Una dama indómita - Stephanie Laurens - E-Book
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Una dama indómita E-Book

Stephanie Laurens

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Beschreibung

La honorable señorita Mary Cynster siempre consigue lo que se propone. Es la única Cynster de su generación que aún no ha contraído matrimonio y está decidida a mantener el control no solo sobre su vida, sino también sobre el hombre que se convierta en su esposo. Ryder Cavanaugh, el intrépido y devastadoramente apuesto marqués de Raventhorne, es un irresistible e indomable miembro de la alta sociedad y se encuentra en el último puesto de su lista de potenciales maridos, pero el destino tiene otros planes. Ryder no solo quiere a Mary por esposa por su encanto, su fuerte temperamento y lo tentadora que es, sino porque ve en ella la valiosa promesa del futuro que podrían crear juntos. Cuando el destino y las circunstancias le dan la oportunidad de convertirla en su marquesa, lo hace sin dudarlo, pero entonces se da cuenta de que lo que realmente desea no es tomarla por esposa sin más, sino adueñarse de su corazón. El estilo de Laurens es brillante. Publishers Weekly

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Seitenzahl: 797

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013, Savdek Management Proprietary Ltd.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una dama indómita, n.º 234 - 15.11.17

Título original: The Taming of Ryder Cavanaugh

Publicado originalmente por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Traductora: Sonia Figueroa

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con persona, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Diseño de cubierta: Depositphotos

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-555-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Mayo de 1837

Londres

 

—¡No me digas que él es el caballero en el que estás interesada!

Mary Alice Cynster se llevó tal sobresalto que tuvo la impresión de que el corazón estaba a punto de salírsele por la boca. La recorrió una oleada de furia mientras sus agitados sentidos iban regresando a tierra firme y se volvió de golpe para fulminar con la mirada a su irritante, exasperante e incontrolable enemigo acérrimo. No tenía ni idea de por qué habría decidido Ryder Cavanaugh asumir ese papel, pero desde el breve encuentro que habían tenido dos noches atrás en el baile de compromiso de su hermana Henrietta él se había dedicado a asediarla y se había convertido en un fastidio que no hacía sino distraerla.

La crème de la crème de la alta sociedad llenaba el salón de baile de los Felsham, que se extendía ante ellos en un mar donde las sedas y los satenes de vívidos colores de las damas contrastaban con el negro del sobrio atuendo de los caballeros. Los elaborados peinados eran impecables, las joyas relucían bajo la luz y cientos de voces bien moduladas se alzaban en una cortés cacofonía.

Mary se había colocado debajo de la galería balconada para poder observar a su objetivo amparada entre las sombras que bañaban aquella zona, y se había quedado tan absorta que no se había percatado de que Ryder se acercaba. Aquel hombre se movía con fluidez y sigilo a pesar de lo grandote que era y, como de costumbre, su impecable y sobria vestimenta enfatizaba aún más la fluida fuerza que contenía su alto y musculoso cuerpo.

Estaba junto a ella, con un ancho hombro apoyado contra la pared en actitud relajada mientras la observaba con los ojos entrecerrados y aquella perezosa mirada de león indolente tan típica en él. Eran muchos los que solían tragarse aquella imagen de gigantón lánguido, amigable y dulce, pero a ella no había podido engañarla nunca. Detrás de aquellos brillantes ojos pardos se escondía una mente tan incisiva, decidida e implacablemente competente como la suya.

Pero a pesar de aquella lánguida sofisticación que normalmente era tan impenetrable, una sofisticación que él solía usar como una máscara tras la que se parapetaba, no había duda de que estaba sorprendido. Le habían delatado su tono de voz y el hecho de que sus párpados se hubieran alzado por un instante cuando, tras mirar subrepticiamente por encima de ella, había identificado al caballero que la tenía tan interesada.

Masculló una imprecación para sus adentros (él era la última persona sobre la faz de la tierra con la que habría querido compartir aquella información), y fijó una mirada digna de un basilisco en aquellos cambiantes ojos pardos mezcla de verde y oro.

—Vete. Ya.

Como cabía esperar, la orden no surtió efecto alguno, así que bien habría podido ahorrarse el aliento. Era bien sabido que Ryder (cuya denominación correcta era la de quinto marqués de Raventhorne, título que había heredado seis años atrás al fallecer su padre) se regía según sus propias reglas, y eran muy pocos los caballeros a los que las grandes damas de la alta sociedad les reconocían esa autoridad. Eran caballeros con tanto poder personal que se consideraba más sensato permitir que merodearan por los salones de baile, los saloncitos y los comedores a sus anchas, sin condiciones ni impedimentos, siempre y cuando respetaran las normas sociales el mínimo imprescindible. Era una de esas concesiones que se daban por hecho.

Le sostuvo la mirada y se mantuvo firme, ya que no estaba dispuesta a dejarse amilanar, pero al mismo tiempo era plenamente consciente del potente poder que aquel hombre exudaba a todos los niveles. Era algo inevitable, teniendo en cuenta lo cerca que estaban el uno del otro.

Él la miraba como si estuviera contemplando un extraño y potencialmente delicioso bocado. Como además de ser la menor de las jóvenes Cynster de su generación también era la más bajita y él medía bastante más de metro ochenta, lo lógico habría sido que se sintiera intimidada al tenerlo cerca, pero nunca había sido así. Sí, era cierto que Ryder la distraía y la descolocaba, que incluso la descentraba mentalmente hasta el punto de hacerla sentir como si estuviera cayendo al vacío, pero jamás se había sentido amenazada ni lo más mínimo por él. Quizás fuera porque le conocía de pasada desde siempre. Pertenecían a dos de las familias de más rancio abolengo de la alta sociedad, así que se conocían debido al típico trato de rigor que existía dentro de esos selectos círculos.

Él había mantenido aquellos ojos pardos enmarcados de espesas pestañas fijos en ella, y siguió mirándola a los ojos al decir con voz firme:

—No creerás en serio que Rand sería un marido adecuado para ti, ¿verdad?

Ella alzó la barbilla con actitud gélida y altiva, pero ni poniéndose de puntillas habría podido achicarle.

—Me parece obvio y patente que esa es una decisión que voy a tomar por mí misma.

—No pierdas el tiempo, no sois compatibles.

—¿Eso crees?

Titubeó por un instante, ya que Ryder era quien mejor podía conocer las aspiraciones de su propio hermanastro. Enarcó las cejas y, procurando teñir su voz de altivo escepticismo para acicatearle y lograr sonsacarle toda la información posible, añadió:

—¿Por qué no habríamos de serlo?

Mientras esperaba a que él decidiera si iba a dignarse a contestar o no, se planteó si habría sido más sensato negar cualquier interés especial por Randolph (lord Randolph Cavanaugh, el mayor de los hermanastros de Ryder), pero el problema radicaba en que durante el baile de compromiso de Henrietta y James ella había rechazado a Ryder de forma tajante. Al declinar una invitación por la que matarían la mayoría de damas de la alta sociedad, ya fueran jóvenes o de mediana edad o ancianas, había despertado sin querer la curiosidad de aquel hombre incorregible que desde entonces, cual felino aparentemente indolente, había estado acechándola.

Aunque tan solo habían pasado dos días desde el baile de compromiso, Ryder tenía inteligencia de sobra para haber deducido cuál era el objetivo que ella se había marcado, así que… no, la verdad era que no tenía sentido intentar engañarle al respecto. Lo único que lograría con ello sería que él se comportara de forma incluso más diabólica.

De hecho, tuvo la certeza de que iba a ser diabólico de todas formas al ver que curvaba ligeramente los labios, tomaba aire para contestar y hablaba con una voz tan profunda que parecía un resonante ronroneo.

—Déjame enumerar las razones. En primer lugar, permíteme señalar que eres la última Cynster soltera de tu generación y, como tal, en el mercado matrimonial se te considera una joya muy codiciada.

—Eso no me conviene en absoluto —afirmó ella, ceñuda—, pero no veo por qué habría de ser considerada como tal. Soy la menor y, si bien es cierto que mi dote no es nada desdeñable, no soy un diamante de primera magnitud ni una gran heredera —como parecía ser que no tenía más remedio que tolerar su presencia, no había razón alguna para no sacar información aprovechando lo bien informado que estaba y la gran cantidad de contactos que tenía.

Ryder hizo una inclinación de cabeza mientras se mordía la lengua para reprimir el impulso de hacerle saber que, aunque estaba en lo cierto al afirmar que no se la podía considerar un diamante de primera magnitud, eso se debía a su fuerte personalidad y no a que le faltara belleza. Su atractivo, un atractivo vibrante y vívido, era más que suficiente para atraer la mirada de los hombres y despertarles la imaginación; de hecho, él mismo había sido sumamente consciente de ello durante aquellos dos últimos días en los que había estado siguiéndola como una sombra llevado por la curiosidad, el orgullo herido y una especie de fascinación a la que no sabía ponerle nombre.

—Has pasado por alto el aspecto más crucial de todos, Mary. Eres la última oportunidad que les queda a las familias más prominentes de la alta sociedad para establecer un lazo de unión con los Cynster en esta generación. Pasará una década o incluso más hasta que los hijos de tus primos, los miembros de la próxima generación, entren en el mercado matrimonial, por lo que a pesar de lo que tú puedas desear no hay duda de que eres una joya codiciada en ese sentido. Y, por otra parte, Rand no va a heredar ni el título ni las propiedades —a diferencia de él, que lo había heredado todo. Sin dejar de sostenerle la mirada, enarcó las cejas y añadió con ademán displicente—: pregúntaselo a cualquiera de las grandes damas, todas te dirán lo mismo. Todo el mundo da por hecho que vas a lograr un matrimonio ventajoso.

Tuvo que contener una sonrisa al oírle soltar un sonido sospechosamente parecido a un bufido burlón, ya que sabía por experiencia propia lo que ella estaba sintiendo. Antes de que pudiera hacer algún comentario, ella negó con la cabeza y afirmó:

—No. Si lo que dices fuera cierto, habría sido asediada.

—Aún es pronto para ello, el asedio llegará durante la temporada social del año que viene —le pareció buena idea ponerla al tanto de aquel pequeño dato—. Tan solo tienes veintidós años y este año están el compromiso matrimonial de Henrietta y su próxima boda, que son dos poderosas distracciones para tu familia. En lo que a enlaces se refiere, nadie tiene la atención puesta en ti de momento —solo él, y había decidido adelantarse a todos sus potenciales rivales.

Ella tensó los labios, unos labios tersos y rosados de una voluptuosidad que sorprendía en un rostro tan joven, y contestó con firmeza:

—Sea como fuere, estás hablando de lo que opinan los demás, pero en lo que respecta a mi futuro marido es mi opinión la que cuenta —su expresión se tornó más beligerante aún—. Y en cuanto a todo lo demás…

—Rand no sería un esposo adecuado para ti. Tiene seis años menos que yo, tan solo dos más que tú —mientras lo decía comprendió cuál era una de las razones que la habían llevado a elegir a Rand como potencial marido—. Y por si se te ha pasado por alto, aunque apostaría una buena suma a que no ha sido así, te diré que, aunque a los veinticuatro años un caballero puede ser maduro en lo que al cuerpo se refiere, es muy difícil que lo sea mentalmente —la sonrisa que permitió que aflorara a sus labios fue del todo sincera—. Dale tiempo a Rand y será igualito a mí, te lo aseguro.

Precisamente esa era la transformación que Mary tenía intención de asegurarse de que no ocurriera. Giró la cabeza para observar de nuevo al caballero en cuestión, que formaba parte de un grupo que estaba cerca del centro del largo salón de baile.

—En mi opinión, Rand será el esposo perfecto para mí.

Al margen de cualquier otra consideración, Randolph era una versión mucho más mansa de Ryder; si se casaba con él, estaba convencida de que podría influenciarle hasta el punto de asegurarse de que no evolucionara hasta convertirse en un caballero como Ryder, que era letalmente peligroso para la totalidad del género femenino. A decir verdad, si se casaba con Randolph podría decirse que estaría haciéndole un gran favor a todas las de su género. A la mitad femenina de la población no le convenía lo más mínimo que hubiera otro Ryder más, ya que además de ser impactante desde un punto de vista físico era un hombre ingobernable.

Aprovechó para repasar las características físicas de Randolph mientras le observaba. Mientras que Ryder tenía una leonada melena de un tono castaño dorado, él tenía el pelo de un color castaño oscuro parecido al de su madre, Lavinia; Ryder llevaba el pelo un poco más largo y le quedaba con un aspecto revuelto y ligeramente despeinado que resultaba de lo más sugerente, era una potente tentación que hacía que las mujeres anhelaran deslizar los dedos entre aquellos rebeldes mechones. Randolph, por su parte, llevaba un corte de pelo a la moda que no era ni corto ni largo y que se parecía al de muchos de los caballeros presentes.

Los hombros de Randolph eran anchos, pero no tenían la impresionante anchura de los de Ryder; su complexión era más esbelta que la de Ryder, pero había que tener en cuenta que este era unos centímetros más alto, por lo que la imponente anchura de su pecho estaba proporcionada. Aunque Randolph también estaba perfectamente proporcionado, podría decirse que lo estaba a una escala más mundana, menos divina.

Y eso, admitió pensativa para sus adentros, resumía más o menos la diferencia entre los hermanastros. No solo entre Ryder y Randolph, también entre el primero y los dos hermanos menores de Randolph, Christopher (Kit) y Godfrey. Ryder era el único hijo nacido del primer matrimonio de su padre, mientras que los otros tres eran hijos del difunto marqués con su segunda esposa, Lavinia.

Sabía que había también una hermana cuyo nombre era Eustacia y a la que todo el mundo llamaba Stacie, pero tanto a ella como a los demás los conocía de coincidir en algunos eventos sociales y poco más. Dadas sus intenciones de casarse con Randolph y entrar a formar parte de la familia, tenía intención de recabar información para averiguar todo lo que quería saber acerca de ellos, pero aún no había tenido ocasión de hacerlo.

Estaba impaciente por avanzar, por dar el siguiente paso en su campaña para convencer a Randolph de que pidiera su mano en matrimonio. Había pasado los primeros meses de aquella temporada social examinando con determinación a todos los potenciales candidatos, y una vez que se había dado cuenta de que Randolph cumplía a la perfección con sus requisitos había centrado su atención en presionar a Henrietta, su hermana mayor, para convencerla de que se pusiera el collar que una diosa escocesa conocida como «la Señora» le había regalado a las Cynster.

La Señora estaba vinculada a la familia a través de Catriona (la esposa de su primo Richard), quien era una sacerdotisa de la deidad y, al parecer, gozaba del favor de esta. A través de Catriona, la Señora había decretado que las primas Cynster debían ir poniéndose sucesivamente el collar para que la joya las ayudara a encontrar a sus respectivos héroes verdaderos, y ellas habían definido tiempo atrás a ese «héroe verdadero» como el hombre que habría de conquistarlas y llevarlas al altar y a la felicidad conyugal. Aunque en un principio todas habían sido escépticas en lo que al poder del collar se refería, lo cierto era que había obrado su magia sucesivamente para Heather, Eliza, Angelica y recientemente para Henrietta, a pesar de que esta última se había empeñado durante mucho tiempo en no creer en su poder.

Después de estar en manos de las cuatro, el collar de cuentas de amatista y eslabones de oro del que pendía un colgante de cuarzo rosa le había sido entregado a ella. En ese momento lo llevaba puesto, notaba la calidez del colgante de cuarzo entre los senos, y estaba convencida de que iba a funcionarle. Sí, lo creía con todo su corazón y con su considerable fuerza de voluntad, pero para ir allanando el camino ya había hecho la tarea preliminar. Había estudiado el terreno y había descubierto que Randolph Cavanaugh era su héroe predestinado, el esposo perfecto para ella, así que lo único que necesitaba era que el collar confirmara su elección.

Había recibido el collar dos noches atrás, justo antes del baile de compromiso de Henrietta, y lo llevaba puesto desde que esta se lo había abrochado alrededor del cuello. Al día siguiente había asistido a la velada organizada por lady Cornwallis y allí había tenido la primera oportunidad de hablar con Randolph con la joya puesta, pero a pesar de que había pasado más de media hora en el mismo grupo que él, charlando y conversando, lo cierto era que ella, al menos, no había notado nada especial.

No estaba segura de qué era lo que esperaba exactamente que pasara, pero lo que sabía por sus primas y por Henrietta indicaba que el collar no hacía nada tangible, sino que era una especie de catalizador. El hecho de llevarlo le garantizaba que su héroe predestinado iba a aparecer ante ella, pero no podía contar con más ayuda que esa. No iba a recibir ninguna indicación precisa.

La cuestión era que iba a tener que pasar más tiempo con Randolph y si realmente era su héroe, si estaban hechos el uno para el otro, entonces… pues entonces debería suceder algo, algo debería cobrar vida entre los dos.

Giró un poco más el cuerpo mientras recorría con la mirada a la gente que lo rodeaba, y evaluó pensativa las posibles opciones que tenía para acercarse a él.

—Tengo que encontrar la mejor forma de…

Apenas había acabado de murmurar aquellas palabras cuando notó que Ryder se inclinaba más hacia ella para intentar oírla, y reprimió de golpe el impulso (un impulso casi irrefrenable) de mirarle. Lo tenía tan cerca que lo más seguro era que, en caso de alzar la mirada, se encontrara de lleno con aquellos fascinantes ojos pardos y tuviera a escasos centímetros de distancia aquellos labios endemoniadamente tentadores y aquella sonrisa pecaminosa.

Notaba a lo largo del costado derecho la calidez que emanaba de él, y la sensación resultaba tentadora y seductora. La presencia impactantemente cautivadora y sensual de aquel hombre proyectaba una promesa indefinible que atraía sin esfuerzo alguno a la hembra de la especie; de hecho, llevaba tiempo convencida de que él ya había nacido con aquel peculiar encanto sensual emanándole por los poros.

No era que ella no sintiera el efecto, que no reconociera la atracción como lo que era, que no reaccionara, pero se había dado cuenta mucho tiempo atrás de que mostrar abiertamente su reacción ante cualquier hombre, fuera cual fuese esa reacción, ponía el control de la situación en manos de él.

Hacía mucho tiempo que había decidido que siempre iba a tener el control, en especial de sí misma.

Teniendo en cuenta la cantidad de varones innatamente dominantes que había en su familia, llevaba toda la vida viendo cómo se comportaban esa clase de hombres, cómo reaccionaban ante los indicios que indicaban que no le eran indiferentes a una dama. Había tomado buena nota de cuáles eran esos reveladores indicios, y se había esforzado por erradicarlos de su repertorio de reacciones instintivas.

De modo que, aunque sentía tan intensamente como cualquier otra dama la atracción que ejercía Ryder, no hacía nada que lo indujera a pensar que provocaba algún efecto sobre ella.

Quería que se fijara en ella Randolph, no él, y estaba decidida a atraer su atención aquella misma noche. Para aquella velada había elegido un vestido en un tono azul aciano que combinaba con sus ojos y resaltaba el intenso violeta azulado de las cuentas de amatista.

Randolph… intentó centrarse en él, pero aunque fijar la mirada en él no supuso mayor problema el resto de sus sentidos se negaron a cooperar.

¡Maldito Ryder! Por mucho que ella se esforzara en disimular, si lo tenía cerca sus rebeldes sentidos se empecinaban en permanecer mucho más pendientes de él que de Randolph. Aunque este último era apuesto, fuerte y muy atractivo en todos los aspectos físicamente hablando, la verdad era que en lo que a sensualidad se refería empalidecía hasta quedar reducido a la más absoluta insignificancia en comparación con su hermanastro mayor. No existía mujer en la alta sociedad (ni fuera de ella) que no estuviera dispuesta a concederle a aquel hombre un pedestal en el Salón de Hombres de Soberbia Apostura e Increíble Atractivo.

Pero la belleza no lo era todo en la vida y, sencilla y llanamente, Ryder era demasiado guapo… no, no solo guapo, era demasiado atractivo a todos los niveles y de todas las formas posibles tanto para su propio bien como para el bien de los demás, en especial ella. Era realista en lo que a sí misma se refería y sabía que él poseía más fuerza de voluntad. Jamás podría manejarle, ninguna mujer podría lograr semejante hazaña; Randolph, sin embargo, estaba dentro de sus posibilidades, así que era una elección perfecta.

—A riesgo de que te enfades y me arranques la cabeza, debo preguntarte cómo crees que vas a poder convencer a Rand de que eres la dama adecuada para él.

Ryder murmuró aquellas palabras mientras oía ruidos procedentes de la galería que tenían justo encima. Con un poco de suerte, los músicos habían llegado y empezarían a tocar pronto, así que lo único que tenía que hacer para seguir avanzando en pos de su objetivo era mantener allí a Mary hasta que empezara a sonar la música.

Ella giró la cabeza apenas lo justo para lanzarle una mirada severa y amenazante con la que sin duda creía que iba a pararle los pies, pero tenía mucho que aprender; a decir verdad, le hubiera desmotivado más si hubiera sonreído dulcemente. Pocas cosas podrían atraerle tanto como su resistencia, ya que la novedad resultaba fascinante para alguien con un apetito tan hastiado como el suyo. Como su propósito era evitar que ella se alejara y alargar el momento, permaneció callado y esperó su respuesta con la infinita paciencia del experimentado cazador que era.

—No entiendo por qué habría de importarte eso a ti —le dijo ella al fin, ceñuda.

Él agrandó los ojos con fingida sorpresa y contestó, con la mayor de las inocencias:

—La razón me parecía obvia; al fin y al cabo, Rand es mi hermano.

—Hermanastro —alzó la barbilla con ademán terco y volvió a dirigir la mirada hacia Rand—. Si bien es cierto que no se parece en nada a ti, no alcanzo a entender por qué crees que necesita de su hermano mayor para protegerle de alguien como yo.

—Qué muchachita tan impertinente.

Aunque no pudo reprimir una pequeña sonrisa, tuvo que admitir para sus adentros que ella había dado en el clavo, ya que se sentía protector al ver que había puesto sus ojos en su inocente hermano menor. Teniendo en cuenta lo joven que era Rand, el pobre se sentiría aterrado ante una dama como ella.

Que su propio instinto protector encajara a la perfección con el objetivo personal que se había marcado había sido por pura suerte o, tal y como solía sucederle con frecuencia, por una ayuda del destino.

Ella encogió uno de sus delicados hombros y contestó, sin apartar la mirada de Rand:

—Soy como soy, y no se me puede considerar una amenaza para Rand.

—Eso depende de la opinión de cada uno.

Ella le lanzó otra mirada fulminante, pero no tuvo oportunidad de contestar porque se oyó un agudo sonido procedente de la galería que tenían encima y, al cabo de un instante, sonaron los ligeros acordes que anunciaban un vals.

¡Perfecto!

Antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar (y mucho menos de escapar), él emergió de las sombras creadas por la galería y, bañado por la brillante luz de las arañas de luces del salón de baile, se inclinó en una reverencia asegurándose de que fuera condenadamente majestuosa, le ofreció la mano y la miró a los ojos, unos ojos que habían empezado a agrandarse en un gesto de creciente sorpresa.

—Permíteme rogarte que me concedas el honor de este baile.

Parecía haberse quedado atónita y, a decir verdad, se la veía incluso un poco horrorizada. Estaba observándola con atención, así que captó el momento exacto en que ella se dio cuenta de lo que iba a pasar cuando la tuviera entre sus brazos. Al tenerlo cerca no iba a poder sofocar la respuesta de su cuerpo, la respuesta que él sabía de forma instintiva que ella había estado reprimiendo.

Ella bajó la mirada hacia la mano que le ofrecía, y lo miró de nuevo a los ojos antes de responder con firmeza:

—No.

Él sonrió. Fue una sonrisa intensa, penetrante.

—Estoy convencido de que eres consciente de que lo más prudente es no causar una escenita, ya que la atención de todas las grandes damas presentes se centraría en nosotros; al fin y al cabo —enarcó una ceja—, ¿qué excusa podrías tener para negarte a bailar conmigo?

Ella entornó los ojos poco a poco sin dejar de sostenerle la mirada; sus labios, aquellos labios seductores con los que él había empezado a fantasear, se tensaron y se apretaron hasta formar una fina línea; al cabo de un segundo, hizo un seco gesto de asentimiento y contestó:

—Está bien —alzó la mano y la extendió hacia él, pero se detuvo como si se hubiera quedado petrificada justo antes de tocarle.

Ryder resistió el impulso de aferrar aquellos dedos que estaban a escasos milímetros de su palma, reprimió el impulso de agarrarla y atraparla, y se limitó a enarcar una ceja y a recapturar la mirada de aquellos ojos azules en los que relucía una voluntad férrea e indómita.

—Un solo baile, y después me llevarás al círculo donde se encuentra Randolph —le dijo ella con firmeza.

—Hecho —lo dijo sin vacilar y entonces la tomó de la mano, la atrajo un poco más hacia sí y se volvió hacia el centro del salón.

Sus labios se curvaron en una espontánea sonrisa mientras la conducía hacia el espacio que iba quedando despejado. La forma en que ella caminaba, con pies ligeros y casi podría decirse que con una especie de entusiasmo reprimido, revelaba que estaba convencida de haber salido vencedora de la conversación o, al menos, de haber logrado un empate, pero estaba enfrentándose a todo un maestro que ya había olvidado más de lo que ella llegaría a aprender en toda su vida sobre aquel juego en particular.

Le convenía seguirle la corriente sin entorpecerla, pero antes iba a disfrutar de su premio: el vals, un vals que iba a ser el primero de muchos a pesar de lo que ella pudiera creer en ese momento.

La tomó entre sus brazos con naturalidad al llegar al centro del salón. No se sorprendió al ver que ella avanzaba un paso con fluidez, posaba una delicada mano en su hombro y no vacilaba ni un instante en permitirle tomar su otra mano, pero que en vez de alzar la mirada hacia su rostro la desviaba hacia la derecha, hacia el lugar donde Randolph estaba charlando con sus amigos, como si a pesar de estar entre sus brazos su mente estuviera en otro lado.

Posó la mano en la delicada extensión de su espalda, y se sintió triunfal al notar el revelador temblor que la recorrió a pesar de que ella sin duda luchó por sofocarlo. Satisfecho, saboreando de antemano lo que se avecinaba, sus labios se curvaron en una sonrisa mientras empezaba a bailar y la hacía girar al son de la música. Se deleitó al ver su reacción, que fue instantánea e imposible de ocultar… la forma en que le relucieron los ojos al alzarlos de golpe y mirarlo a la cara, la forma en que sus sensuales labios se entreabrieron apenas, la forma en que contuvo el aliento de repente…

Toda la atención de Mary quedó centrada en él a partir de ese instante, y no estaba dispuesto a permitir que se desviara ni un ápice.

Capturó aquellos ojos azules como el aciano bajo un cielo tormentoso y la hizo girar centrándose en la cadencia y el balanceo, en el arrebatador baile de los sentidos. Fue alimentando aquella potente fuerza, avivando sin reparos la intensidad del donaire natural y casi perfecto de ambos.

Si él era un experto a la hora de bailar, Mary era una esbelta diosa. Ella se amoldaba a la perfección a su ritmo, pero no lo hacía de forma intencionada, sino que se ponía a su mismo nivel de maestría de forma instintiva. Y al mismo tiempo seguía mirándolo a los ojos sin titubear, como queriendo demostrar que él no la afectaba ni lo más mínimo.

Se estaban retando el uno al otro, pura y llanamente.

Como si de un guante invisible se tratara, llenos de determinación, se lanzaron mutuamente aquel mudo desafío mientras giraban por el salón de baile. En vez de palabras, lo que utilizaron fue el potente poder de lo que ambos podían comunicar a través de los ojos, a través de la mirada.

Un observador cualquiera tan solo vería a una pareja inmersa en el baile y con la mirada puesta el uno en el otro; nadie se daría cuenta de aquel tira y afloja, de la batalla descarnada que estaban librando.

Era una guerra privada que, en opinión de Ryder, no tardaría en avanzar hasta convertirse en un asedio.

El depredador que tenía dentro estaba encantado, alentado y lleno de interés. No había tomado una decisión consciente, él no funcionaba así. Había aprendido mucho tiempo atrás que, en su caso, la mayoría de las veces tenía éxito en algo cuando se dejaba guiar por sus instintos.

Era justamente eso lo que estaba haciendo en ese momento. Sus instintos le habían conducido hasta Mary Cynster, así que estaba decidido a capturarla.

Ella iba a ser suya, y sabía que ese sería el desenlace acertado. Hacerla suya era el paso que iba a hacerlo avanzar en la dirección correcta, que iba a llevarle a conseguir la vida que quería y necesitaba tener, que iba a convertir su vida en lo que él quería que fuese.

Era todo cuanto él necesitaba saber. Bueno, eso y también que iba a salir vencedor de aquella batalla. Sus talentos innatos no le habían fallado por mucho que Mary quisiera fingirse indiferente; tal vez ella no le quisiera como esposo en ese momento, pero acabaría siendo así.

Mary apenas podía respirar, se sentía como si tuviera los pulmones rígidos y constreñidos. Vio que los labios de Ryder se curvaban lentamente en una pequeña sonrisa, notó que la determinación que brillaba en sus ojos se intensificaba y se volvía más aguda, más pronunciada, y no pudo fingir que no comprendía lo que pasaba; de hecho, ni siquiera perdió el tiempo intentando hacerlo. Aquel hombre insoportable no se había dejado engañar por las barreras que ella había erigido y había visto la verdad desde el principio o, como muy tarde, en el momento en que ella había mirado hacia Randolph y había olvidado momentáneamente que el peligro mayor en todos los sentidos lo tenía justo delante.

Aquel instante en que la mano de Ryder, una mano tan grande y fuerte, había tocado su espalda a través de la seda del vestido…

Cortó de raíz aquel pensamiento, apartó de su mente aquel recuerdo porque bastaba para hacerla estremecer de nuevo y no quería despertar aún más el instinto de caza del león que estaba haciéndola girar al son de la música.

Lo que tenía que hacer era recuperar el control. Si algo había aprendido durante aquella velada era que a Ryder, fuera por la incomprensible razón que fuese, se le había metido en la cabeza cazarla, y era uno de los escasos miembros de la alta sociedad que contaban con el ingenio, el talento y la habilidad suficientes para manejarla. Era uno de los pocos capaces de engatusarla, de llevarla a su propio terreno y, por muy irritante que fuera admitirlo, de manipularla. Aquel vals era buena prueba de ello. La mera idea de que alguien la manejara la soliviantaba y le hacía plantar cara con terquedad, pero sabía perfectamente bien que en aquel caso lo más sensato no era luchar, sino huir.

Las damas sensatas nunca intentaban acometer una empresa que estuviera por encima de sus posibilidades, y ella no podía manejar a Ryder. Ninguna mujer podría hacerlo.

Por si fuera poco, le bastó con pensar en ello por un instante para saber que él acabaría por ser quien dominara en todas las esferas de su vida. Estaba convencida de que era tan experto como ella a la hora de manipular las convenciones sociales en beneficio propio.

Así que estaba claro que tenía que huir. Tenía que poner la máxima distancia posible entre los dos y mantenerle bien lejos, al menos hasta que él renunciara a darle caza y dirigiera su atención hacia presas mejor dispuestas.

Eso suponiendo, por supuesto, que él tan solo estuviera entreteniéndose tal y como acostumbraba a hacer…

Una posibilidad de lo más preocupante irrumpió de forma inesperada en su mente. Era innegable que ella, una joven casadera perteneciente a una familia de rancio abolengo, no encajaba ni mucho menos con las características que solían tener las damas con las que él solía relacionarse, pero…

Dejó que la inquietud que sentía se reflejara en sus ojos. El denso silencio que mantenían —un silencio marcado por la tensión del choque de sus respectivos caracteres, de dos personalidades dominantes que no iban a ceder— seguía alargándose, y lo rompió sin pensárselo más.

—¿Por qué estás haciendo esto? —estaba segura de que no hacía falta que fuera más concreta.

Él guardó silencio durante un segundo más, y entonces enarcó una de sus leonadas cejas y preguntó a su vez:

—¿Por qué crees?

—Si lo supiera, no te lo preguntaría. Además, tratándose de ti no voy a presuponer lo que puedas tener en mente.

Los labios de Ryder se curvaron apenas hacia arriba, pero poco a poco y con aparente renuencia acabó por aflorar a ellos una sonrisa de admiración.

—Qué inteligente por tu parte.

Mary estaba abriendo la boca para seguir hablando del tema cuando él la acercó aún más y notó el calor de su varonil cuerpo a través de la ropa. Lo tenía tan cerca que toda ella quedó inmersa de repente en un mar de sensaciones flagrantemente físicas. Estaba rodeada por él, por un cuerpo masculino que era mucho más grande y duro, mucho más pesado y musculoso, infinitamente más poderoso que el suyo.

Un cuerpo extraño y tan diferente, pero a la vez tan visceralmente atractivo.

Sintió que se le constreñían los pulmones y le faltaba el aliento. No podía pensar, sus sentidos daban vueltas y vueltas a un ritmo más rápido que el de sus pies.

Mientras él la guiaba en un giro, uno inesperadamente apretado debido al agolpamiento de las parejas que les rodeaban, perdió por completo la habilidad de respirar. Ni siquiera pudo protestar mentalmente cuando él la acercó aún más, cuando tensó el brazo que la rodeaba y la estrechó protectoramente contra su cuerpo en aquella fracción de segundo en la que pasaron el vértice de la curva, cuando su duro muslo se internó entre los suyos al hacerla girar…

Y de repente emergieron de entre la aglomeración de parejas y quedaron libres, y luchó por recobrar de nuevo el aliento.

—Ryder…

Fue lo único que alcanzó a decir, porque el vals llegó a su fin en ese preciso momento. Él esbozó una sonrisa y enarcó una ceja en un gesto de diversión, pero la soltó y se inclinó ante ella con total corrección.

Mary apretó los labios, ejecutó a su vez la reverencia de rigor y dejó que la ayudara a incorporarse. Quería obtener una respuesta, fuera la que fuese, pero antes de que pudiera pronunciar palabra él alzó la cabeza, buscó con la mirada entre los invitados y comentó:

—Bueno, es hora de buscar a Rand —la miró con ojos interrogantes y añadió, con toda naturalidad y aparente inocencia—: si aún deseas que yo te allane el camino, por supuesto.

Ella escudriñó aquellos ojos pardos y no supo qué pensar. Se sentía suspicaz, por supuesto, pero aun así…

Al final optó por asentir.

—Sí, por favor.

Él esperó unos segundos en silencio sin dejar de mirarla a los ojos, y al final enarcó una ceja en un gesto elocuente.

—¿No vas a decir nada más?

Ella sabía qué era lo que quería, pero dejó que el momento se alargara antes de ceder.

—Gracias por el vals.

Al verle sonreír pensó para sus adentros que aquello no era justo, no había derecho a que un hombre tuviera una sonrisa tan arrebatadoramente atractiva. Posó la mano sobre el brazo que él le ofreció con teatral galantería, y la recorrió un nuevo estremecimiento de excitación cuando él bajó la cabeza y murmuró con voz suave y descaradamente sensual:

—El placer ha sido todo mío.

Luchó contra el impulso de mirarlo a los ojos, alzó la cabeza mientras respiraba hondo y lanzó una mirada alrededor.

—Allí está Randolph —señaló con la cabeza hacia el aludido, que formaba parte de un grupo en el que había tanto damas como caballeros.

Él titubeó por un segundo fugaz antes de conducirla hasta su hermanastro tal y como habían acordado.

 

 

Ryder condujo a Mary, su futura esposa, al grupo donde estaba su hermano, y después de dejarla junto a este (y de que ella agradeciera sus esfuerzos lanzándole una mirada llena de suspicacia) se limitó a intercambiar unas palabras de cortesía con los demás antes de alejarse. Conocía a todos los varones que integraban el grupo, ya que eran amigos de Rand, y a las jóvenes damas las conocía de lejos, pero la diferencia de edad que le separaba de todos ellos era lo suficientemente grande como para que se le considerara de otra generación. Aparte del injustificado interés que las jóvenes damas mostraron hacia él, apenas tenían cosas en común y la conexión que existía tanto por su parte como por la de ellos era prácticamente nula.

Mientras se dirigía sin prisa hacia la sala donde se había dispuesto un pequeño refrigerio repasó lo ocurrido durante la velada y se sintió satisfecho con los avances obtenidos. Tras decidir que prefería casarse más pronto que tarde (si esperaba hasta tarde, las grandes damas decidirían tomar cartas en el asunto e inmiscuirse en su vida), había planeado aprovechar que tenía que asistir al baile de compromiso de Henrietta Cynster y James Glossup para avanzar en pos de su objetivo. Había puesto el ojo en Mary y, consciente del potencial que tenía, había intentado abordarla sin ninguna intención concreta más allá de evaluarla como posible candidata, pero ella le había rechazado de plano.

Huelga decir que eso había sido lo bastante desconcertante e inesperado para motivarle a centrar su atención en ella con mayor determinación, y eso le había llevado a su vez a oír por casualidad una conversación en la que ella había admitido haberse embarcado en la búsqueda de «su héroe», que se suponía que era el caballero con el que estaba destinada a casarse. En aquella ocasión la había oído afirmar que ya había encontrado al afortunado, pero él no se había enterado de la identidad del hombre en cuestión hasta esa misma noche.

Tal vez, en otras circunstancias, saber que era Rand el hombre en quien ella había puesto aquellos bellos ojos azules le hubiera hecho dar un paso atrás para dejar que él decidiera por sí mismo, pero su hermano tan solo tenía veinticuatro años y no tenía ni el más mínimo interés en casarse tan pronto; de hecho, la única razón por la que asistía a aquel tipo de eventos era que su madre, Lavinia, estaba intentando hacer de casamentera y el muchacho aún tenía una edad en la que prefería ceder ante ella que enfrentarse a la confrontación que se generaría si no lo hacía.

Fuera como fuese, un matrimonio entre Mary y Rand sería un infierno, al menos para este último. Ella era demasiado… demasiado independiente, testaruda, decidida, tenaz y manipuladora. Tenía un carácter muy fuerte, enredaría al pobre de Rand y acabaría manejándolo a su antojo.

Ni que decir tiene que con él también intentaría esa táctica, pero, además de ser más que capaz de lidiar con ella, también tenía ganas de enfrentarse a aquella batalla, de acometer aquel desafío.

Se conocía lo bastante bien a sí mismo para admitir que la idea le resultaba muy atrayente, al igual que el hecho de que Mary —a diferencia de la mayoría de las damas, tanto las jóvenes como las más maduras— le mirara a los ojos constantemente. Cuando conversaban ella se centraba en la interacción que estaban teniendo los dos, de persona a persona, el uno con el otro. Al igual que en todo lo que hacía, centraba su atención por completo, no la desviaba ni se distraía con facilidad. Cuando hablaban, él era el centro de toda su atención.

Su yo interno tenía mucho en común con el animal con el que se le comparaba con frecuencia, y aquella atención focalizada propia de Mary era como una larga caricia a su leonino ego que hacía ronronear al león que llevaba dentro.

Al llegar a la mesa donde estaba dispuesta la comida, agarró una copa de brandy de una de las bandejas y tomó un trago antes de girarse y recorrer con la mirada a los invitados por encima de aquel océano de cabezas. Dejó que sus ojos se centraran en su hermano y Mary, que estaban el uno junto al otro mientras escuchaban —él con ávido interés, ella con impaciencia apenas contenida— a uno de los amigos de Rand que, a juzgar por cómo gesticulaba, parecía estar relatando algo sobre equitación.

A pesar de la distancia que le separaba de ellos, saltaba a la vista que a diferencia de Rand, que estaba absorto en la conversación, Mary no mostraba ningún interés e iba camino de aburrirse.

Precisamente esa era la razón por la que la había dejado allí, junto a Rand, rodeada de todos aquellos jovenzuelos y, por tanto, sin la más mínima posibilidad de tener una conversación estimulante o, para ser más concretos, una interacción que pudiera interesarle. Así resaltaba mucho más el contraste con el vals que acababa de bailar con él.

No solo eso, sino que Rand y sus amigos iban a sentirse un poco apabullados ante ella, así que iban a andar con pies de plomo en su presencia y lo más probable era que eso terminara por exasperarla.

Sonrió y tomó otro trago del brandy que lady Felsham había elegido para sus invitados, que era pasablemente bueno.

Al notar que alguien se le había acercado bajó la mirada y se encontró con el maquilladísimo rostro de su madrastra. Lavinia, marquesa de Raventhorne, era una mujer de pelo castaño y ojos oscuros con un rostro en el que aún se apreciaban vestigios de su belleza pasada, y que a sus cuarenta y tantos años empezaba a ponerse un poquito rechoncha. Tenían muy poco en común y, de hecho, él procuraba coincidir lo mínimo posible con ella.

—Lavinia —la saludó, inclinando la cabeza con una lentitud deliberada.

Ella le miró de arriba abajo con gesto irritado. Sus ojos se detuvieron por un segundo de más en el enorme diamante que él llevaba prendido en la corbata, un diamante que formaba parte de las joyas de la familia y que había pertenecido a su padre; tras la muerte de este, a Lavinia no se le había permitido apropiarse de ninguna de ellas.

En ese momento la acompañaba una de sus mejores amigas, lady Carmody, que lo saludó con una obsequiosa sonrisa y ejecutó una reverencia a la que él respondió con una breve inclinación. Hacía mucho tiempo que había aprendido que una gélida e implacable cortesía funcionaba con gran eficacia a la hora de mantener a distancia a Lavinia y sus amistades.

—Debo admitir que me sorprende encontrarte aquí, Ryder.

—¿Ah, sí? —sostuvo la mirada de aquellos ojos ligeramente saltones que lo observaban como intentando descubrir en su rostro algo que lo delatara, algo que revelara que estaba tramando algo, y añadió con toda naturalidad—: creía que sabías que este es mi coto de caza habitual. En este momento estoy falto de compañía, así que he decidido echar un vistazo para ver si encuentro alguna presa apetecible.

—¡Por el amor de Dios, no hace falta que seas tan explícito! —exclamó ella, ruborizada—. Te aseguro que no me interesa lo más mínimo dónde consigas a tus amantes.

Lady Carmody soltó una risita y, al ver que tanto Lavinia como Ryder la miraban, comentó:

—Bueno, Lavinia, en alguna parte tiene que encontrarlas el pobre muchacho. Supongo que tú misma preferirás que las encuentre aquí, entre las damas presentes, que en algún teatro.

Ryder jamás había tenido motivo alguno para sentir simpatía hacia lady Carmody, pero a cambio de aquel comentario intervino para desviar la ira emergente de Lavinia, que estaba a punto de arrollar a la dama en una furiosa oleada.

—Acabo de hablar con Rand, está en aquel grupo de allí —esperó unos segundos para que Lavinia pudiera localizar a su primogénito entre el gentío, y entonces añadió—: y hablando de motivos para asistir a este baile, ¿debo suponer que el propio Rand ha asistido motivado por un interés similar al mío?

Lavinia se indignó al oír aquello, pero contestó sin apartar la mirada del grupo donde estaba su hijo.

—¡No digas tonterías! A diferencia de ti, Randolph no está interesado en devaneos intrascendentes. Está buscando con total corrección a la dama con la que habrá de casarse y perpetuar el linaje de los Cavanaugh —alzó la mirada hacia él y añadió—: alguien tiene que hacerlo, es lo que habría querido tu padre.

Eso era innegablemente cierto, pero había sido a él y no a Randolph a quien su padre le había hecho prometer que se casaría y perpetuaría su linaje. En vez de informar a su madrastra de ello, aprovechó que ella había empleado un despectivo tono conclusivo para murmurar:

—Dicho lo cual, aprovecho para despedirme —inclinó la cabeza—. Lavinia; lady Carmody.

La primera poco menos que lo ignoró, pero la segunda le lanzó una sonrisa de complicidad. Sin añadir nada más, Ryder se giró para dejar la copa de brandy sobre la mesa y se alejó abriéndose paso entre el gentío.

Él apenas estaba lo bastante lejos para no oírlas cuando Lavinia agarró a su amiga del brazo y exclamó en voz baja y llena de excitación:

—¡Mira eso! No quería hacerme demasiadas ilusiones, pero parece ser que mi sutil estrategia ha dado frutos.

—Vaya, mira por dónde… —dijo lady Carmody, tras seguir la dirección de su expectante mirada; después de observar durante unos segundos el grupo donde se encontraba Randolph, añadió—: para serte sincera, debo admitir que no creía posible que alguien pudiera influenciar a una joven como Mary Cynster, pero mírala ahora. Ahí está, conversando con tu Randolph con actitud bastante resuelta.

—¡Sí, así es! Te lo dije, tan solo hay que tener en cuenta que para sugerirle algo a alguien como la señorita Cynster hay que hacerlo con la mayor de las sutilezas. Yo misma no he hablado nunca con ella y me aseguré de que ninguno de los mensajes que esparcí como semillitas mencionara a Randolph de forma específica, la estrategia consistía en lograr con suma delicadeza que ella se fijara en él —respiró hondo y se irguió, henchida de satisfacción—. ¡Es obvio que mi plan ha funcionado! —miró a su amiga con una sonrisa triunfal—. Creo que ya podemos dejar que la naturaleza siga su curso, Randolph no es tonto y la señorita Cynster no tardará en darse cuenta de que no va a encontrar a un caballero mejor en toda la alta sociedad.

—Ya veo —lady Carmody seguía observando a la pareja en cuestión—. Supongo que en la mente de tu hijo has… sembrado, por así decirlo, la idea de que Mary Cynster es la última Cynster casadera de su generación, y por tanto la última oportunidad que tienen el resto de familias para establecer un vínculo con la suya.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Lavinia, antes de tomarla del brazo—. Pero lo he hecho con muchísima sutileza, ya que los caballeros de la edad de mi hijo son muy puntillosos a la hora de aceptar los consejos de una madre —tras lanzar una última mirada hacia Randolph y Mary, la instó a girar y se alejó con ella en la dirección contraria—. Pero he plantado bien las semillas, te lo aseguro, y todo apunta a que están dando los frutos esperados —alzó la cabeza y añadió, sonriente—: debo admitir que me resulta inmensamente gratificante, estoy deseando informar a Ryder de que el compromiso es un hecho.

 

 

—¿Has disfrutado de la velada, querida?

Mary miró a su madre, Louise, quien estaba sentada junto a ella en el carruaje de la familia mientras se dirigían a paso sosegado rumbo a casa, y admitió:

—Digamos que ha sido útil, pero lamento decir que eso es todo.

La pasajera luz de una farola iluminó el rostro de su madre, que esbozó una sonrisa y le dio unas tranquilizadoras palmaditas en la muñeca.

—No tengas tanta prisa, querida. Tu héroe llegará a ti a su debido tiempo.

Mary reprimió un bufido malhumorado. Bajó la mirada y a través de la penumbra que inundaba el carruaje contempló el collar, en concreto el colgante de cuarzo rosa que pendía entre sus senos. ¡Qué chisme tan estúpido! Había pasado más de media hora junto a Randolph y otra vez había pasado lo mismo: ¡nada de nada! No había existido ningún tipo de conexión real entre los dos y, por si fuera poco, sus amigos y él tan solo parecían estar interesados en hablar de caballos.

Los deliciosos temblores de expectante excitación no habían aparecido por ninguna parte, había habido una ausencia total de respuesta por parte de sus sentidos. No había habido nada ni remotamente parecido a las sensaciones que había experimentado durante aquel exquisito vals con Ryder, eso era innegable, pero por mucho que él pudiera evocar dichas sensaciones sin esfuerzo alguno no era tan necia como para plantearse siquiera que pudiera ser su héroe predestinado. Era imposible que así fuera, ninguna deidad femenina emparejaría a una dama como ella, una dama para la que era tan importante estar al mando, con un noble que bajo aquella piel de león indolente no era sino un arrogante dictador.

El hecho de que Ryder despertara aquellos sentimientos en su interior carecía por completo de importancia, ya que los despertaba en la mitad de la población femenina (y estaba quedándose muy corta al decir que solo era en la mitad).

Era algo que formaba parte de su persona, y punto. Podría decirse que era un don que Ryder poseía, una parte intrínseca de su ser que ejercía su efecto sin que él tuviera que hacer un esfuerzo consciente.

—Por cierto, he estado hablando con tus tías acerca de los últimos detalles de la boda —comentó su madre, antes de apoyar la cabeza en el respaldo del asiento—. Por increíble que parezca, todo está yendo a la perfección, y como no ha surgido ningún contratiempo las demás y yo hemos pensado que unos días de paz en la campiña serán un tónico excelente que nos dejará listas para lidiar con la vorágine del gran día. Hemos decidido aprovechar este momento de relativa calma, así que mañana partiremos rumbo a Somersham y regresaremos en tres días. Estaremos fuera el tiempo justo para recobrar fuerzas.

Se volvió hacia ella y la observó unos segundos en silencio antes de añadir:

—Puedes acompañarnos si así lo deseas, por supuesto, pero estamos en plena temporada social y tanto tus hermanas casadas como tu cuñada están en la ciudad, así que si prefieres quedarte…

Mary frunció el ceño mientras sopesaba sus opciones. Aún no había llegado a ninguna parte con Randolph y no estaba preparada para plantearse siquiera que pudiera estar equivocada, que él no fuera el hombre que estaba destinado a ser su esposo. Tal vez lo que necesitara fuera pasar algo de tiempo a solas con él o, como mínimo, conversar con él sin estar en un grupo de gente.

—Prefiero quedarme, mamá. Amanda, Amelia y Portia van a asistir también a todos los eventos a los que me gustaría ir.

—Está bien, cuando lleguemos a casa les enviaré un mensaje a las tres. Si están dispuestas a hacer de carabina, no veo inconveniente alguno en que permanezcas en Londres y asistas a todos los eventos de tu calendario.

—Perfecto.

Mary miró al frente y se puso a calibrar cuáles eran las situaciones en las que podría poner a Randolph Cavanaugh para que este sacara a la luz su carácter heroico, para que revelara su verdadera forma de ser con ella.

Capítulo 2

 

—¡Descansad mucho!, ¡no os preocupéis por nada!

Mary abrazó a su madre y después se hizo a un lado para dejar paso a sus hermanas mayores, las gemelas Amanda y Amelia, que se despidieron a su vez con sendos besos. Tras la cariñosa despedida, la primera de ellas le lanzó una afectuosa mirada antes de volverse de nuevo hacia su madre y afirmar, sonriente:

—No te preocupes, mamá, vamos a mantenerla a raya.

Su madre se echó a reír y les dio unas palmaditas en los hombros a las gemelas.

—Sí, ya sé que puedo contar con vosotras, y también con Portia.

La aludida procedió a despedirse de ella con un abrazo y fue entonces cuando Henrietta y James Glossup (quienes llevaban un buen rato en la biblioteca intentando decidir dónde iban a alojar a los familiares de este que iban a asistir a la boda, ya que la mayoría de ellos residía fuera de Londres), entraron en el vestíbulo a toda prisa.

—¡Adiós! —Henrietta besó la mejilla de su madre y se volvió para besar también a su padre, Arthur, que estaba justo al lado—. Espero que lo paséis muy bien y podáis descansar.

Arthur le devolvió el beso. Ella era la única que quedaba por despedirse de él, ya que Amanda y las demás ya lo habían hecho mientras Louise se ponía el abrigo. Sus hermanos y él habían decidido aprovechar la oportunidad de acompañar a las damas para disfrutar de unos días de paz en el campo… bueno, y también para cazar un poco.

El desayuno había terminado una hora atrás y Amanda, Amelia, Simon y Portia habían llegado para decirles adiós a los dos y disipar cualquier posible preocupación que pudieran tener. La familia al completo estaba en Londres para la celebración de la boda, que estaba próxima, y todo el mundo estaba deseoso de colaborar en lo que pudiera.

Arthur miró a su hijo Simon, que estaba casado con Portia y en ese momento estaba a un lado del vestíbulo junto a su mejor amigo, James, observando con una benevolente sonrisa en el rostro la escena de la despedida.

—Ahora eres el hombre de la casa, hijo. Asegúrate de mantener a raya a todos estos.

Tanto Simon como los demás se echaron a reír, y Amanda empleó su más depurado tono de altiva matrona al afirmar:

—No me cabe duda de que todo va a ir a las mil maravillas; además, tan solo vais a ausentaros por tres días.

Amelia tomó la mano de su madre y le dio un afectuoso apretón.

—No te preocupes por nada, mamá. Limítate a disfrutar de este descanso, las demás y tú os lo habéis ganado.

Hudson, el mayordomo, abrió la puerta principal y se oyó el tintineo de los arneses. Louise miró hacia fuera y asintió.

—Excelente, el carruaje ya está listo —se volvió de nuevo hacia su familia y les lanzó una maternal mirada—. Portaos bien y cuidaos mucho —se volvió hacia su marido, alzó sonriente la mirada hacia sus ojos azules y lo tomó del brazo.

—Vamos, querida —le dijo él. Bajó la voz con teatralidad al añadir—: creo que es seguro dejarlos sin supervisión.

Ella se echó a reír y salieron a la calle seguidos de los demás, que se agruparon en el estrecho porche para decirles adiós.

Simon y Portia se marcharon una vez que el carruaje hubo doblado la esquina, y Henrietta y James regresaron a la biblioteca para retomar la delicada tarea de distribución que tenían entre manos; Amanda, Amelia y Mary, por su parte, se dirigieron a la sala de estar para decidir cómo iban a organizarse en lo que a los eventos sociales se refería, y la primera admitió con una mueca de resignación:

—Esta noche no puedo acompañarte, Mary. Debo asistir a una aburrida cena con varios parientes de Martin que se programó hace una eternidad, pero si quieres podemos salir a dar un paseo por el parque esta tarde. Si te parece bien, podría pasar a buscarte a las cuatro.

—De acuerdo, da la impresión de que va a hacer un día espléndido, pero —miró esperanzada a Amelia— ¿podré asistir esta noche al baile de lady Castlemaine?

La noche anterior, mientras permanecía junto a Randolph, había tenido a su otro lado a Geraldine Carmody. Cuando había decidido despedirse del grupo, la joven la había secundado y, mientras se alejaban juntas, había comentado que les había oído decir a Randolph y a sus amigos que iban a asistir al baile en cuestión.

—Sí, yo puedo hacer de carabina —le contestó Amelia—. Portia también, las dos tenemos previsto asistir.

—¡Excelente!

Al final acordaron que, como tanto Amelia como Portia iban a acudir al evento en sus respectivos carruajes, lo más conveniente sería que ella fuera en uno de los carruajes de sus padres y se encontraran las tres en el vestíbulo de la mansión de los Castlemaine.

—Por si acaso —dijo Amelia, mientras se ponía los guantes. Portia y ella tenían hijos pequeños, por lo que siempre existía la posibilidad de que recibieran aviso de que ocurría algo y tuvieran que regresar a casa con urgencia.

Cuando todo quedó organizado de forma satisfactoria y las gemelas se marcharon a pie a sus respectivos hogares, Mary se sintió un poco perdida al quedarse sola. Se planteó ir a la biblioteca para ayudar a Henrietta y a James, pero descartó la idea en apenas un par de segundos al considerar que sería mejor dejar que ellos superaran por sí mismos los obstáculos que pudieran surgir. Si ella iba a ayudarles terminaría por ponerse al mando, era lo que tenía por costumbre hacer y los demás solían permitírselo porque así era más fácil.

La organización se le daba muy bien, sobre todo cuando se trataba de algo relacionado con gente, pero a Henrietta le hacía más falta que a ella aprender a lidiar con la familia de James.

Sintiéndose bastante virtuosa por haber renunciado a la oportunidad de interrumpir y tomar el control (al menos así habría tenido una actividad con la que mantenerse ocupada), fue sin prisa por el pasillo hasta llegar al saloncito trasero. Tras entrar y cerrar la puerta tras de sí, lo cruzó con el mismo paso lento y lánguido y se detuvo al llegar a las ventanas.

Se cruzó de brazos mientras contemplaba el jardín trasero, y esperó a que la nebulosa duda que había estado importunándola durante toda la mañana se solidificara más.

Cuando por fin tomó forma, no pudo por menos que admitir que era una cuestión pertinente.