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Un tesoro viajero es un relato donde se presentan las experiencias de vida de Olivia y Fidelio. Para ellos todo empieza a la edad de los 11 años. Nacidos en el seno de familias, países y costumbres diferentes, buscarán la manera de lidiar con sus rasgos personales más complejos a la hora de adaptarse a la convivencia con su propia humanidad y con la de las personas de su entorno. Ellos transitan por esa difícil etapa de la vida y al cabo de un tiempo se encontrarán con diversos tesoros emocionales que los formarán después como adultos. En nuestras mentes aún son audibles las voces de todos aquellos que nos narraron sus historias y han construido nuestras vidas: abuelos, padres, hermanos y amigos. Ahora es el turno de escuchar otras; un poco más cercanas. Las voces de Olivia y Fidelio narran y construyen sus propias historias. En ellas se entremezclan la realidad y la fantasía y encuentran un punto común: una vida armónica bajo la amistad.
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Seitenzahl: 93
Veröffentlichungsjahr: 2021
SILVIA PATRICIA FARIAS
FELIPE MORENO PERDOMO
Farias, Silvia Patricia
Un tesoro viajero / Silvia Patricia Farias ; Felipe Moreno Perdomo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1750-0
1. Narrativa Argentina. I. Moreno Perdomo, Felipe. II. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Catalina: mi nieta.Quien con su amor hace sonreír a mi niña interior.
Silvia Patricia Farias
A mi padre Antonio, a mi madre Carmen y mi hermano Ricardo.Gracias por coincidir en el universo bajo sus virtudes y sus abrazos.A todos aquellos con los que he compartido mis sonrisas:aún fervientes e inocentes en medio de los planetas.
Felipe Moreno Perdomo
Nació en Quilmes, Buenos Aires, Argentina. Desde pequeña sintió un gran amor por los libros. Su enorme curiosidad la llevó a explorar la espiritualidad, la medicina, la ciencia de los alimentos y la economía. Hoy es profesora en una universidad en su ciudad natal. Adora las flores, el sol y la playa. Le encanta descubrir sabores nuevos. Le gusta el silencio, tanto como compartir momentos maravillosos con su familia y amigos.
Un amable docente y ser nocturno nacido en Bogotá, Colombia. Ama las letras, los libros, la música y el fútbol. Habla varias lenguas para poder comprender mejor el mundo. Aprendiz de ajedrez en sus momentos de ocio. Fiel amigo y seguidor de Batman. Devora tortas de mora, pastelitos y pizzas. Bebe vino y jugos naturales. Simpatiza con los vampiros y los clavicordios. No suele levantarse muy temprano. Mira a través de los prismas del espacio. Duerme con las nubes.
Al alba de un nuevo día Olivia despierta con la certeza de la calma prodigada por el sueño. El dulce aroma de los azahares llena la silenciosa e iluminada habitación. Su pecosa nariz percibe el perfume y ella recrea en su mente un planeta de brisas, manantiales, arcoíris y magnolias. Ella abre los ojos almendrados lentamente. Vuelve a cerrarlos mientras inspira de manera profunda y pausada. No desea escapar del ensueño cautivador que brinda el descanso.
La sensación de un estornudo la aleja del apacible instante. El agudo aumento de la sensación la obliga a sentarse en la cama. Apoya su espalda tibia sobre el respaldo. Estornuda fuertemente, suspira y estira sus brazos como queriendo alcanzar la rama de un árbol. Acto seguido coloca sus pies descalzos sobre el piso de madera lustrada. Se levanta y camina con la actitud de quien descubre un continente nuevo.
Traga saliva y llama: “Mamá… ¿estás ahí?”. La respuesta es el zumbido de una mosca que indiscretamente logró atravesar el tejido mosquitero de la ventana por un agujero. Abre la puerta de su cuarto con cierta inquietud. “Mamiii”, repite con un cantito entonado, mientras se dirige a la cocina. Su voz rebota en los azulejos blancos y brillantes de las paredes que están repletos de pequeñas margaritas. Lo único que se escucha allí es una gota de agua que cae del grifo sobre una taza sucia ubicada dentro de la pileta resplandeciente.
“Habrá ido a comprar al almacén”, piensa mientras tuerce su boca, trazando un simpático hoyuelo en su mejilla derecha.
A través de los años, para Olivia, el jardín se ha convertido en su lugar favorito porque allí el sol ilumina cada espacio. Sujeta los picaportes dorados del gran portón y cierra los ojos. Al abrirlo las bisagras crujen un poco. Empieza a observar el lugar y sonríe. Lo contempla varios segundos y su sonrisa es la confirmación sutil del inventario que su memoria posee del lugar. El jardín de Olivia está dispuesto de la siguiente forma: al norte, la blanca mesa de jardín está compuesta de hierro y mármol. Ella está llena de macetas de barro, de cuyos bordes asoman geranios, pensamientos y violetas que visten de colores un rincón de sombras. Hacia el sur, los jazmines embriagan el aire con su perfume. Hacia el este, los rosales cargados de pimpollos le recrean en su memoria el rojo terciopelo de un listón que atesora celosamente en una cajita de plata. A ella le gusta guardar ciertos objetos: símbolos de lugares, situaciones y personas. Esos son los hilos invisibles que la mantienen conectada a cada recuerdo.
Camina lentamente sobre el césped que recibe sus pies delgados. Las gotas del rocío los acarician y humedecen. Ella imagina que está a orillas del mar y que se trata del saludo de la espuma de las olas. Sonríe. Siente la paz que le proporciona el silencio mezclado con el trinar de los pájaros. Arranca una ciruela de un árbol añoso y la lleva a su boca. Siente en su lengua un sabor ácido que le genera escalofríos. Le agrada.
Unos metros más adelante, cuelgan de la soga unas sábanas blancas que flamean como una bandera en su mástil. Las toca para saber si están secas y, al confirmarlo, descuelga una para tenderla en el suelo. Se recuesta y mira el cielo. Esta mañana las nubes se ven blancas en el firmamento, son como corderitos que corren persiguiendo al viento.
Una suave brisa le refresca la cara. “¡Esto es vivir!”, piensa, mientras desliza sus manos por su rostro, delineando su contorno.
Una sombra parece eclipsar totalmente al sol.“Hola, ¿me querés decir qué hacés acá tirada, Olivia?”.
Tras escuchar esta frase, siente que comienza a gestarse una tormenta eléctrica. La voz que escucha la irrita y desconcentra. “Si mamá ve que le ensuciás la sábana, te faja”, sentencia su hermana que está de pie frente a ella. Desde el suelo se ve inmensa.
Olivia se incorpora, se le acerca y le responde: “¿Y a mí qué me importa? ¿Acaso sos adivina?”.
“Vos estás mal de la cabeza, querida. ¡Si te regañan no vengas a buscar consuelo conmigo, eh!”. Estas y otras frases más pronuncia su hermana mientras se aleja corriendo hacia el interior de la casa. Unas frases a las que Olivia no les da importancia alguna. Un portazo concluye esta escena.
Olivia resopla mientras se cuestiona: “¿En qué habrán estado pensando mis padres cuando decidieron tener tres hijos?”. Hace una mueca de esas que la caracterizan cuando está turbada.
La distrae una mariposa que con gracia revolotea alrededor de su despeinado cabello rojo. Ella imagina para sí una corona de flores impuesta por esta. ¡Ahora logra comulgar con la naturaleza nuevamente!
Una voz agradable, clara y pausada la devuelve a la realidad:“¡Buenos días, mi amor! ¿Cómo ha amanecido hoy mi bellísima Olivia?”.
Olivia sonríe y se acerca tímidamente a su madre que la abraza con ternura, le acaricia el cabello y la llena de besos. “Buenos días, mamita”, le responde, con una voz muy suave, casi angelical.
“Mamá, ¿estás enojada porque tendí la sábana en el suelo para mirar las nubes?”, pregunta Olivia con un poco de temor, recordando los presagios de su hermana mayor.
Su mamá se agacha, la mira fijamente con sus ojos verdes como esmeraldas que resaltan en su rostro níveo y le dice: “Hijita mía, todo lo que te haga feliz es lo importante. La sábana se puede lavar mil veces”. La acaricia otra vez, ahora en su rostro, y le besa la frente. “Te amo, mi nena”.
Olivia hubiese querido congelar ese momento para siempre. En ocasiones, se despierta llorando en la noche, cuando sueña que su mamá ya no está a su lado. Cuando esto ocurre, su madre la consuela diciéndole: “Para cuando mi ausencia en los días y las noches se manifieste, vos serás una mujer y no estarás sola. Tendrás tu propia familia”.
“Vení, querida, vamos a desayunar”. Su mamá le extiende la mano y juntas ingresan a la cocina de la casa. La mano tibia la guía hacia su destino, en el comedor diario del hogar.
Sobre el mantel, adornado con violetas bordadas, su mamá le sirve un té con leche con unos pastelitos que horneó algunas horas atrás. Pela una manzana y la corta en cubos. Los espolvorea con azúcar y un poquito de canela.
“Comé mi vida”, le ordena amablemente su madre con una sonrisa única, resplandeciente.
Olivia endulza el té con tres cucharaditas de azúcar y revuelve. En el interior de la taza, el líquido forma un túnel cuyo centro capta ahora toda su atención. Mira fijo, explora, sigue los movimientos circulares y registra el cambio de colores, a veces más intensos y otras, más pálidos.
“Querida, ¡te vas a hipnotizar!”, interviene nuevamente su hermana.
Olivia se desconcentra, eleva la mirada y vuelve a bajarla. Hace sonar la cucharita en el borde de la taza y la deja a un costado. Muerde un bocado de un pastel e inmediatamente lo humedece con un sorbo de líquido.
“Te juro que a veces pienso que estás sorda”, continúa provocadora.
Olivia la mira fijamente sin decir nada. Sigue masticando y frunce la nariz.
“Por favor, Carola, dejá a tu hermanita en paz”, le ruega su madre.
Carola no entiende que su hermana es diferente. Ella es un volcán en erupción y Olivia el agua mansa de un lago azul y profundo.
Ya en la escuela, Olivia se encuentra formada, como requisito previo para ingresar al aula. La fila de niñas es larga y, como ella es más alta que la media, siempre tiene que estar ubicada al final. Su uniforme está compuesto por un jumper gris, camisa blanca, corbata azul francés, medias de color burdeos y zapatos negros con cordones. Su cabello está bien peinado, recogido en una cola de caballo y el óvalo de su cabeza coronado con una vincha azul. Un escudo metálico enganchado de la corbata presenta varios símbolos emblemáticos de la congregación de las Hermanas Rosarinasy una frase inscripta en latín Ora et Labora (Reza y trabaja).
La fila cambia de sentido y Olivia queda ahora primera. “Los últimos serán los primeros”, se dice a sí misma con una alegría pasajera. Las niñas se dirigen al aula en silencio. Ella busca un lugar en los bancos de atrás. Dispone sobre el pupitre su carpeta repleta de hojas blancas, rayadas y cuadriculadas, y una cartuchera llena de elementos de escritura. Apoya los codos a ambos costados. Las palmas de sus manos sostienen su rostro de niña, mientras escucha atentamente una lección infinita que imparte la maestra. “El territorio argentino, antes de la conquista, estaba habitado por las tribus de guaraníes, tobas, mocovíes, abipones, charrúas, matacos y querandíes entre otros”, cuenta con voz potente mientras recorre el salón de lado a lado como un león enjaulado. El sonido de los tacos de sus zapatos retumba en el lugar.
La niña respira profundo. Por la ventana ingresa un aroma a malta tostada que proviene de una fábrica de cerveza ubicada cerca de la escuela. Esta fue fundada por un inmigrante alemán en 1888.
La ciudad está ubicada a orillas del Río de la Plata. Allí vive Olivia junto a su familia, en un barrio donde predominan múltiples casas de alquiler habitadas por inmigrantes italianos, ucranianos y polacos, en su gran mayoría. Ella es una niña amable y ama visitarlos para escuchar esos acentos raros, cargados de historias de guerra y dolor. Regresa siempre a casa con el pleno recuerdo de los testimonios de vida que ellos le narran: las glorias, las artes, los mitos, los campos cultivados y floridos, las fiestas y costumbres bajo los sosegados cielos que prometieron alguna vez un lejano y eterno júbilo.