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Trazos y rostros de la fe presenta de manera cronológica treinta personajes de la historia de la espiritualidad cristiana, desde los primeros siglos hasta finales del siglo xx. Para cada uno de los personajes, el autor nos ofrece Ilustraciones siguiendo el estilo y la obra del artista gráfico estadounidense Kreg Yingst, quien por medio de grabados en xilografía (tallado en madera), ofrece representaciones de grandes personajes de la fe y otros. Cada personaje aparece con una breve biografía, una cita tomada de alguno de sus textos más representativos, un texto bíblico que se asemeje en su mensaje y una pregunta de aplicación espiritual. Se dirige a toda lector que tenga interés en conocer a los grandes personajes de la le cristiana, sus enseñanzas y el significado de su mensaje para nuestros días. Se puede usar como libro de lectura personal o también en grupos de reflexión y crecimiento espiritual. Se eligió la lista de personajes con el fin de que representara el más amplio espectro del cristianismo, unos vinculados a la Iglesia católica, otros a la fe ortodoxa, otros al protestantismo histórico y a otras corrientes del cristianismo histórica.
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Seitenzahl: 128
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Sinopsis
Trazos y rostros de la fe presenta de manera cronológica treinta personajes de la historia de la espiritualidad cristiana, desde los primeros siglos hasta finales del siglo XX. Para cada uno de los personajes, el autor nos ofrece ilustraciones siguiendo el estilo y la obra del artista gráfico estadounidense Kreg Yingst, quien por medio de grabados en xilografía (tallado en madera), ofrece representaciones de grandes personajes de la fe y otros. Cada personaje aparece con una breve biografía, una cita tomada de alguno de sus textos más representativos, un texto bíblico que se asemeje en su mensaje y una pregunta de aplicación espiritual.
Se dirige a todo lector que tenga interés en conocer a los grandes personajes de la fe cristiana, sus enseñanzas y el significado de su mensaje para nuestros días. Se puede usar como libro de lectura personal o también en grupos de reflexión y crecimiento espiritual. Se eligió la lista de personajes con el fin de que representara el más amplio espectro del cristianismo, unos vinculados a la Iglesia católica, otros a la fe ortodoxa, otros al protestantismo histórico y a otras corrientes del cristianismo histórico.
Trazos y rostros de la fe
30 destellos de espiritualidad cristiana
© 2025 Harold Segura C.
© 2025 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2025-00541
Segunda edición digital, enero de 2025
Primera edición digital por juanuno1, noviembre de 2020
Categoría: Religión - Espiritualidad
ISBN N° 978-612-5026-49-1 | Edición digital
ISBN N° 978-612-5026-48-4 | Edición impresa
Editado por:
© 2025 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Para su sello editorial: Ediciones Puma
Av. 28 de Julio 314, Int. G, Jesús María, Lima
Apartado postal: 11-168, Lima - Perú
Telf.: (51) 993246266
E-mail: [email protected] | [email protected]
Web: www.edicionespuma.org
Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Edición: Alejandro Pimentel
Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla
Reservados todos los derechos
All rights reserved
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.
Salvo indicación especial, las citas bíblicas se han tomado de La Palabra, (versión española) ©2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España.
ISBN N° 978-612-5026-49-1
Disponible en: www.edicionespuma.org
Dedicado con gratitud a Manfred Grellert PhD, amigo, tutor y hermano mayor en la fe, con quien aprendí que la espiritualidad cristiana se alimenta de fuentes antiguas, pero se practica en contextos actuales, sirviendo, amando y comprometiéndose, como Jesús, con las personas más vulnerables.
El reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe; consiste en una vida recta, alegre y pacífica que procede del Espíritu Santo.
Romanos 14.17
Presentación a la segunda edición
Este libro combina dos de mis grandes aficiones: la historia de los grandes maestros y maestras de la espiritualidad cristiana y el dibujo, unidas en mi anhelo de cultivar la fe, profundizar en la espiritualidad y compartir con los lectores los caminos que, aún hoy, sigo recorriendo.
Los años han pasado, pero el gusto por plasmar rostros y explorar sus historias sigue intacto. Desde la primera edición de Trazos y rostros de la fe, me ha cautivado la mezcla de retrato y palabra que aquí se ofrece. Como antes, cada uno de estos personajes sigue siendo un faro de inspiración que ilumina la vida espiritual y el compromiso de fe. A mi lista inicial se suman ahora cinco nuevos rostros: Edith Stein, El peregrino ruso, Fannie Lou Hamer, Charles de Foucauld y Katharina von Bora, compañera de Martín Lutero.
Estos cinco nombres de caminos y épocas tan distintos completan un mosaico de rostros cuya fe y coraje siguen interpelando nuestras vidas. Edith Stein y El peregrino ruso, con su profunda espiritualidad, nos llevan a mirar hacia dentro; Fannie Lou Hamer, activista de los derechos civiles, nos desafía a mantener la justicia como una tarea ineludible; Charles de Foucauld, con su testimonio en el desierto, nos invita al silencio y la fraternidad, y Katharina, con su firmeza y compromiso, nos recuerda la dimensión humana de la Reforma y la importancia del trabajo compartido en la fe.
Como en la edición anterior, en cada página encontrarán un rostro, un esbozo biográfico, una cita del personaje, un versículo bíblico y una pregunta para la reflexión. Este material de espiritualidad histórica y artística invita tanto al encuentro personal como al diálogo comunitario, por lo que puede usarse como recurso devocional individual o en grupos pequeños, donde la vida y enseñanzas de estos personajes cobran una nueva dimensión cuando compartimos nuestras preguntas y hallazgos con los demás.
Agradezco nuevamente a quienes, con su apoyo, hicieron posible esta segunda edición y en especial a quienes se acercan a este libro para conocer y profundizar en sus propias raíces de fe. Gracias a quienes, desde el 2019 han leído la primera versión de este libro, me han enviado sus recomendaciones y, con ellas, me han animado a la edición que tienen ahora entre manos. Que estos trazos, aunque modestos, les permitan recorrer el camino de la fe junto a aquellos y aquellas que «dejándolo todo, lo siguieron» (Lucas 5.11), inspirándonos a hacer lo mismo en los desafíos de nuestro propio tiempo.
Harold Segura
San José, Costa Rica, 2024
Prólogo
Mi hermano era profesor de Antiguo Testamento, y yo me dediqué a estudiar la historia de la iglesia. Un día nuestra madre, con un poco en tono jocoso, nos preguntó: «¿Cuándo uno de ustedes se va a ocupar de alguien que esté vivo?» Nosotros nos reímos y cambiamos el tema. Pero después, pensándolo mejor, se me ocurrió que debí haberle contestado: «Jesús bien dijo que nuestro Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Abraham habrá muerto en la carne, pero vive en Dios. Agustín habrá muerto en la carne, pero vive en Dios. Macrina habrá muerto en la carne, pero vive en Dios. ¡Nuestro Dios no es Dios de muertos, sino de vivos!»
Si nuestro Dios fuese Dios de muertos, podríamos desentendernos por completo de todos esos, nuestros antepasados en la fe que vivieron hace siglos. ¡Pero no! Nuestro Dios es Dios de vivos. Crisóstomo, Lutero y Wesley vivieron en la carne y en este mundo hace siglos. ¡Pero todavía viven en Dios? Y porque viven en Dios no son solamente nuestros antepasados en la fe, ¡sino también nuestros hermanos!
Esa Biblia que leemos tanto en la iglesia como en nuestras devociones privadas, y en la que Dios nos habla, es parte de la herencia que todos esos hermanos y hermanas nos han legado. La Biblia nos llegó no solamente porque bajo la dirección del Espíritu Santo Pablo escribió una Epístola a los Romanos, y Lucas escribió el libro de Hechos, sino también porque algún cristiano del siglo segundo cuyo nombre no sabemos encontró tal riqueza en la carta que Pablo les escribió a los romanos y en el libro que Lucas escribió, que los copió. Los copió porque Dios le llevó a hacerlo. Siglos después otro hermano nuestro —probablemente un monje dedicado a la devoción y el estudio, quizá allá por el siglo cuarto— también movido por Dios, copió lo que aquel otro hermano del siglo segundo había copiado. Y así sucesivamente, en una cadena ininterrumpida de copistas, la Biblia se fue abriendo paso a través de las edades hasta llegar a nuestros días.
Y no fueron solamente copistas, sino también traductores. Algún tiempo antes de Jesucristo, en Egipto, hubo quienes se ocuparon de traducir la Biblia hebrea (lo que hoy llamamos «el Antiguo Testamento») al griego. Otros la tradujeron al latín. En el siglo cuarto, Jerónimo lo tradujo todo al latín del vulgo (por lo que su traducción se llama la «Vulgata»), como en fecha mucho más reciente, pero con propósitos semejantes, las Sociedades Bíblicas produjeron una Versión Popular.
Y no fueron solamente copistas y traductores, sino que tras ellos hubo una enorme muchedumbre de creyentes, la inmensa mayoría de ellos analfabetos, y muchos otros que aunque supieran leer no podían tener ejemplares de la Biblia, pero la escucharon leída repetidamente en voz alta en la iglesia, y la vieron resumida en esculturas y vitrales.
Esa enorme multitud que nadie puede contar, de todo pueblo, lengua, nación y siglo, vive todavía en este Dios nuestro que no es Dios de muertos, sino de vivos.
Entre todos ellos, unos pocos dejaron testimonio escrito de su fe. De entre esos pocos, una pequeña minoría produjo materiales que alguien consideró dignos de copiar y conservar. Eso es todo lo que nos queda de aquellos miles y millones de hermanos y hermanas nuestros. Eso, ¡y la convicción de que viven en el mismo Señor en quien nosotros vivimos!
Es por eso —y por mucho más— que nos gozamos al ver lo que el profesor Harold Segura ahora pone en nuestras manos —y en las manos de todo el pueblo de Dios. Con sus brevísimas biografías, sus citas bien seleccionadas, sus referencias a textos bíblicos que se relacionan con cada tema o persona, Segura pone al alcance de todo el pueblo de Dios, en una treintena de ejemplos, la destilación de veinte siglos, de millones de rodillas dobladas ante el mismo Señor ante quien hoy nos hincamos.
Acércate entonces, lector o lectora, con los pies metafóricamente descalzos, como Moisés ante la zarza, porque al entrar a estas páginas, bien puede ser que veas vislumbres de la gran muchedumbre, la cual nadie puede contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, delante del trono y en la presencia del Cordero que, aunque muerta ante los ojos humanos, ¡vive todavía en el corazón de Dios!
Justo L. González
Adviento de 2024
Antonio Abad
(c. 251–356)
«Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?»
Esbozo biográfico
Es Antonio Abad o Antonio el Grande a quien se le reconoce como fundador del movimiento eremítico, que estaba conformado por personas que, como él, cultivaban su espiritualidad en el desierto. Lo habían decidido así porque querían vivir su fe lejos del agitado mundo de las ciudades de la Antigüedad y, sobre todo, distanciados de los centros de poder eclesial. Ante el avance inusitado del cristianismo institucional, aliado al poder imperial y apegado a sus propios intereses, Antonio y un gran número de cristianos y cristianas, decidieron huir al desierto. Él fue el primero. Su huida no era evasiva; era una forma consciente de resistencia espiritual y de protesta valiente ante la avalancha de éxitos que ya pregonaba el cristianismo de Roma.
Posteriormente, el movimiento que Antonio inicia se logra ampliar, más allá de los desiertos, hacia las montañas de Siria y los centros de Italia, entre otros lugares. Eremita significó, entonces, no solo quiénes vivían en esos lugares particulares, sino, más bien, quienes habían decidido vivir apartados y buscar de esa manera su fe. Antonio optó por una fe sencilla y, de alguna manera, una vida cristiana discreta. Para él fue más importante salvarse a sí mismo (de las tentaciones del poder, la ambición y el desenfreno), antes de esforzarse por salvar a los demás.
Para él, la primera batalla que había que ganar era contra sí mismo. De esto se trataba lo que él llamaba «salvación»: liberarse de los pensamientos que se oponían a la voluntad del Señor, de sus caprichos egoístas, en resumen, de los demonios de su propio corazón. Por eso se preguntaba: «¿cómo me salvaré?» Antonio encontró aquella salvación en el desierto, donde vivió por quince años. Después, empezó una labor pastoral con decenas de discípulos que iban hasta el desierto para buscar orientación y consejo. Así vivió hasta su muerte, cerca del Mar Rojo, con más de cien años, según se cree.
Atanasio (296-373), obispo de Alejandría, escribió Vida de Antonio,1 biografía que se considera el documento más importante del movimiento monástico de aquellos siglos. A esta obra se debe acudir para conocer la vida del hombre de «sabiduría divina, lleno de gracia y cortesía», según lo describió Atanasio.
Una muestra de su legado espiritual
«Un día el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios: “Oh, Señor, yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en la aflicción?” Entonces, asomándose un poco, Antonio ve a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: “Haz así y serás salvo”. Al oír aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó».2
La Biblia dice…
Riqueza efímera mengua; quien reúne poco a poco prospera. Esperanza aplazada oprime el corazón, deseo realizado es árbol de vida. Quien desprecia un precepto se pierde, el que respeta un mandato queda a salvo. La enseñanza del sabio es fuente de vida, sirve para huir de los lazos de la muerte.
Proverbios 13.11-143
Preguntémonos…
Ante el exacerbado individualismo consumista y una cultura que gira en torno a la satisfacción personal, ¿de qué (o de quiénes) debemos huir para cultivar una vida más plena, equilibrada y en paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo?
1 Atanasio, Vida de Antonio. Madrid: Ciudad Nueva, 1994.
2 Luciana Mortari, Vida y dichos de los padres del desierto (Volumen i). Bilbao: Desclée De Brouwer, 1996, pp. 83-84.
3 Todas las citas bíblicas han sido tomadas de La Palabra (versión española). Madrid: Sociedad Bíblica de España, 2010.
Padres y madres del desierto
(Siglos iii–iv)
«Dijo un anciano: “Prefiero un fracaso soportado con humildad que una victoria obtenida con soberbia”».4
Esbozo biográfico
Luego de Antonio Abad, el primer ermitaño, lo siguieron hombres y mujeres cristianos ávidos de imitar su ejemplo de humildad y serenidad. Antes de terminar el siglo iv, los ermitaños poblaban muchos de los desiertos de Egipto y Siria. Escribieron poco, pero vivieron mucho, con intensidad y pasión evangélicas. De aquellos padres y madres nos quedan sus dichos e historias, que se conocen como apotegmas.5
¿Qué los condujo a vivir el Evangelio de aquella manera? Quizá fue el recuerdo de las primeras comunidades cristianas, tal cual se describen en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2.42-47; 4.32-37). También el hecho de que por aquellos años la fe había decaído y muchas personas anhelaban revitalizarla. La vida solitaria en el desierto y las montañas ofrecía una oportunidad para poder seguir a Jesús de una manera radical.
A comienzos del siglo iv «Constantino el Grande, junto a Licinio, habían decretado la tolerancia por medio del Edicto de Milán. A partir de ese momento, la iglesia quedó ligada a los beneficios del poder imperial. Los intereses políticos se unieron a los intereses eclesiásticos; las persecuciones cesaron, la fe se instaló en las poltronas del imperio, y los cristianos sucumbieron ante la tentación de la popularidad».6