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A través de las notas de voz de Sofía, estudiante de secundaria, y de sus intercambios con Luna en Instagram, vamos adentrándonos en la vida de esta adolescente cuyos pilares afectivos son su abuela Estrella, bióloga, y su madre Blanca, médica de Urgencias. Escuchando a Sofía descubriremos sus pensamientos e inquietudes en un mundo dominado por el negacionismo y los discursos de odio, así como los sinsabores de una vida cotidiana en la que se proyecta la oscura sombra del acoso escolar. Pero también se nos revelará el secreto que comparten Blanca y Estrella, cuyo descubrimiento distanciará a Sofía de su madre cuando más la necesita. Recreando con maestría y viveza la realidad de la que está hecha la vida de los más jóvenes, Isabel Alba urde una novela de formación rica en voces y emociones. «Aunque Tortugas es, en esencia, una historia sobre el duelo —con la naturaleza, con la sociedad, con los seres queridos— también es un canto a la reconciliación con la vida. Para Isabel Alba, escribir es una necesidad profundamente vinculada al presente. Todas sus obras comparten un trasfondo crítico y social, y Tortugas no es la excepción». Angelica Francesca Rimini, El Cultural «Todo lo graba Sofía. En la casa familiar. En el Instituto. En su vida. Y es aquí donde el giro de guión, de punto de vista, de esa moral que condena el uso de las redes, todo se vuelve otra cosa. La amistad, el regreso a las horas felices en la casa y fuera de la casa, la denuncia del acoso escolar, la exigencia de un pacto rabiosamente conmovedor por el derecho a una muerte digna, el descubrimiento de que al otro lado de los hilos hay gente –tan mezcla de edades y confluencia de inquietudes– dispuesta a que el mundo y las vidas que lo viven dejen de ser una mierda. […] Métanse hasta el cuello, no en la ambigüedad moral sino en la ruptura del orden mundial que encontrarán en este breve relato de Isabel Alba». Alfons Cervera, infoLibre «Isabel Alba solo ha tenido que tensar un poco más la realidad para crear esta historia. Tortugas se puede leer como un mensaje de ánimo para unas generaciones para las que todo suena a imposibilidad de futuro». Elena Sierra, El Correo «En esta historia de iniciación, de traspaso de saberes entre tres mujeres, se derraman muchos sentimientos y emociones. Hay un enigma que recorre gran parte del recorrido y mantiene una cierta tensión. Hay un sentimiento de agradecimiento a la vida que llena de luz las estancias oscuras del recorrido». Emma Rodríguez, Lecturas Sumergidas «Se trata de una manera renovada de hacer literatura. Reinventada ya no solo por el contenido, sino por la forma de plasmarlo. Tortugas nos cuenta una historia en la que la resiliencia y la memoria juegan un papel crucial». Ángel Molina, El Generacional «Desde hace años ya, leo con gusto las novelas de Isabel Alba. Esta nueva entrega es realmente original. La autora entrega una toma de pulso, tomando como protagonista a una joven, logrando meterse en su mente, haciendo gala de un acertado mimetismo, hasta en el terreno del lenguaje y expresiones empleados, cuyo ejemplo es el de muchos de los problemas que conforman la existencia de la juventud en general… soportando, como las tortugas, el pilar del cielo, y también de la tierra». Iñaki Urdanibia, Kaos en la red
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Seitenzahl: 148
Veröffentlichungsjahr: 2025
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ISABEL ALBA
TORTUGAS
ACANTILADO
BARCELONA 2025
Una tortuga soporta el pilar del cielo.
J. CHEVALIER Y A. GHEERBRANT,
Diccionario de los símbolos
03:33
Estoy metida en una cueva, como la que tanto me gustaba cuando era pequeña, ¿te acuerdas? Nos escondíamos juntas, al despertarnos, por la mañana temprano, siempre que me quedaba contigo, cuando la luz empezaba a entrar por las rendijas que te empeñabas en dejar en la persiana. La cueva es el hueco oscuro que forman la sábana y tu manta. Me he quedado con tu manta. Huele bien. Como hueles tú. Me gusta tu olor. Me recuerda a ti. A tu cuerpo y a tu jabón. Siempre odiaste las colonias. Y los ascensores, donde se acumulan los olores de otras personas, eso decías. En realidad, fuera de nuestra cueva, nunca te gustó estar encerrada en ninguna parte. Hablo bajito, espero que me oigas bien, es por no despertar a mamá. Aunque sería difícil. Como todas las noches desde que no estás, se ha sentado en el sofá, ha puesto la tele y ha suspirado mirando al infinito en lugar de a la pantalla. No ha querido cenar ni meterse en la cama. Sólo, al ver que me iba a mi cuarto, me ha pedido un vaso de agua para tomarse su pastilla, ya sabes, la que usa por el insomnio desde la pandemia. Le he dado la que quedaba en la nevera porque ya habían cortado la del grifo. Sigue en el sofá. Se ha dormido sentada, tiesa, lista para levantarse de un salto cuando le suene la alarma del móvil. Ya no se oye la tele. La he apagado yo. Antes, si alguna vez se quedaba encendida, la apagabas tú. Jo, qué mierda, me estoy enrollando de mala manera y nunca llego a lo que quiero contarte. O me centro de una vez o no voy a ningún sitio. Verás, me he refugiado aquí, en esta cueva nuestra, para contarte una noticia que te va a hacer saltar de alegría. Han encontrado en un asteroide una de las letras del ARN. ¿Y adivinas cuál? El uracilo. ¡Mi favorita! Si aún estuvieras aquí habríamos cerrado juntas los ojos e imaginado una lluvia de meteoritos portadores de moléculas de vida cayendo sobre la Tierra. De eso hace millones de años. Me refiero a la lluvia de meteoritos. Desde que tú te fuiste ha pasado poquísimo tiempo. Pero se me está haciendo larguísimo. La verdad es que sin ti no tengo ganas de imaginar nada. Aunque me gusta pensar qué dirás al enterarte de este notición. Puedo oírte soltándome lo simple que es la vida y el milagro que es al mismo tiempo. Lo fortuito de su aparición y lo tristemente previsible y humana que va a ser su extinción. Bueno, sé que después te disculparás, no quieres ponerme triste con pensamientos pesimistas en un día como hoy, me dirás, en el que tenemos tanto que celebrar, que hayan encontrado uracilo en un meteorito es lo más hermoso del mundo, ¿no te parece? Pues sí. Sí que lo es. Yo tampoco quiero ponerte triste diciéndote cuánto me acuerdo de ti y lo que te echo de menos. Todo el rato pasan cosas, te las voy a contar, te busco por la casa, y no estás. Está tu ropa en el armario y tus zapatillas junto a la cama y tus libros, que mamá dice que ahora son míos, sobre la mesilla y el paraguas negro, con la varilla rota, colgado del radiador. Hasta me parece oír tus pasos, pero no eres tú, sino mi cerebro que me juega malas pasadas. Tú me lo negarías, claro, dirías que mi cerebro sólo busca mi bienestar. Pero a veces me descubro dándome golpecitos con el puño en la cabeza y diciéndole, no hagas eso. Ya lo dejo. Te lo juro, de verdad que no quiero ponerte triste. No me olvido de nuestro pacto, eh, no ponernos tristes la una a la otra, lo tengo grabado. No alimentar la tristeza de la otra, dices tú. Adenina, citosina, guanina y uracilo, las letras de la vida. ¡Cuántas veces me las repetiste de pequeña, cada vez más rápido, como un trabalenguas, para entretenerme! ¿Te acuerdas? Me partía de la risa cuando te tropezabas en una de ellas. Bueno, te dejo, es muy tarde y mañana tengo que ir al instituto. ¡Qué perezón! Adenina, citosina, guanina y uracilo, esta noche las repetiré yo, sin trabarme, hasta que me quede dormida. Últimamente duermo poco. Buenas noches, Estrella. Te quiero.
1:14
¿¡Vas a grabarlo!?
¡Claro! Así, si una no cumple, la otra sólo tiene que reenviárselo. Te lo mando por WhatsApp.
¿Y no es más fácil escribirlo en un papel y firmarlo ambas?
Podemos fotocopiarlo.
¡Ja, ja, ja, mira que eres boomer!
Vale, tú ganas. ¿Empezamos ya?
¡Huy! ¡Llevo un rato grabando y ni te has enterado!
A ver, Estrella, y yo, Sofía, estamos sentadas en el sofá, delante de la ventana. Al otro lado, sobre la rama del árbol, hay un montón de cotorras en fila, apretadísimas, como una gran mancha verde, chillándonos. ¡Hola, cotorras! Nos miran con sus ojillos oscuros y un poco maliciosos, igual que siempre. ¡Son unas pesadas! Cerramos la ventana para no oírlas.
¿Te acuerdas de los gorriones? Mi madre solía sacudir el mantel en el alféizar. Sobre todo en invierno, se llenaba de gorriones que venían a por las miguitas de pan. Te lo he contado muchas veces.
Sí, pero no cambies de tema. ¡Chiss! Vuelvo a empezar:
Estrella y yo estamos sentadas en el sofá delante de la ventana y acabamos de llegar a un acuerdo. Este audio sirve para corroborarlo. Se dice así, ¿verdad?
¡No podías haberlo dicho mejor!
Y nuestro acuerdo es procurar no ponernos tristes la una a la otra.
No alimentar la tristeza de la otra.
Eso. Y lo cerramos con un apretón de manos.
¡Y un abrazo!
00:48
Estoy sola, sentada en el suelo, entre la cancha de baloncesto y el campo de fútbol. Hasta hace un minuto, no estaba ni tan mal. Había trazado un círculo a mi alrededor. No era un círculo de verdad, claro, sino en plan imaginario, pero a mí me vale igual. Con los ojos cerrados, siento que nadie lo puede traspasar. Y ¡zas! balonazo en el pecho. Me he quedado sin respiración. He abierto los ojos y tenía delante a Alberto con su sonrisita de flipao. Ha cogido el balón y ha salido corriendo. Entonces la he visto mirándome desde el campo de fútbol. Sé que ha sido ella quien me ha lanzado el balón. Estrella la llama Mispíquel, porque expulsa vapores tóxicos. Estrella le pone mote a todo el mundo. Pues Mispíquel sigue ahí parada, sin dejar de mirarme. Yo también la miro mientras grabo. Sabe que estoy hablando de ella y eso la pone furiosa. Ya está. Ya viene hacia aquí. Voy a hacerle una foto. O un vídeo, mejor. Que se joda.
00:22
¿Sofía, has visto mi móvil? Necesito saber mi horario de esta semana y no lo encuentro por ninguna parte.
¿Me estás grabando?
¡Apaga eso ahora mismo!
¡Apágalo! ¿Me oyes?
Sofía, estoy cansada. Hoy he atendido noventa y dos urgencias. ¡Noventa y dos! Más a un montón de personas sin tarjeta. ¿Entiendes lo que es eso?
¡Y ya me pueden decir lo que quieran! No voy dejar a nadie en la calle.
Apágalo, anda.
03:12
Este audio es sólo para mí. No quiero que tú lo oigas. Porque voy a hablar de mamá. Y mamá es tu hija y la adoras. Yo también la adoro, pero a veces me harta. También a ti te harta a veces, aunque nunca lo digas. Incluso me regañabas cuando me quejaba. Tampoco quiero que te enteres de que te echa de menos, te pondrías triste. Lo sé porque nunca te nombra. Ni yo. El otro día fui a decir, ¿te acuerdas de cuando Estrella no te dejaba matar a las arañas porque se comían los mosquitos? Pero no lo hice. Aunque seguro que mamá se acordaba, porque se bajó de la silla, volvió a ponerse la zapatilla y no aplastó a la araña que había en el techo. Anoche la vi asomada a la ventana mirando con insistencia al cielo y quise explicarle que las estrellas están ahí, que el motivo de que no las vea es la contaminación lumínica, que es algo malísimo, porque altera los ritmos biológicos de las plantas, los animales y las personas y que quizás esa luminosidad que le impide ver el cielo oscuro por completo como antes hace que se sienta fatal, pero me mordí la lengua, porque lo primero me lo contaste tú, y se iba a dar cuenta, y lo segundo no sé si es verdad o me lo inventé sólo para consolarla, y no te tengo a ti para consultártelo. Siempre te lo he preguntado todo. Hasta las dudas del colegio. Me hacía gracia cuando no sabías algo y lo buscabas con el móvil. Mira que te ponías plasta. No parabas hasta que lo encontrabas. Para entonces, yo pasaba de la pregunta y estaba en TikTok. A veces, incluso me iba a mi cuarto y ni te dabas cuenta. Seguías a lo tuyo. Y es que rendirte, no te rindes jamás.
Me pregunto si dejarnos fue una rendición.
No te pega nada.
No me gusta pensar en esto.
La única vez que mamá y yo hemos hablado de ti desde que no estás fue cuando me dijo que me quedase tus libros. Ya sabes que no los he tocado, siguen en tu mesilla. Pues me dijo, seguro que Estrella quería que los tuvieras tú. Y me acordé de que es por mamá por lo que yo también te llamo así, Estrella. ¿Recuerdas tu último cumple? Mamá trajo una botella de champán para celebrarlo. Estaba contenta. Siempre que tiene vacaciones está contenta. Contó que, cuando era pequeña, le encantaba llamarte por tu nombre en lugar de mamá. Le parecía que tenías un nombre increíble, María Estrella de los Reyes Magos. Y que a veces te buscaba la cola de brillantina debajo del abrigo, y cuando te ponías un sombrero, hay montones de fotos mías con tus sombreros, de pequeñita me los prestabas para disfrazarme, pues cuando te ponías un sombrero, que era casi todos los días, porque nada te gusta más que los sombreros, mamá solía imaginar que debajo se escondían las puntas brillantes de la estrella. Nos reímos mucho las tres. Contó que incluso un año escribió a los Reyes Magos que su único deseo era ser una estrella como su mamá, y tú dijiste que era la niña más cursi del mundo. Y que una vez te preguntó por qué tú, que tenías un nombre tan chulo, le habías puesto a ella uno tan soso, Blanca. Le explicaste, esto es muy tuyo, que la luz blanca es la suma de todos los colores. Y al día siguiente mamá volvió del colegio superdisgustada, enfadadísima contigo porque le habías mentido, en clase de dibujo, al mezclar todos los colores, salía negro. Tuviste que pedirle perdón y aclararle que una cosa es la luz y otra los pigmentos. Mamá se rio muchísimo al contarlo, y dijo que lo único que le había quedado claro de todo aquello era que dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. Y que eso le había sido muy útil en su carrera como médica.
¿Por qué mamá ya no se ríe nunca?
Pero esto no quiero que lo sepas.
Tampoco es cierto que esté harta de mamá.
Lo que sí es verdad es que tus dos niñas, ¿nos sigues llamando así?, te echamos mucho de menos.
00:06
¿Sabes? Esto no te lo diré nunca. Y a mamá tampoco. Pero os oí aquella noche.
LUNA QUIERE ENVIARTE UN MENSAJE.
L. Hola
Flipo con tus publicaciones
Me encanta la d los sonidos q hacen las plantas cuando están estresadas
Está chula!
Gracias
No son sólo mías
También de Estrella
L. Tienes una amiga
q se llama Estrella? Emoji
manos formando un corazón
Es mi abuela
Escribe los textos
Yo me ocupo de las fotos y los reels
A Luna
le ha gustado un mensaje
L. Me gustan las dos cosas
Mola mazo tener una abuela así
Gracias
L. Hace mucho q no subís nada
Foto de un libro
de texto sobre una mesa
Ahora no puedo hablar
Adiós Luna
L. Cómo te llamas?
Sofía
L. Adiós Sofía
04:00
Hace un rato he entrado en tu habitación. Estoy sola en casa y no me gusta. No es que tenga miedo. Miedo no tengo. Pero no me gusta. Antes siempre estabas tú. He abierto la puerta despacito. He asomado primero la cabeza. Luego he metido la mano y he encendido la luz porque ya era de noche. Cuando menos me gusta estar sola en casa es por las noches. Pero hoy mamá tiene turno en el hospital. Luego he entrado. Todo está igual, ya te lo he dicho. Mamá no ha tocado nada. Y yo tampoco. Los libros siguen en la mesilla, en un montón. Son los únicos que te quedaste de todos los que tenías en tu casa. ¿Te acuerdas la de horas que pasaba de cría mirando los lomos? Eran todos diferentes, altos, bajos, gruesos, finos, de distintos colores y tipos de letra. Había novelas, filosofía, psicología, ciencia, historia, poesía. Siempre me animabas a que no sólo los mirase, sino que los leyera. Pero yo, lo sabes, nunca he sido muy de leer. Prefiero los vídeos, los reels y los podcast, o que tú me cuentes cosas o me las leas. Desde pequeña he aprendido más gracias a ti que al colegio. Me leías en voz alta, seguro que lo hacías desde que estaba en la cuna, pero no me acuerdo, y ahora no puedo preguntártelo. Enseguida dejaste los cuentos, de eso sí me acuerdo, y te pasaste a la filo, la bio y las novelas de aventuras, además de la poesía. Yo no entendía mucho, pero disfrutaba oyéndote, tu voz era como música, la entonación, el ritmo, igual que cuando escucho jazz. El jazz también me lo descubriste tú. Cuando me leías y no entendía nada, me consolabas diciéndome que daba lo mismo, que se quedaría en algún lugar de mi cerebro y estaría ahí, esperándome. No tengo ni idea de si ha sido así, pero algunos libros los leímos tantas veces que me sé párrafos enteros de memoria. Pues me he acercado a la mesilla y he mirado el montón. He contado doce. Arriba del todo estaba El viaje del Beagle. Luego te mando una foto de la tapa. Lo leímos muchas veces. Nos encantaba a las dos. Es la mejor historia de aventuras del mundo, aunque no sea una novela, sino un viaje de verdad. Recuerdo perfectamente las ilustraciones y cómo me gustaban las descripciones de Darwin de los paisajes y los animales que encontraba durante sus expediciones. Al ir a abrirlo, ha caído una hoja cuadriculada. Eran dos poemas, escritos con tu letra. Nunca me has dicho que escribes poesía. Los he leído y he entendido que era por cumplir nuestro pacto, porque, no voy a negártelo, me han puesto más que triste, tristísima. Tal vez no debería haberlos leído. Aunque, según mamá, querías que yo me quedara los libros. Pero igual te habías olvidado de que los poemas estaban en uno de ellos. Voy a leerte el que se titula A MI MADRE, escrito con mayúsculas. El más triste lo dejo para otro día. Yo sólo he visto a tu madre en fotos. Sé que era enfermera, en una de las fotos lleva uniforme. En otra, está contigo y no os parecéis en nada. Pero seguro que tú lo sabes mejor que yo porque la conociste. Te leo, no creo que pueda hacerlo tan bien como tú, lo siento:
Hoy he visto
Tu rostro en el mío
Como viera
Antaño
El de mi abuela
En el tuyo
Hoy he visto
En mi rostro
La eternidad
Después de leerlo por primera vez, en tu cuarto, fui al baño y me miré en el espejo. Me acerqué mucho para verme mejor. No encontré tu cara en la mía. Por si acaso, me hice mazo de selfies