Un mundo made in China - Gustavo A. Girado - E-Book

Un mundo made in China E-Book

Gustavo A. Girado

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Beschreibung

El mundo que se configuró luego de la Segunda Guerra Mundial adquirió la forma de los vencedores. China, sumida en ese entonces en un largo conflicto armado, no fue parte de esa definición: sus valores y sus intereses, como los de la mayoría de los Estados asiáticos, no fueron tenidos en cuenta. El país, que supo ser un imperio, transitaba un "siglo de humillación". Pero las cosas cambiaron, y China cree que ha llegado el momento de volver a ocupar el lugar que nunca debió haber dejado. Para conseguirlo, sabe que no puede seguir dependiendo de Occidente, de sus deseos y demandas, pues tiene su propio sueño que alcanzar. China despliega una serie de políticas de alcance global condensadas en la Nueva Ruta de la Seda, el fabuloso proyecto de infraestructura que hoy abarca más de 70 países. Y acelera el salto tecnológico a través del desarrollo científico y el 5G. Al hacerlo, va modelando un mundo a su imagen y semejanza, un mundo Made in China. Esto la hace más interdependiente, la conecta más y más con el resto del planeta, a la vez que limita los intentos Estados Unidos por detenerla. Su ascenso es imparable. Un relato apasionante de la ambición china, en el que el autor afirma que somos testigos de un momento único: tras una nueva "larga marcha", China le disputa la hegemonía a Estados Unidos, que nunca había sido desafiada de esta manera.

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Un mundo made in china

Un mundo made in chinaLa larga marcha hacia la creación de un nuevo orden global

Gustavo a. Girado

Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo del profesor Chen Cai
Prólogo del Embajador Eduardo Zuain
Introducción
Capítulo 1. Un camino diferente. Límites y características de la dependencia tecnológica de China
Capítulo 2. La dependencia estándar
Capítulo 3. La Belt & Road Iniciative como el camino a la independencia
Capítulo 4. Una transformación en curso. De la interdependencia a la dependencia estratégica
Capítulo 5. Tensión entre potencias. Del desacople a la dependencia estratégica
Capítulo 6. Cierre ma non troppo
Bibliografía

Girado, Gustavo A.

Un mundo made in China : la larga marcha hacia la creación de un nuevo orden global / Gustavo A. Girado ; coordinación general de Creusa Muñoz ; editado por Fernando Bogado.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Capital Intelectual, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-614-644-9

1. China. I. Muñoz, Creusa, coord. II. Bogado, Fernando, ed. III. Título.

CDD 327.109

Director: José Natanson

Coordinadora de Capital Intelectual: Creusa Muñoz

Diseño de portada: Emmanuel Prado

Diagramación: Adriana Manfredi

Edición y corrección: Fernando Bogado

Comercialización y producción: Esteban Zabaljauregui

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto451

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante el alquiler o el préstamo públicos.

ISBN edición digital (ePub): 978-987-614-644-9

Agradecimientos

El telón de fondo de la mayor parte de este trabajo lo constituye esta complejísima situación sanitaria mundial. Me limitaré a comentar que el distanciamiento obligatorio (primero ASPO, luego DISPO) implementado en mi país resultó funcional para cambiar el destino que habitualmente le doy al tiempo de viaje de un lugar a otro, en un día cualquiera. Fue una manera muy diferente de hacer las cosas y, del mismo modo que quienes leen esto, me fui habituando paulatinamente a otros ritos, como todos. De la misma manera, el cambio obligado de los hábitos al interior de la familia también puso a prueba varias cosas, entre ellas, la paciencia que me han tenido en casa Sandra y Nicolás (y Arthur a la distancia) para que pudiese avanzar y terminar este trabajo. A ellos dos va mi especial y eterno agradecimiento, así como a los compañeros y compañeras de las universidades donde trabajo quienes, cada uno/a a su manera y vía novedosas plataformas de comunicación virtual, colaboraron con sus opiniones y críticas, siempre bienvenidas. A Alejandro Fiorito, cuya disposición para ayudarme con materiales fue siempre muy valiosa, y va un agradecimiento especial a la Universidad Nacional de Lanús, mi lugar de trabajo y donde supieron valorar mi dedicación a temas no tan populares. A quienes aportan sus palabras para sendos prólogos, va mi especial agradecimiento también por la actitud que han mostrado para cumplir con sus promesas y porque, más allá de ser extraordinarios profesionales, tanto el embajador Eduardo Zuain como el profesor Chen Cai son maravillosas personas con quienes espero poder seguir trabajando en el futuro. Finalmente, sepa quien lee que no ha sido fácil la edición de este trabajo dadas las circunstancias que está atravesando el mercado editorial. De allí que merezca una mención especial la gente de Capital Intelectual, quienes han sido generosos a la hora de tomar su decisión respecto de mi propuesta. A todas y todos ellos va mi sincero agradecimiento.

Prólogo del profesor Chen Cai

El profesor Gustavo Alejandro Girado es director de la carrera de posgrado de Especialización en “Estudios en China Contemporánea” de la Universidad Nacional de Lanús en Argentina, y también profesor de la Universidad de Buenos Aires. También es uno de los expertos más reconocidos de Argentina en Asia Oriental y China. A lo largo de los años, el profesor Girado ha seguido observando los cambios económicos y sociales de China, ha estudiado en profundidad los problemas de desarrollo de China contemporánea y ha logrado excelentes resultados de investigación. Su trabajo ha jugado un papel importante en la comprensión de la experiencia de desarrollo de China para los argentinos, y ha realizado contribuciones sobresalientes para promover el mutuo aprendizaje y una amistosa cooperación entre nuestros países.

Desde finales de la década de 1970, la economía de China ha seguido desarrollándose rápidamente y ha alcanzado importantes logros en los campos económico y social, entre otros. Cómo comprender la experiencia de desarrollo del país es uno de los importantes temas al que muchos académicos extranjeros prestan atención y estudian. El profesor Girado coloca los problemas de desarrollo chinos en una perspectiva histórica de largo plazo para luego analizarlos. Él cree que una de las claves para comprender el desarrollo de China yace en conocer hasta qué punto puede deshacerse de su importante dependencia de los países desarrollados occidentales en términos políticos, económicos y tecnológicos. El profesor Girado señaló que “China era y es dependiente”, por lo que “China hace grandes esfuerzos políticos y materiales para abandonar esa condición [sobredependencia de Occidente]”. Él cree que en esta etapa, aunque mi país aún no se ha desprendido por completo de su dependencia de los estándares técnicos y del sistema de gobernanza global dominado por los países desarrollados occidentales, se encuentra en el camino correcto para ir desde una sobredependencia del mundo occidental hacia una forma de desarrollo de manera independiente. El profesor Girado cree que uno de los caminos más importantes que China siguió para alcanzar el desarrollo económico y la prosperidad fue el de su industrialización, el progreso científico y tecnológico y la cooperación en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que en conjunto le han permitido a China ir deshaciéndose gradualmente de aquella dependencia de los países desarrollados de Occidente, lo que es necesario y de gran importancia para el desarrollo a largo plazo de China.

Por otra parte, la Teoría de la Dependencia fue propuesta por primera vez por el famoso economista argentino sobre temas de desarrollo, Raúl Prebisch, a fines de la década de 1960. Esta teoría cree que existe una relación del tipo centro-periferia en la economía mundial, en la cual, mientras los países capitalistas desarrollados constituyen el centro económico y los países en desarrollo se encuentran en la periferia de la economía mundial, se ha ido conformado una relación de dependencia económica de la periferia respecto del centro (o sea, entre un gran número de países en desarrollo y países desarrollados), tal que los países de la periferia se ven sometidos a algún grado de explotación por parte de los países centrales. Desde entonces, académicos como Gunder Frank, Fernando Cardoso, Enzo Faletto, Samir Amin y otros, han desarrollado aún más esa Teoría. Creen que la dependencia económica de los países en desarrollo respecto de los países capitalistas avanzados perjudica tanto su desarrollo económico como también su calidad, constituyendo la fuente de su continuo atraso y dificultad para progresar. A diferencia de los estudios previos que interpretaron los fracasos económicos de los países en desarrollo con la Teoría de la Dependencia, el profesor Girado se centró en explicar la experiencia exitosa del desarrollo económico de China desde la perspectiva de tratar de deshacerse de su gran dependencia de los países desarrollados occidentales, y explicarla. Esta también es una contribución importante al desarrollo de la Teoría de la Dependencia. También es una nueva interpretación de la experiencia de desarrollo de China.

Por supuesto, existe una relación relativamente compleja entre la dependencia económica de los países en vías de desarrollo respecto de los países capitalistas desarrollados y su crecimiento económico. En circunstancias normales, la mayoría de los países en desarrollo no tienen capital suficiente. Es fácil para los países capitalistas desarrollados controlar muchos sectores económicos (incluso los principales) de los países en desarrollo con capital, lo que hace que estos últimos continúen dependiendo ya no solo del capital sino también de los mercados de los países centrales. Respecto de la tecnología y la absorción del excedente económico generado por los países en desarrollo, hay una cuestión, como lo es la frecuente dependencia de los insumos de tecnología, capital y otros factores de producción que padecen los países en vías de desarrollo de los mercados de las economías desarrolladas, que profundizarán las distorsiones estructurales en las economías de aquellos, y dañarán la sostenibilidad de su crecimiento económico. Sin embargo, el patrón que sigue actualmente la llamada globalización económica ha cobrado forma. Tanto los países en vías de desarrollo como los países capitalistas desarrollados deben abrirse y cooperar a mayor escala, ya que ningún país puede lograr un desarrollo eficiente y sostenible en completo aislamiento, sino será difícil para cualquier país en desarrollo lograr un crecimiento económico sostenido. En definitiva: podrá crecer, pero no sostenidamente.

Mirando hacia atrás en los últimos 40 años de desarrollo, la experiencia más importante del éxito económico de China ha sido su política de reforma interna y la apertura de su economía. Las reformas internas se guían principalmente por la mejora gradual del sistema de economía de mercado, ajustando y mejorando continuamente el funcionamiento del sistema económico doméstico y esforzándose por mejorar la eficiencia en la asignación de factores y recursos, promoviendo la estabilidad económica y el crecimiento sostenible. La apertura al mundo exterior se llevó a cabo principalmente para abrir el mercado interno de manera planificada y, paso a paso, alentar a las empresas extranjeras a invertir en China con capital y tecnología, entre otros factores, apoyar a las empresas chinas para integrarse en la cadena industrial global, entrar en el mercado internacional y participar en la competencia internacional, y hacerlo también activamente en el sistema de gobernanza económica mundial. Por su parte, la reforma consiste en dar espacio y permitir que los mercados nacionales tengan un rol más importante para promover el desarrollo económico. Como lo afirma la Teoría de la Dependencia, la apertura al mundo exterior ha conducido a un mayor grado de dependencia del mercado, la tecnología y el capital de los países capitalistas desarrollados. Internacionalmente, las empresas chinas tienen débil poder de negociación en los mercados de materias primas, y allí operan con bajos márgenes de beneficio. China depende en gran medida de los mercados de los países capitalistas desarrollados. En el terreno de las manufacturas de alta tecnología como chips, aviónica y equipos de precisión, enfrentan el riesgo de ser atrapados por la guerra comercial entre China y Estados Unidos, que ha revelado todos estos problemas de dependencia económica. Sin embargo, si no hay apertura al mundo exterior y no hay capital y tecnología de los países desarrollados, entonces el desarrollo económico de China ciertamente será mucho más lento.

Como todos sabemos, Argentina y muchos otros países latinoamericanos han experimentado reformas neoliberales, y su apertura de mercado ha sido incluso mayor que la de China en el corto plazo. Sin embargo, la mayoría de los países latinoamericanos tienen dificultades para reducir su dependencia económica de los países capitalistas desarrollados. Las razones pueden ser diversas. En primer lugar, China siempre ha insistido en las reformas internas, ha mejorado continuamente la eficiencia en la asignación de recursos, y se ha esforzado por alcanzar estabilidad financiera y económica en el país, creando un buen entorno local para el desarrollo económico. Sin embargo, los países latinoamericanos no pueden lograr estabilidad sostenida en el tiempo para su economía y tampoco en sus finanzas, en particular. Esto sin duda dañará la eficiencia de su desarrollo económico. En segundo lugar, el pueblo chino cuenta con una tradicional creencia respecto de la diligencia y el ahorro. La tasa de ahorro nacional siempre se ha mantenido en un nivel muy alto y la tasa de capitalización de los dividendos generada por el crecimiento económico ha sido también relativamente alta. Por lo tanto, a medida que la economía sigue creciendo, China ha ido reduciendo gradualmente su dependencia del capital de los países desarrollados; en América Latina, en cambio, la tasa de ahorro es obviamente baja y la tasa de recapitalización de los dividendos del crecimiento económico no es alta, por lo que siempre se hace difícil disminuir la excesiva dependencia del capital extranjero.

En tercer lugar, China concede gran importancia al desarrollo de la educación, la ciencia y la tecnología. El número de mano de obra bien educada sigue creciendo y el avance de la ciencia y la tecnología también se está acelerando. Esto hace que la dependencia tecnológica de China de los países desarrollados se reduzca gradualmente; los países latinoamericanos no prestan más atención a la educación que China. La tasa de migrantes laborales altamente calificados desde los países en vías de desarrollo se ha mantenido alta durante mucho tiempo, por lo que les resulta difícil reducir la dependencia tecnológica de los países capitalistas avanzados. En cuarto lugar, China se ha dado cuenta de los riesgos potenciales de la excesiva dependencia de los mercados de los países desarrollados a principios del siglo XXI. Por lo tanto, ha promovido activamente la iniciativa internacional One Belt One Road y ha fortalecido continuamente la cooperación económica con los países en desarrollo, reduciendo así gradualmente su dependencia de los mercados de los países desarrollados. Algunos países latinoamericanos han seguido un camino diferente, reactivos a ciertos esquemas de cooperación económica con otros países en vías de desarrollo e incluso a la apertura de sus mercados, lo que según muchos ha dificultado reducir aquella dependencia del mercado de los países centrales. Además, ante su alto grado de dependencia y los muchos problemas que ello conlleva, los países latinoamericanos no han sido muy activos, mientras que China ha demostrado una firme determinación para deshacerse de su gran dependencia de los países desarrollados mediante acciones deliberadas y prácticas.

Aunque los economistas de América Latina propusieron la Teoría de la Dependencia hace más de medio siglo, previendo los problemas que acarrearía que los países en desarrollo sean muy dependientes de los países desarrollados, no lograron encontrar hasta ahora un mejor camino, una mejor solución, a estos problemas. Por lo tanto, los académicos que están preocupados por el desarrollo de los países dependientes deben explorar continuamente nuevas formas de acelerar el proceso de desarrollo de esos países. Estamos expectantes del impacto de este gran trabajo del profesor Girado: esperamos que sus ideas puedan colaborar para profundizar el conocimiento e interpretación del proceso de desarrollo de China, cómo ha reducido su dependencia tecnológica de Occidente promoviendo la generación de sus propios estándares y, además, que sirva para promover y profundizar la cooperación entre China y Argentina, logrando que el desarrollo que alcancen sea sostenible y del tipo en el que todos se vean beneficiados. También esperamos que China y Argentina prosperen, se desarrollen cada vez más y sean realmente grandes.

Chen Cai

Director Adjunto

Institute for Latin America and Caribbean Studies

Southwest University of Science and Technology

Mianyang, Sichuan, P. R. China.

Traducción: Yuxian Li

Prólogo del Embajador Eduardo Zuain

No hay dudas de que la política exterior de un país se diseña y ejecuta desde el Estado, pero hay otros actores que la sugieren, la nutren, la estudian.

Un ejemplo de ello es el mundo de las academias y las universidades. Gustavo Girado es un reconocido investigador y acompaña desde hace tiempo la maravillosa aventura del encuentro entre argentinos y chinos. Estado, investigadores, profesionales, empresarios, trabajadores, gente de la cultura y los pueblos de ambos países han ido moldeando esta relación a partir de la imprescindible etapa inicial de exploración, para darle luego contenido, definir prioridades y, por sobre todo, apostar con decisiones políticas y económicas, con capital y trabajo.

Hace décadas que el área Asia-Pacífico, y China en especial, son percibidas como un eje central de la producción, el consumo, el crecimiento y el comercio mundiales. La Argentina lo comprendió y los gobiernos del período 2003-2015 dieron el paso inicial y fundacional para una profunda alianza con lo que una vez se denominó el Estado o Nación del Centro. Ese esfuerzo se coronó con la firma de la Asociación Estratégica Integral en 2014.

Hoy, China ilusiona y entusiasma porque abre posibilidades casi infinitas para gran parte del entramado productivo argentino y este libro, con la visión que nos aporta Gustavo Girado, contribuye con datos y razones a esa esperanza. La obra describe con claridad meridiana los procesos de toma de decisiones políticas e institucionales que dispararon el crecimiento, primero, y el desarrollo, después, del gigante asiático, con especial énfasis en la importancia de la autonomía tecnológica como pilar estratégico para la construcción de una potencia que hoy disputa liderazgo en el mundo.

Este es un libro imprescindible porque nos muestra una China con la que queremos profundizar nuestra relación, pero también porque nos deja una enseñanza a los argentinos: no hay desarrollo sostenible por vía de la sumisión.

Eduardo Zuain

Embajador de Argentina

en la Federación de Rusia. Ex vicecanciller.

Nota del autor

Este no es un trabajo de teoría de las relaciones internacionales y/o de historia económica e incluso siquiera sobre teoría en cuestiones de economía política. Sin embargo, deseo advertir al lector o lectora que varias corrientes y conjuntos de ideas científicas que dan entidad a esas disciplinas, así como una cantidad importantes de categorías analíticas que esos conocimientos usan profusamente, aparecen a lo largo de todo este trabajo. No haremos teoría, pero es necesaria (como siempre) para entender lo que intentaremos describir. En esas ciencias sociales, hay corrientes de pensamiento que divergen y no ignoramos los diferentes puntos de vista. No todos son útiles para explicar lo que uno quiere decir. En suma, describiremos hechos y usaremos teorías que los explican y se ajustan a ellos, y no al revés, como varios analistas suelen hacer, forzando los hechos, entreteniéndose en culpar a la realidad cuando no se ajusta a sus principios teóricos.

Introducción(1)

Ningún cambio, ninguna transformación, se da por fuera de las condiciones establecidas por el tiempo. Mejor dicho, por la historia: ese cúmulo de acontecimientos datados que permiten leer, desde el presente, una cadena de hechos medianamente organizados. Para entender el cambio chino que nos proponemos analizar, es necesario trasladarse por un momento en el tiempo hasta el siglo XVIII, cuando la dinastía Qing (1644-1911) era la potencia dominante en Asia. Su sistema político y las instituciones de construcción del Estado se basaron en estructuras heredadas de dinastías chinas anteriores, así como en los códigos sociales y culturales de interacción entre las entidades políticas de Eurasia Central, Asia Oriental y el Sudeste Asiático. Sin interesarnos en desarrollar esos aspectos históricos en detalle, propios de otros registros, queremos detenernos solo en uno de esos episodios con consecuencias que atraviesan todo ese largo siglo. Es un tiempo marcado a sangre y fuego por múltiples motivos, en el cual los británicos, franceses y norteamericanos son protagonistas centrales.

Lo que hoy conocemos como República Popular China antes fue un imperio y, como tal, padeció un espantoso período social, político y económico que los chinos consideran “el siglo de humillación”. Hasta entonces, el comercio internacional de China se orientaba hacia el comercio marítimo intra-asiático y solo un puerto estaba abierto a los comerciantes occidentales. En las décadas previas a la Primera Guerra del Opio de 1839 a 1842, la política de comercio exterior de China hacia el comercio chino-occidental se volvió cada vez más reñida con las ambiciones británicas en Asia.

Lo que queremos contar historiográficamente comenzaría con esa primer guerra, cuando a fines de 1839 comienzan los enfrentamientos (si bien menores, del tipo de las escaramuzas) que van escalando. Luego de una media docena de batallas más serias a lo largo de la costa sureste, las cañoneras británicas terminan venciendo a las fuerzas imperiales. Las tensiones se originan en diferencias no de dos naciones, sino de dos imperios.

Cuando los comerciantes británicos se negaron a prometer que no traficarían opio, fueron expulsados de Macao de acuerdo con la ley china, al igual como lo habían sido de Cantón previamente. Como respuesta, los británicos se establecieron en la casi desierta isla rocosa de Hong Kong. Una vez instalados, no se irían por más de un siglo; primero fueron hostigados, y el enfrentamiento que da origen a la conocida como “Primera Guerra del Opio” se produce en los meses de septiembre y octubre de 1839, cuando se enfrentaron barcazas y juncos de guerra británicos y chinos en ese puerto, y también en Bogue (en las afueras de Cantón). La flota británica completa llegó a Cantón meses después (junio de 1840) y dejaron cuatro barcos para bloquear la entrada al puerto, navegando desde allí y hacia el norte con la mayor parte de su fuerza. Un mes después, bloquearon Ningbo con dos barcos y se apoderaron de la ciudad de Zhoushan, frente a la costa de Zhejiang. Dejando allí una fuerza de guarnición, la flota navegó sin oposición hasta la boca del Bei He, cerca de los fuertes de Dagu que custodiaban los accesos a la ciudad de Tianjin.

Esa primera guerra concluye con la firma de un acuerdo (Tratado de Nanjing, agosto de 1842), que es el primero de varios tratados que va firmando el emperador en la medida que, paulatinamente, China es derrotada, cede y paga. Esos tratados tuvieron tremendas consecuencias para lo que hoy es China. En agosto de 1842, los términos del Tratado de Nanjing, ya traducidos al chino, fueron firmados por los comisionados manchúes y el gobernador general de Liangjiang. El emperador aceptó el tratado en septiembre, y la reina Victoria (reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y desde 1877 también emperatriz de la India) lo ratificó a fines de diciembre.

Se los conoce como tratados “desiguales”, y es desde allí que esa experiencia y cruce de intereses con las potencias de entonces que China moldea una apreciación sobre Occidente. Perspectiva que aún hoy salpica la relación con este lado del mundo. Lo que pasó entonces, hoy, sigue presente en la memoria histórica del país. De otra manera, pero presente al fin.

Desde la Revolución Industrial y durante algo más de cien años queda contenido el siglo de la pax británica, como lo caracterizó Eric Hobsbawm (el siglo largo que llega hasta la Revolución bolchevique). Es el momento de los barcos de vapor, los ferrocarriles y el telégrafo, que aceleran el comercio mundial junto con la industrialización y la producción en masa. Inglaterra se convierte en el primer país en adoptar formalmente el patrón oro, lo que significa que las monedas son convertibles en una cantidad específica de oro, creando estabilidad en los tipos de cambio y facilitando el comercio y la inversión (las naciones más desarrolladas hacen lo mismo). Occidente capitaliza los recursos naturales de las colonias y los mercados extranjeros, utilizando la fuerza y la presión económica para abrir los mercados de China y Japón, particularmente.

Desde entonces, se va medrando el poder militar y político del emperador tanto por revueltas locales (la principal es la Rebelión Taiping, que comienza en 1850) como en luchas con otros imperios (en la Segunda Guerra del Opio, de 1856 a 1860, contra Gran Bretaña y Francia, quedando ratificada la superioridad bélica de Occidente). Estos enfrentamientos incluyeron la pérdida de partes del territorio, que más que vastos eran estratégicamente importantes (las islas de lo que hoy conocemos como Taiwán y Hong Kong, las penínsulas de Corea y Kowloon, regiones de la Manchuria Interior, etc.). Los principios incorporados en el mencionado Tratado de Nanjing no fueron completamente aceptados en el lado chino, y los privilegios que surgían de él parecieron no conformar a los ganadores. En consecuencia, el sistema de tratados no se estableció realmente hasta que los británicos y franceses libraron esa segunda guerra contra el emperador Qing: el nuevo orden no fue reconocido por la renuente dinastía hasta que una expedición anglo-francesa ocupó el propio Beijing en 1860.

Fue en plena rebelión Taiping que Gran Bretaña aprovecha para pedir al emperador revisar el tratado de 1842, porque el acuerdo que había alcanzado China con Estados Unidos después incluyó una cláusula mediante la cual los acuerdos podrían revisarse cada 12 años. Por aplicación de la cláusula de la nación más favorecida (según la cual todos los poderes extranjeros compartían los privilegios que cualquiera de ellos pudiera obtener de sus negociaciones con China), la corona británica embate para conseguir más prerrogativas, que a la postre llevan a la Segunda Guerra del Opio.

En suma, en ese período los chinos cruzaron armas contra lo que hoy es Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y varios otros países de hoy y recortes geográficos que ya no existen. Aunque los tratados de China con Gran Bretaña (1842-1843), con Estados Unidos y Francia (ambos de 1844), y con todos ellos más Rusia en 1858 fueron firmados entre poderes soberanos iguales, en realidad la historia (y el ascenso chino más reciente) los trata como lo que objetivamente constituyeron: capitulaciones del emperador chino de turno para detener el deterioro político, militar y económico del imperio.

Pero el oprobio para la corte china no devino simplemente por firmar acuerdos desventajosos.

Antes de las guerras del opio, ya los británicos y estadounidenses en Guangzhou exigieron el tratamiento de extraterritorialidad porque se habían acostumbrado a la protección de sus propias leyes en sus relaciones con los Estados musulmanes del norte de África y el Imperio Otomano, y habían sufrido los intentos chinos de aplicar su Derecho penal a los occidentales, sin considerar, según Occidente, las normas que usaban los occidentales como criterio de evidencia o el mismo aborrecimiento que les ocasionaban los métodos de la tortura. Esa doctrina de la extraterritorialidad fue un sistema por el cual los ciudadanos de países extranjeros que viven en China estaban sujetos a las leyes de su país de origen. La cláusula de la nación más favorecida en virtud de los tratados aseguró a otros países los privilegios otorgados a Gran Bretaña, y pronto muchas naciones, incluido Estados Unidos, operaron barcos mercantes y barcos de guerra en las vías fluviales de China.

Comerciantes al fin, los extranjeros necesitaban su propia ley de contratos, elemento esencial que aparece en los tratados que se firman esos años. La Primera Guerra del Opio fue el punto de inflexión que suspendió efectivamente el control de la dinastía Qing sobre su política de comercio exterior, y así las potencias extranjeras, en particular las occidentales, tomaron un mayor control sobre las instituciones económicas y políticas clave. Más aún, por el Tratado de Tianjin de 1858 firmado con Gran Bretaña, no solamente se abren más puertos para el comercio británico (y el río Yangtze), sino que se permitió la radicación del representante de la corona (embajador) en la mismísima Beijing, lo que permitía la presencia de embajadores extranjeros allí donde reside el emperador. Por otra parte y más allá del comercio, se establecieron oficinas consulares y tribunales extranjeros en China, eximiendo a los ciudadanos extranjeros que residían allí de la jurisdicción de la ley local. De allí, también, lo del siglo de la humillación. Extraterritorialidad bajo la cual los extranjeros y sus actividades en China se mantuvieron responsables solo ante la ley extranjera y no ante la ley china.

Las ambiciones de ultramar del Imperio Británico cobraron un nuevo y contundente ímpetu con la Revolución Industrial británica, y durante el siglo XIX, las mejoras tecnológicas en el transporte impulsaron un renovado esfuerzo de Occidente para expandir el comercio mundial. Después de 1842, los puertos chinos que anteriormente habían estado cerrados a los comerciantes occidentales se vieron obligados a abrir al comercio y la inversión; en estos llamados “puertos de los tratados”, los aranceles de importación en China eran de tasas reducidas.

La historia nos muestra que el despliegue de las fuerzas británicas estaba vinculado a esa necesidad material de un sistema de relaciones sociales naciente, el capitalismo, que aparecía y se consolidaba en su territorio insular, esto es la aparición de una burguesía industrial que requería de insumos para su revolución manufacturera. No se trata solamente, claro, de ir por territorios e imponerse sobre los residentes locales y sus gobiernos, sino de crear las condiciones para que el capitalismo pueda hacerse de lo mismo que requiere en cualquier lugar, para lo cual también necesita de otro tipo de fuerzas que hagan dependientes a los lugares donde consigue imponerse o someter.

Y es en ese devenir que se produce la aparición de buques de guerra extranjeros sobre el río Yangtze, un elemento vital en China. Ancho y de canal profundo, es el más grande del país. Por allí, los cargueros oceánicos pueden fluir hasta Wuhan, y las embarcaciones más pequeñas pueden incluso llegar a Chongqing. La presencia de barcos de guerra extranjeros en ese río se remonta al final de la Segunda Guerra del Opio.

El Tratado de Nanjing estipulaba que el gobierno del emperador Qing debía abrir cinco puertos costeros a lo largo del Yangtsé (Ningbo, Xiamen, Shanghai, Fuzhou y Guangzhou), para que los extranjeros residan y lleven a cabo actividades comerciales (básicamente, para que los británicos pudiesen comerciar, pero en los hechos abarca a todos los habitantes de origen occidental), y dándole la posibilidad de contar con derechos legales extraterritoriales especiales en favor de los buques foráneos para transitar y controlar libremente el río.

Los puertos de los diferentes tratados se convirtieron rápidamente en ciudades sino-extranjeras donde el foráneo jugó un papel cada vez más importante en la urbanización de China. Cada puerto de cada tratado era dominado por un asta con una bandera blanca del consulado de Su Majestad (británica). Las instituciones extranjeras del lugar, incluido el club, el hipódromo y la iglesia, eran gobernadas por un cónsul británico secundado por los colegas de otras naciones, todos protegidos por cañoneras amarradas en el puerto. En Guangzhou, Xiamen y Fuzhou, la comunidad extranjera consiguió algún grado mayor de protección al establecerse en una isla. En otros (como Ningbo y Shanghai) los extranjeros ocupaban un área separada de la ciudad china por un río, canal, arroyo u otro tipo de camino acuático; estos enclaves costeros comenzaron como ramificaciones de la cultura occidental, como ciudades con colonias europeas. En definitiva, hacían las veces de puestos de avanzada del Imperio. Pero desde el principio tenían un componente chino, porque los extranjeros necesitaban sirvientes y comerciantes locales, tanto como la misma clase alta china.

Primero Estados Unidos, Gran Bretaña y algunos países europeos enviaron buques para patrullar el Yangtze y proteger sus intereses; así es que, desde 1854 y durante 95 años, una pequeña flota de la Marina de Estados Unidos patrulló entre los puertos de ese gran río para proteger a mercaderes, misioneros y propiedades de sus connacionales. Se la conoció como “Fuerza de Patrulla del Río Yangtze”, pero también simplemente como “Patrulla del Río Yangtze”, “YangPat” y “ComYangPat”. Inicialmente, la patrulla se formó a partir de barcos de la Armada de Estados Unidos y se asignó al Escuadrón de las Indias Orientales. En 1868 las tareas de patrulla fueron realizadas por el Escuadrón Asiático de la Armada del mismo país y al comienzo de las operaciones las lanchas patrulleras iban río abajo, sin exceder a Wuhan, y solo podían llegar a Hankou en el extremo. El primer cañonero estadounidense (el USS Ashuelot) llegó a Yichang luego de veinte años del comienzo del patrullaje, en 1874, y avanzó río arriba hasta el pie de las gargantas de Yangtze, a 1.569 km. del mar.

A medida que la situación en China se volvió más complicada (por las mencionadas revueltas domésticas y las guerras con las potencias), el ejército norteamericano fortaleció las inspecciones y, cuando a finales de la dinastía Qing la situación en China se deterioró profundamente, la Marina de Estados Unidos incrementó su patrullaje en ese río. Diversas lecturas dejan saber que muchas personas de la Dinastía Qing creían que la derrota en las Guerras del Opio había obedecido precisamente a que esa Dinastía no contaba con su propia armada.

Según los tratados desiguales a Estados Unidos, Japón y varias potencias europeas, en particular al Reino Unido, se les permitió navegar por los ríos de China. Hasta aquí, este siglo caracterizado por esos tratados fue dominado por los británicos al imponer su política imperial para conseguir liberar el comercio, requerimiento de su industria naciente. Recién después de 1880, la producción de opio nativo de China comenzó a suplantar el producto indio, cuya importación cesó en 1917. Ese comercio de opio de India a China, entonces, había cumplido un siglo bajo los auspicios británicos. Luego y hasta inicios del siglo XX, la invasión del territorio del emperador Qing ya no fue de su exclusividad sino que la compartió con otros poderes con quienes, a veces, fue rival (Rusia, Francia, Alemania y Japón). De alguna manera, la geografía china es escenario de una rivalidad imperial que se manifestaba en el resto de Asia y Africa y que haría eclosión en la Primera Guerra Mundial.

La Armada de Estados Unidos reorganizó la flota de patrulla del Yangtze en 1901 con cuatro cañoneras españolas capturadas en Filipinas (2) y también envió varios botes con cañones que, después de desmantelarlos y trasladarlos, fueron ensamblados nuevamente en Shanghai y puestos a patrullar el río Yangtze, y desde entonces también algunos afluentes. El USS Palos y Monocacy fueron los primeros cañoneros estadounidenses construidos específicamente para el servicio en el río Yangtze; en California se los construyó en 1913, y la Marina de Estados Unidos los desarmó y envió a China a bordo del Mongolia. El Astillero Kiangnan en Shanghai los volvió a montar y los puso en servicio en 1914, y ese año ambos buques demostraron su capacidad para manejar los rápidos del río superior cuando llegaron a Chongqing, que estaba a más de 2.100 km del mar, y luego más lejos, hasta Kiating, en el río Min.

En ese mismo año, 1901, los buques mercantes con bandera estadounidense regresaron al Yangtze cuando Standard Oil Company puso en servicio un buque tanque a vapor en el río bajo. Los japoneses tomaron el control de gran parte del sector medio e inferior del río en la década de 1930, y las hostilidades alcanzaron su climax en 1937 con la violación de Nanking y el hundimiento del Panay por parte de los japoneses, incidente que se constituyó en la primera pérdida de un buque de la Marina de Estados Unidos, en un conflicto que pronto se convertiría en la Segunda Guerra Mundial. Esta guerra puso una pausa y provocó cambios de poder relativo en tanto la ocupación japonesa en China dio cuenta no solamente de las fuerzas locales, sino también de las embarcaciones occidentales que se encontraban allí. Justo antes del ataque japonés a Pearl Harbor, episodio que marca la incorporación de Estados Unidos a la contienda mundial, la mayoría de los barcos de la Patrulla del Río Yangtze fueron traídos de China.

Esos cambios fueron favorables a China, si se puede encontrar algo favorable en medio de la contienda y de ser escenario de disputa mundial mientras a su vez se libra una guerra civil, porque Estados Unidos y Gran Bretaña renunciaron formalmente a la extraterritorialidad que constituía el eje del sistema de tratados (desiguales) en 1943. Estuvo vigente 101 años.

Luego de la rendición de Japón en 1945, la flota de patrulla del río Yangtze se activó nuevamente, cuando el Almirante de la Marina de Estados Unidos, Kinkade, dirigió la 73º Fuerza de Tarea a Shanghai. En suma, en 1922 esa Patrulla se estableció como un componente formal de la Marina de Estados Unidos en China; se disolvió el 5 de diciembre de 1941 y cesó sus operaciones en China, debido a los pocos recursos de la Armada norteamericana, que necesitaba a los equipos de patrulla y sus barcos en otros lugares para luchar contra los japoneses en todo el Pacífico. Reanudó sus funciones en 1945, pero de manera más limitada y con menos barcos –durante la Guerra Civil china–.

Con la victoria comunista en China, y después que el Ejército Popular de Liberación (EPL) ocupara ese río, la flota estadounidense que lo había patrullado durante 95 años se disolvió en 1949. En esos años de pobreza y debilidad político-militar creciente del Imperio primero y de la República después, los buques de guerra y cañoneras extranjeras navegaron libremente en los ríos del interior de China sin ninguna restricción debido a aquellos tratados desiguales, beneficiados por la jurisdicción extraterritorial. Con la fundación de la República Popular, los días en que los buques de guerra extranjeros eran los dueños de los ríos del interior de China terminaron.

Levantarse en la mañana y observar el río, mientras transitan barcos de guerra con la bandera de Estados Unidos hacia un lado, y a la tarde observarlos en su regreso y así durante casi un siglo, es una marca a fuego en cualquier sociedad, y esa imagen que se va impresionando en la retina, también se llama dependencia. Desde la mirada norteamericana, Lyle Goldstein (profesor-investigador en el China Maritime Studies Institute