Un mal comienzo - Meghan Quinn - E-Book

Un mal comienzo E-Book

Meghan Quinn

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Beschreibung

«¿Cómo os conocisteis?». Es la pregunta que se hace a todas las parejas. Y la respuesta suele ser una historia maravillosa en la que se ven alcanzados de alguna forma por la flecha de Cupido. Digamos que la manera en que yo conocí a mi media naranja no es tan estupenda…, sino un poco diferente. Me encontraba paseando por un barrio rico de Beverly Hills, fantaseando con la idea de encontrar a un hombre que me permitiera hacerme pasar por su novia, ya sabéis, para poner celosa a mi ex mejor amiga y exjefa, que acababa de despedirme. Él, por su parte, doblaba la esquina, furioso, cual ogro un ogro muy guapo, murmurando por lo bajo algo sobre un acuerdo comercial que le había salido mal y sobre cómo se las iba a arreglar para solucionarlo. Y fue entonces cuando literalmente nos chocamos. No hubo chispas. Ni siquiera una pizca de atracción. Pero lo siguiente que supe fue que me estaba invitando a nachos con guacamole mientras me explicaba todos sus problemas, lo que le llevó a hacerme una proposición: quería que yo fuera su Vivian Ward —ya sabéis, la chica de Pretty Woman—, salvo en la faceta más «juguetona». Estamos hablando de vivir juntos en una mansión, de salir a cenar con otras parejas y fingir que estábamos enamorados… y comprometidos. ¿Os lo podéis imaginar? Una auténtica locura. Pero es el tipo de locura que hace la gente cuando está desesperada. Y yo lo estaba. Así que accedí. Solo cometí un error, un error enorme: terminé enamorándome…

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Título original: A Not so Meet Cute

Primera edición: septiembre de 2022

Copyright © 2021 by Meghan Quinn

© de la traducción: María José Losada Rey, 2022

© de esta edición: 2022, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-19301-32-1

BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografía del modelo: CURAPhotography/Shutterstock

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

Epílogo

Contenido especial

Prólogo

Lottie

—Hola, guapa.

Mmm… No me gusta la alegría que noto en su voz.

Ni la sonrisa que veo en sus labios.

Tampoco que se haya excedido en la cantidad que se ha echado de ese perfume empalagoso; me ahoga.

—Hola, Angela —respondo con recelo mientras tomo asiento ante la mesa de su despacho.

Con un movimiento, se retira el brillante pelo rubio de los hombros y entrelaza las manos. Su lenguaje corporal transmite interés cuando se echa hacia delante.

—¿Cómo estás? —pregunta.

Me estiro la falda tubo de color rojo brillante antes de responder.

—Bien. Gracias.

—Me alegra oír eso. —Se reclina hacia atrás y me sonríe, pero no añade nada más.

Vale…, ¿qué coño está pasando?

Miro por encima del hombro a la fila de hombres trajeados, que, sentados en sillas y con carpetas en sus regazos, observan nuestra conversación. Conozco a Angela desde el instituto. Hemos mantenido una de esas amistades intermitentes, en la que yo he sido la víctima de su camaradería un tanto veleta. Un día soy su mejor colega, al siguiente lo es Blair, que trabaja en finanzas, o Lauren, que tiene un puesto en ventas, y luego vuelve a tocarme su amistad. Todas nos vemos constantemente intercambiadas. Siempre me he preguntado a quién le tocará ser su mejor amiga esta semana y, de alguna manera enfermiza y demente, contengo la respiración cuando me toca el Gordo.

«¿Por qué mantener una amistad tan tóxica?», te preguntarás.

Hay tres respuestas.

Para empezar, cuando conocí a Angela yo era más joven. No tenía ni idea de cómo demonios actuar mientras subía a su lado en una vibrante montaña rusa. Así que me agarré a la barandilla y me aferré a la vida, porque, francamente, salir con Angela era emocionante. Diferente. Atrevido, a veces.

En segundo lugar, cuando nos encontramos en la fase más intensa de nuestra amistad, se porta bien conmigo; de hecho, a su lado he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida. Crecer en Beverly Hills siendo la chica pobre no se prestaba a disfrutar de muchas aventuras, pero, si ibas de la mano de una amiga rica que miraba más allá de tu cartera vacía y te acogía en su mundo, sí, era divertido. Llámame superficial, pero me lo pasé muy bien a su lado mientras estudiaba en el instituto, a pesar de los altibajos.

Y, por último, soy débil. No me gustan las confrontaciones, y las evito a toda costa, lo que me lleva a ofrecerme para todo y a acabar convertida en un felpudo al servicio de cualquiera.

—¿Angela? —susurro.

—¿Mmm…? —Sonríe.

—¿Puedo preguntarte por qué me has llamado y por qué parece que el fbi está en fila detrás de mí?

Angela echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada, posando la mano sobre la mía.

—¡Oh, Lottie! Dios, cómo voy a echar de menos tu humor…

—¿Echar de menos? —pregunto, con la espalda rígida—. ¿Qué quieres decir con «echar de menos»? ¿Te vas de vacaciones?

Por favor, que sea así. Por favor, que sea así.No puedo permitirme perder este trabajo.

—Claro.

¡Oh, gracias a Dios!

—Ken y yo nos vamos a Bora Bora. Tengo programada una sesión de bronceado en spray para dentro de diez minutos, así que tenemos que darnos prisa con esto.

Espera, ¿qué?

—¿Prisa con qué? —pregunto.

Su rostro jovial se vuelve más serio, ese tipo de seriedad que Angela no muestra muy a menudo. Porque sí, quizá sea la que está al mando en un blog sobre estilo de vida, pero no es ella la que realiza el trabajo: lo hacen los demás. Así que nunca tiene que ponerse seria.

Se endereza, irguiéndose más con la mandíbula tensa, y clava los ojos en mí a través de sus espesas pestañas postizas.

—Lottie, eres la verdadera pionera de Angeloop. Tu maestría ante el teclado no ha sido igualada por nadie en la empresa, y el humor que aportas a este próspero blog, que es una máquina de hacer dinero, ha hecho realidad mi viaje a Bora Bora.

¿He oído bien? ¿Gracias a mí podrá irse de vacaciones?

—Pero, desafortunadamente, vamos a tener que despedirte.

Un momento, ¿qué?

¿Despedirme?

¿Quiere decir que ya no tiene trabajo para mí?

Rápidos como un rayo, tres de los hombres se acercan a mi espalda; dos de ellos me flanquean como si fueran guardias de seguridad. Mientras impiden que me mueva con sus anchos hombros, uno de ellos deja caer una carpeta en la mesa delante de mí y la abre para mostrarme un papel. Tengo la vista demasiado desenfocada como para leer siquiera lo que dice, pero intuyo que es una carta de despido.

—Firme aquí. —El hombre me tiende un bolígrafo.

—Espera, ¿qué? —Alejo la mano del hombre, pero vuelve a dejarla justo donde estaba—. ¿Estás despidiéndome?

Angela hace una mueca.

—Lottie, por favor, no me lo pongas más difícil. Tienes que ser consciente de lo que me ha costado tomar esta decisión. —Chasquea los dedos y aparece un asistente como por ensalmo. Angela se masajea la nuca—. Esta conversación me ha sacado de quicio. Agua, por favor. A temperatura ambiente. Con lima y limón, pero retira las rodajas antes de dármela. —Y, dicho eso, el asistente se aleja. Cuando Angela se vuelve, me ve y se lleva la mano al pecho—. ¡Oh, todavía estás aquí!

Aggg…

Sí.

—Angela, ¿qué está pasando? —pregunto, parpadeando un par de veces—. Acabas de decir que te hago ganar mucho dinero…

—¿En serio? No recuerdo haber hecho tal declaración. Chicos, ¿he dicho algo así?

Todos niegan con la cabeza.

—¿Ves? Yo no he dicho eso.

Creo… Sí, mmm…, mmm, ¿lo hueles? ¡Es mi cerebro echando humo, trabajando horas extra, tratando de no perder la calma!

—Angela, ¿puedes explicarme por qué me despides? —pregunto, sosegada. Y quiero decir muy sosegada.

—Oh… —Se ríe—. Siempre has sido muy curiosa. —La asistente le trae a Angela el agua y desaparece corriendo, Angela da un largo sorbo por una pajita innecesaria antes de seguir hablando—. El viernes hace un año que estás aquí.

—Sí. Eso es.

—Bueno, pues, según tu contrato, después de un año, ya no recibes media paga, sino el salario completo. —Se encoge de hombros—. ¿Por qué pagarte más cuando puedo encontrar a alguien que haga tu trabajo por mucho menos dinero? Es pura estrategia comercial. Lo entiendes, ¿verdad?

—No, no lo entiendo. —Como elevo el tono de voz, dos grandes manos se posan en mis hombros en señal de advertencia. ¡Oh, por el amor de Dios!—. Angela, esta es mi vida, no un juego. Cuando me rogaste que trabajara para ti, me dijiste que este trabajo iba a cambiar mi vida.

—¿Y no ha sido así? —Extiende los brazos—. Angeloop ha sido un cambio de vida para todos nosotros. —Mira el reloj—. Oh, tengo que estar desnuda dentro de cinco minutos. El bronceado en spray está esperándome. —Hace girar el dedo en dirección a los trajeados que están a mi lado—. Lleváosla, chicos.

Dos pares de manos enormes me agarran y me ayudan a levantarme de la silla.

—No puedes decirlo en serio —digo, sin entender aún lo que está pasando—. ¿Vas a hacer que los seguratas me saquen a rastras de tu despacho?

—No es una elección personal —dice Angela, que parece la imagen de la inocencia—. Es tu actitud hostil lo me obliga a llamar al servicio de seguridad.

—¿Hostil? —pregunto—. Solo soy hostil porque estás despidiéndome sin razón.

—Oh, cariño, no puedo creer que lo veas así —susurra con esa voz condescendiente que tiene—. No se trata de nada personal. Sabes que te quiero y que seguiremos tomando el brunch como todos los meses. Solo son negocios. —Me lanza un beso—. Sigues siendo mi mejor amiga.

Ha perdido la puta cabeza.

Me empujan hacia la puerta, pero clavo en el suelo los tacones de mis Jimmy Choo de hace dos temporadas.

—Angela, en serio. No puedes despedirme.

Me mira, ladea la cabeza y se lleva la mano al corazón.

—Ohhh, mírate, luchando por tu trabajo. Dios, siempre has sido tan peleona… —Me lanza otro beso y se despide con la mano—. Te llamaré. Ya me contarás entonces lo de tu horrible jefa. Ah…, y no te olvides de confirmar tu asistencia a la reunión del instituto. Faltan dos meses. Tenemos que saber quién viene y quién no.

De repente, me dejo invadir por la derrota, relajo los pies en estado de shock, mi cuerpo se vuelve flácido y me veo arrastrada por las axilas a través de las oficinas de Angeloop, el blog de estilo de vida más idiota y absurdo de internet, donde, para empezar, nunca he querido trabajar.

Mis compañeros me observan.

Los de seguridad no pierden el ritmo mientras me llevan a rastras para que atraviese la gran puerta de cristal.

Y antes de que pueda respirar otra vez más, me encuentro mirando el cartel —obscenamente grande— de Angeloop en la fachada del edificio, con una caja con mis pertenencias en las manos.

¿Cómo demonios hemos llegado a esto?

1

Huxley

—¡Voy a asesinar a alguien, joder! —grito; lanzo la chaqueta del traje al despacho y doy un portazo.

—Parece que la reunión ha ido bien —comenta JP con ironía desde el ventanal de suelo a techo del despacho, donde está apoyado.

—Sí, parece que ha ido increíblemente bien —se ríe Breaker, tumbado en el sofá de cuero.

Ignorando el sarcasmo de mis hermanos, me tiro del pelo y me giro hacia la vista de Los Ángeles.

Es un día claro, la lluvia de la noche anterior ha eliminado parte de la nube de polución. Las palmeras se elevan hacia el cielo desde el borde de las carreteras, pero parecen pequeñas en comparación con el edificio donde se encuentra mi despacho, por encima del resto de la ciudad.

—¿Quieres hablar sobre ello? —pregunta JP, sentándose en una silla.

Me vuelvo hacia ellos; son mis hermanos, los dos idiotas que han estado a mi lado en las buenas y en las malas. Los que han soportado conmigo los altibajos de la vida. Los que lo han dejado todo para unirse a mí en esta alocada idea de liderar el mercado inmobiliario de Los Ángeles con el dinero que nos dejó nuestro padre al fallecer. Y hemos levantado este imperio juntos.

Pero las miradas de suficiencia que veo en sus rostros hacen que quiera echarlos de mi despacho.

—¿Os da la impresión de que quiero hablarde ello?

—No. —Breaker sonríe—. Pero, joder, como puedes imaginar, queremos oírlo todo.

¡Claro que sí! Porque fueron ellos los que me dijeron que no debía reunirme con Dave Toney.

Los que me dijeron que iba a ser una pérdida de tiempo.

Los que se rieron cuando les dije que tenía una reunión hoy con Toney.

Y los que se despidieron con un sarcástico «Buena suerte» cuando salí por la puerta.

Pero quería demostrarles que estaban equivocados.

Quería demostrarles que podía convencer a Dave Toney de que debía trabajar con Cane Enterprises.

(Spoiler: no lo he convencido).

Capitulo ante las miradas de mis hermanos, tomo asiento también y suelto un largo suspiro.

—Joder… —murmuro.

—Déjame adivinar: ¿no lo has encandilado con tu encanto? —pregunta Breaker—. Con lo agradable y simpático que eres…

—Toda esa mierda no debería tener importancia. —Doy un golpecito con el dedo en el reposabrazos de mi sillón de cuero—. Esto es un negocio, no un puto desfile de amistades y aduladores.

—Creo que este se perdió algunas clases en la universidad —le dice JP a Breaker—. ¿Fomentar las relaciones comerciales no abarcaba un curso entero? —Su sarcasmo me pone de los nervios.

—Creo que sí —responde Breaker.

—He ido y le he besado el culo, ¿qué más quieres?

—¿Te has puesto pintalabios? Estoy seguro de que a su novia no le hará gracia encontrar la huella de otros labios en su trasero. —Breaker sonríe.

—En este momento te odio. Te odio de verdad, joder.

—No nos gusta decirlo, pero te lo advertimos, hermanito —se regodea JP, mientras que Breaker suelta una carcajada—. Dave Toney no trabaja con cualquiera. Es un mundo aparte en esta ciudad. Son muchos los que han tratado de gestionar la gran cantidad de bienes raíces que posee, y todos han fracasado. ¿Por qué has pensado que tú serías diferente?

—¡Porque represento a Cane Enterprises! —grito—. Todo el mundo quiere trabajar con nosotros. Porque tenemos la mayor cartera inmobiliaria de Los Ángeles. Porque podemos convertir un edificio en ruinas en un negocio millonario en solo un año. Sabemos lo que hacemos, y Dave Toney, aunque tenga éxito, es propietario de unos terrenos muertos que están perjudicando el sector. Él lo sabe, yo lo sé, y quiero arrancarle esos terrenos de las manos.

JP se lleva los dedos a la barbilla, pensativo.

—¿Qué le has dicho exactamente? —pregunta—. Espero que no haya sido eso. Porque, aunque tu pequeño discurso me haya puesto los pezones duros, dudo que él agradeciera tu tono.

Pongo los ojos en blanco.

—He dicho algo parecido.

—Eres consciente de que Dave Toney es un hombre orgulloso, ¿verdad? —interviene Breaker—. Si vas por ahí insultándolo, no va a querer trabajar contigo.

—¡No lo he insultado! —grito—. Intentaba establecer una igualdad de condiciones, ya sabéis, que viera que soy un tipo bastante normal.

Mis dos hermanos hacen gestos burlones.

—Soy un tipo normal.

JP y Breaker intercambian miradas y se echan hacia delante, y sé lo que viene a continuación: el típico sermón que están deseando soltar. Les gusta hacerlo de vez en cuando.

—Sabes que te queremos, ¿verdad? —pregunta Breaker. Y así comienzan…

—Estamos aquí para apoyarte siempre que nos necesites —añade JP.

Me paso la mano por la cara.

—Dejad de joderme la vida…

—No eres normal. Eres cualquier cosa menos normal. Ninguno de nosotros lo es. Vivimos en Beverly Hills, nos invitan constantemente a estrenos y a fiestas de famosos, y hemos salido muchas veces en los titulares de Page Six. No hay nada normal en nosotros. Dave Toney, sí… Él es normal.

—¿Por qué cojones él sí lo es? —pregunto—. ¿Porque no lo invitan a fiestas de famosos?

Breaker niega con la cabeza.

—No, porque tiene los pies en la tierra. Porque es accesible. Podrías tomarte una cerveza con él en un bar sin sentirte intimidado. Tú eres todo lo contrario. Resultas llamativo.

—No soy llamativo.

JP señala mi reloj.

—Bonito Movado, ¿es nuevo?

Lo miro.

—Lo compré la semana pasada… —Levanto los ojos para encontrarme con las miradas cómplices de mis hermanos—. ¿No se me permite gastarme el dinero ganado honradamente con el sudor de mi frente?

—Claro que sí —me tranquiliza JP—. La forma en que vives tu vida es completamente aceptable. La casa, el coche, el reloj…, te lo has ganado todo y con creces, pero si quieres conectar con Dave Toney, vas a tener que ponerte a otro nivel. Y eso no significa que te reprimas, porque él ya te tiene calado. Ya sabe que eres un tipo llamativo, pero tiene que verte bajo una luz diferente.

—Ohhh, me gusta cómo suena eso —apostilla Breaker—. Una luz diferente. Eso es lo que necesitas. —Se da un golpecito en la barbilla—. Pero ¿cuál será esa luz?

Irritado, me levanto de la silla y recojo la chaqueta del traje del lugar donde la he tirado.

—Mientras vosotros dos, idiotas, pensáis qué puedo hacer al respecto, yo voy a comer.

—Ojalá Toney pudiera ser testigo de este momento, en el que Huxley Cane no le pide a su asistente que le traiga el almuerzo, sino que, como un hombre cualquiera, recorre las calles de Los Ángeles en busca de su propia comida… —elucubra JP.

Me pongo la chaqueta, a pesar del calor que hace fuera, e, ignorándolos, voy hacia la puerta.

—¿Podrías traerme algo? —me pide Breaker.

—Mándame un mensaje con lo que quieras —digo sin darme la vuelta.

—Con pepinillos. ¡Con muchos pepinillos! —grita JP mientras me acerco al ascensor por el pasillo de las oficinas. Por suerte, las puertas se abren ante mí, así que entro, pulso el botón del vestíbulo y me apoyo en la pared, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

Vas a tener que ponerte a otro nivel.

Ni siquiera sé qué significa eso. Soy un buen ejecutivo; he hecho tratos con mucha gente con la que me he llevado bien, pero también he negociado con personas que desprecio hasta el fondo de mi alma. La diferencia entre Dave Toney y yo es que me importa un carajo quién acepta mi dinero o de quién lo acepto yo. Los negocios son negocios, y si un trato es bueno, lo acepto y punto.

Hoy le he propuesto a Dave un negocio muy interesante; para ser sincero, mejor de lo que se merece. Y en lugar de estrecharme la mano y aceptarlo, se ha quedado sentado en el sillón de su oficina, rascándose la mejilla. «No lo sé. Voy a tener quemeditarlo», me ha dicho después de un rato.

Meditarlo.

Que tiene que meditar mi puta propuesta.

Nadie tiene que meditar los tratos que les ofrezco; los aceptan, y agradecen al mismísimo Jesucristo poder hacer negocios con Cane Enterprises.

Atravieso las puertas del ascensor, me abro paso por el ajetreado vestíbulo y salgo del edificio de oficinas en dirección al delicatessen que está al final de la calle, a dos manzanas. No suelo enviar a mi ayudante, Karla, a que me traiga comida, porque me hace sentir como un gilipollas —a pesar de lo que la gente pueda pensar de mí—, y así disfruto del tiempo que me lleva salir para respirar aire fresco. Bueno, estamos en Los Ángeles, así que hablar de «aire fresco» es una exageración, pero me da un segundo para relajarme antes de volver a sentarme detrás del escritorio, donde controlo operaciones de miles de millones de dólares con el teclado.

Suena el teléfono en mi bolsillo y no me molesto en mirarlo, porque sé que son los pedidos de JP y Breaker. Ni siquiera sé por qué les he dicho que me envíen un mensaje, porque siempre toman lo mismo. Igual que yo. Un Philly cheesesteak con extra de champiñones. Y, por supuesto, con pepinillos. Es nuestro sándwich favorito. No lo comemos a menudo, pero, cuando vamos al deli, lo pedimos de forma habitual.

La acera está más transitada de lo normal. Es verano en Los Ángeles, lo que significa que los turistas están por todas partes, que los viajes en autobús para ver las casas de los famosos estarán a tope, y que conducir por la 101 va a suponer una pesadilla. Por suerte para mí, vivo a solo treinta minutos del despacho.

Cuando me acerco al delicatessen, un todoterreno negro que me resulta muy familiar se detiene delante. Al abrirse la puerta, veo que Dave Toney —hablando del rey del Roma— sale del vehículo. ¿Qué probabilidades había de que ocurriera tal cosa?

Por lo que sea, parece que la suerte está de mi lado. Nada como un buen acercamiento para intentar asegurar un trato. Tal vez JP tenía razón y Dave Toney puede cambiar de opinión cuando me vea recoger el almuerzo. Esto supone, sin duda, un nivel diferente.

Me abrocho la chaqueta del traje y acelero el paso. Nunca pierdo la oportunidad de hacer negocios. Nunca. A medida que me acerco, me pilla peligrosamente desprevenido una mano femenina que sale del vehículo detrás de Dave. Reduzco la marcha y me fijo en esa mano… Una mano pequeña con un anillo de compromiso muy grande.

Mierda, ¿Dave Toney está comprometido?

Asumo que sí, ya que sostiene la mano de esa mujer.

Pero comprometido… Joder, ¿cómo se me ha pasado por alto ese detalle?

Normalmente soy consciente de que…

Mis pensamientos se detienen en seco, y parpadeo un par de veces cuando su prometida se gira y me ofrece una vista de perfil de su figura.

Santo Dios… ¡Joder!

Parece que el compromiso no es la mayor sorpresa del día.

Gracias al vestido ajustado que lleva y a su esbeltez, no me cabe duda de que la prometida de Dave Toney está embarazada.

Dave Toney, comprometido y con un bebé en camino. ¿Cómo…? ¿Cuándo…?

Se despide del conductor, cierra la puerta y mira hacia atrás el tiempo suficiente como para que establezcamos contacto visual. Arquea las cejas en señal de sorpresa y luego se da la vuelta y me saluda con la mano.

—Cane, no esperaba verte en la calle.

Ya, ninguno de los dos esperaba que volviéramos a vernos, pero no voy a dejar que la conmoción de este nuevo acontecimiento me perturbe.

Ha llegado la hora del espectáculo.

Sonrío.

—Estoy disfrutando del bochornoso sol de California mientras voy a buscar el almuerzo para mis hermanos y para mí. —Me acerco a él y le tiendo la mano, que estrecha brevemente—. Este deli se ha convertido en nuestro favorito. Todo lo que sirven está buenísimo.

—¿En serio? —pregunta Dave, sorprendido—. Eso me dice Ellie. Yo nunca he estado, pero me asegura que tienen los mejores pepinillos del mundo.

—A mis hermanos también les gustan los pepinillos. —Le tiendo la mano a su prometida—. Tú debes de ser Ellie.

—Joder, qué maleducado soy… — Dave se ríe, incómodo—. Sí, ella es Ellie. Ellie, este es Huxley Cane.

—Un placer conocerte —dije Ellie con un acento sureño muy dulce que he escuchado antes.

Le estrecho la mano brevemente.

—Déjame adivinar, ¿eres de Georgia?

Una sonrisa le ilumina la cara.

—Sí. ¿Se nota?

Sí, y eso es un buen augurio para mí.

—Mi abuela se ha autoproclamado siempre un «melocotón» de Georgia. He pasado muchos veranos llenos de humedad en su porche, meciéndome en el balancín con ella mientras me ponía al corriente de los últimos cotilleos del pueblo.

—¿De verdad? ¿De dónde es?

—De Peachtree City.

Sus ojos se abren de par en par con deleite y se lleva la mano al pecho.

—Crecí en Fayetteville, al este de Peachtree. Vaya, qué pequeño es el mundo.

Sí. Sí, en efecto. Sobre todo, porque mi abuela reside en San Diego, y, en realidad, yo nunca he estado en Georgia, pero eso es algo que no necesitan saber. Tampoco tienen que saber que reconozco su acento porque salí con una chica de Peachtree City en la universidad. Al final, todo es una cuestión semántica.

Encantado con la pequeña incursión que estoy haciendo en el mundo de Dave, me vuelvo hacia él, solo para ser recibido por un hombre con una actitud muy territorial. Oh-oh… Tiene la mandíbula tensa y el ceño fruncido, y en sus ojos no se refleja ni pizca de humor por nuestro pequeño…, pequeñísimo mundo.

Ese tipo está prácticamente marcando su territorio con un gruñido de ira. No me sorprendería que empezara a dar vueltas en torno a Ellie para orinar a su alrededor.

Dado lo que sabe de mí —que soy el tipo sexy y ligón que aparece en las páginas de Page Six, aunque no sea un título reciente, gracias a Dios—, debe de pensar que soy una amenaza. Algo que no soy. Es decir, quizá Ellie sea una rubia muy atractiva y tenga unos impresionantes ojos azules, pero está embarazada —una pesadilla— y comprometida, y eso la sitúa, por lo tanto, fuera del mercado.

Sin embargo, teniendo en cuenta lo que han dicho mis hermanos, es probable que Dave no lo considere así tratándose de mí.

Lo que significa que tengo que arreglar la situación con rapidez de la mejor manera posible.

Pero ¿cómo…?

¿Cómo puedo hacerlo?

*Bombilla encendida*

¿Has visto ese brillante destello de luz? Sí, se me ha ocurrido una idea. Puede que no sea inteligente por mi parte. Sí, sin duda, no es lo más inteligente que se me ha ocurrido, pero Dave parece estar más tenso con cada segundo que pasa, así que…

Allá voy…

Y no me lo pienso dos veces; famosas últimas palabras.

—Fayetteville, ¿eh? —Me humedezco los labios. Venga, voy…—. Vaya, qué locura. Creo que los padres de mi prometida son de Palmetto. ¿No está al norte?

Sí, «prometida». Ya he dicho que no era una idea inteligente, pero es la mejor que se me ha ocurrido.

—En efecto, Palmetto está al norte —asiente Ellie con mucha alegría, y Dave le rodea la cintura con la mano en un gesto protector.

—¿Prometida? —pregunta después de aclararse la garganta—. ¿Estás comprometido, Cane? —Hay un interés genuino en sus ojos, y la tensión que se estaba acumulando en sus hombros parece disiparse lentamente.

—Sí.

—Ay…, ¡qué sorpresa!

No puedo adivinar sus pensamientos. ¿Me cree? ¿Está poniéndome a prueba? ¿Estaré empeorando la situación de forma exponencial? Espero que no. No quiero perder este trato.

Me niego a que se me escape de las manos cuando estoy tan cerca de conseguirlo. Trabajar con esas propiedades sería muy beneficioso para nuestra cartera, en especial teniendo en cuenta lo que hemos planeado para ellas. Y conseguir un acuerdo con Dave Toney me haría sentir victorioso. Mi mente empresarial toma el control, lo que hace que mi sentido común ondee al viento.

Así que, antes de que pueda cambiar de opinión sobre lo que está a punto de salir de mi boca, trago con fuerza.

—Sí, comprometido y… a la dulce espera.

En el momento en que esa mentira atraviesa mis labios, una sensación de asco se apodera de mí, porque, joder, sé lo mucho que se esfuerzan algunas mujeres para quedarse embarazadas, y mentir sobre algo así…, joder, no me parece bien. Pero, como he dicho, el sentido común ha desaparecido de mi mente en este momento y estoy dejándome llevar por un instinto idiota.

—¿De verdad? —Ellie aplaude—. ¡Oh, Dios mío! —Se palmea la barriga—. Nosotros también. Dave, ¿no te parece emocionante?

—Claro que sí. —La expresión de Dave pasa de novio inseguro y protector a… a una mirada que no había visto antes en él: compasiva.

Comprensiva.

Me atrevería a decir que amistosa.

Me meto las manos en los bolsillos del pantalón del traje para evitar moverlas, y adorno la mayor mentira de mi vida.

—Sí, mi abuela me la presentó en Peachtree. Fue uno de esos amores a primera vista.

Ellie junta las manos.

—¡Oooh, me encantan los flechazos!

Me encojo de hombros.

—Sí, y congeniamos con mucha rapidez. —Intento mirar hacia el cielo mientras pienso en mi imaginaria prometida embarazada y en lo mucho que *gulp* la quiero—. Hemos recorrido el camino un poco al revés, con el embarazo primero, así que supongo que no hemos hecho nada bien, dados los tiempos que marca la sociedad.

—Lo mismo digo —conviene Dave, y lo veo, justo en sus ojos. Una nueva apreciación sobre mí. Esto es de lo que hablaban los chicos. Esto era lo que Dave necesitaba, verme como un «ser humano» más.

Y este soy yo, conociendo a Dave a un nuevo nivel. Conectando con él. En este momento, no me ve como el hombre de negocios sexy que va a por todas, sino como alguien a quien puede invitar a tomar una cerveza y hablar de las preocupaciones que le surgen porque está a punto de ser padre.

Esta podría ser exactamente el tipo de relación que necesitaba. Un poco de charla, una mentirijilla que no va a hacer daño a nadie. No tiene por qué conocer a mi chica imaginaria. Ni siquiera necesita saber mucho sobre ella. Así que la idea me parece mucho más atractiva.

Mmm…, tal vez esto no sea tan mala idea al final.

Tal vez es, en realidad, pura brillantez en su máxima expresión.

Recuerda mis palabras: mañana a estas horas me llamará, ya no dispuesto a meditar mi oferta, sino más bien dispuesto a aceptarla.

Huxley Cane, eres un genio.

—Dave, ¿no sería absolutamente genial que Huxley y su prometida vinieran a cenar?

Ahhh, ¿y ahora qué?

¿Cenar?

Ellie junta las manos.

—Sería guay poder hablar con gente en nuestra misma situación —continúa, echándose hacia delante—. A la familia no le ha hecho mucha gracia que esperemos para casarnos hasta que nazca el bebé. Mis padres son bastante tradicionales.

El sudor me cubre el labio superior e intento mantener una expresión neutral.

Una cita para cenar.

Con mi «prometida».

¡Oh, joder!

Aborta, Cane. ¡Aborta!

—Eso sería maravilloso —dice Dave con una sonrisa jovial.

¡Joder!

—¿Qué tal la noche del sábado? —continúa.

¿El sábado por la noche?

¡Joder! ¡Joder!

Es dentro de cuatro días.

Solo tendría cuatro malditos días para encontrar no solo una prometida, sino una prometida embarazada.

Huxley Cane, no eres un genio, eres un auténtico imbécil.

—Oh, dale un segundo para que lo hable con su chica —dice Ellie. Diría que gracias a Dios por las palabras de Ellie, pero la cita para cenar ha sido idea suya—. ¿Por qué no se lo confirmas a Dave y ya él me dice si podéis? Me encanta cocinar. Podría preparar una comida sureña si queréis.

Mi mente ya está formulando excusas de por qué mi prometida y yo no podremos ir el sábado.

—Y tal vez podamos hablar un poco más del trato —agrega Dave con una sonrisa genuina.

Joder.

Joder. Joder. Joder.

Ahora no puedo decir que no. Correría el riesgo de echar a perder el acuerdo.

Dios…

A pesar de que tengo la boca tan seca como la arena del desierto, trago saliva y asiento.

—Sí… —Se me quiebra la voz—. El sábado me parece bien.

—Genial. —Ellie aplaude—. Oh, ya estoy deseándolo. Voy a hacer acelgas al estilo sureño y la mejor tarta de melocotón del mundo. Dave te enviará la dirección.

—Perfecto —añado con una sonrisa temblorosa. ¿En qué demonios me estoy metiendo?

—¡Oh, cariño, vamos a llegar tarde! Tendremos que ir al deli después de clase, ¿no te importa? —pregunta Dave.

—Siempre que pueda pedir doble de pepinillos… —responde Ellie, y deposita un beso en los labios de Dave.

Aquel gesto me revuelve el estómago. No es que me parezcan repulsivos ni nada de eso, pero es un recordatorio descarnado del agujero que me acabo de cavar yo solito.

—Perfecto, nos vamos a clase de Lamaze: estamos aprendiendo la técnica del parto natural. Estamos en contacto —dice Dave con un gesto.

Les devuelvo el ademán, rezando para que no me tiemble la mano y, sin entrar en el deli, me doy la vuelta y regreso al despacho, con la mente centrada en cómo voy a resolver esta cagada.

Huxley Cane, eres un auténtico idiota.

2

Lottie

Con las manos en el volante, miro fijamente la casa donde pasé mi infancia, que también es mi actual lugar de residencia; una pequeña edificación que pertenece a la familia desde hace años, y cuando digo años quiero decir muchos años. La abuela Pru la compró en los 50, y después la heredó mi madre, que nos crio sola a mi hermana y a mí en ella.

El estuco blanco se ha desvanecido con el paso del tiempo y el color se asemeja más a crema que a cualquier otro; además, el tejado de tejas rojas necesita unas reparaciones que mi madre puede permitirse, pero, a pesar de ello, su novio, Jeff, con el que vive desde hace trece años, quiere ocuparse de ello.

Hablando de Jeff, se encuentra en el patio delantero con unos enormes pantalones cortos vaqueros y la típica camiseta blanca, empujando el cortacésped. Jeff siempre lleva un cigarrillo apagado colgando de los labios, porque, aunque no fuma nunca, le reconforta saber que podría hacerlo si quisiera. No me preguntes por la psicología que hay detrás de tal acto, no la entiendo, pero Jeff es muy bueno con mi madre y ha sido una referencia maravillosa para mi hermana y para mí durante los últimos años. Así que, si quiere llevar un cigarrillo en la boca, que así sea. Podría ser peor.

La cuestión es que, si Jeff está en el patio delantero, no me va a permitir llevar la caja con mis pertenencias del trabajo a mi habitación sin acribillarme a preguntas. Y no quiero que Jeff y mi madre me interroguen. No pueden enterarse de que Angela me ha despedido. Sería un desastre de proporciones épicas.

No, no pueden averiguarlo nunca.

Y no pueden saberlo porque me rogaron y suplicaron que no aceptara ese empleo, que buscara otro en el que no estuviera bajo las órdenes de alguien con quien he compartido una relación tóxica durante años. Pero ya sabes cómo va esto. Los padres no se enteran de nada, nosotros lo sabemos todo, y luego nos tenemos que tragar nuestras palabras cuando nos damos cuenta de que deberíamos haberlos escuchado.

Aggg…

Como no quiero que Jeff sospeche nada, salgo de mi destartalado Volkswagen Escarabajo sin la caja, me cuelgo el bolso al hombro y fuerzo una hermosa sonrisa que sé que le alegrará el día.

—Hola, bichito —dice él, usando el apodo que me puso mi madre hace años.

—Hola, Jeff. —Lo saludo mientras apaga el cortacésped y se ajusta las gafas de sol en el puente de la nariz—. Te ha quedado muy bien la hierba.

—Gracias. Creo que el comité de embellecimiento del barrio tendrá que fijarse en nosotros este año.

Oh, Jeff, siempre tan lleno de esperanza.

Verás, vivimos en la frontera, es decir, a una calle de distancia de The Flats, en Beverly Hills. Y todos los veranos hay un comité que va de casa en casa eligiendo los mejores jardines del barrio para darles diversos premios. Siempre nos hemos paseado por The Flats para admirar los fabulosos y cuidados céspedes que hay, pero son obra de jardineros profesionales, no de los propietarios. Por eso, la semana antes de que los jueces se paseen por el barrio, hay una actividad desmedida incluso aquí, en nuestra casa, porque la última casa de la ruta está al otro lado de la calle, justo después de los arbustos, y, para verla, tienen que pasar ante la nuestra, y Jeff está decidido a hacerse notar.

—Tendrás que conseguir que mamá arregle el tejado si quieres tener alguna oportunidad.

No hay ni una sola posibilidad de que nuestro jardín llame la atención del comité de embellecimiento, que está formado por una pandilla de ricos esnobs que nunca mirarían al otro lado de la calle. Pero es bueno que Jeff tenga esperanzas, sobre todo porque trabaja mucho.

Hunde los hombros en señal de derrota.

—Mira que se lo he dicho. Necesitamos que el tejado esté impecable. Con las tejas rotas nunca vamos a ganar. Creo que un día de estos voy a llamar a los chicos para que lo arreglen mientras ella está en el trabajo. Mejor pedir perdón que pedir permiso.

—Un enfoque muy inteligente.

—¿Qué tal en el trabajo?

Me detengo camino de la puerta principal.

—Genial. Un día típico —dice, sin quitar la sonrisa. Sí, un día típico de deambular por las calles de Los Ángeles, tratando de matar el tiempo antes de poder volver a casa, pues sé de sobra que mi madre y Jeff conocen mi horario y que, si llegara a casa más temprano de lo normal, empezarían a sospechar. Por suerte para mí, durante mi errático paseo, un entrañable vagabundo me ha dicho que me compre unas medias frunciendo el ceño ante mis piernas desnudas. Así que me he premiado con un helado de menta a modo de consolación que, víctima del sol veraniego de California, ha acabado goteando en la pechera de mi blusa blanca; para colmo, he pisado una rejilla de la calle y me he roto el tacón de uno de mis Jimmy Choo de hace dos temporadas, razón por la que estoy entrando descalza en casa.

Sí, ha sido uno de esos días.

—Te ascenderá dentro de una semana, ¿verdad? —pregunta Jeff—. ¿No estás contenta? Por fin podrás buscarte un apartamento.

Inserta aquí un profundo suspiro.

Le muestro el pulgar hacia arriba.

—Sí, muy contenta.

Sin decir nada más, abro la puerta de casa e inmediatamente el aroma a los palitos de merluza caseros de mi madre inunda mis fosas nasales. Dios, otra vez no.

¿Es que no puede tomarse un descanso?

—Jeff, la cena está casi lista.

—Soy yo, mamá —digo, e intento seguir hacia mi habitación, pero, antes de que pueda avanzar por el pasillo, mi madre asoma la cabeza por la puerta de la cocina.

—Bichito, llegas justo a tiempo para la cena.

Le hago un gesto.

—No tengo mucha hambre. —Me llevo la mano al estómago—. He comido tarde. Puede que me tome una manzana dentro de un rato.

—No seas ridícula. Ve a lavarte las manos. —Sí, todavía me obliga a lavarme las manos antes de comer—. Y refréscate un poco. Tendrás un cubierto esperándote.

Suspiro.

—Gracias, mamá. —Llego a mi habitación, cierro la puerta y me deslizo por ella hasta que poso el trasero en el suelo—. Dios, necesito beber algo. —Saco el teléfono del bolso y le envío un mensaje a mi hermana.

Lottie: Necesito alcohol. Mamá y Jeff se van mañana: tenemos todo el día para ir de copas. ¿Te apuntas?

Kelsey, mi «cuasigemela» —solo nos llevamos un año—, como le gusta llamarla a mi madre, es organizadora profesional; sí, yo también me quedé flipada cuando me dio esa información. Básicamente, ha puesto en marcha su propio negocio de orden en casa; va allá donde las personas la contratan para enseñarles a organizar las despensas y que tengan unos armarios más funcionales, es decir, que no tengan basura que no usan en casa. Cuando le pregunté en qué se diferenciaba de todos los demás «organizadores» que se han sumado a la moda de The Home Edit, su respuesta me dejó boquiabierta, porque la ha pensado bien. Se centra en organizarlo todo de forma sostenible. En lugar de animar a sus clientes a utilizar contenedores de plástico transparentes, trabaja con una empresa que ofrece productos de organización sostenibles, fabricados con materiales reciclados. Su método es mejor para el medio ambiente y mejor para la casa. ¿Lo pillas? Me resulta alucinante. Al parecer, está a punto de convertirse en una celebridad, y yo creo en ella. Ahora mismo gana lo justo para hacer crecer el negocio y permitirse solo el alquiler de un pequeño estudio en West Hollywood.

Me llega un mensaje.

Kelsey: ¿No deberías ir a trabajar mañana?

Me levanto del suelo y me desabrocho la blusa antes de devolverle el mensaje.

Lottie: Debería…

Dejo el teléfono y me quito el resto de la ropa, que lanzo a la cesta de la colada sin preocuparme por la mancha de helado. El daño ya está hecho. Me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, y me recojo mi largo pelo castaño en una coleta.

Kelsey: No me digas que esa zorra te ha despedido.

Lottie: Considérame en paro.

Kelsey: Te dije que iba a pasar esto. Es tan… Dios, Lottie, si vuelves a hablar con ella, te mato, ¿me oyes?

Lottie: Créeme, Angela está muerta para mí desde hoy mismo, a pesar de lo que ella pueda pensar.

Kelsey: Déjame adivinar: esa narcisista aún cree que seguiréis siendo amigas.

Lottie: Sí. Oye, por ahora no voy a decírselo a mamá y a Jeff; tengo que pensar algo primero. Pero ellos siguen creyendo que voy a mudarme la semana que viene, cuando me den el ascenso… y ahora estoy en paro.

Kelsey: Tu secreto está a salvo conmigo. Llegaré mañana, alrededor de las nueve, con tequila para hacer margaritas.

Lottie: ¿Puedes traer el cuaderno de ideas?

Kelsey: Ya estoy metiéndolo en el bolso. Voy por delante de ti, hermanita.

Lottie: Te quiero.

Kelsey: Yo también te quiero. Y no te preocupes: lo resolveremos.

Sintiéndome un poco más aliviada, dejo el teléfono en la cómoda; si mi madre ve un teléfono cerca de la mesa, lo coge y lo tira al retrete. He sido víctima de eso una vez, y nunca más. Después de pasarte la noche secando el teléfono, aprendes deprisa a no volver a hacerlo.

Recorro el pasillo hasta el comedor, donde pillo a Jeff dándole a mi madre un casto beso en la mejilla. Le susurra «Gracias» antes de tomar asiento. También se ha cambiado de ropa, y en sus manos no queda ni rastro de tierra del jardín. Sé que volverá con sus tareas después, pero agradezco que acate las normas de mi madre en la mesa.

—Huele muy bien, mamá —miento en cuanto tomo asiento. A Jeff le encantan sus palitos de merluza caseros, pero yo los detesto. Aun así, me los como porque me enseñaron a una edad muy temprana que hay que comer lo que tienes en el plato y no quejarte por ello. La cuestión es alegrarse por tener comida.

—Gracias. He hecho de postre tu tarta favorita.

Eso es algo que compensa tener que tragar los palitos de merluza.

—Eres increíble. Gracias.

Mi madre se sienta y los tres nos cogemos de las manos. Mi madre pronuncia una oración y luego comemos. Por suerte, mi madre me ha dado los palitos más pequeños, y los trago con facilidad ante la promesa de un poco de tarta recién hecha.

—¿Qué tal en el trabajo, bichito? —pregunta mi madre, sirviéndose una cucharada de salsa tártara en el plato. Le pasa la salsa a Jeff, que también se echa una cucharada, y este a mí. Lleno el plato con la salsa porque es la única manera de tolerar los palitos de pescado sin vomitar.

—Genial —respondo; la mentira me hace daño en la lengua.

Al criarme con una mujer fuerte e independiente, he aprendido tres cosas: no se miente, no se engaña y siempre se lucha por lo que se quiere. Bueno, acabo de mentir, porque no puedo soportar contarles la verdad. Jeff y mi madre me dijeron —lo mismo que Kelsey— que era una mala idea aceptar un empleo de Angela. Angela, que es caliente y fría a la vez. Narcisista y errática. Me animaron a que esperara a que me surgiera un trabajo mejor, que ya llegaría la oportunidad para una graduada de la uc Irvine con un máster en negocios.

Que algo encontraría.

Algo.

Pero no llegó nada.

No tuve ninguna oportunidad.

Y me desesperé.

El préstamo que tuve que pedir para pagarme los estudios universitarios me agobiaba, las responsabilidades me devoraban.

Necesitaba un trabajo.

Angela era mi única opción. Me ofreció un puesto temporal en su empresa, con un salario bajo que me obligaba a vivir con mi madre para poder seguir en el sur de California, y con la promesa de que, si hacía bien mi trabajo, al cabo de un año, mi salario se triplicaría —sí, se triplicaría, esa fue la reducción de sueldo que acepté— y tendría un puesto permanente. Mi madre y Jeff aseguraron que solo una tonta aceptaría, porque Angela me iba a fastidiar de alguna forma.

Pero no tuve otra opción. Ninguna. Así que acepté.

Y me he quedado sin nada.

Durante los meses siguientes, se produjo un crecimiento brutal del blog gracias a mí. Empezaron a seguirnos famosos e influencers y, antes de darme cuenta, Angeloop se había convertido en un referente para todo el mundo. Y yo formaba parte de ello. Les solté un «Os lo dije» a mi madre y a Jeff después de que apareciera el primer anuncio en el Today Show. Les dije que tenía que dedicarle tiempo y que todo iba a seguir yendo bien.

¿Oyes ahora sus risas sarcásticas?

No solo no tengo dinero, sino que tampoco tengo trabajo, y dentro una semana —a no ser que les cuente la verdad— no tendré dónde vivir.

Como diría Rachel Green: «Es casi tan genial como una patada en la entrepierna o un escupitajo en el cuello».

—¿Ya has alquilado un apartamento? Sé que viste uno que te gustó en West Hollywood, cerca de donde vive tu hermana.

Cierto, pero, gracias a Dios, mi miedo al compromiso hizo que no firmara el contrato de alquiler. Eso solo habría hecho que la pesadilla fuera peor.

—No me gustaba tanto; no era mi ambiente.

Jeff se ríe.

—Maura, ¿te acuerdas cuando tenías veinticinco años y buscabas un lugar para vivir basándote en las vibraciones que te daba? —Se lleva la mano juguetonamente el pecho—. Qué recuerdos…

Mi madre se ríe y le pasa la mano por la espalda.

—Recuerdo que encontré una habitación en Koreatown donde el inodoro estaba al lado de la cama y lo usaba como mesilla de noche. Fue en esos momentos de mesilla de noche-retrete-asiento cuando pensé: «Vaya, esto es real…». —Mi madre me mira—. Era muy cutre, eso era.

Jeff asiente entre carcajadas.

—El inodoro como mesilla de noche, eso es imbatible. Yo tenía un vecino que me fastidiaba a todas horas con una escoba.

Los miro a los dos.

—Sabéis que casi soy de la generación Z: el sarcasmo puede ser muy hiriente a veces.

Se ríen.

—Eres una millennial muy blandita —dice mi madre—. No pasa nada, bichito. Puedes quedarte con mami todo el tiempo que quieras. Nos encanta no tener privacidad.

Sonríe, y sé que está de broma. Nunca me echaría de casa, pero también soy consciente de que llevan tiempo esperando que me marche.

—Si os gusta no tener privacidad, podríamos hacer una fiesta de pijamas esta noche. Podemos meternos todos en vuestra cama.

Jeff levanta la mano.

—Por favor, conmigo no contéis.

Pobre Jeff, es un buen tipo, y sé que quiere disfrutar de un poco de intimidad. Ha vivido con nosotras desde que éramos pequeñas. Creo que está deseando tener más tiempo a solas con mi madre. Y de esta forma, la culpa se acumula. ¿No es una putada que Angela me haya jodido la vida? Por supuesto, pero si no resuelvo esta cuestión, seguiré privando a mi madre y a Jeff de la libertad que llevan esperando tanto tiempo.

—Nos apetece mucho pasearnos en pelotas por la casa —suelta mi madre, así de sopetón, haciendo que la mire con horror—. Es lo que hacemos siempre que sales con tu hermana. Ponemos algo de Harry Connick Jr., nos desnudamos y bailamos en el salón.

—Dios mío, ¿por qué me cuentas eso? —Dejo el tenedor; es imposible que siga comiendo. A ver, Jeff y mi madre son personas atractivas; él hace pesas en el garaje y ella se mantiene en forma, pero ¡eso no significa que quiera imaginarlos desnudos!

—Solo para que sepas lo que estamos deseando hacer. —Me guiña un ojo y luego moja un palito de merluza en la salsa tártara como si tal cosa.

—Podría vivir sin saberlo. —Me recuesto en la silla y cruzo los brazos ante el pecho.

Mi madre agita el tenedor para señalar mi plato.

—Come, bichito. La tarta está esperándote.

¿Cómo olvidarlo?

Me asomo a través de las ramas desde detrás de un arbusto y veo que Jeff se acerca a mi madre para darle un beso y un apretón en el culo —¡oh, qué gente!— y luego los dos se meten en sus respectivos coches para ir al trabajo. No abandono los arbustos de inmediato; espero otros dos minutos para asegurarme de que no se han olvidado de nada. Dada mi suerte, entrarían en casa justo cuando estoy abriendo una bolsa de patatas fritas.

Cuando creo que no hay moros en la costa, rodeo los arbustos, intentando no engancharme la falda tubo negra con una rama —no puedo permitirme el lujo de estropear ropa buena que pueda usar en las entrevistas—, y atravieso la calle de puntillas con unos tacones negros. Doy gracias a Dios por haber creado los arbustos de dos metros, porque gracias a ellos no se han dado cuenta de nada. Subo despacio por la acera hasta la casa, abro la puerta, me cuelo dentro e inspiro hondo.

Misión cumplida. Aunque ahora me pregunto por qué no he ido hasta casa de Kelsey en lugar de montar toda esta charada.

El zumbido de la nevera es el único ruido en la casa, más bien silenciosa. Todo está en orden, no hay un cojín fuera de sitio ni un solo plato en el fregadero. Es posible que a mi madre le guste esto: la paz. Poder disfrutar del hogar que tanto le ha costado conservar.

No se trata de que yo sea ruidosa, maleducada o una mala «compañera de piso», pero tener la casa para ti, poder hacer lo que quieras en ella sin pensar que alguien puede sorprenderte tiene algo de mágico. Y eso es lo que mi madre y Jeff ansían con desesperación.

Lo sé porque lo mencionan casi todos los días.

Tengo que encontrar un trabajo, y rápido.

No solo porque quiero que mi madre disfrute de paz con Jeff, sino también porque no me queda mucho dinero en la cuenta bancaria y los préstamos universitarios no se pagan solos. Por no mencionar que se acerca la reunión del instituto y sería horrible aparecer como estoy ahora, en paro, hasta las cejas de deudas, usando un vestido de hace cinco años y viviendo en casa de mi madre.

Tampoco es que pueda no aparecer, porque, si no voy, Angela sabrá por qué es, y no voy a darle esa satisfacción.

No, tengo que resolver todo esto.

Vuelvo a mi habitación y me cambio la ropa de trabajo por unos pantalones cortos y una camiseta raída con una imagen de Taylor Swift que tengo desde hace más de una década.

Cuando vuelvo al salón, llega un mensaje a mi móvil.

Kelsey: ¿Todo despejado?

Lottie:Despejado.

Unos minutos más tarde, Kelsey atraviesa la puerta con una botella de tequila y el resto de los ingredientes para hacer margaritas.

—Aquí tienes lo necesario para olvidar todos tus problemas.

Me acerco a ella, le arranco el tequila de la mano y le doy un abrazo.

—Gracias por venir.

—¿Para qué están las hermanas si no? Además, hoy tengo un día poco ocupado. Solo tengo que contestar algunos correos. Me he traído el portátil para poder trabajar un poco.

—¿Mientras bebes? —pregunto, arqueando las cejas—. No me parece una idea inteligente.

—Iremos despacio. —Me mira de forma mordaz—. El alcohol puede aliviar el dolor, pero no va a solucionar nada. A no ser que… ¿Has decidido decírselo a mamá y a Jeff? Porque, si ese es el caso, nos ponemos las pilas. Solo tendremos que emborracharnos y pelearnos por sitio para vomitar en el inodoro en horario de máxima audiencia, dentro de dos horas.

Niego con la cabeza.

—No, no se lo voy a contar todavía. —Con los ingredientes de los margaritas en la mano, las dos nos dirigimos a la cocina, donde dejamos todo sobre la encimera—. No creo que pueda decírselo. Deberías haber visto sus caras ayer por la noche, cuando hablaban de tener la casa para ellos solos y poder bailar por fin desnudos.

—Aggg… —Kelsey arruga la cara.

—Dímelo a mí. Precisamente la imagen menos oportuna mientras intentaba tragarme los palitos de merluza de mamá. —Cojo dos vasos y una coctelera de la encimera. Kelsey abre el congelador para sacar una bandeja de cubitos de hielo. Mi madre, al igual que con el tejado, piensa que la nevera aún está en buen estado—. Estaban entusiasmados con mi marcha, y no tuve corazón para decirles que en este momento sigue siendo algo muy muy lejano. Por eso quiero beberme esta botella de tequila entera. —Me llevo la mano a la cara—. Soy un fracaso, Kelsey.

Se acerca a mí y me da un abrazo. La rodeo con los brazos y la estrecho con fuerza, aprovechando aquel cariño fraternal.

—No eres un fracaso —dice Kelsey—. Te has tropezado con una piedra en el camino, eso es todo.

—Todos me lo dijisteis, me advertisteis que iba a joderme viva en algún momento, y puede que incluso yo lo pensara al principio, pero después de adaptarme al ritmo de trabajo y de demostrar mi valía en la empresa, pensaba que podía confiar en ella. Pensaba que había encontrado mi lugar. —Niego con la cabeza—. Soy una idiota.

—No eres idiota. —Me da unas palmaditas en las manos antes de soltarme—. Pero tal vez hayas tomado algunas malas decisiones.

—Siempre tomo malas decisiones. ¿Recuerdas la vez que me dijiste que no invitara a salir a Tyler Dretch porque decías que le gustabas? Intenté demostrarte que estabas equivocada y lo invité a salir de todos modos. Y él me dijo que prefería salir con la versión más joven de mí. Y eso fue en el instituto. En el instituto, Kelsey.

Se ríe.

—Lo sé. Te dije que no lo hicieras.

—¿Y cuando me compré esos capri de mil rayas de color melocotón? Te convencí de que eran la última moda, pero aún no habían salido al mercado. Me los puse para ir a la playa y se me rompieron en la costura de la entrepierna en cuanto me agaché. No había apretado el culo tan rápido en mi vida.

—Todavía tengo grabada la mirada de horror que pusiste cuando sentiste la brisa del mar en tus partes femeninas. Por cierto, no llevar ropa interior fue otra mala decisión.

—¿Ves? Ni siquiera sé qué es tomar una buena decisión.

—Eso no es cierto. Son pequeñeces. También has tomado decisiones buenas.

—Ah, ¿sí? —pregunto, vertiendo los ingredientes del margarita en la coctelera—. Por favor, dime alguna de ellas.

Kelsey se apoya en el mostrador y se da golpecitos en la barbilla con el dedo.

—Eeeh… Tú…, bueno, hubo una vez… Mmm, oh, ¿y esa…? Tal vez no…

—Por favor, sigue, sigue… —digo secamente—. Me siento abrumada. Apenas puedo respirar de tanto halago.

—Dame un segundo… Sííí…, cuando elegiste hacer el máster. Esa fue una gran idea.

—¿Tú crees? —pregunto—. Porque durante el último año me he dedicado a invertir mi mísero sueldo en pagar el préstamo universitario. Y el máster no me ha servido para otra cosa que para conseguir un trabajo con Angela que ya sabemos cómo ha acabado.

—Ah, me había olvidado de tu préstamo universitario. ¿Tanto debes? —Kelsey frunce el ceño.

Agito la coctelera mientras la miro.

—Sinceramente, no soy capaz ni de mirar los extractos, tengo demasiado miedo. Y como se cargan los pagos solos…

—¿Cuánto dinero tienes en el banco?

Hago una mueca.

Prefiero no pensarlo.

Y sabía que me iba a hacer la pregunta, pero eso no me lo pone más fácil.

Sirvo dos margaritas en sendos vasos.

—No lo sé. También me da miedo mirar.

Kelsey inspira hondo y coge la bebida.

—Bueno, si queremos saber qué vas a hacer, tenemos que arrancar la tirita y echar un vistazo a lo que tenemos entre manos. Necesitamos ser conscientes de tu nivel de desesperación.

Saca el ordenador del bolso y señala con la cabeza la mesa del comedor.

—Es el momento —me anima.

Mierda… Me temo que tiene razón. Es el momento

Me pongo de pie, me llevo el vaso a los labios y doy un buen sorbo. Voy a necesitarlo.

Las dos miramos fijamente la pared que tenemos delante.

No decimos ni una palabra.

No hacemos ningún movimiento.

Solo miramos…

El aire acondicionado se pone en marcha cada pocos minutos, lanzando aire fresco sobre mi acalorado cuerpo. Pero eso es todo. El único movimiento en la casa es el de un mechón de pelo que flota sobre mi rostro apesadumbrado e increíblemente conmocionado.

He oído hablar de tocar fondo. He leído sobre ello. Incluso he visto cómo les pasa a otras personas.

Ayer pensaba que había tocado fondo.

Pero me equivocaba.

Esto…, lo que veo, es lo más bajo que he llegado.

Por fin, después de al menos cinco minutos de silencio, Kelsey se gira hacia mí.

—Diría que tu nivel de desesperación es Defcon 1.

Levanto mi bebida y me termino el contenido.

—Sí —me limito a decir.

Más de treinta mil dólares de deuda y menos de tres mil dólares a mi nombre.

No es suficiente para pagar la fianza y el primer mes de alquiler de un apartamento.

No es suficiente para seguir pagando el préstamo.

No es suficiente para poder recurrir a él.

No.

Defcon 1 es precisamente lo que tenemos enfrente: una guerra nuclear.

—No estabas ahorrando mucho, ¿verdad? —pregunta Kelsey.

—No. —Me llevo la mano a la frente; la gravedad de la situación empieza a calar en mi interior—. Odio admitirlo, pero creo que tengo que ponerme a hacer striptease.

—¿Qué? —balbuce Kelsey.

—Sí, a desnudarme por dinero. ¿Sabes lo que ganan esas chicas? Se forran. —Me separo la camisa del cuerpo y miro dentro—. Tengo buenas tetas, quizá más pequeñas de lo que algunos quieren, pero a otros chicos les gustan pequeñas, ¿no? Son muy turgentes. Y sé… sé moverme al ritmo de la música.

—Los clubes de striptease no buscan gente que se contonee al ritmo de la música de Taylor Swift: quieren que muevas bien las caderas. ¿Sabes hacerlo?

—Nunca se es demasiado mayor para aprender algo nuevo. Se trata solo de menear la pelvis, ¿verdad? Propongo que busquemos algunos clubes de striptease y, ya sabes, observemos a la competencia. Así sabremos qué es lo que gusta en Hollywood ahora mismo.

—Ya te digo yo que no es ese baile de dos pasos moviéndote de lado a lado que haces. Además, mamá te mataría. Y date cuenta de que tendrías que bailar en tanga, y que tendrías las tetas a la vista de todos.

Pongo los ojos en blanco.

—Sé lo que hacen las strippers, no soy idiota. —Me doy un toquecito en la barbilla—. ¿Crees que hacerme un piercing en el pezón incrementaría mis posibilidades?

Parece que Kelsey lo piensa.

—Quizá… Espera, no. —Niega con la cabeza—. No vas a hacer de stripper. Se nos ocurrirá una idea mejor que castigar a los hombres con tus bailes. —Se levanta, me tiende la mano y me ayuda a levantarme—. Vamos a dar un paseo. El aire fresco nos despejará la cabeza. La bebida siempre es una buena idea para olvidar, pero no podemos olvidar porque ahora mismo estamos en modo Defcon 1. Necesitamos ideas, no acabar llorando.

—¿Estás diciéndome que no vas a permitir que me regodee en mi desgracia?

Vuelve a negar con la cabeza.

—No. No tenemos tiempo para regodearnos. A menos que estés dispuesta a decirle a mamá que…

—De eso nada.

—Entonces cálzate, que tenemos que empezar a pensar.

Sin preocuparme por nada más, me pongo las sandalias, cerramos y salimos de casa. Kelsey cruza la calle y gira a la derecha.

—¿Quieres pasear por The Flats? —pregunto.

—¿Tienes ganas de deprimirme más?

—Estar rodeada de casas ricas y elegantes puede ser exactamente lo que necesitas. Inspiración.

La sigo arrastrando los pies, y comenzamos el paseo por el barrio donde se encuentran las mansiones más elaboradas y ornamentadas de Los Ángeles. Las aceras están inmaculadas, sin una grieta en el cemento, y el césped está tan bien cortado que, de un vistazo rápido, una podría creer que es AstroTurf, por lo perfecto que parece. Una mezcla de palmeras y robles añejos bordean las calzadas, mientras que una profusión de arbustos en cascada y portalones de hierro forjado protegen las viviendas de la gente más rica y poderosa.

—Esto es deprimente —protesto con intención de darme la vuelta.

—No, es inspirador. Tienes que cambiar de mentalidad. ¿Quién sabe? Quizá paseando por estas calles nos encontremos con algún ricachón que quiera participar en un caso de caridad.

—Qué maja eres…

Se ríe.

—Ahora en serio, nunca se sabe con quién podemos encontrarnos. ¿No has oído esas historias de personas que conocen a un inversor en un avión y gracias eso consiguen que su producto se venda en todas las tiendas de aeropuerto del país?

—No —respondo secamente—. No conozco esas historias.

—Bueno, pues ocurren. Nunca sabes a quién puedes conocer. —Se ríe—. Es posible que encuentres un marido rico recorriendo estas calles. —Me mira una y otra vez de arriba abajo—. Bueno, vestida así, no, pero…

—¿Sabes?, puede que no sea tan mala idea —digo.

—¿El qué? ¿Buscar un marido rico? —pregunta Kelsey—. Hermanita, estaba de coña.

Pero a mí no me parece una broma. Y, sí, quizá sea el tequila —el poco que teníamos— el que habla, pero tiene que haber algún hombre por aquí buscando a una chica con la que casarse, ¿no? Un soltero que busque un revolcón en su lujosa cama que bien podría convertirse en un enlace para toda la vida… No me opongo a impresionarlo con mis hazañas sexuales. Recuerda, estamos en Defcon 1.

—No, creo que es buena idea.

—¡Oh, Dios! —dice Kelsey en tono exasperado—. Lottie, sé que estás desesperada, pero no por ello puedes dejar de lado la inteligencia. Encontrar un marido rico no es la solución a tus problemas. ¿Qué crees que puedes hacer? ¿Casarte la semana que viene?

—A veces hay flechazos.