Un jefe millonario - Meagan Mckinney - E-Book

Un jefe millonario E-Book

Meagan McKinney

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Beschreibung

Se había dejado seducir por el jefe... Seth Morgan era sofisticado, sensual e increíblemente rico; por tanto, estaba completamente fuera del alcance de Kirsten Meadows. A pesar de que el guapísimo magnate la volvía loca, Kirsten sabía que no debía mezclar los negocios con el placer. Un solo vistazo a la bella Kirsten y Seth supo que quería ser algo más que su jefe. No sabía si lo había cautivado su reticencia a dejarse seducir, el caso era que se moría de ganas de llevarse a aquella mujer a la cama... y él siempre conseguía lo que se proponía.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Ruth Goodman

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un jefe millonario, n.º 1284 - agosto 2015

Título original: Billionaire Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6880-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Señorita Meadows, pase por favor –anunció la autoritaria voz de la secretaria de dirección.

Kirsten Meadows se puso en pie sintiéndose como el pariente pobre de aquella mujer que era mayor que ella y mucho más elegante.

Kirsten llevaba un traje negro que se había comprado en un centro comercial y un collar de perlas falsas. Nada que ver con el conjunto de diseñador, pero, como solía hacer siempre, Kirsten escondió sus miedos y preocupaciones tras una sonrisa complaciente.

Se dijo que, si aquella secretaria se podía permitir aquella ropa, debía de tener un buen sueldo, así que el de secretaria personal tampoco tenía que estar mal.

Con esa idea en la cabeza, tomó aire para infundirse valor y entró en el despacho del rico y poderoso Seth Morgan.

El valor la abandonó nada más hacerlo.

El hombre ni la saludó. Ni siquiera la miró. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba engominado hacia atrás. Sus facciones, duras como las de una estatua de mármol, lo hacían parecer mucho mayor de los treinta y tres años que contaba, apenas seis más que Kirsten.

Supuso que tenía el ceño fruncido porque llevaba una vida de lo más estresante y rezó para que no fuese porque estuviera leyendo su currículum.

Se había tenido que gastar hasta el último centavo para poder llegar hasta Manhattan para hacer aquella entrevista.

Si no conseguía el trabajo, estaba perdida.

–Los he visto mejores –observó Seth Morgan mirándola por fin.

Kirsten sintió su mirada de hielo sobre ella.

–¿Se refiere a mi currículum? –logró preguntarle.

El entrevistador asintió y se arrellanó en la butaca de cuero negro para observarla mejor.

El traje italiano que llevaba le quedaba tan bien como si estuviera hecho a medida, y ni siquiera se le movía. Llevaba una corbata de color azul cielo que no hacía más que añadir frialdad a su expresión.

–Domina cinco idiomas, hija de un diplomático… hay muchas así –dijo arrojando el currículum sobre la mesa y mirándola como si la estuviera desafiando.

Kirsten consiguió no suspirar de frustración. Ni por asomo aquel hombre la iba a ver suplicar. No le había hecho ningún favor haciéndola ir a Nueva York, pero no estaba dispuesta a dejar que se diera cuenta.

No pensaba dejar que aquel millonario supiera que la persona que estaba delante de él estaba arruinada.

–Siento mucho que opine que no estoy cualificada, pero lo que no entiendo es para qué me ha querido entrevistar si ya había leído mi currículum antes. Podría haberme dicho que no por carta y no me habría hecho venir desde Montana, ¿sabe? Me parece que hemos perdido los dos el tiempo y…

–¿Por qué debería darle el trabajo? –la interrumpió él.

Sus palabras fueron como un disparo.

Acto seguido, puso las manos sobre la mesa y se quedó mirándola.

Kirsten no pudo evitar pensar que tenía unas manos muy bonitas, fuertes y cuidadas, perfectamente a juego con su rostro.

–Podría serle útil en su rancho de Mystery, en Montana, porque conozco muy bien esa zona. Mi padre fue encargado de negocios de varios embajadores, pero todos los veranos mi madre me llevaba a su ciudad natal. Después del divorcio…

Se interrumpió porque recordar aquel momento todavía le dolía a pesar de que habían pasado más de diez años, pero la dura batalla y los interminables juicios que su padre le había puesto a su madre no eran fáciles de olvidar.

Al final, su madre se había visto obligada a llevar una vida mísera después de haber estado acostumbrada a grandes lujos. En consecuencia, Kirsten y su hermana no se hablaban con su padre desde entonces.

–Bueno… –carraspeó–… Después de que mis padres se divorciaran, me fui a vivir con mi madre y con mi hermana pequeña a Mystery, donde terminé el colegio. Conozco la zona tan bien como si hubiera nacido allí, con la ventaja de que he vivido antes en muchos sitios con diferentes culturas.

–¿Se siente capacitada para ocuparse de mis asuntos en Mystery?

De no haber estado al borde del llanto, a Kirsten le hubieran entrado ganas de reírse. ¿Cuántos «asuntos» tendría pensado tener aquel hombre en Mystery? Seguro que no tantos como había tenido su padre.

–Sí, sin duda. Estoy segura de que, siendo su secretaria personal, podría hacerme cargo de cualquier asunto relacionado con el rancho. Estudié contabilidad en la universidad, sé llevar una casa y, gracias a mi experiencia en Europa, podría organizarle fiestas y cenas. Además, no tendría ningún problema en ocuparme también de la agenda de su esposa.

–No estoy casado.

Kirsten suspiró aliviada. Desde el punto de vista personal, le importaba muy poco el estado civil de aquel hombre, pero desde el profesional no quería verse involucrada en oscuras conjuras de infidelidades teniendo que tapar a su jefe ante su pobre e ingenua mujer.

–Muy bien, señorita Meadows, puede irse.

Kirsten abrió la boca para preguntarle si eso quería decir que no le daba el trabajo, pero finalmente no dijo nada. De repente, se le antojó que era absurdo preguntar. Aquel hombre guapo y rico estaba acostumbrado a decidir quién vivía y quién moría en Wall Street. Su decisión sobre ella no iba a cambiar porque ella le hiciera un par de preguntas fútiles.

Kirsten asintió y se giró dispuesta a irse.

–La casa está terminada y me gustaría pasar allí un fin de semana largo para instalarme. Voy a bajar para Montana estar tarde para indicarle lo que quiero que haga.

Kirsten sintió que se le tensaba todo el cuerpo. Aquello sonaba a que el trabajo era suyo.

–No hemos hablado de mi sueldo… –dijo girándose hacia él.

–Está todo decidido –la interrumpió él–. Se le pagará lo que pida.

–Gracias –tartamudeó Kirsten preguntándose qué había pasado.

En pocos segundos, había pasado de la desesperación del fracaso a la excitación del triunfo.

Pero Seth Morgan le había dicho que se fuera. De hecho, ya estaba leyendo un documento, así que Kirsten salió de su despacho.

–¡Gracias, Hazel, gracias! –se dijo a sí misma mientras iba hacia el ascensor.

Se había enterado de aquel trabajo por Hazel McCallum. La «baronesa del ganado» era propietaria de casi todo el Mystery Valley y cuidaba de sus habitantes como si fueran sus súbditos.

La mujer, de más de setenta años, le había hecho llegar su currículum a Seth Morgan.

Kirsten necesitaba aquel trabajo porque no era fácil conseguir un buen empleo en un medio rural.

Tanto su madre como su hermana dependían de ella emocional y económicamente y, de momento, no podían permitirse mudarse a otra ciudad en la que no conocieran a nadie.

El favor que Hazel le había hecho era impagable. Kirsten iba a necesitar toda la vida para darle las gracias, sobre todo en nombre de su madre, que llevaba años luchando contra una enfermedad.

Pensando en su madre, Kirsten salió del edificio y se dirigió al metro, deseosa de llegar al hotel para hacer el equipaje y volver a casa.

Mientras bajaba las escaleras del metro, pensó también en Hazel.

 

Seth Morgan miró a la joven vestida con un trajecito muy normal negro salir de su despacho.

Kirsten Meadows era mucho más de lo que esperaba. Desde luego, tal y como le había indicado Hazel, estaba cualificada para el trabajo.

A juzgar por su currículum, más que cualificada. Seth no tenía la más mínima duda de que era seria y responsable, un buen fichaje.

Lo que no se esperaba era sentir lo que había sentido cuando había visto sus ojos azules. Al instante, se había sentido atraído por ella. Aquella mujer tenía una cara angelical, pero lo que más le había gustado habían sido sus ojos, azules y profundos como una piscina.

Al instante, había subido la guardia.

Frunció el ceño y avisó a su secretaria por el intercomunicador.

–¿Sí, señor Morgan? –le contestó la melosa voz del otro lado.

–Llama a Hazel McCallum.

–Inmediatamente.

Seth giró la silla y se quedó mirando el cielo de Manhattan, la Estatua de la Libertad y la Isla del Gobernador. La vista era magnífica. Con un horizonte así, a uno le parecía que había conquistado el mundo.

Cada edificio era como una nueva conquista.

Sin embargo, últimamente, no le había servido de mucho. Había comenzado a preguntarse si no estaba un poco harto de tanta conquista.

A veces, se preguntaba si las personas que había dentro de cada uno de los edificios de Manhattan no significaban mucho más que el conjunto, no hablando en términos económicos, sino humanos.

Sí, definitivamente, necesitaba algo más, pero no sabía qué. No lo había sabido hasta que se había visto reflejado en aquellos ojos azules.

Se quedó pensativo un rato, frunció el ceño y, al cabo de unos segundos, le brillaron los ojos.

No iba a permitir que lo engañaran. Sabía que Hazel McCallum se dedicaba a emparejar a gente para recuperar la población de Mystery. Cuando le recomendó a Kirsten Meadows le pareció bien, sobre el papel.

Ahora, comprendía que Hazel la conocía en persona y que sabía lo guapa que era. Por eso se la había recomendado. Sin duda.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una llamada de su secretaria.

–Dime.

–La señora McCallum dice que no acepta llamadas telefónicas desde Nueva York en estos momentos –contestó su secretaria, dubitativa.

–¿Cómo? –exclamó Seth.

Era la primera vez que alguien osaba no ponerse al teléfono cuando él lo llamaba.

–Me ha… dicho que, si quiere hablar con ella, tendrá que hacer como todos los demás habitantes de Mystery: pasarse por su rancho.

Seth apretó las mandíbulas.

–¿Ah, sí? Muy bien. Vuelva a llamarla y dígale que quiero verla mañana a primera hora.

–¿Aquí o allí, señor?

Seth se dio cuenta de que su secretaria estaba intimidada por Hazel McCallum.

–Allí –contestó sintiéndose como un abogado de la época victoriana al que le daban permiso por fin para ver a la hija de su jefe–. Diga que me preparen el avión para salir hacia Montana.

Colgó y siguió mirando por la ventana. Pensó para consolarse en que, aunque no hubiera conquistado a cierta baronesa del ganado, sí había conquistado otras cosas en la vida.

 

El interior del avión era de madera rubia, a juego con la tapicería de cuero.

Kirsten se había sentado nada más entrar porque iban a despegar y, en aquellos momentos, se encontraban a varios miles metros del suelo y ganando altura.

Fuera, brillaban los últimos rayos de sol, que arrancaban bonitos destellos en el interior. Iban en dirección al atardecer.

Al oír hielos en un vaso, miró hacia atrás. Al fondo del avión, había una cabina donde un azafato estaba preparando unas bebidas.

Detrás de aquella, había otra cabina en la que estaba el baño y… no se lo podía creer… una cama en la que Seth Morgan descansaba mientras viajaba a Londres o a Tokio.

–… la primera semana. Si me quedo en el rancho, quiero estar seguro de que estará en contacto con Mary, mi secretaria de Nueva York, para que le haga llegar la correspondencia –le estaba diciendo Seth–. Además, quiero que trabaje de cerca con Hazel McCallum para buscarme unos buenos caballos. Voy a tener invitados a menudo y quiero que puedan montar.

–Yo monto desde los seis años –contestó Kirsten–. Además, Hazel y yo somos muy amigas –añadió mientras tomaba nota de todo lo que él le decía en el nuevo ordenador portátil que le había proporcionado.

–¿Quiere beber algo? –le preguntó el azafato.

–Agua –contestó Seth dejando claro que estaba acostumbrado a que le sirvieran.

–Té con hielo –dijo Kirsten volviéndose a preguntar por el hombre que tenía sentado ante ella.

Había pedido agua. Eso podía querer decir que era un tipo sano. Aquello no iba a muy bien con el tipo de vida de Mystery, donde el filete de carne era considerado imprescindible en toda dieta que se preciara.

–Aquí tiene –le dijo el azafato entregándole el vaso de té.

Kirsten lo aceptó.

–¿Azúcar? –le dijo el chico bajándole la bandeja para que se sirviera si quería.

En ese momento, hubo una turbulencia y Seth Morgan se tiró el vaso de agua sobre el elegante traje italiano. Kirsten se habría reído si no hubiera sido porque a ella se le había derramado el contenido del té con hielo por encima y el azúcar había ido a parar encima.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó el azafato, horrorizado.

–Lo siento –murmuró Kirsten chupándose los labios.

Los tenía llenos de azúcar, pero lo que más la preocupaba era la tapicería.

Seth Morgan se había quedado de piedra y la miraba como desde otro mundo.

–En cuanto lleguemos, diré que le limpien la tapicería y lo pagaré yo –le prometió.

–No diga tonterías –contestó él poniéndose en pie.

Kirsten no se podía mover porque tenía toda la parte delantera llena de azúcar, como si fuera un muñeco de nieve, así que Seth se inclinó sobre ella y le quitó la chaqueta negra.

Kirsten sintió sus manos en la nuca y le parecieron increíblemente suaves. No sabía por qué, pero había imaginado que las iba a tener frías.

Aquel hombre era rico, guapo y poderoso. Debería tener manos frías, a juego con el corazón.

–No, mejor no –dijo el azafato chasqueando la lengua.

La camiseta que Kirsten llevaba debajo de la chaqueta se transparentaba porque estaba empapada en té. Kirsten exclamó y se cubrió con los brazos.

Rezó para que Seth Morgan no se hubiera dado cuenta, pero cuando levantó la mirada y se encontró con la suya comprendió que lo había visto todo, hasta que llevaba el sujetador rosa.

–Será mejor que se cambie –le dijo con voz grave y mirada intensa, como si su cerebro se hubiera llenado de imágenes sexuales.

–Tengo el equipaje en la bodega –tartamudeó Kirsten–. No creí que fuera a necesitar cambiarme.

–No puede volar así. Faltan horas para llegar a Montana.

–Voy a ir al baño a arreglarme un poco –propuso Kirsten.

Seth asintió y le hizo un gesto al azafato.

–Dele a la señorita Meadows mi bata y lo que necesite para ducharse. En cuanto aterricemos, que le suban la maleta para que se pueda cambiar.

El azafato asintió.

Kirsten se levantó con los brazos cruzados sobre el pecho, intentando que el azúcar no se cayera por todas partes.

Siguió al azafato a la última cabina, anonada por la mirada de Seth Morgan, que hablaba de promesas pervertidas.

Mientras se duchaba, no pudo parar de pensar que la relación entre su nuevo jefe y ella había tenido un principio turbulento y temía que fuera a peor.

Le había quedado claro que Seth Morgan era un depredador. Debía tener mucho cuidado para sobrevivir estando cerca de él.

Después de cómo había tratado su padre a su madre, Kirsten tenía muy claro que no quería ser la presa de ningún hombre.

Un poco difícil después de que se le hubiera caído el azúcar por encima. Aquello la hacía sentirse como una galleta servida en bandeja de plata.

Estaba tan nerviosa, que se le cayó el bote de champú.

Kirsten se dijo que podía intentar seducirla todo lo que quisiera si le pagara bien. Siempre que ella no se sintiera atraída por él, le daba igual que la viera como una galleta.

Capítulo Dos

 

Mientras se tomaba el segundo whisky, Seth se preguntó cómo demonios iba a hacer para quitarse aquella imagen de la cabeza.

Kirsten Meadows, húmeda y pegajosa, con cristales de azúcar por las pestañas como si fueran copos de nieve. Desde luego, no era fácil de olvidar.

Cuando lo había mirado, de no haber sido por su inmenso control, le habría hecho el amor allí mismo.

Se removió incómodo en la butaca y se quedó mirando por la ventana del avión. Fuera todo estaba oscuro.

El azafato había ido a sentarse con los pilotos, así que Seth estaba solo. Por encima de los motores del avión, oía el agua correr en el baño.

Aquella mujer tenía una espesa mata de pelo rubio, así que iba a tardar un buen rato en quitarse todo el azúcar. Sin poder evitarlo, se imaginó lavándole el pelo.