Un cuarto propio - Virginia Woolf - E-Book

Un cuarto propio E-Book

Virginia Woolf

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Una profunda reflexión sobre las mujeres, la sociedad, la literatura y lo que importa en la vida. Un cuarto propio, escrito hace casi un siglo, sigue llegando al corazón de las mujeres de hoy. ¿Por qué? La respuesta fácil es que su protesta contra la forma en que la sociedad patriarcal y sus instituciones buscan incapacitar a las mujeres es aún, tristemente, actual. Pero quizá su poder no está tanto en el argumento de que es imposible para una mujer concentrar sus energías en la vida intelectual si carece de las posibilidades materiales para hacerlo, si tiene hambre, la interrumpen, tiene que hacer la comida o cuidar de los niños; ni siquiera en el más desvergonzado de pedir esas comodidades por puro placer. Quizá su poder no está en exponer estos argumentos, sino en que lo hace como nos insta a hacerlo a lo largo del libro: escribiendo, o más bien hablando, como una mujer, con una ausencia absoluta de vanidad académica y política. Un cuarto propio es un libro escrito por una brillante artesana de las palabras, irónico, lleno de imaginación y humor. Es alta literatura preñada de argumentos poderosos e ideas radicales. Por eso, casi cien años más tarde, aún lo consideramos clave para contribuir al debate actual del feminismo, y por eso sigue apareciendo en las bibliografías de los estudios de género.

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Akal / Clásicos de la Literatura / 35

Virginia Woolf

UN CUARTO PROPIO

Introducción, traducción y notas: Itziar Hernández Rodilla

Un cuarto propio, escrito hace casi un siglo, sigue llegando al corazón de las mujeres de hoy. ¿Por qué? La respuesta fácil es que su protesta contra la forma en que la sociedad patriarcal y sus instituciones buscan incapacitar a las mujeres es aún, tristemente, actual. Pero quizá su poder no está tanto en el argumento de que es imposible para una mujer concentrar sus energías en la vida intelectual si carece de las posibilidades materiales para hacerlo, si tiene hambre, la interrumpen, tiene que hacer la comida o cuidar de los niños; ni siquiera en el más desvergonzado de pedir esas comodidades por puro placer. Quizá su poder no está en exponer estos argumentos, sino en que lo hace como nos insta a hacerlo a lo largo del libro: escribiendo, o más bien hablando, como una mujer, con una ausencia absoluta de vanidad académica y política. Un cuarto propio es un libro escrito por una brillante artesana de las palabras, irónico, lleno de imaginación y humor. Es alta literatura preñada de argumentos poderosos e ideas radicales. Por eso, casi cien años más tarde, aún lo consideramos clave para contribuir al debate actual del feminismo, y por eso sigue apareciendo en las bibliografías de los estudios de género.

Virginia Woolf (1882-1941) fue una novelista, ensayista, editora y escritora de cuentos británica, considerada una de las representantes más destacadas del modernismo literario del siglo XX, cuya técnica y estilo poético se consideran importantes contribuciones a la novela moderna. Durante el periodo de entreguerras, Woolf fue una figura significativa en la sociedad literaria de Londres y un miembro del círculo de Bloomsbury. Sus primeras novelas, Fin de viaje (1915), Noche y día (1919) y El cuarto de Jacob (1922), ponen de manifiesto su determinación por ampliar las perspectivas de la novela más allá del mero acto de la narración. Además de La señora Dalloway (1925), destacan sus novelas Al faro (1927), Orlando. Una biografía (1928), Las olas (1931), y su largo ensayo Un cuarto propio (1929), gracias al que fue redescubierta durante la década de 1970, al tratarse de uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Motivo de cubierta: Virginia Woolf hacia 1928(Fotografía de Pictorial Press)

Título original

A Room of One’s Own

© Ediciones Akal, S. A., 2022

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5264-7

Virginia Woolf en 1927 (Harvard Theater Collection, Houghton Library, Harvard University).

Introducción

A medio camino entre el ensayo y la ficción, A Room of One’s Own [Un cuarto propio], lejos de girar únicamente en torno al dinero y el espacio (500 libras y un cuarto propio) que una mujer necesita para escribir, se puede considerar una de las primeras historias de la literatura femenina que trata temas como la libertad intelectual, que tanto depende de la educación, la economía, la clase y el género. Pone en duda la idea de que el genio pueda surgir independientemente de las circunstancias sociales: esa idea tan actual de que la meritocracia debe mucho a los privilegios que disfrutamos mientras crecemos.

Ha habido cambios considerables desde 1929, año en que Virginia Woolf publicó Un cuarto propio. La posición de las mujeres ‒al menos de las de raza blanca y clase media-alta en los países más ricos‒ ha mejorado, y somos más las que no carecemos de dinero y poder como fue antaño el caso. Mientras que en 1929 no se permitía a las mujeres graduarse en la Universidad de Cambridge, y si bien la realidad aún impone techos de cristal, ahora la ley nos permite llegar a catedráticas, miembros de la junta de los colegios y, en general, ser más venerables, visibles y elocuentes. Y, sin embargo, Un cuarto propio sigue generando entusiasmo. Su aspiración a la libertad aún nos provoca. Su tono conversacional nos implica de inmediato y las páginas finales que nos animan a la escritura y la investigación, a ser parte más visible de la sociedad, cuando las leemos en un cuarto propio, aún nos emocionan.

Pero ¿por qué un libro escrito hace casi un siglo, una obra política centrada en su momento histórico, sigue llegando al corazón de las mujeres de hoy?

La respuesta fácil es que su protesta contra la forma en que la sociedad patriarcal y sus instituciones buscan incapacitar a las mujeres es aún, tristemente, actual. Pero quizá su poder no está tanto en el argumento de que es imposible para una mujer concentrar sus energías en la vida intelectual si carece de las posibilidades materiales para hacerlo, si tiene hambre, la interrumpen, tiene que hacer la comida o cuidar de los niños; ni siquiera en el más desvergonzado de pedir esas comodidades por puro placer. ¿Por qué no debería una mujer cenar bien y tener una silla cómoda en la que sentarse?, se pregunta Woolf, comparando las miserables ciruelas pasas del colegio femenino con la espléndida comida que los hombres disfrutaban un poco más allá. Como iba diciendo, quizá su poder no está en exponer estos argumentos, sino en que lo hace como nos insta a hacerlo a lo largo del libro: escribiendo o, más bien, hablando como una mujer. Puede que el gran poder de este ensayo proceda de su ausencia de vanidad académica y política, de sus métodos indirectos de sugestión. Pues su estilo debe mucho a la picardía de la novela «vacacional» (Orlando) que Virginia Woolf acababa de publicar cuando dio en Cambridge las charlas en las que se basa este ensayo: hacer monigotes, tararear, comer y beber, cocinar una biografía imaginaria de la hermana de Shakespeare… Un cuarto propio es un libro escrito por una brillante artesana de las palabras, irónico, lleno de imaginación y humor. Es alta literatura preñada de argumentos poderosos e ideas radicales. Por eso, casi cien años más tarde, aún lo consideramos clave para contribuir al debate actual del feminismo, y por eso sigue apareciendo en las bibliografías de los estudios de género. Es el producto de una profunda reflexión sobre las mujeres, la sociedad, la literatura y lo que importa en la vida, temas que preocuparon a todo el círculo de Blooms­bury, especialmente a sus mujeres, igual que nos preocupan hoy a nosotras.

Conferenciante en Cambridge

Las conferencias que se transformaron en Un cuarto propio se celebraron en Cambridge, con una semana de diferencia, los días 20 (en la Sociedad de las Artes del Newnham College) y 26 (en la Sociedad de la Historia del Girton College) de octubre de 1928. Como ya he mencionado, Woolf acababa de publicar Orlando (el 11 de octubre) y volvía de un viaje a Francia con Vita Sackville-West[1]. Apenas conocida aún entre el gran público tras el éxito de La señora Dalloway, la invitaron a dar estas conferencias más por sus relaciones personales y familiares que por su fama, y resultaron ocasiones un tanto curiosas.

Para la visita a Newnham, la llevó en coche Leonard (con Vanessa y su hija Angelica). Se alojaron con Pernel Strachey, hermana de Lytton[2], que se había convertido en directora de Newnham (y a la que las estudiantes consideraban rígida e inaccesible). Llegaron casi una hora tarde y, como no había avisado de que iría con Leonard, hubo un reajuste incómodo en la distribución de asientos. Luego tomó café con algunas de las chicas; al día siguiente almorzaron en las habitaciones de Dadie Rylands[3] en el King’s College.

Para la conferencia de Girton, fue con Vita en tren, y quedó por la tarde con su sobrino Julian[4] (que le contaría luego a Vanessa que había pasado la mitad del día en una «alocada persecución» de las dos mujeres). Las estudiantes de Girton invitaron a Virginia y a Vita a cenar antes de la charla. Del contraste de esta comida con la que había disfrutado en el King’s College nacería la famosa comparación de Un cuarto propio.

En su diario, como en el libro que tienen en sus manos, Woolf fusionó las dos ocasiones y anotó una perspicaz, aunque condescendiente, imagen de las chicas de Cambridge como «jóvenes hambrientas pero valientes […]. Inteligentes, ansiosas, pobres; &[5] destinadas a convertirse en directoras de escuelas unitarias. […] Me sentí mayor & madura. Y nadie me respetaba […]. Muy poca reverencia y todo eso». Por su parte, las chicas, de hecho brillantes, enérgicas, ansiosas de trabajar y labrarse un futuro, que no pensaban estar en desventaja, pese a tener conciencia plena de ser pioneras en el mundo académico, encontraron a Woolf temible y no demasiado empática (cuando se publicó Un cuarto propio, quedaron, además, bastante desconcertadas por la imagen que pintaba de ellas). Muchas ni siquiera habían oído hablar de la escritora. La encontraron superficial y cotilla, y les pareció que no había dedicado mucho tiempo a preparar el tema de la conferencia. En aquel momento, la charla no pareció el material de leyenda en el que se ha convertido. Las estudiantes se aburrieron. Algunas incluso confesaron haberse quedado dormidas.

Pero…

Esta es la primera palabra del libro y, con ella, nos vemos lanzadas de inmediato al debate. A partir de ella, la narradora recuerda en el primer capítulo de Un cuarto propio su experiencia en Cambridge durante los dos días que pasó allí por sus conferencias. El ritmo de las frases transmite movimiento. El tono es levemente irónico. Aunque lo que nos cuenta es muy serio: nos informa de las diferencias entre los sexos, de los privilegios y de las barreras que esos privilegios imponen a quienes no los tienen. Nos narra las dos comidas a las que la invitaron, que la hacen muy consciente de los fondos con los que cuentan la educación femenina y la masculina. A la primera comida la invitan en un antiguo college construido por reyes (Enrique VI fundó el King’s College en 1441), en el que solo se admiten hombres; la segunda la toma en un college relativamente nuevo, fundado en la década de 1880, cuando se permitió a las mujeres por primera vez el acceso a Cambridge.

En realidad, como hemos dicho, a la primera comida la invitó un reciente miembro de la junta del King’s College, George (Dadie) Rylands, quien había trabajado antes como administrativo para la Hogarth Press fundada por Virginia y Leonard Woolf en 1917. Al llegar al King’s College, Rylands se había mudado a unas habitaciones espléndidas en el colegio, con vistas al amplio césped al oeste de la capilla, con el río al fondo. Estas son las habitaciones privadas en las que se celebró el famoso almuerzo:

[…] la comida comenzó, en esta ocasión, con lenguados, sumergidos en una honda fuente, sobre los que el cocinero del colegio había extendido una cubierta de la más nívea de las cremas, salvo por el tizne aquí y allá de ciertas manchas pardas como las de los flancos de un cervatillo. Después llegaron las perdices, aunque si esto sugiere un par de aves pardas y peladas en un plato, se equivocan. Las perdices, muchas y variadas, venían con todo su cortejo de salsas y ensaladas, agrias y dulces, en perfecto orden; sus patatas, finas como monedas, pero no tan duras; sus coles de Bruselas, tupidas como botones de rosa, pero más jugosas. Y apenas habíamos terminado con el asado y su comitiva, el camarero […] puso ante nosotros, entre una corona de servilletas, un dulce que surgió todo azúcar de entre las ondas. Llamarlo budín y relacionarlo así con bizcocho y leche sería un insulto. Entretanto, las copas de vino se habían teñido de dorado y se habían teñido de carmesí; se habían vaciado; se habían llenado (pp. 45-46).

Dadie Rylands pasó gran parte de su vida (murió en 1999) intentando corregir esta descripción de Virginia Woolf. Según él, la comida fue menos exquisita de lo que cuenta la autora, y las perdices, aun cuando hubiesen sido muchas, difícilmente habrían sido variadas cuando solo existe una especie. Pero Woolf necesitaba un poco de fantasía para hacer más horrible el contraste con la comida en el colegio femenino: sopa clara, seguida sin remedio por carne con guarnición de dos verduras, y postre de ciruelas pasas y natillas. Mientras que la primera le deja la sensación de una buena vida, con dulces recompensas, la segunda, en la que no hay vino, la deja insatisfecha.

Es indudable que Woolf construye sus imágenes exageradas con un sentido dramático: la presentación casi de ensueño del almuerzo en el King’s College abunda de palabras simbólicas; los flancos de los cervatillos recuerdan los parques de la nobleza; el orden de las guarniciones, el tratamiento protocolario; las patatas finas como monedas, el dinero del colegio masculino; los botones de rosa de las coles de Bruselas, la superioridad de la clase… Todo en este menú clama realeza, riqueza, Imperio, regado con abundante vino y licor. Frente a ello, la pobreza de un mercado lodoso en el que se regatea, la domesticidad de los platos sin adornos y el postre casero, a los que solo acompaña una jarra de agua. Pero eso no quita que las diferencias existiesen.

Aunque ha resultado hasta el momento imposible saber lo que cenó Woolf de verdad en las habitaciones de Rylands, los por lo demás escrupulosos registros del King’s College (consultados por la doctora en Filología Nanette O’Brien) demuestran que los menús habituales de los estudiantes eran abundantes, originales, con pescado, carne, dos postres y hasta cinco vinos para acompañar los diferentes platos. Las provisiones del King’s College en la década de los veinte del siglo pasado incluían, para los alrededor de 270 hombres que vivían en él, además de los alimentos comprados (las hortalizas y verduras se cultivaban en el propio colegio, por lo que tampoco se compraban mermeladas y muchas conservas): vino, licores, espirituosos, cerveza, sidra, puros y cigarrillos. El gasto era de 22 libras esterlinas por estudiante y curso en el comedor común, unas 1.475 libras de hoy (es decir, unos 1.770 euros; unos 10 euros por día). Según dicho registro, Dadie Rylands, en concreto, gastó él solo, en el primer trimestre de 1928 (en el que invitó a los Woolf a comer), el equivalente a unas 669 libras de hoy (800 euros) en vino, que también pagaba el colegio aunque lo escogía él.

En contraste y como ejemplo, aproximadamente en las mismas fechas, uno de los menús de gala en el Newnham College (es decir, no el habitual al que habrían invitado a Virginia Woolf) empezó con un consomé, seguido de salmón y carne (curiosamente, contaba con una opción vegetariana de huevos pochados), y terminó con un postre tipo natillas, budín de frutas y vino dulce. No había carta de vinos en el colegio femenino, desde luego. El gasto en comida en el curso para sus 60 o 70 estudiantes no llegaba, en total, a 7.000 libras actuales (unos 8.400 euros), es decir: aproximadamente lo que se preveía para cinco estudiantes en el King’s College. Como dirá Mary Seton en el ensayo de Woolf, las comodidades debían esperar.

Tras esta comparación, la conclusión de Woolf está clara: «No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien si no se ha cenado bien» (p. 55). Y este es el quid de la preocupación que muestra la autora por la comida: en realidad, no es de eso de lo que habla.

Bebed vino y tened un cuarto propio

En Sketch of the Past [Escenas del pasado], un borrador de lo que pretendían ser sus memorias que escribió al final de su vida (del que más tarde bebería Momentos de vida), Virginia Woolf recuerda:

Las dos [Virginia y su hermana Vanessa] aprendimos las reglas del juego de la sociedad victoriana tan a conciencia que nunca las hemos olvidado. Aún lo jugamos. Es útil. Tiene también su belleza, pues se basa en la moderación, la empatía, la generosidad, todas ellas cualidades civilizadas. Ayuda a hacer algo decoroso de puras naderías. […] Pero las maneras victorianas son, tal vez ‒no estoy segura‒, una desventaja para la escritura. Cuando leo mis antiguos artículos del Literary Supplement, echo la culpa de su habilidad, su cortesía, su soslayo, a mi aprendizaje a la mesa del té. No me veo reseñando un libro, sino distribuyendo platos de bollos a jóvenes tímidos, mientras les pregunto si quieren crema y azúcar. Por otro lado, la educación superficial permite, como he podido notar, deslizar cosas que el oído no toleraría dichas de frente y en voz alta.

Así, cuando está hablando de comida, lo que hace es usar este recurso tan victoriano para hablar de lo que le importa ya desde el principio: el dinero y la institucionalización de adónde va a parar, y de cómo el hecho de que las mujeres tengan más problemas para acceder a la educación superior y carezcan en sus colegios universitarios de caprichos como el vino (de hecho, en el manuscrito de Un cuarto propio la autora instaba a las jóvenes que querían escribir a que bebiesen vino y tuviesen un cuarto propio, si bien le debió de parecer demasiado ambiguo al final) coarta su creatividad.

Woolf habla, en realidad, de algo que conoce bien. Tras la muerte de su padre fue en Cambridge donde hizo reposo en casa de su tía Caroline Emelia Stephen, que le dejaría la famosa herencia que replican las 500 libras de Mary Beton. Muchos de los hombres que Woolf conocía eran producto de la educación de Cambridge, incluidos su padre, sus hermanos, su marido y muchos de los integrantes del círculo de Bloomsbury. Por otra parte, Woolf tenía también estrechos vínculos no solo con algunas de las directoras del Newnham College, sino también con muchas de las pioneras de la reforma educativa a favor de las mujeres.

Por eso, aunque Un cuarto propio documenta la lucha de las mujeres por acceder a la educación superior y subraya repetidamente la importancia que esta tiene para ellas, es también muy crítico con el sistema universitario. La narradora sufre las prohibiciones y la exclusión de la universidad. Observa los efectos de siglos de riqueza y tradición, y la elevación de la academia y la creatividad masculinas que se han logrado excluyendo a las mujeres (e, históricamente, también a la clase obrera, los judíos y los católicos). Y critica una pedagogía basada en la vanidad, la pasividad y la jerarquía, el aprendizaje memorístico y los sistemas de evaluación. Todo lo cual se basa en su propia experiencia.

Está, por un lado, el hecho de que se permitiese a sus hermanos varones estudiar en Cambridge, pero no a las chicas de la familia. Por otro, la historia del círculo de Bloomsbury original está impregnada del ambiente eminentemente masculino de la universidad, y la influencia de las hermanas Stephen en sus reuniones fue más bien menor en un principio. Durante todo 1905 hay en el diario de Woolf referencias a lo aburrido de la compañía de los amigos de Thoby, a los que encontraba «criaturas inanimadas» (escribió a Violet Dickinson), silenciosas y serias. Le gustaba mucho más la compañía de las mujeres, donde cualquier broma podía desatar la hilaridad. En un ensayo sobre «El valor de la risa» que escribió para The Guardian en agosto del mismo año, habla de las mujeres como las peligrosas embajadoras del «espíritu cómico», «porque sus ojos no están nublados por las enseñanzas formales ni sus cerebros asfixiados por las teorías de los libros […] y es seguramente por eso por lo que se mira con tanto desprecio a las mujeres en el mundo profesional». Son peligrosas, dirá en Un cuarto propio, porque son ellas las que pueden ver la desnudez del emperador, la fragilidad de la masculinidad.

El principio del concepto del acallamiento de las mujeres en la literatura que desarrolla Woolf en este libro parte, en realidad, de la ira que le provoca su sentido de la competitividad. Puede que fuesen los hombres quienes tuviesen más formación y hablasen más en las reuniones de su círculo, pero era ella y no uno de aquellos hombres quien iba a ser la gran escritora. Y no estaba dispuesta a engrosar las filas de los «anónimos».

No solo en este ensayo, Woolf tendía a disfrazar su autobiografía en la ficción, donde ocultaba en sus críticas literarias y sus historias feministas las fuentes privadas de sus opiniones. Es, si lo analizamos bien, el consejo que da a las lectoras de Un cuarto propio: que se alejen de lo personal y no escriban aferradas a sus agravios; que sientan la pasión, pero la refrenen para trazar su estrategia con sentido común. La misma idea se recoge en una carta que escribe a Ethel Smyth el 8 de junio de 1933:

No escribí Un cuarto sin sentimientos considerables, hasta tú te habrás dado cuenta; no es asunto que me resulte indiferente. Y me forcé a hacer la cantidad [se refiere a las célebres 500 libras] ficticia; legendaria. Si hubiese dicho: Mírenme, heme aquí sin educación porque mis hermanos se gastaron los fondos de la familia para ella, que es lo que pasó… Bueno, habrían dicho: su interés es personal; y nadie me habría tomado en serio, aunque estoy de acuerdo en que habría tenido más lectores de esos que no busco; que te leerán a ti y se regodearán en su personalidad […] porque demuestra[s] una vez más lo vanidosas, lo personales, dirán, frotándose las manos con satisfacción, que son siempre las mujeres; casi puedo oír cómo lo escriben.

Con su estilo desenvuelto y lleno de digresiones, Un cuarto propio cubre una miríada de asuntos concernientes a las mujeres y la creatividad. La interconexión es fundamental en el feminismo de Woolf. Evita una política feminista centrada en un solo tema ‒como el sufragio‒ o en un solo sexo. Siguiendo las huellas de Mary Wollstonecraft (Vindicación de los derechos de la mujer, 1792) o de Olive Schreiner (La mujer y el trabajo, 1911), Woolf argumenta que la exclusión de las mujeres de las esferas social, política y creativa tiene efectos perjudiciales para la sociedad en su conjunto.

La tradición no se hereda, se conquista

Antes de entrar en el tema de la vida y las obras de escritoras concretas, Woolf explora los obstáculos de la creatividad humana, las formas en que las mujeres han escrito y el oxímoron que supone el dúo «mujer» y «artista», y para ello recurre a dos repositorios de conocimiento: los campus universitarios y el Museo Británico. La historia de la literatura de las mujeres no comienza en serio hasta el capítulo 4, una demora que refleja la dilación en cuanto a la emergencia de un cuerpo de escritoras profesionales en la historia, así como una metáfora del retraso o la interrupción que la literatura supone en la vida de cada mujer en la que la expresión creativa solo es posible tras cumplir los deberes domésticos y criar a los hijos (no deja de ser curioso que una escritora más contemporánea como Alice Munro haya dicho que se convirtió en novelista en el cuarto de planchar).

Un cuarto propio es, además, un texto queer. Su génesis está entrelazada con la publicación de Orlando y la aparición de Woolf con Vita Sackville-West en Girton, aunque también alude muy deliberadamente en el último capítulo a un mundo donde los sexos no sean solo dos y a la participación de la autora en el juicio por obscenidad contra la novela lesbiana de Radclyffe Hall, The Well of Loneliness [El pozo de la soledad]. Woolf era una de los cuarenta testigos llamados a testificar en favor de la novela, y se presentó el 9 de noviembre de 1928 en el tribunal, aunque el magistrado Chartres Biron no permitió finalmente que ninguno de ellos testificase. En el texto definitivo del ensayo, considera la posible presencia de Biron tras la cortina roja, pero en el manuscrito había escrito: «las páginas se habían pegado; mientras intentaba abrirlas se me aparecieron brevemente en la imaginación el inevitable policía; la citación; la orden de presentarme ante el tribunal; la temible espera; la entrada del juez con una reverencia; el vaso de agua; el fiscal; el abogado defensor; el veredicto; este libro del que dicen que es obsceno; & las llamas que se elevan». La novela La aventura de la vida de Mary Carmichael, que Woolf inventa para Un cuarto propio, representa la posibilidad, junto con las limitaciones, de las formas internalizadas y externas de censura.

La frase «A Chloe le gustaba Olivia…» (p. 130) encierra, asimismo, no solo la posibilidad de una relación sexual, sino también un cambio de perspectiva. Este es el concepto que se desarrollará en más profundidad, pues el hecho de que las mujeres dejen de ser vistas y narradas por el otro sexo y en relación con él es el que las liberará de represiones y limitaciones. No insistir en una experiencia sexualizada proporcionará libertad para escribir con sinceridad sobre la experiencia femenina, y así afirma: «escribía como una mujer, pero como una mujer que ha olvidado que lo es» (p. 143).

Aunque el academicismo feminista más reciente ha dado ya una visión muy distinta de la escritura femenina de la que Woolf muestra en este ensayo, que perpetúa el mito de que la historia de la literatura femenina comienza en el siglo XVIII y de que las primeras escritoras eran criaturas siniestras y locas, también lo es que la autora reconoce que el reto está más en la recuperación que en la producción, y que urge a las jóvenes universitarias a participar en ese proyecto de rescate: «¿y por qué no va a ser alguna alumna brillante de Newnham o Girton quien nos lo dé?» (p. 87). Un cuarto propio pavimenta el camino para los descubrimientos de escritoras que continúan en la actualidad.

Muchas de las ideas que recoge este ensayo expuestas hasta ahora (la mezcla de realidad y ficción, la posición de la mujer en la sociedad, la diferencia de privilegios según el sexo, la ironía y el humor, e incluso el aspecto más queer) son asimismo una recuperación de las que expone, de manera más ligera, en Orlando (novela de la que incluso retoma personajes).

Los libros se continúan unos a otros

Igual que Orlando, que Woolf comienza tras Al Faro como un divertimento, trata el paso del tiempo y la herencia familiar, temas fundamentales de la segunda novela, también anticipa el gran tratado feminista que será Un cuarto propio. Señalé en la introducción de Orlando que el libro «funciona como puente natural entre dos textos superficialmente muy distintos»[6], donde parte de una idea que la rondaba y que en Un cuarto propio expresa:

Para hablar en plata, el fútbol y el deporte son «importantes»; rendir culto a la moda, comprar ropa, «trivial». Y estos valores se transfieren inevitablemente de la vida a la ficción. Este libro es importante, supone el crítico, porque habla de la guerra. Este libro es insignificante porque habla de los sentimientos de unas mujeres en un saloncito. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda (p. 120),

y convierte estos asuntos en significativos para la historia de Orlando. Anticipa, asimismo, la implicación feminista de que el sexo anatómico no determina el destino de la persona, y pone de manifiesto en una burlona biografía la omisión de las mujeres en la historia de la literatura y la sociedad. Visto así, no podemos sino afirmar que Woolf demuestra en su propia obra que «los libros encuentran la forma de influirse unos a otros» (p. 160).

La idea de la herencia literaria en Un cuarto propio es como la continuidad de las líneas de sangre en Orlando. Igual que la Orlando contemporánea encierra en sí misma todas las experiencias de sus yoes pasados, Woolf es la hermana de Shakespeare, sigue su obra, construye sobre los cimientos puestos por las mujeres desconocidas cuyo mundo no les permitía escribir. Más allá de eso, Orlando y Un cuarto propio son ambos tentativas de libertad, con fines utópicos: ambos liberan a sus mujeres de historias de represión y limitación. De nuevo mezclando autobiografía y ficción, solo en Orlando y Un cuarto propio se libera Woolf, a través de la idea de una mujer que escribe, de las presiones de la familia, del sino, de la prisión de la locura. Los dos libros avanzan alegremente a través de los periodos literarios y acaban con la idea de una libertad nueva y moderna. Sin embargo, en ambos hay pausas, lagunas, silencios, cosas que no se pueden decir o no se han dicho. Ambos anticipan, con ello, el ambiente solitario de la meditación, el silencio y el misticismo que llenará Las olas.

Así pues, su siguiente libro continuaría el trabajo de Orlando y Un cuarto propio, aunque de manera muy distinta. Las olas será una novela «mística», seria, exploratoria, en la que se vuelve a centrar en los muchos papeles que desempeña un individuo y en cuánta gente hace de cada uno de nosotros lo que es. En ella, sus amigos son voces que, como los libros, se entretejen y se «continúan unos a otros».

Recepción de Un cuarto propio

Parece una puerilidad afirmar que Virginia Woolf es una escritora icónica, pero hemos de hacerlo aquí porque Un cuarto propio hizo mucho por consolidar ese estatus. El sintagma del título continúa resonando en la cultura popular, su herencia se vislumbra en nombres de librerías, títulos de canciones, revistas y películas. Resuena en los títulos de libros que abarcan desde «cabañas» a «castillos» propios. También citas incorrectas del libro se repiten hasta la saciedad en tarjetas, camisetas, cuadernos, y ahora colgados en las redes: «Anónimo es nombre de mujer», «Podréis cerrar las bibliotecas, pero no hay puerta, candado ni barrera que pueda imponerse a la libertad de mi mente». No hay duda: la idea de que la producción de arte depende de las circunstancias materiales, o de que la mujer necesita dinero y espacio para gozar de libertad intelectual, es un tropo central de la cultura popular igual que del feminismo moderno.

Y esta popularidad de Un cuarto propio