Solo una noche - Meagan Mckinney - E-Book

Solo una noche E-Book

Meagan McKinney

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Beschreibung

Donde hay humo... ¡hay fuego! La maestra Joanna Lofton pensó que una excursión de mujeres en medio de la naturaleza de Montana era el modo perfecto de curar un desengaño amoroso. Pero no era eso lo que tenían en mente las casamenteras del grupo de montaña... ni el bombero de élite Nick Kramer, que estaba provocando un verdadero fuego dentro de ella. A Nick le gustaban las mujeres que no se echaban atrás ante el peligro... o ante el deseo; además, Jo estaba haciendo que un solitario empedernido deseara mantener vivo el fuego del hogar.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Ruth Goodman

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Solo una noche, n.º 1257 - abril 2015

Título original: Plain Jane & the Hotshot

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6256-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Tienes que pensar en algo más que en hombres y maquillaje –le dijo Hazel McCallum, matriarca de Mystery, Montana, a la joven que estaba sentada junto a ella en el coche.

Frenó un poco para subir la cuesta detrás del camión que las precedía y continuó.

–Ya sé que una cosa va unida a la otra, pero este viaje es solo de chicas. No se permiten hombres.

–Apenas me maquillo, Hazel, y lo sabes. En cuanto a los hombres, no me persiguen precisamente. Con la mala suerte que tengo, no creas que me va a costar mucho olvidarme de todos mis novios durante el fin de semana –contestó Joanna Lofton al borde de la risa.

Hazel sabía perfectamente que era el ratoncillo gris de Mystery. El hecho de que hubiera hecho como si lo hubiera olvidado, hizo que a Jo se le encendieran todas las alarmas.

–Todas esas cosas de chicas no tienen cabida en Bridger’s Summit –prosiguió Hazel como si no la hubiera oído–. Puede que haya unos cuantos machos por ahí arriba, pero me temo que solo de la especie oso.

–¿Osos? –dijo Jo con los ojos muy abiertos.

La profesora de Música del Colegio Plain-Jane había nacido y se había criado en Montana, pero, aun así, estaba acostumbrada a la civilización. Su barrio en Mystery era un mundo de casitas de cedro y pequeñas tiendas para los turistas con pintorescos ranchos de ganado como el de Hazel. No estaban acostumbrados a ver osos, serpientes de cascabel ni animales por el estilo por allí.

El Parque Nacional Bitterroot, sin embargo, era un mundo desconocido y salvaje y Jo empezó a preguntarse cómo había dejado que su amiga la embarcara en aquel viaje.

Hazel le había dicho que un fin de semana solo de mujeres le iría bien, pero no le había mencionado nada de animales.

–¿Has dicho osos? –intervino Bonnie Lassiter nerviosa desde el asiento de atrás–. ¿No serán grizzlies?

Hazel y Stella Mumford, ambas rondando los setenta y cinco años, rieron al unísono.

–¿Las estás oyendo, Hazel? –bromeó Stella–. Cualquiera diría que son las dos de Manhattan. Bonnie, hasta una urbanita como yo sabe que no es nada fácil hoy en día encontrar osos grizzlies.

Jo miró por el retrovisor a Bonnie y le sonrió. Ambas tenían veinticinco años y ambas eran de Mystery. Jo sabía que Bonnie era peluquera y trabajaba en el mejor salón de belleza de Mystery.

Ambas empezaban a sospechar que se habían comprometido a pasar diez días en un medio salvaje que les era desconocido.

Hazel vio cómo se miraban y sonrió.

La baronesa del ganado era bajita, pero no había que dejarse engañar por su tamaño. Conducía con seguridad y estaba empeñada en hacer de Mystery, su amada ciudad, una localidad llena de gente joven y de vida. Por eso, se había metido a formar parejas y a actuar de celestina.

–Vamos allá –le murmuró a su Cadillac mientras adelantaba al camión.

Jo intentó emocionarse ante la aventura que la esperaba. Había algo que le hacía sospechar que Hazel iba a aplicar sus dotes de celestina con ella, pero le parecía imposible porque la ganadera había dicho que la reunión era solo de mujeres.

Era una especie de curso de desarrollo personal en el que las mayores ya estaban graduadas, por supuesto, y se limitaban a organizar y supervisar las diferentes actividades, tanto físicas como mentales.

No estaba permitida la asistencia de hombres. Hazel se lo había dejado muy claro desde un primer momento. Jo no quería que le arreglaran ningún encuentro con un alquiler del sexo opuesto.

Después de lo de Ned, solo quería estar sola para lamerse las heridas y no volverse a arrimar nunca al fuego que la había quemado.

–Entramos ya en las montañas –anunció Hazel a medida que fueron dejando atrás las colinas y se fueron adentrando en tierras más abruptas.

–Espero que tú, Jo, hayas sido scout porque yo solo he acampado en el jardín de mi casa –comentó Bonnie.

–Sí, no te preocupes. Sé todo lo que hace falta saber para sobrevivir en el bosque… como, por ejemplo, cómo asar patatas en una hoguera –sonrió Jo tímidamente.

–Por Dios, Jo –la reprendió Stella–. ¿Por qué sonríes de medio lado? Eres una chica preciosa, pero demasiado tímida. ¿De dónde te viene tanta timidez? Cualquiera diría que tu madre fue Miss Montana. Cariño, tienes una sonrisa espectacular, así que no la escondas, ¿de acuerdo?

Jo sabía que Stella lo decía con buena intención, pero, como todo el mundo hacía siempre, le había recordado a su madre, a cuya sombra había vivido toda la vida.

A sus amigas las habían dejado desarrollar su personalidad, pero ella había tenido que ser igual que su madre, encantadora, fotogénica y vivaz.

El resultado había sido una mujer de lo más tímida.

–Da igual que su madre fuera Miss Montana –intervino Hazel percibiendo su incomodidad–. Lo importante ahora es inculcar un poco de seguridad en sí mismas a estas chicas para que se enfrenten a la vida con valentía.

Jo se dijo que Hazel tenía razón, que el pasado era historia y que estaba empezando una nueva etapa de su vida. Aun así, el dolor que le había dejado aquel profesor de inglés que la había engañado era horrible.

Le bastó acordarse de él para sentir ganas de llorar.

–Llegamos en cinco minutos –anunció Hazel saliendo de la carretera y tomando una pista de tierra rodeada de espesos pinos–. Jo, toma, se te ha metido polvo en los ojos –añadió dándole un pañuelo.

Hazel lo sabía todo sobre Ned y ambas sabían que lo del polvo era una excusa.

Jo consiguió sonreír y se dijo que, aunque se arrepentía de haber accedido a ir a aquel viaje, debía fingir entusiasmo durante aquellos diez días porque las intenciones de Hazel eran inmejorables.

 

 

La pista de tierra las llevó alrededor de Montaña Lookout y hasta un remoto campamento situado en Bridger’s Summit. Se trataba de unas cuantas cabañas sin electricidad, agua ni nada parecido.

Jo vio que había un claro en el que había un solo coche, pero Hazel paró antes de llegar para admirar el Cañón del Caballo bañado por el sol y que se abría ante ellas en toda su paz y serenidad. En el medio, discurría el río Stony Rapids como un lazo verde.

Por encima de las montañas, se veía una columna de humo y un helicóptero del ejército arrojando un líquido naranja retardante.

–El incendio está lejos –dijo Stella mientras Hazel volvía a poner el coche en marcha.

–Está del otro lado de la cordillera –añadió Hazel sin darle importancia–. Los he visto mucho más cerca. Además, antes de venir hablé con los bomberos y me dijeron que se prevén vientos flojos y mucha humedad. Así es imposible que el fuego avance, pero, aun así, me dijeron que tal vez nos tuvieran que evacuar.

–Siempre lo dicen –rio Stella–. Es para cubrirse las espaldas por si pasa algo y alguien los acusa de riesgos atractivos.

–¿Qué es eso? –preguntó Jo extrañada.

–Es un término legal que se aplica a algo que atrae a la gente, pero que es peligroso. Por ejemplo, que unos niños se metan a jugar en unas cámaras frigoríficas abandonadas.

–En mi época, un riesgo atractivo se aplicaba a la vecina de grandes pechos que iba a por tu marido –rio Hazel–. Dottie y su sobrina nieta Kayla ya han debido de llegar –añadió señalando el otro coche.

Jo miró a su alrededor y vio que el lugar era precioso y que, que ella viera, no había ningún riesgo atractivo.

Mientras, Hazel buscó a las otras dos mujeres, pero no las encontró.

–He alquilado las dos cabañas grandes, las que están junto al cañón –les explicó–. Una para las viejas y la otra para las guapas. Me parece que vamos a tener el campamento entero para nosotras. Los turistas se han debido de asustar con lo del incendio.

–Hablando de belleza, mirad lo que ha encontrando la sobrina nieta de Dottie –murmuró Stella.

Jo, que estaba sacando su mochila del coche, giró la cabeza y vio a un hombre y a una mujer que avanzaban por un sendero que llegaba del bosque.

Ella tenía que ser Kayla. Llevaba demasiado maquillaje para acampar y unos vaqueros demasiado cortos para poderse sentar.

Jo miró al hombre y se preguntó qué hacía allí. Se suponía que no iba a haber hombres, pero la rubia Kayla se las había ingeniado para encontrar uno en el bosque.

–¡Hola! –las saludó Kayla muy contenta–. Soy Kayla, la sobrina nieta de Dottie. Mi tía abuela está recogiendo leña para preparar la cena porque dice que está muerta de hambre. Este es Nick Kramer –añadió tocándole el brazo–. ¡Va a haber muchos hombres por aquí! Parece ser que son bomberos.

Jo miró al hombre alto y de hombros anchos. Tenía aspecto atlético y mirada inteligente, además de pelo corto y castaño y ojos color ámbar.

Era impresionantemente guapo y parecía ajeno a ello. Por su experiencia con hombres guapos, incluido Ned, sabía que solían ser más narcisistas que las mujeres.

Lo estudió con disimulo y lo vio sonreír al acercarse.

Aquello no era buena señal. Demasiado seguro de sí mismo.

Jo dejó de mirarlo y se dijo que aquella repentina atracción por él había sido solo producto de las hormonas, que llevaban un tiempo en el dique seco.

Además, lo último que necesitaba en aquel viaje era un hombre, ni guapo ni feo.

–Me parece a mí que Nick, además de bombero, tiene pinta de ser de los Hotshots, el cuerpo de elite de montaña encargado de apagar los incendios de más difícil acceso –comentó Hazel–. Cómo se nota que veo el Discovery Channel, ¿eh? Lo he sabido por el escudo que llevas en la camiseta. Encantada de conocerte, Nick –añadió procediendo a hacer las presentaciones pertinentes.

Jo sintió que Nick la miraba y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no huir.

Sabía que no tenía nada que ver con Kayla, pero también que no era fea. Había heredado de su madre los brillantes ojos verdes y su preciosa cabellera castaña.

Ahí terminaba el parecido con su progenitora.

Jo era menuda, como Hazel. Nada que ver con la altura de su madre y sus larguísimas piernas de modelo.

Piernas que se parecían, más bien, a las de Kayla.

–No habrás venido a decirnos que corremos peligro aquí, ¿verdad, Nick? –preguntó Hazel.

–De momento, no, señora McCallum –contestó educadamente.

Tenía una voz bonita y Jo vio rápidamente que era de barítono.

–Estamos limpiando la zona para evitar que el fuego se propague –le aclaró–. No es nuestra intención invadirles el campamento, pero tengo a mi cargo a doce hombres para vigilar el Cañón del Caballo y Bridger’s Summit es nuestra base de operaciones. Aun así, no tienen por qué preocuparse ya que vamos a estar todo el día trabajando por ahí. No las vamos a molestar.

–No sois ninguna molestia –sonrió Kayla–. Es maravilloso que vayamos a coincidir todos aquí.

Bonnie miró a Jo y puso los ojos en blanco como diciendo «madre mía».

–¿Por qué no cenamos todos juntos esta noche? –prosiguió Kayla entusiasmada.

–Nos encantaría, pero trabajamos en turnos de doce horas y el próximo sale dentro de una hora. Estamos trabajando por la noche mientras haya luna llena.

Kayla hizo un puchero y lo miró decepcionada.

–Supongo que al que le toque el turno de noche no tendrá vida social… –dijo en voz baja.

–Bueno, ya nos veremos –se despidió Nick mirando de nuevo a Jo y haciendo que se pusiera nerviosa–. Hasta luego.

–Hasta luego –contestó Kayla mirándole el trasero mientras se alejaba–. ¿A que es guapísimo? –les dijo a las demás cuando lo perdieron de vista.

–Desde luego, es un bellezón –contestó Hazel mirando a Jo.

–No os dejéis nunca seducir por un bombero –les advirtió Stella.

–¿Por qué? –preguntó Kayla.

–Porque cuando os calentéis os tirará un cubo de agua por la cabeza –contestó Stella.

El chiste verde las hizo reír a todas y Jo tuvo que admitir que Kayla estaba muy guapa cuando se reía.

De repente, se encontró pensando en Nick, en cómo la había mirado, en cómo su presencia atraía las miradas femeninas. Hacía tiempo que no se preguntaba qué se sentiría en brazos de un hombre en concreto.

Se apresuró a apartar aquellos pensamientos de su mente, pero no le fue fácil.

La experiencia le había enseñado que lo mejor para no quemarse era no acercarse al fuego y eso era, precisamente, lo que tenía pensado hacer.

Capítulo Dos

 

Dottie McGratten, la tía abuela de Kayla, apareció cargada de leña unos minutos después de que Nick se hubiera ido.

Era una mujer de piel oscura y pelo blanco como la nieve. Llevaba una gorra juvenil, como juvenil era su carácter a pesar de ser viuda, al igual que Hazel y Stella.

–Las chicas mayores se están portando bien de momento –comentó Bonnie cuando las tres mayores se metieron en su cabaña antes de cenar.

–Sí, pero a juzgar por sus sonrisas, esto solo es la calma que precede a la tormenta –contestó Jo.

–Y ya verás qué tormenta –dijo Bonnie colocando el saco de dormir sobre el somier desnudo de su cama–. Astronomía, primeros auxilios, pesca, rafting… Si sobrevivimos, seremos como los rangers de Texas.

Jo miró a su alrededor. La cabaña apenas tenía nada. Una vieja estufa de leña, tres camas y unos pomos en la pared para colgar los abrigos.

«Diez días», pensó. Una eternidad.

Pero se lo debía a Hazel y a sí misma. Los McCallum habían financiado la escuela en Mystery antes de que el estado de Montana tuviera siquiera una legislación al respecto. Eso había sido hacía mucho tiempo, pero recientemente habían vuelto a ayudar al colegio con las clases de arte y de música, para las que no había fondos estatales.

Hazel se había hecho cargo de los programas de ambas materias y había impedido que Jo se quedara sin trabajo.

Por eso, Jo estaba dispuesta a hacer lo que Hazel quisiera.

–Me pido esto –anunció Kayla colocando su colección de maquillajes sobre una estantería de madera que había junto a su cama.

–Se pide todo –apuntó Bonnie en voz baja–. Con o sin vida.

Jo sonrió y siguió colocando sus cosas.

–Mi tía abuela me ha dicho que tu madre fue Miss Montana –comentó Kayla.

«Ya estamos», pensó Jo.

Siempre la fama de su madre la precedía. Incluso con gente que no la conocía de nada. Sintió una punzada en el pecho cuando le recordaron que seguía viviendo bajo la sombra de su progenitora.

–Sí –contestó Bonnie–. Y llegó a ser finalista de Miss América.

–Bueno… Montana –dijo Kayla con desprecio–. Nada que ver con ser Miss Texas o Miss Nueva York.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Bonnie.

–Ya sabes. En Texas hay muchas chicas guapas y el concurso realmente tiene emoción. Las de Montana sois más feuchillas, ¿no? No lo digo por tu madre, ¿eh? –añadió mirando a Jo–. Estoy segura de que se lo merecía, pero es difícil ver chicas guapas en el norte. He visto alguna, pero no muchas… Hace mucho frío por aquí, los inviernos deben de ser duros y eso no va bien para la piel…

–Nos las arreglamos –contestó Bonnie divertida.

Jo ya se había dado cuenta de que Kayla no era precisamente muy lista, pero acababa de comprobar que se le daba muy bien insultar disimuladamente.

Era exactamente igual de insegura que su madre, que solo podía contar con su belleza.

–¡A formar! –bromeó Hazel entrando en la cabaña–. Perdón por interrumpir, chicas, pero hay que repartir las tareas.

–¿Tareas? ¡Creí que estábamos de vacaciones! –objetó Kayla.

Hazel miró de reojo la estantería llena de cremas, máscaras de ojos y coloretes.

–Si queremos comer medianamente bien, hay que trabajar en equipo –contestó–. Kayla, tú tienes que traer leña todos los días. Bonnie y Jo os turnaréis para ir a buscar agua. Estos diez días van a ser muy interesantes, ya lo veréis –les prometió–. Id por agua una de las dos, que Dottie ya está haciendo la cena.

 

 

Jo se preguntó qué estaba tramando Hazel porque estaba claro por sus miradas que algo se traía entre manos.

La serena belleza del paisaje enseguida hizo que dejara de pensar en aquello. Bajó por un sendero acompañada por el canto de varios pájaros.

A medida que fue bajando, fueron apareciendo otras variedades de árboles además de pinos… Álamos dorados y abetos plateados.

Llegó al puentecillo que Hazel le había indicado y se arrodilló para recoger agua del riachuelo.