Un engaño conveniente - Cathy Williams - E-Book

Un engaño conveniente E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

¡Chantajeada por el multimillonario! Damien Carver estaba decidido a denunciar a la mujer que había robado a su empresa, y nada de lo que dijera la hermana de la culpable, Violet Drew, le iba a hacer cambiar de opinión. Pero la determinación de Violet, por no mencionar las tentadoras curvas que ocultaba bajo el ancho abrigo, le intrigaba lo suficiente como para dejar que se ganara la libertad de su hermana. Damien necesitaba una pareja temporal y, una vez que Violet se vistiera con ropa de moda, serviría perfectamente para sus propósitos. Pero el frío ejecutivo no estaba preparado para que la dulce naturaleza de Violet cambiara las tornas de aquel chantaje de naturaleza sensual.

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Seitenzahl: 196

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Cathy Williams

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un engaño conveniente, n.º 2301 - abril 2014

Título original: His Temporary Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4303-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

A mis tres hijas, Charlotte, Olivia y Emma, y a su continuo apoyo a todos mis proyectos

Capítulo 1

Eran malas noticias. Las peores posibles. Damien giró la silla de cuero de modo que quedó frente a los ventanales de su despacho, que ofrecían una espectacular vista de Londres.

El tópico de que el dinero no podía comprarlo todo había resultado ser cierto. A su madre le habían diagnosticado cáncer y ni todos sus millones podrían alterar aquel hecho.

No era un hombre acostumbrado a lamentaciones. No servían para nada, y su lema siempre había sido que había una solución para cada problema. Las subidas y las bajadas eran normales en la vida de una persona.

Sin embargo, una serie de lamentaciones le atravesaron ahora con la precisión de un misil guiado. Su madre llevaba más de un año encontrándose mal de salud, y él la había creído cuando le dijo sin mucho convencimiento que sí, que había ido a ver al médico, que no había nada de lo que preocuparse, que los motores de los coches viejos tendían a estropearse.

¿Y si en vez de quedarse en la superficie de aquellas afirmaciones hubiera optado por escarbar un poco más, insistir en llevarla a Londres, donde podrían verla los mejores especialistas, y no los médicos del Devon profundo?

¿Habría logrado así detener en seco al cáncer, y no tener que conformarse con que el médico le dijera que tenían que esperar a ver si estaba muy extendido?

Sí, su madre estaba ahora por fin en Londres tras muchas complicaciones y mucha ansiedad, pero, ¿y si hubiera ido a Londres antes?

Damien se puso de pie y empezó a recorrer inquieto el suelo del despacho, sin mirar siquiera la magnífica obra de arte que colgaba de la pared y que había costado una pequeña fortuna. Por una vez en su vida, la culpabilidad, que llevaba un tiempo mordisqueándole el borde de la conciencia, surgió con toda su fuerza. Se dirigió al escritorio de su secretaria, le dijo que no le pasara ninguna llamada y se permitió un raro momento de frustrante introspección.

Lo único que su madre quería para él era que se casara con una buena mujer y tuviera estabilidad.

Sí, había tolerado a las mujeres que había conocido a lo largo de los años, y Damien había optado por ignorar su creciente decepción con el estilo de vida que él había decidido llevar. Su padre había muerto hacía ocho años, dejando atrás una empresa que se asomaba peligrosamente al abismo de la quiebra.

Damien se comprometió completamente con el negocio que había heredado y trató de ser creativo para volver a levantarlo. Había integrado su gran y exitosa empresa de informática con la desfasada compañía de transportes de su padre, y la unión había sido un éxito rotundo, pero había requerido mucha atención. ¿Cuánto había tenido él tiempo para preocuparse por su estilo de vida? Cuando tenía veintitrés años, mil años atrás, o eso le parecía, había intentado escoger un estilo de vida serio al lado de una mujer, pero aquello había fracasado estrepitosamente. ¿Qué tenía de malo que a partir de aquel momento sus decisiones no fueran del agrado de su madre? ¿Acaso no tenía el tiempo a su favor para lidiar con aquella situación?

Ahora, al enfrentarse a la posibilidad de que a su madre no le quedara mucho tiempo de vida, se veía obligado a reconocer que su feroz ambición, la que le había llevado a la cima y había conservado el colchón financiero que su madre se merecía, también le había colocado en situación de decepcionarla.

Damien alzó la vista cuando su secretaria asomó la cabeza por la puerta. A pesar de que había dejado muy claro que no quería que lo interrumpieran, con Martha Hall no servían las normas habituales. La había heredado de su padre, y a sus sesenta años, era casi como de la familia.

–Sé que me habías dicho que no te molestara, hijo...

Damien contuvo un gruñido. Hacía mucho que había renunciado a recordarle que aquel término cariñoso era poco apropiado. Además de trabajar para su padre, Martha había pasado muchas noches cuidando de él.

–Pero me prometiste que me contarías lo que te dijera el especialista sobre tu madre –tenía una expresión preocupada en el rostro.

–Nada bueno –Damien trató de suavizar el tono de voz, pero se dio cuenta de que no podía. Se pasó los dedos por el oscuro cabello y se detuvo frente a ella.

Martha debía medir aproximadamente un metro setenta y ocho, pero él se cernía sobre ella con su metro noventa y tres de puro músculo. La fina tela de sus pantalones grises a medida y la prístina camiseta blanca marcaban las poderosas líneas de un hombre capaz de provocar que las cabezas se giraran a su paso por la calle.

–El cáncer podría estar más extendido de lo que pensaban al principio. Le van a hacer una batería de pruebas y luego la operarán para comprobar lo que han averiguado. Después decidirán el tratamiento más adecuado.

Martha sacó el pañuelo que llevaba en la manga de la blusa y se secó los ojos.

–Pobre Eleanor. Debe estar muy asustada. ¿Y cómo lo lleva Dominic?

Aquel nombre quedó suspendido en el aire entre ellos, un acusador recordatorio de por qué su madre estaba tan preocupada al saberse enferma y ver que él, Damien, seguía soltero y sin compromiso, jugando con una interminable lista de mujeres espectaculares pero inadecuadas a sus ojos para hacerse cargo de la que algún día sería su responsabilidad.

–Voy a ir a verle.

La mayoría de las personas habrían captado su tono abrupto de voz, habrían desistido de continuar con aquella conversación. Pero no Martha Hall.

–Entonces, ¿has pensado qué será de él si tu madre está peor de lo que se pensaba? Deduzco por tu cara que no quieres hablar de este tema, cariño, pero tampoco puedes darle la espalda.

–No le estoy dando la espalda a nada –afirmó Damien con beligerancia.

–Bueno, te dejaré para que pienses en ello, ¿verdad? Me pasaré a ver a tu madre cuando salga de trabajar.

Damien trató de esbozar una sonrisa.

–Ah, y otra cosa –recordó Martha–. Abajo hay una tal señorita Drew que insiste en verte. ¿Le digo que suba?

Damien se quedó paralizado. El asunto de Phillipa Drew era una piedra más en su mochila, pero al menos aquello podía resolverlo. Si no hubiera surgido lo de su madre lo habría solucionado ya, pero...

–Dile que pase.

Martha no sabía nada de Phillipa Drew, no tenía por qué. Phillipa trabajaba en los intestinos de IT, el lugar donde la creatividad se vivía al grado máximo y donde la habilidad y el talento de los programadores se llevaban al límite. Phillipa era secretaria de uno de los responsables del departamento, y Damien no había sido consciente de su existencia hasta que una semana atrás, una serie de infracciones de la empresa habían salido a la luz, y todas las pistas llevaban a ella.

El responsable del departamento había recibido serias advertencias, se habían organizado reuniones, todo el mundo había sido investigado. El material importante no podía robarse, pasarse a la competencia... el proceso de investigación había sido muy riguroso, y finalmente, Damien había concluido que la mujer había actuado sin la ayuda de ningún otro miembro del equipo.

Pero no había seguido pendiente del caso. La patente del software había limitado los daños, pero había que tomar represalias. Tuvo una entrevista preliminar con la mujer, pero fue algo precipitado, lo suficiente como para que la acompañaran a la puerta del edificio y le pusieran precio a su cabeza. Ahora tenía más tiempo.

Tras diez días muy estresantes, que habían culminado con la llamada de teléfono del médico de su madre, a Damien no se le ocurría nada mejor que desahogarse con alguien que había robado a la empresa.

Volvió a sentarse y se centró completamente en el asunto que tenía entre manos.

La cárcel, por supuesto. Tenía que dar ejemplo.

Damien pensó en el breve encuentro que había tenido con aquella mujer, en cómo había sollozado, suplicado y luego, al ver que nada funcionaba, en cómo se le había ofrecido como último recurso.

Torció el gesto con repugnancia al recordarlo. Aunque fuera una rubia de casi un metro ochenta, la situación le había parecido sucia y repulsiva.

Estaba en perfectas condiciones de informarle de un modo tajante que el riguroso sistema judicial británico estaba esperando por ella. Estaba deseando descargar toda la fuerza de su frustración en la cabeza de una delincuente que había tenido la osadía de pensar que podía robarle.

Abrió todas la pruebas de su intento de fraude en el ordenador, se relajó en la silla y esperó su llegada.

Abajo, en el lujoso vestíbulo del edificio de oficinas más impresionantes en las que había estado en su vida, Violet esperó a que la secretaria de Damien Carver fuera a buscarla. Estaba un poco sorprendida de que resultara tan fácil verle. Durante unos segundos alimentó la improbable fantasía de que tal vez Damien Carver no fuera el monstruo que Phillipa le había dicho que era.

Pero la fantasía no duró mucho. Nadie que hubiera alcanzado aquellos niveles de éxito podía ser compasivo y cariñoso.

¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Qué esperaba conseguir? Su hermana había robado información, se había dejado convencer por un hombre que la había utilizado para acceder a los archivos que quería, la habían pillado y tendría que enfrentarse al largo brazo de la ley.

Violet no estaba muy segura de en qué consistía eso exactamente. Ella era profesora de plástica. El espionaje y el robo de información no podían estar más lejos de su mundo. Sin duda su hermana estaba equivocada al asegurar que podría caerle pena de cárcel, ¿verdad?

Violet no sabía qué sería de ella si no tenía cerca a su hermana. Las dos estaban solas. A los veintiséis, era cuatro años mayor que su hermana, y aunque era la primera en admitir que Phillipa nunca había sido fácil desde que sus padres murieron en un accidente de coche siete años atrás, la quería con todo su corazón y haría cualquier cosa por ella.

Miró a su alrededor y trató de controlar la creciente oleada de pánico que sintió al ver los kilómetros de mármol y aluminio que la rodeaban. Le pareció injusto que un sencillo edificio de cristal no anunciara la opulencia que albergaba en su interior. ¿Por qué no se lo había mencionado su hermana cuando empezó a trabajar en la empresa diez meses atrás? Apartó de sí el deseo de volver a la casita que había conseguido comprar con el dinero que les quedó tras la muerte de sus padres. Y controló el impulso de salir huyendo y centrarse en la preparación del nuevo trimestre del colegio.

¿Qué diablos iba a decirle al señor Carver? ¿Podría ofrecerse para devolver lo que se hubiera robado, proponer algún tipo de restitución económica?

Absorta en el escenario que la rodeaba, dio un respingo cuando una mujer alta y de cabello gris le anunció que había venido a acompañarla al despacho de Damien Carver.

Violet agarró el bolso en su regazo como si fuera un talismán y la siguió dócilmente.

Mirara donde mirara, todo le recordaba que aquel no era un edificio normal a pesar de que lo parecía por fuera.

Los cuadros de las paredes eran salpicones abstractos de aspecto muy caro. Las plantas del vestíbulo parecían más exuberantes y grandes de lo normal, como si estuvieran hormonadas. Las personas que salían y entraban del ascensor eran jóvenes y vestían de forma elegante y moderna. Incluso el ascensor, pensó cuando entró en él, era anormalmente grande. Violet observó la repetida imagen de su nervioso rostro y trató de concentrarse. Si aquella mujer era su secretaria personal, entonces estaba claro que no estaba al tanto de las irregularidades de Phillipa.

Cuando salieron del ascensor se encontraron con una impresionante puerta de roble enmarcada por dos láminas de cristal ahumado que protegían a Damien Carver de las miradas de cualquiera que estuviera esperando en el despacho exterior de su secretaria.

Damien, que estaba cavilando sobre los errores tan estúpidos que había cometido Phillipa Drew en su mal trazado plan para defraudar a la empresa, no se molestó en alzar la vista cuando se abrió la puerta y Martha anunció a su inesperada visita.

–Siéntate –continuó con los ojos clavados en la pantalla.

Cada detalle de su lenguaje corporal daba a entender el desprecio de un hombre que ya había tomado una decisión.

Con los nervios a flor de piel, Violet se dejó caer en la silla de cuero justo delante de él. Deseó poder dirigir la mirada hacia otra zona menos intimidatoria de la estancia, pero no podía evitar mirar al hombre que tenía delante.

«Es un cerdo», le había dicho Phillipa cuando le preguntó cómo era Damien Carver. Violet imaginó al instante a un hombre bajo, gordo, agresivo y desagradable. No estaba preparada para la visión del hombre más guapo que había visto en su vida.

Tenía el pelo oscuro y los rasgos de la cara cincelados. Su boca no sonreía, pero Violet fue extrañamente consciente de su sensual curvatura. No podía ver los detalles de su cuerpo, pero vio lo bastante como para darse cuenta de que era musculoso y esbelto. Debía tener algo de sangre extranjera, pensó Violet, porque tenía la piel como dorada por el sol. La boca se le hacía agua, y trató de recuperar la compostura antes de que él la mirara.

Cuando finalmente levantó los ojos hacia ella, se quedó clavada en la silla al ver que los tenía azul marino.

Damien se la quedó mirando un largo instante en completo silencio antes de decir en un tono tan glacial como sus ojos:

–¿Y quién diablos eres tú?

Desde luego, no la mujer que esperaba ver. Phillipa Drew era alta, delgada, rubia y se parecía a las mujeres con las que solía salir antes, seguras de sí mismas y de su poder.

Sin embargo, esta joven, con su abrigo poco favorecedor y sus zapatos planos, era la antítesis de la moda. ¿Quién sabía qué cuerpo se ocultaba bajo aquel atuendo sin forma? Llevaba una ropa completamente discreta, igual que lo era su postura. Parecía como si prefiriera estar en cualquier otro sitio del mundo y no enfrente de él.

–Soy la señorita Drew... pensé que sabía... –comenzó a explicarse Violet echándose hacia atrás.

Se sentía abrumada por la fuerza de su posibilidad. Seguía muy recta y sujetaba todavía el bolso contra el pecho.

–No estoy de humor para juegos, créame. Llevo dos semanas terribles y lo último que aguantaría ahora sería que alguien se hubiera colado en mi despacho con falsas premisas.

–No estoy aquí bajo ninguna falsa premisa, señor Carver. Soy Violet Drew, la hermana de Phillipa –hizo un esfuerzo por tratar de insuflar algo de autoridad natural a su tono de voz. Era profesora, estaba acostumbrada a decirles a los niños de diez y once años lo que tenían que hacer. Y si tenía que gritarles, gritaba. Pero por alguna razón, seguramente porque estaba en terreno desconocido, la sensación de autoridad la había abandonado.

–Me cuesta trabajo creerlo –Damien se puso de pie.

Violet se vio frente al impacto total de su cuerpo alto y atlético, elegante sin buscarlo. Damien empezó a dar vueltas a su alrededor en círculos cada vez más pequeños. Era como un depredador observando a su presa. Finalmente se apoyó en el borde del escritorio, obligándola a mirarlo desde una posición de desventaja.

–No nos parecemos mucho –admitió Violet–. Todo el mundo lo dice. Ella heredó la altura, la figura y la belleza por parte de la familia de mi madre. Yo me parezco más a mi padre –la explicación le salió en automático. Estaba acostumbrada a decirla, pero tenía la mente casi completamente centrada en el hombre que tenía delante.

Al examinarla más de cerca, Damien notó las similitudes. Le dio la impresión de que tal vez tuvieran un tono de cabello parecido, pero estaba claro que Phillipa se lo había teñido de un rubio más claro. Y las dos tenían los mismos ojos azules enmarcados por pestañas oscuras y largas.

–¿Y qué haces aquí?

Violet aspiró con fuerza el aire. Había ensayado mentalmente lo que quería decir. No contaba con verse completamente distraída por un hombre pecaminosamente guapo.

–Supongo que te ha enviado en su nombre, ¿verdad? –intervino Damien al ver que guardaba silencio demasiado tiempo. Curvó los labios–. Al ver que sus sollozos y sus súplicas no funcionaban, y tras haber tratado de seducirme y no haberlo conseguido, decidió mandarte a ti para que hicieras el trabajo sucio por ella...

Violet abrió los ojos de par en par.

–¿Trató de seducirle?

–Un movimiento poco inteligente por su parte –Damien se dio la vuelta, de modo que estaba otra vez frente al ordenador–. Debió confundirme con uno de esos idiotas que se dejan impresionar por una cara bonita.

–No me lo creo... –pero, ¿acaso no era cierto que Phillipa siempre había utilizado el físico para conseguir sus objetivos? Siempre le había resultado fácil manipular a la gente para que hicieran lo que ella quería. Los chicos eran como barro en sus manos, los tomaba y los descartaba sin pensar demasiado en sus sentimientos. Excepto en el caso de Craig Edwards. Ahí las cosas fueron al revés, y Phillipa no estaba preparada para lidiar con el rechazo.

Violet estaba horrorizada con el comportamiento de su hermana.

–Créelo.

–No sé si se lo contó, pero fue utilizada por el hombre con el que salía. Él quería tener acceso a unos archivos que pensaba que... bueno, no estoy al tanto de los detalles.

–Te ayudaré con eso –Damien enumeró la información que por suerte no había llegado a las manos equivocadas. Se sentó, cruzó las manos detrás de la cabeza y la miró con frialdad–. ¿Tienes alguna idea de la cantidad de dinero que mi empresa habría perdido si el robo de tu hermana hubiera tenido éxito?

–Pero no lo tuvo. ¿Eso no cuenta para algo?

–¿Qué clase de argumento estás tratando de utilizar para salvar a tu hermana? –preguntó Damien sin asomo de compasión–. ¿El de que estaba con un hombre que no le convenía o el de que al final no ha pasado nada? Porque quiero que sepas que no me vale ninguno. No conozco mucho a tu hermana, pero no me parece una víctima. Sinceramente, me dio la impresión de ser una cómplice sin el cerebro suficiente para llevar a cabo sus planes.

Violet lo miró con odio. Bajo aquel aspecto tan magnífico, era frío como un bloque de hielo.

–Phillipa no me ha pedido que venga –insistió–. He venido porque he visto lo desesperada que está, lo mucho que se arrepiente de lo que ha hecho. Y ya ha recibido su castigo, señor Carver. ¿No se da cuenta? La han despedido del primer trabajo de verdad que ha tenido en su vida.

–Tiene veintidós años, según pone en su ficha. Si este es su primer trabajo, ¿puedes decirme qué ha estado haciendo los últimos seis años, desde que dejó el colegio a los dieciséis? Si no me equivoco, le hizo creer a mi equipo que hizo un curso muy importante de informática y que trabajó en una empresa de software en Leeds. Las referencias las escribió un tal señor Phillips.

Violet tragó saliva y sintió que la tierra se abría bajos sus pies. ¿Qué podía decir ante aquello? ¿Que era mentira? Se negaba. Miró a Damien, que tenía la expresión confiada de alguien que había atrapado a su enemigo en una trampa. Phillipa no le había dicho nada sobre cómo había conseguido un trabajo tan bien pagado en una empresa tan importante. Ahora lo entendía. Andrew Phillips había sido novio de su hermana. Ella le había prometido amor y matrimonio cuando Andrew subió de posición en la empresa de software de Leeds. En cuanto salió por la puerta, Phillipa puso los ojos en Grez Lambert durante un breve periodo, y luego, desafortunadamente, se fijó en Craig Edwards.

–¿Y bien? –dijo Damien–. Soy todo oídos.

Una parte de él era consciente de que estaba siendo algo injusto. Aquella joven bienintencionada había reunido el coraje de acercarse a él en nombre de su hermana. Y él le estaba lanzando dardos envenenados.

–Mira –Damien suspiró con impaciencia y se inclinó hacia delante–. Es muy loable por tu parte que vengas aquí a intentarlo, pero tienes que reconocer que tu hermana es una estafadora.

–Sé que puede llegar a ser algo manipuladora, señor Carver, pero ella es lo único que tengo y no puedo perderla solo porque haya cometido un error –los ojos se le llenaron de lágrimas.

–Apuesto a que tu hermana ha cometido muchos errores en su vida. Siempre se ha salido con la suya sonriendo y mostrando los pechos.

–Eso que ha dicho es horrible.

Damien se encogió de hombros y continuó mirándola con fijeza.

–Es mejor encararse de frente a la verdad –pero tenía que reconocer que él no lo había hecho con la preocupación de su madre respecto a su modo de vida.

–Entonces, ¿qué va a pasar ahora? –quiso saber Violet. Tratar de apelar a su bondad había resultado inútil.

–Seguiré el consejo de mis abogados, pero se trata de un delito muy serio y tiene que tratarse con contundencia.

–Cuando dice contundencia... –Violet estaba impactada con las duras y frías líneas de su rostro. Era como estar viendo a alguien de otro planeta. Sus amigos eran personas sencillas y solidarias, ella misma también iba una vez a la semana a un centro de la tercera edad a dar clases de arte.

–Cárcel. ¿Para qué andarse con rodeos? Una lección para tu hermana y un ejemplo por si a alguien más se le ocurre intentar reírse de mí.

–Es su primer delito, señor Carver. No es una criminal... –las lágrimas empezaron a caer.

Damien abrió un cajón del enorme escritorio y le pasó una caja de pañuelos de papel.

–Tu hermana irá a prisión. Podrás visitarla cada semana y ella debería aprovechar ese tiempo para reflexionar sobre su vida.

Violet se revolvió en la silla y agarró la caja de pañuelos.

–¿No tiene usted compasión? –susurró con tono ronco–. Le prometo que Phillipa no volverá a cometer ninguna irregularidad...

–No podrá hacerlo porque estará entre rejas. Pero solo por curiosidad, ¿cómo vas a evitarlo? ¿Instalando cámaras de seguridad en su casa?

–Vivimos juntas –afirmó Violet–. La vigilaré constantemente, me aseguraré de que no haga nada indebido. Es lo que llevo haciendo desde que nuestros padres murieron.

–¿Cuántos años tienes?

–Veintiséis.

–O sea, que apenas eres cuatro años mayor que ella. Supongo que tuviste que crecer muy deprisa para poder encargarte de tu hermana. Supongo que no debió ser fácil.

Por primera vez desde hacía semanas, la sensación de estar a merced de las olas y las corrientes sobre las que no tenía control empezó a evaporarse.

–Phillipa se volvió un poco rebelde –reconoció Violet–. Es comprensible. Estaba en una edad difícil cuando nuestros padres murieron.

–¿Y tú no?

–Yo siempre he sido más fuerte que ella, Phillipa era la mimada. Fue una niña preciosa que se convirtió en una adolescente espectacular. Yo era la sensata y la trabajadora.

–Debes tener calor con ese abrigo, ¿por qué no te lo quitas?

–Perdón, ¿cómo dice?

–La calefacción funciona perfectamente aquí dentro, debes estar sudando.