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Cuando se publicó "Un daño irreversible", Abigail Shrier, su autora, recibió cientos de acusaciones y demandas de cancelación. Sin embargo, el libro se convirtió rápidamente en best-seller y fue elegido como libro del año por The Times y The Economist. Esta síntesis presenta sus ideas fundamentales sobre la problemática de la disforia de género y las investigaciones que reflejan un repentino aumento en el número de niñas que dicen que no quieren ser mujeres, y se autoidentifican como transgénero.
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Seitenzahl: 48
Veröffentlichungsjahr: 2022
En su libro “Un daño irreversible”, la autora, Abigail Shrier, presenta la historia de Lucy: una pequeña precoz y aniñada, que amaba a las princesas de Disney. Relata luego que en la escuela secundaria, Lucy comenzó a tener ansiedad y depresión. También tenía problemas para socializar, y las cosas empeoraron cuando su hermana mayor comenzó a consumir drogas. En medio de ese contexto familiar, sus padres le prestaban poca atención. A esta problemática se sumaba que las amigas mujeres siempre eran fuente de pelea. Pero las cosas cambiaron cuando comenzó una universidad de artes liberales.
“Cuando más tarde ese otoño se agravó su ansiedad, decidió, junto con algunas de sus amigas, que su angustia tenía una causa de moda: la ´disforia de género´. En menos de un año, Lucy empezó a tomar testosterona. Pero su verdadera droga, la que la enganchó, fue la promesa de una nueva identidad. Una cabeza afeitada, ropa de chico y un nuevo nombre fueron las aguas bautismales de un renacimiento de mujer a hombre”.1
La madre de Lucy afirma que su hija realmente no tenía disforia de género, porque nunca antes había mostrado ninguna incomodidad con su cuerpo o con su condición de niña.
El libro de Abigail Shrier no trata sobre adultos transgénero, que han tenido su propia lucha y han trazado un camino admirable.
¿Cómo se interesó la autora en este tema? En octubre de 2017, California aprobó una ley que obligaba a los trabajadores de la salud a usar los pronombres elegidos por los pacientes (y las consecuencias de no hacerlo podrían ser pasar tiempo en la cárcel). Para ella, eso era inconstitucional.
“Si el Gobierno no puede obligar a los estudiantes a saludar la bandera, tampoco puede obligar al personal sanitario a utilizar un determinado pronombre. En Estados Unidos, el Gobierno no puede obligar a la gente a decir cosas, ni siquiera por cortesía. Ni por ninguna razón en absoluto”2. Shrier escribió un artículo sobre este tema para el Wall Street Journal, con el título The transgender Language War.
Shrier fue contactada por la madre de Lucy, porque en su artículo había encontrado algún tipo de esperanza. La autora comenta que al principio no estaba interesada en la historia, y se la pasó a otro colega. Pero después de tres meses, retomó el contacto con la madre de Lucy y comenzó la investigación.
Algunos de los hechos que la autora afirma en su libro son los siguientes:
“La disforia de género —antes conocida como ´trastorno de identidad de género´— se caracteriza por una disconformidad grave y persistente con el sexo biológico. Suele comenzar en la niñez temprana, entre los dos y los cuatro años, aunque puede agravarse en la adolescencia. En la mayoría de los casos —casi el 70 por ciento—, la disforia de género infantil se resuelve. Históricamente afectaba a una pequeña parte de la población (alrededor del 0,01 por ciento) y casi en exclusiva a los chicos. De hecho, antes de 2012 no había literatura científica sobre chicas de once a veintiún años que hubieran desarrollado disforia de género.
Esto ha cambiado en la última década y de forma drástica. El mundo occidental ha sido testigo de un repentino aumento de adolescentes que afirman tener disforia de género y se autoidentifican como transgénero. Por primera vez en la historia de la medicina, las chicas de nacimiento no solo están presentes entre quienes se identifican de esa manera, sino que constituyen la mayoría”.3
¿Por qué ahora la mayoría de quienes tienen disforia de género son adolescentes que no tenían manifestaciones previas de incomodidad con sus cuerpos? La autora del libro entrevistó a los padres, y esa fue una de las críticas que recibió: ¿Por qué había recurrido a los padres en lugar de entrevistar directamente a los adolescentes trans? Shrier afirma que los padres conocen a sus hijas y pueden proporcionar información sobre su condición psicológica (como se verá, muchas de las niñas transgénero son autistas, anoréxicas o practican la autolesión), su rendimiento escolar, cómo se comportaban cuando eran niñas, cuánto tiempo pasaban en Internet antes de auto-percibirse como “transgénero”, y así sucesivamente. A lo largo del libro, Abigail Shrier elige a veces la palabra “culto” para referirse a la ideología transgénero. Según la autora, muchas de las personas que caen en esa locura sienten que están atrapadas en una secta, donde no se permiten dudas ni cuestionamientos.
“Se trata de una historia que los estadounidenses necesitan escuchar. Tanto si tienes una hija adolescente como si no; o tanto si tu hija ha caído en esta locura transgénero como si no. Estados Unidos se ha convertido en un terreno fértil para este entusiasmo masivo por razones que tienen que ver con nuestra fragilidad cultural: se menoscaba a los padres, se confía en exceso en los expertos, se intimida a los disidentes en ciencia y medicina; la libertad de expresión claudica ante nuevos ataques; las leyes sanitarias del Gobierno conllevan consecuencias ocultas y ha surgido una era intersectorial en la que el deseo de escapar de una identidad dominante anima a los individuos a refugiarse en asociaciones de víctimas”4.
En el primer capítulo de su libro, la autora describe cómo era ser un adolescente en los años 90. Tardes pasadas en centros comerciales, escuchando CDs, hablando por teléfono, primeras citas, primeros besos, chismes. Hoy en día, los adolescentes tienen depresión y ansiedad en cifras alarmantes, y lo mismo sucede con las cifras de autolesiones y suicidios. Parte de este escenario puede explicarse por los smartphones y las redes sociales.
Muchos de los adolescentes transgénero mencionados en el libro no habían tenido vínculos amorosos o ni siquiera se habían besado. Muchos de ellos eran los mejores alumnos de sus clases y nunca tuvieron una fase rebelde (fumar, robar el auto de sus padres, hacer algo arriesgado y estúpido como hace cualquier adolescente alguna vez).
Julie