Un llamado a la grandeza - Patricia Imbarak - E-Book

Un llamado a la grandeza E-Book

Patricia Imbarak

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El trigésimo quinto aniversario de la publicación de la carta apostólica Mulieris Dignitatem, de Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer es motivo de celebración y una oportunidad para volver a leer y reflexionar sobre ese importante texto. Es causa de alegría hallar un documento que goza no solo de buena salud, sino que, además, es inspiración para nuevas reflexiones y posturas que reafirman el mensaje que desde los primeros tiempos del cristianismo se fue instalando: la dignidad, vocación y unicidad de la mujer en la historia de la Salvación. Los editores han querido, en este trigésimo quinto aniversario de la publicación de la carta apostólica Mulieris Dignitatem de Juan Pablo II, rescatar este texto en conjunto con la presentación que hizo el entonces cardenal Joseph Ratzinger, y acercar su lectura a un público más amplio al invitar a una docena de académicos de diversas disciplinas y distintas universidades a reflexionar sobre un tema que cada día parece más importante.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

UN LLAMADO A LA GRANDEZA

La mujer según Mulieris Dignitatem

Patricia Imbarack y Sergio Salas (editores)

© Inscripción Nº 2023-A-7683

Derechos reservados

Julio 2023

ISBN Nº 978-956-14-3147-8

ISBN digital Nº 978-956-14-3148-5

Diseño: Francisca Galilea R.

Ilustración de portada: Mosaico de Jacopo Torriti “Coronación de la Virgen María” (1296) en el ábside de Santa Maria Maggiore, Roma. Paul Rushton /Alamy. Foto de stock.

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Un llamado a la grandeza: la mujer según Mulieris Dignitatem / Patricia Imbarack y Sergio Salas (editores).

Incluye bibliografías.

1. Iglesia Católica - Papa (1978-2005: Juan Pablo II). - Mulieris dignitatem.

2. Mujeres en la Iglesia Católica - Documentos Pontificios.

I. Imbarack, Patricia, editor.

II. Salas, Sergio, editor.

2023 262.91+DDC 23 RDA

Diagramación digital: ebooks [email protected]

La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

ÍNDICE

PrólogoEnrique Cruz Ugarte

IntroducciónPatricia Imbarack Dagach y Sergio Salas Fernández

ESENCIA Y VOCACIÓN DE LO FEMENINO

Una aproximación a la mujer desde una psicología integral de la personaCarolina de las Mercedes Barriga Polo

De la dignidad de la mujer al genio femenino: continuidad entre Juan Pablo II y Benedito XVIEsther Gómez

La esponsalidad de Jesús: dignidad y valorización de la mujer Pamela Ventrella

La maternidad como elemento central de la dignidad de la mujer Sebastián Buzeta Undurraga

El genio femenino y su expresión en la vida consagrada Ana Martínez Carrasco y Lorena Navo García

La generatividad de la palabra en el ser femenino Daniela Lozano y Carmelo Galioto

El problema antropológico de nuestro tiempo: «Varón y mujer los creó» Sergio Salas Fernández

EL ACTUAR DE LO FEMENINO

Mulieris Dignitatem: el desafío de comunicar la dignidad y vocación de la mujerMaría José Lecaros M.

La mujer en los albores de la Historia de Chile: su aporte como educadora y autora de textos de estudio (siglo XIX) Raquel Soaje de Elías y Manuel Salas Fernández

Maternidad espiritual; una tarea plenamente pedagógicaPatricia Imbarack Dagach y Daniela Albornoz Mendoza

Genio femenino y hermenéutica del don en Mulieris DignitatemPaulina Taboada Rodríguez

El aporte de Gabriela Mistral a la luz de las ideas de Juan Pablo II en torno a la dignidad de la mujerAlfredo Gorrochotegui Martell

La vocación cristiana de la mujer en la narrativa del siglo XXMaría Ignacia Manterola Domínguez

¿Mujeres silenciadas en la Edad Media?José Miguel de Toro Vial

Las mujeres y los libros de devoción en la Edad Media tardía: culto mariano en un libro de horas del siglo XVPaola Corti Badía

Doctoras de la Iglesia, modelos para la mujer del mundo actualAmelia Herrera Lavanchy

Presentación de la Carta Apostólica Mulieris DignitatemCardenal Joseph Ratzinger

Carta Apostólica Mulieris DignitatemJoannes Paulus PP II

PRÓLOGO

La aparición de un libro como este contribuye a la reflexión sobre uno de los temas más importantes en la discusión hoy: el rol y aporte de la mujer en la sociedad.

La primera parte del libro corresponde a una serie de trabajos de distintos académicos que invitan, desde una variedad de disciplinas —prácticas y teóricas—, a la reflexión y discusión del documento pontificio de Juan Pablo II Mulieris Dignitatem. Estos artículos tienen el valor de haber sido escritos por autores de alrededor de diez casas de estudios y de distintas especialidades, que buscan fortalecer el valor de las mujeres en distintas dimensiones, lo que demuestra el interés que genera el mismo tema de la mujer.

En la segunda mitad del texto se rescata la presentación del escrito del entonces cardenal Joseph Ratzinger, para finalmente dar paso al documento de Juan Pablo II Mulieris Dignitatem que, aunque redactado en forma de meditación y publicado hace treinta y cinco años (1988), tiene carácter fundante en muchos sentidos en relación con el aporte femenino en la sociedad. El interés de ambos textos estriba en su carácter profético frente a los debates actuales.

En cualquier caso, el objetivo de la globalidad del libro es invitar a seguir profundizando no solo en el valor intrínseco, sino también en el aporte material de la mujer en la sociedad de hoy y, sobre todo, del mañana. Cada día es más evidente su contribución y la necesidad que tenemos de ella. Por eso, generar espacios de discusión, con nuevos planteamientos y dudas, ayuda a ampliar el espectro temático de su papel en el mundo actual.

Como Unión Social de Empresarios Cristianos (USEC) celebramos y promovemos la creciente participación de la mujer en la empresa en todos sus niveles, porque conocemos sus características y riquezas, que en la toma de decisiones ayudan a fortalecer la dignidad de las personas y el bien común de la sociedad.

Creemos que, si bien, aún queda mucho trabajo por realizar, estamos seguros de que la participación laboral femenina es una de las maneras más seguras de desarrollar empresas plenamente humanas, altamente productivas y socialmente responsables, basadas en un liderazgo centrado en la promoción de un Chile más justo, próspero, solidario y humano.

No queda más que celebrar esta edición conjunta de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la Fundación Instituto Profesional Duoc UC, y agradecer a los editores Patricia Imbarack (PUC) y Sergio Salas (Duoc UC) y a los distintos autores por motivarnos a leer y profundizar en lo que Juan Pablo II denominó la vocación y dignidad de la mujer. Esperemos que el libro caiga en tierra fértil, no solo para su lectura y discusión, sino porque creemos firmemente en que generará nuevas instancias para fortalecer la dignidad de los hombres y de las mujeres en una sociedad mejor.

ENRIQUE CRUZ UGARTE

Presidente Unión Social de Empresarios Cristianos

INTRODUCCIÓN

El trigésimo quinto aniversario de la publicación de la carta Apostólica Mulieris Dignitatem de Juan Pablo II sobre la dignidad y la vocación de la mujer (1988) es motivo de celebración y una oportunidad para volver a leer y reflexionar sobre el mismo tema.

El motivo de celebración se encuentra en hallar un documento que goza no solo de buena salud, sino que, además, es inspiración para nuevas reflexiones y posturas que reafirman el mensaje que en los primeros tiempos se fue instalando desde la venida de Jesucristo: la dignidad, vocación y unicidad de la mujer en la historia de la Salvación.

El autor del documento, el Papa Juan Pablo II, desde el tiempo que era obispo auxiliar de Cracovia percibió la importancia de abocarse al estudio del hombre y la mujer a partir de su sexualidad en su dimensión teológica, aportando una perspectiva completamente original. Esta propuesta vino a conocerse como teología del cuerpo, tema sobre el que habló una y otra vez a lo largo de su largo y amplio pontificado.

La Carta apostólica Mullieris Dignitatem, que fue escrita en forma de meditación, es complementaria y continuadora de las 129 catequesis en torno a la teología del cuerpo que desarrolló Juan Pablo II entre 1979 y 1984. El tema seguiría presente en su Carta a las mujeres (1995) y sus innumerables homilías en las que se aprecia el verdadero corpus teológico que fue construyendo a lo largo de los años.

La necesidad de seguir buscando y reflexionando a la luz de la fe sobre la antropología y la sexualidad humana sigue siendo un tema urgente y cada vez más importante. En ese sentido, es clave la propuesta de Juan Pablo II de partir el documento con las palabras dignidad y vocación de la mujer.

El significado etimológico de esas dos palabras nos da una luz del alcance original que poseen, más allá de uso corriente. Por una parte, la palabra «dignidad» tiene su origen en el latín y su acepción primera es «cualidad de digno», lo que quiere decir «merecedor de algo» por quién es y no por lo que hace. Esta diferencia no es sutil ya que es anterior a cualquier principio contractualista. Se le reconoce a ese alguien una condición previa que debe ser respetada por todos y que, además, tiene el carácter de irrenunciable.

Por otra parte, la palabra «vocación» también tiene su origen en el latín y hace alusión a la acción de llamar. En su primera acepción, la Real Academia de la Lengua Española la define como «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión», o sea, es un llamado a jugar un papel en el plan divino. Por lo tanto, Juan Pablo II desde el principio da cuenta de que la existencia de la mujer y su misión no es accidental.

Hoy, este tema sigue suscitando nuevas lecturas. Con este motivo, se invitó a una serie de académicos de distintas disciplinas y de once casas de estudios a reflexionar en torno a la Mulieris Dignitatem. El resultado de su trabajo es el libro que se encuentra entre sus manos y que pretende aportar a la discusión permanente y actual de la identidad y el rol de la mujer en la sociedad, particularmente desde la visión cristiana de la misma.

Realizar un libro de estas características involucra el tiempo y colaboración desinteresada de mucha gente. Deseamos agradecer a la Unión Social de Empresarios Cristianos (USEC), en particular a su presidente actual, Enrique Cruz, por apoyar este proyecto y aceptar escribir su prólogo; a Patricia Corona, editora general de Ediciones UC, por creer y apoyar el proyecto desde un principio y ayudarnos —junto a todo su equipo— a sacarlo en la fecha del aniversario de la carta de Juan Pablo II y el de la fiesta de la asunción de la Virgen, 15 de agosto; a cada uno de los autores de los textos publicados y a sus casas de estudios. Esperamos que el principal fruto de todos los involucrados sea el fortalecimiento de la dignidad de la mujer y su vocación en el mundo actual. Por último, no podemos dejar de mencionar a nuestras propias casas de estudio, el Instituto Profesional Duoc UC y a la Pontificia Universidad Católica de Chile y a sus autoridades, que en su trabajo conjunto y en alianza con distintos miembros de la comunidad buscan, construir una sociedad y futuro mejor para todos. Si este libro logra aportar a esta causa, habremos alcanzado nuestro cometido.

PATRICIA IMBARACK DAGACH

Doctora en Ciencias de la Educación

Facultad de Educación UC

SERGIO SALAS FERNÁNDEZ

Doctor en Historia

Fundación Instituto Profesional Duoc UC

ESENCIA Y VOCACIÓN DE LO FEMENINO

UNA APROXIMACIÓN A LA MUJER DESDE UNA PSICOLOGÍA INTEGRAL DE LA PERSONA

CAROLINA DE LAS MERCEDES BARRIGA POLO

Magíster en Psicología Integral de la PersonaUniversidad Finis Terrae

¿QUÉ ES UNA MUJER?

Al proponerme comentar sobre la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, con ocasión de su trigésimo quinto aniversario, he querido aportar alguna idea sobre la mujer desde mi propia disciplina académica, la psicología. Sin embargo, me he encontrado con una dificultad cada vez más frecuente en la cultura actual: ¿Cómo hablar de la mujer si el concepto mismo de mujer ha sido de-construido?

Es preciso, pues, volver a la pregunta esencial: ¿Existe algo así como «la esencia de lo femenino»? Y si es así, ¿en qué consiste? (Cubillos 2023). Solo de este modo podría yo aportar alguna idea sobre «la mujer desde un punto de vista psicológico».

En este hecho relevante se basa el recientemente publicado documental: What is a woman? dirigido por Matt Walsh. En él se hace patente la dificultad actual por responder una pregunta tan sencilla y profunda, y tan fundamental para nuestros fines, como qué es una mujer. De hecho, el lanzamiento del documental no dejó indiferente a nadie, ya sea detractores o partidarios de las tesis allí presentadas, registrándose cientos de publicaciones y artículos tanto a favor como en contra del polémico documental (M. Ondarra, 2022; J. Graham, 2022 y C. Goforth, 2022).

Comenzaremos pues haciéndonos una pregunta anterior: ¿Qué es el sexo? ¿es nuestra condición sexuada algo accidental o parte de nuestra naturaleza?

La respuesta a esta pregunta dependerá sin duda de la visión que propongamos sobre la naturaleza humana en general.

Desde una visión antropológica que considera a la persona humana como una unidad cuerpo-alma, la sexualidad podría ser considerada una característica constitutiva de la persona humana, que abarca todas sus áreas y niveles de vida. Se podría decir entonces que nuestra sexualidad es, en parte, una realidad biológica que se funda en nuestras diferencias genéticas, hormonales, cerebrales, genitales, etc. Así mismo, se podría afirmar que nuestra condición sexuada redunda, por la unidad de nuestro ser espiritual-corporal, en diferencias a nivel de nuestra sensibilidad, tales como intereses, modo de sentir y de procesar la información, diversa agudeza sensorial, etc. Finalmente, y no menos importante, la sexualidad será asumida por nuestra dimensión racional, manifestándose en diversas disposiciones en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad. Incluso desde un punto de vista teológico, lo femenino tendría una manifestación específica, como afirma Edith Stein: «La especificidad de la mujer consiste esencialmente en la particular receptividad para la acción de Dios en el alma».

Sin embargo, desde una mirada antropológica que se funda en una visión dualista, el cuerpo y la psiquis estarían separadas sin una relación intrínseca, sino solo accidental. Así, la sexualidad en su ámbito biológico no tendría una necesaria relación con la sexualidad en su ámbito psicológico, y la respuesta a ¿qué es la sexualidad humana? o incluso ¿qué es una mujer? podría responderse aludiendo únicamente a alguna de estas dos realidades humanas (la psíquica-cultural o la biológica-corporal).

Desde una mirada integral de la persona, fundada en una filosofía realista, nuestra condición de seres sexuados atraviesa todos los niveles de nuestra naturaleza. Reflejo de esto podría ser nuestra disposición cromosómica y morfológica, nuestro deseo sexual, aspectos de nuestra identidad, elecciones y donación personal-sexual.

Siendo seres corpóreos y sexuados, nuestras diferencias sexuales hunden profundo sus raíces en nuestra biología, desplegándose luego y en armonía nuestras facultades sensibles y racionales, que van manifestando las diferencias psicológicas

Tan sustancialmente unidos están estos aspectos, que se podría decir que nuestra dimensión sexual es en realidad «un modo de ser» en el mundo, por lo que nos distingue en el modo en que se realiza cualquier acto propio de nuestra naturaleza humana.

En esta línea afirma el psiquiatra argentino Jordan Abud:

Como humanos, somos poseedores de una naturaleza sexuada y esta nos corresponde de forma innata, al igual que la racionalidad. Así como nadie puede elegir si quiere o no ser racional, nadie puede elegir tener sexualidad o no tenerla. Por ello, es que la condición sexuada es la primera cualidad innata de un ser (Abud, 2015).

Si ser hombre y ser mujer abarca todas las dimensiones de nuestra naturaleza, es evidente que las diferencias entre hombre y mujer superan lo meramente genital, y será desde este punto de partida que me propongo hablar sobre la mujer.

Pero antes de sumergirnos en aquello que llamaremos «la esencia de lo femenino» es prudente recordar que, ya que no somos únicamente miembros de nuestra especie, sino seres personales y por ello únicos e irrepetibles, coexisten dos realidades aparentemente contradictorias: las diferencias reales y tangibles entre hombres y mujeres, tanto en la dimensión física como psicológica (T. Kaiser, M. Del Giudice y T. Booth, 2020) junto con la verdad de que existen tantos modos personales de realizarse el ser femenino como mujeres existen.

En efecto, la mayor o menor frecuencia con que los diversos talentos pueden darse, según determinadas distribuciones estadísticas, en los varones y en las mujeres no dice nada acerca de las personas concretas. Ningún individuo está determinado solamente por el sexo: además de ser hombre o mujer, posee disposiciones y aptitudes propias que le confieren caso por caso particulares condiciones para la actividad artística, técnica, científica, social, etc. (J. Burggraf, 1988).

Esta aparente contradicción no debe desanimarnos, ya que la consideración de la naturaleza no coacciona la realidad de la persona, sino que posibilita su despliegue y ascenso a la plenitud de la vida personal.

Mientras mejor y más sano sea este proceso de crecimiento y perfeccionamiento de la naturaleza (en este caso de su ser femenino o masculino), se posibilitará un mejor y más auténtico despliegue del ser personal, como manifestación de su libertad y de su capacidad para amar con benevolencia de un modo específico.

LA MUJER DESDE UNA PSICOLOGÍA INTEGRAL DE LA PERSONA

En su carta apostólica, Juan Pablo II inicia reafirmando la radical igualdad en dignidad que comparten los dos sexos. Ya en la segunda parte de su carta profundiza en las dimensiones específicas de la mujer. Junto con él partiremos afirmando que la especificidad más radical consiste en la maternidad o en la paternidad (cfr. MD, 17).

Pero la maternidad no es solamente un proceso biológico o una determinación corpórea, es sobre todo un «modo de ser» que realiza plenamente la más íntima raíz de la mujer y corresponde a la unidad pisco-física de la feminidad.

Así lo indica la Carta Apostólica al afirmar que es un «modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando, crea, a su vez, una actitud hacia el hombre —no solo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, tal que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer» (MD, 18).

Este «modo de ser materno» incluiría cualidades esenciales que se derivan de su modo específico de engendrar, aquello que resume más plenamente la esencia de lo femenino, desde su dimensión más biológica y orgánica, hasta la expresión más sublime de su espíritu: acoger y recoger, unir y reunir, recibir.

Desde un punto de vista psicofísico, esto se podría sustentar en numerosos estudios científicos que logran indicar la causa material de esta diferencia formal entre los sexos en sus modos específicos de «ser en el mundo».

En este sentido, se ha señalado repetidamente cómo la propia disposición de los órganos sexuales femeninos es expresiva de un modo de ser diferente y complementario al varón. Se trata de órganos internos, hechos para acoger y custodiar la vida. De aquí se sigue una primera nota esencial de lo femenino: la receptividad (Cubillos, 2023).

Así como nuestra estructura morfológica reproductiva pone de manifiesto esta unidad psíquica-corporal, así también nuestras hormonas y morfología cerebral aportan a la visión integral de la mujer. Por ejemplo, las mujeres tienen niveles más altos de estrógeno y progesterona, hormonas que se han relacionado con una mayor capacidad de comunicación y sensibilidad emocional (Fine, 2010). Además, el hipotálamo de las mujeres es más grande que el de los hombres, lo que puede influir en su capacidad para regular las emociones y responder a los estímulos emocionales (Joel et al., 2015). En esta misma línea, la psicología femenina se caracteriza por una especial tendencia a preocuparse por los demás y a buscar la armonía en las relaciones interpersonales. Esto se ha relacionado también con el hecho de que las mujeres tienen una mayor actividad en la amígdala, una región del cerebro que se asocia con la empatía y la compasión (Baron-Cohen, 2002).

Del mismo modo como podríamos extendernos en la enumeración de múltiples diferencias biológicas que sustentan la feminidad, así también se podría hacer un largo listado de cualidades psicológicas que se derivan de las diferencias morfológicas recién mencionadas, y que caracterizan a la mujer desde un punto de vista experimental: tiende a reunir y a juntar (Baumeister, R. F., y Leary, M. R., 1995), prefiere resolver los conflictos a través del diálogo (Kilmartin, C., 2001), tiene una mayor capacidad para manejar la multitarea y prestar atención a varios estímulos simultáneamente (Gur et al., 2000), valora más el proceso que la meta (Cross, S. E., y Madson, L., 1997) y un largo etcétera de aproximaciones a la realidad propias de la feminidad.

Finalmente, para no reducir la reflexión a una teorización, intentaré apelar a las evidencias más reales: nuestras propias experiencias, personales o vicarias.

Tomemos por ejemplo la tendencia a reunir: Hay pocas situaciones más frecuentes que una mujer liderando una reunión. Incluso en las sociedades más «patriarcales» surge espontáneamente el liderazgo de la «matriarca» a la hora de reunir a la familia para las festividades y celebraciones. No con poca frecuencia, una vez que aquella autoimpuesta matriarca ya no está (la mayor parte de las veces la abuela) o bien otra mujer de la familia hereda el rol o bien la familia extensa se disgrega, constituyéndose nuevos y pequeños núcleos de reunión allí donde una mujer ejerce este rol que le es tan propio: el de reunir. Muchos recordaremos viejos símbolos de la publicidad donde una mujer revuelve un jarro de jugo o una olla con sopa logrando congregar a los que estaban dispersos. Con esto quiero recalcar la idea de que este acto de reunir no es un mero coleccionismo o afán de acumular, sino más bien una tendencia a congregar en torno a sí.

A diferencia de la fecundidad del varón, que se vuelca hacia lo exterior como una fuerza centrífuga, la fecundidad de la mujer recibe y atrae hacia sí como una fuerza centrípeta, que reúne lo que está disperso. Por eso, la actitud de acogida se asocia habitualmente a lo femenino.

Es evidente que ambas fuerzas son complementarias y valiosas, sin embargo, no nos detendremos en eso ahora.

Tomemos también como ejemplo la tendencia al proceso por sobre el resultado: quién no ha presenciado alguna vez una pareja de viajeros, él y ella. Él intentando descifrar el camino más eficiente y calculando la hora de llegada, ella intentando convencerlo a él de tomarse una foto y de disfrutar un café.

Es evidente que, en cuanto ejemplo, no replicará la totalidad de los casos, pero sin embargo deja de manifiesto un rasgo distintivo: así como el varón está inclinado a la acción productiva, la mujer está volcada a acción contemplativa.

La acción contemplativa es una actitud de interiorización y de descanso gozoso frente a la verdad que se le revela. En el caso de lo femenino, la contemplación se traducirá en la aceptación de esa verdad que hay en el interior de la persona.

Un estudio muy interesante con recién nacidos propone evidencias experimentales sobre estas diferencias psicológicas, centrándose especialmente en la diversidad de intereses que supone lo femenino y lo masculino. Simon Baron-Cohen (Trinity College of Cambridge University, 2009) encontró diferencias consistentes en objetos de interés en recién nacidos: los niños miraban más tiempo objetos mecánicos y las niñas miraban más los rostros humanos. Junto con su discípula, Jennifer Conellan, estudiaron a bebés de un solo día de vida. Situaron frente a ciento dos bebés dos posibles cosas que mirar: su propia cara o un móvil físico-mecánico de aproximadamente el mismo tamaño y la misma forma que una cara. Incluso en estos bebés recién nacidos se comprobó que las niñas prefirieron las caras y los niños, el móvil. En este estudio concluyen que esta diferencia sería el inicio para las diferencias entre los cerebros de ambos sexos, que los hombres tengan una mente sistematizadora y las mujeres una mente empatizadora. La relativa preferencia por las caras paulatinamente se iría transformando en una preferencia por las relaciones sociales.

Se podría añadir a esto que las preferencias iniciales de las niñas por los rostros humanos no solo se irán transformando en una preferencia por las relaciones sociales, sino también en una preferencia en la persona y su mundo interior. Ya lo demuestra nuestra propia experiencia cuando se observa la mayor facilidad que tienen las mujeres, cuando se reúnen entre amigas, para abrir su intimidad y su mundo emocional.

Observemos ahora esta bella síntesis, de las ideas antes expuestas sobre la psicología de lo femenino, que nos regala Edith Stein:

«Allí donde los cuerpos están configurados de un modo profundamente distinto —en todo el conjunto de la naturaleza humana— allí debe darse un tipo distinto de alma. ¿Cuál es esa actitud típicamente femenina que, en parte, nos es a todos conocida? La actitud de la mujer se orienta a lo personal y vital y a la totalidad. Cuidar, custodiar, tutelar, nutrir, hacer crecer: he ahí su deseo natural»

LA MUJER EN LA CULTURA

Quizás lo más relevante de esto, y el sentido de poder identificar aquellas cualidades psicológicas y espirituales propias del modo de ser femenino, es poder comprender la importancia de la promoción de un verdadero feminismo, que enriquezca la cultura incorporando a la mujer desde su ser femenino y no desde una destructiva masculinización de la misma.

En esta línea afirma Jutta Burggraf, doctora en Sagrada Teología y en Pedagogía:

La antropología filosófica y las ciencias experimentales recientes, confirman, por ejemplo, que la mujer ofrece una contribución más concretamente humana a las relaciones interpersonales: ella posee una capacidad toda suya de descubrir al individuo en la masa y de promoverlo en cuanto tal. «Dios —afirma Juan Pablo II— le confía de un modo especial al hombre» (MD, 30). Sustraer al individuo del anonimato de la sociedad masificada, salvarlo de la fría tiranía de las tecnologías, protegerlo en un contexto de relaciones personales, todo esto es misión y conquista de la mujer.

Es necesario en la actualidad suscitar una cultura del cuidado, que centre su mirada en el valor de la persona, y en cada persona individual con su riqueza interior y su dignidad. Una cultura que reciba y cuide, en especial a los más débiles y desechados por la sociedad.

Verdadero feminismo viene entonces a significar para la mujer:

«La posibilidad real de desarrollar plenamente las propias virtualidades: aquellas que tiene en cuanto mujer. La igualdad ante el derecho, la paridad ante la ley, no oprimen, sino que presuponen y promueven tales diversidades, que son además riqueza para todos» (Conversaciones, cit., n. 87).

REFERENCIAS

Baron-Cohen, S. (2002). «The extreme male brain theory of autism». Trends in Cognitive Sciences, 6(6), 248-254.

Burggraf, Jutta. (1988). «Para un feminismo cristiano: Reflexiones sobre la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem» Romana, 10.

Eagly, A. H., y Wood, W. (2012). Social role theory. Handbook of theories of social psychology, 2, 458-476.

Fine, C. (2010). Delusions of gender: How our minds, society, and neurosexism create difference. WW Norton & Company.

«What is a woman?: el documental que aterroriza a los activistas del género». La Tribuna del País Vasco (8 de agosto de 2022)

Marcos Ondarra (2022). «¿Qué es una mujer?: El documental que alerta contra los peligros de la “ley trans” de Montero». The Objective. «Así lo muestra Matt Walsh en el documental ¿What is a Woman? (The Daily Wire, 2022)».

Graham, Jennifer (2022). «Perspective: What is a woman?Why most people couldn’t answer Matt Walsh». Deseret News.

Goforth, Claire (2022). «Matt Walsh used trans people›s Instagrams in his transphobic documentary-it’s already sending hate their way». The Daily Dot.

Kaiser, T, Del Giudice, M, Booth, T. (2020) «Global sex differences in personality: Replication with an open online dataset». Journal of Personality, 88: 415- 429

Stein, Edith. (2005).«El ethos de las profesiones femeninas», en Obras Completas IV. Burgos: Monte Carmelo, 162.

DE LA DIGNIDAD DE LA MUJER AL GENIO FEMENINO: CONTINUIDAD ENTRE JUAN PABLO II Y BENEDITO XVI

ESTHER GÓMEZDoctora en FilosofíaUniversidad Santo Tomás, Chile.

INTRODUCCIÓN

Los 35 años que han transcurrido desde la publicación de la exhortación Mulieris Dignitatem de San Juan Pablo II sobre la dignidad de la mujer, han puesto de relieve la clarividencia del papa polaco al abordar uno de los temas de mayor actualidad hoy, aunque no siempre sea bien entendido. Si sus afirmaciones de 1988 pudieron sonar revolucionarias en ciertos aspectos, también lo siguen siendo hoy, no tanto quizás por su novedad, sino por la necesidad de recordar que existe una «verdad del hombre» creado a imagen de Dios. Esta afirmación, tachada de anticuada e intolerante, y que ha sido dejada de lado y ridiculizada en muchos ámbitos de opinión, en realidad se abre a la riqueza propia del despliegue del «genio femenino», que va más allá de los denominados «estereotipos de género» —aunque tal concepto deba ser sometido a un proceso de discernimiento que permita distinguir lo meramente sociológico de lo realmente esencial.

CONCORDANCIAS

Entre Juan Pablo II y Ratzinger / Benedicto XVI existe acuerdo en la base antropológica y teológica que da sustento a la igual dignidad de hombre y mujer que se asienta en una base bíblica compartida de forma inequívoca. Aquí radica el origen de la dignidad humana y la comprensión de varón y mujer como compañeros llamados a ser «otro yo» el uno para el otro de manera complementaria. De ahí deriva nuestra vocación más profunda a la comunión en el amor, por la que, hombre y mujer, «creados como unidad de los dos, están llamados a vivir una comunión de amor y reflejar así en el mundo la comunión de amor que se da en Dios» (Juan Pablo II, 1988: III, 7). Esto, que es el horizonte de sentido de la exhortación Mulieris Dignitatem y constituye el ethos propiamente humano, lo asume Ratzinger al invitar a cada persona a «aceptar el vuelo de la flecha de su existencia» (Ratzinger en Seewald, 2005: 106), y el sentido que le imprime, pues tal «suelo en que nuestra existencia puede permanecer y vivir, no se puede construir, solo se puede recibir» (Ratzinger, 2005: 66). La siguiente cita me parece que explica claramente este fundamento de nuestra comprensión como personas y su elevado destino:

Así, pues, la relación de las personas es, en primer lugar, interpersonal —a nivel humano—, pero también ha sido configurado como una relación hacia lo infinito, hacia la verdad, hacia el amor. […] solo vivo correctamente mi naturaleza en cuanto ser relacional, que constituye la idea íntima de mi ser. En consecuencia, es una vida que tiende hacia la voluntad de Dios concretamente en la adecuación con la verdad y con el amor. […] significa aceptar el vuelo de la flecha de mi existencia. Aceptar que mi finalidad no es algo finito y que, por tanto, puede comprometerme, sino que yo descuello por encima de todos los demás fines. Concretamente en la unión íntima con el que me ha querido como compañero de relación y precisamente por eso me ha concedido la libertad (Ratzinger en Seewald, 2005: 105-106).

Tal orientación se manifiesta en la vida del Verbo encarnado cuyo ser es un ser para el Padre, como explica Ratzinger en su Introducción al cristianismo, y debido a su carácter de ejemplar o paradigma para el género humano como hombre perfecto, esa misma finalidad de «ser para» nos es común a todos. En efecto, «la vocación a la relacionabilidad llega a su plenitud en Cristo. Su mismo ser de Hijo es un Sí total al Padre, a cuya voluntad se entrega amorosamente. Su obrar es su mismo ser (Ratzinger, 2005: 190-192), por eso su vida de Hijo, relativa al Padre y abocada a la misión recibida, la vive en perfecta unidad de amor. Su Yo se une al Tú del Padre en un éxtasis de amor perfecto —recibe todo «del» Padre, se entrega «para» Él en perfecto «con» de comunión—, sin por eso perder su identidad personal» (Gómez, 2014: 77-78).

LIBERTAD: VOCACIÓN Y RIESGOS

Ante este escenario la libertad se presenta para ambos como el canal maravilloso que puede ser empleado para responder a esa vocación del amor pleno y donación recíproca pero que también puede ser manipulado o mal empleado al elegir el mal, cada vez que se elige ir en contra de esa vocación originaria al amor y a la comunión. El recordatorio que hace Juan Pablo II, justamente en este contexto, del misterio del pecado original (Juan Pablo II, 1988: 10)1 es altamente significativo, pues justamente provoca un lastre en la experiencia del ser mujer que ha sido y sigue siendo sufrido: tal ruptura del orden original ha provocado la pérdida de la unidad de los dos y la instalación de la relación de dominación y de reducción a objeto de placer que tanto ha afectado a la mujer.

Me interesa subrayar a la luz de esto que el origen de esta triste historia no es la visión cristiana por la que somos creados como varón y mujer sino justamente su distorsión. La primera entrega la clave para una correcta reivindicación de la dignidad de la mujer, como hace el mismo Jesús en el Evangelio, por ejemplo, en el encuentro con la mujer adúltera (Juan Pablo II, 1988: 14)2; mientras que la segunda distorsiona la libertad que, en vez de orientarse a amar en la donación desde la complementariedad e igual dignidad, se impone a sí misma como criterio moral menoscabando así a una de las partes. La justa oposición a tal «abuso» no debiera, continúa el papa, llevar a la «masculinización de las mujeres» (Juan Pablo II, 1988: 10), que responde al falso criterio que reduce la dignidad a la capacidad de dominar al otro demostrando su poder. Frente a esto, su superación viene de la mano de María Virgen, que, como nueva Eva, «vive» el designio de la creación al darse «incondicionalmente, convirtiéndose así «en “el nuevo principio” de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres» (Juan Pablo II, 1988: 11). La verdadera justicia es precisamente esa, no la que justifica la violencia para continuar dominando y utilizando a la mujer como un objeto. En este punto, Juan Pablo II hace una llamada a la doble conciencia, en primer lugar, de que cada mujer se sepa y se reconozca mujer con dignidad y, en según lugar, pero igual de importante, de que, dado que ambos son confiados el uno al otro, el varón debe asumir la tarea de velar por ella y de cuidarla. ¿No sigue siendo esta doble conciencia de gran actualidad? ¿Y no sigue apareciendo la tentación de la masculinización de la mujer como la «receta» para su éxito?

Conviene quizá resaltar un aspecto de la comprensión de la verdad del hombre (ser humano) relativa al cuerpo por sus efectos en la comprensión antropológica, precisamente porque estamos asistiendo a una separación desgarradora de tal dimensión cuyos efectos pueden ser graves para la percepción de la mujer. En este caso es Ratzinger que, en su entrevista con Peter Seewald, afirma:

el cuerpo no es solo un añadido externo a la persona. La diferencia física naturalmente es una diferencia que penetra a toda la persona y determina, por así, decirlo dos formas de ser persona. Creo que hay que oponerse tanto a las falsas teorías igualitarias como a las falsas teorías diferenciales. Es falso querer medir a hombres y mujeres por el mismo rasero y decir que esa diminuta diferencia biológica no significa absolutamente nada. Esta es la tendencia hoy predominante… Pero la falsa ideología de la diferencia (que considera inferior a la mujer) se eleva a la naturaleza de casta e impide percibir el carácter único de la creación divina que a pesar de sus diferencias es unitaria y complementaria(Ratzinger en Seewald, 2005: 79).

Una libertad atenta al lenguaje de la verdad del ser humano reconoce, por un lado, la unidad de cuerpo y alma como dimensiones personales constitutivas y, por otro, los dos modos de serlo como complementarios y como expresión del ser imagen y semejanza de Dios. La plenitud de varón y de mujer, concuerdan ambos pensadores, se encuentra en la comunión en el amor, en el servicio, no en la función o en la labor externa que uno pueda realizar.

LA MAYOR ES LA CARIDAD

Con este título se acerca la exhortación a su culmen3 concluyendo esa meditación bíblica con la virtud por excelencia. Sólo en el amor verdadero encontramos nuestra plenitud, porque hemos sido creados por amor y para el amor. Esto, que es común al varón y a la mujer, por supuesto, encuentra en cada uno una forma distinta y complementaria de vivirse, pero siempre exige la doble conciencia a que aludimos antes, pues sin ella la libertad tiende a mirar y a usar al otro como un objeto y a dominarlo. Solo dándose, se encuentra a sí misma, y para darse hay que poseerse. Con fuerza atribuye a la mujer esta sublime vocación que puede plasmarse en una doble maternidad, una vinculada a la biología y otra espiritual o virginal:

La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación (Juan Pablo II, 1988: 30).

La más sublime dignidad no consiste, por lo tanto, en realizar actividades exteriores o en cumplir una función, por muy importante que sea, sino en vivir esta vocación al amor en su plenitud. Esta verdad coloca el centro de la reflexión en el amor como lo realmente importante y que da valor a todo lo que se hace por Dios. De ahí que la mujer esposa de Cristo sea la imagen más verdadera de la Iglesia y de cada seguidor de Cristo, y, además, que la vivencia de tal vocación sea el «corazón de mi madre, la Iglesia» como vivió Teresa del Niño Jesús. En este punto ambos afirman lo mismo: Juan Pablo II dice «Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino, pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de la “sequela Christi” —seguimiento de Cristo—, un ejemplo de cómo la Esposa ha de responder con amor al amor del Esposo» (Juan Pablo II, 1988: 29). Mientras que Ratzinger afirma que, «si se contempla la historia de la Iglesia, la importancia de las mujeres —desde María pasando por Mónica y hasta llegar a la Madre Teresa— es tan eminente que, en muchos sentidos, las mujeres plasman la imagen de la Iglesia más que los hombres» (Ratzinger en Seewald, 2010: 159).

Desde esta óptica, el debate acerca de la aparente discriminación por dejar a la mujer fuera del sacerdocio (Ratzinger, 2010: 158-159)4 pierde fuerza ante la sublimidad del amor como vocación original y plena.

Pues bien, ahí radica el verdadero genio femenino, que ha encontrado numerosas manifestaciones ejemplos. Benedicto XVI tomó el testigo de su predecesor y presentó varios ejemplos en varias audiencias durante casi un año. Las más significativas fueron Hildegarda de Bingen, Clara de Asís, Ángela de Foligno, Isabel de Hungría, Catalina de Siena, Juana de Arco, Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús. De cada una exponía su vida y algunas especiales lecciones para nosotros a partir de su imitación de Cristo y de la plenitud de vocación en el amor.

Por poner un par de ejemplos, de la primera decía «vemos cómo también la teología puede recibir una contribución peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los misterios de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad. Por eso, aliento a todas aquellas que desempeñan este servicio a llevarlo a cabo con un profundo espíritu eclesial, alimentando su reflexión con la oración y mirando a la gran riqueza, todavía en parte inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre todo a la representada por modelos luminosos, como Hildegarda de Bingen»5. Una semana después continuaba en esta línea: «Una de las santas más queridas es sin duda santa Clara de Asís, que vivió en el siglo XIII, contemporánea de san Francisco. Su testimonio nos muestra cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo para la renovación de la Iglesia»6. O lo que dice en la última de ellas dedicada a la santa de Lisieux: «Teresa nos indica a todos que la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo en el don total de sí al amor del Padre, para vivir como Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, su mismo amor por todos los demás»7.

Cada una de esas audiencias evidencian no sólo cuánto valoraba el papa Benedicto a estas santas, sino la conciencia de cuánto han enriquecido la santidad y la vida de la Iglesia y del mundo al mostrar la verdadera dignidad de la mujer. En la santidad no hay diferencias, tanto varones como mujeres, dan gloria a Dios y son modelos a seguir:

«En las audiencias generales de estos últimos dos años nos han acompañado las figuras de muchos santos y santas: hemos aprendido a conocerlos más de cerca y a comprender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida han sido faros para muchas generaciones, y lo son también para nosotros»8.

A MODO DE BREVÍSIMA CONCLUSIÓN

La continuidad en el magisterio de los últimos papas ha quedado de manifiesto en esta breve exposición del eco que descubrimos en Benedicto XVI de la doctrina sobre la mujer de Juan Pablo II. El tesoro de la Mulieris Dignitatem no ha perdido nada de su actualidad y quizás la tenga aún mayor ante el embate de tantos feminismos como se disputan la opinión pública. La guía segura de la tradición, de los ejemplos del mismo Cristo, que para ambos papas es la clave más profunda, sigue siendo orientación para redescubrir y proponer hoy la verdadera vocación de la mujer: la de ser, como afirmaba Edith Stein, «compañera y madre. Ser compañera, es decir, sostenimiento y apoyo; y, para poderlo ser, hay que estar una misma bien asentada; pero esto solo es posible si interiormente todo está en el orden debido y descansa en equilibrio. Ser madre, es decir, proteger, custodiar y llevar a su desarrollo la humanidad verdadera» (Stein, 2020: 104).

REFERENCIAS

Gómez, Esther (2014). Libertad en Ratzinger: riesgo y tarea. Madrid: Encuentro, pp. 77-78.

Juan Pablo II (1988). Mulieris Dignitatem.

Ratzinger, Joseph (2005). Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Trad. José L. Domínguez Villar, Salamanca: Sígueme, 11a, p. 66.

Ratzinger, Joseph (2005). Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época. Una conversación con Peter Seewald. Trad. Española R.P. Blanco. Barcelona: De Bolsillo, p.106.

Ratzinger, Joseph (2010). Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald. Trad. Roberto H. Bernet, Herder, p. 159.

Edith Stein (1928). «El valor específico de la mujer para la vida de la sociedad». Conferencia a la Liga de Maestras Bávaras. Recogido en Anexo de La mujer ante la sociedad y el derecho (2002). Conferencias Santo Tomas de Aquino, Universidad Santo Tomás, Santiago, p. 104.

1 «El pecado provoca la ruptura de la unidad originaria, de la que gozaba el hombre en el estado de justicia original: la unión con Dios como fuente de la unidad interior de su propio «yo», en la recíproca relación entre el hombre y la mujer (communio personarum), y, por último, en relación con el mundo exterior, con la naturaleza».

2 El capítulo V describe esta «justicia» reivindicable desde la mirada de Jesús, pues detrás de una mujer hay hombres que pecan y, sin embargo, no son culpados. «Jesús parece decir a los acusadores: esta mujer con todo su pecado ¿no es quizás también, y, sobre todo, la confirmación de vuestras transgresiones, de vuestra injusticia “masculina”, de vuestros abusos? Esta es una verdad válida para todo el género humano». Entra en detalles crudos al poner como ejemplo los abortos de alguna manera obligados: «no solamente paga ella, y paga sola. ¡Cuántas veces queda ella abandonada con su maternidad, cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su responsabilidad! Y junto a tantas “madres solteras” en nuestra sociedad, es necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo presiones de dicho tipo, incluidas las del hombre culpable, “se libran” del niño antes de que nazca. “Se libran”; pero ¡a qué precio! La opinión pública actual intenta de modos diversos “anular” el mal de este pecado; pero normalmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger la vida, inscrita en su ethos desde el “principio”».

3 En el capítulo VI de la exhortación.

4 Al ser consultado al respecto, Ratzinger indica las razones con claridad: «No afirmar que Jesús no llamó al sacerdocio a mujeres solo porque hace dos mil años habría sido impensable, es un disparate, ya que en aquel entonces el mundo estaba lleno de sacerdotisas. Todas las religiones tenían sus sacerdotisas y era más bien asombroso que no las hubiera en la comunidad de Jesucristo, lo que, sin embargo, se encuentra a su vez en continuidad con la fe de Israel. La formulación de Juan Pablo II es muy importante: la iglesia no tiene “en modo alguno la facultad” de ordenar a mujeres. No es que no nos guste, sino que no podemos. El Señor dio a la iglesia una figura con los doce y después, en sucesión de ellos, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). Esta figura de la Iglesia no la hemos hecho nosotros, sino que es constitutiva desde Él. Seguirla un acto de obediencia, una obediencia tal vez ardua en la situación actual. Pero justamente esto es importante, que la iglesia muestre que no somos un régimen arbitrario. No podemos hacer lo que queremos, sino que hay una voluntad del Señor para nosotros a la que hemos de atener aun cuando, en esta cultura y en esta civilización, resulte algo y difícil.

Por lo demás, hay tantas funciones destacadas, importantes de las mujeres en la Iglesia que no puede hablarse de discriminación. Este sería el caso si el sacerdocio fuese una suerte de señorío, mientras que, por el contrario, debe ser todo servicio».

5 Audiencia 8 septiembre 2010.

6 Audiencia 15 septiembre 2010.

7 Audiencia 6 abril 2011.

8 Audiencia 13 abril 2011.

LA ESPONSALIDAD DE JESÚS: DIGNIDAD Y VALORIZACIÓN DE LA MUJER

PALMA VENTRELLA

Doctora en Teología Dogmática Pontificia Universidad Católica de Chile

«Es algo universalmente admitido […] que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad» (n. 12): así en la Mulieris Dignitatem