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El lama Wangchen es una de las figuras más conocidas y carismáticas del budismo tibetano en el mundo de habla hispana. Con su inimitable estilo sencillo, directo, repleto de humor y consejos prácticos, el lama nos brinda en este libro un verdadero camino espiritual para que –budistas o no budistas– podamos llevar la esencia de las enseñanzas de Buda a nuestra vida cotidiana. Lejos de las versiones excesivamente supramundanas del budismo, el lama nos presenta un Dharma cercano, asequible, cálido, en el mejor espíritu ético de la tradición tibetana. Especial énfasis se otorga a las acciones saludables –como el amor, la compasión o la no-violencia–, beneficiosas para uno mismo y los demás. Sin olvidar aspectos –no siempre abordados en tratados académicos– como la «toma de refugio», el significado de los mantras o la simbología de la «Rueda de la Vida».
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Seitenzahl: 293
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Lama Thubten Wangchen
Un camino espiritual
Iniciación al budismo tibetano
Prólogo de Vicente Simón
© 2024 Lama Thubten Wangchen
© de la edición en castellano:
2024 Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
Diseño cubierta: Editorial Kairós
Composición: Pablo Barrio
Primera edición en papel: Noviembre 2024
Primera edición en digital: Noviembre 2024
ISBN papel: 978-84-1121-298-4
ISBN epub: 978-84-1121-331-8
ISBN kindle: 978-84-1121-332-5
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
Introducción
1. La vida de Buda
2. Impermanencia y propósito de la vida humana
3. Las Cuatro Nobles Verdades
4. Tomar refugio
5. Diferentes escuelas del budismo
6. Los mantras y su significado
7. La vida y la muerte
8. Cómo encontrar a un maestro espiritual cualificado
9. Las seis perfecciones
10. La meditación y el Noble Óctuple Sendero
Preguntas y respuestas
11. Las siete ramas
12. La Rueda de la Vida
13. Ocho versos para el entrenamiento mental
14. Los tres aspectos principales del camino
15. Motivación altruista y
tong len
16. Cómo desarrollar amor y compasión, y sus beneficios
Preguntas y respuestas
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Epígrafe
Comenzar a leer
༄། སངས་རྒྱས་ཆོས་དང་ཚོགས་ཀྱི་མཆོག་རྣམས་ལ།
བྱང་ཆུབ་བར་དུ་བདག་ནི་སྐྱབས་སུ་མཆི།
བདག་གི་སྦྱིན་སོགས་བགྱིས་པའི་ཚོགས་རྣམས་ཀྱི།
འགྲོ་ལ་ཕན་ཕྱིར་སངས་རྒྱས་འགྲུབ་པར་ཤོག། །། ལན་གསུམ་
sangye chö dang tsok kyi chog nam la
jang chub bar du dag ni kyab su chi
dag gi jin sok gyi pe tsok nam kyi
dro la phen chir sangye drub par shog // 3x
༄། སེམས་ཅན་ཐམས་ཅད་བདེ་བ་དང་བདེ་བའི་རྒྱུ་དང་ལྡན་པར་གྱུར་ཅིག།
སེམས་ཅན་ཐམས་ཅད་སྡུག་བསྔལ་དང་སྡུག་བསྔལ་གྱི་རྒྱུ་དང་བྲལ་བར་གྱུར་ཅིག།
སེམས་ཅན་ཐམས་ཅད་སྡུག་བསྔལ་མེད་པའི་བདེ་བ་དང་མི་བྲལ་བར་གྱུར་ཅིག།
སེམས་ཅན་ཐམས་ཅད་ཉེ་རིང་ཆགས་སྡང་གཉིས་དང་བྲལ་བའི་བཏང་སྙོམས་ལ་གནས་པར་གྱུར་ཅིག། །།
sem chen tham che de wa dang de we gyu dang drel par gyur chig
sem chen tham che dug ngel dang dug ngel gyi gyu dang drel war gyur chig
sem chen tham che dug ngel me pe de wa dang mi drel war gyur chig
sem chen tham che nye ring chak dang nyi dang drel we tang nyom la ne
par gyur chig /
El budismo es una de las grandes religiones del mundo. Aunque, de hecho, más que de una religión se trata de una filosofía, un modo de vida que hace mejores a las personas que lo practican y a los demás. El budismo implica actuar, hablar y pensar bien. Con ello no quiero decir que otras religiones no lo hagan. La esencia de todas es la misma: desarrollar un corazón compasivo, ser buenos con los demás o, por lo menos, no hacer daño. Si hacemos un correcto uso de la religión, todas resultan beneficiosas, a pesar de que algunas veces, en la historia, se haya actuado mal en nombre de la religión. Con el transcurrir del tiempo, debido a cambios en la forma de pensar de la población y a los cambios culturales de las sociedades, las religiones se transformaron, perdiendo temporalmente su esencia y su mensaje.
No puedo decir que el budismo sea mejor que otras religiones. Para los budistas, el budismo es bueno; para los católicos, el catolicismo es bueno; para los musulmanes, el islam es bueno… Cada religión es buena para sus practicantes. No obstante, el budismo se puso de moda hace unos décadas y ganó mucha popularidad. Esto no es una ventaja, como pueda parecer, ya que la moda es efímera y con el paso del tiempo se pierde el interés.
Yo no soy un maestro muy cualificado, pero hablo desde el corazón. Humildemente, de budismo sé un poco y os puedo transmitir de una forma muy sencilla en qué consiste.
El budismo es una religión con una base científica. Buda era científico. ¿Porqué digo esto? Porque al budismo se le considera una ciencia de la mente. Muchos científicos de renombre se están acercando a la doctrina y a la filosofía budista ya que les enriquece y les facilita el conocimiento de los fenómenos.
El budismo es una filosofía de vida que nos enseña a pensar, actuar y comunicarnos mejor en beneficio de uno mismo y de los demás.
Las enseñanzas que Buda dio están recogidas en 108 volúmenes. Ser budista no es fácil y con una sola vida no es suficiente para estudiar y entender toda su filosofía. Necesitamos renacer otra vez.
Podríamos resumir el budismo en conceptos como la compasión, la sabiduría, la bondad hacia los demás. Está muy bien asistir a ceremonias, recitar mantras y rezar, pero lo realmente importante es ser una buena persona: simpático, amable, cariñoso con todos, compasivo…
El día tiene veinticuatro horas, que pasamos muy ocupados trabajando, cuidando de la familia, cocinando, paseando, comprando, durmiendo; demasiado ocupados con todo tipo de actividades mundanas… A mucha gente le faltan horas y no dispone de tiempo para la espiritualidad. Pero si realmente queremos, encontraremos tiempo para ello, como vosotros lo habéis encontrado ahora.
Buda nació como el príncipe Siddhartha en un pequeño reino que no pertenecía ni a Nepal ni a la India. Nació en Lumbini, cerca de Kapilavastu, actualmente Nepal, hace 2.623 años. Por entonces Lumbini era una gran ciudad, con un rey. Ahora, prácticamente solo quedan ruinas y vive muy poca gente.
La madre de Siddhartha se llamaba Maya Devi. En sánscrito, maya significa «ilusión» y devi, «diosa». Su padre, el rey, se llamaba Suddhodana. Ellos deseaban tener un hijo, pero no lo conseguían. La leyenda cuenta que un día Maya Devi tuvo un sueño extraordinario. Soñó con un elefante blanco con seis colmillos. El elefante descendía del espacio y a medida que se acercaba a Maya iba desapareciendo. Maya Devi sintió un gran gozo y se durmió profundamente. Esta señal se consolidó en la concepción de un bebé.
En esa época, la costumbre era tener el hijo en la casa familiar de la madre. Maya decidió ir a casa de sus abuelos. En el camino, sintió que estaba a punto de dar a luz. Buscó un lugar cómodo y se apoyó en un árbol para reposar. En ese momento, mientras descansaba bajo el árbol, nació un niño que recibió el nombre de Siddhartha Gautama. Fue un parto sin dolor y el niño no lloró. La leyenda dice que el parto no se produjo a través de los órganos genitales de Maya, sino por un costado. Actualmente cuesta creerlo, pero eso es secundario, lo importante es que nació el futuro Buda. Nada más nacer, el niño dio siete pasos en varias direcciones y en cada lugar donde pisó creció una flor de loto. La flor del loto representa la pureza. Hay una estatua que muestra al niño Buda con un brazo levantado señalando hacia arriba. Este gesto indica que Buda surgió del espacio para enseñarnos y servir al mundo, para conseguir paz, armonía y desarrollo espiritual.
En esa época, en el Tíbet y en la India había muchos astrólogos, gente sabia y experta que, únicamente mirando la cara y las líneas de las manos, podían explicar la vida de una persona y su carácter. Sabían si se trataba de una persona buena, honesta, compasiva, agresiva, impaciente, etcétera. Por el día y hora de nacimiento también podían predecir su vida futura. Actualmente esta tradición, aunque algo olvidada, continúa vigente tanto en el Tíbet como en la India.
Maya Devi y Suddhodana acudieron a los astrólogos, quienes predijeron que su hijo sería muy poderoso y les aconsejaron que lo cuidaran con atención. Los padres se alegraron muchísimo ya que pensaron que sería un futuro rey con gran poder. No se interesaron, por tanto, en darle una educación espiritual, querían que tuviera intereses mundanos y le involucraron en actividades corrientes para que en el futuro tuviera más poder. No obstante, a medida que crecía, el príncipe Siddhartha fue interesándose más y más por el mundo espiritual. Se aislaba y no quería jugar con los demás niños, ni bailar, ni escuchar música, a pesar de que sus padres le insistían. Estos comenzaron a intuir que su hijo realmente no estaba interesado en ser el futuro rey. Se preocuparon. Los reyes encargaron a los ministros y al personal del palacio que no lo dejaran nunca solo, ya que temían que pudiera escaparse con objeto de indagar sobre otra forma vida.
Cuando tenía dieciséis años, decidieron casar al príncipe para que tuviera un hijo y dejara de pensar tanto en la vida espiritual. El príncipe aceptó casarse y sus padres encontraron a la mujer idónea, Yasodhara, a pesar de que esta tenía ya muchos pretendientes (entre los que se encontraba su primo Devadatta, gran cazador y hombre de carácter difícil). Un día, Siddhartha vio cómo unos campesinos maltrataban a sus animales para que realizaran su trabajo. No lo entendió. ¿Por qué pegaban a los animales por hacer su labor? También observó cómo los pájaros comían gusanos. Otro día, mientras contemplaba una bandada de cisnes volando en el cielo, vio que uno era alcanzado por una flecha y cayó muy cerca de él. El príncipe lo recogió, le quitó la flecha e intentó curarlo. Entonces apareció su primo Devadatta y le preguntó si había visto el cisne. Siddhartha lo negó, lo había escondido. Aun así, Devadatta lo encontró. Ambos discutieron sobre quién tenía derecho a quedarse con el cisne. Fueron a palacio para que los reyes decidieran. Mientras discutían, apareció un anciano que dijo que la vida tenía mucho valor y que todos los seres deseaban vivir y ninguno deseaba morir. Por lo que –dictaminó– quien había salvado la vida del cisne debía quedárselo.
Todas estas experiencias conmovieron enormemente al príncipe Siddhartha.
Para decidir quién iba a casarse con Yasodhara, los reyes organizaron tres pruebas.
La primera fue tiro al arco. El príncipe Siddhartha, que nunca antes había disparado con arco, acertó en el blanco. Todos los demás fallaron su tiro.
La segunda prueba consistía en intentar cortar un árbol con una espada. El único que lo logró fue el príncipe Siddhartha.
En la tercera prueba había que montar un caballo salvaje. Nadie lo logró, excepto el príncipe Siddhartha que se acercó cariñosamente al caballo y consiguió subirse y cabalgarlo.
Finalmente, pues, fue el príncipe Siddhartha quien se casó con Yasodhara, con la que tuvo un hijo, Rahula. En palacio bailaban, comían y realizaban actividades mundanas donde no cabía el sufrimiento. Pero el príncipe sentía que tenía que conocer la vida del pueblo, la vida que había más allá de las puertas de palacio. Quería saber cómo vivían los demás.
Un día salió de palacio con su carruaje y vio a un anciano en el camino que andaba lentamente, con mucha dificultad. Nunca había visto a nadie caminar con un bastón. Siddhartha le preguntó al cochero por qué el hombre caminaba tan despacio y el cochero le respondió que porque era un anciano. Había gastado prácticamente toda su energía durante su vida trabajando y las piernas ya no le respondían como antes. Fue una lección para Siddhartha. Más adelante se encontró con un grupo de gente que se lamentaba. Y le volvió a preguntar al cochero por qué se lamentaban. El cochero le dijo que lo hacían porque estaban enfermos y sufrían. Siddhartha no conocía lo que era la enfermedad, ni había visto a nadie lamentarse. Más adelante se encontró con una madre que lloraba desconsoladamente y le volvió a preguntar al cochero por qué lloraba la mujer. El cochero le respondió que la mujer estaba dando a luz y tenía mucho dolor. Después se encontró con unos hombres que llevaban un bulto envuelto en unas sábanas. El príncipe le preguntó al cochero qué llevaban envuelto y el cochero le dijo que era un cadáver. Siddhartha preguntó qué era un cadáver, y el cochero le contestó que era una persona muerta. Siddhartha tampoco conocía lo que era la muerte. No sabía que la gente moría, que nadie vivía para siempre y que un día él también moriría.
Entonces Siddhartha decidió que si él también iba a enfermar, envejecer y morir, debía antes buscar la Verdad: cuál era el origen del sufrimiento y cómo podía cesarlo. Cuando regresó a palacio, le comunicó a su padre que había decidido que su camino era la búsqueda de la Verdad en beneficio de todos los seres y le pidió permiso para alejarse. Al rey no le gustó la idea. De modo que una noche, cuando todos en palacio dormían después de una fiesta en la que habían bebido mucho, el príncipe Siddhartha decidió partir. Pensó que era muy egoísta por su parte no despedirse de su mujer y de su hijo, por lo que volvió y quiso abrazar a su hijo, pero su mujer lo estaba abrazando con fuerza… El príncipe despertó a su cochero y le pidió que preparase el carruaje porque debían irse. Finalmente escaparon sin decir nada a nadie. Viajaron durante toda la noche hasta Namo Buda, donde encontraron un bosque y el príncipe decidió quedarse allí para meditar sobre el origen del sufrimiento y cómo pacificar los conflictos. Dio su ropa al cochero y le pidió la suya a cambio. Después le ordenó regresar al palacio y decirle al rey que no volvería, puesto que su deseo era encontrar la Verdad.
El príncipe tenía veintinueve años. En su búsqueda, fue cambiando de lugares hasta que un día llegó a Bodhgaya. Allí meditó profundamente durante seis años, bajo un gran árbol. Meditó sobre la naturaleza de los fenómenos, sobre el origen del mundo… Prácticamente no comía. Se alimentaba lo justo para mantenerse vivo hasta experimentar el Despertar. Un día, Sujata, una campesina, decidió ofrecer la leche de su vaca al príncipe. Al principio, él rehusó el ofrecimiento, pero, viendo que su motivación era buena, la aceptó. Sujata deseaba alimentarle para que en un futuro pudiera beneficiar a todos los seres. Buda cogió fuerzas y decidió cambiar de árbol para seguir meditando más profundamente, hasta dar con el árbol de Bodhi. Bajo el majestuoso árbol, una noche de luna llena, experimentó el Despertar. Ese día actualmente se conoce como Vesak (o Sakadawa para los budistas tibetanos). Buda nació, despertó y murió el mismo día de años diferentes, el día de la luna llena del cuarto mes del calendario lunar.
Lo que se despierta no es el cuerpo, sino la consciencia, el corazón, la mente. La mente se vuelve pura, sin oscurecimientos, sin negatividad. Con el Despertar se desarrolla una compasión y un amor infinito hacia todo el mundo, una mente sabia. La mente de Buda.
Por lo general, cuando morimos, lo hacemos con mucho temor, dolor y angustia. Pero Buda murió con absoluta dignidad, mucha paz y calma mental. Su muerte fue otra enseñanza. Buda dijo que, ya que tarde o temprano todos moriremos, es nuestro deber desarrollar una vida digna para que, cuando llegue el momento de la muerte, lo hagamos dignamente, sin tristeza ni temor ni angustia. Antiguamente, algunos grandes practicantes budistas morían con una sonrisa en su rostro. Ellos sabían que el espíritu nunca muere, y que se iban a reencarnar en un nuevo ser. Algo así como abandonar nuestro viejo y destartalado piso porque alguien nos ofrece mudarnos al suyo, mucho más agradable y confortable. Nosotros no nos disgustaremos, al contrario, se lo agradeceremos. La muerte solo es un cambio en nuestra existencia. Después vendrá una nueva vida, aunque no en el mismo cuerpo ni en la misma familia.
Dediquemos ahora los méritos acumulados durante esta lectura para que el mundo sea mejor, haya más felicidad y paz y que todos gocemos de más salud y menos sufrimiento, incluso los animales, y desear a los grandes maestros una larga vida.
Hemos hablado sobre la vida de Buda, el príncipe Siddhartha, y cómo llegó a despertar. No le fue fácil: abandonó su palacio y los placeres mundanos para practicar durante seis años sin comodidades, sin aire acondicionado, sin calefacción y con poca comida. Para nosotros la práctica del Dharma es muy fácil y cómoda.
Muchos santos y yoguis dicen que para la práctica espiritual tienes que enfrentarte a situaciones difíciles y renunciar a los placeres mundanos. También debemos tener mucha paciencia y sobre todo una motivación interior. Si uno mismo no siente desde su corazón que debe seguir el camino espiritual (no importa si se trata de budismo, catolicismo o hinduismo), no obtendrá beneficio.
En el fondo, todas las religiones tienen la misma esencia, no hay mucha diferencia ni contradicciones entre ellas. Si piensas que una religión es mejor que otra, entonces crearás barreras y divisiones. Esto es peligroso porque fomenta que las personas se sientan superiores a los demás y se vuelvan fanáticas, sectarias, gente que no respeta, tolera, ni valora otras creencias.
El príncipe Siddhartha quería mostrar el camino espiritual a todos los seres. Quería llegar al estado Despierto, al estado de Buda, para que tuviéramos más conocimiento, abriésemos nuestros corazones y mentes y tuviéramos más sabiduría, más inteligencia y menos ignorancia. Su principal motivo era buscar el camino de la verdad para que nadie sufriera. Quería que todos viviéramos felices y en paz, sin dolor ni enfermedad. Pero la pregunta es: ¿por qué hay tanto sufrimiento? Ningún dios, ni tampoco Buda, pueden cambiar el mundo. La naturaleza del mundo en el que vivimos es la impermanencia y todo lo que hay en él es transitorio. Jesucristo también nos habló sobre la impermanencia. Enseñó que nada dura para siempre, que todas las cosas se transforman y que todos morimos. Él fue crucificado y murió. Antes de él, también Buda murió. En realidad no tenía por qué morir, pero lo hizo para enseñarnos que nada dura para siempre, que la naturaleza de todos los fenómenos es la impermanencia y que todas las cosas son efímeras y tarde o temprano desaparecen. No hay ningún ejemplo de que exista algo que dure in aeternum. Esto quiere decir que a cada momento todo está cambiando, aunque no se note. Hay cosas que cambian de forma repentina y radical, otras cambian de manera sutil. Es la impermanencia sutil. Parece que seamos los mismos que esta mañana despertaron en su cama, pero no es así, estamos cambiando segundo a segundo. Mucha gente celebra su cumpleaños con la familia y amigos, pero en realidad celebran que están un año más cerca de la muerte. Por un lado, es motivo de alegría porque es una suerte haber podido vivir un año más, pero por otro lado cada año que pasa somos un año más viejos. Nadie quiere hacerse mayor, todo el mundo quiere ser joven, pero eso es imposible. Así que la naturaleza de todos los fenómenos es el cambio.
Antes de nacer, no existíamos, y gracias a nuestros padres pudimos nacer. Estuvimos nueve meses en el vientre materno y tuvimos que salir, no había otra opción. Lo primero que hacemos al nacer es llorar. Lloramos porque nos quejamos de la vida. Según la historia, solo Buda y Jesucristo nacieron sin llorar, pero el resto, todos nosotros, hemos llorado. Después, a medida que vamos creciendo, aprendemos a sonreír, a reconocer a los familiares, los amigos y las demás personas, aprendemos a andar, a hablar, etcétera. Todo esto es un proceso lento, muy sutil, no sucede de golpe. Nadie nace hoy y al día siguiente empieza a andar y al cabo de un mes está trabajando en una oficina. Todo es un proceso en el que debemos proceder paso a paso. Esto es la impermanencia sutil. Otra clase de impermanencia es la impermanencia burda. Por ejemplo, en una guerra, en un terremoto o un accidente, la destrucción se produce de golpe. Una casa deja de existir en unos minutos y queda convertida en polvo.
Cuando la gente es joven, puede ser muy amable y pacífica, pero a medida que se hace mayor va cambiando. La misma persona que antes sonreía después de unos años tiene mala cara, parece siempre enfadada y tiene mal genio. Quizás durante esos años le han ocurrido muchas cosas, ha tenido problemas de salud o familiares. Puede que haya pasado por malas experiencias con una amistad y eso ha afectado su carácter. Antes reía y era amable y ahora parece iracunda, preocupada y furiosa. Las cosas buenas cambian y se convierten en malas, pero las malas también pueden cambiar a buenas. Los niños crecen, van a la escuela, a la universidad, trabajan, se casan, se convierten en padres y madres e incluso llegan a ser abuelos, si no mueren antes. Todo el mundo tiene el mismo potencial, pero la vida de cada uno es muy diferente. Hay gente rica, gente pobre, gente afortunada, gente desafortunada… Un rico puede convertirse en pobre y un pobre puede convertirse en rico. Hay ejemplos de pobres que se convierten en magnates, como el de un hombre indio que empezó vendiendo cosas en la calle y ahora es dueño de varios hoteles de cinco estrellas y de una granja de vacas y búfalas. A pesar de ello, sigue ordeñando a las búfalas y las vacas. Uno se pregunta: ¿por qué siendo tan rico no contrata a otras personas y así estas pueden ganarse la vida? Para él, ordeñar vacas es su pasatiempo. Igual que un pobre puede convertirse en rico y un rico puede convertirse en pobre, una persona sana puede enfermar y un enfermo puede curarse. Todo esto es impermanencia. También exteriormente todo está cambiando. El clima está cambiando, los glaciares están retrocediendo y muchos acabarán desapareciendo. La Madre Tierra también está cambiando. Hay más inundaciones, más terremotos, más incendios, más tsunamis, cambios políticos… Pero debemos tener ánimo y comunicarnos con los demás, sin tener miedo de las otras personas. Debemos ser valientes. ¿Por qué tener miedo? No debemos tener miedo, somos humanos y como tal tenemos mucho potencial. La vida humana tiene mucho valor, tiene un propósito, un significado.
Hay muchos tipos de renacimiento y hemos renacido como humanos, no como animales. En las ciudades también hay animales, sobre todo perros y gatos, y también hay cucarachas y ratas. En el campo hay muchos ratones, hormigas, pájaros… A veces, los humanos encierran en jaulas a los animales y estos sufren. Al igual que los humanos, los animales quieren estar en libertad, no desean estar encerrados en ninguna cárcel, aunque les demos comida y cobijo. Pero los animales no saben hablar y decir que quieren ser libres. Tenemos suerte de ser humanos. Hay que meditar sobre este tema. Normalmente no pensamos en ello y vivimos de manera rutinaria. Nunca pensamos que tenemos suerte de estar todavía vivos y no damos las gracias a los padres por habernos dado la posibilidad de vivir. Sin ellos no estaríamos en este mundo. Hay gente que en ocasiones se queja o habla mal de los padres. Deberían pensar que están vivos gracias a ellos, ya que los han cuidado y alimentado. Los padres quieren lo mejor para los hijos, aunque a veces las relaciones puedan ser difíciles. Pero a menudo la gente olvida las cosas buenas que han recibido de sus padres y solo recuerdan lo malo.
Hablamos de esta vida, pero no de las vidas pasadas y, según el budismo, esta no es la primera vida que hemos tenido. Después de la muerte, la consciencia no muere. Cuando llega la muerte, el continuo mental se separa de nuestro cuerpo. Aunque a mucha gente no le guste oír hablar de la muerte, es muy importante hacerlo porque todos vamos a morir algún día. Así, cuando nos llegue, podremos morir sin miedo, sin sobresalto ni temor, podremos morir preparados, con una sonrisa, aunque sea difícil. Si hemos sido buenas personas durante la vida, no debemos tener miedo de morir, porque podemos suponer que después de la muerte nuestro futuro será mejor. Si hemos sido malas personas, o más malas que buenas, cuando nos llegue la muerte, recordaremos todo el mal que hemos hecho y moriremos asustados y con sufrimiento y dolor. Todos los aquí presentes hemos nacido como humanos, pero no todos los humanos tenemos un buen renacimiento humano. Depende de las condiciones de donde hayas nacido. No es lo mismo nacer en un país en situación de guerra crónica que en un país próspero y en paz.
Cuando un niño nace, no tiene religión. Después, por la influencia de sus padres y de su cultura, adoptará una religión determinada. Si nace en un país islámico, se convertirá al islam; si nace en un país budista, al budismo; si nace en un país católico, al catolicismo; si nace en un país hinduista, al hinduismo; etcétera. Pero cuando nace, está libre de conceptos e identificaciones. Después le darán un nombre, un número de identificación, etcétera. Más adelante, el niño adquirirá la noción del yo y se identificará con él, surgirá el ego y no querrá compartir cosas con los demás. Si en la familia y en la escuela le enseñan valores y crece en un buen ambiente, tendrá una buena educación. En el Tíbet, cuando el profesor entraba en la clase, nos saludaba a todos los niños mirándonos a la cara. Si había un chico en un rincón con mala cara, el profesor le preguntaba por qué estaba enfadado, si se había peleado con alguien o qué había pasado. Entonces el maestro nos daba consejos a todos para que no nos enfadáramos porque eso solo nos haría perder amigos. No podríamos hablar con nadie, no sonreiríamos, y esto nos haría perder la paz interior. Decía que debíamos ser todos amigos, jugar juntos y ser amables y cordiales con los demás. Estas cosas deben repetirse muchas veces, no es cuestión de religión. Se debe educar en los valores. En el mundo moderno del siglo xxi, esto se ha perdido. Ahora todos los niños y los jóvenes saben más tecnología que sus padres, manejan ordenadores y móviles y utilizan todas las aplicaciones de internet (Youtube, Facebook, Twitter, Instagram…) mejor que sus padres. No digo que sea malo, pero tiene que haber un control. Mucha gente pasa el día entero enganchada al móvil. Deberíamos repartir el tiempo de nuestro día a día, de nuestra vida.
Aunque tenemos suerte de haber nacido en esta vida como humanos, esta no va a durar mucho. ¿Cuánto tiempo nos puede quedar? Si calculamos una vida de cien años, siendo generosos, no es mucho lo que nos queda. Y si vivimos hasta los cien años, pero no tenemos salud, no podremos movernos, ver, hablar u oír, y dependeremos de los demás para todo. Todos deseamos una larga vida, pero siempre una larga vida con buena salud física y mental.
La vida humana no es para sufrir. El propósito principal de la vida humana es evolucionar, ser bondadosos, pensar y hablar bien. Las mentiras, las críticas y la palabrería sin sentido nos hacen perder energía. Si hablamos demasiado y de forma negativa, la gente acaba cansándose y puede acabar rechazándonos. Pero si somos buenas personas que hablan de forma positiva y constructiva, la gente se acercará a nosotros. La gente buena atrae a los demás. Incluso los animales se acercan a nosotros si estamos en paz y en armonía.
Algunos humanos tenemos suerte de haber nacido en lugares como España, Europa, Tíbet. Todos somos hermanos, aunque tengamos un color de piel diferente y seamos aparentemente distintos. Todos somos hermanos porque tenemos algo en común: queremos la paz, la felicidad, vivir con comodidad y no pasar hambre. Nadie desea sufrir, a nadie le gustan los problemas, nadie quiere enfermar ni tampoco morir. Todos queremos ser felices, vivir en armonía, con salud y paz mental.
El objeto o propósito principal del nacimiento humano es aprovechar este renacimiento de forma correcta para no tener que arrepentirnos. Desde un punto de vista secular, no religioso, esto quiere decir tener buen carácter, ser amable, tener buen corazón, vivir cada día de forma digna con uno mismo y con los demás, empezando por la familia y siguiendo con las personas de nuestro alrededor. Podemos cambiar nuestra forma de ser, la forma de hablar, de manera que sea más suave, más digna, más sincera y actuar correcta y pacíficamente, sin violencia y sin altercados. Podemos practicar la no violencia y sobre todo el pensamiento constructivo, pensar en el bien de todos y no solo en el de uno mismo. Aunque también podemos pensar en el bien propio, porque si uno no tiene nada tampoco puede dar.
Según la escuela budista Mahayana, la motivación correcta es proteger y ayudar a los demás porque son más importantes que uno mismo. Uno mismo es solo uno y los demás son infinitos. Para proteger a los demás podemos renunciar a nuestro placer, incluso renunciar a nuestra vida. En la historia hay muchos ejemplos de yoguis y santos que han ofrecido su vida para salvar la vida de otras personas, una vida a cambio de la vida de muchos otros. No tenemos que preocuparnos o temer por ofrecer nuestra vida porque renaceremos. Si hemos llevado una buena vida, tenemos la garantía de que renaceremos en una vida mejor. Hay mucha gente rica y famosa que, aunque aparentemente tienen un buen renacimiento, en el fondo no es así. No tienen espíritu mental y pierden su libertad a causa de su vida pública. En cambio nosotros, los que no somos ricos ni famosos, podemos ser más naturales y vivir más libremente, a pesar de que a veces puedan presentarse pequeños problemas económicos.
El propósito principal es evolucionar, desarrollar nuestros valores espirituales. En el siglo xxi, la tecnología se ha desarrollado mucho, pero los valores espirituales han decrecido. No hay equilibrio entre lo material y lo espiritual. El Dalái Lama dice que debemos mantener un equilibro del 50%. Ahora nadie puede dedicar su vida 100% a lo espiritual, es muy difícil. El mundo está muy poblado, somos ocho mil millones de personas, y no todas poseen un sentimiento religioso. Hay alrededor de un 20 o 30% de ateos. El resto practica alguna religión, sigue alguna tradición, alguna filosofía o algún camino espiritual. Todas las religiones ofrecen un mensaje común que, si se sigue correctamente, da resultados. Si no se sigue adecuadamente o uno se equivoca de camino, no podrá evolucionar como debiera. Lo importante, pues, no es ser budista; lo importante es tener fe en algo. La devoción y la fe son un fundamento sólido, la base sobre la que construir. Si tenemos un fundamento o una base fuerte y no construimos nada, podemos preguntarnos ¿para qué lo hemos fortalecido? Si tenemos fe, no debemos renunciar al conocimiento, podemos aprender, estudiar, plantear nuestras dudas a un maestro.
Los jóvenes de hoy en día no tienen fe, no creen, porque para ello necesitan disponer de pruebas tangibles. Pero el budismo, más que religión es una filosofía de vida. Es la ciencia de la mente. En los últimos años renombrados científicos han estado trabajando con grandes maestros budistas y con el Dalái Lama para intercambiar sus conocimientos sobre el funcionamiento de la mente. La ciencia ha llegado a conclusiones aportando pruebas y el budismo las ha aceptado. De la misma manera, los científicos han aceptado las explicaciones y respuestas que la filosofía budista había concluido en temas que la ciencia llevaba años estudiando sin poder resolver.
No digo que el budismo sea lo mejor. El Dalái Lama siempre dice: «Mantened vuestros orígenes, aprended algo de budismo, pero no es necesario que cambiéis vuestra religión, no hace falta que os convirtáis. El estudio y la comprensión enriquecerán vuestro corazón y vuestra mente».
La vida de los seres humanos es finita, no podemos decidir hasta cuándo vamos a vivir. Podemos tomar algunas decisiones en la vida diaria, pero no sobre la duración de nuestra vida. Es nuestro karma, nuestro destino. Tampoco hemos elegido a nuestros padres. ¿Quién los ha elegido? Nuestros nuevos padres surgen de nuestro karma, de nuestras acciones en otras vidas. Nuestra conexión para nacer como humanos, en qué cosmos nacer, en qué lugar concreto de la tierra y en qué familia y con qué padres, viene todo determinado por el karma. Nuestro karma es lo que nos dirige a una determinada madre, y después de nueve meses nacemos y llegamos a ser quienes somos.
Ahora vivimos y un día nos llegará la muerte. Pero antes de que llegue, podemos prepararnos bien. Mientras estamos vivos podemos evolucionar. El tiempo es muy importante. Cuando la muerte llega, no la podemos retrasar.
Llegados a una edad madura nos preguntamos qué hemos hecho, y ¿cuál es nuestra respuesta? Hemos hecho muchas cosas, pero si pensamos si hemos practicado, meditado, evolucionado espiritualmente, dado las gracias a Dios, ayudado a alguien, a pobres, enfermos, gente mayor, gente necesitada, ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Lo hemos hecho o no? Es difícil responder.
Pensemos en un periodo de un año. Cada día tiene 24 horas, ¿cuántas hemos pasado durmiendo? Pongamos unas 8 horas diarias, que multiplicadas por 30 días son 240 horas que hemos dormido en un mes. Y si multiplicamos esas 240 horas por 12 meses son muchas horas en un año. Si trabajamos 8 horas, entonces quedan solo 8. Si restamos las horas de comida, entretenimiento, etcétera. En un día, ¿cuántos minutos hemos dedicado a la espiritualidad? No me refiero solo a leer y estudiar, sino a la evolución interior, al propósito principal de la vida humana, que es cultivar nuestro corazón y nuestra mente. Cultivar nuestra mente para tener más sabiduría e inteligencia en beneficio de los demás y cultivar nuestro corazón con objeto de ser más empáticos, bondadosos y compasivos con todos los seres.
Podemos ser empáticos, amables y bondadosos con todo el mundo. Esto es lo que tenemos que cultivar día a día, aunque no seamos budistas ni cristianos. Nuestro propósito principal es tener en el futuro una vida digna para nosotros mismos y para los demás, cultivar más la compasión, ser menos egoístas; pensar en nosotros, sí, pero no solo en nosotros. Esto es una práctica muy importante.
Podemos transformar nuestra mente y dar las gracias a los demás. Todo el bienestar, la felicidad, la comodidad y los placeres que tenemos son gracias a los demás. Si no hubiera otras personas, no los tendríamos. Por ejemplo, nosotros no sabemos hacer zapatos y por ello debemos dar las gracias a los zapateros. Si no hubiera campesinos, no tendríamos verduras en nuestra nevera; si no hubiera granjeros y pescadores, no tendríamos huevos ni carne, ni pescado. Debemos dar las gracias a los granjeros, a los campesinos, a las gallinas porque nos proporcionan alimento.
Lamentamos que tengan que morir animales porque sufren al ser sacrificados. Pero su muerte sirve para alimentarnos, son como una medicina que ayuda a un desarrollo sano de nuestro cuerpo y nuestra mente. Así que podemos dar las gracias incluso a los animales que han muerto. Debemos dar las gracias a los demás por los alimentos que nos proporcionan y no empezar a comer sin una oración o reflexión de agradecimiento. Podemos agradecer mentalmente lo que tenemos en el plato, aunque la comida no sea la mejor.
A partir de ahora podemos intentar ser mejores personas desde nuestro interior; ser más amables, sencillos, bondadosos, más cariñosos y al mismo tiempo ser menos egoístas, agresivos, con menos apegos, odio, celos y menos competitividad. No es fácil, pero poco a poco podemos cambiar para ser más felices. De lo contrario, siempre estaremos tristes y preocupados por lo que no hemos hecho.
El arrepentimiento y la culpabilidad no son buenos. Podemos tener una vida y una muerte digna y utilizar nuestro potencial humano correctamente. Si queremos, podemos hacerlo. Aunque ya no seamos jóvenes, si tenemos interés y queremos escuchar y aprender, aprovecharemos nuestra vida. Podríamos seguir el camino espiritual, para ello no hace falta ser religioso. Si no tenemos voluntad y deseo, dedicar un tiempo a la vida espiritual se convertirá en una obligación y se hará pesado. Por el contrario, si lo tenemos, el tiempo dedicado será ameno y agradable.
Hemos leído sobre la impermanencia y el propósito de la vida humana. Como no soy profesor de universidad, no sigo ningún método concreto, solo escribo sobre lo que siento, sobre lo real, lo práctico. No creo haber dicho nada importante, únicamente cosas sencillas, pero cargadas de significado. Cosas que podemos recordar una y otra vez y que en algún momento cobrarán valor y significado.