Un toque de fantasía - Guillermo Silva - E-Book

Un toque de fantasía E-Book

Guillermo Silva

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Beschreibung

Esta obra se compone de doce historias de diversos géneros, donde abundan el amor, la espiritualidad, el heroísmo y el humor, entre otros temas. En su segundo libro de cuentos, el escritor argentino Guillermo Silva mixtura la realidad cotidiana con pasajes fantásticos, utilizando un lenguaje coloquial y ameno, haciendo de lo lúdico una parte vital en la construcción de los relatos. La búsqueda de la sorpresa y la complicidad del lector es una constante en cada una de las historias. Con la calidez e imaginación de estos cuentos, quien se adentre en las páginas de "Un toque de fantasía" encontrará un libro gratificante de leer

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Seitenzahl: 132

Veröffentlichungsjahr: 2017

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guillermo silva

UN TOQUE DE FANTASÍA

Editorial Autores de Argentina

Silva, Guillermo 

   Un toque de fantasía / Guillermo  Silva. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-767-7

   1. Narrativa. 2. Cuentos. 3. Literatura. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:info@autoresdeargentina.com

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Inés Rossano

Ilustración de portada: Dani Mayo

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Índice

Prólogo

Un café de autor

Llamas en el green

Ecos del futuro

Pesadilla en clave de psicología

Cero a cero

Conducta en los cajeros automáticos

Verdaderamente libre

Hotel Boulevard Atlántico

Un libro salvó mi vida

Sala de espera

Las letras de oro

Como un guiño del destino

Agradecimientos

Al recuerdo de mi papá, en estos cuarenta años de ausencia.

Prólogo

Escribí este prólogo durante un atardecer de abril, mientras una lluvia nostálgica caía sobre mi ciudad. Era una tarde de vidrios empañados, ideal para escribir. Escuchando el sonido de las gotas al caer que rumoreaban un mensaje cifrado, impulsándome a darle forma a estas líneas, diciéndome que ya era tiempo de lanzar una nueva botella al mar con otro puñado de cuentos.

Hace ya algo más de dos años publiqué “20.000 Palabras”, sin saber bien que esperar ni hasta donde podía llegar con aquel pequeño libro. Imposible olvidar el entusiasmo que albergaba mientras escribía el primer prólogo, sin dudas, es el mismo entusiasmo que me abraza en este momento. También recuerdo todas las veces que escribí, borré y volví a empezar por tantas inseguridades… ¡igual que ahora! Pero con el paso del tiempo de un libro al otro, conseguí algunas certezas que no tenía en aquel titubeante inicio. Se han despejado muchos de mis temores y he aprendido algo muy valioso, porque ese primer libro hizo todo lo que podía hasta el día de hoy: hacerme saber que hay personas que disfrutan y aprecian lo que escribo y que son las que dan sostén para que vuelva a intentar esta aventura de publicar en forma independiente.

Y aquí voy nuevamente, desde esta isla solitaria de mis pensamientos, arrojo la botella con estos doce cuentos que respiran inquietos esperando darse a conocer. Y recorrerá un mar de sueños hasta que finalmente llegue a tus manos, creando un puente que nos unirá para siempre, estableciendo un vínculo único y diferente a cualquier otro: el del lector y el autor. Bien lo dijo Walt Whitman: “Camarada, esto no es un libro, quien lo toca, toca a un hombre… me tienes a mi y yo te tengo… salto desde las páginas a tus brazos”. Porque de una u otra manera el autor es su obra y siempre se verá reflejado en ella.

No voy a decir mucho sobre lo que vas a encontrar en las páginas que vienen, aunque si te diré que las historias de este libro brotan de mis experiencias vividas, pero también de cosas que le sucedieron a personas que conozco. Es decir: historias de la realidad cotidiana. Pero como la literatura no sólo se compone de realidad, sino (mucho más) de imaginación y creatividad, le he agregado a cada historia, en mayor o menor medida, un toque de fantasía, esperando obtener un eco de disfrute en el lector.

Y por último, al igual que en mi primer prólogo, vuelvo a anhelar que este libro llegue a ser un buen compañero para ti, con eso, querido lector, bastará para dar como cumplido el objetivo general de esta publicación.

Sinceramente,

Guillermo Silva

Pilar, Buenos Aires, octubre de 2016

Procura también que, leyendo tu historia,

el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente,

el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención,

el difícil no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla…

si eso alcanzas, no habrás alcanzado poco.

Miguel de Cervantes Saavedra

Un café de autor

El lugar escogido fue el café de la Avenida de Mayo y Perú. Pensé que se sentiría a gusto con mi elección, cuando se trata de dos siempre hay que estar en el detalle. No era típico el frío en el atardecer de aquel noviembre. De acuerdo, nada era típico ni lógico en aquello. Tal vez fue la magia del lugar, que en sus mesas cobijó durante tanto tiempo a esa “mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas”, quizás fuese mi devoción al realismo mágico-fantástico de otros tiempos literarios, o simplemente el campo de los sueños, donde todo es posible. Lo único seguro: nada que ver con cosas del más allá, ciertamente con las del más acá.

Había pedido el café de autor y confieso que en mi mente la preferencia fue inmediata. Si bien lamenté por un breve instante perderme la oportunidad de hablar con los otros, la obra de Julio Cortázar ha sido y es una fuente de inspiración tan grande para mí que él fue el primer escritor que se me cruzó por la cabeza en mi último sorbo de café, cuando sólo quedaba la borra en el fondo de aquella pálida taza y aparecieron escritas las palabras mágicas: “La fantasía comienza”. Al instante Julio apareció en mi mesa, sentado frente a mí ante la apatía del resto de las personas del lugar y mi algarabía por el sueño materializado.

–¡Julio Cortázar!, ¡No lo puedo creer! ¡Qué alegría verte!

–Hola Guille, todo bien, aquí estamos, algo sorprendido por tu cita, mirá que tenías a grandes escritores para elegir y viniste a convocarme a mí.

En medio de aquel cordial saludo, repasé visualmente su figura. Tenía la apariencia de siempre, flaco y alto como pocos, abrigado con un gamulán marrón hasta las rodillas, la mirada tierna y extraña, barba corta, sonrisa leve y taciturna y por supuesto, un Gauloises humeando entre los dedos. Su presencia me infundía respeto, pero a la vez irradiaba la confianza necesaria para establecer la comunicación, aún con la distancia que él marcaba.

–Así es Julio, había tantos grandes escritores, pero tengo particular debilidad con tu obra y ansiaba encontrarme contigo, tus escritos han sido una gran inspiración para mí.

–Te lo agradezco, siempre es lindo compartir un café con un amigo argentino, mucho más si es amante de la literatura. Qué bueno que elegiste este lugar, al ver la avenida a través del ventanal me atraviesan innumerables sentimientos, ¡tantos recuerdos vienen a mi mente!

–Escribiste mucho en lugares como éste, de aquí y del mundo.

–Es verdad, como en aquel café de París, en una mesa del rincón, con un cuaderno escolar y mi pluma fuente de tinta negra que me manchaba los dedos. También sitios como estos me sirvieron de inspiración para algunos pasajes de mis novelas, como en Los Premios, donde los protagonistas se juntan antes de partir en el barco.

–Lo recuerdo bien, me gustó mucho esa novela. Aquí está el mozo, ¿qué pedís?

–¿Sirven lo mismo de antes?

–¡Claro! Si bien cambiaron muchas cosas en estos treinta años, el café de aquí sigue siendo el mismo.

–De acuerdo, café negro doble entonces. Tengo mucha curiosidad por saber lo que pasó en estos treinta años, ¿no se usan más los libros? ¿los archivan en microfilms? Me vas a tener que contar.

–Seguro, pero quiero aprovechar los minutos que tenemos. Antes que nada quiero pedirte disculpas en nombre de todos por la tremenda injusticia del 83, cuando volviste al país en el retorno de la democracia y el gobierno de aquel entonces ni siquiera te llamó. Si bien recibiste el afecto de muchos jóvenes que te reconocieron en la calle, lamento que no se te haya dado el reconocimiento que merecías como ciudadano ilustre y por haber luchado, desde tu lugar, por los derechos humanos en nuestro país.

–Me causó mucho dolor, cuando volví no fue para figurar, simplemente quería que le vaya bien al gobierno, pero dejá Guille, ya es historia, me quedo con lo más lindo, eso que mencionaste: que tantos pibes me hayan reconocido por la calle en aquellos días. Me agradecieron todo lo que hacía, me brindaron un cariño conmovedor. La forma en que me abrazaban y asediaban sobrepasó todo lo que hubiera podido imaginar. No se cansaban de hablarme de Rayuela, es increíble como esa novela trascendió tanto, pensar que la escribí en 1963 creyendo que la iban a leer personas de mi edad, con el tiempo me fui asombrando de que eran los jóvenes los que más se identificaban. Decime, ¿alguien la recuerda hoy?

–Te sorprenderías al saber que esa novela aún sigue impactando a miles de lectores que la redescubren día tras día, es considerada un clásico de la literatura hispana.

En ese momento Julio fijó su mirada en mi, aunque no me estaba mirando, sus ojos se perdieron por un instante en el vacío ausente, en un vistazo introspectivo hacia su interior, sin poder ocultar la emoción por lo que le había dicho. ¿Habrá pensado alguna vez que su obra trascendería hasta tiempos que él nunca llegaría a ver? Le había dicho “Te sorprenderías…”, me pregunto si realmente se habría sorprendido o quizás siempre lo supo, siempre conoció que su escritura única y original traspasaría las generaciones venideras y sobreviviría con frescura el paso del tiempo.

–Decime Guille, ¿qué ha pasado en la Argentina en los últimos años? Quiero saber.

–Ya te voy a contar Julio, pero primero tengo que preguntarte más cosas, tené en cuenta que fui yo el que ideó este encuentro.

–¡Carpe diem! (dijo Julio entre carcajadas), tenés razón, la iniciativa fue tuya, dale, preguntá nomás.

–Así como yo, tantos escritores en el mundo que recién empiezan y que te admiran, si tuvieran oportunidad de este encuentro creo que te pedirían que los aconsejes. ¿Qué les dirías?

–Si quieren escribir, lo primero que deben tener es oficio. A escribir se aprende escribiendo. El escritor pasa largas horas en soledad, porque básicamente la literatura es eso: soledad. Se escribe en soledad, se lee en soledad. Nunca se consideren escritores profesionales, como tantos otros cogotudos lo hacen, simplemente para obtener status. Busquen permanentemente hacer su mejor obra. Yo no creo haber escrito cuentos perfectos aunque me llevo muy bien con ellos, pero después de haber escrito algo me daba cuenta que faltaba más, que había algún vacío, entonces intentaba llenarlo en el próximo cuento.

Mientras él hablaba, yo sólo podía atenerme a escuchar, en mi silencio mezcla de admiración y respeto, grabando cada una de sus palabras en mi mente. Hasta que interrumpió sus consejos movido por la curiosidad.

–Bueno, pero me vas a contar sobre los últimos treinta años en Argentina. Tengo muchas ganas de saber, ¿cómo terminó el gobierno de Alfonsín? ¿Volvieron los milicos o aprendimos a cuidar la libertad de una vez por todas?

–No seas impaciente Julio, cuando termine de preguntarte las cosas que quiero saber te cuento todo. Ahora hablemos sobre un tema que te quedó pendiente: el premio Nobel, por mi parte siempre creí que fue injusto que no te lo dieran.

–Hubo grandes escritores en mi tiempo y pienso que tal vez mi escritura un tanto “rara” para algunos y mi compromiso político, pudieron haber influido negativamente como para que me tengan en cuenta. Quizás de haberlo recibido lo hubiese donado a alguna causa revolucionaria.

–Te vas a poner contento en saber que en el 2010 se lo dieron a un amigo tuyo.

–¿En serio? ¿A quién? Verdaderamente provocás mi curiosidad ¡contame ya! dale, no jodas.

Entonces dejé de preguntarle cosas, no porque hubiese terminado de hacerlo, sino porque él estaba tan impaciente de que le contara de Argentina, su Argentina, mi Argentina. Pasé un largo rato haciendo el repaso de nuestra historia reciente, la salida anticipada de Alfonsín, el golazo de Diego a los ingleses y el título, los diez años menemistas, la hecatombe del 2001 y el viento de cola de los primeros años con Kirchner hasta llegar a nuestra primera presidenta de la historia, en algún momento se le escapó alguna palabrota mientras masticaba rabia diciendo “no aprendemos más”. También repasamos algo sobre el mundo, claro, lo primero que preguntó fue por Cuba, pero también hablamos sobre Mandela, Internet, las torres gemelas y los cambios climáticos. No dejó de sorprenderse por cada cosa y de alegrarse por el Nobel de su amigo Vargas Llosa.

Para cuando se hizo de noche y las luces de la avenida parpadeaban su encendido, entendí que había llegado el final del juego, entonces él se puso de pie y con su pinta de grandote bonachón se anticipó a agradecerme la oportunidad de poder retornar a su país, de volver a disfrutar de un café en Buenos Aires y del color de sus calles que, según dijo, nunca cambia. Aunque por esas casualidades de la vida le tocó nacer en Bélgica, Argentina fue siempre su patria, la tierra de su niñez y la de tantos de sus cuentos y novelas. Lo vi salir del café y perderse por la avenida entre la indiferencia de la gente, tal vez buscando el subte de la línea D o el colectivo 68 para emprender un nuevo viaje, siendo él un viajero, uno que siempre volvió y siempre está.

Llamé al mozo y pedí otro café de autor. Ansiosamente busqué el momento de terminarlo para saber si en el fondo de la taza, en este juego de fantasía, aparecería algún túnel, una charla en la catedral o tal vez tendría algún tiempo de soledad, como unos cien años, quizás.

Llamas en el green

A mi compañero de secundaria

Mauricio Donkin, un héroe.

Pasado el tiempo, Mauricio no recordaría el tema del que hablaba con su esposa por el celular en ese momento, pero sí le quedaría grabado en su memoria el rostro aterrorizado de su compañero de trabajo, que parado frente a él en uno de los cuidados greens del club de golf del cual era caddie desde hacía veinte años, le hizo una seña extendiendo el brazo para que se diera vuelta y mirara a la enorme aeronave envuelta en llamas que venía hacia ellos. Fue en aquel instante en el que la vida de Mauricio ingresó en algo que le pareció como un sueño aterrador, como si se adentrara en una película de horror y espanto, o como si al dar vuelta la página de un libro en el cual estuviese leyendo una bella historia, repentinamente todo cambiara a un relato inesperado de pesadilla de muerte.

En aquella joven noche de fin de agosto, un Boeing repleto de pasajeros fallaba en su intento de despegue y seguía de largo por tierra en una alocada carrera, atravesando los límites del aeroparque e impactando en el camino con una estación de servicio de combustibles. Continuó su trayecto convertido en una enorme bola de fuego, portando la muerte en su interior, rompiendo los alambrados del club de golf y recorriendo con sus últimos ímpetus una de las canchas. Los designios divinos ubicaron a Mauricio a pocos metros de allí, en el bar del club, finalizando una jornada de trabajo en compañía de amigos y otros empleados del lugar, cuando vieron el avión en llamas que detenía su marcha al incrustarse violentamente entre un montículo de tierra y un bunker de arena pegado al green del hoyo 17.



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