Torquemada en el purgatorio - Benito Pérez Galdós - E-Book

Torquemada en el purgatorio E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Torquemada en el purgatorio es la tercera novela del ciclo de novelas del avaro Torquemada de Benito Pérez Galdós. En esta ocasión asistimos a la historia en torno a la familia del propio Torquemada, desde su abnegada esposa hasta un hijo que no es el que esperaba.-

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Benito Perez Galdos

Torquemada en el purgatorio

 

Saga

Torquemada en el purgatorio

 

Copyright © 1870, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726495577

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

—5→

Primera parte

- I -

Cuenta el Licenciado Juan de Madrid, cronista tan diligente como malicioso de los Dichos yhechos de D. Francisco Torquemada, que no menos de seis meses tardó Cruz del Águila en restablecer en su casa el esplendor de otros días, y en rodearse de sociedad honesta y grata, demostrando en esto, como en todas las cosas, su consumada discreción, para que no se dijera ¡cuidado! que pasaba con famélica prontitud de la miseria lacerante al buen comer y al visiteo alegre. Disiente de esta opinión otro cronista no menos grave, el Arcipreste Florián, autor de la Selva de Comilonas y Laberinto de Tertulias, que fija en el día de Reyes la primera comida de etiqueta que dieron las ilustres damas en su domicilio de la calle de Silva. Pero bien pudiera ser esto —6→ error de fecha, disculpable en quien a tan distintos comedores tenía que asistir por ley de su oficio, en el espacio de sol a sol. Y vemos corroborada la primera opinión en los eruditísimos Avisos del Arte Culinario, del Maestro López de Buenafuente, el cual, tratando de un novísimo estilo de poner las perdices, sostiene que por primera vez se sacó a manteles este guisado en una cena que dieron los nobles señores de Torquemada, a los diez días del mes de Febrero del año tal de la reparación cristiana. No menos escrupuloso en las referencias históricas se muestra el Cachidiablo que firma las Premáticas del Buen vestir, quien relatando unas suntuosas fiestas en la casa y jardines de los señores Marqueses de Real Armada, el día de Nuestra Señora de las Candelas, afirma que Fidela Torquemada lucía elegante atavío de color de orejones a medio pasar, con encajes de Bruselas. Por esta y otras noticias, tomadas en las mejores fuentes de información, se puede asegurar que hasta los seis meses largos de la boda, no empezaron las Águilas a remontar su vuelo fuera del estrecho espacio a que su mísera suerte por tanto tiempo las había reducido.

Ni se necesita compulsar prolijamente los tratadistas más autorizados de cosas de salones, para adquirir la certidumbre de que las —7→ señoras del Águila permanecieron algún tiempo en la obscuridad, como avergonzadas, después de su cambio de fortuna. Mieles no las cita hasta muy entrado Marzo, y el Pajecillo las nombra por primera vez enumerando las mesas de petitorio en Jueves Santo, en una de las más aristocráticas iglesias de esta Corte. Para encontrar noticias claras de épocas más próximas al casamiento, hay que recurrir al ya citado Juan de Madrid, uno de los más activos y al propio tiempo más guasones historiógrafos de la vida elegante, hombre tan incansable en el comer como en el describir opulentas mesas, y saraos espléndidos. Llevaba el tal un Centón en que apuntando iba todas las frases y modos de hablar que oía a D. Francisco Torquemada (con quien trabó amistad por Donoso y el Marqués de Taramundi), y señalaba con gran escrúpulo de fechas los progresos del transformado usurero en el arte de la conversación. Por los papeles del Licenciado sabemos que desde Noviembre decía D. Francisco a cada momento: así se escribe la historia, velis nolis, la ola revolucionaria, y seamos justos. Estas formas retóricas, absolutamente corrientes, las afeaba un mes después con nuevas adquisiciones de frases y términos no depurados, como reasumiendo, ínsulas, en el actual momento histórico y el maquiavelismo, —8→ aplicado a cosas que nada tenía de maquiavélicas. Hacia fin de año, se daba lustre el hombre corrigiendo con lima segura desatinos usados anteriormente, pues observaba y aprendía con pasmosa asimilación todo lo bueno que le entraba por los oídos, adquiriendo conceptos muy peregrinos, como: no tengo inconveniente en declarar... me atengoa la lógica de los hechos. Y si bien es cierto que la falta de principios, como observa juiciosamente el Licenciado, le hacía meter la pata cuando mejor iba discurriendo, también lo es que su aplicación y el cuidado que ponía al apropiarse las formas locutorias, le llevaron en poco tiempo a realizar verdaderas maravillas gramaticales, y a no hacer mal papel en tertulia de personas finas, algunas superiores a él por el conocimiento y la educación, pero que no le superaban en garbo para sostener cualquier manoseado tema de controversia, al alcance, como él decía, de lasinteligencias más vulgares.

Es punto incontrovertible que dejó pasar Cruz todo Septiembre y parte de Octubre, sin proponer a su hermano político reforma alguna en la disposición arquitectónica de la casa; pero llegó un día en que con toda la suavidad del mundo, sabiendo que ponía las primeras paralelas para un asedio formidable, —9→ lanzó la idea de derribar dos tabiques, con objeto de ampliar la sala haciéndola salón, y el comedor comedorón... Esta palabra empleó D. Francisco, amenizándola con burlas y cuchufletas; mas no se acobardó la dama, que al punto, con chispeante ingenio, hubo de contestar a su cuñado en esta forma:

«No digo yo que seamos príncipes, ni sostengo que nuestra casa sea el regio alcázar, como usted dice. Pero la modestia no quita a la comodidad, Sr. D. Francisco. Paso por que el comedor sea hoy por hoy de capacidad suficiente. ¿Pero me garantiza usted que lo será mañana?

-Si la familia aumentara, como tenemos derecho a esperar, no digo que no. Venga más comedor, y yo seré el primero en agrandarlo cuando sea menester. Pero la sala...

-La sala es simplemente absurda. Anoche, cuando se juntaron los de Taramundi con los de Real Armada, y sus amigos de usted el bolsista y el cambiante de moneda, estábamos allí como sardinas en banasta. Inquieta y sofocadísima, yo aguardaba el momento en que alguno tuviera que sentarse sobre las rodillas de otro. A usted le parecerá que esta estrechez es decorosa para un hombre a cuya casa vienen personas de la mejor sociedad. ¿Por mí qué me importa? No deseo más que vivir —10→ en un rincón, sin más trato que el de dos o tres amigas íntimas... Pero usted, un hombre como usted, llamado a...

- II -

-¿Llamado a qué? -preguntó Torquemada, manteniendo ante su boca, sin catarlo, el bizcocho mojado en chocolate, con lo cual dicho se está que en aquel momento se desayunaba-. ¿Llamado a qué? -volvió a decir, viendo que Cruz, sonriente, esquivaba la respuesta.

-No digo nada, ni perderé el tiempo en demostrar lo que está bien a la vista, la insuficiencia de esta habitación -manifestó la dama, que, al dar vueltas alrededor de la ovalada mesa, afectaba no hallar fácil paso entre el aparador y la silla ocupada por D. Francisco-. Usted, como dueño de la casa; hará lo que guste. El día en que tengamos un convidado, que bien podríamos tenerlo para corresponder a las finezas que otros gastan con nosotros, y quien dice un convidado, dice dos o cuatro... pues ese día tendré yo que comer en la cocina... No, no reírse. Ya sale usted con su tema de siempre: que exagero, que yo...

-Es usted la exageración personificada -replicó —11→ el avaro, engulléndose otro bizcocho-. Y como yo blasono de ser el justo medio personificado, pongo todas las cosas en su lugar, y rebato sus argumentos por lo que toca al actual momento histórico. Mañana no digo...

-Lo que se ha de hacer mañana de prisa y corriendo, debe hacerse hoy, despacio- dijo la dama apoyando las manos en la mesa, al punto que el D. Francisco acababa de desayunarse. Ya sabía ella por dónde iba a salir en la réplica, y le esperó tranquila, con semblante de risueña confianza.

-Mire usted, Crucita... Desde que me casé, vengo realizando... sí, esa es la palabra, realizando una serie de transacciones. Usted me propuso reformas que se daban de cachetes con mis costumbres de toda la vida, por ejemplo... ¿Pero a qué poner ejemplos ni verbigracias? Ello es que mi cuñada proponía y yo trinaba. Al fin he transigido, porque como dice muy bien nuestro amigo Donoso, vivir es transigir. He aceptado un poquito de lo que se me proponía, y usted cedía un ápice, o dos ápices de sus pretensiones... El justo medio, vulgo prudencia. No dirán las señoras del Águila que no he procurado hacerles el gusto, desmintiéndome, como quien dice. Por tener contenta a mi querida esposa y a usted, me privo de venir a comer en mangas de camisa, — 12→ lo que era muy de mi gusto en días de calor. Se empeñaron después en traerme una cocinera de doce duros. ¡Qué barbaridad! ¡Ni que fuéramos arzobispos! Pues transigí con admitir la que tenemos, ocho durazos, que si es verdad nos hace primores, bien pagada estaría con cien reales. Para que mi señora y la hermana de mi señora no se alboroten, he dejado de comer salpicón a última hora de la noche, antes de acostarme, por que, lo reconozco, no está bien que vaya delante de mí el olor de cebolla, abriéndome camino como un batidor. Y reasumiendo: he transigido también con el lacayito ese para recados y limpiarme la ropa, aunque a decir verdad, días hay en que para evitarle reprimendas al pobre chico, no sólo me limpio yo mi ropa, sino también la suya. Pero en fin, pase el chaval de los botones, que, si no me equivoco, no presta servicios en consonancia con lo que consume. Yo lo observo todo, señora mía; suelo darme una vuelta por la cocina cuando está comiendo la servidumbre, vulgo criados, y he visto que ese ángel de Dios se traga la ración de siete; amén del mal tercio que hace a la familia levantando de cascos a las criadas de casa, y a las de toda la vecindad. En fin, ustedes lo quieren: sea. Adopto estaactitud para que no digan que soy la intransigencia —13→ personificada, y para cargarme de razón ahora, negándome, como me niego, al derribo de tabiques, etcétera... que eso de estropear la finca va contra la lógica, contra el sentido común, y contra la conveniencia de propios y extraños.

Contestole Cruz con gracejo, afectando sumisión a la primera autoridad de la familia, y se dirigió a la alcoba de su hermana, que no dejaba el lecho hasta más tarde. Ambas charlaron alegremente de la misma materia, conviniendo en que aquello y aún más se conseguiría de D. Francisco, esperando la ocasión favorable, como habían podido observar en el tiempo que llevaban de convivencia. Torquemada, después de darse un buen atracón de LaCorrespondencia de la mañana, se fue al lado de su esposa, periódico en mano, pisando con suavidad por evitar el ruido, y ladeándose la gorra de seda negra, para rascarse el cráneo. No tardó Cruz en acudir a despertar al ciego y llevarle el desayuno, y quedó el matrimonio solo, acostada ella, él paseándose en la alcoba.

«¿Y qué tal? -le preguntó D. Francisco con cariño no afectado-. ¿Te sientes hoy más fuerte?

-Me parece que sí.

-Probarás a dar un paseíto a pie... Yo, si —14→ te empeñas en darlo en coche, no me opongo, ¡cuidado! Pero más te conviene salir de infantería con tu hermana.

-A patita saldremos... -replicó la esposa-. Iremos a casa de las de Taramundi, y para la vuelta, ellas nos traerán en su berlina. De este modo te ahorras tú ese gasto.

Torquemada no chistó. Siempre que se entablaban discusiones sobre reformas que desnivelaran el bien estudiado presupuesto de D. Francisco, Fidela se ponía de parte de él, bien porque anhelara cumplir fielmente la ley de armonía matrimonial, bien porque con femenil instinto, y casi sin saber lo que hacía, cultivara la fuerza en el campo de su propia debilidad, cediendo para triunfar, y retirándose para vencer. Esto es lo más probable, y casi por seguro lo da el historiador, añadiendo que no había sombra de malicia premeditada en aquella estrategia, obra pura de la naturaleza femenina, y de la situación en que la joven del Águila se encontraba. A los tres meses de matrimonio, no se había disipado en ella la impresión de los primeros días, esto es, que su nuevo estado era una liberación, un feliz término de la opresora miseria y humillante obscuridad de aquellos años maldecidos. Casada, podía vestirse con decencia y asearse conforme a su educación, comer cuantas —15→ golosinas se le antojaran, salir de paseo, ver alguna función de teatro, tener amigas y disfrutar aquellos bienes de la vida que menos afectan al orden espiritual. Porque lo primero, después de tan larga pobreza y ahogos, era respirar, nutrirse, restablecer las funciones animales y vegetativas. El contento del cambio de medio, favorable para la vida orgánica y un poco para la social, no le permitía ver los vacíos que aquel matrimonio pudiera determinar en su alma, vacíos que incipientes existían ya, como las cavernas pulmonares del tuberculoso, que apenas hacen padecer cuando empiezan a formarse. Debe añadirse que Fidela, con el largo padecer en los mejores años de su vida, todo lo que había ganado en sutilezas de imaginación, habíalo perdido en delicadeza y sensibilidad, y no se hallaba en disposición de apreciar exactamente la barbarie y prosaísmo de su cónyuge. Su linfatismo le permitía soportar lo que para otro temperamento habría sido insoportable, y su epidermis, en apariencia finísima, no era por dentro completamente sensible a la ruda costra del que, por compañero de vida, casa y lecho, le había dado la sociedad de acuerdo con la Santa Iglesia. Cierto que a ratos creía enterarse vagamente de aquellos vacíos o cavernas que dentro se le criaban; pero —16→ no hacía caso, o movida de un instinto reparador (y va de instintos) defendíase de aquella molestia premonitoria, ¿con qué creeréis? con el mimo. Haciéndose más mimosa de lo que realmente era, fomentando en sí hábitos y remilgos infantiles, en lo cual no hacía más que aceptar los procedimientos de su hermana y de su marido, se curaba en salud de todo aquel mal probable y posible de los vacíos. Era, pues, de casada, más golosa y caprichuda que de soltera; hacía muecas de niño llorón; enredaba, variando de sitio las cosas fáciles de transportar; entretenía las horas con afectaciones de pereza que agrandaban su ingénita debilidad; afectaba también un cierto desdén de todo lo práctico, y horror a los trajines duros de la casa; extremaba el aseo hasta lo increíble, eternizándose en su tocador; ansiaba los perfumes, que eran una nueva golosina, no menos apetecida que los bombones con agridulce; gustaba de que su marido la tratase con extremados cariños, y ella le llamaba a él su borriquito, pasándole la mano por el lomo como a un perrazo doméstico, y diciéndole: « Tor, Tor... aquí... fuera... ven... la pata... ¡dame la pata!».

Y D. Francisco, por llevarle el genio, le daba la mano, que para aquellos casos (y para otros muchos) era pata, recibiendo el hombre —17→ muchísimo gusto de tan caprichoso estilo de afecto matrimonial. Aquella mañana no ocurrió nada de esto; charlaron un rato, encareciendo ambos las delicias del pasear a pie, y por fin Fidela le dijo: «Por mí no necesitas poner coche. No faltaba más. ¡Ese gasto por evitarme un poquito de cansancio...! No, no, no lo pienses. Ahora, por ti, ya es otra cosa. No está bien que vayas a la Bolsa en clase de peatón. Desmereces, cree que desmereces entre los hombres de negocios. Y no lo digo yo, lo dice mi hermana, que sabe más que tú... lo dice también Donoso. No me gusta que piensen de ti cosas malas, ni que te llamen cominero. Yo me paso muy bien sin ese lujo: tú no puedes pasarte, porque en realidad no es lujo, sino necesidad. Hay cosas que son como el pan...

Don Francisco no pudo contestarle porque le avisaron que le esperaba en su despacho el agente de Bolsa, y allá se fue presuroso, revolviendo en su caletre estas o parecidas ideas: «¡El condenado cochecito! Al fin habrá que echarlo... velis nolis. No es idea, no, de esa pastaflora de mi mujer, que jamás discurre nada tocante al aumento de gastos. La otra, la dominanta, es la que quiere andar sobre ruedas. Ni qué falta me hace a mí ese armatoste, que... ahora que me acuerdo... se llama también —18→ vehículo. ¡Ah! ¡si yo pudiera gastarlo, sin que esa despótica de Cruz lo catara!... Pero no, ¡ñales! tiene que ser para todos, y mi mujer la primera, sobre cojines muy blandos para que no se me estropee, máxime si hay sucesión... Porque, aunque nada han dicho, yo, atento a la lógica del fenómeno, me digo: sucesión tenemos.

- III -

¡Qué cosas hace Dios! En todo tenía una suerte loca aquel indino de Torquemada, y no ponía mano en ningún negocio que no le saliese como una seda, con limpias y seguras ganancias, como si se hubiese pasado la vida sembrando beneficios, y quisiera la Divina Providencia recompensarle con largueza. ¿Por qué le favorecía la fortuna, habiendo sido tan viles sus medios de enriquecerse? ¿Y qué Providencia es esta, que así entiende la lógica del fenómeno, como por cosa muy distinta decía el avaro? Cualquiera desentraña la relación misteriosa de la vida moral con la financiera o de los negocios, y esto de que las corrientes vayan a fecundar los suelos áridos en que no crece ni puede crecer la flor del bien. De aquí que la muchedumbre honrada y pobre crea que el dinero es loco; de aquí —19→ que la santa religión, confundida ante la monstruosa iniquidad con que se distribuye y encasilla el metal acuñado, y no sabiendo cómo consolarnos, nos consuela con el desprecio de las riquezas, que es para muchos consuelo de tontos. En fin, sépase que la previsora amistad del buen Donoso, había rodeado a D. Francisco de personas honradísimas que le ayudaran en el aumento de sus caudales. El agente de Bolsa, de quien era comitente para la compra y venta de títulos, reunía a su pasmosa diligencia la probidad más acrisolada. Otros correveidiles que le proporcionaban descuentos de pagarés, pignoraciones de valores y negocios mil, sobre cuya limpieza nadie se habría atrevido a poner la mano en el fuego, eran de lo mejorcito de la clase. Verdad que ellos, con su buen olfato mercantil, comprendieron desde el primer día que a Torquemada no se le engañaba fácilmente, y en esto tal vez se afirmaba el cimiento de su moralidad; al paso que D. Francisco, hombre de grandísima perspicacia para aquellos tratos, les calaba los pensamientos antes que los revelara la palabra. De este conocimiento recíproco, de esta compenetración de las voluntades, resultaba el acuerdo perfecto entre compinches, y el pingüe fruto de las operaciones. Y aquí nos encontramos con —20→ un hecho que viene a dar explicación a las monstruosas dádivas de la suerte loca, y al contrasentido de que se enriquezcan los pillos. No hay que hablar tanto de la ciega fortuna, ni creer la pamplina de que esta va y viene con los ojos vendados... ¡invención del simbolismo cursi! No es eso, no. Ni se debe admitir que la Providencia protegiera a Torquemada para hacer rabiar a tanto honrado sentimental y pobretón. Era... las cosas claras, era que D. Francisco poseía un talento de primer orden para los negocios, aptitud incubada en treinta años de aprendizaje usurario a la menuda, y desarrollada después en más amplio terreno y en esfera vastísima. La educación de aquel talento había sido dura, en medio de privaciones y luchas horrendas con la humanidad precaria, de donde sacó el conocimiento profundísimo de las personas bajo el aspecto exclusivo de tener o no tener, la paciencia, la apreciación clara del tanto por ciento, la limadura tenaz, y el cálculo exquisito de la oportunidad. Estas cualidades, aplicadas luego a operaciones de mucha cuenta, se sutilizaron y adquirieron desarrollo formidable, como observaron Donoso y los demás amigos pudientes que se fueron agregando a la tertulia.

Reconocíanle todos por un hombre sin cultura, —21→ ordinario y a veces brutalmente egoísta; pero al propio tiempo veían en él un magistral golpe de vista para los negocios, un tino segurísimo que le daba incontestable autoridad, de suerte que, teniéndose todos por gente de más valía en la vida general, en aquella rama especialísima del toma y daca bajaban la cabeza ante el bárbaro, y le oían como a un padre de la Iglesia... crematística. Ruiz Ochoa, los sobrinos de Arnaiz y otros que por Donoso se fueron introduciendo en la casa de la calle de Silva, platicaban con el prestamista aparentando superioridad, pero realmente espiaban sus pensamientos para apropiárselos. Eran ellos los pastores, y Torquemada el cerdo que olfateando la tierra descubría las escondidas trufas, y allí donde le veían hocicar, negocio seguro.

Pues, como digo, fue D. Francisco a su despacho, donde estuvo como un cuarto de hora dando instrucciones al agente de Bolsa, y volvió luego a engolfarse en los periódicos de la mañana, lectura que le interesaba en aquella época, ofreciéndole verdaderas revelaciones en el orden intelectual, y abriendo horizontes inmensos ante su vista, hasta entonces fija en objetos situados no más allá de sus narices. Leía con mediano interés todo lo de política, viendo en ella, como es común en —22→ hombres aferrados a los negocios, no más que una comedia inútil, sin más objeto que proporcionar medro y satisfacciones de vanidad a unos cuantos centenares de personas; leía con profunda atención los telegramas, porque todas aquellas cosas que en el extranjero pasaban parecíanle de más fuste que las de por acá, y porque los nombres de Gladstone, Goschen, Salisbury, Crispi, Caprivi, Bismarck, le sonaban a grande, revelando una raza de personajes de más circunstancias que los nuestros; se detenía con delectación en el relato de sucesos del día, crímenes, palos, escenas de amor y venganza, fugas de presos, escalos, entierros y funerales de personas de viso, estafas, descarrilamientos, inundaciones, etcétera. Así se enteraba de todo, y de paso aprendía cláusulas nuevas y elegantes para irlas soltando en la conversación.

Por lo que pasaba como gato sobre ascuas era por los artículos pertinentes a cosa de literatura y arte, porque allí sí que le estorbaba lo negro, es decir, que no entendía palotada, ni le entraba en la cabeza la razón de que tales monsergas se escribieran. Pero como veía que todo el mundo, en la conversación corriente, daba efectiva importancia a tales asuntos, él no decía jamás cosa alguna en descrédito de tales artes liberales. Eso sí, a —23→ discreto no le ganaba nadie, en el nuevoorden de cosas, y tenía el don inapreciable del silencio siempre que se tratara de algún asunto en que se sentía lego. Tan sólo daba su asentimiento con monosílabos, dejando adivinar una inteligencia reconcentrada, que no quiere prodigarse. Para él hasta entonces, artistas eran los barberos, albañiles, cajistas de imprenta y maestros de obra prima; y cuando vio que entre gente culta sólo eran verdaderos artistas los músicos y danzantes, y algo también los que hacen versos y pintan monigotes, hizo mental propósito de enterarse detenidamente de todo aquel fregado, para poder decir algo que le permitiera pasar por hombre de luces. Porque su amor propio se fortalecía de hora en hora, y le sublevaba la idea de que le tuvieran por un ganso; de donde resultó que últimamente dio en aplicarse a la lectura de los artículos de crítica que traían los periódicos, procurando sacar jugo de ellos, y sin duda habría pescado algo, si no tropezara a cada instante con multitud de términos cuyo sentido se le indigestaba. « ¡Ñales! -decía en cierta ocasión-, ¿qué querrá decir esto de clásico? ¡Vaya unos términos que se traen estos señores! Porque yo he oído decir el clásico puchero, la clásica mantilla; pero no se me alcanza que lo clásico, hablando — 24→ de versos o de comedias, tenga nada que ver con los garbanzos, ni con los encajes de Almagro. Es que estos tíos que nos sueltan aquí tales infundios sobre el más o el menos de las cosas de literatura, hablan siempre en figurado, y el demonio que les entienda... ¿Pues y esto del romanticismo, qué será? ¿Con qué se come esto? También quisiera yo que me explicaran la emoción estética, aunque me figuro que es como darle a uno un soponcio. ¿Y qué significa realismo, que aquí no es cosa del Rey, ni Cristo que lo fundó?

Por nada de este mundo se aventuraba a exponer sus dudas ante la autoridad de su esposa o cuñada, pues temía que se le rieran en sus barbas, como una vez que le tentó el demonio, hallándose en una gran confusión, y fue y les dijo: «¿Qué significa secreciones?». ¡Dios, qué risas, qué chacota, y qué sofoco le hicieron pasar con sus ínsulas de personas ilustradas!

Interrumpió la lectura para ir al cuarto de su mujer, resuelto a ponerla en planta, pues Quevedito recomendaba que se combatiese en ella la pereza, favorecedora de su linfatismo; y cuando iba por el pasillo, oyó voces un poco alteradas que de la estancia próxima al salón venían. Era aquella la habitación que ocupaba el ciego; y como a este, —25→ comúnmente, no se le oía en la casa una palabra más alta que otra, siendo tal su laconismo que parecía haber perdido, con el de la vista, el uso de la palabra, alarmose un tanto D. Francisco, y aplicó su oído a la puerta. Mayor que su alarma fue su asombro al sentir al ciego riendo con gran efusión, y ello debía de ser por motivo impertinente, pues su hermana le reprendía con severidad, elevando el tono de su indignación tanto como él el de sus risotadas. No pudo el tacaño comprender de qué demonios provenía júbilo tan estrepitoso, porque el tal Rafaelito, desde la boda, no se reía ni por muestra, y su cara era un puro responso, siempre mirando para su interior y oyéndose de orejas adentro. Torquemada se retiró de la puerta, diciendo para sí: «Con buen humor amanece hoy el caballero de la Chancla y Gran Duque de la Birria... Más vale así. Téngale Dios contento, y habrá paz.

- IV -

Es el caso que aquella mañana, al entrar Cruz en el cuarto de su hermano con el desayuno, no sólo le encontró despierto, sino sentado en el lecho, pronto a vestirse solo, como hombre a quien llaman fuera de casa negocios —26→ urgentes. «Dame, dame pronto mi ropa -dijo a su hermana-. ¿Te parece que es hora esta de empezar el día, cuando lo menos hace seis horas que ha salido el sol?

-¿Tú qué sabes cuándo sale y cuándo entra el sol?

-¿Pues no he de saberlo? Oigo cantar los gallos... Y que no faltan gallos en esta vecindad. Yo mido el tiempo por esos relojes de la Naturaleza, más seguros que los que hacen los hombres, y que siempre van atrasados. Y para asegurarme más, pongo atención a los carros de la mañana, a los pregones de verduleras y ropavejeros, al afilador, al alcarreño de la miel, y por oírlo todo, oigo cuando echan el periódico por debajo de la puerta.

-¿De modo que no has dormido la mañana? -preguntole su hermana con tierna solicitud, acariciándole-. Eso no me gusta, Rafael. Ya van muchos días así... ¿Para qué espoleas tu imaginación en las horas que debes dedicar al descanso? Tiempo tienes, de día, de hacer tus cálculos, y entretenerte con los acertijos que a ti mismo te propones.

-Cada uno vive a la hora que puede -replicó el ciego, volviendo a echarse en la cama; pero sin intenciones de recobrar el sueño perdido-. Yo vivo conmigo a solas, en el silencio de la mañana obscura, mejor que con vosotras —27→ en el ruido de la tarde, entre visitas que me aburren, y algún relincho del búfalo salvaje que anda por ahí.

-Ea, ya empiezas -indicó la dama amostazándose-. A desayunarse pronto. La debilidad te desvanece un poquito la cabeza, y te la desmoraliza, insubordinando los malos pensamientos y reprimiendo los buenos. ¿Qué tal la figura? Tómate tu chocolatito, y verás cómo te vuelves humano, indulgente, razonable... y desaparece de tu cabeza la cólera vil, la injusticia, y el odio a personas que no te han hecho ningún daño.

-Bueno, hija, bueno -dijo el ciego incorporándose de nuevo y empezando a reír-. Venga ese chocolate que, según tú, restablecerá en mi cabeza la disciplina militar, digo, intelectual. Es gracioso.

-¿Por qué te ríes?

-Toma, porque estoy contento.

-¿Contento tú?

-¿Ahora salimos con eso? ¡Pues, hija!... Cuatro meses hace que me estáis sermoneando por mi tristeza, porque no hablo, porque no me entran ganas de reír, porque no me divierto con las mil farsas que inventáis para distraerme. Vamos, que me tenéis loco... «Rafael, ríete; Rafael, ponte de buen humor». Y ahora que la alegría me retoza en el alma —28→ y me sale por ojos y boca, me riñes. ¿En qué quedamos?

-Yo no te riño. Me sorprendo de esa alegría desenfrenada, que no es natural, Rafael, vamos, que no es verdadera alegría.

-Yo te juro que sí; que en este momento me siento feliz, que me gustaría verte reír conmigo.

-Pues dime la causa de esa alegría. ¿Es alguna idea original, algo que has pensado?... ¿O te ríes mecánicamente nada más?

-¡Mecánicamente! No, hija de mi alma. La alegría no es una cosa a la cual se da cuerda, como a los relojes. La alegría nace en el alma, y se nos manifiesta por esta vibración de los músculos del rostro, por esta... no sé cómo decirlo... Vaya, me tomaré el chocolate para que no te enfades...

-Pero contén la risa un momentito, y no me tengas aquí con la bandeja en una mano y la rebanada de pan en otra...

-Sí; reconozco que es conveniente alimentarse; más que conveniente, necesario. ¿Ves? Ya no me río... ¿Ves? Ya como. De veras que tengo apetito... Pues... querida hermana, la alegría es una bendición de Dios. Cuando nace de nosotros mismos, es que algún ángel se aposenta en nuestro interior. Generalmente, después de una noche de insomnio, nos levantamos —29→ con un humor del diablo. ¿Por qué me pasa a mí lo contrario no habiendo pegado los ojos?... Tú no entiendes esto, ni lo entenderás si yo no te lo explico. Estoy alegre porque... Antes debo decirte que paso mis madrugadas calculando las probabilidades del porvenir, entretenimiento muy divertido... ¿Ves? Ya he concluido el chocolate. Ahora venga el vaso de leche... Riquísima... Bueno, pues para calcular el porvenir, cojo yo las figuras humanas, cojo los hechos pasados, los coloco en el tablero, los hago avanzar conforme a las leyes de la lógica...

-Hijo mío, ¿quieres hacerme el favor de no marearte con esas simplezas? -dijo la dama, asustada de aquel desbarajuste cerebral-. Veo que no se te debe dejar solo, ni aun de noche. Es preciso que te acompañe siempre una persona, que en las horas de insomnio te hable, te entretenga, te cuente cuentos...

-Tonta, más que tonta. Si nadie me entretiene como yo mismo, y no hay, no puede haber cuentos más salados que los que yo me cuento a mí propio. ¿Quieres oír uno? Verás. En un reino muy distante, éranse dos pobres hormigas, hermanas... Vivían en un agujerito...

-Cállate: me incomodan tus cuentos... Será —30→ preciso que yo te acompañe de noche, aunque no duerma.

-Me ayudarías a calcular el porvenir, y cuando llegáramos al descubrimiento de verdades tan graciosas como las que yo he descubierto esta noche, nos reiríamos juntos. No, no te enfades porque me ría. Me sale de muy adentro este gozo para que pueda contenerlo. Cuando uno ríe fuerte, se saltan las lágrimas, y como yo nunca lloro, tengo en mí una cantidad de llanto que ya lo quisieran más de cuatro para un día de duelo... Deja, deja que me ría mucho, porque si no reviento.

-Basta, Rafael -dijo la dama creyendo que debía mostrar severidad-. Pareces un niño. ¿Acaso te burlas de mí?

-Debiera burlarme, pero no me burlo. Te quiero, te respeto, porque eres mi hermana, y te interesas por mí; y aunque has hecho cosas que no son de mi agrado, reconozco que no eres mala, y te compadezco... sí, no te rías tú ahora... te compadezco porque sé que Dios te ha de castigar, que has de padecer horriblemente.

-¿Yo? ¡Dios mío! -exclamó la noble dama con súbito espanto.

-Porque la lógica es lógica, y lo que tú has hecho tendrá su merecido, no en la otra vida, sino en esta, pues no siendo bastante —31→ mala para irte al infierno, aquí, aquí has de purgar tus culpas.

-¡Ay! Tú no estás bueno. ¡Pobrecito mío!... ¡Yo culpas, yo castigada por Dios!... Ya vuelves a tu tema. La mártir, la esclava del deber, la que ha luchado como leona para defenderos de la miseria, castigada... ¿por qué? por una buena obra. ¿Ha dicho Dios que es malo hacer el bien, y librar de la muerte a las criaturas?... ¡Bah!... Ya no te ríes... ¡Qué serio te has puesto!... Es que una razón mía basta para hacerte recobrar la tuya.

-Me he puesto serio, porque pienso ahora una cosa muy triste. Pero dejémosla... Volviendo a lo que hablábamos antes y al motivo de mi risa, tengo que advertirte que ya no me oirás vituperar a tu ilustre cuñado, no digo mío, porque mío no lo es. No pronunciaré contra él palabra ninguna ofensiva, porque como su pan, comemos su pan, y sería indigno que le insultáramos después que nos mantiene el pico. Los infames somos nosotros, yo más que tú, porque me las echaba de inflexible y de mantenedor caballeresco de la dignidad; pero al fin, ¡qué oprobio! disculpándome con mi ceguera, he concluido por aceptar del marido de mi hermana la hospitalidad, y esta bazofia que me dais, y la llamo bazofia con perdón de la cocinera, porque sólo —32→ moralmente, ¿entiendes? moralmente, es la comida de esta casa como la sopa boba que en un caldero, del tamaño de hoy y mañana, se da a los pobres mendigos a la puerta de los conventos... Con que ya ves... No le vitupero, y cuando me reía, no me reía de él ni de sus gansadas, que tú vas corrigiendo para que no te ponga en ridículo... porque ese hombre acabará por hablar como las personas; de tal modo se aplica y atiende a tus enseñanzas; digo que no me río de él, ni tampoco de ti, sino de mí, de mí mismo... Y ahora me entra la risa otra vez: sujétame... Bueno, pues me río a mis anchas, y riéndome te aseguro que he calado el porvenir... y veo, claro como la luz del alma, única que a mí me alumbra... veo que transigiendo, transigiendo y abandonándome los hechos, sacerdote de la santa inercia, acabaré por conformarme con la opulencia infamante de esta vida, por hacer mangas y capirotes de la dignidad... Si esto no es cómico, altamente cómico, es que la gracia ha huido de nuestro planeta. ¡Yo conforme con esta deshonra, yo viéndoos en tanta vileza, y creyéndola no sólo irremediable, sino hasta natural y necesaria! ¡Yo vencido al fin de la costumbre y hecho a la envenenada atmósfera que respiráis vosotras! Confiésame, querida hermana, que esto —33→ es para morirse de risa, y si conmigo no te alegras ahora será porque tu alma es insensible al humorismo, entendido en su verdadera acepción, no en la que le dio tu cuñadito el otro día, cuando se quejaba del mucho humorismo de la chimenea.

Llegaron a su punto culminante las risotadas en esta parte de la escena, y en tal momento fue cuando Torquemada oyó desde fuera el alboroto.

- V -

«No se te puede tolerar que hables de esa manera -dijo la hermana mayor, disimulando la zozobra que aquel descompuesto reír iba levantando en su alma. Nunca he visto en ti ese humor de chacota, ni esas payasadas de mal gusto, Rafael. No te conozco.

-De algún modo se había de revelar en mí la metamorfosis de toda la familia. Tú te has transformado por lo serio, yo por lo festivo. Al fin seremos todos grotescos, más grotescos que él, pues tú conseguirás retocarle y darle barniz... Pues sí, me levantaré: dame mi ropa... Digo que la sociedad concluirá por ver en él un hombre de cierto mérito, un tipo de esos que llaman serios, y en nosotros unos —34→ pobres cursis, que por hambre hacen el mamarracho.

-No sé cómo te oigo... Debiera darte azotes como a un niño mañoso... Toma, vístete; lávate con agua fría para que se te despeje la cabeza.

-A eso voy -replicó el ciego, ya en pie y disponiéndose a refrescar su cráneo en la jofaina-. Y puesto que no tiene ya remedio, hay que aceptar los hechos consumados, y meternos hasta el cuello en la inmundicia que tu... vamos, que la fatalidad nos ha traído a casa. Ya ves que no me río, aunque ganas no me faltan... Te hablaré seriamente, contra lo que pide lo jocoso del asunto... Y de esto dan fe las inflexiones de sátira que se notan... ¿no las has notado?... que se notan, digo, en el acento de todas las personas que han vuelto a entablar amistad con nosotros, después del paréntesis de desgracia.

-Yo no he notado eso -afirmó Cruz resueltamente-; y no hay tal sátira más que en tu descarriada imaginación.

-Es que a ti te deslumbran los destellos de esta opulencia de similor, y no ves la verdad de la opinión social. Yo, ciego, la veo mejor que tú. En fin, déjame que me fregotee un poco la cara y la cabeza, y te diré una cosa que ha de pasmarte.

—35→

-Lo mejor sería que te callaras, Rafael, y no me enloquecieras juzgando de un modo tan absurdo los hechos más naturales de la vida... Toma la toalla. Sécate bien... Ahora te sientas, y te peinaré.

-Pues quería decirte... Se me ha despejado la cabeza; pero es el caso que ahora me retoza otra vez la risa, y necesito contenerme para no estallar... Quería decirte que cuando se pierde la vergüenza, como la hemos perdido nosotros...

-¡Rafael, por amor de Dios...!

-Digo que lo mejor es perderla toda de una vez, arrancarse del alma ese estorbo, y afrontar a cara descubierta el hecho infamante... Cuando más, debe usarse en la cara el colorete de las buenas formas, una vez perdido el santo rubor que distingue las personas dignas de las que no lo son... (conteniendo la risa.) Tú, autora de todo esto, debes ir ya hasta el fin. No te detengas a medio éxito. Fuera escrúpulos, fuera delicadezas que ya resultarían afectadas. ¿No has conseguido aún que el amo os dé coche para salir publicando por calles y paseos la venta que habéis hecho de...?

¡Oh! no me tires del pelo. Me haces daño.

-Es que me pones nerviosa... ¡Pobre ser delicado y enfermo, a quien no se puede aplicar el correctivo de una azotaina!

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-Decía que la venta... Bueno: retiro la palabra. ¡Ay!... Ello es que harás muy bien en sonsacarle el gasto del coche. El otro, mascando las palabras finas con las ordinarias, tascará el freno que tú le pones con tu talento y tu autoridad. A cambio de la representación social con que alimentas su orgullo de pavo... no digo de pavo real, sino de pavo común, de ese que por Navidad se engorda con nueces enteras... a cambio de la representación social, él te dará cuanto le pidas, renegando, eso sí, porque tiene la avaricia metida en los huesos y en el alma; pero cederá, como tú sepas trastearlo, y ¡vaya si sabes! Y conseguirás el abono en el Real y en la Comedia, y las reuniones y comidas en determinados días de la semana. Hartaos de riqueza, de lujo, de vanidad, de toda esa bazofia que ha venido a sustituir el regalo fino de los sentimientos puros y nobles. ¡Que os pague en lo que valéis, que no descanse en sus arcas una sola peseta de las que continuamente trae a ellas el negocio, sucio como alma de condenado! Apenas entre la santa peseta, escamoteadla vosotras, para gastarla en trapos, comistrajes, diversiones públicas y privadas, objetos artísticos, muebles de lujo. Duro con él, a ver si revienta y os quedáis dueñas de todo, que esa sería vuestra jugada.

—37→