Un humanista del siglo XX. Marcel Bataillon - Jacques Lafaye - E-Book

Un humanista del siglo XX. Marcel Bataillon E-Book

Jacques Lafaye

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Beschreibung

Ensayo biográfico sobre la carrera intelectual de Marcel Bataillon que rescata sus primeras preocupaciones en torno a la historia, su profundización en ellas y el surgimiento de sus ya clásicos ensayos sobre la América hispánica y el humanismo. El ensayo rescata valiosos datos sobre las circunstancias que rodearon la escritura de obras como Erasmo y España y sus Estudios sobre Las Casas.

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JACQUES LAFAYE es profesor-investigador de El Colegio de Jalisco desde 2003, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México. De 1972 a 1990 fue profesor titular de La Sorbona. Durante su carrera académica ha asumido cargos en diversas instituciones de París, incluyendo La Sorbona, el Museo del Hombre, y la UNESCO. Ha sido también profesor visitante de las universidades de México, Lovaina, Harvard, Puerto Rico, y Complutense de Madrid, así como miembro invitado del Wilson Center, el Instituto de Princeton y la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara. Es miembro de la Real Academia de la Historia y de la Hispanic Society of America y autor de 15 libros que versan sobre la historia cultural de las sociedades ibéricas e hispanoamericanas.

En este libro Jacques Lafaye elabora un lúcido homenaje personal e historiográfico a su amigo y maestro, el también gran historiador Marcel Bataillon. Esta obra se complementa con un prefacio de Claude Bataillon.

Un humanista del siglo XX Marcel Bataillon

TEZONTLE

JACQUES LAFAYE

Un humanista del siglo XXMARCEL BATAILLON

Prefacio CLAUDE BATAILLON

Traducción FABIENNE BRADU

Primera edición, 2014 Primera edición electrónica, 2014

El autor y el editor expresan su agradecimiento al presidente y al Consejo de la Fondation Singer-Polignac por autorizar la publicación en lengua española del ensayo introductorio de Jacques Lafaye al volumen de homenaje póstumo a Marcel Bataillon, Les cultures ibériques en devenir, obra colectiva publicada en París por la Fundación en 1979.

En portada: Marcel Bataillon en sesión del Congreso Internacional de Hispanistas, Salamanca, 1971.

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2033-0 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Prefacio de Claude Bataillon

EL ITINERARIO INTELECTUAL
DE MARCEL BATAILLON

En la encrucijada del humanismo europeo

Un filólogo hedonista

Temas y variaciones sobre
un Siglo de Oro

El Viaje de Turquía

Erasmo en España

Erasmo el europeo

Hacia el descubrimiento espiritual de América

La invencible ambigüedad de la historia

De la sangre de las conquistas
a los mitos de liberación

Erasmo en México

¿El humanismo en acción? Las Casas

Colón desfigurado bajo Carlos V

El Perú desde la visión de Gómara

Montaigne, el juez del acontecimiento

El despertar de la conciencia americana:
la Nueva España

Frente al devenir del mundo y al misterio del ser

Bataillon según su tiempo

Mirada sobre Gauguin

Con Renan, hacia una ciencia religiosa
y poética

ANEXOS

1. Tres cartas de Marcel Bataillon

2. Correspondencia
Alfonso Reyes-Marcel Bataillon

3. Mensaje de Marcel Bataillon
al presidente Luis Echeverría

Cronología de la carrera de Marcel Bataillon

Principales obras de Marcel Bataillon

Fotografías

Prefacio de Claude Bataillon

Leí el presente libro de Jacques Lafaye apenas él terminó su redacción en 1978. En esa época (¡hace ya un tercio de siglo!), el texto me interesó por los aspectos de la vida de mi padre que ignoraba o, entre aquellos que conocía gracias a otras fuentes, por los casos en que mi interpretación divergía de la de Lafaye. Desde entonces, poco a poco me hice cargo de la administración de los archivos de mi padre,1 luego de una primera aproximación profundamente ardua a las investigaciones del filólogo vuelto historiador. No solamente me encontraba lejos de la filología, sino que también era adepto de una visión casi contraria a las ciencias humanas: sin duda, en parte para conquistar una independencia intelectual frente a un padre distante y admirado, pero también cálido y caritativo, me había convencido de que la “verdadera” ciencia social, la que me interesaba y desembocaba en transformaciones (revolucionarias) de las sociedades contemporáneas, sólo podía ocuparse de los aspectos más materiales y colectivos de dichas sociedades.

Al releer ahora el texto de Lafaye, descubro un análisis del oficio del filólogo, que, creo yo, no ha sido superado por otros análisis más recientes.2 Lafaye recurrió a los escritos publicados de Marcel Bataillon que conocía bien, y también disponía de sus conversaciones de la época y de su correspondencia. Más aún, entre 1952 y 1965 había seguido muchos de los cursos que dictara en el Colegio de Francia. ¿Qué más sabemos al cabo de un tercio de siglo? Nuestro conocimiento casi no se ha modificado en cuanto a la práctica profesional de Marcel Bataillon. En efecto, este hombre redactaba por completo sus cursos y luego hablaba sin casi mirar el texto que tenía ante los ojos; frente a él, entre un reducido público, a lo sumo cinco o seis auditores eran capaces de seguir los meandros de su sutil erudición y, sobre todo, de comprender cuáles eran los problemas esenciales que pretendía abordar a través de semejante erudición. Más tarde, los cursos reposaban en expedientes cuidadosamente ordenados. De ellos derivaban cientos de artículos y notas, pero el autor nunca entregó la arquitectura cabal de cada curso bajo la forma de libros que ya existían potencialmente.3 Todavía duermen algo así como unos treinta y cinco cursos. Quizá no representen un número equivalente de libros en potencia, pero más allá del sinnúmero de informaciones que saldrían del detalle, se encuentran en ellos varios hilos conductores, probablemente aquellos que intuyó Lafaye y unos cuantos más.

Acerca de otros aspectos del pensamiento de Marcel Bataillon, su correspondencia es esencialmente la que vamos descubriendo poco a poco. Además de las cartas a su esposa que, por ejemplo, describen su viaje al Nuevo Mundo en 1948, sus cartas a Jean Baruzi4 y su intercambio epistolar con Américo Castro.5 Todas las correspondencias, fuera de las de menor importancia cuya exploración apenas comienza, están rebosantes de las obsesiones permanentes del pensador erudito que era. Asimismo aportan la invaluable cronología de lo que constituía lo esencial de cada momento de su vida. Como botón de muestra de la concordancia entre un texto ya analizado por Lafaye y otro recientemente exhumado,6 evoquemos la experiencia de lo religioso, un aspecto fundamental en la obra de un Bataillon cuyo ateísmo era evidente: lo que publicó en 1950 a propósito de su carta abierta a Américo Castro ya lo había enunciado en su conferencia en El Colegio de México, en 1948, un texto rescatado por azar y publicado en Istor en 2008.7

Volvamos al oficio de Marcel Bataillon que describe Lafaye. Paradójicamente, el hombre que vivió inmerso en una inmensa red de corresponsales, no tuvo un “taller de trabajo” estructurado. Ni en Argel (1929-1937), ni en la Sorbona de París (1937-1945) tuvo un gran número de discípulos bajo su tutela: los doctorandos, futuros candidatos a las cátedras de literatura española, a la sazón se contaban en los dedos de una mano, y los estudiantes de “maestría” no eran muchos más antes y después de la segunda Guerra Mundial. Posteriormente, en el Colegio de Francia, durante veinte años ocupó una cátedra de investigador que le prohibía dirigir trabajos universitarios. Por lo tanto, sugirió, aconsejó, guió, tasó esos trabajos sin nunca tener el derecho ni la obligación de un juicio administrativo, necesariamente poco matizado. Semejante situación académica fuera de lo común consolidó su temperamento antidoctrinario, por el cual rechazaba el papel de director o de jefe de escuela.

Lafaye nos muestra cómo este “filólogo hedonista” obtenía una inmensa satisfacción del hecho de fraternizar con el autor a quien estudiaba y con los lectores de éste. Su placer lo llevaba a estudiar esbozos, pistas, rectificaciones a partir de autores cuya identidad aspiraba a descubrir (es el caso de La pícara Justina, del Lazarillo de Tormes, del Viaje de Turquía). En cuanto a Erasmo, la envergadura del personaje permite asomarse al laberinto del hombre, de una obra, de la recepción de ésta, de las sociedades en las que fue producida y recibida. Sin duda, la interrupción causada por la segunda Guerra Mundial (que, para él, comienza en España en 1936) fue crucial: después de 1945 trabajó en la urgencia de un mundo desgarrado, cuando ya había alcanzado la mitad de su vida profesional, y casi enseguida (1948) comenzó su inmersión en el Nuevo Mundo. No es casualidad si en esta segunda etapa se asomó a otro tipo de escritos y de autores, siempre con las mismas armas filológicas: los actores del mundo colonial naciente, y también los filósofos que reflexionaron sobre este vuelco del mundo. Esos veinte años (1945-1965) correspondieron a los desgarramientos de la descolonización en la Francia contemporánea, que comentaba en sus conversaciones, a la vez que evocaba sus investigaciones sobre las guerras coloniales en el Perú.

Si Jacques Lafaye nos entregó las llaves para entrar en la obra de Marcel Bataillon, ¡aprovechémoslas!, porque ahora nos esperan nuevos materiales, abundantes y multiformes, por explorar.

CLAUDE BATAILLON8

1 Desde 2010, esta tarea incumbe a mi hijo, Gilles Bataillon.

2 La obra de Charles Amiel, Raymond Marcus et al. (eds.), En torno a Marcel Bataillon, la obra, el sabio, el hombre, estudios y testimonios, De Broccard, París, 2004, sobre todo aporta una serie de informaciones sobre la vida del interesado. Lo mismo sucede con el librito que publiqué y que, además de mis propios comentarios, reproducen correspondencias, así como los escasos fragmentos de diario que conservó: Marcel Bataillon, hispanisme et engagement. Lettres, carnets, textes retrouvés(1914-1967), prefacio de Augustin Redondo, Presses Universitaires du Mirail, Tolosa, 2009 (colección Hespérides-Espagne, bajo la dirección de Jean Alsina).

3 Uno de los cursos fue publicado a partir de un proyecto elaborado en vida del autor: el curso del Colegio de Francia de 1945-1946 sobre los jesuitas en España: Los jesuitas en la España del sigloXVI, trad. de Marciano Villanueva Salas, ed. de Pierre-Antoine Fabre, prefacio de Gilles Bataillon, Junta de Castilla y León, 2010 (reeditado en coedición con el FCE en 2013). Otros tres cursos están en proceso de elaboración: Cervantes y el barroco: examen de recientes interpretaciones (1953) por editarse en Nino Aragno Editores; Ideas recientes sobre la psicología del pueblo español (Américo Castro y Menéndez Pidal, 1950) y Análisis de los cursos sobre Gómara (1954 a 1957).

4 “Simona Munari (ed. y comp.), Lettres de Marcel Bataillon à Jean Baruzi, autour de l’hispanisme, prefacio de Claude Bataillon, Nino Aragno Editores, Turín, 2005.

5 Un hispaniste découvre le Nouveau Monde: Marcel Bataillon en 1948”, Caravelle, núm. 87 (PUM, Tolosa, 2006), pp. 159-193, y núm. 89, pp. 251-294.

6 Américo Castro y Marcel Bataillon, Epistolario: Américo Castro y Marcel Bataillon (1923-1927), ed. de Simona Munari, introd. Francisco José Martín, pról. de Claude y Gilles Bataillon, José Lladó y Diego García, Biblioteca Nueva, Madrid, 2012, p. 445.

7 “Una conferencia”, edición mexicana en Istor, año VIII, núm. 87 (CIDE, México, primavera de 2008), pp. 143-156.

8 Claude Bataillon es doctor en geografía por la Universidad de París y profesor de la misma universidad. Ha sido investigador en el Instituto Francés de América Latina (1962-1965) y del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS, 1966-1996) en París. En la Universidad de Toulouse (1973-1996) contribuyó a la creación del Instituto de Investigaciones sobre América Latina. Entre otras instituciones, ha sido profesor visitante de El Colegio de México. Su obra se funda en el estudio del espacio geográfico latinoamericano y lo que se ha calificado en Francia como “la géographie humaine”. Algunos de sus libros son Las regiones geográficas de México (1966), La ciudad y el campo en el México central (1972), La ciudad de México (1973), Mexico aujourd’hui (1988) y Un geógrafo francés en América Latina: cuarenta años de recuerdos y reflexiones (2008).

EL ITINERARIO INTELECTUAL DE MARCEL BATAILLON

MARCEL BATAILLON Y JACQUES LAFAYE

Se conocieron en el marco de la École Normale Supérieure, en 1953; desde entonces surgió un vínculo intelectual y académico que conllevaría al análisis del sincretismo religioso de la Nueva España desarrollado por Lafaye en Quetzalcóatl y Guadalupe. El prólogo de este libro fue realizado inicialmente por Bataillon, quien cedió posteriormente su lugar al escrito por Octavio Paz. La relación entre ambos humanistas continuó y en 1964, mientras se desempeñaba como presidente de la Société des Américanistes (Museo del Hombre de París), Bataillon nombró a Lafaye secretario general de esta “société savante”, cargo que Paul Rivet había ocupado durante más de veinte años.

Hacia el final de su vida, Bataillon introdujo a Lafaye en la prestigiosa Fundación Singer Polignac. Esta circunstancia dio lugar a la publicación de doce volúmenes de Actas del Congreso del Centenario de los Americanistas, de un coloquio dedicado a “Nación y nacionalidades en España” y, más tarde, al volumen homenaje póstumo a Marcel Bataillon, Les cultures ibériques en devenir (París, 1979).

Además del ensayo aquí presentado, Lafaye ha escrito tres notas sobre Marcel Bataillon: “Marcel Bataillon (1895-1977)”, en Revista Hispánica Moderna, vol. XXXIX, núm. 3 (Columbia University, Nueva York, 1977), “Marcel Bataillon (1895-1977)”, en The Americas (The Academy of American Franciscan History, Washington, 1977), vol. XXXV, núm. 1, y “Hommage à la mémoire de Marcel Bataillon”, Collège de France, París, 1978. En la presentación de esta última, Jacques Lafaye dio a conocer a los asistentes dos grabaciones bajo el título de “La voix de Marcel Bataillon”.

Algunos juicios autorizados

Me conmovió su dedicatoria y, más aún, la calidad excepcional de las páginas que consagró a un hombre en sumo grado admirable.

FERNAND BRAUDEL, 20 de septiembre de 1979

Gracias por su hermoso texto sobre Bataillon. Conocía al hombre, pero mucho menos su vida y su obra, de las que aprendí leyéndolo.

CLAUDE LÉVI-STRAUSS, 8 de septiembre de 1979

Me importa decirle que leí con un vivo interés su escrito, sobre todo la segunda parte. Con suma pertinencia usted mostró en qué consistía el método de Marcel Bataillon y cómo puede resultar ejemplar para nosotros los historiadores; y supo revelar el magnífico investigador que era nuestro amigo.

GEORGES DUBY, 26 de junio de 1978

Usted hizo una obra cabalmente original e interesante; logró así un mural de historia intelectual, del iberismo francés que aparece a través de Bataillon, el cual no hubiera soñado historiador más escrupuloso y exegeta más autorizado.

PIERRE NORA, 13 de agosto de 1979

En la encrucijada del humanismo europeo

La letra mata y el espíritu vivifica, pero hay momentos en que es necesario volver a la letra para liberar el espíritu.

MARCEL BATAILLON1

HABÍA viajado a España con el propósito de estudiar el movimiento humanista en el Renacimiento y, más específicamente, la contribución de los humanistas españoles de la época al movimiento europeo gracias al cual se fundó la filología clásica. Después, poco a poco tuve que ceñir el campo de mis investigaciones […] Así me fue posible reunir los elementos para un estudio que iluminaría la vida, la obra y la influencia de Hernán Núñez Guzmán, el Comendador griego […] Puesto que todas esas investigaciones quedaron iniciadas o, al menos, proyectadas, espero que me será dado retomarlas y desarrollarlas.2

Así le escribía a Pierre Paris, director de la Escuela de Altos Estudios Hispánicos que todavía no se llamaba la Casa de Velázquez, en una carta fechada el 10 de diciembre de 1916, el estudiante Marcel Bataillon que a la sazón se encontraba en una estancia de formación en la Escuela de Artillería de Fontainebleau. “Retomar y desarrollar las investigaciones iniciadas o, al menos, proyectadas”, iba a constituir toda su obra futura.

El ejemplo del “Comendador griego” (así apodado por sus contemporáneos porque fue el fundador de los estudios helénicos en España en la Universidad de Alcalá), es muy típico porque Marcel Bataillon sólo pudo realizar su proyecto en el marco de su curso anual en el Colegio de Francia ¡hasta 1965! Aunque dejara en suspenso durante años una investigación presentida o emprendida, nunca la olvidaba. Al azar de sus lecturas, seguía alimentando el expediente hasta que estuviera maduro para un curso, un artículo o incluso un libro. Así sucedió con muchos otros temas que evocaremos en su momento. Pero no creaba cotos reservados sólo para él. Una vez que había precisado el tema, buscaba al hombre capaz de profundizarlo; veremos varios casos. Sin embargo, esto no impedía que él retomara personalmente el asunto si llegaba a descubrir un documento alusivo. Al igual que el “Comendador griego”, Marcel Bataillon fue un fundador, el genuino “maestro” de los hispanistas franceses en materia de investigación. No se puede separar su obra escrita de la influencia que ejerció y por más importante que sea su obra, su influencia fue aún mayor. Siempre se mostraba dispuesto a salir de su refugio laborioso cuando la ocasión, es decir el tema, valía la pena ante sus ojos, incluso cuando la enfermedad lo estuvo minando. Así, hasta hace poco, presidió jurados de tesis que había supervisado y cuya conclusión esperaba, como la de Jean Canavaggio sobre el teatro de Cervantes o la de Paulette Patout sobre la obra de su entrañable amigo, el escritor mexicano Alfonso Reyes. Y si no tuvo la alegría de ver concluidas las investigaciones de Jean Vilar sobre “la conciencia de la decadencia en España”, al menos alcanzó a seguir sus progresos con un vivo interés. En su última primavera viajó a Tubinga para pronunciar el elogio del humanista de Liejas, Léon Halkin, exegeta de Erasmo como él, y para entregarle el Premio Montaigne. Lo adornaba una atenta simpatía hacia el interlocutor, una excepcional apertura hacia el otro y lo que en español se llama el “don de gentes”, gracias a lo cual suscitó numerosas vocaciones de hispanistas, lusitanistas y americanistas entre sus estudiantes, su público en general, y también entre sus colegas y corresponsales extranjeros. Su encanto superaba las fronteras del iberismo y abarcaba los estudios franceses del Renacimiento, la historia de las religiones, la literatura comparada y los estudios sobre Renan. Marcel Bataillon mantenía con Renan una secreta complicidad; había hecho suyo el precepto del autor de La vida de Jesús: “Sólo se debe escribir sobre lo que se ama”.3 En rigor, libre de cualquier apremio doctrinal, sea de orden intelectual, religioso o político, Bataillon buscó innegociablemente la verdad en los libros antiguos y en el tiempo presente. Comprensivo y generoso con los hombres, era implacable con el espíritu. En todas circunstancias su honestidad intelectual era cabal. La influencia directa de Marcel Bataillon en dos generaciones de investigadores no fue la de un sistema o de un poder. Fue una atmósfera, un aire vivificante que envolvía sus escritos, sus autores y sus amigos a un mismo tiempo. En esto reside la diferencia entre un erudito y un humanista. Si bien el erudito podía reclamarnos una referencia errónea a uno de sus cursos en el Colegio de Francia, el humanista siempre añadía inmediatamente con un guiño: “Es verdad que para usted pertenezco a la tradición oral”.4 La tradición oral, de Argel a París, sigue siendo esencial entre 1929 y 1965. La huella, a un tiempo profunda y discreta, de su enseñanza ex cathedra o familiar, es perceptible en todos sus discípulos. Como nunca se preocupó por construir una capilla, había creado una escuela o, mejor dicho, una corriente; su obra más ejemplar fue mayéutica, lo cual no es para nada sorprendente en un lector de Platón, a quien frecuentaba también a través de Plotino y san Agustín, los autores de “sus autores”.

UN FILÓLOGO HEDONISTA

En una de las escasas ocasiones en que develó a sus auditores, luego a sus lectores, el espíritu que animaba sus investigaciones, Marcel Bataillon subrayó su ambición de “poder fraternizar en alguna medida con el autor al escribir y con el lector para quien escribía”.5 El esfuerzo de erudición y de imaginación necesario a la realización de semejante proyecto solía proporcionarle una recompensa en “un goce acrecentado de comprender mejor y redescubrir, hasta lo posible, la suerte de placer que los contemporáneos del autor sintieron con la obra”.6 Con una insistencia poco frecuente en él, añadió: “Subrayo este verbo [gozar] abiertamente hedonista que reivindica nuestro derecho de humanistas, porque no somos puros sabios, a no separar comprensión y goce”. La profesión de fe, tardía en su obra, pues data de 1967, no era casual; expresaba discretamente y con firmeza una distancia con respecto a la nueva crítica. Al comentar a su vez el comentario del soneto “Los gatos” de Baudelaire, que habían publicado Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss, observaba: “Quiéranlo o no, proporcionaron a los admiradores del poeta de los gatos nuevas maneras de gozar de este soneto”.7 Este juicio se complementa con la definición que propone Marcel Bataillon de las obras maestras: “las obras que llamamos maestras son aquellas que nunca acaban de entenderse”.8 La actitud es muy característica de su personalidad: no condena categóricamente la crítica estructuralista; procura utilizarla para sus fines de filólogo heredero de los humanistas: “No nos ofenderemos si nos discuten la calidad de ‘críticos’ mientras respeten nuestro oficio de gramáticos o de filólogos”.9 Ninguna duda: es en los humanistas en quienes piensa cuando exalta el oficio de filólogo. El regreso al texto de la Escritura había sido el sentido mismo de la obra de Erasmo, su gran modelo, así como de la obra de sus discípulos ibéricos: Juan de Valdés, Luis Vives, Pedro Mexía, Damião de Gois, “sus autores”. Veinte años antes, cuando pronunció el elogio ritual de su predecesor en el Colegio de Francia, A. Morel Fatio, ya lo había calificado como “no un filólogo cualquiera, sino un gran filólogo”.10 Podría intrigar el juicio lapidario si no hubiese precisado a continuación:

[…] uno hace filología sin saberlo cuando uno se atarea en descifrar y elucidar un texto cualquiera. El gran filólogo es aquel que demuestra en este trabajo de elucidación un conocimiento cabal de la lengua del texto, de las técnicas escriturales mediante las cuales nos está transmitido, de los usos estilísticos o de las reglas métricas que lo rigen, pero también un conocimiento profundo de la civilización a la que pertenece este texto, desde su religión y su filosofía hasta sus técnicas más humildes, incluyendo su vida política y social. Recíprocamente, el conocimiento cabal de una lengua, de una literatura, de una civilización se perfecciona mediante el desciframiento y la correcta comprensión de los textos. Así ocurre con los grandes humanistas desde el Renacimiento […].11

Lo que llama la atención es la reciprocidad del conocimiento, pilar de un método “que tiende —según Marcel Bataillon— al esclarecimiento seguro de los textos o al esclarecimiento de una época gracias a textos seguros”.12 A sus ojos, Morel Fatio había sido un “gran filólogo por la extensión de su cultura, por el rigor y por la elegancia con las que aplica este método a un sinnúmero de publicaciones, a menudo más importantes por el tema que por el número de páginas”.13 A través del retrato que esbozó de su predecesor, reconocemos al mismo Marcel Bataillon en esta armoniosa alianza entre la cultura, el rigor y la elegancia.

Quizá pueda ponerse en tela de juicio una definición del “gran filólogo” que incluya a la vez el filólogo (en el sentido técnico), el historiador, el etnólogo y hasta el “politólogo”, como ahora se dice. Sin embargo, la rara conjunción constituía el ideal de Marcel Bataillon y su genio consistió en cumplir este ideal en su obra. En cuanto a los que “se limitan al automatismo del método bien practicado”14 y sencillamente olvidan que “la filología está hecha para el hombre y no el hombre para la filología”,15 ¡son unos pedantes! A una pobre filología “automática” y más tarde a una lingüística “mecánica”, Bataillon siempre opuso el desmentido de la filología viva. Y esta filología singular, la “gran filología” practicada por Marcel Bataillon, en absoluto era antinómica de la lingüística general acerca de la cual, a modo de saludable recordatorio, Benveniste escribía: “Pero el lenguaje es también hecho humano; es, en el hombre, el lugar de interacción de la vida mental y de la vida cultural […] Otra lingüística podría fundarse en los términos de este trinomio: lengua, cultura, personalidad”.16 Para Benveniste, creador de la lingüística del texto, una lingüística general carente de saber filológico no tendría sentido alguno. Y para Bataillon, una filología restringida a la letra de los textos tampoco lo tendría. En el ámbito de otra lingüística y de otra filología, dos grandes espíritus se encontraban y, como solían hacerlo, Marcel Bataillon seguía “dialogando” (era su expresión) en un hospital de las afueras de París, con su amigo Benveniste aquejado de afasia…

Conforme al sentido que hubiera podido darle su maestro Gaston Paris, Bataillon definió la misión del filólogo en el título del discurso pronunciado en la Modern Humanities Research Association, de Londres, en 1967, como la Defensa e ilustración del sentido literal.17 Pero el “sentido literal” no era para él “esa pobre cosa, conocida, demasiado conocida, archisabida, y que es urgente superar en una investigación sistemática de sentidos más soterrados”.18 La oposición entre la crítica filológica clásica y la nueva crítica no es lo que se supone, sino tan sólo el más reciente avatar de la disputa secular entre los partidarios de la interpretación literal y los de la exégesis alegórica de la Escritura