Última escala en ninguna parte - Ignacio Padilla - E-Book

Última escala en ninguna parte E-Book

Ignacio Padilla

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Beschreibung

Abilio, luego de pasar más de la mitad de su vida en aviones, entre aviones y con aviones, reflexiona qué lo llevó a vivir de ese modo y por qué mucha gente dedica tanto tiempo a viajar hacia ninguna parte. No fue fácil que llegara a estas preguntas, todo comenzó con un ligero malestar en los riñones que se transformó en una tristeza general, una especie de melancolía viajera insoportable que sólo logró entender gracias precisamente al Gordo Pelosi, su peor enemigo en la Asociación Internacional de Viajeros Frecuentes, y quien le advirtió de la Escala Tropecientos, una escala en el viaje a partir de la cual ya no es posible regresar.

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© Miguel Oaxaca

Ignacio Padilla (1968-2016) fue maestro en literatura inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en literatura española por la Universidad de Salamanca. Tuvo una actividad cultural y profesional nutrida y versátil: narrador, traductor, editor, académico, investigador, promotor cultural, diplomático, integrante del movimiento literario mexicano conocido como Generación del Crack y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Algunas de sus obras fueron traducidas a más de veinte idiomas y reconocidas con importantes premios nacionales e internacionales. Su vasta obra incluye ensayo, cuento y novelas dirigidas al público infantil y adulto.

Primera edición, 2017 Primera edición electrónica, 2017

© 2017, Ignacio Padilla

D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel.: (55)5449-1871

Colección dirigida por Socorro Venegas Edición: Angélica Antonio Monroy Diseño del forro: León Muñoz Santini y Andrea García Flores Formación: Miguel Venegas Geffroy

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5098-6 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Mi vida entre avionesMonedas en la fuenteMi segundo errorEl Gran Premio de VeranoConfesiones de un viajero con suerteDe cómo me fui quedando por allíEl viaje queda en familiaEl cumpleaños de Liborio la MomiaUna charla amistosa con el Gordo PelosiEl salto inesperado del Gordo PelosiEl último gran premioBienvenidos a mi despedida

MI VIDA ENTRE AVIONES

Mi nombre es Abilio y he vivido cuarenta años, seis meses y ocho días en un avión. Bueno, será mejor que dijera aviones, así, en plural. He pasado más de la mitad de mi vida en aviones, entre aviones y con aviones. Por ejemplo, en este preciso momento comienzo la historia de mis viajes a bordo del vuelo AU 715. Se trata de un cómodo Airbus de fabricación irlandesa que sobrevuela el Océano Atlántico tres veces por semana. Si mis cálculos son correctos, dentro de cinco horas con veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Nueva York. Si además llevamos vientos favorables, llegaré justo a tiempo para asearme en un baño de la Terminal B.

Me gustan los baños de la Terminal B, especialmente el que está junto al restorán de comida coreana. El hombre que limpia allí me conoce desde hace muchos años y es muy amable conmigo. Me presta sus franelas y sus cubetas, me regala botellitas de jabón y hasta obstruye la puerta con su carrito de limpieza para que pueda yo enjuagarme a gusto. Mientras me baño, el buen hombre me cuenta historias fabulosas de cuando piloteaba un helicóptero en la guerra de Vietnam. También suele preguntarme de dónde vengo y hacia dónde me dirijo esta vez. O cuántas horas de vuelo llevo o qué países nuevos he visitado desde la última vez que nos vimos.

Otras veces mi amigo solamente guarda silencio. Suspira y me mira con tristeza, como si estuviera pensando muy seriamente en dejarlo todo para seguirme en mis aventuras. Más le vale que ni lo intente: la vida de un viajero frecuente no es nada sencilla, no cualquiera puede soportarlo. Creo que él ya ha vivido bastantes cosas en la guerra como para meterse en más problemas. Cuando acabo de asearme, el hombre me entrega un rollo entero de toallitas de papel para secarme y se despide de mí moviendo su trapeador como quien ondea un pañuelo en la estación de tren.

No siempre tengo tiempo para refrescarme y asearme en los baños de los aeropuertos. Con frecuencia debo correr para abordar mi siguiente vuelo. Y si es bastante largo, me las arreglo para limpiarme las orejas en los diminutos lavabos del avión. Uno puede bañarse de cabo a rabo cuando viaja a bordo de un Boeing en un vuelo transatlántico que no venga muy lleno ni se sacuda mucho. Pero intentarlo en un avión más pequeño puede terminar en un absoluto desastre. Y si además te tocan las turbulencias del Mar de Islandia o las del Triángulo de las Bermudas es posible que salgas del baño más sucio de lo que entraste.

La cosa es muy distinta cuando viajas en primera clase, no importa en qué vuelo ni en qué tipo de avión. Entonces sí que puedes bañarte completo, como si estuvieras en un hotel de lujo, con toallas de tela esponjosa y loción que huele a hombre de mundo o a crema para bebé. Además, en primera clase te dan gratis jugo de naranja, desayuno extra y unas pantuflas de lo más cómodas y pachonas. Tienes para ti solo una televisión donde puedes elegir entre cien películas, videojuegos exclusivos y treinta canales de música. Cuando corren buenos tiempos para la industria aeronáutica, a los viajeros frecuentes nos dejan llevarnos todas las cobijas que queramos. Le he regalado varias a mi amigo que limpia los baños en la Terminal B del aeropuerto de Nueva York.

Cuando el baño del avión está ocupado, elijo entre dormir, estudiar mi guía de viajes o buscar la compañía de otros viajeros como yo. Hay que ser muy prudente en esto de reconocer a un viajero frecuente de verdad, pues sería descortés y hasta peligroso querer hablar así nomás con un viajero común y corriente. En mis muchos años de experiencia he aprendido que a los viajeros comunes les disgusta hablar con extraños. Si tengo la fortuna de ubicar en el avión a otro viajero frecuente, me acerco con cuidado, espero a que él o ella también me reconozcan y entonces sí que podemos platicar. Cuando el vuelo es largo y nos caemos simpáticos, acabamos por mostrarnos nuestros álbumes de fotografías, lo cual es un ritual muy apreciado entre viajeros como nosotros. Es muy importante ser siempre amables y mostrar interés por las fotos de los otros, aunque sea un interés fingido, pues siempre son muy parecidas a las nuestras. Los viajeros frecuentes sabemos muy bien que a todos nos llegará el turno de mostrar nuestras fotografías en la Torre Eiffel o en la Torre de Londres, y que podemos esperar que los demás viajeros sean tan pacientes con nosotros como lo hemos sido con ellos.

Los viajeros frecuentes sabemos también que tarde o temprano, cuando al fin se apagan las luces interiores del avión, daremos las buenas noches a nuestros compañeros de viaje y encenderemos la lucecita de nuestros asientos para mirar en silencio nuestra primera foto, la del lugar exacto donde comenzamos este viaje interminable.

MONEDAS EN LA FUENTE

¿Cómo llegó tanta gente a dedicar tanto tiempo a viajar hacia ninguna parte? ¿Y cómo empecé yo mismo a vivir entre aviones y aeropuertos? De entrada, quiero aclarar que no es culpa de los aviones. Ni de los aeropuertos. He tenido mucho tiempo para pensar en este asunto y ahora puedo asegurar que la culpa la tienen las fuentes. Sé que no todos los viajeros frecuentes comenzaron sus viajes como yo. Hasta los viajes más largos tienen un principio, y ese principio siempre es distinto. El mío comenzó en la Fuente de la Cibeles, donde hace más de cuarenta años arrojé una inocente moneda en mi primera visita a Europa.