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Treinta aparece un día anunciando que es Anamaría en el futuro, hablando de un amor raro y de jóvenes que deben ser salvadas. Anamaría tendrá solo trece años, pero no es ninguna tonta. Aunque Treinta parezca inofensiva, es una extraña. Y las chicas tienen que cuidarse de los extraños. Especialmente en los 90. Especialmente en su amada Ciudad Juárez. Donde la desaparición de mujeres y niñas se ha vuelto tan frecuente que el mayor miedo de todas es volverse una "encontrada". Además… Anamaría no necesita que nadie la salve. Aunque es cierto que se exige por demás, que el abuso en el colegio se ha vuelto intolerable, y que últimamente ha estado teniendo sueños mortales y febriles, en una ciudad marcada por la tragedia… ¿Qué más da una chica triste?
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Treinta aparece un día anunciando que es Anamaría del futuro, hablando de un amor raro y de jóvenes que deben ser salvadas. Anamaría tendrá solo trece años, pero no es ninguna tonta. Aunque Treinta parezca inofensiva, es una extraña. Y las chicas tienen que cuidarse de los extraños.
Especialmente en los 90.
Especialmente en su amada Ciudad Juárez. Donde la desaparición de mujeres y niñas se ha vuelto tan frecuente que el mayor miedo de todas es volverse una “encontrada”.
Además… Anamaría no necesita que nadie la salve. Aunque es cierto que se exige por demás, que el abuso en el colegio se ha vuelto intolerable, y que últimamente ha estado teniendo sueños mortales y febriles, en una ciudad marcada por la tragedia…
¿Qué más da una chica triste?
Si te gustó este libro no puedes perderte…
Hecha de estrellas,Ashley Herring Blake
Imperfecto, Laura Silverman
Con toda la furia, Courtney Summers
Argentina:
México:
Alessandra Narváez Varela
Es una poeta y educadora nacida y criada en Ciudad Juárez, México. Conocida por Juan Gabriel y los juarenses como “la frontera más bella del mundo”. Actualmente Alessandra vive del otro lado de El Río Bravo, en El Paso, Texas.
Como mujer bilingüe, escribe mayormente en inglés y Spanglish. Es muy apegada a sus padres y a sus estudiantes, y asegura que “enseñar es un sueño que nunca supe que tenía”.
Treinta me habla de amor es su primera novela en verso.
¡Visítala!
www.alessandranarvaezvarela.com
Para Amanda y Carlos, mis
padres: vértebras de mi
espalda, sangre y músculo
de mi corazón. Los adoro.
Toda palabra que escribo es
suya. Todo lo que soy es por
ustedes.
To Amanda and Carlos, my
parents: vertebrae of my
back, blood and muscle of
my heart. I adore you. Every
word I write is yours. All I am
is because of you.
Para las mujeres y niñas que hemos
perdido en Ciudad Juárez: la poesía no
regresa vida, la poesía no es justicia, pero
ella recuerda y no nos deja olvidar. Que los
benditos pasos en el paraíso que habitan
sean plenos y ligeros. Que lo que hagamos
en su memoria sea siempre digno de su
nombre. Que pronto llegue el día que
esta imperfecta, pero hermosa ciudad
nuestra nunca pierda a una mujer o niña
mas. Hasta entonces, por favor acepten la
humilde oración que es este libro.
To the women and girls we have lost in
Ciudad Juárez: poetry doesn’t give back life,
poetry is not justice, but she remembers
and doesn’t let us forget. May the blessed
steps you walk in the paradise you inhabit
be full and light. May what we do in your
memory always be worthy of your name.
May the day this imperfect, yet beautiful
city of ours never lose one more of you
arrive soon. Until then, please accept the
humble prayer that is this book.
Ella me encontró. Golpeóel lateral del baño del Multicinema,donde yo me sentaba, conla vista fija en la manchacolor fresa de mi ropa interior.¡Toma!, me dice ahora, y me da unatoalla con envoltorio verde lima.Susurro “gracias” porque medijeron que se puede aceptaruna toalla de una desconocida.Además, el cine es un lugarpúblico más o menos seguro.Encuéntrame en el puesto de comida.Podrás ver Buscando a Evaal menos cinco veces, dice condemasiado entusiasmo. Se me ponela piel de gallina: ¡me está siguiendo!No es una exageración: en mi hogar,Ciudad Juárez, y en mi época, 1999,
desaparecen chicas comoagua por el desagüe. Una cita con
cualquiera no será mi final.
Tengo trece, no soy tonta.
Cuando el alma me vuelve a los huesos
tiro de la cadena, no me lavo las manos
y doy un portazo al salir.
Sin aliento y sudorosa, me echo en la
butaca de gamuza roja junto a Chachita,
mi mami. Me pregunta qué pasa. Nada,estoy bien, digo yo, pero todavía me laten
los oídos. No estoy bien. Trato de verla película: un hombre vivió en un búnker
treinta y cinco años porque su padrepensaba que una bomba nuclear destruiría
los EE. UU. ¿Hay búnkeres en CiudadJuárez?, le pregunto a Papiringo, mi papi, que
tiene el bigote lleno de palomitas. Anamaria,shh, murmura él. La miro a Chachita.
Quizás, ¿por qué?, dice ella, bebiendo unaDiet Coke con lima. Estaríamos más seguros,
con menos miedo, digo muy rápido. ¿Qué? preguntaChachita. Papiringo dice shh otra vez. Respiro
fuerte y les aprieto las manos: los dedos de
esqueleto de Chachita hacen crac. Los dedos
de salchicha de Papiringo no emiten sonido.
Yo: Anamaria Aragón Sosa. Papis: Chachita, alias Amanda Sosa, y Papiringo, alias Carlos Aragón. Lugar: Ciudad Juárez, Chihuahua, México, a un río-charco de distancia de El Paso, Texas, Estados Unidos. Casa: Una planta, dos dormitorios, un baño y medio, y un jardín triangular minúsculo en el que Chachita mata geranios. Calle: Rancho Carmona, no es un rancho de verdad. Mascotas: Algún que otro escorpión, alguna mariposa perdida y ningún perro porque “no tenemos espacio”. Lugares destacados: Cerca del primer Walmart de la ciudad, un cine y una alcantarilla sin tapa que desborda cada mayo. Ahora es febrero. Trabajos: Mis papis son dueños de El Colorín, una taquería de la calle Adolfo Pérez Mateos. Aquí es donde estoy casi todo el tiempo, y donde hago la tarea, porque ese es mi trabajo: la escuela.
Nombre: Instituto Sor Juana Inés de la Cruz.
Alias: Sor. Uniforme: jumper gris que
llega a media pierna, con SJIC bordado
en blanco del lado izquierdo. Calcetas azules
y zapatos lustrados negros como vinilo. Casi
iguales a monjas, pero sin velos ni rezos. Pelo:
una coleta baja, ni alta ni dos como Britney Spears.
Los chicos, como soldados, con cortes
clásicos llenos de gel. Lema: Honor a quien
honor merece, y si quieres honor,
los libros deben estar henchidos de la saliva que
queda cuando tu cuello demuestra ser una
grúa inútil para la cabeza dormilona. Supervivencia:
estudiar, estudiar, estudiar. Big boss: la directora
Martínez, que corta las camisas que se salen de los
pantalones y te tira de la oreja si te descubre
corriendo en el patio. Leyenda: tiene un collar
hecho de orejas arrancadas y bebe
té de Tarahumara para no morirse nunca. Little bosses:
monitores con faldas grises, caras
grises y ojos en la nuca que todo lo ven.
Suena la campanilla de El Colorín.
Levanto la vista de mi libro de
Biología, pero no veo de verdad.
Un cliente tembloroso tras otro
ha venido en busca del crepitar y
el calor de nuestros tacos. El Sr. Yeyé,
mi tío de cariño (de mentira), se sientaconmigo. Es dueño del café de al lado,
sin nombre, a pesar de que un día le di
esta joya de candidato: El café de Yeyé.
Él se rio esa vez. Ahora sonríe alpedirme ayuda para amasar 500
bizcochos para una boda. Tengo mucha
tarea, y todavía no he logrado entrar al
cuadro de honor del Sor, pero adoro hacer
bollos de masa dulce. Chachita dice: ¡Ve, ve!
porque estudio “demasiado”. Afuera, juegoa una rayuela imaginaria para no tener
frío, pero una voz junto a la entrada del café me
para en seco: ¡No me acordaba del mamaleche!
Abrigo largo, lentes de marco negro y un rodete de abuela: debe de ser el cuerpo detrás de la voz en el baño del cine. De pronto, me castañetean los dientes, pero el Sr. Yeyé no se da cuenta al abrir la puerta. Nos rodea una cálida nube de dulzura. Ella entra, cojeando.
Sr. Yeyé: Pase, señorita. ¿Qué le sirvo?
Ella: Un café de olla, por favor. Con leche. [Sr. Yeyé se va a la cocina]
Yo: Conozco tu voz. Estabas en el cine. En el baño.
¿Me estás siguiendo?
Ella: No, pero necesito hablar contigo.
Yo: No hablo con gente que no conozco. Mi tío está allí.
Ella: No es tu tío-tío.
Yo: Sí que lo es. Vete, por favor.
Ella: ¿Podrías escucharme?
Yo: No tengo que escuchar nada de lo que digas.
Ella: Sí que tienes que hacerlo. Porque… soy tú.
Dentro de diecisiete años.
Yo: Pero ¿qué estás diciendo? Es imposible viajar en el tiempo.
Ella: Yo también pensaba eso. Pero si me dejas…
Yo: ¿Qué? ¿Secuestrarme? Voy a pedir ayuda a los gritos…
Ella: Tranquila. Mira, te conozco. Ponme a prueba.
Yo: ¡Es una locura!
Ella: Tus padres se llaman Carlos y Amanda.
Yo: Eso lo sabe cualquiera que coma en El Colorín.
Podrías ser una clienta.
Ella: De apodo les pusiste Papiringo y Chachita.
Yo: Prácticamente vivo allí. Podrías haberme oído llamarlos así.
Ella: Quizás, pero…
Yo: Entonces, si tienes diecisiete años más que yo, ¿tienes treinta?
Ella: Sí, pero eso no es lo que importa.
Yo: Mira, tener treinta ya es ser vieja. Ser vieja es ser sabia, así que,
¿cómo puedes creer que viajas en el tiempo?
Ella: Mírame a los ojos.
Yo: Son azulados. También veo granitos.
Ella: Concéntrate, por favor. Tengo los ojos grises, como los tuyos. Como dice Chachita.
Yo: ¿Y? ¿A qué te dedicas?
Ella: Soy poeta y maestra.
Yo: De ninguna manera voy a dedicarme a eso cuando tenga treinta.
Ella: ¡Ah, claro! Vas a ser médica y casarte con Brad Pitt.
Yo: Brad es un sueño, pero la medicina es un trabajo de verdad… Treinta.
Ella: Me llamo Anamaria.
Yo: ¡Treinta, Treinta, Treinta!
Ella: Pregúntales a tus padres sobre tu etapa de bebé berenjena.
Yo: ¿Qué…?
Sr. Yeyé: Pero mírense ustedes… ¡Las dos tienen el mismo color de ojos! ¿Son primas o algo?
Yo: ¡No! Pero si ella fuera mi prima, ¡sería una de esas primas perdidas que nadie quiere encontrar!
Treinta: Vuelvo en otro momento, Anamaria. ¡Buen día, Sr. Yeyé!
¿Quién será Treinta en realidad? ¿Acaso trabajó en
El Colorín y viene con maldad? ¿Qué es una
etapa de bebé berenjena? ¿Les pregunto a mis papis?
No, ellos ya se preocupan mucho por mí,
su hija machetera: a los machetazos por la vida
para ser la mejor. He sido así desde siempre.
En el preescolar, diez veces dibujé una gallina, hasta
que se rompió el papel. En segundo grado,
antes del Sor, cinco veces seguidas a una niña llamé
para preguntarle: ¿Estás requetesegura de que
no hay más tarea que esa? Ahora, en séptimo grado,
voy a los machetazos así: hago la tarea de 5
a 9 de la noche, me duermo a las 10, me despierto a las
6 y repito como loro datos de Biología, practico
Álgebra y escribo cuanto resumen pueda para repasar
para los exámenes. ¡Dios mío!, dice Chachita
cuando me ve haciendo eso. Quizás quiere que Dios
me detenga porque ella no puede. Pero así
soy yo, más allá de quién o qué. Más allá de ella:
Treinta: poeta fatigada, fantasma furiosa.
Se llama Delfina Lince Islas, peroes como el pepino: fresca y verde.
Ese es el porqué de su apodo,
aunque no sea pepino, y ella solo
sea verde cuando su lengua juega mucho
con un caramelo de manzana. En realidad,
es de piel morena, ojos marrones, pelo
caramelo grueso como cuerda. También
podría ser verde porque su familia tiene lana,
pero no tiene nada de esas fresas que
presumen de sus cosas. El dinero es papel
de Monopoly para ella. Pero ¿las bromas?
Son aire y oro para Pipina. Así nos conocimos,
a unos días de empezar en el Sor, me susurró:
¿Qué le dijo un globo a otro globo en el
desierto? No le hice caso. Cuidado con el
cactussss, me dijo. Una risa disimulada conuna tos se escapó de mi garganta. Ella sonrió.
Así fue como me ayudó a mí –la niña nueva–
a relajarse y respirar por primera vez en el Sor.
Margarita Dospasos Sol se saca 101, incluso 110, porque siempre responde las preguntas extras de los exámenes. Estudia más, me ha dicho, revelando el hoyuelo del mentón: por eso Margarita es mi segunda mejor amiga, después de Pipina. Margarita ha sido la reina del cuadro de honor desde que la conocí en tercer grado, y ni un solo pelo lacio, negro y corto de la cabeza se le rebela (mis rizos se encrespan y se desarman). Le salen granitos en las mejillas redondas y morenas durante la semana de exámenes (a mis nudillos les salen bultitos que causan comezón). Es machetera como yo: por eso Margarita a veces es mi primera mejor amiga. Sus padres tienen varios trabajos para enviarlas a ella y sus dos hermanitas, Cecy y Brenda, al Sor. ¡Estoy harta de las quesadillas!, dice casi todos los días en el recreo. Ella se prepara el almuerzo sola. ¿Yo? ¡Si no fuera por mis papis, moriría de hambre!
Héctor Márquez Lara viene segundo en el
cuadro de honor, después de Margarita. Él es
del color de la leche hasta que una pizca de rosado
invade su cara cuando la directora Martínez anuncia
su segundo puesto el primer lunes de cada mes
en el patio del Sor. Su grupo de amigos, tontos
y llenos de acné, le levantan los pulgares mientras
él sonríe con petulancia. También tiene un club
de admiradoras ricas que sueltan risitas cada vez
que hace cualquier cosa. La cabecilla, Alexa,
es la peor. Héctorrrr, qué inteligente eres,
¿no me ayudas con la tarea?, le dice. Además
la he descubierto mirando su perfecto trasero,
que también me quedo mirando yo, pero…
¿cómo no va a estar en forma con una piscina
olímpica en el patio? Viene de familia rica,
oí que Alexa le decía a Priscila, su
minion, más que su amiga. ¡Seríamos
la pareja mexicana perfecta!, con su
voz melosa de telenovela.
Pero tiene las alas hechas de papel
de cera, y su brillo solo proviene
del esmalte de uñas Hard Candy
que usa, ignorando las reglas del Sor.
Era difícil no ver a Alexa en la paleta
apagada del Sor: una güera de verdad
(rubia platinada, no rubia mexicana como
yo= unos mechones dorados), pequeñita
y delicada. Tenía la piel blanca, pero
no blanca leche como su amado Héctor.
Emanaba un resplandor entre rosado
y esmeralda de sus ojos azul Cancún.
Entonces, abrió la boca con brillo
labial (que tampoco está permitido):
Linda mochila de S-Mart, Alicia.
Me di la vuelta. No me llamo…
intenté decir, pero ella se fue
volando, riendo y siendo bella;
en su mochila iridiscente, una etiqueta
de Dillard’s de cincuenta dólares.
Treinta entra a
El Colorín, la cara
como tomate viejo y orgulloso.
La cojera le hace arrastrar
un poco el tenis Converse
derecho, pero Treinta vuela
hacia Chachita,
en la caja registradora.
Chachita la saluda sin
verla porque tiene las
manos metidas en el delantal:
un agujero negro adonde van
a vivir los bolígrafos. Encuentra
su segundo preferido, de gel,
alza la vista, y esboza una sonrisa
mejor que la de Julia Roberts,
pero la cara se vuelve ceniza.
Las piernas ceden ante
la fuerza de la gravedad.
¡Chachita!, grito. ¿Qué
le has hecho?, acuso a Treinta
mientras sostengo la cabeza
de Chachita en mi regazo. Treinta
se muerde las uñas, paralizada,
y abandona la “escena”
arrastrando los pies con torpeza,
hasta que sale corriendo, temblando,
por la puerta. Los segundos
parecen horas hasta que Papiringo
dice Suelta, Anamaria, me quita
a Chachita de las manos y
la lleva como una muñeca sin vida
hasta la cocina, donde el olor a
carne especiada la va a despertar.