Sangrientas fiestas del Renacimiento - Jacques Lafaye - E-Book

Sangrientas fiestas del Renacimiento E-Book

Jacques Lafaye

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Beschreibung

Jacques Lafaye destaca el hecho de que la pasión predominante de los príncipes del Renacimiento fue el costoso y mortífero juego de la guerra. Inspirándose notablemente en la obra maestra de Francisco López de Gómara, Historia de las guerras de mar de nuestros tiempos (1500-1559), Lafaye enfatiza dos aspectos del Renacimiento: la exaltación de la cultura antigua y la explosión de la técnica moderna.

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BREVIARIOS

del FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

534

SANGRIENTAS FIESTAS DEL RENACIMIENTO

Sangrientas fiestas del Renacimiento

La era de Carlos V, Francisco Iy Solimán (1500-1557)

por JACQUES LAFAYE

Primera edición, 1999 Segunda edición, 2001 Primera edición electrónica, 2014

El apoyo económico del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) ha sido una ayuda apreciada para realizar, en 1997, la paleografía, el comentario y la presente introducción a la Historia de las guerras de mar, obra inédita de Francisco López de Gómara.

D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2021-7 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Pensando en Olivier,                                                           pésimo artillero,primoroso artista.                                                                                     J. L.

FE DE GRATITUD

El presente ensayo no se hubiera realizado sin las condiciones ideales de trabajo que me han ofrecido con afecto Elena Matute Villaseñor y su familia.

PRIMERA PARTE

LAS GUERRAS DEL TIEMPO

GÓMARA, ESPECTADOR

Errados andamos, y al revés va el mundo, que no tiene ojos, ni siente, ni quiere oír.

FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA, Crónica delos corsarios Barbarrojas, 1545

¿SIGLO DE ORO O EDAD DE BRONCE?

La dualidad del Renacimiento se suele formular en términos distintos, como tentativo balance entre la “imitación” de los autores antiguos y la “invención” de nuevos mundos. De un lado Lorenzo Valla, Erasmo, Valdés, Moro, Vives, Amyot… y toda la pléyade de humanistas stricto sensu, y de otro Colón, Vespucio y Magallanes… El hombre del Renacimiento, más aún a la luz de la Historia de las guerras de mar, antes aparece como nuevo Prometeo que les ha robado por segunda vez el fuego a los dioses. La historia de aquella mal llamada época es un renacer continuo de guerras civiles e internacionales por doquier. A partir de mediados del siglo XV, la fragua de Hefesto (el Hephaistos de los antiguos griegos) no ha parado de forjar más y más armas para destruir las obras del hombre y a la misma humanidad. Parece como que el homo faber y el homo sapiens conjugaron sus esfuerzos para dar paso a un hombre a la vez criminal y suicida, el homo armatus de las guerras modernas, que supera con mucho los ejemplares romanos. No deja de sorprender que, a la sombra del renacimiento filológico y exegético del siglo XV y el nuevo brote de espiritualidad del XVI, el esplendor de las artes plásticas y la riqueza del pensamiento político, los historiadores modernos no hayan prestado la debida atención a una revolución técnica de mayor alcance que la brújula, el timón de codaste, la letra de cambio y quizás la misma imprenta… me refiero a la artillería; de la cual escribió Gómara en su tiempo: “que parece y aun es el artillería la más recia y terrible arma de cuantas sabemos”. Siendo este juicio la última frase de las Guerras de mar, puede legítimamente interpretarse como la conclusión de la Historia.

Todo lo explica en este caso el entusiasmo de los hombres de las Luces y el Aufklärung por las letras y las artes de la Italia del Quattrocento y el Cinquecento, fenómeno que va a arrasar culturalmente al mundo atlántico hasta muy entrado el siglo XX, poblando nuestras ciudades con templos seudoantiguos, desde el Panthéon de París hasta el templo de Abraham Lincoln, en Washington. Fue como la ilustración secular de la Roma triumphans, que publicara Il Biondo, en 1482, expresión del entusiasmo naciente por la arqueología clásica, que con el tiempo dio por resultado la construcción de pastiches de edificios romanos en todo el orbe occidental. El Renacimiento italiano se ha convertido en mito histórico para nuestros abuelos, como lo fue la antigua Roma para los hombres del llamado Renacimiento; todo empezó en Florencia y en Venecia, como lo ha mostrado magníficamente Patricia Fortini (en Venice and Antiquity, 1996). Nadie ha estudiado con más sagacidad el mito del Renacimiento que Peter Burke; no obstante, no parece haber percibido la cara tenebrosa de aquella época más que Symonds. En otro libro reciente dedicado precisamente al “lado oscuro” del Renacimiento (The Darker Side of the Renaissance), Walter Mignolo se refiere exclusivamente a la colonización del lenguaje, de la memoria y el espacio del Nuevo Mundo por la monarquía española, es decir, la primera política de asimilación cultural de una gran potencia europea en la época moderna. El redescubrimiento del Siglo de Oro español por los románticos franceses, primero (como el hijo del general Hugo, Victor), alemanes después, ha aureolado de leyenda dorada la época que inauguró Petrarca y clausuró en Italia Miguel Ángel, en España algo más tarde Calderón de la Barca. Quien ha dado coherencia y consistencia al mito historiográfico del Renacimiento ha sido Jacob Burckhardt en un ensayo clásico, La cultura del Renacimiento en Italia, de 1860. Ha señalado a propósito Gombrich, que Burckhardt fue un heredero de la Kulturlehre hegeliana, pero en general no se le ha leído con bastante atención, porque el sabio de Basilea ha hecho una descripción sin complacencia de la Italia del Renacimiento, señalando las crueldades y abusos de toda índole perpetrados por unos príncipes-condottieri, la corrupción de la cabeza de la Iglesia, los sarcasmos contra las órdenes mendicantes, etc. Ha subrayado el autor (es el tema del primer capítulo de su libro): “El Estado como obra de arte”; fue al final del siglo pasado; otros han profundizado este aspecto, destacando como lo merecen los escritos de los florentinos Maquiavelo y Guicciardini; así ha hecho, casi un siglo después, el lamentado Felix Gilbert.

Pero, que yo sepa, ningún estudioso ha dado a la invención (o mejor dicho la generalización de su empleo) de las armas de fuego la importancia relativa que ha tenido en la historia general. Su efecto en el “arte de la guerra”, también codificado por Maquiavelo y varios contemporáneos suyos, italianos y de otras naciones (estudiado notoriamente por M. François, K. Brandi y sobre todo Delbrück), ha sido objeto de análisis y comentarios de numerosos contemporáneos (véase nuestra bibliografía), entre los que destacan, además de Maquiavelo, Philippe de Clèves, Pierino Bello, Gracián de Alderete, Martin du Bellay, Niccolò Tartaglia, etc… La expresión “arte de la guerra” no tenía ninguna connotación estética ni lúdica, por supuesto; la palabra “arte” se ha de entender en este caso como: (libro) manual, mode d’emploi, how to, en aquella época de fervor pedagógico, en la que se publicaron “artes” de marear, de escribir cartas, o historia… El ensayo de Maquiavelo pudo titularse, como el de Lope de Vega dedicado al teatro: “Arte nuevo de hacer… guerras en este tiempo”.

La artillería fue una innovación técnica, de efectos múltiples y sucesivas etapas, que llegó a afectar la economía, la estructura del Estado y la sociedad, la monarquía en su relación con la nobleza y “el brazo popular” (los plebeyos o pecheros), la política internacional y al fin y al cabo la ética y la visión del hombre. La artillería (término genérico que abarcaba las armas de fuego individuales y los cañones) ha significado una revolución en los medios de la guerra, mejor dicho ha cambiado la naturaleza misma de la guerra, dotándola de un carácter nuevo que seguiría vigente hasta mediados del siglo XX. Esto nadie lo niega, pero ninguno, que yo sepa, ha valorado este hecho como lo merece, porque los historiadores militares no ven más que los progresos del armamento y sus consecuencias en el campo táctico y estratégico. Y los historiadores de la época conocida como “el Renacimiento” con mayúscula, están muy ocupados en contemplar las fiestas y las nuevas construcciones de geniales arquitectos, y poco atentos a las destrucciones causadas por la artillería, o sea el lado tenebroso de una época luminosa. Vis à vis la Commedia dell’Arte está presente, en sincronía o síncope, la tragedia de la artillería. El esplendor de las artes plásticas que, desde Giorgio Vasari, le ha dado su nombre al Renacimiento ha deslumbrado a los más, y la búsqueda de los orígenes del capitalismo (¡esa moderna piedra filosofal!) ha obnubilado a los otros. Después de escritas estas líneas ha venido a mis manos, surgido de mi biblioteca, Charles Quint et son temps, libro de actas de un coloquio reunido en París, en 1958, esto es, 40 años atrás. Veo con sorpresa que uno de los participantes, Henri Lapeyre, se quejaba de lo mismo que yo ahora, y parece que ha clamado en el desierto; sólo llegó a suscitar un corto debate en el que intervinieron figuras tan ilustres como Ramón Carande, Antonio de la Torre, Jaime Vicens Vives, Emile Cornaert, Marcel Bataillon, Michel François y Fernand Braudel. Opinó el último que: “Fuera del aspecto económico, no se puede relacionar la historia de la guerra con la historia general” y que “la polemología está en la infancia”. Si bien la polemología, o sociología de la guerra, recién creada entonces por Gaston Bouthoul, ha salido entre tanto de la infancia, no se ha hecho ningún estudio global del surgimiento de la artillería y sus implicaciones como fenómeno de civilización; que también la barbarie es parte de la civilización. Con la señalada excepción de un gran maestro de la historia, Pierre Vilar, ninguno ha incursionado seriamente (que yo sepa) en la sociología de la guerra.

De hecho, el periodo histórico llamado “Renacimiento”, del que Italia fue crisol en el siglo XV, a pesar de su anarquía y fragmentación política, fue renacimiento de lo mejor de las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma, como referencia ideal en el plan constitucional, en particular. Y fue también nacimiento, o surgimiento, de absoluta modernidad en los campos de las artes y las letras, el derecho de gentes y la inquietud de la conciencia, cristiana en particular. Todo esto se ha repetido a saciedad. Ya había llamado la atención Marcel Bataillon, sobre “todo lo trágico inherente a la condición de españoles del Siglo de Oro”, y preguntado: “El momento más glorioso ¿no fue el más trágico?” (Carta a Ínsula, de 1954). Pero esta reflexión le fue inspirada por la consideración de las expulsiones y persecuciones contra judíos, moros y herejes e infidentes calificados, tanto por parte de la Inquisición como de la misma monarquía. Con todo, las invenciones técnicas en la rama de armamento han engendrado más tragedias y en mayor escala; entre éstas la artillería lato sensu (las armas de fuego) ha sido sin lugar a duda la más determinante para el futuro de la humanidad. Tanto como apolíneo, o más, el Renacimiento ha sido marcial; lo mismo se puede decir del Siglo de Oro español, algo desfasado en relación con la Rinascitá italiana. A la Consagración de la primavera del florentino Sandro Botticelli, la iban a acompañar los Cristos de Berruguete, la Melancolía de Durero y las visiones teratológicas del Bosco; si se admite que las artes plásticas expresan los gustos y las inquietudes de su época, se verá que “el alma renacentista” estaba presa de pesadillas y angustias. Toda la historiografía y los tratados de política contemporáneos están llenos de guerras, civiles y extranjeras. El cronista imperial Francisco de Sandoval ha ponderado la venida del nuevo rey Carlos a España en 1522 en estos términos: “Gozo del Reyno por la venida del Emperador y la artilleria que trae” (véase en el apéndice la descripción del desfile de la artillería), y agrega más abajo: “Traxo el Emperador consigo mucha y buena artilleria para armar estos Reynos, que estavan della faltos”. Cómo sorprenderse de lo que antecede si se repara en que a modo de contrapunto de las diferencias de Cabezón y las armonías pitagóricas del maestro Salinas (“el aire se serena…”, Luis de León) en órganos de catedrales, sonaban por doquier chasquidos y explosiones, de arcabuces, minas y cañones, funestas primicias de la Edad Moderna.

DE LAS ARMAS BLANCAS A LAS DE FUEGO

Como lo ha apuntado Gómara en el capítulo último de su Historia de las guerras de mar, no se sabe con certidumbre el origen de la artillería; a diferencia de otras invenciones técnicas de trascendentes consecuencias (como la brújula, de la que él habla en otra parte), quizá sea mejor para el inventor haberse quedado en el anonimato: “Piensan algunos ser permisión divina que carezca de fama el nombre que la inventó (!), en pena del mal y daño que los otros con ella reciben”. Hoy sabemos que vino de la China, pero que sólo se hizo eficaz con los perfeccionamientos que se aportaron en Europa, tanto a cañones como a arcabuces. El nombre va con el objeto: archibugio (arcabuz), trabocco (trabuco)… revelan el origen italiano de unas armas de fuego que, después, perfeccionaron alemanes y franceses. El duque Alfonso de Este, Señor de Ferrara, ciudad que tuvo uno de los primeros arsenales de Europa, ha sido un pionero de la artillería, lo cual varios cronistas han relacionado con el hecho de ser Ferrara refugio de judíos sefardíes. El rey Fernando de Aragón, llamado el Católico, estuvo rodeado de consejeros judíos, como Santángel (quien hizo posible el primer viaje de Colón a las Antillas), y por otra parte fue el primero, antes de Carlos VIII de Francia, en utilizar artillería en la guerra de Granada, que ganó en parte gracias a esta arma moderna. Con todo, los primeros cañones (no eran propiamente cañones) se llamaron lombardas, porque en Milán, capital de Lombardía, estaba el arsenal más importante de Europa, con los de Flandes. De gran calibre fueron las bombardas, basiliscos y culebrinas; más reducido, sacres y halcones. Los proyectiles (llamados pelotas, por su forma redonda) podían ser de piedra (para grandes calibres) o ya de hierro para cañones, y de estaño para arcabuces y trabucos. El alcance de los cañones de hierro colado del siglo XVI llegó a más de un kilómetro, lo cual era suficiente para que las baterías costeras, de fortalezas en morros y peñones, impidieran a una armada hostil acercarse a un puerto o desembarcar tropas. Escribe Gómara que en el cerco de Modón por los turcos, al iniciarse su siglo, llegó la artillería a doblegar a los defensores venecianos, dado que “tiraban con 18 tiros (cañones) 150 pelotas cada día”; la cadencia de tiro se aceleró en los decenios siguientes… (si bien se quedó mucho atrás de los 2 000 tiros por minuto de nuestros días). Se había afirmado la supremacía de las armas de fuego, ya desde la primera invasión por las tropas de Carlos VIII de Francia, la Guerra gálica, en 1494. En la guerra que opuso en la península itálica a españoles y franceses, tanto en Melegnano (o Marignan), memorable batalla ganada por Francisco, en 1515, como en Pavía, derrota del mismo por el ejército de Carlos V, con 10 años de distancia, la artillería llevó la voz cantante, si se puede decir. Entre los famosos capitanes evocados o retratados por Gómara, el marqués de Pescara, el duque de Este, Pedro Navarro… fueron grandes especialistas de la artillería y su empleo en cercos y batallas.

A grandes rasgos se puede observar que las armas de fuego (de todo calibre) han descalificado a la caballería tradicional (la llamada en Francia de gens d’armes y en Alemania Reiter), con sus lanzas y pesadas armaduras, como fuerza irresistible capaz de desorganizar al adversario (cargaban con hasta 17 filas compactas). Sólo se mantuvieron los “caballeros ligeros”, esto es “rápidos”, que podían apearse fácilmente y combatir a pie (más tarde se llamaron “dragones”). La infantería, con buena proporción de arcabuceros, se convierte en el núcleo de un ejército moderno. Ya desde el siglo XVI fue inventado un arcabuz que no necesitaba mecha, un mosquete primitivo. Esto en cuanto a las batallas a campo abierto. Por lo que es de los cercos de ciudades y fortalezas, episodios muy frecuentes en la Italia poblada de municipios independientes, y también en las costas e islas del Mediterráneo y las costas del Maghrib (Berbería lo llama Gómara), el uso de la artillería fue una innovación de carácter decisivo. “Batir” las murallas (esto es, bombardearlas con bombardas, de ahí proviene el nombre de “batería”) para abrir brechas por donde irrumpirían después los infantes, fue una táctica absolutamente nueva comparada con el franqueamiento con escalas, peligroso y dudoso, practicado anteriormente. Se ha pasado de una guerra de almena a una guerra de demolición, como lo muestra el testimonio del cronista imperial Pedro Girón:

Durmió Su Magestad [Carlos V] aquella noche [de febrero de 1533] en Pavía, que, aviendo sido una de las mayores ciudades y la más antigua de Lombardía, estava tan destruido [por la batalla de ocho años antes] que, aunque Su Magestad no traía mucha gente, no ovo en la ciudad do se pudiesen todos aposentar.

Las ciudades de Brescia, antes próspera, y Como, patria de Paolo Giovio, fueron devastadas a cañonazos… y muchas otras en tierras cristianas e islámicas. El mismo Gómara ha descrito así el sitio de La Goleta, fortaleza de Túnez, por el ejército imperial, el 14 de julio de 1535:

Estando ya todo a punto para dar la batería […] dióse al fin a 14 de julio, por mar y tierra tan reciamente por seis horas, que después [desde] que hay artillería no se ha dado mayor ni mejor; y porque fuese tal anduvo el emperador [aunque había tenido la gota en un pie aquellos días] sobre los artilleros. Era tanto el ruido y golpes del artillería que temblaba la tierra, y el cielo parecía que romperse; la mar, que al comienzo estaba sosegada, espumó y ondeó fuera de su [litoral], bulliendo mucho. El humo quitaba la vista, y el sonido ensordecía. Cayó pues buena parte de la torre con su barbacana, tomando debajo artillería y artilleros, aunque no dejó buena entrada para los arremetedores. Reconocida la batería, dispararon otra vez las culebrinas y cañones, mas sin pelotas para no hacerse mal a los que arremetían, engañando a los defensores [fol. 108 a].

En los Anales, Gómara recoge datos numéricos con ocasión de otro famoso sitio, algo posterior, de 1552:

Cerca el Emperador a Metz de Lorena, por octubre, con el mayor exército que nunca juntó a su propia costa […] 127 pieças de artellería, 17 000 pelotas [obuses], 4 000 quintales de pólvora, y 6 000 cauallos de artellería y muniçiones; era su Capitán General el Duque de Alua.

El uso táctico de la artillería “de batir” ha acarreado cambios profundos en la arquitectura militar y por vía de consecuencia en el paisaje urbano. A las altas murallas almenadas de los castillos las han sustituido terraplenes con disposición en estrellas, fosos y baluartes. En este “arte nuevo de hacer fortalezas” se han destacado, como teóricos: Leonardo da Vinci, Alberto Durero, Gianbattista della Valle, y como constructores, Guidobaldo de Montefeltro, duque de Urbino, y el capitán Pedro Navarro, quien hizo la “fuerza” de Salzes en Rosellón (y también destruyó con minas el Castel Nuovo de Nápoles…). La ciudadela de Verona, la de Lavallette en la isla de Malta, el famoso Castello de Milán, Palmanova, fortaleza veneciana, Sabbioneta, la ciudadela de Turín… son buenas muestras de la adaptación a la guerra artillada.

EL “ARTE DE LA GUERRA”, PRIVILEGIO ARISTOCRÁTICO

Ya me inclino a pensar que batir murallas de fortalezas y navíos enemigos tuvo mayor impacto en el Renacimiento que batir monedas, aunque fuesen ducados venecianos. Esta afirmación va en contra de la visión impuesta por un siglo de Kulturlehre, seguido de medio siglo de historia económico-centrista, pero va de acuerdo con el juicio certero de un lúcido contemporáneo, llamado miçer Nicolás Maquiavelo, florentino. En los últimos decenios, algunos estudiosos de Maquiavelo (en especial Claude Lefort) han subrayado que la gran característica del Renacimiento fue la primacía de lo político y su proclamación por el florentino. Maquiavelo no fue una figura aislada; varios contemporáneos suyos (véase nuestra bibliografía), aunque de forma menos sistemática, han expresado esta misma realidad de la Italia contemporánea. Lo de Maquiavelo que nos viene de molde es la afirmación de que el instrumento por excelencia de la política es la guerra, hecho que ha documentado, en varias obras suyas, tomando como ejemplos, entre otros, los políticos-guerreros paradigmáticos que fueron Fernando el Católico y César Borja (o Borgia).

La guerra moderna no la han inventado Napoléon ni Clausewitz (quienes han perfeccionado la táctica), sino los príncipes-conquistadores, los duques tránsfugas y los marqueses-capitanes que rodearon a Fernando de Aragón y a Carlos V, a Carlos VIII de Francia y a Francisco I, ellos mismos expertos en el arte della guerra. Se podrían citar muchos linajes ilustres, como los Spinola, los Colonna, los Orsini, los Trivulzio, los Vitelli, los Gonzaga, los Montefeltro, los D’Este, los Della Rovere… para la sola Italia; los Bourbon, los Brissac, los Coligny, los Larochefoucauld, los Guise, los Montmorency… para Francia; los Álvarez de Toledo (duques de Alba), los Guzmán, los Mendoza, los Moncada, los Hernández de Córdoba, los Altamira, los Osorio… para España. La guerra, como la cetrería y la caza mayor, fue privilegio de la nobleza, la cual, a diferencia de la burguesía, nunca fue avara de su sangre y por ser “generosa” (en todas las acepciones de la palabra) se ha extinguido como grupo social dominante. Fuera de los grandes linajes mencionados, la mediana y pequeña nobleza, los hidalgos, fueron en España los primeros infantes de los ejércitos modernos; por ello les decían sus oficiales “señores soldados”. (Era algo distinto en Francia y sobre todo en Italia, donde fue creada en Roma la “guardia suiza” del Estado pontificio, en 1506.) Es cierto, por otra parte, que “el propósito de unir la gloria militar al mérito de las letras”, como le escribió noblemente Sepúlveda a Garcilaso (documento recogido y publicado por Losada) fue un hermoso lema y atractivo ideal. El poeta petrarquista Garcilaso de la Vega, inspirado autor de las Églogas a Elisa, murió a pocos meses de ello, de un arcabuzazo, cercando a Le Muy en la bella campiña de Fréjus, en 1536, a los 35 años de edad; formaba parte de la guardia noble de Carlos V, siendo descendiente del marqués de Santillana. El belicista filósofo Sepúlveda murió casi 40 años más tarde, revisando sus crónicas, en su finca andaluza, la “Hacienda del gallo”. Gómara nos ha dejado la descripción de varios cercos famosos de su tiempo, como el de Orán y el de Modón, o de La Goleta; hay tantos cercos como batallas navales en su Historia; ha deplorado la muerte de varios coroneles y soldados viejos, no de civiles víctimas de la soldadesca… Es un hecho que se han levantado muchos monumentos conmemorativos de batallas y estatuas de capitanes generales, pero ninguno, que sepamos, a poetas muertos en “guerras justas” y “a tiros limpios” de artillería.

LA ARTILLERÍA EMBARCADA,REVOLUCIÓN DE LA GUERRA NAVAL

Ahora, si se considera la guerra naval, que es el objeto principal, aunque no exclusivo, del libro de Gómara, la introducción de la artillería ha significado una revolución en la marina de guerra, que pronto se extendería a la marina mercante, como medio de defensa. Hasta aquella fecha, los enfrentamientos se presentaban igual que en las guerras púnicas descritas por Polibio (modelo predilecto de Gómara). Las galeras intentaban echar al fondo a sus contrincantes, hincándoles su espolón en el flanco, o bien al pegarse borda a borda con el navío enemigo y agarrarle con grapas, brincaba en la cubierta un comando que cortaba los aparejos a hachazos y sablazos, tratando de apoderarse del timón, matando y cautivando a cuantos podían. Este escenario, más que milenario, cambió con la artillería embarcada. Primero se dispusieron bombardas y culebrinas en la proa de las galeras, que permitían el ataque frontal y cubrían la retirada eficazmente. En una segunda fase se agregaron cañones de crujía que permitían disparar contra la nave o galera adversaria, navegando de conserva, por así decirlo. Las galeazas venecianas fueron (al parecer, porque la cronología es incierta en muchos casos) las primeras fuertemente artilladas en el Mediterráneo. Y finalmente, por los años en que escribió Gómara su Historia, se empezó a disponer en las naves y naos de mayor arqueo, de troneras bajo cubierta, ya de tubo largo, que disparaban a través de portas (llamadas por eso cañoneras) y, colocadas en cureñas de ruedas, podían apuntar certeramente y disparar en tiro directo. Leonardo da Vinci había concebido (entre otras muchas invenciones de hidráulica, puente de barcas, ametralladora, carro de combate, bomba incendiaria…) el navío de doble casco, casi insumergible, pero no se aplicó sino en siglos posteriores, con compartimientos estancos.

A partir de aquel momento, las batallas navales (o “batallas de mar”, como las calificó Gómara) adoptaron un escenario ne varietur (hasta que se inventaron el torpedo submarino y la fuerza aeronaval) en el que la artillería de marina fue el arma decisiva, tanto contra otros navíos como contra fortalezas costeras. Las primeras grandes victorias navales de los turcos fueron efecto de sus galeras más artilladas que las venecianas; así parece que fue en La Préveza, además de los vientos, frente al golfo del Arta en el Peloponeso, en 1538. El empleo de la artillería decidió la victoria de la flota del conde Felipín, sobrino de Andrea Doria, sobre Hugo de Moncada, en el cabo de Orso, frente a la bahía de Nápoles. Así lo cuenta Gómara:

Era tarde y no quedaban sino tres horas de sol, por lo cual quería cada uno de ellos pelear luego. Iba don Hugo [de Montcada] con sus seis galeras al son de las trompetas y clarines […] Felipín venía callando. Enderezaron entrambos capitanes sus galeras una contra otra, que de ellas comenzó la batalla. Hizo luego Felipín disparar el basilisco de su galera, que llevó la rumbada de la de don Hugo, con buena parte de los bancos [de galeotes] de un cabo, pasando derecho a la popa, y mató hasta cuarenta personas, las más oficiales, y entre ellas al cómitre y a León Tassino, y a don Pedro de Cardona, hijo del conde de Golisano, y a Luis de Guzmán [?] el músico, que porfió a ir contra la voluntad de todos, entrando por los remos en la galera. No quiso don Hugo tirar con tiempo el cañón de crujía por acertar mejor desde cerca, aunque se lo aconsejaron para que con el humo, ya que otro no aprovechase, quitase la cetrería al enemigo […] Don Hugo, viendo el estrago de su galera y gente, salió a esforzar los suyos, la rodela embrazada y con una espada, en medio de la galera. Diéronle con un falconete en la pierna izquierda, y con un arcabuz en el brazo derecho, que lo mató [Guerras de mar, fol. 64 a y b].

Desde el punto de vista de la evolución de la construcción naval, la artillería de marina ha acelerado la decadencia de la galera, sustituida por la nao (ya verdadero navío de línea) fuertemente artillada. En el siglo XVI tales navíos oscilaban corrientemente entre 300 y 500 toneladas, pero algunos alcanzaron 1 500 toneladas. En el siglo siguiente, los navíos de menor arqueo, más manejables y no menos artillados, prevalecieron; a ello se debió la superioridad de ingleses y holandeses. Se ha llegado a considerar como promedio una pieza de artillería por cada 10 toneladas de arqueo. Lo cual no era obstáculo para embarcar infantes de marina con armas blancas y de fuego, por si se ofreciera la oportunidad de abordaje y de tomar el barco enemigo en vez de echarlo a pique a cañonazos, táctica llamada “guerra galana” (!). Las costosas bombardas de bronce cargadas por la boca fueron sustituidas poco a poco por cañones de hierro colado cargados por la culata, más baratos y de ágil manejo; aún no había cañones rayados, ni cureñas de retroceso. La artillería moderna había nacido y sólo tuvo en épocas posteriores (sobre todo en el siglo XVIII, con Gribeauval, y en el siglo XX) perfeccionamientos, pero no transformación de su naturaleza.

Con la artillería en sentido general, pronto diferenciada en artillería de campaña, de batir, de crujía…, y armas individuales (de puño y otras), nació la guerra moderna tal como se ha conocido hasta mediados del siglo XX, donde las más grandes batallas (en el mar la de Jutlandia, y en tierra firme la de Verdún, en la primera Guerra Mundial; Narvik y Stalingrado en la segunda) fueron principalmente duelos de artillería. Por algo se llama la artillería “el arma noble”, en comparación con la infantería, la caballería, etc., que son mera “carne de cañón”. Por cierto, no se ha organizado ninguna conmemoración en escala internacional del “Quinto Centenario de la artillería”, por la razón ya apuntada por el mismo Gómara. La artillería fue un elemento esencial de la guerra “breve y masiva” (la guerre courte et grosse) que los franceses llevaron a Italia, en 1494 y en 1515, la cual (aunque no motorizada) era análoga al moderno Blitzkrieg, o guerra-relámpago germánica. Bajo el impulso de Galliot de Genouillac, general de la artillería, se había creado un cuerpo importante de artillería dotado de gran movilidad, tanto por la pericia de los artilleros en las maniobras como por utilizar caballos como fuerza de tracción; en Italia se movían las pesadas bombardas con yuntas de bueyes cuya proverbial fuerza no compensaba la lentitud. Además, la expansión de la artillería ha significado no sólo una revolución en la táctica y la estrategia terrestre y naval, sino también un trastorno total de las sociedades europeas primero, y de la humanidad entera en fechas posteriores, dado que las potencias bien artilladas de Europa impusieron su dominio a los pueblos de otros continentes, que todavía luchaban con armas blancas o hasta de piedra tallada. Con razón se ha calificado esta política de “diplomacia de [lanchas] cañoneras”; aunque la expresión fue posterior, la práctica se anticipó. ¿Se puede imaginar símbolo más expresivo de aquella época de revolución cultural, llamada “Renacimiento”, que el hábil artesano dedicado a fundir bronce, un día en forma de campana para celebrar armoniosamente la gloria de Dios, otro día en forma de bombarda (con más cobre y menos estaño) para tocar a muerte con voz de trueno?

MUTACIÓN DE LA MODERNIDAD

El porqué de lo que yo llamaría por analogía “la revolución artillera” se puede entender fácilmente, dado que existen estudios monográficos y generales dedicados a todos los aspectos de la vida económica, social y cultural afectados directa o indirectamente por ella, pero como sin verlo; con la relativa excepción del estudio de Pieri (ya señalado por Lapeyre) Il Rinascimento e la crisi militare italiana, de 1952. Primero se ha de tomar en cuenta el elevadísimo costo de fabricación de las armas de fuego, de la pólvora, del transporte (con pesados carros y muchos caballos; ésta ha sido la primera acepción de “el tren”) y la protección de las preciosas armas, la indispensable profesionalidad de artilleros y arcabuceros; sólo un soberano de estado grande y próspero podía dotarse de estos modernos instrumentos de combate.

Comparando el producto interior de los estados europeos más ricos del Renacimiento con el de las naciones industrializadas modernas, se puede adelantar la idea (con reducido margen de error) de que la producción y mantenimiento de la artillería en el siglo XVI era equivalente, mutatis mutandis, a la de una fuerza de disuasión atómica en el siglo XX. Las industrias relacionadas con la producción de bombardas y armas de fuego crecen rápidamente: talleres de fundición, altos hornos, fraguas, carpintería de cureñas, furgones, y naciente industria química para producir pólvora en grandes cantidades y mejorar su calidad. Parcialmente inducida por la revolución artillera, se produce una primera revolución industrial, con lo que esto implica en la economía, la sociedad y las mentalidades, si bien no tuvo la amplitud que alcanzaría en el siglo XIX