Un cuarto propio - Virginia Woolf - E-Book

Un cuarto propio E-Book

Virginia Woolf

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Lo que comenzó como una conferencia sobre "Las mujeres y la novela" para un auditorio de estudiantes universitarias en 1928, se ha convertido en uno de los ensayos más emblemáticos del feminismo. Virginia Woolf plantea que, para poder escribir, las mujeres necesitan tener dinero y un cuarto propio. Hasta comienzos del siglo XX no lo tenían; habían estado escribiendo en las salas comunes de sus hogares. Woolf expone con ingenio las condiciones en que las mujeres se dedicaban al acto creativo hasta entonces y nos alienta a dar vuelta la historia. Esta edición anotada cuenta con marcas de lectura a cargo de Agustina de Diego. Tiene argumentos subrayados, notas al margen, guías de lectura al final de cada capítulo y un prólogo magistral. Cecilia Pavón, nos regala una traducción actual en la que supo captar las sutilezas discursivas de Woolf. Las ilustraciones de María Eugenia Hernández son el maridaje perfecto para velar por una larga vida a este clásico en nuestras bibliotecas.

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Seitenzahl: 214

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Un cuarto propio

Un cuarto propio

VIRGINIA WOOLF

FERA

Traducido por Cecilia Pavón

Comentado por Agustina de Diego

© FERA, 2021

Av. Callao 1660

1024, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

www.fera.com.ar

Primera edición

Título original:A Room of One’s Own

Traducción: Cecilia Pavón

Comentarios:Agustina de Diego

Ilustraciones:María Eugenia Hernández

Edición:Mara Parra

Curaduría:Victoria Benaim

Digitalización: Proyecto 451

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier

forma o por cualquier medio, idéntica o modificada, sea electrónica o

mecánicamente; mediante fotocopias, digitalización u otros métodos sin

previo permiso expreso de la editora.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Woolf, Virginia

Un cuarto propio / Virginia Woolf ; Comentarios de Agustina de Diego ; Ilustrado por María Eugenia Hernández Salais. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : FERA, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Cecilia Pavón.

ISBN 978-631-6541-18-5

1. Ensayo Literario. 2. Feminismo. 3. Literatura Inglesa. I. Diego, Agustina de, com. II. Hernández Salais, María Eugenia, ilus. III. Pavón, Cecilia, trad. IV. Título.

CDD 820

Índice

Sobre esta edición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

UN CUARTO PROPIO

Capítulo uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Capítulo dos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .53

Capítulo tres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

Capítulo cuatro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

Capítulo cinco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

Capítulo seis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

Palabras finales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .185 Bibliografía y libros recomendados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187

Créditos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190

Sobre esta edición

Se preguntarán porqué hicimos una edición de uno de los clásicos feministas más traducidos, publicados y disponibles en el mercado. La respuesta no es porque el 28 de marzo de 2021 se cumplieron ochenta años de la muerte de Virginia Woolf. Aunque no está demás traerlo a colación. La respuesta es que quisimos crear una experien-cia de lectura que acompañe a las lectoras de principio a fin y que las inspire a realizar sus propias marcas sobre las páginas. Esta es una invitación a sentarse a la mesa de las reflexiones para que proliferen nuevos y más modos de recibir esta obra.

En este libro vas a encontrar: frases icónicas resaltadas; argumentos subrayados, para ampliar el debate; palabras clave circuladas, para no perder de vista esos nodos conceptuales; notas al margencon ex-plicaciones más técnicas sobre la obra y el estilo; una guía de lectura al final de cada capítulo, para bajar a tierra las palabras de Woolf; un prólogo magistral, con el foco puesto en la recepción rioplatense del libro. Todo esto marcado y analizado por la lectora especializada Agustina de Diego.

Además, está lo que no se ve: una traducción limpia, precisa y con-temporánea para que la lectura fluya; obra de Cecilia Pavón. Esta edición es una cita con la literatura y con el feminismo. Para acudir a ella no necesitás más que el coraje de sacarte algunos chips de la cabeza. Woolf, con su magia, sabrá qué hacer con el espacio liberado.

Que sea un match.

Mara Parra y Victoria Benaim

Editoras de Fera

Prólogo

Usted da gran importancia a que las mujeres se expresen, y a que se expresen por escrito. Las anima a que escriban all kind of books, hesitating at no subject however trivial or however vast1.(…) Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer.

Carta de Victoria Ocampo a Virginia Woolf2

El primer acercamiento que tuvo Victoria Ocampo a Virginia Woolf fue gracias a Sylvia Beach, editora estadounidense y dueña de la librería Shakespeare and Company en París, nos cuenta Manuela Barral (2020) en el prólogo de Correspondencia. Sylvia le recomen-dó a Victoria que leyera Un cuarto propioen 1930 y, años más tarde, Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, las presentó en una muestra de fotografía. A partir de entonces comenzaron una amis-tad por correspondencia y llegaron a enviarse decenas de cartas du-rante un período de seis años.

1«toda suerte de libros, sin vacilar ante ningún asunto, por trivial o vasto que parezca». (Traducción de Victoria Ocampo).

2Esta carta fue publicada en Virginia Woolf en su diario, de Victoria Ocampo, editado por Sur en 1954 y aparece también en Correspondencia Victoria Ocampo -Virginia Woolf (Rara Avis, 2020). Fue enviada en diciembre de 1934, el mismo año en que se conocieron.

Cuando Ocampo fundó Sur, primero la revista y luego la editorial, le propuso a Woolf traducir sus textos y distribuirlos en Sudamérica. El primer título que publicaron fue Un cuarto propio(1936), con traducción de Jorge Luis Borges. Luego le siguieron Orlandoy Al faro, dos de sus novelas más emblemáticas, por recomendación de la propia Virginia.

La amistad de estas dos mujeres de letras, sin duda ambas figuras míticas para las literaturas de sus países, fue luego plasmada en un ensayo, Virginia Woolf en su diario(1954), escrito por Ocampo, en el que analiza la obra y su vínculo con la autora de Los añosy del que hablaremos más adelante.

Pero antes de seguir avanzando deberíamos acercarnos a un modes-to retrato de quien fue una de las escritoras más importantes del si-glo XX; referente, por su estilo único, para una cantidad incontable de escritores y escritoras.

Sobre su vida

Adeline Virginia Stephen nació en 1882 durante la Segunda Revo-lución Industrial en Londres, ciudad que hace propia y moldea a su gusto en casi todas sus obras, incluido este ensayo. Fue la tercera hija de un matrimonio que se casaba por segunda vez y que ya tenían hijos de parejas anteriores. Julia, su madre, había enviudado cuando estaba embarazada de su tercer hijo; mientras que Leslie, su padre, había tenido una hija y su ex mujer había fallecido cuando cursaba su segundo embarazo. Su padre fue un reconocido hombre de letras

y, por lo tanto, se vio rodeada de intelectuales desde muy temprana edad. Además, se encargó de la educación en casade Virginia.

Ambas familias poseían integrantes peculiares (la fotógrafa Julia Margaret Cameron, entre ellos) que influyeron a la autora de Miss Dallowayde varias maneras: «las tías abuelas le legaron la posibili-dad de tener una vida en la que lo doméstico y lo cotidiano adqui-rieran rango artístico» (Chikiar Bauer, 2012) y donde aquel espacio privado pudiera verse con otros ojos y resignificarse como lo hace en sus obras. Pero no fueron solo las mujeres de su entorno las que inspiraron a Virginia, sino también los hombres: tíos patriarcales y primos excéntricos al borde de la demencia. En sus obras buscó reflejar bosquejos del mundo que la rodeaba, pero no solo realizó un retrato sino que también mostró «lo difícil que resulta escapar a los encasillamientos impuestos por la familia y la sociedad» (Chikiar Bauer, 2012).

La mitad de su vida, es decir su infancia y parte de su juventud, fue durante la época victoriana3. Vivió junto a sus siete hermanos en 22 Hyde Park Gate, una típica casa inglesa del momento y pasó sus veranos en St. Ives. Las vacaciones le permitieron tanto a Virginia como a sus hermanos interactuar con la naturaleza constantemente. Muchas de las anécdotas de su niñez, fruto de esos viajes, también son evocados por los niños de sus novelas. Algunas de ellas, como por ejemplo el hallazgo del esqueleto de un perro por parte de sus hermanos, lograron que Virginia descubriera que «el sinsentido, lo siniestro o lo grotesco podrían irrumpir en los momentos cotidia-nos» (Chikiar Bauer, 2012) y está fue la ventana que le permitió escribir sin tapujos.

1La reina Victoria estuvo en la corona desde 1837 hasta 1901.

Pero no todos fueron recuerdos felices en la infancia de Virginia; hubo más que niños cazando mariposas por los jardines. En primer lugar cabe destacar que el vínculo que tenía Virginia con sus medio hermanos era difícil. Laura, la única hija del matrimonio anterior de su padre, había sido enviada a un asilo por cuestiones de salud men-tal que en esa época eran imposibles de diagnosticar correctamente; hoy se cree que sufría de esquizofrenia. George, Stella y Gerald, los hijos que su madre había tenido antes de casarse con su padre, son mencionados en los diarios de Virginia como los otros: «no eran hermanos y hermana, sino seres en posesión de cuchillos, o de en-vidiables dotes para correr y cortar» (Chikiar Bauer, 2012), aunque con el tiempo pudo desplegar una relación más cariñosa con Stella. Años más tarde Virginia reprocharía a sus hermanastros situaciones de abuso vividas en la infancia.

La muerte tocó la puerta de los Stephen cuando en 1895 falleció Julia a causa de la influenza. Todas las madres de la narrativa de Woolf tienen un poco de Julia, pero especialmente Mrs Ramsay, de Al faro. Fue en estas fechas que comenzaron las primeras crisis ner-viosas de Virginia y el diagnóstico de «depresión nerviosa» (Chikiar Bauer, 2012). Al poco tiempo también le llegó la muerte a su media hermana Stella; unos años después, en 1904, a su padre y, en 1906, a su hermano Thoby.

Después de la muerte del padre, los hermanos Stephen decidieron mudarse al barrio de Bloomsbury. Allí Virginia y su hermana Vanessa formaron parte del grupo que lleva el mismo nombre, en el que parti-ciparon intelectuales, escritores, pintores y otras personalidades vin-culadas a la cultura. Las hermanas conocieron a sus esposos en este grupo: el crítico de arte Clive Bell y el escritor Leonard Woolf.

En 1917 luego de casarse, los Woolf fundaron la editorial Hogarth Press, donde no solo se editaron obras de los propios editores sino también de diversas personalidades contemporáneas y de escritores que aún no habían sido traducidos al inglés, como, por ejemplo, las obras de Sigmund Freud.

Leonard no fue la única pareja de Woolf; en la década de 1920 mantuvo una relación paralela con la poeta Vita Sackville—West , a quien le dedicó la novela Orlando (1928); luego se convirtieron en grandes amigas e intercambiaron durante varios años corresponden-cia y tertulias. Vita fue la modelo del personaje principal de la nove-la, un aristócrata que deviene mujer y que vive tres siglos, desde la época isabelina hasta comienzos del siglo XX. Incluso, dice Victoria Ocampo (2020), «la edición norteamericana (estaba) acompañada no solamente de retratos de los antepasados de Vita, sino de fotogra-fías de ella misma en la época contemporánea».

Woolf fue una escritora muy prolífica a pesar de su corta vida, escri-bió centenares de cartas, varios volúmenes de diarios, ensayos que luego se recopilaron en obras como El lector común(1933) y La muerte de la polilla(1942); además de Un cuarto propio(1929) publicó otro ensayo de índole feminista: Tres guineas(1938). Sus cuentos se publicaron en revistas y sus novelas fueron: Fin de via-je(1915), Noche y día(1919), El cuarto de Jacob(1922), La Sra. Dalloway(1925), Al faro (1927), Las olas(1931), Flush(1933), Los años(1937) y Entre actos(1941).

El 28 de marzo de 1941, Virginia dejó dos cartas: una para su mari-do y otra para su hermana. En ellas mencionaba el temor por volver-se loca, ya que para ese entonces sufría una depresión severa. Más tarde, llenó sus bolsillos de piedras y se arrojó al río Ouse.

Sobre su escritura

Diez años antes de su muerte, en Las Olas, Woolf parece adelantar su destino:

Bernard [uno de los protagonistas de la novela] oye entonces el coro de su generación «río abajo» y se ve a sí mismo arrastrado como los demás por los remolinos del agua. Este es uno de los simulacros que hizo Virginia de su muerte en el río Ouse. «Pedaci-tos de nuestro ser se desmigajan —prosigue Bernard—. No puedo conservarme intacto. Dormiré... Soy como un leño que se despeña suavemente desde una cascada». (Gordon, 2017)

Victoria Ocampo dijo más tarde que tanto Al farocomo Las olasson dos obras «violentamente autobiográficas» (Ocampo, 2020). La muerte y la infelicidad son temas recurrentes en su literatura y re-flexiona en sus textos sobre esos finales constantemente; como en el cuento «La mujer en el espejo», donde la mirada del otro pesa tanto como la del personaje, cuando mira su reflejo: «(…) pensó que la vida la había tratado bien; aunque fuera a morir, tan sólo sería re-costarse sobre la tierra y descomponerse dulcemente entre las raíces de las violetas» (Woolf, 2019).

A la hora de pensar en su estilo narrativo, Woolf, junto a Faulkner y Joyce, es una de las grandes referentes del fluir de conciencia. Esta técnica consiste básicamente en mantener en un mismo plano al na-rrador y a la mente de los personajes. De esta manera, logramos acceder a los pensamientos del inconsciente, aquellos que por alguna razón permanecen ocultos. Por momentos, esos pensamientos pue-den ser conscientes, es decir, se dan a través de un monólogo donde

el personaje sabe que está hablando con él mismo (soliloquio).

Woolf logra, de esta manera, desnudar a sus personajes y volverlos más cercanos. Se manifiesta un clima intimista que nos invita a em-patizar hasta con lo inimaginable por nuestra propia mirada. A su vez, como en la obra de Proust, En busca del tiempo perdido, Woolf crea «un personaje invisible pero real, el Tiempo» (Saintsbury, 1957). Ocampo (2020) agrega que «el tiempo humano, que nuestro corazón mide con sus latidos y junto al cual el tiempo de los relojes resulta falso, la persigue».

Sobre Un cuarto propio

Lo que tendría que haber sido una conferencia para un auditorio de estudiantes universitarias sobre las mujeres y la literatura se convir-tió en uno de los ensayos más famosos del feminismo. En él, Woolf expresa la necesidad de que para poder escribir las mujeres necesitan tener dinero y un espacio propio donde no ser interrumpidas. Pero ¿qué más nos dice? La narradora recorre su presente, el de Inglate-rra en los años 20, donde todavía hay espacios exclusivamente para hombres, donde ellos reciben mejor educación, donde una silenciosa violencia patriarcal es impuesta y donde el recuerdo de la mujer vic-toriana sigue latente.

Los valores victorianos implicaban que las mujeres debían cumplir el rol de esposas devotas y sumisas, y se creaba un microclima en el cual los hombres se creían con el derecho a «tratar a las mu-jeres "respetables" como a enfermeras obedientes y vírgenes enca-denadas, y a las otras, las "no respetables", como a vil ganado»

(Ocampo, 2020). Por eso es que Woolf reflexiona sobre el lugar de la mujer en la sociedad. ¿Hace cuánto tiempo pueden tener patrimonio propio? O, ¿por qué no se habla de la vida de las mujeres en el siglo XVI? Asimismo, Lyndall Gordon (2017) dice que el ensayo delimita un territorio que «potencia la argumentación contra la ineficacia e ignorancia impuestas que durante tanto tiempo nubló la contrahis-toria de las mujeres».

Con cada pregunta surge una posible reflexión y se suma aquella que hacemos como lectoras nosotras, las mujeres del siglo XXI, que aún notamos muy pocas diferencias con lo que Woolf expone. El espacio privado, lo doméstico, es y debe ser valioso para poder contrarrestar el espacio público creado por el hombre, aquel que ellos estipularon que era más relevante, y de esta manera crear nuevos espacios. Sin dudas, el espacio doméstico ha sido el testimonio de una lucha silen-ciosa que de a poco se levantaba a través de la escritura.

En sus dos ensayos feministas, Virginia les está diciendo a los hom-bres que «vean, razonen, reflexionen un instante. Nuestra lucha, la de las mujeres contra la tiranía del estado patriarcal impuesto por ustedes, es análoga a la lucha que iban a librar ustedes contra la tiranía del estado fascista, hitlerista» (Ocampo, 2020). Con el paso del tiempo se retomaron sus textos y se elaboraron nuevas teorías feministas que la tomaron como base.

Es entonces Un cuarto propioun texto que invita a levantarse y que le deja una pequeña tarea a las mujeres que lo lean: escriban de lo que sea, pero escriban.

Capítulo uno

Pero, podrán decir, te pedimos que hablaras sobre las mujeres y la literatura; ¿qué tiene eso que ver con un cuarto propio? Voy a intentar explicarlo. Cuando me pi-dieron que hablara sobre las mujeres y la literatura, me senté a la orilla de un río y empecé a preguntarme qué querían decir exactamente esas palabras. Quizás, signi-ficaban simplemente algunos comentarios sobre Fanny Burney; otros más sobre Jane Austen; un homenaje a las Brontëy un boceto de la casa rectoral de Haworthbajo la nieve; algunas ocurrencias, de ser posible, sobre

la señorita Mitford; una alusión respetuosa a George Eliot; una referencia a la Sra. Gaskelly con eso habría sido suficiente. Pero al pensarlo por segunda vez, la frase no parecía tan simple. El título las mujeres y la literatura puede aludir a —y es posible que ustedes hayan tenido la intención de que hiciera referencia a eso— las mujeres y su forma de ser, o podría querer decir las mujeres y la literatura que ellas escriben; o también las mujeres y lo que se escribe sobre ellas; o podría significar que de al-guna manera estos tres sentidos están inextricablemente unidos y ustedes desean que los considere bajo esa luz. Pero cuando empecé a abordar el tema desde esta última perspectiva que parecía la más interesante, pronto me di cuenta de que presentaba un terrible inconveniente. Nunca iba a poder llegar a una conclusión. Nunca iba a ser capaz de cumplir con lo que es, según tengo entendi-do, el primer deber de una oradora: entregarles, después de una hora de discurso, una pepita de pura verdad para envolver entre las páginas de sus cuadernos y conservar en la repisa de la chimenea para siempre. Todo lo que iba a poder hacer era ofrecerles una opinión sobre un punto menor: una mujer debe tener dinero y un cuarto propio si va a escribir literatura; y eso, como verán, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la literatura. He eludido la obligación de llegar a una conclusión sobre es-tas dos cuestiones: las mujeres y la literatura siguen sien-do, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver.Pero para enmendar algunas cosas, voy a hacer lo que pueda para mostrarles cómo llegué a esta opinión sobre la ha-bitación y el dinero. Voy a desplegar ante ustedes, de la

forma más completa y libre que me sea posible, la línea de pensamiento que me condujo a esta noción. Quizás si hago visibles las ideas, los prejuicios, que se esconden detrás de esta declaración, ustedes verán que algunos se relacionan con las mujeres y otros con la literatura. En cualquier caso, cuando un tema es muy controvertido, y cualquier pregunta sobre el género lo es, no se puede te-ner la esperanza de decir la verdad. Lo único que se pue-de hacer es mostrar cómo se llegó a tener cualquier opi-nión que se tenga. Una solo puede darle a su audiencia la oportunidad de sacar sus propias conclusiones mientras observa las limitaciones, los prejuicios y la idiosincrasia de quien habla. Es probable que aquí la ficción contenga más verdad que los mismos hechos. Por eso propongo, haciendo uso de todas las libertades y licencias de no-velista, contarles la historia de los dos días previos a mi llegada aquí; cómo, abrumada por el peso del tema que pusieron sobre mis hombros, lo analicé y lo incorporé a mi vida cotidiana. No necesito decir que lo que estoy por describir no existe; Oxbridgees una invención, igual que Fernham; «yo» es solo un término conveniente para alguien que no posee una existencia real. De mis labios, saldrán mentiras, pero quizás haya también algo de ver-dad en esas mentiras. Depende de ustedes buscar esa ver-dad y decidir si vale la pena conservar alguna parte de ella. De lo contrario, por supuesto, podrán tirar todo a la papelera y olvidarlo por completo.

Entonces ahí estaba yo (llámenme Mary Beton, Mary Seton, Mary Carmichaelo como quieran, da lo mismo) sentada a orillas de un río hace una o dos semanas un hermoso día de octubre, perdida en mis pensamientos. Ese yugo del que hablé antes, el tema de las mujeres y la ficción, la necesidad de llegar a alguna conclusión sobre un asunto que suscita todo tipo de prejuicios y pasio-nes, hacía que mi cabeza se inclinara hacia abajo. A la derecha y a la izquierda, arbustos de algún tipo, dora-dos y carmesíes, brillaban con el color del fuego, hasta parecían quemarse. En la otra orilla, los sauces lloraban en perpetuo lamento, con el cabello rozándoles los hom-bros. El río reflejaba lo que elegía de cielo, de puente y de árbol en llamas, y después de que un estudiante con su bote pasara rompiendo en pedazos los reflejos, estos volvían a juntarse como si el joven nunca hubie-ra existido. En ese lugar era posible quedarse pensando durante horas y horas. El pensamiento —para llamarlo por un nombre más orgulloso del que merecía— había hundido su línea en la corriente. Se balanceaba, minuto a minuto, de aquí para allá entre los reflejos y la maleza, dejando que el agua lo levantara y lo hundiera hasta que —ustedes ya conocen ese tironcito— la súbita conglome-ración de una idea al final de la caña: y luego la subida

prudente y el tendido cuidadoso sobre el suelo. Ay, una vez puesto sobre el pasto, qué pequeño, qué insignifican-te parecía aquel pensamiento mío; el tipo de pez que un buen pescador devuelve al agua para que engorde y val-ga la pena cocinar y comer algún día. No los molestaré con ese pensamiento ahora, aunque si observan, pueden encontrarlo por ustedes mismas en lo que voy a decir.

Aunque por pequeño que fuera, tenía, no obstante, la propiedad misteriosa de su especie: al ponerlo de vuelta en la mente, se volvió a la vez muy emocionante e impor-tante; y mientras se lanzaba y se hundía, y se movía de un lado a otro, provocó tal aluvión y tumulto de ideas que era imposible quedarse quieta. Fue así que me en-contré caminando con extrema rapidez por un cantero de césped. Al instante, la figura de un hombre se levantó para interceptarme. Tampoco entendí al principio que las gesticulaciones de un objeto de aspecto curioso, con un traje de etiqueta y una camisa de noche, estuvieran dirigidas a mí. Su rostro expresaba horror e indignación. El instinto, más que la razón, vino en mi ayuda, él era un bedel; yo era una mujer. Este era el césped; allí estaba el camino. Solo se permiten académicos y becarios; el pe-dregullo es mi lugar. Tales pensamientos fueron obra de un momento. Cuando recobré el camino, el bedel bajó los brazos, su rostro adoptó