Tiempo de magia - Melissa Mcclone - E-Book

Tiempo de magia E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

Aquel hombre le estaba derritiendo el corazón. Carly Bishop llevaba seis años sin celebrar aquellas fiestas pero, ese año, el atractivo Jake Porter estaba decidido a que se divirtiera. Jake era miembro de un equipo de rescate de montaña, tenía un gran corazón y era valiente, pero Carly se resistía a amarlo por miedo a perderlo. Sin embargo, en un torbellino de festiva diversión, paseos en trineo y peleas de bolas de nieve, comenzó un Tiempo de magia.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Melissa Martinez McClone

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tiempo de magia, n.º 2251 - julio 2019

Título original: Rescued by the Magic Of Christmas

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-434-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

JAKE Porter comprobó si llevaba todo en la mochila con movimientos mecánicos y hábiles, fruto de la costumbre, y un objetivo en mente. Llevaba el saco de vivac, un detector de avalancha, pala y sonda.

Sus dos amigos estaban perdidos en algún lugar de Mount Hood, en medio de una de las peores borrascas que se habían visto en las Cascades en diciembre. Jake y los demás subirían a buscarlos.

Los mosquetones tintinearon al cerrar la mochila. Ahora llegaba la peor parte: esperar.

Los demás miembros de la unidad de rescate de montaña estaban sentados a las mesas de la cafetería del albergue Wy’East, comprobando también sus equipos con gesto serio y hablando en voz baja. Unos cuantos reporteros somnolientos hacían entrevistas informales entre sorbos de café, y varios fotógrafos hacían instantáneas de los preparativos para la salida.

Los focos de las cámaras otorgaban a la escena un aspecto pálido y funesto, en consonancia con el mal humor de Jake y el estado del tiempo. En el exterior la visibilidad era casi nula. El viento aullaba a setenta kilómetros por hora, y la temperatura en ese momento rondaba los diez grados bajo cero. La amenaza de congelación y el enorme peligro de avalancha clasificaban como muy arriesgada la expedición a zonas más altas. En los cinco años que Jake llevaba colaborando como voluntario en la Unidad de Búsqueda y Rescate de Oregon Mountain, jamás había sentido tanta impaciencia para enfrentarse a los elementos como en esos momentos.

Él no era el único. Cada miembro del equipo de rescate de montaña había respondido a la llamada de alerta. Sólo esperaban que les dieran luz verde para salir y ascender la montaña.

Un transmisor chisporroteó cuando alguien pidió equipamiento adicional de la caseta donde se guardaba. Jake se ajustó la correa de la pala, tratando de ignorar la preocupación que le atenazaba el estómago. El siseo del nailon al rozar la hebilla le crispó los nervios todavía más. Sus amigos deberían de haber descendido ya del monte sin problemas. ¿Dónde diablos estarían?

Iain Garfield era uno de los montañeros más diestros de toda la costa noroeste del Pacífico. Sólo tenía veintitrés años, pero ya se había hecho un nombre en la escalada de montaña, había recibido ayuda de numerosos patrocinadores y había embellecido las portadas de las revistas con las fotografías de sus numerosos primeros ascensos de distintos picos del mundo. Era capaz de escalar el Reid Headwall en solitario, hacia atrás y con los ojos cerrados.

Lo acompañaba Nick Bishop, el mejor amigo de Jake de la infancia, que conocía la montaña mejor que ningún otro miembro de la unidad. Cuando estudiaban juntos, en una ocasión Nick había hecho la ruta de montaña de noche y había llegado a clase a la mañana siguiente para hacer un examen de mitad de trimestre. Después de casarse y ser padre, había dejado de ser tan temerario como antes. Nick sabía que no se podía desafiar al monte, porque el monte nunca perdía. Precisamente por eso y al ver que se avecinaba mal tiempo, Iain y Nick habían abandonado la idea de seguir la ruta más peligrosa en favor de otra más sencilla.

Los transmisores de radio despertaron de nuevo a la vida cuando una voz pidió la hora estimada de llegada en un vehículo para la nieve. Ya era hora. Pero lo que Jake quería en realidad era que sus amigos entraran por la puerta con una anécdota que contar.

Se volvió a mirar hacia la puerta, pero sólo estaban los dos jefes del equipo de rescatadores que hablaban en voz baja.

¡Maldición! Jake sintió una gran opresión. Nick y él habían crecido juntos, habían aprendido a escalar juntos y se habían metido en la unidad de rescate de montaña juntos. Lo habían hecho todo juntos; o casi todo.

Jake tragó saliva para aliviar el nudo que le atenazaba la garganta. Nick e Iain habían querido escalar la montaña para celebrar el inminente enlace de Iain con la hermana pequeña de Nick, Carly. Pero Jake no había querido subir, pensando que ya era suficiente con asistir a la boda. Escalar con ellos habría sido como hurgar en la herida. No sabía si había sido el instinto que le había instado a no salir con ellos o si lo había hecho por puro egoísmo.

Sean Hughes, uno de los jefes de la unidad que había estado hablando a la puerta, se acercó adonde estaban Jake y otros miembros experimentados, Bill Paulson y Tim Moreno, para hablar con ellos.

–Éste es el plan. El riesgo de avalancha es alto y las condiciones climáticas no son favorables. Una motonieve nos llevará hasta la cima del Palmer. Cuando lleguemos allí, la unidad de rescate base quiere un informe completo de las circunstancias de la misión para decidir si nos quedamos quietos o si fuera posible iniciar la búsqueda.

Jake se puso tenso. En el término del telesilla del Palmer había un edificio donde podrían calentarse, reagruparse y esperar a que mejorara el tiempo. Pero allí sentados no conseguirían nada.

Se subió la cremallera del parka.

–Nick no se quedaría de brazos cruzados si uno de nosotros estuviera allí arriba.

–Nosotros tampoco lo vamos a hacer; no vamos a esperar –Sean bajó la voz para que nadie pudiera oírle–. Llamaremos por radio y daremos el informe, y después subiremos y los traeremos a casa.

Jake se echó el macuto al hombro.

–Desde luego que sí.

Los otros dos murmuraron entre dientes su asentimiento, aunque la seguridad de los rescatadores era lo primero a tener en cuenta en cualquier misión. Pero cuando faltaba alguien de casa, el nivel de riesgo se veía de otro modo.

–Vayámonos –dijo Sean mientras encendía su frontal.

Jake abandonó el refugio detrás de Sean y salió al exterior donde el aire era gélido. Tim y Bill formaban la retaguardia. Los reporteros iban detrás tomando fotos; los flashes parecían relámpagos mientras se abrían camino a través del fuerte viento y la oscuridad hacia el trineo a motor. La bruma helada empañaba las gafas de esquí de Jake, y hacía tanto frío que le dolía cada vez que respiraba. Arriba en la cima debía de ser un infierno, y se preguntó qué podría haber pasado.

A lo mejor sus amigos estaban heridos; o no tenían cobertura; o se habían quedado sin batería. A lo mejor estaban capeando el temporal en alguna cueva, a lo mejor…

–Jacob.

La conocida voz de mujer fue como un bálsamo. Era una voz suave, cálida y perfecta; una voz que le recordó que el corazón de Carly Bishop era de Iain. Sin embargo nada le impedía darse la vuelta para admirar a la bella joven.

Aunque aquel gorro de esquiar verde cubriera su larga melena rubia, aunque tuviera la cara colorada del frío y los ojos irritados e hinchados de haber llorado, a Jake le pareció que era lo mejor que había visto esa mañana.

–Carly.

Notó que un fotógrafo los observaba. Cualquier periodista querría conseguir una entrevista en exclusiva con la prometida y hermana de los montañeros perdidos.

–Entra. Fuera hace demasiado frío.

Se metió las manos enguantadas en los bolsillos de su plumas marrón, que en realidad era una de las de Iain.

–Más frío hará arriba en la montaña –dijo ella.

Jake pestañeó para aliviar el escozor de los ojos provocado por la bruma fría.

–Vamos a buscarlos.

Ella aspiró hondo.

–Dijeron… dijeron que la búsqueda se suspendía hasta que mejoraran las condiciones meteorológicas.

–Las condiciones son lo suficientemente buenas para nosotros.

–Muchísimas gracias –tenía los ojos brillantes de lágrimas–. No tienes idea de lo que esto significa para mí y para mi familia.

Jake lo sabía. Estaba más unido a los Bishop que a sus propios padres. Por esa razón entre otras había dejado de ver a Carly como otra cosa que no fuera la hermana pequeña de su mejor amigo. También en el pasado había pesado la diferencia de edad. En el presente ya no se notaba, ya que ella tenía veintidós y él veintiséis; pero de adolescentes la diferencia había sido más acusada.

Sin embargo, en ese momento Carly parecía más joven que nunca, más niña y vulnerable. Jake quería decir algo que la consolara, pero no sabía ni por dónde empezar.

–Sé que arriba las condiciones son malas, y entiendo la dificultad de esta misión, pero por favor, Jacob, te ruego que hagas lo que puedas… Por favor… –la emoción le impidió seguir hablando–. Mañana…

Al día siguiente era Nochebuena; el día de su boda con Iain.

Jake tenía la invitación a la boda en la nevera de su casa y el regalo en el árbol de Navidad.

Pero Carly lloraba a lágrima viva, y al verla se le encogió el ya maltrecho corazón.

–Te lo prometo, Carly.

Le limpió las lágrimas con una mano enguantada, pero no se atrevió a decirle nada más.

–Encontraré a Nick y a Iain. Hoy.

Porque de otro modo no pensaba bajar.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MIENTRAS las ráfagas de nieve caían de un cielo gris, Carly Bishop contemplaba la encantadora casa de madera rodeada de altos abetos y decorada con tiras de luces blancas tipo carámbano de hielo. Un muñeco de nieve asimétrico con una zanahoria a modo de nariz decoraba el patio delantero. Tras los cristales de una ventana de madera brillaba una vela eléctrica, cuya parpadeante luz le daba un toque acogedor al conjunto.

Carly avanzó por el camino cubierto de polvo de nieve tirando de su maleta. Una corona de hojas verdes atada con un lazo de terciopelo rojo colgaba del llamador de bronce de la puerta de entrada. El olor a pino perfumaba el aire, al igual que lo había perfumado aquel…

Se le hizo un nudo en la garganta.

La casa, la guirnalda de hojas, la vela, el muñeco de nieve. Era como si se hubiera detenido el tiempo, como si los últimos seis años hubieran sido una pesadilla y nada más.

Pensó que en cualquier momento Nick abriría la puerta con un gorro de Santa Claus puesto y la saludaría canturreando. Iain…

Iain.

Cerró los ojos con la esperanza de poder frenar la avalancha de desagradables recuerdos.

«No puedo creer que te vayas a escalar dos días antes de nuestra boda. ¿Por qué no lo reconoces, Iain? Amas la escalada más de lo que me amas a mí».

Había querido olvidar. Olvidar la discusión y las lágrimas que había derramado antes y cuando él se había marchado a escalar; y también olvidar los pensamientos sobre el comportamiento egoísta de Iain cuando éste había estado escalando y también perdiendo la vida; o el dolor y la culpa que había sentido cuando habían encontrado los cadáveres de su prometido y de su hermano.

Carly pensaba que había olvidado, que lo había superado, que había seguido adelante… Trató de respirar con normalidad. Parecía que había sido un error volver.

Debería haberse quedado en Filadelfia, donde había empezado una nueva vida, lejos de la sombra de Mount Hood y de todo lo que le había robado la montaña. Habría preferido no volver, pero la viuda de su hermano, Hannah, estaba a punto de dar a luz y necesitaba ayuda con los dos hijos que tenía.

Así que Carly había ido para pasar dos semanas con sus sobrinos.

Tenía que sobrevivir las próximas dos semanas, incluidos Nochebuena, Navidad y Año Nuevo. ¿Tan difícil sería? Dado que llevaba años sin celebrar las Navidades, no quería ni pensarlo.

Carly agarró con fuerza el asa de la maleta para subir las escaleras del porche. Levantó el llamador con timidez, pensando de pronto que ésa ya no era la casa de su hermano, y golpeó unas cuantas veces.

Pasado un momento el pomo se movió. Carly se puso derecha y trató de sonreír. Después de llevar años atendiendo a la clientela, era capaz de poner buena cara por muy mal que se sintiera por dentro.

–Bienvenida a casa, Carly –la saludó una cálida voz masculina.

Esperaba ver al marido de Hannah de los últimos dos años, Garrett Willingham, pero el hombre que estaba de pie a la puerta no se parecía en nada al pulcro, prevenido y trajeado censor jurado de cuentas. Aquel hombre poseía un físico demasiado agreste, estaba demasiado en forma y le sonaba la cara…

–Jacob Porter.

Mediría más de metro ochenta, tenía el cabello castaño y un poco largo y los mismos brillantes ojos azules, la misma sonrisa encantadora y el mismo cuerpazo que había vuelto locas a las chicas, incluida ella, en el instituto. Pero la edad no había hecho sino mejorar todas sus cualidades. A Carly se le aceleró el pulso.

–¿Qué haces aquí?

–Esperándote –esbozó una sonrisa amplia, igual que cuando Nick y él le gastaban una broma–. Feliz Navidad.

–Feliz…

No fue capaz de pronunciar la palabra, de la sensación que sintió de pronto en la garganta.

–¿Dónde está Hannah?

–Tenía cita con el médico –le explicó Jacob–. La llevó Garrett en el coche. No sabía si volverían a casa antes de que tú llegaras o de que el bus del colegio dejara a Kendall y a Austin, así que me pidieron que viniera.

Carly se fijó en la vestimenta de Jacob: camisa de algodón azul pálido de manga larga abotonada delante, pantalones caqui y zapatos de cuero marrón. Un poco más estilosa que las camisetas, los vaqueros, los pantalones cortos o las zapatillas de deporte con las que le recordaba siempre. Debía de haber estado trabajando ese día.

–Gracias.

En realidad no le sorprendía verlo allí. Jacob siempre se había desvivido por ellos, siendo un sustituto para todo de lo que quedaba de la familia Bishop. Él le había buscado un empleo en Filadelfia, había enseñado a esquiar y a pescar a los hijos de Nick. También le había presentado a Garrett a su cuñada.

–Entra corriendo antes de que te quedes fría –Jacob se adelantó para meter la maleta de Carly.

Su mano, grande y callosa, rozó la de ella; y el roce inesperado la asustó y Carly retiró la mano.

–Las chicas de ciudad no estáis acostumbradas a las temperaturas de aquí.

Qué más daba el frío. A lo que no estaba acostumbrada era a lo que había sentido al rozarle la mano. Carly no recordaba la última vez que un hombre le había causado tal efecto.

–En Filadelfia también hace frío.

Al entrar la envolvió el calor de la casa y despertó los recuerdos que relacionaban ese ambiente con su hogar. Miró alrededor y se fijó en todos los detalles hogareños; los que faltaban en su apartamento.

–Estás igual –dijo él.

Él estaba mejor.

–Lo mismo que esta casa –comentó Carly.

Y precisamente por eso, su turbación fue mayor.

En el hogar ardía una alegre lumbre, igual que en esa horrible y oscura mañana de Navidad, cuando una llorosa Hannah le había dicho a los niños que abrieran los regalos que Santa Claus les había dejado.

Carly quería cerrar los ojos, apagar la película que se repetía en su mente, pero el olor de las hojas perennes, los guiños de las luces multicolores y las ramas cuajadas de adornos no se lo permitían.

La guirnalda en la que habían entretejido una tira de palomitas y arándanos, los ornamentos decorativos que marcaban las ocasiones especiales, las campanillas de plata y las bolas doradas, todo le recordó a Carly a las prisas que le habían entrado por quitar el árbol antes del funeral de Nick. Con la idea de proteger a los niños, Hannah no había querido que lo ocurrido quedara relacionado con la Navidad en modo alguno. Sus esfuerzos parecían haber sido recompensados, pero Carly no era capaz de pensar en una sin lo otro.

En ese momento el ruido de la puerta que se cerraba la devolvió a la realidad. Carly se dio la vuelta.

Jacob la miraba con una emoción indescifrable en la mirada.

Recordó los días en que, durante una discusión con Iain, había acudido a Jacob para pedirle consejo. De pronto ella había creído que él iba a besarla; porque Jake la había mirado igual que la miraba en ese momento.

Carly sintió un ligero sofoco; seguramente porque había calefacción y por el calor de la chimenea, y se quitó enseguida la chaqueta.

–Deja que te la cuelgue –Jake la colgó en el perchero junto a la puerta–. Me alegra verte de nuevo.

–Sí, yo también me alegro.

Lo decía en serio. Cosa rara, al verlo no había recordado nada triste.

–¿Qué tal van las cosas en la Wy’East Brewing Company?

–Bien.

La familia de Jacob era dueña y dirigía una pequeña cervecería que fabricaba su propia cerveza, situada en el pintoresco y turístico Hood Hamlet, una aldea inspirada en las aldeas alpinas y situada al pie de Mount Hood, donde los entusiastas de los deportes al aire libre fomentaban su prosperidad en cualquier época del año. Nick había trabajado allí. Iain y Carly también.

Pero eso pertenecía al pasado, a unos años que jamás volverían.

–Hannah me ha contado que las cosas te van bien en Filadelfia –dijo Jacob.

–Es cierto. ¿No recibiste mi último correo electrónico?

Carly trataba de seguir en contacto con él; no a diario, pero a lo mejor uno o dos correos al mes.

–Sí, lo recibí. Me contó que tenías un novio.

–Eso es de su cosecha propia.

Había tenido dos novios en los últimos seis años, pero ambas relaciones habían terminado.

–Salgo, pero de momento estoy muy ocupada con el trabajo para mantener una relación seria.

–Parece que has subido como la espuma, señorita «encargada de pub sin parangón».

–Sí, ¿verdad? –le encantaba dirigir el restaurante de la cervecería Conquest Brewery, pero jamás había querido ser una de esas personas que sólo sabían vivir para el trabajo. Su ilusión había sido ser la esposa de Iain. ¡Madre mía, qué joven, idealista e ingenua había sido entonces!

–Pero aún estoy en deuda contigo por conseguirme ese trabajo de camarera.

–No estás en deuda conmigo para nada –Jacob le guiñó un ojo–, pero si necesito ayuda extra en la cervecería durante las vacaciones, te lo diré.

–Trato hecho.

Carly se sintió mejor al comprobar que Jacob seguía siendo el mismo de siempre.

–¿Te acuerdas cuando empezábamos a inventarnos nombres para tus cervezas de temporada?

–Me acuerdo –sacudió la cabeza–. Sobre todo cuando tú querías ponerle a todas nombres de Macbeth.

Carly sonrió.

–Era Hamlet.

–Como fuera –Jake le dio un codazo.

–Eh, algunos de los nombres eran muy originales, y teniendo en cuenta que tu cervecería está en una aldea…

–Sí, como si los que van a pedir una cerveza supieran algo del verdadero significado de la palabra.

–Tal vez no la definición exacta, en eso estoy de acuerdo; pero en todas las botellas dice elaborada y embotellada en Hood Hamlet.

Jacob levantó una ceja.

–No habría justificación alguna para darle a una cerveza el nombre, palabras textuales tuyas, de «To beer or not to beer».

–Ese nombre era fenomenal.

Carly se acordó de unos cuantos más y se los recordó a Jacob.

–Tú dirás lo que quieras, pero eso no significa que vaya a usarlos.

Carly frunció el ceño.

–A lo mejor podría dárselos al maestro cervecero del sitio donde trabajo.

–Adelante, pero esa cervecería no está en una aldea, así que tal vez te cueste vender cerveza con esos nombres.

Carly se echó a reír. Las bromas de Jacob llenaron un vacío en su interior. Tenía amigos, buenos amigos, en Filadelfia, pero ninguno de ellos la había visto crecer, ninguno conocía a las personas que más le importaban; y ninguno sabía cómo había sido antes de que el destino le hubiera jugado una mala pasada.

–¿Y qué brillante nombre se te ha ocurrido para la cerveza de temporada de este año? –le preguntó ella.

Jacob la miró a los ojos. Su mirada se enterneció.

–Nick’s Winter Ale.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire. Carly tragó saliva para aliviar el nudo de sentimiento que le atenazaba la garganta

–¿La cerveza que sacó justo antes de…?