Tim te Maro y la magia de los corazones rotos - H. S. Valley - E-Book

Tim te Maro y la magia de los corazones rotos E-Book

H.S. VALLEY

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Beschreibung

Tim Te Maro y Elliott Parker son alumnos de la Escuela Glaciar Fox para Expertos en Magia y enemigos acérrimos, pero eso no es suficiente para evitar que ambos se pongan de acuerdo para vengarse cuando les rompen el corazón por el mismo motivo. Entonces, un trabajo de clase los pone una situación un tanto... extraña. De repente, se encuentran cuidando un huevo mágico como si fuese un bebé y se ven obligados a pasar mucho, muchísimo tiempo juntos para conseguir aprobar. Mientras se esfuerzan por soportarse y ser buenos padres, algo empezará a florecer entre los dos. Algo que ni ellos mismos se atreven a clasificar. ¿Amistad? ¿Atracción física? Sin sentimientos de por medio y con la posibilidad de dar rienda suelta a su deseo sin ataduras... ¿QUÉ PODRÍA SALIR MAL?

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Dedicado a mis esposas,

Corie, Elise y Q.

CAPÍTULO 1

SUPERSOLO

Cualquiera pensaría que en un sitio como la Escuela Glaciar Fox para Expertos en Magia (que lleva décadas enseñando magia) habrían encontrado una forma de calentar la instalación subterránea supersecreta; o aunque sea la enfermería. Sobre todo teniendo en cuenta que está debajo de un río de hielo. Los techos son bajos; los muros, gruesos; y ya que hay un sistema de ventilación, al menos podría ser un sistema de aire caliente. Si no quieren usar la magia, podrían hacerlo con algún sistema de energía solar; el glaciar es muy reflectante. Y frío. En la enfermería no debería hacer frío. No es sano.

El emplaste que me ha puesto la enfermera en la cabeza no está ayudando; por no mencionar que huele fatal. La mujer se ha ido, seguro que para anotar el incidente en el informe: «¿Qué le ha pasado ahora, señor Te Maro?». Estoy seguro de que lleva la cuenta. Para ser justos, los Defensores seguramente llevaremos la delantera en la cantidad de heridas evitables. Pero al menos solemos provocárnoslas a nosotros mismos, no a los demás; a diferencia de los Mentalistas.

No es una mala especialidad (las cosas que estudian están relacionadas con la salud, la ley y cosas por el estilo), es solo que todos los malos han acabado en mi promoción. Y un grupo en particular ha dejado fatal al resto. Mi visita anterior a la enfermería fue porque uno de ellos decidió que sería divertidísimo provocarme alucinaciones sobre arañas en mis natillas. Acabé con un tazón roto, un corte de cinco centímetros en el mentón y sin natillas. Si lo pienso, la vez anterior a esa también fue por culpa de ellos; y también me quedó una cicatriz.

Mientras le doy vueltas, veo entrar al Mentalista por excelencia: Elliott Parker. Estoy seguro de que él fue quien descubrió que no me gustan las arañas. Siento cómo se me encogen los hombros; no parece herido y sigue llevando el uniforme, aunque son las ocho pasadas. Estoy seguro de que le gusta cómo la línea azul le resalta los ojos o algo por el estilo. O tal vez sea que el contraste del gris oscuro institucional con su pelo rubio alborotado transmite alegría. Uno nunca sabe por dónde saldrá.

Me observa un segundo mientras sigo recostado en la única cama ocupada, y me pregunto si la enfermera estará lo suficientemente cerca como para evitar que se comporte como un idiota. Aunque me gustaría practicar algunos de mis nuevos trucos de Defensa Avanzada con él. Destripamiento, tal vez. Puede que técnicamente sea Magia Ofensiva Avanzada. Puede que no me importe.

—Te Maro —dice él.

—Idiota —respondo.

Me mira como si mi presencia aquí fuera sospechosa, algo ridículo ya que salta a la vista que estoy herido de verdad y que él solo está deambulando como siempre hace. Además, al otro Tim lo expulsaron el año pasado, así que podría llamarme por el nombre de pila. O quizá sigue molesto por eso; eran amigos o lo que sea que se es cuando eres un malote.

—Veo que el que te ha hecho eso no te ha enseñado modales —comenta con la mirada fija en mi cabeza.

—¿Prefieres señor idiota?

—¿Qué le trae por aquí, señor Parker? —pregunta la enfermera, que se ha acercado a ver a qué se debía el ruido.

—Cosas que preferiría mantener en privado —responde él después de mirarme con recelo, ligeramente sonrojado. Su piel pálida lo delata. La mía nunca lo hace. Gracias, papá, por la melanina. Lástima que te esfumaste y nos dejaste a mamá y a mí solos.

La enfermera suspira antes de hacer pasar a Elliott a su oficina. Entonces, cierro los ojos e intento formular un hechizo para aguzar el oído, a pesar de no tener un mea para concentrar mi magia. Dejo de respirar para escuchar mejor, pero no funciona; son muy discretos. Apuesto a que tiene una ITS.

Redacto una lista mental de las infecciones horribles que podría haber contraído mientras espero a que, lo que sea que la enfermera me haya puesto en la cabeza, haga efecto. Es un corte pequeño, pero, al parecer, el peligro de las bolas de nieve es el agua antihigiénica que contienen, así que le preocupaba que la herida se infecte. Nadie ve la ironía en que mi novia (ahora ex) tuviera una bola de nieve cuando vivimos debajo de un glaciar. O que haya sido esa porquería en particular, y no el río de verdadero hielo que tenemos encima, lo que me haya enviado aquí. O que el hecho de que esté aquí sea culpa suya; y es una Sanadora, se supone que son los buenos.

Al cabo de unos minutos, Elliott sale de la oficina con actitud sospechosa. Tal vez tengo razón. Tal vez las «Pústulas Parker» que he imaginado son reales y tiene la entrepierna llena de úlceras púrpuras que supuran. La enfermera busca algo en un armario. Elliott se me acerca y, por cómo me mira, me pregunto si el grabado que tengo alrededor del cuello será suficiente para protegerme. Quizá un condón que me protegiera todo el cuerpo sería más efectivo teniendo en cuenta que puede ser contagioso.

—Así que… —comienza, y se sienta en la cama contigua, como si, de pronto, no nos despreciáramos el uno al otro.

—¿Qué quieres? —respondo. Me aseguro de no sonar hostil porque no quiero que piense que voy a iniciar una pelea, cuando en realidad solo quiero quedarme quieto para que la venda que tengo en la cabeza no me caiga sobre los ojos. Me está costando quedarme tumbado con el pelo recogido en un moño; la goma se me clava en la cabeza y duele.

—Quiero saber si harás algo con la situación en la que estamos.

Tengo que resistir el impulso de girar la cabeza para mirarlo, aunque me duelen los ojos de mirarlo de reojo.

—¿Qué situación?

—En la que mi examigo se ha fugado con tu exnovia —dice con un suspiro.

—¿Cuándo? —Creía que se había ido sola después de que le estallara una bola de nieve encima de los deberes. Pero, qué demonios, ¿cuándo la vida ha sido simple e indolora y no un completo desastre?

—Por el aspecto de tu ungüento de manuka, hace una media hora —afirma con certeza, lo que resulta un poco sospechoso—. Debo decir que no esperaba que te zurrara.

—No lo ha hecho. —Quiero fruncirle el ceño, pero no puedo—. ¿Cómo sabes todo esto?

—Blake, mi compañero de habitación y examigo, me informó amablemente de que nuestro acuerdo había llegado a su fin y que estaba hablando con tu novia. —Vuelve a suspirar y, en la periferia de mi vista borrosa, veo cómo se mira las manos, cerradas con fuerza sobre las piernas—. Al parecer están enamorados.

—¿Enamorados?

Pensándolo bien, hace una hora, Lizzie estaba intentando explicarme algo, pero yo solo quería que dejara de hablar porque cada palabra era cómo una puñalada al corazón y perdí el control de mi magia. Los cuadros de las paredes se sacudieron, una revista tembló y se cayó de su cama, y, después, una bola de nieve solitaria se hizo añicos, los cristales volaron y el pequeño pingüino del interior quedó expuesto por primera vez en la vida. Hacía años que no perdía los estribos de esa manera. La última vez tenía doce años y mi magia apenas había empezado a manifestarse. Ahora, supongo que la alegría desenfrenada de que mi padre se fuera y de que mi novia me dejara fue suficiente para convertirme en una amenaza.

—Tim —había dicho Lizzie con tanta preocupación, tanta delicadeza. Percibí miles de palabras condescendientes en sus ojos—. Mírate, perdiendo el control. ¿Qué te pasa? Contrólate, Tim. Anímate. Córtate el pelo. —¿Y si, en realidad, solo quería decirme: «Y, por cierto, estoy enamorada de Blake Hutton»?

—Eso parece —afirma Elliott.

En este momento, no confío lo suficiente en ella como para no creer a Elliott. Empiezan a arderme los ojos, así que me enfoco en él. Es mejor que llorar.

—¿Qué acuerdo? —pregunto, a pesar de que sospecho lo que va a decir. Quizá maravillarme por el hecho de que podamos tener ciertos intereses en común me distraiga de mi desgracia por un segundo. Pero, repito, quizá solo esté proyectando.

—Ten un poco de imaginación, Te Maro, ¿quieres? —comenta con la cabeza ladeada y una sonrisa de suficiencia. Entonces aparece la enfermera, interrumpiéndonos. De acuerdo, nada de imaginar, entonces.

—Tiene suerte de que haya encontrado esto, casi se nos agota el mes pasado después de… Bueno, ya sabe —comenta la mujer, que ha aparecido a los pies de la cama con un pequeño recipiente de vidrio en la mano.

—Tristemente, lo sé —responde Elliott con una expresión de dolor, y yo tengo la leve sospecha de que mi idea respecto a su entrepierna no era del todo infundada.

—¿Cómo está eso, señor Te Maro? ¿La crema ya se ha absorbido? —pregunta ella. No sé cómo espera que lo sepa, no puedo verlo.

—Creo que necesita un minuto más, señora. Me quedaré con él —propone Elliott. Me estremezco ante la necesidad de mirarlo boquiabierto. Nunca hemos sido cordiales, por decirlo de forma moderada. Para ser menos moderado, lo odio y estoy cien por cien seguro de que el sentimiento es mutuo, así que no entiendo por qué se ofrece a cuidarme.

—Muy bien, avíseme cuando esté —dice la enfermera antes de desaparecer en la oficina. Quizá esté anotando en su registro Mentalista: «otro caso de forúnculos sexuales de color púrpura; encargar más ungüento». Me horroriza que me deje solo con él.

—Entonces, Te Maro. Mi ex, tu ex, dos personas horribles. ¿Qué te parece si los jodemos un poco?

Eso es. Podría haberme imaginado que sería un asunto puramente egoísta. Idiota.

—Quizá joder un poco menos con ellos hubiera estado bien, ¿no crees? —comento señalando el pequeño recipiente que tiene en la mano.

—O, en tu caso, quizá un poco más. —Inclina la cabeza y me dan ganas de pegarle, al diablo con la condenada venda que llevo en la cabeza. Que me caiga sobre los ojos, puedo pelear sin ver.

—Te odio —digo, sin embargo, con la mirada fija en el techo de hormigón y los conductos de ventilación entrecruzados.

—Eso es irrelevante y no me sorprende en lo más mínimo —se burla—. El asunto es, ¿soportarás que tu exnovia te haya dejado por un Mentalista grande y malvado?

—Estás estereotipando. —Le llamo la atención, a pesar de que suelo llamarlos cosas peores. En general, cuando intentan practicar con los demás sin permiso.

—Que sea un estereotipo no significa que no sea verdad —afirma mientras gira un anillo que parece caro hasta que queda bien alineado en el dedo corazón—. Es bastante grande.

Mi mente divaga al escuchar ese comentario y tardo un segundo en percatarme de que Elliott debe ser el causante de mi confusión, quiere que me ponga celoso. No sé a quién se le ocurrió la brillante idea de enseñar a un puñado de adolescentes a manipular la mente. Desearía que no lo hubieran hecho, aunque debo admitir que ser Mentalista era mi segunda opción. Es la especialidad más versátil, pero preferiría dejar la escuela antes que tener que relacionarme con cualquiera de ellos por voluntad propia. Él ni siquiera es el peor. Por suerte, ahora hay tres Mentalistas menos después del fiasco del año pasado y de la política de la directora de tolerancia cero hacia personas que prendan fuego a la escuela. Me gusta pensar que ya no le gustan los Mentalistas.

—No me importa —respondo esforzándome por aclararme la mente—. Has dicho que querías saber si haría algo al respecto; no lo haré. ¿Qué más quieres?

—Bueno, ya sabes… Calefacción central apropiada; no vivir bajo tierra la mayor parte del año, rodeado de un blanco insulso que me hace llorar un poco por dentro; una bandeja llena de crumble de manzana; quizá que mis padres me envíen una postal de vez en cuando… —Acaba con un hilo de voz, como si no hubiera querido decir eso, y me pregunto si tendrá a alguien con quien hablar. Después de los eventos del año pasado, de su pequeño grupo de Auckland solo quedan Manaia y él. Y dudo que los demás Mentalistas sean de fiar; yo no les contaría nada—. Me conformo con una pequeña venganza.

—No saldré contigo para molestar a Blake, si es eso lo que piensas.

—Qué interesante que ese haya sido tu primer pensamiento.

—Como si no fuera tu objetivo.

—Mi objetivo es molestarlo, no confundirlo.

—¿Y qué necesitas de mí?

—Quiero que me ayudes a pensar en algo que los haga sufrir a los dos —responde con un suspiro—. Si no fuera por Elizabeth, aún tendría un estupendo amigo con derecho a roce, y no tendría que estar aquí hablando contigo.

—Ser tú es una mierda. Qué triste que no me sienta para nada motivado a ayudarte. Por si no lo sabes, no me caes bien.

—¿Qué quieres, entonces? —protesta con las manos en el aire—. ¿Quieres que te pague?

—No necesito tu dinero, Elliott.

—Vale. Primero, por el estado de esa sudadera, creo que sí lo necesitas. Segundo, como eres tan cabezota, estoy seguro de que quieres vengarte de esa serpiente que te ha dejado por otro sin siquiera decírtelo. —Se levanta para irse—. Pensaré en algo y ya te informaré.

—Espero que no.

—Pero lo haré. Pasa la noche a solas con tus pensamientos para ver cómo te sientes. —Se acerca para quedar por encima de mí. Es inquietante; no confío en él—. Creo que esto ya está, enfermera Hiatt —anuncia—. Ta-da.

—Lo que tú digas.

Idiota. Un idiota inimaginable, indescriptible. ¿Quién rayos dice «ta-da»? ¿Es una señora de ochenta años? ¿Por qué iba a ayudarlo? ¿Qué puede hacer por mí? ¿Y por qué, después de cuatro años y medio, no puede dejarme en paz?

CAPÍTULO 2

DENTRO DE MI MENTE

Una noche a solas con mis pensamientos no es lo que necesito. Sobre todo porque soy consciente de que eso es justo lo que me toca por culpa de ese bastardo. Pero no voy a conseguir nada más. Nada parecido a sexo o a un sueño sexual, ni siquiera una paja enérgica, porque cada vez que intento tocarme pienso en Lizzie diciéndome «a ninguno nos gustaba, ¿no?», o en Elliott diciendo «qué interesante que ese haya sido tu primer pensamiento». Esta noche no puedo con la enorme curiosidad que me produce la idea de estar con otro chico (el cosquilleo que lleva creciendo en el fondo de mi mente desde hace meses). Mañana tendré una pinta horrible y Lizzie pensará que me he pasado toda la noche despierto, llorando por ella.

Necesito no estar despierto. En el neceser tengo gotas para dormir de Silvia para casos de emergencia. ¿Es una emergencia intentar no parecer patético delante de mi ex? Creo que sí. Las cojo, me vierto media dosis en la lengua y vuelvo a taparlas. Me imagino a Sam diciendo que es una pérdida de recursos. Y mañana seguro que Silv me dará un sermón acerca de su uso excesivo, pero sé que no me las hubiera preparado si fueran peligrosas. Me conoce como la palma de su mano. Es lo que pasa cuando creces con alguien.

Mis padres empezaron a trabajar aquí un año después que los de Silvia y los de Sam. La madre de Silvia era directora adjunta y el padre de Sam, profesor de Inglés. Fue a principios de verano y tuve que dejar mi colegio en Wellington para mudarme a un lugar helado en medio de la nada, donde no tenía amigos. Pero ellos dos estaban aquí, así que no fue tan malo como esperaba. Relaciono las imágenes de esos primeros meses con el aroma a manzanas calientes y piedra húmeda, y con la sensación de que el tiempo era totalmente irrelevante; un círculo constante de comida, libros y juegos de mesa. Éramos demasiado jóvenes para asistir a clases, pero estábamos atrapados aquí de todas formas. Recorríamos los viejos pasillos y consumíamos nuestro peso en leche con Milo y escones entre sesiones de estudio aleatorias. Es tan vívido que me pregunto si la poción de Silvia me provoca alucinaciones o si es que me estoy volviendo supernostálgico a la avanzada edad de diecisiete años. Me quedo dormido y sueño que tengo diez años. Al despertar, parece que tenga cien y me arrastro por el frío pasillo de hormigón para desayunar.

—Te Maro, vaya cara. ¿No duermes? —Elliott se inclina sobre mí, haciendo sombra en mi tazón de cereales de trigo integral. Ha pasado de un aburrido y algo triste plato de papilla a uno lúgubre y deprimente. No he tenido ni tiempo de sentarme que ya está aquí, arruinando mi desayuno. Qué tocapelotas.

—¿Qué quieres, Elliott?

—Tu beneplácito. He tenido una idea brillante —responde con una sonrisa, una diferencia abismal con su característico gesto de superioridad, aunque resulta sorprendentemente maliciosa a estas horas.

—Venga, suéltalo. —Suspiro; creo que decirle que se largue será menos efectivo que ignorarlo.

—Hoy nos toca empezar un tema nuevo en Competencias Básicas.

Uff. Sí. Competencias Básicas. Nuestro castigo colectivo por sobrevivir a la adolescencia. Una clase dedicada a enseñarnos cómo actuar como adultos normales, basada en cientos de presentaciones dolorosamente animadas del Consejo Internacional de Educación Mágica. Técnicamente son para «promover la cooperación y el bienestar emocional entre los jóvenes adeptos a la magia en un mundo exterior potencialmente hostil», pero personalmente estaría mucho mejor sin ella. Incluso se las han ingeniado para combinarla con el plan de estudios nacional, así no podemos decir que es totalmente inútil. Lo único útil que hemos aprendido en esas clases fue cómo lidiar con familiares y amigos que no ganaron en la lotería genética de la magia, y ni siquiera es algo que merezca algo de crédito. Ahora, estamos en medio de «Familia, relaciones y reproducción», así que…

Mierda. Tiene razón. La tiene de verdad.

Maldigo en mi tazón de trigo porque no tengo suficiente con hacerlo en mi cabeza.

—Sí —coincide, y levanto la vista para fulminarlo con la mirada justo cuando pasa Lizzie con su pequeño uniforme remilgado y su falda demasiado corta. Solía encantarme esa falda, pero ahora me pregunto si habrá contribuido a que Blake se fijara en ella y me robara la novia. Ella me mira de forma extraña, pero Elliott no se da cuenta—. Hoy empezamos el último trabajo, Te Maro, en el que ambos hacemos equipo con nuestros ex. Pero tengo un plan. —Sé a dónde quiere llegar y no me gusta. Aliarme con él no es mejor que tener que trabajar con Liz—. Si lo menciono en clases, puede acabar de dos formas —continúa—: nuestros ex van a salir con el antiguo cuento de «pero podemos ser amigos» e insisten en que sigamos adelante con el trabajo, lo que nos llevará a algo horriblemente incómodo y doloroso, o la señora Falso Entusiasmo intenta imponer su dominio sobre la clase una vez más y, aunque Blake y Elizabeth también quieran cambiar de compañero, no nos dejará.

—Espera —interrumpo, porque no es lo que esperaba—. Si crees que no podemos hacer nada, ¿por qué has venido?

«¿Por qué tienes que hacer que mi vida sea peor de lo que ya es? Ah, claro, porque eres tú y no puedes evitarlo».

—Porque no he dicho que no hubiera nada que podamos hacer, solo creo que no funcionará si yo lo hago. Tiene que salir de ti, tú eres… tú. El preferido de la mitad de los profesores y tan perfecto que es probable que nunca hayas roto una regla. —Resopla—. Y porque tu madre trabaja aquí, así que puede que te escuchen. —Ahí está, el descarado abuso de poder. Dicho eso, si existe una buena ocasión para aprovecharlo, debe ser esta.

—¿Entonces quieres que yo exija que cambiemos de compañeros y que trabajemos juntos?

—La gente no te dice que no, Te Maro —afirma. Eso no es verdad. Acaban de dejarme. Es un «no» rotundo, en letras mayúsculas. Con purpurina—. Todos te conocen, le gustas a todo el mundo. Tienes esa imagen de chico bueno que los profesores adoran. Y ese lado atlético, un tanto peligroso, que vuelve locas a las chicas, con tu pelo largo y tus entrenamientos de armas. Eres la imagen perfecta y despreocupada de chico birracial, ideal para un cartel de relaciones internacionales, y el…

—¿Alguna vez le das tú la oportunidad a los demás de decirte que no? —intervengo porque, para ser sincero, quiero que cierre la boca.

—Constantemente. —Suspira y, como mi vida solo puede empeorar, se sienta frente a mí—. Por favor, no seas uno de ellos. Tengo que compartir habitación con el tío que acaba de dejarme por una chica. Y si no haces nada y me veo obligado a hacer el trabajo con él, te juro que voy a morir. —Suena a súplica. Y también a que cree que me importaría si muriera.

—Eso haría que el desayuno fuera mucho más tranquilo.

—Te compraré un unicornio, Te Maro. Por favor.

—No creo que eso me sirva para nada, dado que no soy ni virgen ni mujer.

—¿Un estilista? ¿Un corte de pelo? ¿Un nuevo armario que no sea enteramente de Kmart? ¿Un jersey de lana que resalte las vetas color avellana de tus ojos? ¿Quizá una mochila para que puedas llevar tus cosas? ¿Un perro? ¿Me estoy acercando?

—Te estás volviendo irritante.

—Mírame a los ojos y dime que no quieres acabar con ellos. Que no quieres poner a prueba su amor floreciente con este estúpido trabajo. Esta clase de cosas arruinan las relaciones, algo a lo que nosotros somos inmunes, pero ellos no. Ellos sufrirán durante cuatro semanas, y nosotros obtendremos nuestra venganza.

Tiene algo de razón.

—De acuerdo, lo haré. Ahora, lárgate. —Le doy la espalda a su sonrisa engreída para centrarme en mi triste montaña de cereales integrales mientras él se levanta.

—Juro que no te arrepentirás —dice.

—Reboso confianza. —Y lo que podría parecer curiosidad, si se tratara de otra persona, pero es Elliott, así que debe ser horror.

Él se marcha y me deja solo, preguntándome dónde acabo de meterme. ¿Puede ser peor que hacer el trabajo con mi exnovia mientras intento superarla? Tal vez. Pero solo tengo hasta primera hora para pensar en una idea mejor, si no… bueno. Solo puedo esperar mejoras microscópicas.

Entonces llegan los demás, pero Silvia y Sam aparecen tarde por razones reprobables en un ámbito escolar y deprimentes para alguien al que acaban de dejar. El moño de Silvia es un desastre y, aunque Sam siempre va impecable y nunca lleva el pelo despeinado, camina con un cierto contoneo lánguido que suele significar una cosa. Se sientan frente a mí y la chispa traviesa en los ojos oscuros de Silvia lo confirma; los peores mejores amigos de la historia. Restregármelo así por la cara.

Me inclino por encima de la mesa para preguntarles por lo bajo si sospechaban de la naturaleza sexual de la relación entre Elliott y Blake, pero resulta que ellos tampoco tenían ni idea.

—Soy incapaz de imaginármelos juntos —comenta ella con el ceño fruncido—. Elliott es tan… No lo sé, ¿quisquilloso? Y Blake es un idiota. El otro día le preguntó a la profesora de Culturas Clásicas si la antigua Grecia seguía siendo un país.

No esperaba que dijera algo gracioso y me acabo ahogando con el último trago de té. Me sube por la nariz y chisporrotea un segundo antes de volver a bajarme por la garganta. Sam se cerciora de si corro peligro de morir con el desayuno y decide que la situación le parece divertida. Al menos no se ríe. Puede que el día haya empezado mal, pero sé que siempre puedo contar con mis amigos cuando los necesito. Aunque es algo deprimente que esos momentos de necesidad sean algo como ahogarme mientras intento descifrar si prefiero atarme a mi exnovia o a un chico que no me gusta. Aparentemente también le gustan los chicos, lo que hubiera hecho la decisión mucho más fácil si se tratase de cualquier otra persona. Lamentablemente, es un imbécil.

No tenemos mucho tiempo para evaluar mis dos opciones, a cual más horrible, antes de que suene la campana que da inicio a la clase de Competencias Básicas; así que no doy con una manera mejor de evitar a mi exnovia que usar a Elliott Parker. Ni siquiera puedo suplicarles que se involucren en el cambio de compañeros porque tampoco tienen a Lizzie en alta estima, y menos a Elliott. (Eso es lo que pasa cuando consigues que expulsen a todo tu curso de una pista de squash. Empiezan a odiarte a ti y a tus estúpidos amigos. Para siempre). Además, Silvia y Sam forman un buen equipo, no quiero arruinárselo. Lo mismo con Matt y Ana, aunque solo sean amigos. Y estoy bastante seguro de que a Nikau le gusta Hana, así que no quiero meterme entre ellos. Él es un buen chico, y creo que ella lo trataría bien. Y como solo tengo seis amigos, no me queda nadie con quien hablar.

Hay una extraña anticipación en el aire al entrar en clase. Nadie parece darse cuenta, así que supongo que las lecciones semanales extra que me da mi madre a la hora del té están mejorando mi percepción. Ella enseña Empatía como parte de la especialidad en Sanación (además de Tecnología de Materiales Suaves), por lo que sé coser un botón y estar ansioso por otras personas además de por mí mismo. Me enseñó muchos trucos cuando era pequeño, así que la magia no me resultó tan extraña como a la mayoría. Es probable que por eso Elliott piense que soy el estudiante preferido de todos; gracias a ella, es más fácil enseñarme a mí que a los demás. Más fácil que a él, en todo caso. Por un lado, porque es un dolor de cabeza; por otro, porque su familia no es de por aquí.

La magia de Nueva Zelanda y las islas del Pacífico es muy similar (principalmente tiene que ver con la relación de las personas con la naturaleza y esas cosas), así que la escuela está a su servicio, a pesar de que algunos tenemos herencia de otras culturas. Y, dado que la rama europea de la que proviene Elliott obviamente es diferente, siempre ha estado destinado a tener ciertas dificultades. Es decir, al principio todos tenemos que esforzarnos, pero estoy bastante seguro de que heredó la magia de su abuela, así que ni siquiera la ha visto en casa. Salta a la vista quién ha tenido contacto con la magia y quién no sabía de su existencia, incluso después de llegar aquí; es algo que influye en sus habilidades. Aunque no se le da mal, por lo que he visto. Y saca buenas notas en todas las asignaturas normales, así que espero que resulte útil en esta tontería de trabajo.

Lizzie entra y se sienta justo frente a mí; el escritorio no es lo suficientemente ancho como para quedar a una distancia cómoda. Supongo que se ha sentado ahí a propósito, esperando que trabajemos juntos. Me pregunto si ha tenido en cuenta que ayer me dijo que probablemente era mejor que ni siquiera lo intentáramos.

Como era de esperar, Elliott decide sentarse a mi lado, como si compitieran para ver quién puede ponerme más incómodo. La parte buena es que ellos también parecen incómodos; Lizzie le lanza una mirada matadora a Elliott, que no se molesta en levantar la vista del móvil. Mejor esto a que hable, supongo.

La señora Van Mill se aclara la garganta para dar inicio a la clase y Elliott me da un codazo en las costillas. Casi tengo el valor de decir algo acerca del cambio de compañeros, pero ella comienza a explicar cosas importantes, como cuántos créditos tiene la asignatura y cuánto tiempo tenemos para terminar el trabajo teórico. Me obliga a preguntarme, otra vez, si estoy tomando la decisión correcta. Me esperan cuatro semanas de un tema que ya de por sí es incómodo, en las que, además, tendré que pasar mucho tiempo fingiendo formar una familia con Elliott. Veo que todos ponen los ojos en blanco o se conmueven cuando la profesora procede a explicar la belleza de la procreación, la preparación emocional y cómo la asignatura pondrá a prueba nuestra capacidad de trabajar en equipo. Concluye con el valor de conocer la responsabilidad de tener hijos mientras pasa la mano por la enorme caja de madera que tiene delante y se escucha el chirrido de las uñas enterrándose en ella.

Siento el codo de Elliott en mis costillas otra vez. Es ahora o nunca, supongo.

—Bienvenidos al primer día de vuestras vidas como compañeros tempora…

—Disculpe, ¿señora Van Mill? —pregunto, esforzándome por parecer el lameculos que Elliott piensa que soy—. Quisiera cambiar de compañero.

Lizzie gira la cabeza hacia mí tan rápido que casi espero que se le caiga. Es como un torbellino lleno de color. Al otro lado, Blake parece confundido, luego esperanzado y, por último, molesto. Quizá es porque no sabe que su ex ya ha accedido a esto; o que él lo instigó, de hecho. Blake se puede quedar a mi exnovia y comprobar si tienen lo que hace falta para ser pareja. Una prueba de fuego. Peor, una prueba con un bebé falso. Mi desprecio hacia este proyecto ridículo mengua un poco y casi sonrío al imaginar lo que le espera. Noches sin dormir, tener que cambiar pañales y cuadrar horarios para darle de comer. Sufre, pichacorta.

Van Mill se nos acerca con una mano en la cintura.

—Señor Te Maro, asignamos las parejas la semana pasada.

—No me siento cómodo teniendo que compartir un bebé falso con mi exnovia, señora —digo en voz baja, como si estuviera compartiendo algo personal—. Preferiría hacerlo con cualquiera que no fuera Lizzie.

—Entiendo que no sea lo ideal, pero… —Hace una pausa, buscando argumentos para convencerme de que cierre la boca y no le complique la vida. Me siento un poco culpable, pero, después de haber visto a Lizzie otra vez, estoy desesperado por evitarla.

—Por favor, señora. Considerando que debo crecer sin un padre y que me dejaron anoche, yo solo… —Parpadeo algunas veces para darle dramatismo, como si fuera a llorar en medio de clase—. No sé si seré capaz de soportarlo y no quiero que mi madre se preocupe.

—Ya veo —responde—. Todo depende de si hay otra pareja dispuesta a cambiar de compañero.

—¿Qué dices, Elliott? —pregunto al mirarlo por primera vez en toda la clase—. ¿Quieres tener un bebé falso conmigo?

Él sonríe con suficiencia, levantando una ceja. Parece que se negará, pero dice:

—Me encanta la idea, Te Maro. Blake, Elizabeth, ¿os parece bien? —Baja la voz y se vuelve mordaz—. ¿Queréis criar un bebé juntos?

—Muy gracioso —comenta Blake, con una sonrisa de oreja a oreja, pero insegura—. Pero, vamos, yo…

—Lo haremos —interrumpe Lizzie, con los ojos en llamas. Su lado competitivo sale a relucir otra vez, es una pena que ahora sea en mi contra. Aunque me alegro de que Blake no lo esté disfrutando. Idiota.

—Muy bien —acepta Van Mill, fingiendo alegría, y centrándose en la clase—. Parece que estamos todos de acuerdo. Pero recordad que el bebé está diseñado para reaccionar al estado emocional de sus padres, al igual que un niño humano normal. Por lo tanto, las emociones negativas tendrán un efecto desfavorable. —Nos mira uno a uno, sin saber qué es lo que ve—. Las notas dependen tanto de la teoría como del estado del bebé al acabar estas cuatro semanas.

—Entonces evitar a nuestros ex es la mejor opción —respondo por todos, pero sobre todo para mí mismo.

CAPÍTULO 3

APÓYAME

No puedo afirmar que me haya pasado los últimos cuatro años y medio haciendo juicios favorables sobre Elliott, pero, aunque lo hubiera hecho, nunca hubiera esperado que fuera un padre ficticio tan bueno. Desde el instante en que Van Mill le entregó una manta diminuta y le colocó esa cosa en los brazos, que fue hace alrededor de una hora, se ha convertido en un padre cariñoso, afectuoso y protector. De un huevo.

—¿Todo esto de la paternidad será difícil para ti, teniendo en cuenta que tu propio padre te abandonó el año pasado? —pregunta—. ¿Han pasado, qué, cuatro meses? ¿Cinco? —Pero, claro, luego dice cosas como esta.

—No me abandonó —digo con un suspiro. Desearía poder trabajar sin necesidad de hablar, pero Elliott parece decidido a arruinar el ligero eco vacío de los pasillos mientras vamos a bebernos el té de la mañana. Por supuesto, Van Mill nos hizo esperar antes de salir para «asegurarse de que tomáramos la decisión correcta para los bebés». Un minuto después, Blake empezó a discutir con Elliott y Lizzie me fulminó con la mirada, como si todo fuera culpa mía. Como si yo me hubiera dejado a mí mismo. La profesora se cansó bastante rápido y nos echó de clase. No sé a dónde fueron Liz y Blake, pero no me importa.

—Tienes razón, te dejó de forma intencionada —resopla Elliott—. Digamos, que te descuidó. —Está ajustando la manta del bebé y sus palabras suenan extrañamente gentiles.

—Criar a tu hijo para que sea una persona desagradable también es descuidar —comento, pero no tan fuerte como para que me escuche.

—¿Qué?

—Nada.

Me mira un segundo, con los brazos alrededor del suave nido de nuestra nueva obligación: un huevo dorado del tamaño de una pelota de rugby, envuelto en una manta blanca. Estoy seguro de que no me pegará. Aunque también estoy casi seguro de que el huevo es de metal, así que puede que me pegue con él y el proyecto acabe antes de empezar.

—No tenemos tiempo de trabajar en tu comentario, Te Maro, pero ¿qué te parece si dejo que elijas el primer nombre de nuestro bebé? Y, con mi ayuda, al menos podrás romper el ciclo de descuido y ser un buen papi-huevo para nuestra hija.

—Lo que tú digas —sentencio—. Gracias. —Acabo por sonreír en contra de mi voluntad porque «papi-huevo» suena perverso y raro en su acento refinado—. ¿Quieres ponerle el segundo nombre?

—Muy decente por tu parte.

Así, nuestra hija acaba llamándose «Meggan Christobelle Parker Te Maro». El apellido en orden alfabético, por supuesto.

Esto será ridículo.

Y, cómo no, ni siquiera me he planteado cómo se lo diré a mi madre. Por la tarde, entro a su habitación y veo que ya se ha cambiado la ropa de trabajo por unos pantalones de chándal y un jersey de lana tan grande que seguro que era de mi padre. Está delante de la encimera de la cocina, junto a dos tazas de té humeantes, mientras come crostulas de un túper que parece más viejo que yo. No sé cómo consigue dulces croatas de la mujer de la oficina, pero no me quejo porque están buenísimos y no quiero que deje de hacerlo. Ella no tiene ni idea de repostería, así que no deben estar intercambiando comida. Quizá a la mujer le gusten las manoplas que teje mi madre.

Avanza hacia el medio de la pequeña sala para darme un abrazo y hacer una discreta evaluación maternal de mi estado físico. Debo aprobar su análisis porque me suelta y se dispone a llevar el té al salón. Eso o se ha dado cuenta de que mi vida es una catástrofe y que el té es una necesidad urgente. Tomo asiento en una punta del sofá y ella en la otra, taza en mano.

—Allie Van Mill me ha dicho que has hecho equipo con Elliott Parker para el proyecto del bebé. —Me mira con las cejas levantadas con cuidado, una expresión diplomática neutral—. ¿Cómo ha sido?

Ya sabe que ha pasado algo.

—Lizzie y yo hemos roto —admito, y su neutralidad se escapa por la ventana. Una extraña metáfora, supongo, ya que no hay ventanas aquí abajo, solo muros grises hasta donde alcanza la vista.

—Oh. —Deja la taza en la mesita auxiliar, se acerca y me abraza por los hombros, prácticamente derramando mi té—. Cariño, bebé, ven aquí.

—Estoy aquí, mamá —digo y dejo que me abrace.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

—Fue anoche. No te había visto. Estoy bien.

—¿Qué pasó?

—Ella… —No le contaré a mi madre el verdadero motivo por el que rompimos, nadie necesita tanta información respecto a la vida sexual de su hijo, pero no se me ocurre nada que pueda creerse. Lizzie y yo salimos durante casi un año, mi madre la conoció y me conoce a mí. Bueno, conoce gran parte de mí. Así que me aferro a la única verdad que no es sobre mí—. Me ha dejado por Blake Hutton. Al parecer, están enamorados.

—Blake es un idiota. Chica tonta. —Me suelta para acariciarme el pelo—. Si te sirve de consuelo, tú eres más guapo. Apuesto a que su bebé huevo es feo.

Quiero poner los ojos en blanco, pero el comentario es gracioso para los estándares de Heather Te Maro, así que sonrío.

—Gracias, mamá.

—¿Necesitas algo? Sé que Elliott y tú no os lleváis bien. Si no quieres trabajar con él, puedo hablar con Allie.

—No —digo, negando con la cabeza—. Está bien. Por ahora se ha comportado.

—Si estás seguro… —No deja de mirarme con esos ojos color verde pálido entornados, como si ella no estuviera segura—. ¿Quieres cenar aquí esta noche? Puedo ir a buscar algo de comida y traerla. Y vemos Expediente X o algo.

—No. No quiero darle mucha importancia. Pero gracias.

Mi madre sigue viviendo en el mismo apartamento en el que crecí, el que compartió con mi padre hasta hace unos meses y conmigo hasta que me mudé a la residencia para estudiantes a los trece años. No es una suite de lujo ni nada, pero es mucho mejor que los dormitorios o el comedor. Y mis padres trajeron muchas cosas de nuestra antigua casa, así que todavía parecía un hogar; hasta que mi padre se fue. Mi madre siempre dice que aceptaron trabajar aquí por el bien de la familia, pero tengo la sensación de que yo fui el más beneficiado.

—Sabes que siempre puedes volver. ¿Sigues teniendo la llave?

—Sí.

Se levanta para ir a la cocina y revuelve el caótico cajón un minuto antes de perder la paciencia y convocar directamente lo que está buscando. Me muero de ganas de ser tan bueno como ella y poder usar magia básica sin un mea o un encantamiento verbal.

Vuelve con una llave grande y oxidada con la inscripción no duplicar y un abridor en forma de delfín como llavero.

—Es del piso de tu padre, por si la necesitas —explica al dejármela en la mano—. No he entrado desde que se fue, así que no sé qué queda dentro. Pero si necesitas tiempo a solas, el espacio es tuyo. Sé que es probable que no tengas muchas oportunidades de estar solo.

No sé qué decir. Sabía que mi padre tenía un espacio personal, por supuesto, pero no creí que siguiera allí. Vacío. Quizá porque supuse que el nuevo profesor de historia lo había ocupado, o porque no quise pensar en él después de que se fuera. Me alegro de que mi madre no lo haya mencionado hasta ahora porque, hace cuatro meses y medio, cuando él se marchó, hubiera entrado para hacerlo pedazos. Ahora, solo me pone un poco triste. Pero, de todas formas, ya estoy triste, así que ver lo que queda de él puede no ser tan malo. Quizá, si me enfoco en que lo echo de menos, el sentimiento llene el espacio vacío que dejó Lizzie. Y me recuerde mis prioridades.

—Gracias —le digo a mi madre, y abro la mano. Qué extraño pensar que un llavero de dos dólares en forma de delfín puede hacer que el corazón de alguien caiga al suelo, pero supongo que es el precio de querer a una persona que te ha abandonado; desarrollas reacciones desproporcionadas a objetos inanimados que alguna vez fueron suyos.

—Acábate el té —me recuerda ella—. Voy a preparar una bebida de verdad. Creo que te lo mereces. —Se levanta otra vez para sacar vasos y una lata de…

—¿Tienes Coca-Cola?

—Así es —afirma mientras rodea la lata con la mano para enfriarla. Se forma condensación y se oye un ligero crujido. Una vez más, lamento el tiempo que se tarda en llegar a ser tan bueno como para que no requiera esfuerzo hacer algo así.

—¿Dónde la has conseguido? —Hace unos días, vine aquí en busca de algo para picar, pero solo encontré palomitas. Nada de Coca-Cola. La escuela se niega a poner una máquina expendedora de bebidas porque no es sano. Así que, si me apetece un refresco entre semana, vengo aquí a buscarlo. Si hubiese estado aquí, la hubiera encontrado.

—Esta mañana he ido al pueblo —dice—. Tenía que enviar algo por correo.

«Pueblo» es un término muy generoso. La micro aldea Glaciar Fox solo cuenta con Four Square, que, además de ser una tienda de alimentación, también es oficina de correos y administración de lotería. También hay un bar, un par de hoteles pequeños, algunas cafeterías y una gasolinera. Cualquier cosa que no sea absolutamente básica implica un viaje de dos horas y media hasta Greymouth, donde al menos hay un The Warehouse. De todas formas, es un cambio después de todo el día dentro de una caja de cemento escondida bajo tierra de la que solo podemos salir los fines de semana.

—No me has llevado contigo.

—Estabas en clase. Tenía una hora libre y uno de los coches estaba disponible.

—Qué mala —digo con un mohín, pero ella sabe que lo digo en broma.