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Un vuelo a la cima nos presenta la historia de un ambicioso joven neoyorquino que busca posicionarse en la cúspide de su profesión, sin importar a qué costo, sólo para llenar un vacío existencial que lo atormenta desde su interior. Pero al conocer a un anciano piloto de guerra quien, con su historia, lo lleva a viajar a través del tiempo a la Italia ocupada por los nazis, su vida dará un vuelco por lo que deberá hacer una introspección y alcanzar la verdadera cima.
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Seitenzahl: 239
Veröffentlichungsjahr: 2023
ANDREA ELISA RIGORES
Rigores, Andrea ElisaUn vuelo a la cima / Andrea Elisa Rigores. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3593-1
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Esta obra está dedicada a mi madre espiritual, América,gracias por transportarme a otras épocas con sus historias.
A mi madre, Marsella, gracias por apoyarme y siempreser mi primera lectora.
A mi abuela, Milagros, gracias por ser siempre un ejemplo e inspiración de amor.
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
“La cima del mundo” es la frase apropiada para darle inicio a esta historia, es mi hábitat natural, mi día a día, solo pocos llegamos hasta aquí a tan temprana edad, este joven apuesto y musculoso, bronceado, de ojos ámbar y cabello castaño claro peinado hacía atrás, con las manos de diestro pianista, estoy en la cima.
Cada mañana la luz de sol se cuela por los enormes edificios, en el fondo puedo ver ese naranja, que me da energías para seguir, me gusta despertar antes del amanecer, tomar algo, un café, correr unos kilómetros en el parque, mientras la música y la vista retumban mis sentidos, es en este momento cuando no pienso en nada, solo está la “nada” es el momento donde solo estoy yo, quizás es el instante más íntimo del día, miento, porque la vista de una exótica modelo ejercitándose o una señora de sociedad con su entrenador personal, sudando y derrochando sensualidad me llevan a otra dimensión, pero hoy no está ni una ni la otra, ya el frío se empieza a apoderar de New York, debo darme prisa.
Mi rutina diaria, la cual no ha cambiado desde que me mudé a esta ciudad ya hace unos años, es la misma. Ejercicios, ducha, ropa, desayuno, vistazo en el espejo para salir a la selva de cemento y acero. Creo que lo único que ha cambiado es mi residencia; primero fue un modesto cuarto en Brooklyn, ahora es un departamento en Upper West Side, el próximo será en el East Side, quizás sea más pronto de lo que pienso.
Ya en movimiento, me sumerjo en el tránsito por las congestionadas y bulliciosas calles de Manhattan con dirección al sur, observo los enormes edificios y mis primeros recuerdos en esta isla, galopan en mi cabeza, no era un recién llegado dispuesto a hacer su sueño realidad, sino un niño ilusionado, cogido de las manos de sus padres en unas vacaciones de verano. Recuerdo cómo mi padre me contaba cada historia de cada edificio o hacía citas de películas filmadas ahí o cerca, esas fueron las últimas vacaciones, como familia, después de ese viaje, todo cambió.
Volviendo la atención a mi camino, me percato que ya me encuentro entrando al enorme edificio de cristal y acero que prometí conquistar.
La jovialidad, la responsabilidad y el compromiso son cualidades que siempre he derrochado, todos se rinden ante mí, hombres, mujeres, jóvenes, viejos. Hago que la gente se sienta cómoda, por ello, al entrar en los pasillos de la Compañía no puedo dejar de oír solo frases cargadas de simpatía y admiración, algunos me dicen “joven maravilla” o “la sonrisa del millón”. Había conquistado ese sitial con tan sólo veintinueve años, mucho más de lo que mi padre habría conseguido a sus sesenta y cinco años, cuando se retiró de la compañía aseguradora. A mí, con mi astucia natural, mi encanto de hombre jovial y seductor me habían hecho ascender, escalando posiciones en tan solo siete años. En este tiempo alcancé ser el representante de compras más joven de la Costa Este, lo cual genera también suspicacia, envidia y celos, así como juegos divertidos entre los demás empleados, quienes hacen apuestas en los pasillos donde supuestamente a los treinta y cinco ya estaría en “La Junta” o los malsanos rumores de que me acuesto con mi jefe.
A la “Junta” solo llegan los predestinados, y yo, cómo no conseguirlo, si poseo tantos talentos, así como he dedicado tiempo y esfuerzo para lograrlo, eso sí, conseguirlo a los treinta y cinco me parece algo tan lejano.
Mi trabajo es sencillo, solo debo ir a ciertas localidades asignadas, convencer a las personas que me vendan sus inmuebles, terrenos y demás, en los términos y condiciones que la compañía está dispuesta a ofrecer en un tiempo determinado, porque el tiempo es dinero, y la tardanza es pérdida en números rojos para los accionistas. Esto es un claro ejemplo de cómo es el mercado de bienes y raíces, un mar lleno de tiburones hambrientos y deseosos de clavar sus colmillos porque aquí nadie tiene dientes, y el pequeño y débil pececito no llega ni siquiera a formase porque es destruido, o tiene que mutar. Pero mi empleo no solo se limita a eso, porque debo contactar con las autoridades locales y gestionar permisos, resolver uno que otro conflicto con los títulos de propiedad e inclusive recibir a las empresas contratistas, delegar en un supervisor que asuma los proyectos de construcción, los cuales van desde complejos turísticos para la clase media americana o los nuevos millonarios y ricos de Asia y Rusia, centros empresariales o comerciales, por ende, no puedo disfrutar mucho de mi cómoda y amplia oficina, dos veces mayor que la de mi padre, comentario que siempre le acoto a mi madre por teléfono, ya que tampoco puedo visitarla a menudo porque estoy viajando constantemente o estudiando “las misiones a resolver”, me siento como un James Bond del mercado inmobiliario, pero a diferencia del ávido agente inglés mis armas son hechas por mí, mi presencia, mi sonrisa, mi conversación, eso deslumbra a los dueños de las tierras, que por lo general se encuentran fuera de los Estados Unidos, y pueden ir desde la paradisíaca Costa Rica hasta la cotizada Dubái, según la región y la cultura adapto la estrategia, mi apariencia, mi conducta y modales, porque gracias a mis estudios de psicología durante la universidad, he comprendido y como ya mencioné antes, que haciendo sentir a las personas como en casa y en confianza puedo obtener de ellos lo que necesito.
Mis encantos no solo se limitan a mi trabajo porque día a día también los pongo en práctica en las salidas nocturnas en las localidades que me corresponden conocer, eso sí tengo una regla de oro, cuando conozco una hermosa mujer, la cama será nuestro destino y por una noche o día la haré sentir el centro de mi universo y amada, pero sin involucrarme, no hay tiempo para ello. Primero lo primero “La Junta”, realmente no me hace falta una relación amorosa, nunca he tenido apegos a nadie, esas cosas solo le pasan a los personajes de películas románticas o mujeres desesperadas e inclusive hombres desesperados por sentirse amados o apreciados, mi única relación de años es Armani, eso no me hace sentir mal, por lo que mis misiones o “caza” son todo para mí, y en especial una que está tardando más de lo normal.
En New York se puede encontrar una buena cama con facilidad, y en ocasiones suelo hacerlo, pero prefiero lo exótico que me puedan proporcionar mis viajes, no quiero tener el desagradable reencuentro con una mujer a la cual mentí vilmente, o mucho menos perder mi tiempo elaborando un complejo entramado de “perdí su número, o me casé e inclusive de que soy gay”, ya he aprendido la lección con anterioridad, no quiero repetirlo.
Puede parecer que soy un cobarde, de esos hombres que le temen al compromiso, pero no es así, simplemente no está en mis planes, compartir mi tiempo así como ceder mis preciados espacios a una relación que quizás no llegue a nada, soy pragmático por naturaleza, y hoy es uno de esos días para estar más focalizado en ello, por lo que le dije a mi asistente con encarecida insistencia que solo estaría disponible estrictamente para mi jefe, ya que me concentraría en mi hasta ahora “misión más compleja”.
En el Norte de Italia, específicamente en las costas de Lazzio, la Compañía desarrollaba su primera inversión europea (en euros) y con ello esperaban darse a conocer y conseguir más socios en dicho continente, todo ello a través de un complejo vacacional que estaría comprendido por departamentos, casas, complejos de piscinas, centros comerciales y un centro de conciertos. En mi primera incursión un año atrás conseguí varios terrenos, y ya para este otoño se inaugurará la primera etapa que corresponde a pequeños Tonhouses, pero la otra parte estaba sin empezar tras la negativa del dueño a vender tan si quiera un metro, yo no lo conocí ni negocié con él porque tan peculiar caballero no quiso ni recibirme o escuchar alguna oferta, por lo que he estado todo el año investigando, enviando cartas, correos electrónicos a los representantes legales del quisquilloso hombre.
En mi escritorio de moderno diseño se esparcen en un desorden —poco habitual en mis espacios— las fotografías, documentos, cartas, mapas, croquis, propuestas de construcción para dichos terrenos y algunas ofertas de socios y de posibles compradores. Eso no es parte de mi trabajo, pero siempre lo hago y me he consagrado en este negocio por lo versátil de mi desempeño, pero sin el encuentro cara a cara ¿Cómo podría conseguir mi objetivo? De pronto mi creciente y habitual frustración se rompe con la entrada de un mail en mi buzón de Gmail, era Claudio Napolitano, el abogado del quisquilloso, finalmente había decidido recibirme, quiere verme el mismísimo señor Phillips de inmediato, era tanto el afán del hombre, que quería que partiera de inmediato. Sin pensarlo dos veces me pongo manos a la obra para organizar mi travesía, tan sólo con unas cuantas llamadas a unos apreciados conocidos, quienes habían cedido a mis encantos, consiguen proporcionarme el equipamiento y recursos para ello. Pero hay un inconveniente, si Phillips quiere vender porque está muriendo, cómo puedo hacer los trámites tan rápido.
La solución viene a mí al recordar al muy estimado Bill, un abogado del departamento de jurídicos. Él, hombre serio y solemne como lápida, en un viaje que hicimos a Colombia se enredó con dos chicas de catorce años, casi convirtiéndose en un escándalo del tipo FBI, pero gracias a mis conocimientos en español, capacidad para persuadir y sobornar a los funcionarios policiales, así como a los padres de las chicas se salvó de una grande, quizás hasta su matrimonio perfecto de diecinueve años se hubiese salpicado, por lo que su agradecimiento no me consternó, porque mi apreciado conocido en unas dos horas resolvió el papeleo, para ello, dejo de hacer todo lo que tenía pautado en su agenda para darme lo necesario para una perfecta compra a la cual solo le faltaba la firma de Benjamin Thomas Phillips.
El J. F. K. se ha convertido en un sitio familiar para mí, por lo que no demoro mucho en estar sentado junto a mi puerta de embarque, para emprender mi vuelo. Llevo conmigo todo lo necesario para el viaje, así como mantengo a la mano mi laptop cargada, mi maletín repleto de documentos, mi costoso juego de plumas Mont Blant y mi pequeño libro de “Aprenda italiano en diez días”. Ojeo el libro por un par de minutos, repaso las lecciones que voy a utilizar apenas aterrice, necesito aprender a pronunciar la “r” sin un acento tan marcado, por lo que realizo unas cuantas repeticiones de palabras y frases. De pronto, oigo un llamado y abordo mi avión.
Durante mi vuelo, decido tomar mi maletín, sin dudarlo tomo los documentos y fotografías para repasar la lista de cosas que he empacado, así como la documentación y respaldos de mi investigación sobre Phillips, pero ni siquiera pude abrir la primera carpeta de color gris para mirar porque el sueño me venció en una batalla silenciosa, para la cual ni siquiera tuve ocasión de prepararme. Luego de unos minutos de lectura poco reflexiva, mis ojos se van cerrando poco a poco.
Tras unas horas de descanso, abro mis ojos de par en par, con algo de confusión sobre mi situación. Raídamente examino mí alrededor, hay pocos viajeros, quizás es la época del año, o por la crisis económica mundial, donde ya muchos no se pueden dar el lujo de la primera clase, lo cual me reconforta y relaja un poco, este negocio es muy importante para mí y me ha causado algo de estrés.
Retomo mis documentos, esta vez con más atención, lo primero que me pongo a estudiar y revisar es lo que voy a comprar, varias hectáreas junto al mar, una villa llamada Gretta, un boulevard, compuesto por cinco locales de mediados del Siglo XIX y un pequeño teatro hecho en los años cuarenta, todo ello será demolido en unas semanas seguramente, pero hay algo que capta mi atención mientras leo, el cambio de nombre de la propiedad. Antes que Phillips la comprara la villa era conocida como Fiore Da Milano, pertenecía a una familia de Milán, cuya fortuna se sustentaba en sus fábricas en dicha ciudad y un viñedo a unos cuantos kilómetros de Roma. Phillips las compró todas en la época de posguerra a María Germanotta, la heredera de la familia milanesa. Mientras que la fortuna del futuro vendedor, ya no era quisquilloso, procedía de una herencia de empresarios del acero de Pittsburg acentuados en Chicago, nunca tuvo hijos, vivió desde que compró la casa en ella, anteriormente vivió en Oxford donde cursó estudios. Hombre solitario y excéntrico, según muchos, fue héroe de guerra durante la Segunda Guerra Mundial destacándose como piloto inclusive para la Real Fuerza Aérea y coleccionaba aviones de la época, todo un personaje, se puede decir, mis ojos se están cerrando, he perdido ante el cansancio.
Al pisar suelo italiano la ansiedad se va apoderando de mí, quiero llegar cuanto antes a reunirme con Phillips, durante el largo vuelo había pensado y estructurado lo que diría, inclusive antes de subir al avión en mi investigación del cliente había leído mucho sobre aviones y la Segunda Guerra Mundial, así como de la historia de la villa, lo cual me desconcertó, cómo alguien podría vivir en esa villa, en la cual se llevó a cabo una masacre. Para mi fortuna y gracia de los clientes en espera para las propiedades que se van a construir allí, ese tipo de información ha quedado sepultada en la memoria de muchos e inclusive del pueblo aledaño, además, ellos son rusos, hindúes, chinos, todos nuevos ricos, no están relacionados, ni interesados al igual que yo en conocer detalles o tener alguna lección de historia europea, sólo buscan un rincón aparentemente glamoroso en Italia para vacacionar y gastar su dinero. Pero en este momento ni en los clientes puedo pensar, solo en el gran recibimiento y bonificación que recibiré en la compañía, un paso más para llegar a “La Junta” los que apostaron por treinta y cinco se equivocaron.
Como relámpago me dirijo a la estación de tren, donde tomo el primero que conseguí, no me importa que no sea de primera clase, solo quiero llegar a mi destino lo más pronto posible, una vez más repaso las propiedades, los avalúos, el contrato, las palabras de mi jefe:
—Streekland, si esto sale bien, en poco tiempo estarás sentado con nosotros.
Deseo que el tren aumente su velocidad, que el tiempo pase más rápido, que Phillips firme y ya, no me haría cruzar el Atlántico para decirme que ¡NO! pero el tiempo estaba estancado. El paisaje cambia con lentitud, al igual que los minutos en mi reloj, una anciana me sonríe y mira fijamente, yo solo quiero ignorarla, pero su mirada me persigue, por lo que me decido a dormir, pero el hambre no me da tregua. Un panini y un jugo de manzana aliviarán mi pesar, luego galletas de chocolate y un cupcake de frutas, esto tendré que quemarlo en el gimnasio.
Al cabo de unas tres horas llego finalmente a mi destino, bueno, no exactamente. Necesito un auto, estoy agitado y ansioso, respiro con apremio mientras batallo contra mi más reciente obstáculo, conseguir un Rental Car. Luego de parlotear con los coloridos lugareños consigo la equis en mi mapa del tesoro, mi premio es un Fiat 500 color rojo, algo pequeño y poco ostentoso para mi gusto, pero rápido y fácil de llevar. En mi última visita tuve un chofer, el conversador Lucenzzo, que en un viaje de cuatro horas y media no paró de hablar, cantar y acotar anécdotas que no me interesaban, por lo que este viaje a solas será más placentero y a gusto. Estar ya conduciendo calma algo mi ansiedad.
Con los ojos puestos en el camino y mis manos en el volante navego por el pavimento de la estrecha carretera rural por unas cuantas horas, empiezo a sentir cómo el cansancio me presiona la espalda mientras conduzco, lo ignoro, toda mi atención la fijo en el camino, el cual luce más sinuoso que en mi última visita. Tras un último giro mis ojos se encuentran con Villa Gretta. Me detengo unos segundos para admirarla con detenimiento, de pronto reacciono, doy un vistazo de águila a mi apariencia, no me encuentro en mi mejor momento, sólo puedo concluir.
La villa es una enorme y típica construcción del romanticismo, con hermosos y delicados acabados, pero con un aire de decadencia y soledad que espantaría a cualquiera. Ya la había visto antes, no me apetece desperdiciar mi tiempo observando su triste fachada, que pronto pasará al recuerdo y olvido de unos cuantos. Me dirijo a mi siguiente destino, el boulevard, tengo una intensa curiosidad de verlo. Realmente no sé por qué, el lugar es gris, opaco, frío, en el aire puede sentirse el óxido del metal mezclado con el salitre del mar, parece que una tormenta había ocurrido la noche anterior, la acera está cubierta de arena; en la orilla se pueden ver algas de un verde oscuro, arrastradas por un revuelto y sombrío mar, donde el azul solo es un destello para dar paso a un verde repulsivo que hace juego con lo opaco que se ve el cielo, mezcla de grises. De pronto mi recorrido visual es interrumpido por un ruido, de inmediato mis ojos rastrean el sonido, percibo movimiento, no estoy solo, me acompañan dos indigentes que habitan en las ruinas de lo que en otra época fueron luminosas tiendas del momento, los hombres se ocultan con la rapidez de un rayo al sentir mi presencia entre papeles, prefiero hacerme el desentendido y proseguir con mi tarea. Hay botellas de cerveza y vino regadas por la playa, junto a colillas de cigarrillos y otras basuras que no puedo detallar por la arena, ya me está empezando a incomodar el olor a óxido que empieza a penetrar mis pulmones. Sin otra cosa en que pensar, aparte de la desolación de ese panorama, lanzo un último vistazo al Boulevard para ponerme de nuevo en movimiento en dirección al auto, donde ya estaba, para mi sorpresa, un joven.
Su nombre es Marco, es robusto, ojos y cabello oscuro, vestido como un hombre de cuarenta años, teniendo no más de veinte, él es el asistente del señor Phillips y habla perfectamente mi idioma, porque desde niño su jefe lo había enseñado, su acento es casi imperceptible. El muchacho toma mis maletas con amabilidad indicándome con su cabeza que le siga, yo solo consigo asentir con la cabeza, para posteriormente seguirlo. Ambos caminamos en silencio a Villa Gretta, que mostraba sus cicatrices y sus heridas profundas cuando te acercas más a ella, yo decido ignorar ese espectro fantasmagórico de la construcción, porque el mayor trabajo lo daría la playa cuando se concrete la compra, estoy seguro que hasta arena se tendría que importar de África lo cual retrasaría mucho el proceso de construcción, debo darme prisa y apuntar en mi libreta las sugerencias que haré al departamento de construcción y embellecimiento, donde me consideran un “Genio”. Al ritmo de mis pensamientos llego a la inmensa puerta de madera de la villa, algo se podrá sacar de ese viejo retablo de cedro, quizás se pueda subastar o vender a un restaurador. Sin percatarme, ya me encuentro sentado en un macizo y ornamental sillón de la era victoriana, que más bien parece por su estado del mercado de pulgas. El interior de la villa es oscuro, lleno de moho, la humedad reina a sus anchas en la casa, las grandes cortinas de terciopelo vino tinto cubren las ventanas cayendo hasta el suelo con sutileza sobre madera opaca. Aunque el lugar está limpio, todo se ve como si estuviese cubierto por un manto de deterioro y decadencia melancólica, exceptuando unos quince porta retratos de plata, los cuales brillan como estrellas en las tinieblas de esa habitación, en ellos se observan imágenes de un hombre de facciones fuertes, ojos tristes, cabello espeso bien peinado hacia atrás o cubierto por un gorro de piloto, las imágenes eran en su mayoría en blanco y negro o sepia, las mismas representaban diversas etapas de la vida de aquel hombre, enseguida deduje que era Phillips.
Marco toma asiento junto a mí y me explica muy amablemente que su jefe no se encuentra en la villa, que volverá mañana por la mañana al finalizar unos asuntos de negocios en Roma. Enseguida siento como la tensión recorre mi cuerpo, hago un esfuerzo sobrehumano para verme natural y para nada decepcionado. El chico nota el movimiento repetitivo de mi pierna, enseguida dejo de hacerlo y sonríe. El cuarto se empezó a llenar de mi tensión, mi ejercicio de respiración no funcionaba como se supone debía hacerlo. Inmediatamente el joven me indica que la villa está a mi entera disposición así como su personal mientras su patrón llega ¿Qué podía ofrecerme esa destartalada casa? Soy el huésped de Drácula, es lo único que se me ocurre, educadamente asiento con la cabeza en señal de aprobación. En ese instante una señora con una bandeja de café y dulces hace entrada en el salón, devoro precipitadamente los dulces, creo que fue la ansiedad, porque al terminarlos me siento abochornado y asqueado al pensar cómo podría ser la cocina donde fueron cocidos esos “manjares”. Trato de bloquear la imagen mental de la cocina mientras contemplo a la mujer, su nombre es María, es la madre de Marco, al igual que él habla mi lengua perfectamente, al parecer todo el personal lo hace porque Phillips les había enseñado en persona.
Marco entabla una charla bastante amena conmigo sobre mi país, él parece bastante interesado en los Estados Unidos, yo estoy más concentrado en no parecer aburrido. Marco me observa con los ojos bien abiertos e inclinados hacia mí para hacer énfasis en sus afirmaciones, trato de ser lo más encantador posible. Luego de unos minutos, el chico me da un recorrido guiado por la casa, hablando sin cesar acerca de la historia del lugar, todo ello yo lo sabía, sin embargo, hubo algo que me causó desconcierto. Un ala de la casa está hundiéndose e inclinada, por un instante temo que la tierra nos succione, pero no parece importarle a nadie. El chico solo hace pausas en su extenso relato para tomar bocanadas de aire y proseguir hablando, esta vez, del pueblo que se encuentra en las cercanías de la propiedad, que había sido próspero y hermoso antes de la Segunda Guerra Mundial. Me cuesta seguir el hilo de la conversación de Marco, quien imagino estudia periodismo o locución. De pronto el chico hace una pausa súbita, me indica que la puerta que tenemos en frente es del salón de música, el espacio predilecto de su jefe, este hecho es bastante interesante, porque al realizar el estudio biográfico del anciano, no encontré nada relacionado con música en los eventos de su vida.
Me percaté que al hablar de su jefe, Marco lo idealiza, lo ve como el ser más inteligente y benévolo del mundo, quien ha pagado sus estudios y los de sus hermanos, yo no solo puedo pensar en lo que había hecho que el viejo cambiara de opinión tan rápido, viendo el lugar muchas teorías vinieron a mi mente, la cuales resonaban en mi cabeza conjuntamente con las palabras del chico. Podía imaginar que ya se había hartado de esa mansión que solo generaba gastos, o quizás ya ni había para pagarlos y las deudas no lo dejaban morir en paz, puedo afirmar que ni presté atención a las desgastadas y ruinosas paredes porque todo ello desaparecería pronto, el pueblo cobraría vida, ya no sería tan lúgubre y desierto, seguramente hasta los magnates árabes querrían una propiedad allí, generaría empleos y yo estaría en la cima de la cadena alimenticia.
Pero un ápice de frustración acompañaba mi felicidad, la cual mermaba por la duda de que el viejo solo quería decirme que jamás estará en venta la propiedad, no tenía sentido, hacer que una persona cruzara un océano para dar un rechazo, si ese era el caso, sacaría mis armas al completo y lo abordaría, por ello necesitaba estudiar al enemigo, repasar y prepararme para mañana. De pronto mi atención se fijó en la explicación de Marco, de forma sincera, y más aún cuando el joven inicia un relato sobre el último plan de su jefe de restaurar el ala sur de la casa, la cual estaba en el mejor de los estados, limpia, no solo de sucio, sino de tiempo, podía sentir el olor a nuevo de los lujosos y lustrosos muebles de caoba, la pintura, Marco interrumpió mi visión
—Completamente reformada, aquí se hospedará usted— afirmó el joven con una enorme sonrisa.
En menos de cinco pasos, entré en una dimensión distinta, el aroma de barniz y pintura recorre mis pulmones llevando consigo el húmedo moho que empezaba a irritar mis vías respiratorias, esto es como entrar a otra casa, o pueblo, o año, quizás dimensión. No soy consciente por el shock en el que me encuentro, pero ya estoy dentro de una habitación de un blanco marfil satinado, en la cual una cama de caoba oscura a juego con las mesas de noche y el pequeño escaparate abierto de par en par salta a la vista de cualquier visitante. Marco me indica que puedo guardar mis vestimentas y ponerme cómodo, me limito a sonreírle, no se me ocurre nada más, puesto que tanta novedad me ha dejado sin palabra alguna.
Luego de que el chico abandona mi habitación, ya sin su escrutinio, puedo contemplar la habitación en su totalidad, los acabados son hermosos, la sensación de nuevo es abrumadora y placentera, esto va más acorde con mi estatus, es una pena que en poco tiempo será polvo. La luz en la habitación es increíble, no es producto de luz artificial, sino de una rara ventana redonda, cuyo diseño arquitectónico me desconcierta y cautiva, el cual se asemeja a un ojo, es algo extraño porque es la primera vez que me siento cómodo en este lugar. Me acerco a la ventana, miro a través de ella, la vista es estupenda, se puede contemplar la playa, pero a medida que observo con más detenimiento de nuevo el espectro gris y triste abruma el panorama. Gris en su totalidad, no tan sombrío como el del boulevard, pero sí como para provocar un suicidio. Ya entiendo, Phillips ya no tiene dinero, por eso quiere vender la propiedad, porque no terminó de realizar la renovación. Me giro con sutileza para dar un último reconocimiento del “perímetro”, otro descubrimiento, en mi habitación no hay ni un rastro de obras o restos de las mismas, todo está en donde se supone deber estar, seguramente debe tener más de un mes listo, pero surgen interrogantes que le dan más veracidad a mi teoría de la quiebra financiera, así como el alto costo de la vida en esta región, habían hecho un pandemonio acabar la obra, con ese pensamiento me tiendo en la cama, probablemente sea de plumas, siento como me cobija. Es lo último que pienso antes de caer rendido sobre las sábanas azules de algodón, posiblemente egipcio.
No sé cuántas horas dormí, solo sé que ha sido suficiente para recargar todas mis energías. La confianza y la seguridad me embriagan, la presunción de que Phillips está en la quiebra me da ventaja en una posible negociación, por lo que voy dispuesto a vencer. En unos pocos minutos me ducho, afeito, perfumo, todo ello enmarcado por una melodía de triunfo, reviso con orgullo mis atuendos, aunque el viaje fue repentino, siempre tengo una maleta lista con prendas especiales, para esta ocasión visto de forma casual, nada formal, el viejo lo detesta. Un vistazo final en el espejo y me pongo en marcha, la casa luce mejor que ayer, o creo que simplemente es mi felicidad que la hace ver radiante, Marco me espera como un soldado de plomo al pie de la escalera, a este chico le caería bien un look de H&M y un flequillo para verse de su edad, sonríe amablemente señalando en dirección del comedor, un lugar de grandes ventanas de vidrio de Murano, se asemeja al comedor donde el Rey Arturo y sus caballeros se sentaban, o por lo menos al representado en las películas de Hollywood