Tomás Moro - Anthony Kenny - E-Book

Tomás Moro E-Book

Anthony Kenny

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Beschreibung

Personaje sobresaliente en las pugnas que marcaron el tránsito de la antigua Inglaterra hacia concepciones nuevas que la convertirían en una nación moderna, Tomás Moro es una figura en la que se juntan varios aspectos del intelectual de su tiempo: abogado, humanista, miembro del Parlamento, mártir de la fe católica, canciller del rey y autor satírico.

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BREVIARIOSdelFONDO DE CULTURA ECONÓMICA

442

Tomás Moro

Anthony Kenny

Traducción deÁNGEL MIGUEL RENDÓN

Primera edición en inglés, 1983 Primera edición en español (Breviarios), 1987 Segunda edición (Tezontle), 1992 Tercera edición (Breviarios), 2014 Primera edición electrónica, 2014

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

© 1983, Anthony KennyEsta obra fue publicada originalmente en inglés en 1983 con el título Thomas More.Esta traducción se publica por acuerdo con Oxford University Press.

D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2300-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Reconocimientos

Nota sobre las abreviaturas

Introducción

El joven humanistaLa república de UtopíaEl canciller del reyUn defensor de la feLos problemas del canciller“Perder la cabeza sin sufrir daño”El hombre para todas las estaciones

Sugerencias para lecturas adicionales

RECONOCIMIENTOS

Estoy en deuda con fray J. McConica, el doctor John Guy, el doctor Maurice Keen, los señores G. Watson y Keith Thomas y el doctor Henry Hardy, por su ayuda en varios puntos re­lacionados con la escritura de esta obra.

NOTA SOBRE LAS ABREVIATURAS

Las siguientes abreviaturas han sido usadas en las referencias dadas en el texto.

DDialogue of Comfort against Tribulation, editado por Manley.EThe Essential Thomas More, editado por Greene and Dolan.HHarpsfield’s Life of More, editado por E. E. Reynolds.LSt. Thomas More: Selected Letters, editado por Rogers.RRoper’s Life of More, editado por E. E. Reynolds.UUtopia,* editado por Surtz.W 1 y 2The English Works of Sir Thomas More, editado por Campbell y Reed.YThe Yale Edition of the Complete Works of St. Thomas More.

Los detalles bibliográficos completos de estas y otras obras se dan en las “Sugerencias para lecturas adicionales”, al final de la obra.

* Las notas remiten a la traducción de “Utopía”, de Agustín Millares Carlo, recogida en el libro Utopías del Renacimiento, México, FCE, 1982 (Colección Popular, 121). [T.]

INTRODUCCIÓN

Tomás Moro merece un lugar en la historia intelectual de Europa por tres razones. Escribió un clásico latino, Utopía, que hoy es tan leído como siempre. Estableció un patrón particular de erudición, santidad y servicio público en su vida, que ha continuado fascinando a escritores e historiadores de muy diferentes tipos, y que ha contribuido al concepto ya tradicional que el inglés tiene de su carácter. Sus voluminosos escritos ingleses ocupan lugar significativo en la historia de la lengua y de su literatura controvertible y devota. Estas tres demandas hechas al historiador de ideas son de peso desigual, y no habría acuerdo entre los eruditos en cuanto al orden en que deberían ser situadas. Pero si la importancia de Moro ha de ser justamente evaluada, estas tres demandas deben ser consideradas en conjunto; por esta razón un “Past Master”* sobre Moro debe ocuparse de su vida y su muerte tanto como de las ideas que puso por escrito.

De hecho, Utopía puede ser leída y disfrutada aun por los que no saben nada de la vida de su autor. Ha dado placer a muchas generaciones bien que haya sido leída como un relato acerca de un continente recién descubierto (como lo fue por algunos contemporáneos de Moro), bien como un juego alegre de la imaginación, sin otro propósito serio que el de la sátira (como aún lo es por parte de algunos correligionarios católicos de Moro), bien como un programa político y económico serio para la instauración de una sociedad comunista, escrito por un hombre de genio que “defendió a las clases oprimidas aun cuando se encontró solo” (como lo fue por el precursor socialista Karl Kautsky). Para empezar a comprender el libro —irónico en partes—, basta saber que es producto del enérgico impulso para el cambio, característico de los mejores eruditos católicos antes de que la Reforma protestante hiciera más hábil y más cauta su defensa del cambio.

Pero la lectura de Utopía es iluminada por un nuevo conocimiento y oscurecida por nuevos problemas cuando el lector recuerda que su autor participó de manera activa en la vida política de la corrupta sociedad que satiriza, que estaba dispuesto a morir por doctrinas terminantemente contradictorias que el libro parece ofrecer para admirar, y que ayudó a ajusticiar a hombres por desviaciones de la ortodoxia católica mucho menos serias que las de los utópicos. El conocimiento de la vida de Moro y la comprensión de su postura frente a la controversia no es algo ajeno a una lectura inteligente de Utopía: es esencial para su correcta interpretación.

A pesar de su profundo compromiso con las batallas religiosas de la época, Moro ha sido admirado a menudo como un modelo de erudición e integridad por los herederos de sus opositores. Nadie lo ha aclamado nunca como gran hombre de Estado, pero es mostrado con frecuencia, y no sólo por los católicos, como el modelo de juez incorruptible y de cortesano no servil. Para Samuel Johnson fue “la persona más virtuosa que estas islas produjeron jamás”. Robert Southey, en Colloquies on Society, conjura su espíritu desde la tumba como a una encarnación de la sabiduría. Para C. S. Lewis, Moro fue un “hombre ante quien los mejores de nosotros deben permanecer descubiertos”.

En las biografías más antiguas, y en menor grado en sus propios escritos ingleses, Moro aparece como hombre de in­genio y alegría poco comunes. Sus chistes, a diferencia de la mayoría de los primeros chistes de la época de los Tudor, son todavía agudos y divertidos. Moro, de hecho, es la primera persona que representa el peculiar ideal inglés de que el hombre bueno enfrenta la adversidad y la crisis no con resignación silenciosa, ni con una sublime declaración de principios, sino con un chiste. Uno de los más recientes biógrafos de Moro ha dicho muy bien que “Moro nunca fue más ingenioso que cuando estaba menos divertido”. Creo que Moro fue la primera persona que usó el ingenio de manera sistemática para enfrentar situaciones peligrosas y desesperadas en una forma que más tarde se consideró expresión de sangre fría característicamente inglesa a través de la historia del país hasta el Somme y la Batalla de Inglaterra. Algo del mismo estilo era observado en la Antigüedad, desde Sócrates hasta san Lorenzo; pero no sé de ningún inglés que lo encarnara tan plenamente antes que Moro, aunque algo de esto se encuentra en los personajes ficticios de Chaucer.

El encanto y las virtudes de Moro, por supuesto, planteaban un acertijo para los historiadores que consideraban atrasada y perversa su postura en la controversia religiosa. Macaulay puede servir a muchos de vocero: ofrece el caso de Moro como prueba de que la religión y la teología no son disciplinas que progresen como las ciencias.

No tenemos ninguna seguridad contra el predominio, en lo futuro, de cualquier error teológico que haya prevalecido en lo pasado… Cuando reflexionamos que sir Tomás Moro estaba dispuesto a morir por la doctrina de la transubstanciación, no podemos menos que sentir alguna duda de si la doctrina de la transubstanciación no pudiera triunfar sobre toda oposición. Moro era hombre de gran talento. Tenía toda la información sobre el tema que nosotros tenemos, o que tendrá cualquier ser humano mientras dure el mundo… Somos, por lo tanto, incapaces de comprender por qué lo que creyó sir Tomás Moro con respecto a la transubstanciación pudiera no ser creído hasta el fin de los tiempos por hombres iguales a sir Tomás Moro en facultades y honestidad. Pero sir Tomás Moro es uno de los especímenes selectos de la sabiduría y la virtud humanas, y la doctrina de la transubstanciación es una especie de prueba de fuego. Una fe que soporte ese examen, soportará cualquiera.

Las obras de controversia de Moro son, de hecho, el más equívoco de sus legados a la república de las letras. Aun entre católicos romanos, pocos leen hoy día, “por su contenido”, sus defensas del sistema doctrinal, sacramental y legal del mundo cristiano medieval. En realidad, nunca habrían sido reimpresas, en años recientes, si no hubieran sido obra del autor de Utopía y mártir de Tower Hill. Sin embargo, no pueden ser completamente pasadas por alto por el historiador de las ideas. Después de todo, las mentes más selectas habían contribuido durante siglos al sistema intelectual de la cristiandad occidental, y la defensa que Moro hizo de él es la declaración más completa, en inglés, de los puntos de conflicto entre el sistema tradicional y los reformadores que buscaban destruirlo. No obstante, Moro contribuyó con poco de lo suyo al sistema que defendía, y por eso sus obras inglesas han atraído menos la atención de historiadores de la teología que de historiadores de la lengua.

El doctor Johnson publica, en la “Historia de la lengua inglesa”, que prologa su Diccionario, copiosos extractos, en prosa y en verso de Moro, sobre la base de que “Ben Jonson” deja entrever que sus obras eran consideradas como modelos de un estilo puro y elegante”. Un gramático escribió, en la primera parte del siglo XX, “sea lo que fuere la lengua cuando Moro la encontró, permaneció donde la dejó hasta que Dryden la civilizó de manera definitiva”. Autores recientes han criticado mucho más su estilo y se han mostrado escépticos en cuanto a su influencia sobre la lengua. Pero C. S. Lewis, cuya severidad con Moro el escritor es tanta como su reverencia por Moro el hombre, lo alaba repetidamente como escritor y cuentista cómico: sus “cuentos alegres —nos dice— resistirán la comparación con cualquiera de la misma clase en las obras de Chaucer o Shakespeare”.

Los escritos piadosos de Moro tienen un atractivo más amplio que sus opúsculos de controversia. El más sublime de éstos es Diálogo de consuelo, escrito durante su encarcelamiento al final de su vida. Nadie que comparta las premisas religiosas en las que se basa la obra puede leerla sin admiración, y quienes las rechacen no pueden permanecer impasibles al encontrarse con la forma resuelta y alegre con que Moro medita sobre la expectativa del dolor y de la muerte.

En la presente obra he tratado de hacer justicia, dentro de lo que permite su breve extensión, a los tres aspectos en que Moro tiene importancia para la historia intelectual y moral de nuestra cultura. Expongo las principales ideas de Utopía y ofrezco una interpretación de su mensaje; narro la vida de Moro en la medida en que es necesario para indicar la influencia de su personalidad sobre posteriores admiradores y para ilustrar el ingenio de su oratoria; hago un esbozo del sistema católico que defendía y doy ejemplos del estilo enérgico en el que escribió su defensa. Por último, he intentado demostrar que el estudioso, el servidor público martirizado y el prosista controvertido no son tres personalidades conflictivas distintas sino un ser humano único y congruente.

* “Past Masters” es la colección de Oxford University Press en la que fue publicada originalmente esta obra. [T.]

I. EL JOVEN HUMANISTA

TOMÁS MORO nació en los últimos años del reinado de Eduardo IV, un rey de la dinastía de York cuyas sangrientas contiendas con la Casa de Lancaster se conocen como la Guerra de las Dos Rosas. En 1483, cuando Tomás tenía alrededor de cinco años, murió el rey Eduardo, dejando el trono a Eduardo V, su hijo de 13 años. Ese mismo año murió el joven Eduardo y su tío, el duque de Gloucester, se convirtió en el rey Ricardo III. Treinta años después, Moro se convirtió en el primer biógrafo de Ricardo: él fue quien contó extensamente por primera vez la historia del asesinato de Eduardo y su hermano menor en la Torre de Londres, ordenado por su malvado tío. Dos años después, Ricardo mismo fue muerto, derrotado en la batalla final de la Guerra de las Dos Rosas por el pretendiente de Lancaster, Enrique Tudor, quien lo sucedió como el rey Enrique VII.

Fue durante el reinado de 14 años de Enrique VII cuando Moro pasó de la niñez a la madurez. Era hijo de Juan Moro, abogado de Lincoln’s Inn, cuya familia vivía en la parroquia de Saint Lawrence Jewry, en la ciudad de Londres. Después de ser instruido en St. Anthony’s, en la calle de Threadneedle, Tomás se convirtió en paje del arzobispo de Canterbury en el palacio de Lambeth. Juan Morton, el arzobispo, era lord canciller de Enrique VII y llegó a ser cardenal: a su servicio, el niño atendió a los principales estadistas y eclesiásticos de la época. Las visitas admiraban su precoz conversación y recordaban con cuánto ingenio improvisaba en los retablos navideños. Se afirma que el cardenal dijo: “Este niño que aquí atiende la mesa, quienquiera que viva para verlo, dará pruebas de ser hombre maravilloso” (R 3).

Por consejo de Morton, Tomás Moro fue enviado, en su temprana adolescencia, a estudiar en Oxford, quizás el Canterbury College (ahora Christ Church), o bien a la Magdalen College School. El superior en Magdalen School era Juan Holt, tutor de los pajes al servicio del cardenal Morton; publicó un libro de texto de gramática al que el adolescente Moro contribuyó con un prólogo y un epílogo en versos latinos. Moro estuvo en Oxford menos de dos años en total. No aprovechó el tiempo que pasó allí y no parece haber hecho muchos amigos para toda la vida: el único que se sabe que fue su contemporáneo en Oxford es Cutberto Tunstall de Balliol. Años más tarde, Moro recordaba lo pobre de su estancia en Oxford y a menudo se mofaba de la lógica que se enseñaba allí. La mayor parte de su propia erudición la adquirió después de salir de la universidad.

Juan Moro estaba ansioso de que su hijo lo siguiera en una carrera de leyes y lo trajo de regreso a Londres para capacitarlo lo más pronto posible. Tomás ingresó a una de las Inns of Chancery* para recibir adiestramiento preparatorio y luego fue admitido en el Lincoln’s Inn el 12 de febrero de 1496 (la primera fecha segura de su carrera). Progresó firmemente y fue llamado a la Barra cerca de 1502. Además de sus propios estudios legales, enseñaba a abogados más jó­venes en Furnivall’s Inn y llegó a dominar la antigua literatura latina tan bien que fue invitado a dar un curso de conferencias sobre La ciudad de Dios, de san Agustín, en la iglesia de Saint Lawrence Jewry. El rector era allí Guillermo Grocyn, uno de los poquísimos eruditos que sabían griego en Inglaterra. Moro comenzó a estudiar con él esa lengua en 1501 y pronto fue competente para escribir elegantes versiones latinas de difíciles epigramas griegos. A los 25 años, abogado de profesión, era uno de los más consumados eruditos clásicos de su generación.

La época en que creció Moro fue de descubrimientos y redescubrimientos. El año en que fue por primera vez a Oxford, Cristóbal Colón descubrió América. El estudio de las literaturas griega y latina de la Antigüedad pagana había apasionado a eruditos durante varias décadas en Italia; había recibido un estímulo por la llegada de eruditos griegos refugiados cuando los turcos saquearon Constantinopla en 1453. Este renacimiento del conocimiento clásico estaba esparciéndose desde Italia hacia el norte a través de Europa: uno de los eruditos más grandes de la época era un cura holandés, Desiderio Erasmo, quien conoció a Moro en una visita a Inglaterra en 1499 y pronto se convirtió en uno de sus más íntimos amigos.

Erasmo y su círculo fueron conocidos como “humanistas”. Esto no significaba que desearan remplazar los valores religiosos por valores humanos seculares: significaba que creían en el valor educativo de las “letras humanas” o clásicos griegos y latinos. Los humanistas se alejaron de los estudios técnicos, lógicos y filosóficos que habían preocupado a tantos eruditos —la llamada filosofía “escolástica”— durante la Edad Media tardía, y pusieron nuevo interés en el estudio de la gramática y la retórica. Se comunicaban entre sí en latín e intentaban escribir en prosa elegante tomando como modelo a los autores más admirados de la antigua Roma en lugar de usar la lingua franca medieval, que condenaban como bárbara. Nuevos métodos filológicos fueron elaborados por ellos para contar con textos fidedignos y precisos de los autores antiguos. Estos textos eran publicados en hermosas ediciones por los nuevos impresores-editores, quienes estaban explotando el arte recién descubierto de la imprenta. Los humanistas creían que los instrumentos de su erudición, aplicados a los antiguos textos paganos, restaurarían en Europa artes y ciencias olvidadas hacía mucho y, aplicadas a los textos de la Biblia y de antiguos autores cristianos, ayudarían a la cristiandad a comprender de manera más pura y auténtica las verdades cristianas.

El renacimiento de las letras fue acompañado por un florecimiento general de la cultura. Moro vivió durante el apogeo del arte renacentista: Miguel Ángel era tres años mayor que él, y Rafael cinco menor. Además, el renacimiento artístico cruzó el canal rumbo a Inglaterra: fue un colega de Miguel Ángel quien diseñó la tumba de Enrique VII en Westminster.

La Europa en que creció Moro era una sola unidad en materia de religión. Gran Bretaña, Francia, Alemania, España, Italia y Austria constituían, de manera similar, Estados católicos que reconocían la autoridad central del papa, el obispo de Roma. Pero la supremacía del papado y la unidad de la cristiandad habían recibido heridas que resultarían fatales en tiempos de Moro. Durante la mayor parte del siglo XIV los papas vivieron no en Roma sino en Aviñón, en Francia. Era un escándalo que el primer obispo de la cristiandad pudiera poner ejemplo de absentismo y además los papas de Aviñón adquirieron mala fama por una extorsionante aplicación de impuestos a los fieles. El regreso del papado a Roma en 1378 fue seguido por el estallido del Gran Cisma: durante casi 40 años la Iglesia no tuvo un papa, sino dos, uno en Roma y otro en Aviñón, cada cual apoyado por la mitad de la cristiandad, cada cual llamando impostor al otro. El cisma no finalizó hasta que el Concilio General de la Iglesia en Constanza eligió, en 1417, al papa Martín V. La forma en que se puso fin al cisma dejó a muchos cristianos con la duda de si la suprema autoridad en la Iglesia se hallaba en el papa Martín y sus sucesores, o en los concilios generales que sucedieron al de Constanza. Los papas del siglo XV, además, actuaban menos como pastores universales que como príncipes locales italianos; en el engrandecimiento de sus propias familias, algunos de ellos no rehuyeron el soborno, la guerra y el asesinato, y las contrapartes eclesiásticas de estos crímenes, la simonía, la interdicción y la excomunión. Bajo el papado de Alejandro VI (1492-1503), el hombre más ruin que jamás ocupó la sede romana, Tomás Moro pasó de la niñez a la madurez.

Moro debe haber aprendido de niño, por supuesto, la lección que iba a repetir más adelante en la controversia con los protestantes: que lo sagrado de un oficio no es destruido por lo indigno de su detentador. De cualquier manera, alguien criado en Inglaterra no se encontraba con escándalos eclesiásticos de la gigantesca magnitud de los hallados en la Iglesia en Italia. En general, los obispos ingleses eran mundanos más que malvados; los monasterios ingleses, en su mayoría, eran confortables más que corruptos. Muchos miembros del alto clero eran funcionarios civiles que obtenían sus emolumentos de los beneficios de la Iglesia; pagaban a sustitutos empobrecidos para que realizaran sus deberes pastorales. Los frailes dominicos y franciscanos, cuya vocación los obligaba a vivir de la limosna, habían sido admirados una vez por su celo y pobreza; ahora eran considerados por muchos, con mayor o menor justicia, como parásitos ociosos. Pero el clero parroquial siguió siendo bastante popular, y los ingleses como un todo tenían fama de devotos ante los extranjeros. “Van a misa todos los días —escribió un viajero veneciano en 1497— y dicen muchos padrenuestros en público, llevando las mujeres largos rosarios en las manos.”