de ellos.

El corazón de Reiko se contrajo.

–Tal vez.

Damion apretó la mandíbula, y dejó escapar un suspiro cansado.

–No juegues conmigo, Reiko. Sé que fuiste tú quien negoció la venta.

–¡Pero si jugar es lo que mejor se nos da, Daniel! –le contestó ella con retintín–, fingir ser una cosa cuando en realidad somos otra.

Damion se pasó una mano por el cabello.

–Mira, me sorprendió que tu abuelo no me reconociera y...

–Tenía la cabeza ocupada en otras cosas, como intentar evitar que se lo quitaras todo.

Damion asintió.

–Cuando me di cuenta, pensé que era mejor que no lo supiera.

–¿Y yo qué? Llevábamos juntos un mes y medio. Tuviste tiempo de sobra para decirme la verdad y no lo hiciste.

Porque en realidad nunca le había importado, porque, según parecía, no se merecía que fuese sincero con ella a pesar de que habían estado acostándose.

–No dramatices lo que hubo entre nosotros, Reiko. Saliste de mi vida como quien se cambia de camisa. Claro que... tenías un incentivo, ¿no es cierto?

–Si te refieres al dinero...

–Al dinero y al hombre que me reemplazó cuando tu cama aún estaba caliente –le espetó él con los dientes apretados.

La vergüenza se abrió camino entre el oscuro pánico y los sentimientos encontrados que la invadían. De nada le serviría decirle que no tenía motivos para avergonzarse: se había defraudado a sí misma, y eso era otra cosa que sus demonios no le dejarían olvidar jamás.

Aun a varios pasos como estaban, podía sentir la ira y el desprecio de Damion, como si esas emociones negativas palpitasen en el ambiente.

–Bueno, y ahora que hemos revivido esos recuerdos tan entrañables, ¿qué tal si pasamos a otros asuntos? –le dijo él con sarcasmo–. He recuperado uno de los cuadros que vendió mi abuelo: Femme de la voile. Pero no he conseguido dar con los actuales propietarios de los otros dos: Femme en mer y Femme sur plage. Es imperativo que encuentre los dos, pero el que tengo más urgencia por recuperar es Femme sur plage.

Reiko parpadeó.

–¿Y también quieres recuperar Femme en mer? –murmuró–. Creía que...

–¿Qué creías?

Reiko había pensado que Damion querría el más grande y espectacular de esos tres cuadros, no el más pequeño, el que solo un puñado de gente había podido ver en sus cincuenta años de existencia.

–Es igual. ¿Por qué quieres recuperarlos?

Damion se metió una mano en el bolsillo del pantalón, y una expresión intrigante cruzó por su rostro.

–Eso no es asunto tuyo.

No sabía lo equivocado que estaba.

–Ya lo creo que sí. Lo quieres para exhibirlo en esa exposición privada en la galería de tu familia en París la semana que viene. Por eso te has pasado los últimos meses detrás de esos cuadros, ¿no?

Damion se quedó muy quieto.

–Solo seis personas saben lo de esa exposición, y ni siquiera he enviado aún las invitaciones. ¿Cómo has conseguido esa información?

Reiko se encogió de hombros.

–No tienes que preocuparte; no filtraré esa información a nadie ni revelaré mis fuentes. En mi profesión eso sería un suicidio.

–Pues será asesinato en primer grado si no me lo dices.

Reiko se quedó muy quieta, consciente de que si Damion dejaba caer un poco la mano izquierda notaría la cicatriz en su brazo.

–¿No sería una mancha en la historia de tu noble familia? Además, si me matas, nunca volverás a ver esos cuadros que tanto valor tienen para ti.

Damion frunció el ceño y la miró fijamente a los ojos.

–No recuerdo que hace cinco años fueras así de retorcida, ni que albergaras ese rencor. ¿Qué diablos te ha pasado?

Esa pregunta inesperada hizo que el pánico la invadiera de nuevo. Solo Trevor y su madre sabían qué le había ocurrido. Trevor jamás traicionaría la confianza que tenía en él, y su madre era demasiado egoísta como para preocuparse por su estado emocional.

Se liberó de un tirón, dando un paso atrás, y se esforzó por mantener la compostura.

–Ya no soy la chica inocente y crédula de hace cinco años, Damion. Así que, si has venido aquí creyendo que iba a mover la cola como un perrito faldero que estaba esperándote ansioso, estás muy equivocado.

El ceñido quimono blanco con que iba ataviada Reiko resaltaba sus voluptuosos pechos, la estrecha cintura y las voluptuosas curvas de sus caderas. Llevaba el pelo de un modo distinto a como Damion recordaba, con un espeso flequillo que le caía sobre la sien, tapándole buena parte del lado derecho de la cara, mientras que el resto de la larga y oscura melena le caía sobre la espalda como un manto de terciopelo.

Se quedó mirando su rostro, más maquillado que antaño, con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Bajó la vista a su boca, al pequeño lunar sobre el labio superior. No sabía si quería besarla o agarrarla por los hombros y zarandearla.

La Reiko a la que había conocido cinco años atrás habría advertido el efecto que estaba teniendo en él en ese momento. Le habría dirigido esa sonrisa seductora y desvergonzada, y habría procedido a tentarlo con su cuerpo, con la absoluta confianza en sí misma de cuál sería el resultado.

Aquella otra Reiko, en cambio, se quedó mirándolo fríamente, con una mirada hostil, como si estuviera contando los minutos que faltaban para que se marchase y lo perdiese de vista.

A Damion lo sorprendió la sensación de vacío que le provocó esa mirada.

–Nunca te compararía con un perrito faldero. Más bien con un felino de excepcional astucia. Y, sabiendo lo que sé de los oscuros tratos que haces para vender y conseguir obras de arte, sospecho que es una cualidad muy útil en tu profesión.

–Mi trabajo no tiene nada de deshonesto.

–¿Ah, no? ¿Y qué me dices de tu inclinación a comerciar con obras de arte robadas? Obras de arte que desaparecen antes de que se notifique a la policía de su paradero.

Reiko arrugó la nariz.

–No deberías creerte todo lo que lees.

–Vas a encontrar esos cuadros para mí –le dijo Damion.

Los ojos verdes de Reiko relampaguearon.

–Me das órdenes como si fuera de tu propiedad. Y no es así, así que cambia esa actitud.

Damion esbozó una leve sonrisa.

–Me parece que hay algo que no comprendes, ma belle –le dijo suavizando su tono–. Me da la impresión de que crees que estás en posición de negociar conmigo. Pues entérate: o me ayudas a encontrar esos cuadros, o le entregaré a la Interpol un extenso dossier que tengo sobre ti con una gran cantidad de datos... interesantes. Y dejaré que sean ellos quienes decidan qué hacer contigo. En cuanto al dueño de esta casa...

Reiko palideció ligeramente.

–¿Qué pasa con Trevor?

–La semana pasada contacté con él, y a pesar de que me mintió diciendo que desconocía tu paradero cuando estaba escondiéndote, estoy dispuesto a dejar pasar esa afrenta si me ayudas.

–¿Y si no lo hago?

–Puedo hacerle la vida muy difícil si no cooperas. Y teniendo en cuenta el estado de sus finanzas... –se encogió de hombros y dejó la frase en el aire.

Reiko palideció aún más.

–Se enfrentará a ti; los dos lo haremos.

–¿Ah, sí? ¿Y cómo, si se puede saber? Está prácticamente arruinado, y tú liquidaste recientemente el noventa por ciento de tus activos. No sé por qué, pero supongo que es cuestión de tiempo que averigüe el motivo.

–¿Cómo sabes que...? –haciendo un esfuerzo por controlar sus emociones, Reiko dio un paso atrás y le dijo–: No imaginaba que fueras capaz de recurrir al chantaje para conseguir tus propósitos.

–Y yo jamás habría pensado que serías capaz de irte con otro solo tres semanas después de abandonar mi cama. Dejémoslo en que los dos nos sentimos profundamente decepcionados el uno con el otro, chérie, y vayamos a lo que nos ocupa –le dijo en un tono gélido–. Y, para que veas que soy generoso, incluso te pagaré bien: dos millones de dólares por encontrar los dos cuadros.

Reiko se quedó boquiabierta ante aquella cifra astronómica, y una sonrisa burlona afloró a los labios de él.

–Imaginaba que con eso despertaría tu interés. Escucha a tus instintos: acepta el trato que te estoy proponiendo.

Damion la estaba poniendo entre la espada y la pared: podía negarse, o podía aceptar ese dinero. Con todo ese dinero podrían hacerse muchas cosas; cambiar la vida de muchas personas.

–Lo haré; por los dos millones. Pero quiero algo más.

Damion la miró con desprecio.

–Era de esperar. ¿Qué es lo que quieres?

–Que me invites a tu exposición privada.

–Non –se negó él de inmediato.

Reiko apretó los labios.

–De modo que mi talento es lo bastante bueno como para buscar esos cuadros... pero no para codearme con la gente de tu círculo, ¿no es así?

–Exacto –respondió él sin parpadear.

A Reiko le resbaló aquel insulto. Mientras Damion se dejara engañar, como el resto de la gente, no vería sus cicatrices, no vería el dolor que había en su alma, el miedo constante, la oscuridad contra la que batallaba cada día y que se esforzaba por ocultar.

–Si quieres que encuentre pronto esos cuadros, no deberías negarme lo que te estoy pidiendo.

Aquello también le daría la oportunidad de encontrar la última estatua japonesa de jade que había estado intentando recuperar. Las indagaciones que había estado haciendo esa semana apuntaban a un eminente político francés que asistiría a la exposición privada de Damion.

Como este se mantuvo impasible, cambió de táctica.

–Tu lista de invitados para esa exposición es el sueño de cualquier entendido en arte. Dudo que tenga otra oportunidad como esta de mezclarme con gente tan influyente en ese mundo, o de ver la famosa colección Ingénue de Saint Valoire.

–Yo no describiría como un sueño tenerte en mi exposición. De hecho, más bien diría que sería como una pesadilla.

A pesar de que sabía que no la creería, Reiko le dijo:

–No soy una ladrona. Invítame a tu exposición privada. ¿Quién sabe?, a lo mejor se me pega algo de tus selectos invitados y me transformo en una ciudadana modelo.

Damion entornó los ojos, y Reiko contuvo el aliento al tiempo que se mordía la lengua para no decir nada más. A veces el silencio era la mejor arma.

–A mí eso me da igual. Tienes que darme tu palabra de que usarás todos los medios a tu alcance para encontrar esos cuadros.

La expresión grave y el tono casi desgarrado de Damion hicieron que Reiko alzase la vista hacia él. Vio en sus ojos una emoción a la que no supo poner nombre, y, por un instante, casi olvidó todo lo que sabía sobre aquel hombre y estuvo a punto de creer que aquellos cuadros de verdad significaban algo para él. Sin embargo, eso era imposible. Damion Fortier era un bastardo sin corazón; lo que no le diera dinero no era más que sentimentalismo, no era más que problemas.

Su linaje sería de la sangre más pura, pero él era un canalla que en los últimos cinco años había dejado a su paso un reguero de corazones rotos, y que pagaba el silencio de esas mujeres despechadas con un carísimo regalo de despedida. Y, en cuanto a su relación con Isadora Baptiste, con la que había estado un año entero...

–¿Por qué estás tan interesado en esos cuadros? –le preguntó.

Durante unos minutos, él permaneció callado y Reiko pensó que no iba a contestar. Una expresión de dolor asomó a su mirada, y a ella se le cortó el aliento al verlo. El dolor era una emoción con la que estaba familiarizada, al igual que la culpa. De pronto, la asaltó la necesidad de saber, y con el corazón martilleándole contra las costillas, le preguntó de nuevo:

–¿Por qué, Damion?

–Quiero... Necesito recuperarlos. Mi abuelo se está muriendo. Los médicos le han dado menos de dos meses de vida. Tengo que encontrar esos cuadros; si estoy haciendo esto, es por él.

Capítulo 2

A pesar del daño que Sylvain Fortier, el abuelo de Damion, le había hecho indirectamente al suyo, a Reiko se le hizo un nudo en la garganta al advertir el dolor desgarrado que se traslucía en las palabras de Damion. Tragó saliva, y aunque trató de luchar contra el impulso de ofrecerle consuelo, las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas.

–Siento que... –se quedó callada. ¿Qué podía decir en una situación como esa?