Una dulce provocación - Meagan Mckinney - E-Book
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Una dulce provocación E-Book

Meagan McKinney

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Beschreibung

¿Atravesar a caballo los peligrosos campos Montana guiada por el exasperante AJ Clayburn? Jacquelyn Rousseau estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de hacerse con la historia y demostrar a aquel duro campeón de rodeo que no era la primeriza con aires de superioridad que él creía. Poco después el brillo de la mirada de AJ ya no estaba provocado por la ira sino por la pasión. Pero que una bella sureña se convirtiera en pareja en un cowboy cascarrabias era tan improbable como que nevara en agosto... Entonces una tormenta de nieve en mitad del verano los dejó atrapados en las montañas y los hizo pensar en el futuro...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2000 Ruth Goodman. Todos los derechos reservados.

UNA DULCE PROVOCACIÓN, Nº 1419 - abril 2012

Título original: The Cowboy Meets His Match

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0003-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Jacquelyn, soy Hazel McCallum. Tengo que pedirte algo un poco… extraño. La última vez que estuviste aquí para la entrevista sobre Jake, nos desviamos un poco del tema. Quizá deberíamos volver a encontrarnos en mi casa. Por favor, llámame cuando puedas para concertar una entrevista.

Jacquelyn Rousseau le dio al botón para rebobinar la cinta del contestador automático, sintiendo que se ponía colorada.

«…nos desviamos un poco del tema…». ¡Dios Santo. Aquello era ser educada!

Jacquelyn quería morirse cada vez que recordaba todo lo que le había contado. Cuando vivía en Atlanta nadie sabía nada sobre su vida privada; sin embargo, en cuanto había empezado a hablar con Hazel de la vida, los sueños y las esperanzas, se había abierto sin remedio. Jacquelyn le había contado a la anciana las cosas más personales y los detalles más humillantes de su pasado. ¡A una total extraña!

Quiso borrar aquel recuerdo de su mente y miró hacia el viejo reloj de la esquina. Desde 1890 daba la hora exacta a todos los que trabajaban en las oficinas de El Semanal de Mistery.

Eran casi las diez de la mañana. Devolvió la llamada a Hazel, una rica ganadera a la que había bautizado en secreto como la matriarca de Mistery. Concertaron una cita para la una de la tarde y cuando intentó saber qué era lo que quería, la mujer le dijo que pronto lo sabría.

Una mujer de mediana edad con aspecto agradable entró en el cubículo de P.V.C. donde trabajaba Jacquelyn. Se trataba de Bonnie Lofton, la editora jefa de la revista.

–Buenos días, Jacquelyn –saludó la mujer–. ¿Con quién hablabas?

–Con Hazel. Quiere verme de nuevo pero no me ha dicho para qué.

–Muy típico de ella. Algunas veces es el misterio más grande de Mistery. Es una mujer generosa que no permitiría que nadie de este valle pasara hambre o frío. Pero también es la jefa y espera que todo el mundo lo sepa.

–Espero que no se trate de algún problema con el artículo que escribí –dijo Jacquelyn, preocupada–. Comprobé todos los datos.

Bonnie hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.

–¿Estás de broma? Eres muy buena. Te apuesto lo que quieras a que los artículos que has escrito sobre Jake McCallum acaban ganando un premio. Sólo hace tres años que has acabado la carrera y ya escribes como toda una profesional.

–Muchas gracias. Seguro que eso se lo dirás a todos los hijos del jefe.

Bonnie la señaló con un dedo.

–Un momento, preciosa. Yo soy el jefe; tu padre sólo es el propietario. Tiene una docena de publicaciones que probablemente no lee. Yo no tengo que hacerle la pelota a él ni a sus hijos. Créetelo: tienes un talento natural, un talento que no se compra con dinero.

Jacquelyn sonrió. Se alegraba de oír aquello de boca de Bonnie. La mujer, al igual que la mayoría de las personas que había conocido en Montana durante sus idílicas vacaciones en Mistery, era más reservada que las personas de Atlanta. En el Sur los piropos eran algo normal; sin embargo, allí en el Oeste, eran más escasos.

Pero el talento, pensó Jacquelyn desesperada, sólo era una parte de la personalidad. A pesar de su buen aspecto y de su buena educación, estaba descubriendo que hacía falta algo más para vivir y… amar.

Las palabras de Joe volvieron a su mente. Crueles y duras.

«Lo siento, Jackie; pero no es culpa mía que tú seas como un témpano de hielo. Gina es todo lo que tú no puedes ser».

–Con talento o sin él, el sesquicentenario de Mistery se ha convertido en el centro de atención de Hazel. La última historia que escribí sobre su bisabuelo Jake la imprimieron fuera de aquí y confundieron algunas fechas. A Hazel casi le da un ataque.

Bonnie sonrió con tristeza.

–La razón por la que se molesta tanto por el nombre de su familia es porque éste acabará con ella. Por eso le preocupa tanto dejar una información correcta.

–La última McCallum –dijo Jacquelyn con suavidad–. Me dio miedo preguntarle por qué. Quiero decir, sé que su marido murió en un accidente de trafico cuando era muy joven. Pero, ¿por qué no se volvió a casar nunca?

Bonnie sonrió.

–Quizá seas muy inteligente, pero todavía tienes que conocer la esencia de Hazel McCallum. Cuanto más duras son las personas del Oeste, más fuertes son sus sentimientos. Las mujeres como ella aman de verdad y cuando encuentran a su amor, éste es para siempre.

Bonnie sólo había pretendido explicarle algo, no hacerle daño. Pero Jacquelyn no pudo evitar tomárselo como algo más personal. «Eres lista y guapa», se dijo a sí misma. «Pero sólo eres una princesa de hielo y, por eso, tu novio te dejó por la que se hacía llamar tu mejor amiga».

Bonnie notó que la expresión de Jacquelyn se ensombrecía y le tocó el hombro.

–Espero no haberte molestado. ¿Quieres que tomemos un café?

En lo más profundo Jacquelyn agradeció la actitud amistosa de Bonnie. Durante muchos años, había descubierto que dentro de ella había una mujer deseosa de quitarse todas sus capas de hielo. Pero esa mujer secreta no era lo suficientemente fuerte para soportar los avatares del amor.

Joe y Gina le habían hecho mucho daño y habían desestabilizado no sólo su mundo, sino también su alma. Y la única manera que conocía para superar el trauma era escondiéndose tras una capa de hielo que, aunque la dejaba aletargada, también la dejaba intacta. Así era como su madre le había enseñado a superar los problemas, ya que ésa había sido su formula para aguantar casada con el padre de Jacquelyn, un hombre cruel y exigente.

Así que, aunque su corazón había respondido en secreto a la cálida invitación de Bonnie, sabía que sus reflejos de supervivencia eran demasiados fríos para la mujer.

–Gracias, Bonnie, pero será mejor que me quede trabajando.

–De acuerdo, señorita ocupada. Pero la oferta sigue en pie.

Bonnie la observó con mirada preocupada. Después añadió:

–¿Sabes una cosa? Cuando yo era pequeña, mi abuelo, que había cabalgado para Jake, me enseñó un dicho que tenía el anciano: «La mejor forma de curar una herida es abriéndola».

–De acuerdo, A.J. –asintió Hazel–. Te espero a las dos en mi casa. ¿Te parece bien? Siempre puedo contar contigo, ¿verdad? No tardaré mucho.

Hazel todavía utilizaba los teléfonos negros antiguos de los años cincuenta. Dejó el auricular en el aparato con una sonrisa de satisfacción.

Caminó pensativa hacia la ventana del fondo del pasillo del ala norte. A los setenta y cinco todavía se consideraba una mujer joven. Cada mañana, se levantaba, se recogía su larga melena blanca en un moño y empezaba el día dirigiendo la enorme hacienda desde el despacho que antaño perteneció a Jake. Todavía era muy activa, aunque los últimos inviernos la habían dejado «con las bisagras oxidadas», como ella solía decir para referirse a su artritis.

Todavía le quedaba mucha vida por delante. Pero…

Separó las cortinas de la ventana con las dos manos para mirar al exterior. Más allá de los pastos de heno, un cúmulo de nubes se acercaba por el horizonte. Las laderas de las montañas que rodeaban el valle de Mistery estaban pobladas de coníferas y plátanos. Más arriba, cerca de las cumbres de granito, sólo había algunos arbustos.

Mirando al espectacular paisaje, Hazel pensó en la conversación que había mantenido con Jacquelyn Rousseau.

La chica estaba dolida y desilusionada por la traición; Hazel lo había visto en cuanto se sinceró con ella. Pero también se había dado cuenta de que Jacquelyn estaba desesperada por creer de nuevo en los viejos sueños sobre la vida y el amor.

Así que había ideado un plan.

En primer lugar, quería que Mistery siguiera siendo el pueblo de siempre. Un querido amigo de la familia, especialista en rodeos, A.J. Clayburn era perfecto. Ya llevaba demasiado tiempo soltero y había llegado el momento de que se casara y se estabilizara. Ella sabía muy bien que el corazón del vaquero estaba congelado; pero cuando Jacquelyn comenzó a abrirse a ella, comprendió que había llegado el momento de que ese hielo se derritiera. Y esa chica con el pelo rubio platino lo conseguiría.

Aquel momento era el apropiado, ella cada vez era mayor y tenía que enfrentarse a los hechos: era la última de la familia; con ella se acababa el apellido. Sólo una cosa podía mantener a Mistery alejado de los inversores sin escrúpulos como el padre de Jacquelyn, Eric Rousseau: sangre nueva. Necesitaba sangre nueva que se mezclara con la antigua de manera apasionada, así crearía nuevas familias que cuidarían del pueblo.

En otras palabras, había hecho una lista de personas de Mistery que necesitaban que los empujaran un poco. Aunque ya había pasado la edad de la jubilación hacía mucho tiempo, Hazel McCallum, la dueña de todas las tierras que alcanzaba la vista, había decidido dedicarse a otra ocupación: casamentera. Y una de sus primeras clientas no era otra que la belleza que escribía en la revista.

Sin embargo, a Hazel le inquietaba el resultado en el caso de Jacquelyn. Si alguien quería ver cómo alguien era capaz de vivir insatisfecha e infeliz sólo tenía que mirar a la madre de Jacquelyn, Stephanie Rousseau, que solía pasar los veranos con su hija en Mistery. Desde luego, no era el mejor modelo para una hija que acababa de sufrir un desengaño amoroso.

Pero el plan iba mucho más allá de Jacquelyn, aunque empezara en ella. Hazel era una mujer ambiciosa y su idea implicaba a todo un pueblo.

De nuevo, se concentró en el horizonte. Para que su plan funcionara necesitaba mujeres parecidas a aquellas montañas: fuertes, hermosas, orgullosas; mujeres con carácter. Mujeres como Jacquelyn Rousseau.

Hazel se preguntó si aquella vez estaría equivocada. Dentro de tres horas lo descubriría, cuando Jacquelyn fuera a verla.

Capítulo Dos

–Jake no era un hombre de buenos modales –le confió Hazel a Jacquelyn–. Decía tacos sin parar cuando no había mujeres ni niños delante. Sin embargo, tenía mucha clase.

Las dos mujeres estaban sentadas en las sillas del siglo diecinueve del salón. Jacquelyn la estaba escuchando con una grabadora en la mano.

–Antes de morir –añadió Hazel–, Jake se convirtió en socio de una mina de oro y plata que su amigo y compañero, T.P. Comstock, había descubierto cerca de Virginia, Nevada. Los negocios que emprendía le permitían invertir en el rancho. Así se convirtió en el mayor hacendado del norte y consiguió crear su propia raza de ganado; la que da mejor carne y la más apreciada.

Mientras Hazel hablaba, Jacquelyn se dedicaba a contemplar la casa más grande del valle de Mistery. Y también la más antigua, pues databa de 1880.

–Jake era un hombre duro –recordó Hazel con una voz fuerte y vibrante– e insistió en que todos sus hijos estudiaran; incluidas las mujeres, lo cual era muy raro en aquellos tiempos. Eso incluyó a mi abuela Mistery.

Hazel se quedó en silencio, estudiando a su interlocutora.

Jacquelyn se sintió como si mirara a la mujer desde una torre; y eso que sólo medía un metro sesenta y cinco. Esperó a que la mujer siguiera hablando de Jake; pero la conversación se centró en ella.

–¿Sabes? No me gustan las mujeres con el pelo corto, sin embargo, el tuyo sí me gusta. Ese rubio platino te queda muy sensual y sofisticado. Y tus ojos son de color verde mar, ¿verdad?

Jacquelyn estaba sorprendida por el cambio de tema. Apagó la grabadora al ver algo en la cara de la mujer que indicaba que la entrevista había terminado. Se imaginó que había llegado el momento de pedirle aquello «un poco extraño».

–¿Sabes, Jacquelyn? A las mujeres de mi edad nos gusta recrearnos en el pasado. Pero, por mucho que recordemos a nuestros muertos, este mundo pertenece a los vivos.

Jacquelyn levantó una ceja, esperando a que la mujer siguiera.

Hazel la hizo esperar. Por fin dijo:

–La última vez me dijiste que querías capturar la experiencia pionera de Jake, ¿te acuerdas?

–Espero haberlo conseguido en mis artículos.

–Tus artículos son fantásticos, querida. De verdad. Lo has hecho muy bien y has capturado la esencia de Jake mucho mejor que los otros que lo intentaron.

Hazel sacó un ejemplar del último número de El Semanal de Mistery de un mueble que había detrás de ella.

–Jake McCallum –leyó en voz alta– recorrió una gran distancia mientras que los demás se debatían sobre cuándo partir –la cara se le iluminó con una sonrisa–. Jacquelyn, has captado su naturaleza a la perfección. Pero, por tu propio bien, quiero que tú también recorras esa distancia. O, al menos, parte de ella; la parte más importante.

–Lo siento, no entiendo.

–Me gustaría que repitieras el primer viaje de Jake. No entero, por supuesto. Sabes que su intención había sido viajar desde su casa en San Luis hacia el Norte para ir a por oro.

Jacquelyn sonrió.

–Sí. Hasta que se detuvo en un valle precioso de Montana para ayudar a un ganadero con algunas cabezas que se habían perdido.

–Es cierto. Después, resultó que el ganadero tenía una hija preciosa en edad casadera llamada Libbie. Sólo la vio una vez y escribió a casa para decirles que se quedaba en Montana. En su diario habla de la última parte como la más hermosa. Un viaje de cinco días a caballo entre las montañas hasta llegar a este valle. El recorrido lleva hoy su nombre.

–¿Y ése es el recorrido que quieres que haga? –preguntó Jacquelyn, pensativa. Aquello era una petición bastante excéntrica por parte de la mujer; pero ella no quería ser una periodista de despacho. Y aquello era una parte importante de la historia de los Estados Unidos–. De acuerdo –accedió por fin, con la cara iluminada–. Me parece divertido. Mi familia tiene un todo terreno que normalmente está aparcado en el garaje. También puedo… ¿qué?

Hazel estaba mirándola meneando la cabeza.

–Jacquelyn, estamos hablando del sabor verdadero. Por decirlo con tus propias palabras. Jake no hizo ese viaje en coche; además, recuerda que sólo es un viejo sendero Sioux. Y aún lo sigue siendo.

Jacquelyn no puedo evitar mirarla con la boca abierta.

–Hazel, ¿quieres que haga el viaje por el sendero original? ¿Cinco días a caballo?

–Bueno, sabes montar ¿no?

–Bueno… sí; pero…

Hazel le quitó importancia a sus objeciones con un enérgico movimiento de la mano.

–Yo misma hice el camino cuando tenía tu edad. Por supuesto, no lo hice en invierno como Jake. En agosto, como lo harás tú. Hace un poco de frío por la noche; sobre todo en el paso del Águila. Incluso puede que veas nieve.

–Hazel, no lo entiendes. Sé montar a caballo; pero al estilo inglés. Para saltos, doma, cosas así; no para atravesar unas montañas. Hazel, yo… es decir, nunca he sido una chica muy campera. No sabría las cosas más básicas…

–Oh, por eso no te preocupes –le dijo, mirando hacia el reloj de la chimenea–. Vas a tener al mejor guía de todos.

–¿Un guía? –repitió Jacquelyn, sintiéndose un poco tonta.

–¡Ni te lo imaginas! ¡Nada más y nada menos que el campeón de rodeos de Mistery, A.J. Clayburn.

Hazel abrió un álbum de fotos y lo dejó sobre la mesa.

–Éste es A.J. en el rodeo de Calgary, mientras le daban la Copa del Mundo. Unos de los mejores días para Mistery.

Jacquelyn pensó que aquellos ojos azules eran directos. El pelo castaño alborotado que le llegaba hasta el cuello y una media sonrisa irónica que la molestó de inmediato. Era un hombre guapo y, en aquella foto, irradiaba una confianza en sí mismo rayana en la arrogancia. Era el tipo de hombre que podía dominar a cualquier animal…. y pensó que aquella habilidad probablemente sería extensible a las mujeres.

–Me imagino que alguna vez lo habrás visto por el pueblo, ¿no? –preguntó Hazel.

Jacquelyn asintió, todavía demasiado confundida para hablar. Por supuesto que lo había visto. ¿Cómo podría alguien no ver aquel cuerpo musculoso de hombros anchos y aquellos ojos de metal? A.J. Clayburn era como salido de una novela del Oeste; aunque no podría decir si sería el malo o el bueno. Sin embargo, no cabía la menor duda de que era la viva imagen del mito americano.

Pero por nada del mundo iba a viajar con ese hombre. Era como dejar a un pato en el desierto. Era alguien totalmente ajeno a su modales y a su mundo de ciudad. Y viceversa.

Hazel pareció leerle el pensamiento.

–Créeme, preciosa –le aseguró mientras recogía el álbum–. Pronto apreciarás sus cualidades.

–Hazel no creo…

–Por lo general –continuó Hazel sin hacerle caso–, cuando no está en un rodeo lo puedes encontrar en cualquier corral de valle.

–Hazel, de verdad; no creo…

–Pero esta temporada no va a participar en ninguna competición. Durante el primer rodeo de la temporada, una espuela se le quedó atrapada en la cincha del caballo. El caballo le cayó encima de la pierna y se la rompió. Ahora está bastante recuperado; pero no creo que los médicos le dejen volver a participar. Eso le deja tiempo suficiente para hacer de guía para mí.

–Siento mucho lo de su accidente, pero…

–Pero no pienses que ahora está todo el día sin hacer nada. Por supuesto que no. A.J. siempre está ocupado… quizá demasiado, creo yo –le dijo con un guiño–. Tiene un montón de corazones rotos a sus espaldas; pero yo aún recuerdo a sus padres. Estaban completamente enamorados. Ese amor que ya no se ve hoy en día; el mismo que tuve yo –le dijo con una sonrisa–. Sé que él tendrá un amor así algún día. Sencillamente, le está costando un poco. Mientras se le cura la pierna, está ayudando a su amigo Cas Davis que tiene una escuela de equitación.

Hazel hizo una pausa para tomar aliento.

–No puedo hacerlo –dijo ella con certeza–. Lo siento. No sólo no estoy preparada para el viaje a caballo; es que, además, A.J. Clayburn es un extraño.

–Dentro de unos minutos dejará de serlo –le aseguró Hazel, mirando de nuevo hacia el reloj–. A.J. está a punto de llegar para conocerte.

Jacquelyn sintió pánico.

–¿A mí? –preguntó como una tonta. A ella le gustaba controlar su vida, la cual era bastante organizada. ¿Qué pensaba aquella mujer que era? ¿Una novia por correspondencia?

–Ya que vas a pasar tanto tiempo con él –añadió la mujer–. Tengo que decirte que una vez estuvo en la cárcel. Pero no te asustes. Sólo fue por entrar a caballo en un bar.

«Fantástico», pensó Jacquelyn. Así que también era un borracho bravucón. ¿Cómo podía ser tan afortunada?

–Si quieres que te diga la verdad, A.J. es lo más similar a Jake que se puede encontrar hoy en día.

Hazel se rió ante la cara de susto de la muchacha.

–¿De qué tienes tanto miedo? ¿De tu piel?

–¿De mi piel?

–Sí, siempre he oído que las mujeres del sur presumen de tener una tez perfecta. Tú eres una buena prueba de que es preciosa.

–Gracias –dijo ella con amabilidad, sabiendo que la mujer quería cambiar de tema. Estaba preguntándose por qué sería tan importante para ella aquel viaje cuando sonó el timbre.

–Ése debe ser A.J. –dijo Hazel–. Donna le abrirá.

El sonido de unas botas llegó hasta sus oídos mientras el recién llegado se dirigía hacia ellas. Jacquelyn se sentía atrapada.