Una curiosa historia del sexo - Kate Lister - E-Book

Una curiosa historia del sexo E-Book

Kate Lister

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Basado en el popular proyecto de investigación Whores of Yore (Putas de Antaño) y escrito con su característico humor e ingenio, este libro se basa en los amplios conocimientos de la doctora Kate Lister sobre la historia del sexo. Desde las pruebas de impotencia medievales hasta los robos de testículos del siglo xx, y desde los frescos eróticos de Pompeya hasta los burdeles de muñecas sexuales de hoy en día, Lister se mete sin pudor en los pantalones de la historia, desmontando mitos, desafiando estereotipos y, en general, ensuciándose las manos. No se trata de un estudio exhaustivo de todas las peculiaridades sexuales, perversiones y rituales de todas las culturas a lo largo del tiempo, ya que eso supondría escribir una enciclopedia; sino que se trata más bien de una gota de agua en el océano de la historia del sexo. El acto sexual no ha cambiado mucho a lo largo de la historia, pero las formas en que la sociedad dicta cómo se entiende y se practica han variado de forma significativa a lo largo de los años. Los seres humanos son las únicas criaturas que estigmatizan determinadas prácticas sexuales y el sexo sigue siendo un tema profundamente divisivo en todo el mundo. Las actitudes cambiarán y se desarrollarán —esperemos que para mejor— pero el sexo nunca estará libre de estigma o vergüenza, a menos que reconozcamos de dónde viene. Un fascinante libro salpicado de una jerga histórica sorprendente e ilustrado con imágenes del pasado asombrosas y embriagadoras, meticulosamente documentadas.

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Introducción

«Las emociones no expresadas nunca mueren.

Son enterradas vivas y vuelven a aparecer

de forma más terrible».

SIGMUND FREUD

El sexo es uno de los grandes niveladores universales. Parafraseando al marqués de Sade de Geoffrey Rush, «comemos, dormimos, cagamos, follamos y morimos».[1] El deseo traspasa las barreras culturales, de género y de clase. No le importan nuestras «reglas» y, como te dirá cualquiera que haya sido pillado con los pantalones bajados, le importa aún menos el sentido común. Por supuesto que los humanos hacen mucho más que comer, cagar y follar; nuestro intelecto es lo que nos distingue realmente de las bestias. Y ahí radica el problema. Decir que se ha pensado demasiado sobre el sexo es quedarse corto.

Toda forma de vida en este planeta comparte el deseo de reproducirse, pero lo que hace único al ser humano es la complejidad, la variedad y la multiplicidad en las formas con las que busca satisfacer sus deseos sexuales. En Forensic and Medico-legal Aspects of Sexual Crimes and Unusual Sexual Practices (2008), el profesor Anil Aggrawal enumeró 547 parafilias sexuales de interés e indicó que «como las alergias, las excitaciones sexuales pueden producirse por cualquier cosa bajo el sol, incluido el mismo sol».[2] Y por si te interesa, la excitación sexual causada por el sol se llama actirastia.

Los humanos son, además, las únicas criaturas que estigmatizan, castigan y se avergüenzan de sus deseos sexuales. Si bien todos los animales tienen rituales de cortejo, ningún animal salvaje ha ido a terapia para confesar su fetichismo por el látex. La abeja reina se acuesta hasta con cuarenta parejas en una sesión y vuelve a su colmena empapada de semen, con las pollas cortadas de sus conquistas, pero ni un solo zángano la llamará «puta». Los babuinos macho se follan alegremente todo el día sin temor a ser enviados a terapias de «reorientación sexual». Por el contrario, la culpa que sentimos los humanos por nuestros deseos puede ser paralizante, y se infligen severos castigos a aquellos que rompen «las reglas».

El novelista colombiano Gabriel García Márquez escribió en una ocasión que «todo el mundo tiene tres vidas: una vida pública, una vida privada y una vida secreta».[3] Paradójicamente, nuestra vida secreta es la más honesta. Mantenemos en secreto esta parte más genuina porque los sistemas que hemos creado la han hecho incompatible con nuestra vida pública. En un esfuerzo por controlar nuestro lado secreto, hemos convertido el sexo en un asunto moral, desarrollando complejas estructuras sociales para regular nuestros impulsos. Inventamos categorías para intentar controlarlos: gay, heterosexual, monógamo, virginal, promiscuo, etc. Aun así, la sexualidad no encaja a la perfección en las casillas creadas por los hombres, sino que las desborda, y es entonces cuando las cosas se vuelven complejas. Si intentamos reprimir nuestro deseo, este se transforma en una línea de falla que corre por debajo de nuestras estructuras de moralidad, ética y decencia. Pero cuando la niebla rosa descienda, las personas se arriesgarán al terremoto para lograr un orgasmo.

El acto sexual en sí mismo no ha cambiado desde que supimos qué iba dónde. Penes, lenguas y dedos han ido probando bocas, vulvas y anos en busca del orgasmo desde que los humanos salieron arrastrándose por primera vez del lodo primordial. Lo que cambia es el guion social que dicta el modo en el que se entiende culturalmente el sexo y la manera en la que se practica.

Según Pornhub, la mayor página web de pornografía, «lesbiana» se mantiene como la búsqueda número uno de su plataforma a nivel mundial desde su inicio en 2007. En los Países Bajos, la búsqueda aumentó un 45 por ciento de 2016 a 2018.[4] Por lo tanto, sería justo decir que los holandeses le están dando un gran visto bueno al sexo lésbico. Sin embargo, no siempre han apreciado tanto el amor entre mujeres. Entre 1400 y 1500, quince mujeres fueron quemadas vivas acusadas de «sodomitas» en los Países Bajos.[5] Aquellas que no fueron condenadas a muerte se enfrentaron a severos castigos. En 1514, Maertyne van Keyschote y Jeanne van den Steene fueron azotadas públicamente, se les quemó el cabello y fueron expulsadas de la ciudad por practicar «el pecado antinatural de sodomía con chicas jóvenes».[6] Seiscientos años después, el pecado antinatural de «sodomía con chicas jóvenes» es la categoría de porno más vista entre los descendientes de las personas que consideraron razonable arrojar lesbianas a la hoguera.

Las búsquedas en Pornhubde «porno para mujeres» aumentaron un 359 por ciento en 2018, y ese mismo años las mujeres vieron un 197 por ciento más de pornografía lésbica que los hombres. Esto habría sido una sorpresa para el Dr. William Acton (1813-1875), quien afirmaba que «la mayoría de las mujeres —afortunadamente para ellas— no tienen demasiadas preocupaciones sexuales».[7] Y para el editor del Sunday express, James Douglas (1867-1940) habría supuesto toda una incógnita. En 1928, Douglas atacó a la histórica novela lésbica de Radslyffe Hall, El pozo de la soledad, escribiendo: «[…] esta peste está devastando a la generación más joven. Está destrozando la vida de los jóvenes. Está profanando las almas jóvenes». Douglas instó a la sociedad a «limpiarse de la lepra de esos leprosos».[8] Sin embargo, noventa años más tarde, aquí estamos millones de mujeres de todo el mundo masturbándonos con esa «pestilencia», con nuestras leprosas almas intactas. ¡Qué época para estar viva!

Este es un libro sobre cómo han cambiado las actitudes hacia el sexo a lo largo de la historia. Es una curiosa historia del sexo y de los comportamientos que hemos tenido, con nosotros mismos y con los demás, en la búsqueda —y negación— del todopoderoso orgasmo. No se trata de un estudio exhaustivo de todas las rarezas sexuales, perversiones y rituales culturales a través de los tiempos, ya que eso supondría escribir una enciclopedia. Se trata más bien de una gota en el océano, un remo en la parte poco profunda de la historia del sexo, pero, a pesar de ello, espero que os mojéis placenteramente. He intentado elegir temas que proporcionen un contexto valioso a las inquietudes actuales, en particular a los asuntos de género, la vergüenza sexual, la belleza, el lenguaje y las ideas que hay detrás de la regulación del deseo. He escogido temas que me resultan muy cercanos, tales como la historia del trabajo sexual; temas profundamente emotivos como el aborto, y temas que me han hecho reír, como el asunto del «pan de berberecho» y la búsqueda del orgasmo sobre una bicicleta.[9] Aunque sea fácil reírse de las tonterías en las que creyó la gente a lo largo de la historia, y espero que lo hagáis, es infinitamente más valioso ver lo parecidos que somos a las personas que nos precedieron y cuestionar nuestras propias creencias. El sexo sigue siendo un tema profundamente controvertido, y en muchos sitios es una cuestión de vida o muerte. Estas actitudes cambiarán una y otra vez, esperemos que para mejor. Pero no llegaremos jamás al punto en el que el sexo esté libre de la vergüenza y el estigma si no somos capaces de comprender de dónde venimos.

Un apunte sobre el uso del lenguaje: entramos en un terreno duro en lo que respecta al lenguaje ofensivo. Este es un libro que desvela actitudes históricas hacia el sexo y el género. Nuestros antepasados poco sabían sobre la fluidez de género: partían del determinismo biológico y el binarismo. Como resultado, gran parte del material histórico de este libro define a las mujeres como «poseedoras de vulvas» y a los hombres como «poseedores de penes». Por ejemplo, en el capítulo sobre la historia de la palabra cunt [coño], se entiende cunt como los genitales de una mujer. Hoy sabemos que algunas mujeres tienen coño y otras no, así como algunos hombres lo tienen y otros no. Pero nuestros ancestros no veían el género o la biología en estos términos: para ellos, «coño» eran los genitales de la mujer. Si bien esto puede resultar ofensivo a los oídos modernos, entender las actitudes históricas hacia la identidad de género y la morfología sexual es esencial si queremos comprender de forma compleja cómo la heteronormatividad y las construcciones sobre lo binario han llegado a dominar las narrativas culturales.

La jerga histórica que se emplea en este libro es veraz y le sigue la fecha en que fue registrada por primera vez. Mi principal fuente es el Diccionario de la jerga, de Jonathon Green, que recomiendo enfáticamente si queréis aprender más.

[1]Philip Kaufman, Quills (Fox Searchlight, 2000).

[2]Anil Aggrawal, Forensic and Medico-legal Aspects of Sexual Crimes and Unusual Sexual Practices (Boca Ratón: CRC Press, 2008), p. 369.

[3]Gerald S. Martin, Gabriel García Márquez: A Life (Londres: Bloomsbury, 2009), p. 205.

[4] «2017 Year in Review Pornhub Insights», en Pornhub, 2018. https://www.pornhub.com/insights/2017-year-in-review. [Consultado el 29 de septiembre del 2018].

[5]Jonas Roelens, «Visible Women: Female Sodomy in the Late Medieval and Early Modern Southern Netherlands (1400-1550)» , «BMGN» Low Countries Historical Review, 130.3 (2015). <https://doi.org/10.18352/bmgnlchr.10101>.

[6]Ibíd.

[7]William Acton, The Functions and Disorders of the Reproductive Organs in Childhood, Youth, Adult Age, and Advanced Life (Londres: John Churchill, 1857), p. 101.

[8]James Douglas, «A Book That Must be Suppressed», en Palatable Poison: Critical Perspectives on The Well of Loneliness, ed. por Laura L. Doan y Jay Prosser (Nueva York: Columbia University Press, 2002), pp. 10-11.

[9]En el siglo XVII, la expresión «moldear el pan de berberecho» tenía una connotación sexual. (N. de la T.).

Qué pena que sea una puta

La «puta» de antaño

El lenguaje es un importante campo de batalla en la lucha por la igualdad social. Como dijo el lingüista Daniel Chandler de forma sucinta: «El lenguaje constituye nuestro mundo, no se limita a registrarlo o etiquetarlo».[10] Es fluido y maleable, e impulsa las actitudes sociales, además de expresarlas. Para ver la evolución del lenguaje podemos observar la terminología cotidiana que se empleaba en el pasado para describir a las personas «de color»: en inglés, era perfectamente aceptable referirse a una persona de raza mixta con la expresión half caste [media casta], y «de color» era un término aceptado para referirse a una persona negra. Estas palabras no se consideraban ofensivas, sino meramente descriptivas, y aún pueden oírse ocasionalmente, aunque afortunadamente con menos frecuencia. Pero si analizamos las estructuras de poder implícitas en estas frases, empezaremos a comprender de qué modo las palabras refuerzan y crean nuestra realidad. Una persona «de media casta» es, por definición, «la mitad de algo»: está medio formada, medio hecha; es media persona, en lugar de una persona completa por derecho propio. Una persona «de color» ha sido metafóricamente coloreada, lo que sugiere un estado original no coloreado —o blanco—; refuerza la diferencia y sugiere tácitamente una jerarquía racial. Puede que no reconozcamos inmediatamente las implicaciones de estas expresiones, pero describir a alguien como «medio formado» simplemente refuerza las actitudes raciales. Como argumentó Chandler, crea realidad, no solo la registra. El lenguaje que refleja la realidad de uno o varios individuos es un proceso en constante evolución, y a pesar de que la corrección política es a menudo objeto de escarnio, no conseguiremos la igualdad social si el lenguaje que utilizamos para describir a los grupos marginados solo refuerza el estigma. El lenguaje inspira gran parte del debate en torno a los derechos LGTBQ, las cuestiones relativas al cuerpo, el edadismo y, por supuesto, el género.

La puta de Babilonia de la biblia luterana.

Edición de 1534.

La reivindicación de términos ofensivos es un campo de minas lingüístico en el que nadie ha escrito las reglas, pero todos sabemos que existen. «Maricón», «puta», «perra», etc., pueden funcionar como términos de inclusión y hasta de afecto cuando se utilizan dentro de grupos específicos. En tanto que mujer blanca y heterosexual no puedo llamar «maricón» a un gay, pero sí puedo llamar «perra» a mi amiga, mientras que un hombre heterosexual no podrá hacerlo (aunque un hombre gay quizá sí podría): un campo minado, en efecto. Cuando un término ofensivo es recuperado y reivindicado por las personas a las que antes estigmatizaba, se convierte en una acción desafiante: quita el poder a los opresores, impulsa una identidad dentro de los antiguos oprimidos y señala con dos dedos políticamente incorrectos el orden establecido. Por supuesto, muchos sostienen que estas palabras, empleadas en cualquier contexto, solo sirven para reforzar un prejuicio, ya que dichas palabras nunca se libran de la carga histórica: nombran y crean realidad. La palabra «puta» también se encuentra en un proceso de recuperación entre ciertos grupos de la comunidad del trabajo sexual, mientras que otros la rechazan por completo.

La verdad es que no debería haber utilizado el término «puta» en la web Whores of Yore; no es mi palabra, y si no eres una trabajadora sexual, tampoco es la tuya. Es un término ofensivo que las trabajadoras del sexo escuchan todos los días por parte de quienes buscan desvalorizarlas y avergonzarlas, pero yo no lo percibí del todo en aquel momento. Utilicé «puta» aludiendo a la sexualidad transgresora, como «zorra» o «fulana», no para referirme a una mujer que vende sexo. Siempre he considerado que la palabra es mucho más amplia que eso. He recibido comentarios de muchas trabajadoras sexuales que cuestionan el uso que hago del término, y durante un tiempo consideré seriamente la posibilidad de cambiarlo. Pero la historia de esta palabra es importante y quiero destacarla. Creo que merece la pena plantear el debate sobre el significado real de «puta».

El dramaturgo alemán Georg Büchner (1813-1837) escribió en una ocasión que «la libertad y las putas son los elementos más cosmopolitas bajo el sol».[11] Pero ¿qué significa realmente la palabra «puta»? ¿De dónde viene y qué tiene que hacer alguien para ganarse ese título? ¿Por qué a Juana de Arco, que murió virgen, se la llamó «la puta francesa»? ¿Y por qué Isabel I, la «reina virgen», fue atacada como la «puta inglesa» por sus enemigos católicos? Los revolucionarios franceses llamaron a María Antonieta la «puta austríaca»; Ana Bolena fue la «gran puta», y en la campaña presidencial de 2016, Hillary Clinton fue atacada repetidamente con la palabra «puta» por los partidarios de Trump.[12]

Tal vez pensamos que sabemos perfectamente lo que queremos decir si alguna vez nos decidimos a soltar la bomba «puta», pero la palabra es histórica y culturalmente compleja. Este simple bisílabo está cargado de más de mil años de intentar controlar y avergonzar a las mujeres estigmatizando su sexualidad.

La palabra es tan antigua que sus orígenes precisos se pierden en la noche de los tiempos, pero se puede rastrear hasta el nórdico antiguo hora [adúltera]. Hora tiene múltiples derivados, como el danés hore, el sueco hora, el holandés hoer y el alto alemán antiguo huora. Si nos remontamos más atrás, a la lengua protoindoeuropea (el ancestro común de las lenguas indoeuropeas), «puta» tiene raíces en qār, que significa «gustar, desear». Qār es una base que ha dado lugar a palabras para «amante» en otras lenguas, como el latín carus, el irlandés antiguo cara y el persa antiguo Kama, que significa «desear».[13]

«Puta» no es una palabra universal. Los pueblos de las naciones originarias de Canadá y los nativos hawaianos no tienen una palabra para «puta», ni tampoco para prostitución.

Desde el siglo XII, «puta» era un término ofensivo para señalar a una mujer sexualmente promiscua, pero no se refería específicamente a una trabajadora sexual. La definición de Thomas de Chobham en el siglo XIII aludía a cualquier mujer que mantenía relaciones sexuales fuera del matrimonio; que levanten la mano todas aquellas que acaban de descubrir que son una puta del siglo XIII.[14]Shakespeare utilizó «puta» casi cien veces en sus obras —Otelo, Hamlet y El rey Lear—, pero en ninguna de ellas adopta la acepción de «alguien que vende sexo», sino de «mujer promiscua». El diablo blanco (1612) de John Webster explora las narrativas en torno a las mujeres de mal comportamiento. En una escena memorable, Monticelso define «puta»:

¿He de explicaros el sentido de tal palabra? A fe que lo haré, y os la caracterizaré de modo perfecto. Confituras son, en primer lugar, que corroen las entrañas de quien las come, y perfumes envenenados para el olfato humano. Son alquimia fraudulenta, naufragio en la mar reposada. ¿Qué son las prostitutas? Son los gélidos inviernos de Rusia, tan estériles que podría pensarse que la naturaleza hubiera olvidado la primavera. Son el mismo fuego que alimenta el infierno, son cosa peor que esos tributos que se pagan en los Países Bajos y que gravan la comida, la bebida, el vestido, el sueño, e incluso el pecado: son la perdición del hombre. Son esas frágiles pruebas legales que, por el mero olvido de una sílaba, conducen a un desgraciado a la pérdida de sus bienes. ¿Qué son las prostitutas? Son esas campanas aduladoras que con el mismo tono resuenan en bodas y funerales. Son ricos tesoros que por la extorsión se llenan y por el vicio execrable se vacían. Son harto peores que esos cuerpos muertos, tan solicitados al pie del patíbulo, que los cirujanos llevan a sus mesas para mostrar al hombre dónde habitan sus imperfecciones. ¿Qué son las prostitutas? Son como la moneda falsa y delictiva, que, quienquiera que la haya acuñado, trae conflictos a todos los que después la reciben.[15]

Monticelso no lo admite, pero lo que impulsa este desvarío es el miedo a las mujeres, el miedo a que puedan ejercer el poder sobre los hombres, a que puedan «enseñar al hombre su imperfección». Aquí, una puta no es una trabajadora del sexo, es una mujer que tiene autoridad sobre un hombre y que debe ser avergonzada para que guarde silencio a toda costa.

Históricamente, el término «puta» se ha utilizado para atacar a quienes han alterado el statu quo y se han defendido a sí mismas, casi siempre en un intento de reafirmar el control sexual y el dominio sobre ellas. Pero a diferencia de la palabra «prostituta», «puta» no está ligada a una profesión, sino a un estado moral percibido. Por eso, muchas mujeres poderosas sin relación con el oficio del sexo han sido llamadas «putas»: Mary Wollstonecraft, Phoolan Devi o incluso Margaret Thatcher. La palabra es un intento de avergonzar, humillar y, en última instancia, someter al objetivo. Es tan probable que llamen puta a cualquier mujer en la calle como a una líder mundial, quizá incluso más.

«Puta» es un insulto desagradable hoy en día, pero llamar a alguien puta a principios de la Edad Moderna se consideraba una difamación tan grave que podían llevarte a los tribunales por calumnia.[16] El insulto «puta» es, de lejos, el más citado en los casos de calumnia a una mujer, junto a un sinfín de variantes creativas: «puta apestosa», «puta avariciosa», «puta borracha», «puta con enaguas de encaje» y «puta perra». De todas ellas hay testimonio.[17]

En 1664, Anne Blagge afirmó que Anne Knutsford la había llamado «puta con trasero sifilítico».[18] La pobre Isabel Yaxley se quejó en 1667 de un vecino que la había acusado de ser una «puta» a la que se podía «follar por un penique de pescado».[19] En 1695, Susan Town, de Londres, acusó a Jane Adams de gritar «sal, puta, y ráscate el culo roñoso como yo».[20] En 1699, Isabel Stone, de York, presentó una demanda contra John Newbald por llamarla «puta», «vulgar puta» y «puta con el culo cagado», así como «perra» y «perra con el culo cagado».[21] En 1663, Robert Heyward fue arrestado por el tribunal de Cheshire por llamar a Elizabeth Young «perra salida» y «puta inmunda». En el tribunal afirmó que podía probar que Elizabeth era una puta que «debería ir a casa a lavar las manchas de su abrigo».[22]

Ejemplos de lenguaje «poco femenino» en New Art of Mystery of Gossipping, 1770.

Para probar un caso de calumnia, necesitabas un testigo del insulto, demostrar que la acusación era falsa con un «testigo de carácter» y ofrecer pruebas de que tu reputación había sido dañada por dichos calificativos. Las penas por calumnia iban desde las multas y la obligación de disculparse públicamente hasta la excomunión, aunque esto último era poco frecuente. Un ejemplo de castigo es el que ocurrió en 1691, cuando a William Halliwell se le ordenó disculparse públicamente en la iglesia con Peter Leigh por difamarle:

Yo, William Halliwell, olvidando mi deber de caminar en amor y caridad hacia mi prójimo, he pronunciado y hecho públicas varias palabras escandalosas, difamatorias y reprobatorias contra Peter Leigh [...]. Por la presente me retracto, revoco y retiro dichas palabras por ser totalmente falsas, escandalosas y embusteras [...]. Estoy sinceramente arrepentido y por la presente confieso y reconozco que le he perjudicado y herido mucho.[23]

La acusación de «puta» era especialmente perjudicial, ya que afectaba directamente al valor de la mujer en el mercado matrimonial. Así, cuando en 1685 Thomas Ellerton llamó a Judith Glendering «puta» que iba de «granero en granero» y de «hojalateros a violinistas», estaba haciendo algo más que ser ofensivo, estaba impidiendo que encontrara un marido.[24] En 1652, Cicely Pedley alegó que la habían llamado «puta» con la intención «de impedir su matrimonio con una persona de buena calidad».[25] E incluso podía afectar a los negocios: en 1687, un juez de paz decidió que llamar a la esposa de un posadero «puta» era procesable, porque había afectado al negocio.[26]

Se daban numerosos casos de calumnia presentados por maridos cuyas esposas habían sido llamadas «puta». Llamar «puta» a la esposa de alguien era un insulto particularmente demoledor, ya que no solo se insultaba a la esposa, sino que también impugnaba al marido como cornudo y cuestionaba su capacidad para satisfacerla sexualmente. En 1685, por ejemplo, Abraham Beaver fue acusado de soltarle a Richard Winnell que volviera «a casa, cornudo, que encontrarás a Thomas Fox en la cama con tu esposa».[27]

Aunque los casos en los que los hombres alegaban haber sido calumniados resultaban menos frecuentes, también solían ser por injurias de naturaleza sexual. En 1680, Thomas Richardson llevó a los tribunales a Elizabeth Aborne de Londres por decir que su pene estaba «podrido de viruela».[28] También se atacaba a los hombres como «puteros», «cornudos», «mujeriegos», «canallas» y, en alguna ocasión, como «tonto y celoso gilipollas».[29] Algunos presentaron demandas contra personas que les habían llamado «ladrones», «mendigos» o «borrachos». En 1699, Thomas Hewetson fue llevado ante los tribunales de York por llamar a Thomas Daniel «mendigo»: «Iba por la región mendigando de puerta en puerta».[30]

A finales del siglo XVIII se produjo un notable descenso en el número de casos por calumnia presentados ante los tribunales de la Iglesia. Los historiadores han debatido durante mucho tiempo los motivos. Es posible que a medida que las ciudades crecían y la población aumentaba, los tribunales se preocuparan más por otros delitos que por el hecho de que las mujeres se llamaran entre sí «puta fastidiosa» y «puta con trasero sifilítico». Es probable que un cambio en la cultura convirtiera en algo menos habitual llevar este tipo de disputas ante un juez. En 1817, la ley británica dictaminó que «llamar puta a una mujer casada o a una soltera no es procesable, porque la fornicación y el adulterio no son objeto de censura terrenal sino espiritual».[31]

Google Ngram Viewer: frecuencia de la palabra «puta» registrada en la literatura inglesa desde 1500 hasta 2008.

Como muestra el gráfico anterior, a partir del siglo XVII disminuyó considerablemente el uso de la palabra «puta». Hasta finales del siglo XVII, «puta» seguía siendo un término legal y aparece en no menos de 163 juicios en Old Bailey desde 1679 hasta 1800. Historiadores como Rictor Norton han analizado cómo «prostituta» o «vulgar prostituta» llegó a sustituir a «puta» como terminología legal para designar a una persona que vende servicios sexuales.[32] Sospecho que el fuerte declive en el uso de «puta» a finales del siglo XVII está relacionado con el cambio lingüístico: pasó de término legal a mero insulto.

Hoy en día, la palabra «puta» se limita en gran medida al discurso ofensivo y grosero. Sin embargo, al igual que la palabra «zorra», «puta» se está recuperando y es utilizada para desafiar directamente la vergüenza que la palabra ha conllevado durante cientos de años. Puede ser un término insultante, pero tiene sus raíces en el miedo a la independencia y a la autonomía sexual de las mujeres. La evolución semántica del término «puta» —de designar a una mujer que desea a transformarse en un insulto que busca avergonzar ese deseo— traza las actitudes culturales en torno a la sexualidad femenina.

No utilizo el vocablo «puta» para avergonzar, sino para reconocer a todas aquellas que han sacudido las sensibilidades culturales hasta tal punto que han sido llamadas putas. Lo uso para desinflar la vergüenza que se esconde tras el término. Lo utilizo para recordar que nuestro lenguaje está en constante evolución y moldea la mirada que tenemos sobre los otros. Históricamente, si deseas, eres una puta; si tienes sexo fuera del matrimonio, eres una puta; si transgredes y amenazas al «hombre», eres una puta. Todas somos unas putas históricas.

[10]Daniel Chandler, Semiotics: The Basics, 2ª ed. (Londres: Routledge, 2007), p. 25.

[11]Georg Büchner, «Danton’s Death», en Danton’s Death; Leonce and Lena; Woyzeck, trad. y ed. por Victor Price (Oxford: Oxford University Press), 2008, p. 65.

[12]«Bernie Sanders Quickly Condemns Rally Speaker Who Called Hillary Clinton a “Corporate Democratic Whore”», RealClearPolitics, 2016. <https://www.realclearpolitics.com/video/2016/04/14/speaker_at_sanders_rally_calls_hillary_clinton_a_corporate_democratic_whore.html>. [Consultado el 9 de agosto de 2018].

[13]«Oxford English Dictionary», Oed.Com, 2018. <https://www.oed.com/start?authRejection=true&url=%2Fview%2FEntry%2F228780%3Frskey%3DPMdb56%26result%3D1#eid%3E>. [Consultado el 9 de agosto de 2018].

[14]Thomas De Chobham y F. Broomfield, Thomae De Chobham Summa Confessorum (Lovaina: Nauwelaerts, 1968), pp. 346-7.

[15]John Webster, The White Devil, en John Webster, Three Plays, ed. por David Charles Gunby (Londres: Penguin Books, 1995), pp. 84-5.

[16]Tres excelentes fuentes para leer más sobre los tribunales de calumnias de los Tudor son: Dinah Winch, «Sexual Slander and its Social Context in England c. 1660-1700, with Special Reference to Cheshire and Sussex» (tesis doctoral inédita, The Queen’s College, Universidad de Oxford, 1999); Bernard Capp, When Gossips Meet: Women, Family, and Neighbourhood in Early Modern England(Oxford Studies in Social History), Oxford: Oxford University Press, 2003; y Rachael Jayne Thomas, «“With Intent to Injure and Diffame”: Sexual Slander, Gender and the Church Courts of London and York, 1680-1700» (máster de artes inédito, Universidad de York, 2015).

[17]Rachael Jayne Thomas, «“With Intent to Injure and Diffame”: Sexual Slander, Gender and the Church Courts of Londres and York, 1680-1700» (tesis de máster inédita, Universidad de York, 2015), pp. 134-5.

[18]«Anne Knutsford c. Anne Blagge» (Chester, 1664), Cheshire Record Office, EDC5 1.

[19]Citado en Bernard Capp, When Gossips Meet: Women, Family, and Neighbourhood in Early Modern England (Oxford Studies in Social History); Oxford: Oxford University Press, 2003, p. 193.

[20]«Susan Town c. Jane Adams» (Londres, 1695), London Metropolitan Archives, DL/C/244.

[21]«Cause Papers» (York, 1699), Borthwick Institute for Archives, Universidad de York, CP.H.4562, p. 3.

[22]«Elizabeth Young c. Robert Heyward» (Chester, 1664), Cheshire Record Office, CRO EDC5 1663/64.

[23]«Peter Leigh c. William Halliwell» (Chester, 1663), Cheshire Record Office, CRO EDC5 1663/63.

[24]«Judith Glendering c. Thomas Ellerton» (Londres, 1685), London Metropolitan Archives, DL/C/241.

[25]«Cicely Pedley c. Benedict and Elizabeth Brooks» (Chester, 1652), Cheshire Record Office, PRO Ches. 29/442.

[26]Dinah Winch, «Sexual Slander and its Social Context in England c. 1660-1700, with Special Reference to Cheshire and Sussex» (tesis doctoral inédita, The Queen’s College, Universidad de Oxford, 1999), p. 52.

[27]«Martha Winnell c. Abraham Beaver» (York, 1685), Borthwick Institute for Archives, Universidad de York, CP.H.3641.

[28]«Thomas Richardson c. Elizabeth Aborne» (Londres, 1690), London Metropolitan Archives, DL/C/243.

[29]Thomas, «With Intent to Injure and Diffame», p. 142.

[30]«Thomas Hewetson c. Thomas Daniel» (Londres, 1699), London Metropolitan Archives, CP.H.4534.

[31]William Selwyn, An Abridgment of the Law of Nisi Prius (Londres: Clarke, 1817), p. 1004.

[32]La palabra whore aparece en un total de 163 juicios en el Old Bailey hasta 1800: desde la primera aparición en 1679 hasta 1739, 66 juicios (más del 40 por ciento); desde 1730 hasta 1769, 61 (más del 37 por ciento); desde 1770 hasta 1799, 36 (el 22 por ciento). «Historia del término prostituta», en Essays by Rictor Norton, 2018. <http://rictornorton.co.uk/though15.htm>. [Consultado el 10 agosto de 2018].

«Coño»: una palabra desagradable

para algo desagradable

Una historia acerca de cunt[33]

L’origine du monde, 1866.

Me encanta la palabra cunt. Me gusta todo lo que tiene que ver con ella. No solo el significado de vulva, vagina y pudendo —bondades del coño sobre las que volveremos en breve—, sino el verdadero signo oral y visual de cunt. Me encanta su sencilla forma monosilábica. Me encanta que las tres primeras letras —c u n— tengan la misma forma de cáliz que va rodando hasta que la oclusiva T las detiene al final de su camino. Me encanta el gruñido enérgico de la C y la T, que se intercala con los sonidos más suaves del un y permite escupir la palabra como una bala o alargar el un y hacerlo rodar por la boca para conseguir un efecto dramático: ¡cuuuuuuuuuuunt!

Me encanta porque es deliciosamente sucia, infinitamente divertida, un signo de exclamación auditivo capaz de detener una conversación en su camino. Walter Kirn llamó con razón al término cunt «la bomba atómica de la lengua inglesa».[34]

Me encanta su versatilidad. En Estados Unidos es espectacularmente ofensivo, mientras que en Glasgow puede ser un término cariñoso: I love ya, ya wee cunt es una expresión que se oye en todas las guarderías de Glasgow. Bueno, eso no es cierto, pero los escoceses poseen una deslumbrante destreza lingüística concunt. Trainspotting, la novela de Irvine Welsh (1993), contiene 731 cunt (aunque solo diecinueve llegaron a la película). Me encanta, más que nada, el enorme poder de la palabra. Me fascina el estatus sagrado de cunt, «la más desagradable de las palabras desagradables», como dijo Christina Cadwell.[35] Hay otros candidatos al puesto de la palabra «más ofensiva» en lengua inglesa: los insultos raciales. La palabra nigger es profundamente ofensiva por su contexto histórico. Es un término que se utilizó para deshumanizar a la gente negra y justificar algunas de las peores atrocidades de la historia de la humanidad. Permitió la esclavización y la masacre de millones de personas al negar lingüísticamente la igualdad entre la gente negra y la gente blanca. Podemos entender que los insultos raciales sean horriblemente ofensivos, ¿pero cunt? ¿No le parece extraño a nadie que una de las palabras más ofensivas del inglés sea una palabra para referirse a la vulva? ¿O que esta palabra pueda participar en la misma «liga de ofensas» que los términos racistas engendrados por las atrocidades humanas más oscuras y más graves? Hasta donde yo sé, cunt no ha participado de ningún genocidio racial, así que tenemos que preguntarnos: ¿cómo ha llegado cunt a ser tan ofensivo? ¿Qué ha hecho mal cunt?

Pasemos primero a la etimología. Cunt es antiguo, tan antiguo que su procedencia exacta se pierde en los confines del tiempo y los etimólogos continúan debatiendo sus orígenes. Tiene miles de años de antigüedad y puede rastrearse hasta el antiguo nórdico kunta y el protogermánico kunt, pero antes de eso cunt se torna algo «esquivo».

Hay cognados medievales en la mayoría de las lenguas germánicas; kutte, kotze y kott aparecen en alemán. El sueco tiene kunta; el holandés tiene conte, kut y kont, y el inglés tuvo en su día cot, que me gusta bastante y creo que se debería recuperar.[36] Aquí comienza el debate: nadie está seguro de lo que significa realmente cunt. Algunos etimólogos han argumentado que cunt tiene una raíz en el sonido protoindoeuropeo gen/gon, que significa «crear, convertirse». Se puede ver gen en las palabras modernas gónadas, genital, genética y gen. Otros han teorizado que cunt desciende de la raíz gune, que significa «mujer» y aparece en «ginecología».[37]

La raíz que más fascina a los etimólogos es cu,que se asocia con la mujer y forma la base de cow [vaca] y queen [reina].[38]Cu está vinculado al latín cunnus [vulva], que suena tentadoramente como cunt, aunque algunos etimólogos afirman que no está relacionado, y ha dado lugar al francés con, al español coño, al portugués cona y al persa kun.[39]

Mi teoría favorita sobre cunt es que cu también significa «tener conocimiento». Es probable que cunt y cunning desciendan de la misma raíz. Cunning significaba originalmente sabiduría o conocimiento, mientras que can y ken se convirtieron en prefijos de cognition y otros derivados.[40] En la Escocia actual, si uno sabe algo —ken—, significa que lo «entiende». En la Edad Media, quaint significaba tanto conocimiento como cunt (más adelante hablaremos sobre ello). El debate continuará, pero el resultado final es que cunt es una especie de misterio. Esto es lo que sabemos: cunt es la palabra más antigua para designar la vulva o la vagina en lengua inglesa; posiblemente la más antigua de Europa. Su único rival para «el grumete del barco» [the boy in the boat (1930)] sería yoni, que significa «vulva, fuente o vientre». La lengua inglesa tomó prestado el término yoni del sánscrito antiguo en torno al año 1800, y hoy en día ha sido apropiado por varios grupos neoespirituales que pretenden evitar el horror de cunt llamando yoni a su duff (1880) [chocho] y aprovechan la antigua veneración del «útero» [flapdoodle (1653)].

Por supuesto, la ironía es que cunt y yoni pueden haber surgido de la misma raíz protoindoeuropea. Al mismo tiempo, cunt es mucho más feminista que «vagina» o «vulva». El término vagina proviene del latín, aparece en textos médicos del siglo XVII y significa «vaina o funda». Una vagina es algo en lo que se introduce una espada. Esa es toda su función etimológica: ser el soporte de una espada (pene). Depende del pene para poder tener una función y un significado. También podríamos seguir llamando a la pobre «callejón de la polla» [cock-alley (1785)] o «bolsa de pudin» [pudding bag (1653)]. Hay muchos lingüistas perspicaces que, con razón, se ponen nerviosos cuando se confunde la vagina con la vulva. Para que quede claro: la vagina es el canal muscular que conecta el útero con la vulva, y la vulva es el equipo externo, que comprende el monte de Venus, los labios mayores, los labios menores, el clítoris, el vestíbulo de la vagina, los bulbos del vestíbulo y las glándulas de Bartolino.

«Vulva» se remonta a finales del siglo XIV y procede del latín vulva, que significa «vientre». Algunos han sugerido que viene de volvere o «envolver». En su diccionario latino de 1538, Thomas Elyot definió la vulva como «el vientre o la madre de cualquier animal hembra o la carne usada por los romanos hecha del vientre de una cerda, ya sea que haya parido o esté por parir».[41] Así que, una vez más, el significado de vulva, en tanto que contenedor, depende del pene, o de la relación establecida con el corte de carne más desdeñable de una cerda preñada.

Sin embargo, cunt es anterior a estos dos términos y deriva de una palabra de raíz protoindoeuropea que significa «mujer», «conocimiento», «creadora» o «reina», y es mucho más empoderadora que una palabra que significa «sostengo la polla». Además, el coño es el lote completo, por dentro y por fuera. Cuando se trata del coño, no es necesario separar los pelos del pubis. Palabras como vulva y vagina son esfuerzos lingüísticos para ofrecer alternativas sanas y medicalizadas a «coño». Si esto no bastara para que te pases al equipo cunt, en 1500 Wynkyn de Worde definió la vulva como «un coño» [a cunt].[42]Cunt no es jerga, es el término original. Así, cunt es la madrina de todas las palabras para «el monosílabo» [the monosyllable (1780)], pero entonces surge la pregunta: ¿ha sido cunt siempre una palabra tan ofensiva? La respuesta sencilla es no.

Para la mente medieval, cunt era simplemente una palabra descriptiva, aunque tal vez un poco obscena, como suelen ser los coños. El hecho de que cunt se incluyera en el diccionario de Worde y en los textos médicos demuestra lo cotidiana que era la palabra. En el siglo XVI, John Hall tradujo el texto médico de Lanfranco de Milán Chirurgia ParuaLanfranci, en el que no rehúye al término cunt: «En las mujeres, el cuello de la vejiga es corto para llegar rápido al coño».[43]

La primera cita de la palabra cunt en el Oxford English Dictionary data de 1230 y hace referencia a una calle londinense del barrio rojo de Southwark, maravillosamente llamada Gropecuntelane.[44] Era exactamente lo que decía la placa: «Una calle para manosear coños». Se hallaron Gropecuntelanes —o variaciones de Grapcunt, Groppecuntelane, Gropcunt Lane— en todas las ciudades de la Gran Bretaña medieval. Keith Briggs localiza Gropecuntelanes en Oxford, York, Bristol, Northampton, Wells, Great Yarmouth, Norwich, Windsor, Stebbing, Reading, Shareshill, Grimsby, Newcastle y Banbury. Lamentablemente, todas estas calles han sido rebautizadas, normalmente como Grape Lane o Grove Lane.[45]

John Speed, mapa de Oxfordshire y de la Universidad de Oxford, 1605. Gropecuntelane se muestra en gris.

Mientras que los escoceses podían llamar cunts a sus amigos, la gente del Medievo parece haber llamado cunts a sus hijos. De hecho, cunt aparece en varios apellidos medievales, aunque es muy posible que sean alias: Godwin Clawecunte (1066), Gunoka Cuntles (1219), John Fillecunt (1246) y Robert Clevecunt (1302). Y como si la posibilidad de conocer a la Srta. Gunoka Cuntles en Gropecuntelane no fuera lo suficientemente emocionante, una tal Srta. Bele Wydecunthe [«coño ancho»] aparece en un archivo municipal de Norfolk en 1328.[46] No está de más decir que, en su estudio de nombres humorísticos, Russell Ash encontró a una familia de Cunts viviendo en Inglaterra en el siglo XIX: Fanny Cunt —nacida en 1839—, su hijo Richard «Dick» Cunt y sus hijas Ella Cunt y Violet Cunt.[47]

Una Sheela na Gig del siglo XII en la iglesia de Kilpeck, Herefordshire, Inglaterra.

La literatura medieval también está plagada de cunts. En The Proverbs of Hendyng (c. 1325) podemos encontrar este consejo para las jóvenes: «Entrega tu coño con astucia y haz (tus) peticiones después de la boda».[48] El poeta galés del siglo XV Gwerful Mechain aconsejó a sus compañeros poetas que celebraran el «telón de un fino y brillante coño» que «se agita en el recibimiento».[49] La sociedad medieval estaba mucho más liberada sexualmente de lo que creemos. Una de las razones por las que el coño no se consideraba ofensivo es porque el sexo no lo era. Si bien no se trataba de una utopía sexualmente liberada, la gente no se paseaba con cinturones de castidad, como la mitología popular nos quiere hacer creer. El sexo era absolutamente central en la vida matrimonial y una gran fuente de humor y erotismo. Entender el sexo como algo profundamente ofensivo tiene sus orígenes en los inicios de la era moderna.

Históricamente, el lenguaje tabú ha pasado de la blasfemia a las funciones corporales, y se está desplazando hacia la cuestión racial. Los «insultos» que te metían en serios problemas en la Edad Media eran las blasfemias. Si te pillabas las «zonas blandas» con una cremallera en el siglo XIII, gritabas algo así como «dientes de Dios», «heridas de Dios» u «ojos de Dios». «Coño», en comparación, era una palabra descriptiva y adecuada para todas las ocasiones. No era un eufemismo cursi, excesivamente medicalizado o humorísticamente grotesco; «coño» era «coño».

Geoffrey Chaucer (1343-1400) lanzó la bomba C con la precisión de un dron militar. La palabra que utiliza en Los cuentos de Canterbury y La casa de la fama no es cunt, sino queynte. Sin embargo, al lector no le queda ninguna duda de lo que es una queynte. La comadre de Bath lo tiene muy claro:

¿Qué te aflige para que refunfuñes y gimas así?

¿Es acaso porque lo único que quieres de mí es mi queynte?[50]

El chiste más famoso de Chaucer se encuentra en El cuento del molinero, donde queynte significa «conocimiento» y «coño» al mismo tiempo (¿recordáis la raíz de «astucia» y de «coño»?):

El empleado había sido sutil y astuto,

y la cogió rápidamente por el coño,

y le dijo: «Si no puedo tener lo que deseo,

por amor a ti, querida, me derramaré».[51]

El uso de quaint como sinónimo de cunt se ve en otras obras. En su diccionario italiano-inglés de 1598, John Florio utiliza quaint como sinónimo de coño, y define potta como «un coño pintoresco» y una pottuta como «que tiene un coño, coñuda, extravagante».[52] El jocoso doble sentido de quaint vuelve a aparecer en la obra de Andrew Marvell A su esquiva amada:

Ya no se encontrará tu belleza;

ni sonará en tu sepulcro de mármol

el eco de mi canto: los gusanos

probarán esa virginidad largamente preservada:

y tu pintoresco honor [quaint] se convertirá en polvo;

y en cenizas todo mi deseo.[53]

También se ha sugerido que el acquaint de William Shakespeare en su «Soneto XX»(1609) es un juego de palabras con quaint y cunt. Está claro que si algún hombre conocía el poder cómico de un cunt oportunamente situado era Shakespeare. En el ActoIII, EscenaII de Hamlet, el héroe epónimo le pregunta a Ofelia: «Señora, ¿me acuesto en su regazo?». Ofelia responde: «No, mi señor». Hamlet le pregunta entonces: «¿Creéis que me refería a los asuntos del país?».[54] Cuando David Tennant interpretó a Hamlet, hizo una pausa en la primera sílaba para enfatizar: «Cunt-ry matters». En Noche de Reyes —Acto II, Escena V—, Malvolio describe la letra de su patrona: «Ahí están sus mismas Cs, sus Us, y sus Ts: y así pronuncia su gran Ps», en un juego de palabras simultáneo con cunt y piss.[55] La condición de vendedor ambulante de obscenidades del bardo inmortal ha sido discretamente barrida bajo la alfombra cultural, pero su obra está llena de insinuaciones y chistes. En 1807, un conmocionado Thomas Bowdler suprimió los chistes groseros para que las mujeres y los niños pudieran leerlo y publicó The FamilyShakespeare (completamente libre de cunts). En The Family Shakespeare, Ofelia no se suicida,y el personaje de Doll Tearsheet —una trabajadora sexual— se elimina por completo de Enrique iv. En Romeo y Julieta, la frase picante de Mercucio «la obscena mano de la esfera está ahora en la aguja del mediodía» se modificó para que dijera «la mano de la esfera está ahora en el punto del mediodía».[56] Esta práctica de intervenir los textos condujo a la incorporación de la palabra bowdlerise para referirse a la supresión de pasajes que se consideran censurables en una obra.

Cunt también se utilizaba libremente en las baladas subidas de tono de los contemporáneos de Shakespeare, que no se sentían obligados a ocultar sus cunts en las canciones con doble sentido. En Ragionamenti della Nanna e della Antonia (1534-1536), Pietro Aretino dice a los lectores que eviten los eufemismos floridos y empleen directamente «coño»: «Habla claro y di joder, coño y polla; de lo contrario, nadie te entenderá».[57] La obra escocesa Philotus(1603) contenía los versos «suelta tu mano y agarra su coño».[58] Y el Mercurius Fumigosus (1654) celebra «el coño y la buena compañía».[59] Pero el hecho de que escritores de renombre, como Shakespeare y Marvell, utilizaran cunt como chiste y lo camuflaran con juegos de palabras e insinuaciones descaradas sugiere que, en esa época, cunt estaba empezando a ser censurado. No es casualidad que por aquel entonces entraran en vigor las primeras leyes que prohibían el material sexualmente obsceno. En Gran Bretaña, el primer proyecto de ley fue redactado por William Lambarde en 1580, para restringir «libros, panfletos, coplillas, canciones y otras obras que promueven el amor impío y lascivo».[60] La Ley de Licencias de 1662 prohibía la publicación de cualquier «libro o panfleto herético, sedicioso, cismático u ofensivo en el que se afirmara o mantuviera cualquier doctrina de opinión contraria a la fe cristiana».[61]

El lenguaje es una poderosa herramienta de control social: a medida que el sexo era reprimido, las palabras relacionadas con el cuerpo fueron convirtiéndose en tabú. Después de todo, ¿cómo podemos disfrutar sin vergüenza de nuestros cuerpos si las mismas palabras que utilizamos para hablar de ellos, pensar en ellos o escribir sobre ellos se consideran obscenas? Ellis Cashmore sostiene que el destierro de cunt al rincón depensares el resultado de la censura sexual masiva y del auge del pudor: «con las normas llegaron los buenos modales, con los buenos modales llegó la urbanidad y con la urbanidad llegó el pudor. La palabra cunt hacía referencia a las partes del cuerpo que se encerraban y se ocultaban».[62] La sexualidad de las mujeres fue objeto de censura y castigo, y el coño fue el símbolo evidente de todo lo que el orden puritano pretendía reprimir. En el siglo XVII, el término cunt escandalizaba. Un autor que se deleitó en un delicioso y desviado abrazo al cunt fue John Wilmot, conde de Rochester (1647-1680). Rochester era un poeta inglés, cortesano de Carlos II de Inglaterra y Escocia, «el chico de portada» del libertinaje y el exceso sexual, y simplemente le rezumaba la palabra «follar». Si el Parlamento de Cromwell había tratado de frenar la sexualidad, Rochester alcanzó la notoriedad en la ola de represión sexual que se desencadenó cuando se retiró la ley puritana. Geoffrey Hughes describió perfectamente a Rochester «como un deleite en un mundo visto desde la entrepierna».[63] El poema de Wilmot «Advice to a Cuntmonger»comienza así:

Folladores que seríais felices,

tened cuidado con los coños que os aclaman,

escapad del mal de Tarsehole, gota y fístula

en el agujero del culo.[64]

Así describía la atracción por una amante: «Una caricia suya, su mano, su pie, su propia mirada es un coño» (1680). Sodom, su obra de 1684, presenta personajes como la reina Cuntigratia y su criada Cunticula. Y A Ramble in St James’s Park (1672) contiene ocho cunts a medida que se pone cada vez más celoso de los otros amantes de su querida:

Tu coño lascivo llegó a casa

empapado con la semilla de media ciudad,

mi copita de esperma fue reemplazada

por el licor del exceso.

Atiborrada en otro momento

con una vasta comida de babas

que tu coño devorador había extraído

de las espaldas de los mozos y de los músculos de los lacayos...[65]

Es tentador leer la obra de Rochester como una celebración de la sexualidad, si bien dirige una rabia y un odio considerables hacia los coños y sus propietarias. En Sodom, define cunt como «el desagradable sumidero del amor» y afirma que «la que tenga un coño será una puta». Sus versos están llenos de descripciones degradantes y grotescas de coños enfermos, calvos, cáusticos y bestiales. En A Ramble in St James’s Park, su odio hacia las mujeres que desea —y hacia sus genitales— se proyecta en los otros hombres, a los que desprecia como «malditos» aduladores en su caza de coños:

Así conduce una perra orgullosa

a los humildes malvados a la derrota amorosa,

quienes más servilmente cazan

el sabroso aroma del coño salado.[66]

The School of Venus, or the Ladies Delight, 1680.

Hacia el siglo XVII, cunt también se utilizaba como sinécdoque despectiva para referirse a la mujer (especialmente a la mujer sexual). Del mismo modo, las mujeres podían ser llamadas encantadoramente «conejo» [pussy (1699)] o «chocho» [clunge (2008)]. En 1665, Samuel Pepys escribe acerca de una pócima que debería «hacer que todos los coños de la ciudad corran tras él», mientras que una balada de 1675 advierte de que «los Citty Cunts son un deporte peligroso».[67]

En el siglo XVIII, cunt se consideraba una palabra obscena y desagradable. En su ClassicalDictionary of the Vulgar Tongue (1785), Francis Grose define cunt como «un nombre desagradable para algo desagradable», empleando en su lugar el eufemismo «el monosílabo».[68] Tal era la modestia de un hombre que catalogaba «salón de la señora Fubb», «bota de Buckinger», «zorrita» y «trampa de langostas» como sinónimos habituales del «bien más preciado de una mujer». Cunny —un derivado de cunt— y quim —«coño» en inglés victoriano— son de uso común en el siglo XVIII. La obra Fanny Hill, de John Cleland (1748), estaba completamente libre de cunts. Cleland se jactaba de haber escrito sin una sola palabra grosera. El almanaque anual Harris’s List, sobre las trabajadoras sexuales de Londres (1757-1795), también evita cunt, empleando en su lugar «caverna musgosa» y «monte de Venus».[69]

Un autor del siglo XVIII que utilizó cunt precisamente por su carácter provocador fue el marqués de Sade (1740-1814). Hay coños «pequeños», «masturbados», «abiertos», «bonitos», «infames», «ensangrentados», «follados», «lamidos» y «sinvergüenzas». Si se agita cualquier libro de Sade, de él caerá un coño. Sade es una piñata de coños. La filosofíaen el tocador (1795) incluye joyas como esta:

A continuación, alojaré mi polla en su ano; me serviré de tu culo, que ocupará el lugar del coño que tenía ante mis narices, y ahora lo harás al estilo que ella había empleado, con su cabeza esta vez entre tus piernas; te chuparé el agujero del culo como acabo de chuparle el coño, descargarás, yo también, mientras mi mano, abrazando el querido y dulce cuerpecito de esta encantadora novicia, se adelantará a hacerle cosquillas en el clítoris para que ella también se desmaye de placer.[70]

Sade se deleitaba escribiendo la pornografía más extrema y desviada, así como también con el uso repetido de «coño», en lugar de los eufemismos cursis que se ven en Fanny Hill. Atestigua la ascensión de «coño» como la palabra más ofensiva del mundo occidental.

«Les charmes de Fanny exposés (placa VIII)», de Fanny Hill, 1766.

Pese a su reputación de ser sexualmente reprimidos, la pornografía fluía bajo la corteza superior de la mojigatería victoriana como el río de baba en Los cazafantasmas II. No hay duda de que cunt era una palabra completamente obscena. Pero, precisamente por eso, la erótica victoriana gemía bajo el peso de cunt. Novelas eróticas como El turco lujurioso (1828), La novela de la lujuria (1873), Primeras experiencias de unajoven flagelante (1876), de Rosa Coote, Miss Bellasis Birched for Thieving, de Etonensis (1882), Autobiografía de una pulga (1887) y Venus en India (1889), del capitán Charles Devereaux, son un verdadero cúmulo de bombas C.

The Pearl era una revista pornográfica que se publicó en Londres de 1879 a 1880, año en el que fue cerrada por mostrar material obsceno. La mayoría de las ediciones contenían una colección de quintillas que se divertían enormemente con la palabra cunt:

Había un joven de Bombay

que se hizo un coño de arcilla,

pero el calor de su pene

lo convirtió en un ladrillo,

y le quitó el prepucio.

Había una joven de Hitchin

que se rascaba el coño en la cocina.

Su padre dijo: «Rose, son los cangrejos, supongo».

«Tienes razón, papá, los bichos pican».[71]

Es en el siglo XIX cuando se empieza a utilizar cunt como un término ofensivo. El Oxford English Dictionary sitúa el primer uso conocido de cunt como insulto en 1860: «Y cuando llegaron a Charleston, tuvieron que, como es costumbre, encontrar un presidente y entonces fueron a buscar una puta [cunt]».[72]

Quizá uno de los momentos cunt más significativos del siglo XX fue la prohibición y posterior juicio por obscenidad de la obra de D. H. Lawrence El amante de LadyChatterley (1928), que contiene catorce cunts (y cuarenta fucks). Cuando Gerald Gould revisó una versión editada en 1932, señaló que «se omiten pasajes a los que el autor concedía sin duda una importancia psicológica suprema, una importancia tan grande que estaba dispuesto a enfrentarse a la deshonra, la incomprensión y la censura a causa de ellos».[73] El libro causó sensación no solo por sus descripciones gráficas de sexo y placer sexual de las mujeres, sino porque utiliza el sexo para derribar las fronteras de clase. El sexo es uno de los niveladores supremos, y a pesar de todos sus títulos, dinero y privilegios, lady Constance Chatterley tiene un coño: es un ser sexual. El deseo y el placer sexual no entienden de clases. Lawrence utiliza la palabra «coño» en todo momento porque es la única palabra que puede expresar el anhelo, la sexualidad primaria de Constance, y subvertir las pretensiones de una sociedad que veía a las mujeres como esposas y madres asexuales. El uso que hace Lawrence de la palabra «coño» es impactante, pero también increíblemente tierno y apasionado; para Lawrence, el coño es algo verdaderamente maravilloso. Una de las escenas fundamentales de la novela es aquella en la que Mellors enseña a Constance la diferencia entre cunt y fuck:

Enfermedades femeninas y cirugía abdominal, de Lawson Tait, 1877.

Invocation A L’amour, 1825.

—Eres un buen coño, ¿verdad? El mejor coño de la tierra. ¡Cuando quieres! ¡Cuando te da la gana!

—¿Qué es coño? —dijo ella.

—Ah, ¿no lo sabes? Coño eres tú ahí abajo; y lo que me das cuando estoy dentro de ti y lo que tú tienes cuando yo estoy dentro; todo tal como es, todo ello.

—Todo ello —bromeó Connie—. ¡Coño! Entonces es como follar.

—¡No, no! Follar no es más que lo que se hace. Los animales follan. Pero un coño es más que eso. Eres tú misma, ¿no te das cuenta? Y tú eres mucho más que un animal, ¿o no? Incluso al follar. ¡Coño! ¡Esa es tu hermosura, muchacha![74]

Coño: «¡Esa es tu hermosura, muchacha!». No creo haber escuchado una definición más maravillosa. Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos de Lawrence y de un jurado que acordó que una obra llena de cunts tiene mérito artístico, el coño aún no ha sido bienvenido a la sociedad educada. James Joyce utiliza un cunt en el Ulises (1922) y llama a la Tierra Santa «el coño gris sumergido del mundo».[75] Y utiliza libremente «coño» en las cartas eróticas escritas a su mujer Nora, a la que llama deliciosamente fuck bird. A los poetas estadounidenses de la generación beat les gusta el impacto de cunt. En Aullido (1956), Ginsberg escribe sobre «una visión del coño supremo».[76] Pero el coño está ahí para escandalizar. Cunt no llegó al cine convencional hasta 1971. En Conocimiento carnal, protagonizada por Jack Nicholson y Ann-Margret, Jonathan Fuerst, el personaje de Nicholson, le grita a Bobbie (Ann-Margret): «¿Es esto un ultimátum? Respóndeme, rompepelotas castradora, hija de una puta perra [son of a cunt bitch]».[77]El exorcista (1973) utiliza cunting como adjetivo dos veces (es decir, cunting daughter [hija de puta]). Un tercer cunt fue eliminado de la edición final: la perturbada Regan le decía a su médico que debía mantener sus dedos lejos de su «coño».[78] Tengamos en cuenta que el único cunt que se censuró fue el que significaba «vulva». Esto ha sido así en la mayoría de los usos cinematográficos de cunt: se utiliza mucho más a menudo como insulto que para referirse a los genitales.

A medida que avanzaba el siglo XX, cunt se convirtió en un poderoso insulto. El OxfordEnglish Dictionary no admitió cunt hasta los años setenta. Pero en 2014 añadió cunty, cuntish, cunted y cunting a la entrada de cunt; cunty se define como «altamente objetable o desagradable»; cuntish significa «persona o comportamiento desagradable»; cunted significa estado de ebriedad, y cunting es un intensificador que significa «mucho».[79] No cabe duda de que cunt es una palabra muy versátil —sustantivo, adjetivo, verbo—, pero sigue escandalizando. En 2016, Ofcom —el organismo regulador de las comunicaciones del Reino Unido— clasificó las palabrotas por orden de ofensa: cunt quedó en primer lugar.[80] Las directrices de la Junta Británica de Clasificación Cinematográfica establecen que la palabra cunt solo puede usarse en las películas clasificadas para mayores de dieciocho años.

Cunt mantiene una relación incómoda con las feministas, que no acaban de decidir si es una palabra empoderadora o degradante. Desde varios ámbitos feministas se ha tratado de reivindicar. Judy Chicago lideró el movimiento Cunt art de la década de 1970 y creó obras de arte que utilizaban agresivamente el término cunt para romper con las actitudes mojigatas en torno a la sexualidad femenina. La obra Muscio Cunt: A Declaration of Independence, de Inga Muscio, inspiró un movimiento llamado Cuntfest (un homenaje a las mujeres). En 1996, Eva Ensler estrenó una obra llamada Los monólogos de la vagina en el HERE Arts Centre. La obra presenta diferentes personajes que hablan de su sentido de la identidad, de su sexualidad y de lo que sienten por sus vaginas. Uno de los monólogos se titula Reclaiming Cunt [Reivindicar el coño] y es un tour de force del coño:

Me encanta esa palabra.

No puedo decirla lo suficiente.

No puedo dejar de decirla.

¿Te sientes un poco irritado en el aeropuerto?

Solo tienes que decir COÑO y todo cambia

¿Qué has dicho?

He dicho COÑO, eso es, he dicho COÑO, COÑO, COÑO, COÑO.

Sienta muy bien.

Pruébalo. Adelante. Adelante.

COÑO.

COÑO.

COÑO.

COÑO.[81]

Se anima al público a gritar COÑO y a sentir el poder explosivo de la palabra al unísono. Los monólogos de la vagina marcaron un hito en el teatro feminista. Pero aunque estoy muy de acuerdo con Ensler y también considero que es altamente terapéutico gritar coño en el servicio de reclamación de equipaje de Ryanair, el trabajo de Ensler no ha forzado la renegociación masiva que tal vez esperábamos. Quizá «coño» ya no pueda ser recuperado. Pero sigue siendo una palabra poderosa y especial.

Las palabras para referirse a los genitales de las mujeres tienden a ser clínicas (vagina, vulva, pudendo, etc.); infantiles («toto», «chochete», tuppence, foof, fairy, minky, Mary, twinkle, etc.); distantes e imparciales («ahí abajo», «partes», «zona especial», etc.); muy sexuales («coño», «agujero», etc.); violentas («herida de hacha», «tajo», growler, etc.), o se refieren a olores, sabores y apariencias desagradables («sándwich de pescado», «bocadillo de bacon», «almeja barbuda). Cunt no transmite nada de eso. Coño es coño. Las palabras que hacen referencia a la vulva parecen encontrarse en un constante intento de negar lo que se está describiendo: tus genitales no son un twinkle ni un fur pie. Lamentablemente, al igual que la palabra, los mismísimos coños han sido culturalmente censurados de tal manera que los únicos que nos parecen aceptables son los depilados, los afeitados, los recortados quirúrgicamente, los lavados, los perfumados con productos de limpieza y los «emperifollados». El negocio de la vaginoplastia está en auge, y ahora podéis cortaros los labios, reconstruir vuestro himen e instalar un ambientador de coche (es broma). No es raro que no seamos capaces de referirnos al coño de forma directa, debiendo recurrir a expresiones como «ahí abajo». Puede que nunca se permita que «coño» salga del rincón de pensar, pero el término es mucho menos ofensivo que muchos de los sinónimos en uso. Vale la pena recordar que, en realidad, a la vagina la estamos llamando «vaina», «soporte para pollas», «bolsillo para salchichas». Cunt puede ser clasificada como una palabra ofensiva, pero es antigua y honesta. Es la palabra primordial, todo lo demás vino después. Bienvenidas al #TeamCunt.

[33]El diccionario de Cambridge define cunt [coño] como: 1. palabra ofensiva para una persona muy desagradable o estúpida; 2. término ofensivo para «vagina». Hemos mantenido el término en inglés en las ocasiones en las que se hace referencia a su historia etimológica, por cuestiones fonéticas, y cuando es referenciada específicamente en obras en lengua inglesa, literatura, cine, etc. (N. de la T.).

[34]Walter Kirn, «The Forbidden Word», en GQ, 4 de mayo de 2005, p. 136.

[35]Christina Caldwell, «The C-Word: How One Four-Letter Word Holds So Much Power», en College Times, 15 de marzo de 2011.

[36]«Oxford English Dictionary», en Oed.Com, 2018. <http://www.oed.com/view/Entry/45874?redirectedFrom=cunt#eid>. [Consultado el 7 de septiembre de 2018]. Otras excelentes fuentes que cubren la etimología de cunt son: Mark Daniel, See You Next Tuesday (Londres: Timewell, 2008); Pete Silverton, Filthy English (Londres: Portobello Books, 2009); Jonathon Green, Green’s Dictionary of Slang (Londres: Chambers, 2010); Melissa Mohr, Holy Sh*T: A Brief History of Swearing (Oxford: Oxford University Press, 2013); y Matthew Hunt, «Cunt», en Matthewhunt.Com, 2017. <http://www.matthewhunt.com/cunt/>. [Consultado el 3 de septiembre de 2018].

[37]Pete Silverton, Filthy English (Londres: Portobello Books, 2009), p. 52; Matthew Hunt, «Cunt», Matthewhunt.Com