Un juego de seducción - Joanne Rock - E-Book

Un juego de seducción E-Book

Joanne Rock

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Serían capaces de domesticar la pasión por el bien de su hijo? Desde aquel encuentro delirante meses atrás, Roman Zayn, director general de una firma de moda, no había podido dejar de desear a Sable Cordero ni un minuto. El problema estaba en el hecho de que Sable era una estrella al alza en el estudio de diseño de su hermano, con lo que le estaba estrictamente prohibido. Incluso cuando supo que estaba embarazada y él se ofreció a apoyarla, siguió teniendo la certeza de que la intimidad entre ellos estaba vetada. Pero resistirse a una atracción como la que sentían ambos podía acabar siendo inútil.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 173

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Joanne Rock

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un juego de seducción, n.º 196 - enero 2022

Título original: A Nine-Month Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-493-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El mejor trabajo de su vida.

Sable tomó un sorbo de aquel delicioso champán y brindó por su suerte ante el espejo de cuerpo entero que colgaba en una de las paredes del Estudio Zayn en Manhattan, en el que llevaba tres meses trabajando de estilista. ¿Qué otro trabajo podría ofrecerle a una divorciada de Luisiana, con más ambición que ahorros, que la oportunidad de sumergirse en la alta costura, en la marca novel más laureada del año?

El vestido que llevaba puesto no era suyo, por supuesto. Quedaba muy lejos de sus posibilidades económicas. Pero aquella noche iba a llevar aquella obra de arte de seda por el bien del vídeo que estaba creando y que se iba a publicar en redes sociales. Su diseñador, Marcel Zayn, la había apoyado en su deseo de ampliar contenido para la marca, y no le había suscitado la más mínima duda que se quedara hasta tarde en el estudio sin supervisión.

Apreciaba la fe que había depositado en ella. A sus veintinueve años, era la empleada de más edad en la marca, a excepción del diseñador, y le estaba enormemente agradecida por la oportunidad que le brindaba de perseguir su sueño de ser estilista, después de una breve pausa en un matrimonio infeliz.

Tenía una segunda oportunidad en la vida, y debía aprovecharla.

Mucho tiempo atrás, había logrado graduarse en moda en la universidad de Luisiana, pero dejó que un hábil graduado en política la convenciera de que quería compartir su sueño en lugar de vivir el suyo propio. Echando la vista atrás, no debería sorprenderle que hubiera pasado página, dado que nunca había clavado el papel de esposa de político, y ya era tarde cuando comprendió que algunos hombres se casaban con mujeres que servían de símbolo, de espejo humano que reflejase lo que ellos querían ver.

Ya se había curado de aquella amargura pero, cuando oyó la canción de Beyoncé en la que hablaba de sacar el dedo corazón de las dos manos para despedirse de un tío, subió el volumen. Nada podía amargarle la fiesta de conseguir el trabajo soñado. Ganaba apenas lo comido por lo servido, sí, y tenía que compartir piso en Brooklyn con tres chicas más, pero al menos tenía un lugar estupendo al que volver cada día.

Estaba descalza y comenzó a marcar algunos pasos de baile. Aquella noche estaba grabando fuera de horas de trabajo para incorporar en sus vídeos la marca de champán que se había puesto en contacto con Zayn, una forma económica de ampliar el alcance de las jóvenes campañas de marketing de la empresa. No tenía por qué ser tan guapa como una modelo, porque se estaba grabando de espaldas, desde el punto del cuello en el que se ataba el vestido hasta donde acababan las caídas de ese lazo, rozando la piel desnuda de la espalda.

Con cuidado de que no se le cayera el champán, fue examinando desde todos los ángulos la imagen que iba a grabar, asegurándose de que los accesorios estuviesen en su sitio. Había elegido las piezas más interesantes visualmente del mobiliario del estudio, colocándolas en las zonas despejadas del loft para pasar entre ellas luciendo su vestido. Había colocado algunas luces más y trasladado lámparas de suelo que le habían prestado a los puntos más oscuros. No era lo que se dice tecnología punta, pero iba a servir. Tampoco el concepto del vídeo era innovador. Había pensado grabar los movimientos más básicos dos veces, una aquella noche con la versión negra de aquel vestido de seda, y otra en horario diurno con el mismo dramático vestido en blanco. Luego mezclaría los distintos segmentos al editar.

Estaba preparada. Solo necesitaba un poco más de gasolina para mover las caderas al andar.

–Por mí –dijo, llevándose la copa a los labios.

Quería que la botella de champán apareciera medio vacía en el vídeo, y no iba a tirar aquella bebida ridículamente cara por el desagüe, así que tendría que bebérselo. Además, necesitaba el plus de confianza que iban a proporcionarle aquellas burbujas porque aquella confección de seda se le ceñía como una segunda piel, y estaba a punto de filmar su trasero en una implacable alta definición, así que alcohol y Queen B eran imprescindibles, teniendo en cuenta que los vídeos de Zayn recibían más de cien mil visitas.

Y sí, era posible que hubiera decidido exponerse en aquel vídeo para sacarle un dedo a su ex. Hablando con su madre por teléfono le había contado que estaba a punto de tener un hijo con su nueva esposa, la mujer que había ocupado su lugar antes incluso de que ella se diera cuenta de que ya no la quería.

Aunque no lo odiaba porque hubiera querido seguir adelante, sí que lo detestaba porque hubiera sido capaz de dejarla porque ella no pudiera darle un hijo. Lo había intentado y sí, le dolía no haber sido capaz de mantener a flote su matrimonio, pero lo que le dolía por encima de todo lo demás era su aborto, que le había dejado una intensa sensación de pérdida, de modo que era mortificante que su ex hubiera elegido reemplazarla por alguien más fértil.

Así que se subió a aquellos taconazos de aguja que garantizaban que las piernas de cualquier mujer resultasen divinas, y adoptó la actitud que requería aquel vestido. Sin pretenderlo, una imagen de Roman Zayn se le apareció ante los ojos. Roman era el dueño del atelier. Hermano mayor de Marcel, era el poder en la sombra, o al menos esa sensación le había dado a ella la única vez que lo había visto y en la que apenas intercambiaron unas cuantas palabras. Él trabajaba en Zayn Equity, una empresa de inversiones con base en Los Ángeles, pero bastó esa ocasión para que sus ojos de mirada intensa la desnudaran, haciendo que su imaginación se disparara. De hecho, el momento que había estado a solas con él mientras respondía a su pregunta sobre si tenía o no experiencia –en el mundo de la moda, por supuesto–, había sido la última vez que había experimentado un brote de poder, así que tiró de ese recuerdo, respiró hondo y pulsó el botón de su móvil que ponía en marcha la grabación del vídeo.

Sí, estaba avanzando. Estaba persiguiendo su sueño. En tres, dos, uno…

 

 

Roman Zayn oyó la música en cuanto su limusina se detuvo ante el edificio de Vestry Street en el que trabajaba su hermano. Teniendo en cuenta que Zayn Designs ocupaba el séptimo piso, le pareció excesivo, pero desde luego no era raro en Marcel, la oveja negra de la familia para todos, excepto para él. Marcel vivía según sus propias reglas y lo admiraba por ello, razón por la que había aceptado ser su socio en el negocio. No tenía su sabiduría con los números, pero era un hacha con la ropa.

Además, Marcel había estado ahí para él en el año más oscuro de su vida. De hecho, había sido el único miembro de la familia que se había acercado a él con algo más que frases hechas durante el infierno por el que pasó tras la muerte de su esposa, y estaría para siempre en deuda con él.

Pero aunque lo quería, también reconocía su tendencia a sobrepasar el techo de gasto para dar vida a su arte. Por eso se había comprometido a pasar por el atelier siempre que le fuera posible: para mantenerlo dentro del presupuesto, mientras encontraban una audiencia para aquella clase de negocio, de modo que confió en que aquel himno pop que salía por las ventanas de un séptimo piso a las diez de la noche quisiera decir que su hermano estaba trabajando a deshoras para alcanzar ese objetivo. No tenía pensado verse con él personalmente aquella noche. En realidad había pensado descansar un rato en la pequeña suite que había en el estudio antes de reunirse con su hermano por la mañana. De hecho, tampoco quería ver a nadie más en el estudio; en particular, a la nueva estilista que había conocido en su último viaje a Nueva York, una sirena del sur que había encendido un fuego de lujuria en él con tan solo unas cuantas palabras y su espeso acento sureño, algo que no había ocurrido desde la muerte de su mujer. Además, prefería saciar esa sed con mujeres que no le provocaban tanto, pero la curvilínea y exquisita Sable llevaba la palabra demasiado estampada en su jugosa boca.

–Que pases buena noche –le dijo al chófer al bajar.

Al edificio se accedía por un arco de ladrillo cerrado con una verja de hierro, y acercó su tarjeta para abrirla y poder tomar el ascensor. Marcó un código y se aflojó la corbata. Se la había puesto para una conferencia que había mantenido durante el vuelo desde Los Ángeles, pero su hermano le daría la lata porque, según él, era demasiado conservador con la ropa. Desde luego, los clientes de una firma de inversiones estaban a años luz de los de un estudio de diseño. Menos mal que la camisa era de la colección de su hermano.

Guardó la corbata en el maletín cuando las puertas se abrían ya. Música de R&B hacía vibrar el suelo como en cualquier club, las luces estaban encendidas en el centro de la zona de trabajo y los rincones permanecían en sombra. Pero no fueron la luz ni la música las que asaltaron sus sentidos. Ese honor se lo llevó la mujer que se alejaba de él embutida en un vestido de seda negra que se ceñía a sus curvas como si la hubieran metido en estado líquido entre sus costuras. Su melena oscura y brillante estaba recogida en un moño desaliñado y el vestido no tenía espalda. Nada. La tela solo cubría la curva de sus nalgas. Dos gruesas caídas pendían del nudo que sujetaba la prenda en su nuca y se movían al ritmo de sus caderas, un ritmo tan seductor que lo siguió con la mirada aun estando lejos de ella. Sujetaba por el borde una copa de champán mientras se movía sorteando los bustos de estética kitsch que su hermano coleccionaba, acariciando una mejilla aquí, chocando caderas allá con un maniquí… era tan sexy que lo dejaba sin aliento. Incluso el latido de su corazón se sincronizó con cada golpe de sus tacones de aguja.

Quiso alcanzarla y atraer hacia sí aquellas caderas juguetonas. Hasta el momento en que se detuvo, miró por encima del hombro y lanzó un grito de terror. La copa aterrizó en la madera del suelo.

Demonios… fue ver de frente a la mujer que pretendía evitar y recuperar de inmediato todas sus facultades.

–Soy yo –dijo intentando tranquilizarla. Se acercó al estéreo colocado entre dos de las ventanas de arco y bajó la música–. Roman –le recordó.

No pudo evitar sentirse molesto al ver que lo miraba como si fuera un fantasma. La idea de que lo hubiera olvidado cuando ella se le había quedado grabada de manera indeleble en la memoria era un golpe a su ego.

–Perdona. Claro que me acuerdo de ti –contestó, probablemente al notar la irritación en su voz–. Es que no esperaba a nadie –añadió, sonrojándose.

Al ver que iba directa a pisar los cristales, se acercó a ayudarla. Desgraciadamente eso significaba que tenía que alzarla en brazos para apartarla del peligro, y en cuanto sintió su piel desnuda, se arrepintió de haberlo hecho, aunque no por ello sintió ganas de soltarla. Sus pechos se habían rozado con él y notó sus pezones duros. Además había contenido el aliento y vio un fogonazo en sus ojos color avellana, así que no, no quería soltarla.

Precisamente por eso, se obligó a dejarla en el suelo y se guardó las manos en los bolsillos.

Ella lo miró como si no entendiera por qué la había tomado en brazos, o quizás por qué la había soltado. Menudo lío.

–Necesito un cepillo –dijo con brusquedad. Necesitaba ocupar las manos en algo. En algo que no fuera ella, claro.

–Voy yo –contestó ella, siguiéndolo a la pequeña cocina que alguien había añadido en una reforma anterior–. Yo he roto la copa, y yo la recojo.

Apenas se oían sus pasos, con lo que dedujo que se había quitado los tacones. Era increíble lo perceptivos que se habían vuelto sus sentidos con sus movimientos.

Contuvo el aliento cuando se inclinó por delante de él para sacar el cepillo y el recogedor que estaban entre dos armarios. El pelo le olía a limón y a algo dulce.

–Perdón –dijo, al dar su cadera con la de él–. Es que me da una vergüenza horrible haber gritado como una cría viendo una película de miedo. Por si no te acuerdas, me llamo Sable. Marcel no me ha dicho que venías esta noche, y pensé que estaba sola.

Verla había despertado de nuevo todas las fantasías que había tenido con ella cuando se conocieron, tres meses atrás. Seguía siendo demasiado, lo mismo que los sentimientos que le despertaba e iban más allá de la simple lujuria. Pero, bien pensado, ¿y si hacer algo con aquella lujuria hacía que la situación perdiera intensidad y adquiriera un nivel más manejable? Pero es que ella trabajaba para Marcel. Bueno, técnicamente, trabajaba para él, qué demonios, de modo que probarla estaba fuera de toda posibilidad. Tenía que librarse de aquel hechizo y recuperar el control de la situación.

–Te recuerdo –dijo, quitándole la escoba de las manos. Directo al cristal roto y, a continuación, directo a un hotel–. Y Marcel no me esperaba. La culpa es mía por no avisarle. No se me ocurrió que pudiera haber otra persona aquí, aparte de él, a estas horas, y cuando oí la música desde la calle, di por sentado que era mi hermano trabajando a deshoras.

–Me recuerdas –repitió ella en un tono casi inaudible, casi como si le estuviera dando vueltas en la cabeza, y Roman se volvió a mirarla. Se había apoyado en una de las columnas que había por la estancia y aquel vestido se le pegaba al cuerpo de un modo que cualquier pin-up de los años cuarenta habría envidiado.

–Por supuesto. No eres la clase de mujer que un hombre olvida fácilmente.

Y no es que le hiciera gracia recordarla, precisamente.

Sable se irguió y cruzó los brazos.

–Pues sí, lo soy, así que perdona si me he sentido momentáneamente halagada porque recordaras el encuentro, pero veo que le he estropeado la noche, señor Zayn. Ahora mismo me quito de en medio.

Y dio media vuelta. Ante sí volvió a tener la misma imagen que cuando entró en el estudio, pero en aquella ocasión estaba tan cerca que casi podía tocarla. Sin pensar, alargó un brazo y la detuvo.

De inmediato se dio cuenta del error: había cruzado la línea de lo profesional.

–Lo siento –dijo, y apartó la mano no sin esfuerzo–. No me has estropeado la noche. Debería haber llamado a Marcel antes de plantarme aquí.

Intentó no mirar las largas caídas que le rozaban la espalda, pero aun sin mirarlas, no podía dejar de pensar en rozarle la piel con ellas. ¿Se estremecería? El mero pensamiento hizo que su cuerpo reaccionara.

Ella lo miró por encima del hombro.

–Es usted el dueño del edificio, señor Zayn. Estoy segura de que no necesita llamar a nadie cuando quiere personarse en su propia empresa –contestó, al tiempo que recogía unos vaqueros y una camiseta que estaban en el respaldo de un sillón–. Me quito este vestido y me marcho.

Roman no podría decir qué le molestaba más: que fuera culpa suya que tuviera que marcharse o que no fuera él quien desatase aquella lazada.

–No. No te vayas –dijo, intentando mantener la voz neutra–. Te he interrumpido, y es obvio que estás haciendo un trabajo importante para Marcel si estás aquí a estas horas. Preferiría que te quedaras. Cuéntame en qué estás trabajando.

Sable se volvió despacio. Ya no parecía enfadada, pero sí escéptica.

–¿De verdad quiere saberlo?

No mucho, la verdad, pero la idea de que lo dejara allí solo le resultaba insoportable. Sabía que aquella mujer era la estilista de más talento que tenían en nómina, así que no podía permitirse espantarla, como tampoco podía ignorar que consiguiera hacerle sentir vivo por primera vez desde hacía años.

–Sí. Y por favor, llámame Roman.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

No debería permitir que el dueño de la marca barriese el suelo, pero cuando se había acercado a él antes, la había tomado en brazos para apartarla del peligro y, no llevar nada, absolutamente nada, nothing, zilch, bajo la seda del vestido, había hecho que el contacto fuese aún más intenso. Todavía le daba vueltas la cabeza.

De modo que esperó pacientemente a que Roman llevase el recogedor, lo vaciara en el cubo de basura y recogiera la escoba. Luego le vio lavarse las manos en el fregadero de la cocina, que iluminaba la luz de la lámpara que colgaba del techo y que, de paso, iluminó también sus pómulos marcados y su mentón cuadrado. Tenía los ojos y el pelo oscuro, testimonio de su sangre libanesa. Sin embargo, Marcel nunca había despertado fuego alguno en ella. No, aquella explosión de sentidos estaba reservada a Roman.

Se secó las manos, dejó el paño y se soltó los botones de los puños de la camisa para remangársela mientras hablaba.

–Estás muy callada si vas a contarme en qué andas trabajando.

Ya. Difícilmente podía explicarle que su sex appeal la había distraído. Dejó a un lado los vaqueros y la camiseta y se acercó a apagar uno de los focos.

–Estoy trabajando en un vídeo para las cuentas de Zayn Designs en redes sociales –se acercó al trípode y recuperó el móvil–. La espalda de este vestido es tan especial que he pensado que a los espectadores podría divertirles verla en movimiento. El vídeo simplemente me sigue mientras yo me alejo de la cámara.

–¿Puedo verlo? –preguntó, acercándose.

Sable se lo pasó y sus manos se rozaron.

–Ten en cuenta que no está editado.

–Por supuesto.

Tocó la pantalla, y la música salió por el altavoz. Sable contuvo las ganas de ponerse de puntillas y verlo con él, pero volver a acercarse tanto le pareció peligroso. Además, estando él concentrado en otra cosa, tenía la oportunidad de observarlo e intentar averiguar qué era lo que tanto le atraía. Se había sentido así desde el momento en que lo conoció y aquella noche, una vez recuperada del susto inicial, se había sentido aún más fascinada, más consciente de su presencia, y eso antes de que hubiera hecho un comentario como el de que no sería capaz de olvidar a una mujer como ella.