Una maldición de sangre y piedra - K.A. Tucker - E-Book

Una maldición de sangre y piedra E-Book

K. A. Tucker

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Beschreibung

No sé cómo amarte y, a la vez, ser un buen rey para mi pueblo.Un monarca traicionado por su hermano. Una princesa llegada de otro mundo. Una huida desesperada hacia las montañas. Un poder prohibido que puede cambiar las tornas. Un destino incierto.Ya nada es lo que parece.Los videntes han hablado.Solo queda desentrañar su profecía.

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A mis lectores, por seguirme

Capítulo 1

ROMERIA

Me lloran los ojos por la peste a cloaca. Si no fuera por la adrenalina infinita que corre por mis venas, habría vomitado ya las deliciosas uvas seacadorianas que se me revuelven en el estómago.

–Voy yo primero...

–No. –Zander agarra a Elisaf por el hombro, impidiendo que su leal amigo suba por la escalera. Incluso en la penumbra del túnel reconozco perfectamente la rigidez de su mandíbula y la resolución de su mirada–. Si Mordain nos ha tendido una trampa, es mejor que vaya yodelante para enfrentarme a lo que nos espera.

Porque Zander puede convertir en cenizas a una persona en el acto. Lo he visto con mis propios ojos, como todos los presentes en el espantoso espectáculo de esta noche en la plaza.

Le echo una mirada furtiva a Gesine. Puede que a la suma sacerdotisa le moleste la total desconfianza de Zander hacia su pueblo, pero lo oculta tras una máscara carente de emoción. Cuando ve que la miro, me dedica una sonrisa.

No me siento con ánimo de devolvérsela. No hay nada que sirva de consuelo esta noche, no mientras los cuatro nos escabullimos por el alcantarillado de Cirilea huyendo del ejército real.

–Espera mi señal y ve el último. Romeria, tú ve detrás de mí. –Zander hace una pausa. En otras circunstancias, le habría replicado algo ingenioso o habría admirado su atractivo rostro antes de contestar. Ahora, la única respuesta que soy capaz de darle es una solemne inclinación de cabeza.

Sube la escalera de madera ágilmente y desaparece en la noche.

Mientras, contengo la respiración. Las llamas de nuestras antorchas proyectan formas ominosas sobre los muros de piedra irregular y un fango repugnante empapa el cuero de nuestras botas. Me encantaría decir que esta es la primera vez que tengo que arrastrarme por las alcantarillas, pero durante todos los años que sobreviví en las calles y después, cuando estuve metida en el mundo del crimen bajo las órdenes de Korsakov, me he visto envuelta en todo tipo de aprietos de los que arrugan la nariz y provocan arcadas. Así que llevaremos esta peste encima mucho tiempo después de que hayamos salido de aquí. Pero los cuerpos se lavan; las ropas se cambian. La limpieza es la menor de nuestras preocupaciones.

En algún punto que no veo, gotea el agua y unas olas golpean débilmente.

–¿Dónde acaba esto? –pregunto.

–En el malecón –responde Elisaf, centrado en la salida de arriba–. Está protegido frente a las invasiones con una reja fortificada con merth que no puede atravesar nada que no sea un cañonazo directo o la magia de un invocador muy poderoso –aferra con el puño una daga reluciente, forjada con el mismo material de la reja, dispuesto a clavarla en la carne. Quiero pensar que no en la mía, pero no las tengo todas conmigo, ahora que mi secreto ha salido a la luz.

¿Llegará el momento en el que no signifiquen nada las noches que hemos compartido Zander y yo, acurrucados en la cama, compartiendo palabras cargadas de promesas? ¿Llegará el momento en que un rey a la fuga anteponga su reino y su corona a su corazón y acepte el gran desastre que puede provocar en Islor una invocadora clave con veneno en las venas?

¿Veré determinación en sus hermosos ojos color avellana cuando tome esa decisión?

Noto una opresión en el pecho al pensar que Zander pueda volver a ser mi enemigo, pero ahora no puedo pensar en eso.

Aparto de mi mente todoslos problemas salvo el esencial: ¿hay alguna esperanza de escapar de la muerte esta noche?

Cada segundo que pasa sin que haya rastro de Zander, aumenta mi angustia.

–Todo esto debe de haber sido muy confuso para ti –dice Gesine–. Desde el instante en que despertaste.

–Creía que estaba perdiendo la cabeza –admito. Igual que mi padre. Salvo que ahora sé la verdad también sobre eso.

Suena un silbido.

–Sube. –Elisaf me empuja hacia delante. Su melódico acento seacadoriano está teñido de urgencia.

No pierdo un solo segundo: asciendo por la escalera con mucha menos elegancia que Zander. La madera cruje bajo mi peso y hago una mueca cuando me clavo una astilla mientras salgo a un espacio completamente oscuro.

–Déjame ayudarte. –La voz de Zander suena como un susurro en mis oídos.

No distingo absolutamente nada en la negrura, pero sé que él me ve claramente. Noto la cercanía de su mano extendida junto a la mía.

Aquí es donde se separan nuestros caminos, Romeria Watts de Nueva York.

La despedida definitiva de antes resuena en mi mente como un tañido de campana ensordecedor. Zander quiere dejarme atrás. El traidor de su hermano lidera un ejército que está levantando una pira destinada a mí, todos los inmortales de Islor me quieren ver muerta por culpa del veneno que corre por mis venas y los invocadores más poderosos de Mordain me darán caza si descubren que soy una invocadora clave...

Ahora que Zander por finsabe que no pertenezco a este mundo, está buscando una excusa para abandonarme aquí.

Ignoro su ofrecimiento de ayuda y palpo a ciegas antes de salir de la escalera. Se supone que el túnel conduce hasta la colonia, pero lo único que noto son muros. Mantengo las manos ocupadas en mi capa, rezando para que mis pupilas se adapten pronto a la oscuridad.

Zander suspira con resignación.

–Estás enfadada conmigo.

Por más que sea un elfo y pueda leer mi estado de ánimo a través de mi pulso –cada latido de miedo, cada palpitación de deseo y la vacilación de la culpa–, se equivoca. No estoy enfadada. Estoy herida. Si me parara a pensar cuánto, el dolor me devoraría.

La aparición de Gesine evita que tenga que responder. Asciende de las entrañas de la ciudad con el sigilo de una sombra, acompañada de su bola de luz flotante. Su cabello del color de la tinta queda oculto bajo la capucha. Elisaf le pisa los talones y alcanza con agilidad el nivel del suelo.

Gracias a la luz mágica de la invocadora y a la antorcha de Elisaf, por fin distingo la estancia a la que hemos llegado. Tiene el techo bajo y está abarrotada de cajas de madera y barriles de distintos tamaños. Otro almacén polvoriento que oculta los pasadizos secretos de Cirilea.

Gesine mueve la muñeca y una pila de cajas se desliza sobre el agujero del suelo hasta ocultar su existencia.

A pesar de la situación en la que nos encontramos, se me dispara el corazón, como siempre que soy testigo de la magia auténtica en este mundo.

–Nos espera un esquife en el muelle. El camino más discreto es a lo largo del malecón. –La bola de luz se mitiga hasta desvanecerse–. Hay un cubo metálico lleno de agua junto a la puerta. Eso hay que apagarlo. –Señala la antorcha de Elisaf, cuya luz destella contra el collar de oro que lleva al cuello: el recordatorio de que sigue encadenada a la reina Neilina, incluso a tanta distancia de Ybaris.

–Esta es miciudad, suma sacerdotisa, y no necesitamos que túnos indiques cuál es la mejor forma de movernos por ella. –La voz de Zander carga con un odio mordiente que no le había oído desde el momento en que me consideraba la princesa traidora que asesinó a sus padres.

Pero se equivoca. Ahora es la ciudad de Atticus. Al hacer caso omiso de unas aspiraciones que hasta yo veía, Zander prácticamente le ofreció la corona en bandeja a su oportunista hermano.

Esta noche necesitamos todala ayuda posible, incluso la de la invocadora.

Puede que Gesine esté pensando lo mismo que yo, pero mantiene una expresión estoica y agacha la cabeza.

–Por supuesto, majestad.

La mirada severa de Zander se dirige hacia Elisaf, que inmediatamente arroja al cubo la antorcha encendida. La llama chisporrotea y el pequeño almacén vuelve a quedar a oscuras.

Elisaf me pone la mano en el hombro y salimos de la choza en fila india, con Zander a la cabeza. Sus pisadas no hacen el menor ruido sobre el camino de tierra. Justo delante hay un cobertizo con maderos y redes de pesca. Un poco más adelante, a la derecha, veo unas hileras de chabolas. Son las casas de la colonia que Zander y yo visitamos en más de una ocasión para repartir monedas de oro a los sirvientes mortales que ya no tienen utilidad, pero ahora no hay nadie en los porches, salvo un gato callejero que devora su presa.

El único indicio del gigantesco océano son las olas que golpean rítmicamente a mi izquierda. Noto entonces una brisa cálida y salobre que me roza la mejilla, y lo agradezco después de haber sufrido la peste del alcantarillado. Si la situación fuera distinta, probablemente me habría sentado para disfrutar de la calma del oleaje.

Pero colina arriba, más allá del muro de piedra que sirve de barrera entre la clase alta de Cirilea y los humanos a los que considera despreciables, los aceros entrechocan, provocándome una inquietante sensación de déjà vu. Ya oí los mismos sonidos de batalla cuando desperté en este mundo extraño donde, a veces, hay dos lunas en el cielo. Aquella noche, la princesa Romeria también era la culpable que estaba detrás de la muerte y la destrucción.

Los gritos resuenan en las calles que tenemos detrás y me entra el pánico. Los soldados han llegado a la botica; es solo cuestión de tiempo que nos alcancen.

–No debemos entretenernos –indica Gesine, con un tono de voz que no me pasa desapercibido, demasiado sereno para la situación.

–Por aquí. –Zander nos guía por el estrecho pasadizo al borde del agua.

Lo sigo de cerca, viendo cómo cada piedra suelta del muro de contención cae en las aguas negras, y rezo por no perder el equilibrio y terminar igual.

En estas fechas, con la feria en plena efervescencia, gente de todos los rincones de Islor ha acudido a Cirilea para vender y comprar mercancías en el mercado y para disfrutar del animado ocio nocturno de la calle del puerto. Sin embargo, en la colonia reina un silencio inquietante esta noche. No merodea ni un alma fuera de los muros derruidos. Ningún rostro curioso se asoma tras los cristales mugrientos. Los faroles están apagados; apenas se ve algún candil con un tímido resplandor. Seguramente, esta gente ha reconocido el fragor de la batalla y no desea tomar parte. ¿Les habrá llegado ya noticia de la traición de Atticus? ¿Les importará a estos humanos qué rey gobierna cuando las leyes de Islor los mantienen sometidos a una vida de servidumbre?

Habrá algunosa los que sí les preocupe, claro; humanos como mi costurera, Dagny, que confiaba en que hubiera un cambio bajo el gobierno de Zander.

–Dime, suma sacerdotisa, ¿predijeron tus omniscientes videntes que el rey de Islor acabaría arrastrándose y correteando por las alcantarillas y el malecón igual que una rata? –masculla Zander, cargado de ironía amarga.

–La profecía no funciona así, majestad...

–Entonces, ¿cómo funciona?

–Ya os lo he dicho: el final de la maldición de la sangre está vinculada a...

–La hija ybarisana de Aoife y el hijo isloriano de Malachi. Sí, no se me ha olvidado. Hablas con acertijos basados en alucinaciones fruto de la locura –le espeta sin un ápice de amabilidad.

Entiendo la cólera de Zander. Ha descubierto demasiado tarde las intrigas de los invocadores de Mordain, que han tejido una red tan tupida de duplicidad que es imposible ver nada a través. Por más que Zander afirme que nunca confió en Wendeline, creo que lo ha herido profundamente confirmar que lo ha traicionado.

Y la lista de mentiras continúa creciendo. Mintió sobre Gesine e Ianca, se calló que las conocía y tampoco dijo una palabra sobre su llegada a Cirilea. Sabía del complot de Ybaris para matar a la familia real de Islor la noche de la boda, y en lugar de impedir que se desencadenara la tragedia, alteró el horario, lo que provocó que los padres de Zander murieran antes de la ceremonia. Engañó a Zander sobre el veneno; lo convenció de que era merth licuado –una extraña enredadera metálica que crece en las montañas y es tóxica para los inmortales–. No es que estuviera implicada, es que literalmente fue quien arrancó la flecha del cuerpo de la princesa Romeria cuando Margrethe invocó al Destino del Fuego para resucitarlo, aunque, sin que lo supieran, regresó a la vida conmigodentro.

¿Y el poder incomparable de invocadora clave que hierve a fuego lento en mis miembros, subyugado por el anillo que tengo en el dedo? Wendeline lo descubrió la misma noche que llegué a este mundo. Me examinó mientras estaba inconsciente, destrozada por el daaknar, pero ocultó esa información esencial a todo el mundo, incluso a mí.

Puede que Wendeline sea más culpable del hundimiento del reino de Zander que toda la intrigante familia real de Ybaris junta, y jura que lo hizo por el bien de Islor.

Solo el tiempo lo dirá.

–Sería preferible discutir ese asunto cuando no estemos arrastrándonos y correteando por las alcantarillas y el malecón como ratas, ¿no os parece?

Hay un leve matiz desafiante en la voz de Gesine –minúsculo, dentro de su constante deferencia hacia el rey– que me hace sonreír. Aunque se someta a todas las cortesías y reverencias del protocolo real, tiene agallas.

Y un propósito del que debería desconfiar. Según Wendeline, la invocadora elemental ha dedicado años al estudio de las profecías con los escribas. Puede que asegure que está aquí para guiarme, pero sería estúpida si ignorara la posibilidad de que me considere una herramienta y pretenda utilizarme, probablemente no a mi favor.

–Siempre que estés dispuesta a decir la verdad –replica Zander, dando voz a mis pensamientos.

–No tengo intención de hacer otra cosa.

Observo que su respuesta no es ninguna promesa.

El ruido hueco de los cascos de los barcos que flotan sobre las olas me indica que nos acercamos al muelle. Me permito un ápice de alivio; casi estamos a salvo.

Zander se detiene tan bruscamente que me choco con su cuerpo rígido y mis manos se agarran a su espalda para no caerme. Es como una pared de ladrillo: inamovible.

–Hay unos humanos en el esquife. ¿Por qué?

–Probablemente sea la pareja que nos está ayudando –responde Gesine–. Una mujer llamada Cecily y su marido, Arthur. Son buena gente.

–Son unos estúpidos. Deberían haber huido. –Sus botas producen un ruido sordo contra la madera–. Cuidado con el escalón –me advierte–. Hay un desnivel.

Vacilo, porque me estoy imaginando una vívida escena en la que tropiezo y caigo al mar.

–No veo nada –le recuerdo, siseando. No distingo nada más que siluetas y sombras.

–La experiencia me dice que si te tiendo la mano, la rechazarás.

Entro en cólera.

–Ya, bueno. ¿Sabes lo que me dicea míla experiencia? Que me dejarás tirada en cuanto se te...

Unas manos fuertes me agarran por la cintura y me cortan la réplica. Me tenso; apoyo las palmas en los bíceps de Zander mientras me alza en vilo y me lleva al muelle.

–¿No debería ser yo quien desconfiara? –Me sostiene un breve instante antes de dar un paso atrás.

Me invade otra oleada de dolor.

Todoha cambiado esta noche entre los dos.

–¿Quizás podríamos contar con algo de luz? –murmura.

La esfera luminosa de Gesine reaparece flotando a poca distancia del suelo. Es lo bastante brillante como para que vea los huecos entre los tablones de madera.

Nos apresuramos sin decir palabra. Zander camina tan rápido que casi tengo que correr para alcanzarlo. Al final llegamos a un bote de unos tres metros de largo. Hay dos personas con mechones de pelo gris grasiento que hacen una reverencia.

–No deberíais estar aquí. Es demasiado peligroso –dice Zander a modo de saludo, observando los barcos cercanos.

Los «majestad» con eco me resultan familiares. He oído esas voces antes. Mi sospecha se confirma instantes después, cuando la pareja se incorpora. Son la mujer con manchas de edad en las manos y su marido, que estaba cojo por una infección en la pierna. Pero ya no lleva bastón y, cuando suelta del muelle la última cuerda que sujeta el esquife, se mueve sin esfuerzo.

Gesine le tiende un grueso monedero de terciopelo a Cecily.

–Vuelve a tu casa y no hables de esto con nadie. Te robaron el esquife mientras dormías.

–No hemos visto nada, mi señora. –Cecily guarda la bolsa bajo su capa andrajosa y sube la vista hacia mí. Titubea antes de seguir hablando–. Fuimos al santuario como nos dijo, majestad. La sacerdotisa dejó a mi Arthur como nuevo. Bueno, sigue siendo un viejo cascado, pero eso no se arregla con magia.

–Me alegro mucho –digo, pero se me retuerce el estómago de angustia ante la mención de Wendeline. ¿Qué le pasará por haber traicionado a la corona? ¿Se merecerá el castigo? Ojalá pudiera volver a verla y exigirle que me explique por qué.

–¡A los muelles! –brama un soldado, y me entra un ataque de pánico. El ejército se acerca.

–Por el bien de todos, nopodemos demorarnos ni un segundo más –advierte Gesine, antes de instar a la pareja de ancianos a que nos dejen–. ¡Marchaos ya!

Cecily me agarra la mano y me la aprieta con fuerza.

–Ojalá volvamos a veros, sentada en el trono que oscorresponde.–Toman un candil pequeño y corren de regreso.

–Ojalá yo también vuelva a veros –susurro a sus espaldas. Más allá de las chabolas, se oyen chasquidos metálicos contra los adoquines: los soldados están corriendo hacia aquí.

Elisaf y Zander ya han subido al bote y tienen los remos en las manos. Monto tras ellos con muy poca elegancia y hago bastante ruido. Gesine nos da impulso con el pie antes de tomar asiento en la proa.

Noto el pulso agitado en la garganta mientras Zander y Elisaf nos llevan hacia la noche con potentes brazadas. Miro fijamente la oscura orilla; los faroles apenas arrojan luz. Más lejos y en lo alto, el castillo brilla con una luz anaranjada: su imponente silueta es una forma borrosa contra el cielo.

–¿Crees que Abarrane ha conseguido escapar? –pregunto, recordando que dejamos atrás a la comandante de la Legión y a sus guerreros de élite para enfrentarnos a todo un ejército.

–Se reunirá con nosotros en el bosque de Eldred, como acordamos, o morirá en el intento –responde fríamente Zander.

–¿Y qué pasa con Annika? –El desastre de esta noche es como un borrón furioso y no he tenido tiempo de pensar en nadie más que en mí misma. Elisaf me entregó una daga y me dijo que corriera, así que corrí. No me percaté de que la hermana de Zander no me seguía.

–Annika dirá y hará lo que sea necesario para sobrevivir. Además, Atticus la conoce lo suficiente como para saber que no era consciente de todo esto.

Pero ¿de qué lado estará ahora? Cuando llegué a este mundo me consideraba su enemiga acérrima, y así me siguió viendo durante semanas, a pesar de haberle salvado la vida dos veces en una misma noche. Últimamente, parecía estar cambiando de idea sobre mí. Sí, nuestra relación seguía pendiente de un hilo, pero yo ya trataba a la princesa de lengua afilada como a una amiga antes que como a una enemiga.

–No nos ayuda en nada preocuparnos por los demás ahora. Ya tendremos tiempo de hacerlo más adelante –añade Zander en un tono un poco menos áspero.

No creo que hayamos navegado más de veinte metros cuando asoman unas figuras cubiertas de metal entre los edificios. Las armaduras brillan a la luz de las antorchas que portan.

No veo ni rastro de Cecily o Arthur. Rezo para que estén a salvo.

–¡Allí! –grita alguien–. ¡Deben de ser ellos, en el agua!

Zander suelta una maldición.

Yo la repito para mis adentros. Malditos sean estos islorianos y su visión superior.

–¡Arqueros! ¡Preparados! –grita una voz familiar.

–Ese es Boaz –murmuro. El capitán de la guardia real me ha gritado tantas veces que reconocería su voz tronante en cualquier parte–. ¿Está ordenando a los soldados que disparen contra ti?

¿Contra el legítimo rey de Islor?

–Más bien contra ti. Yo solo soy un daño colateral. –El esquife avanza a sacudidas; Zander y Elisaf reman con mayor velocidad y fuerza.

Pero no es suficiente.

Disparan una docena de flechas ardientes que rasgan el cielo nocturno y se precipitan sobre nosotros como estrellas fugaces.

–¡Agáchate! –sisea Zander abandonando los remos, y se lanza hacia delante para protegerme con su cuerpo.

Me hago una pelota, pero se me revuelve el estómago cuando las bolas de fuego iluminan la superficie del agua, revelando nuestra ubicación exacta antes de sumergirse en el mar.

Zander se separa de mí de inmediato.

–¿Todos bien? –El coro de síes le arranca un suspiro de alivio.

–No llevas la armadura.

Sigue vistiendo la chaqueta azul tinta que usó en el torneo, un terciopelo inútil contra las flechas metálicas que vuelan contra nosotros.

–Una elección de la que me estoy arrepintiendo. –Se coloca de nuevo en posición para remar–. Somos corderos en un prado lleno de lobos, y algunas de esas flechas están forjadas con merth.

Mucho más letales si nos alcanzan. Y él ha estado dispuesto a recibir una para protegerme.

–Doy gracias porque hayan fallado –susurro para mis adentros.

–Nopienso darles las gracias a los Destinos por nada; mi pueblo está sufriendo –gruñe mientras las palas del remo chocan con furia contra el agua.

–Me temo que Boaz novolverá a fallar –murmura Elisaf, igualando su ritmo. No estoy acostumbrada a percibir ansiedad en la voz de mi guardia nocturno.

–Entonces debemos hacer lo que esté en nuestra mano para detenerlos. –Gesine se pone de pie.

–¿Estás loca, mujer? –le espeta Zander–. ¡Siéntate antes de que te maten y nos resultes inútil!

–Pronto estaremos todosmuertos y seremos inútiles. –Los brazos de Gesine, cubiertos con la capa, se extienden a ambos lados–. ¿Preparada, Romeria?

Abro los ojos sorprendida. ¿Yo?¿Para qué? Le lanzo una mirada interrogativa, pero no me mira: tiene la cabeza agachada como si estuviera rezando.

No tengo ni idea de lo que pretende hacer esta poderosa elemental, pero va a emplear sus habilidades: los tres signos que tiene marcados en el antebrazo –señal de su afinidad con el agua, el aire y la tierra– brillan bajo la pesada lana.

Una brisa se alza en medio de la calma total. Es una racha veraniega molesta que me enreda el cabello y me acaricia la mejilla.

–¡Preparados! –ruge Boaz desde la orilla mientras los soldados se preparan para lanzar otra descarga de flechas. Su voz me infunde un terror renovado.

–Todavía no... –susurra Gesine, con los ojos aún cerrados–. Romeria, tenéis... –Se corrige–: Tienes el anillo de Aoife en el dedo y la afinidad de la princesa Romeria corre por tus miembros. Úsalos.

–No sé cómo. –Vacilo, indecisa, porque tampoco sabía qué hacer cuando me atacó el nethertauro y, de alguna forma, conjuré una bestia hecha de agua que chocó con él.

Zander rema con fuerza mientras observa la costa.

–Tenemos que detener esas flechas. Usa el mar.

–¿Cómo? –suplico, con la mente en blanco. ¿Cómo se usa el aguapara detener una hoja de acero que vuela contra ti?

–Por todos los Destinos –sisea Elisaf mientras salen disparadas al unísono más flechas que zumban por el cielo hacia nosotros. En cuestión de segundos, aterrizarán en el esquife, y Elisaf tiene razón: Boaz no fallará dos veces.

Mi pulso retumba en mi cabeza como el segundero de un reloj.

Zander suelta los remos y se lanza hacia delante para protegerme. Está dispuesto a soportar de nuevola embestida de unas flechas mortíferas por mí. Sus brazos se tensan.

–Si nos hubiéramos conocido en tu mundo... –susurra, rozándome la oreja con los labios.

Entonces quizás habríamos tenido una oportunidad, concluyo mentalmente. No puedo resistir el impulso de acercarme a su pecho, de apretar la palma de la mano contra su calor y sentir el latido firme y fuerte de un corazón que probablemente esté a punto de detenerse para siempre.

¡No puede ser! Grita una voz dentro de mi cabeza. Después de todo lo que hemos pasado, no podemos acabar así, como corderos aterrados en el matadero.

La necesidad de proteger a Zander, de protegerlo como él me protege a mí, me recorre el cuerpo. Lucho contra su agarre.

–Suéltame.

Pero me estrecha con más fuerza.

La angustia, el pánico y la ira se disparan en mi interior mientras nos preparamos para el impacto.

Pero los segundos se alargan y las flechas no nos alcanzan. Salpican contra el agua y chisporrotean débilmente al extinguirse las llamas. Entonces se hace un silencio espeluznante.

Zander se aparta de mí y miramos hacia Cirilea.

Entrecierro los ojos en la oscuridad; apenas distingo los contornos borrosos de la ciudad.

–¿Eso es...?

El muro de agua se hunde como si cayera una cortina. Se dispersa en olas que impulsan nuestro barco, empujándonos océano adentro.

–Así es como se usa el mar. –La voz de Zander está llena de satisfacción.

–Las flechas rebotaron como si fueran palillos. –Elisaf parece igualmente asombrado.

Entonces caigo.

–Lo he hecho yo. –Necesitaba proteger a Zander, a todos, pero estaba centrada en él..., y esa necesidad se canalizó a través del anillo para crear un escudo. La banda de oro aún sigue caliente contra mi piel.

–Yo no he sido, desde luego.

Gesine continúa de pie. Abre los ojos, que brillan con un verde intenso que me recuerda al daaknar, no en color sino en intensidad: es como si pudieran agujerear cualquier superficie donde miraran. Está concentrada en algo más allá de nuestro esquife, con las palmas levantadas y las manos temblorosas. La marca plateada con forma de mariposa de su antebrazo brilla más que los otros dos signos.

–O elimino a los soldados que intentan matarnos o nos pongo fuera del alcance de sus flechas. Una opción u otra: mi dominio sobre este elemento no es infinito, majestad.

Está pidiendo una orden del rey.

Zander vacila, sopesando las opciones mientras mira la orilla, donde Boaz probablemente está a punto de lanzar una nueva descarga de flechas ardientes.

–Hay gente inocente en la colonia –le recuerdo. Gente que nos ha ayudado a escapar esta noche; gente que no merece sufrir más de lo que ya lo ha hecho. ¿Y qué significa exactamente eliminaraesos soldados, además de lo obvio?–. No es justo que se conviertan en daños colaterales.

–Y matar a los soldados no acabará con la oposición –dice, como si pensara en voz alta.

Suenan los gritos de mando de Boaz, y la tensión me atenaza la garganta.

–¿Y si no puedo volver a bloquear esas flechas? –Para empezar, no sé ni cómo lo he hecho.

–¡Elegid ahora! –exige Gesine con una voz desprovista de la deferencia serena habitual en ella.

–Sácanos de aquí. –Zander suspira con resignación, como si hubiera preferido la primera opción.

–Os sugiero que os agarréis.

Apenas cierro la mano sobre el borde del esquife cuando una ráfaga de viento nos barre desde atrás. Se hace más fuerte a cada instante, hasta que sacude mi elaborado peinado trenzado y el silbido implacable y agudo ahoga cualquier otro sonido.

Cortamos el agua. Me tapo los ojos con una mano e intento distinguir algo en la oscuridad, con una mezcla de terror entumecido y asombro que luchan en mi interior. El agua de mar me salpica por todas partes y me impide respirar, empapando mi ropa.

Y, en medio del vendaval, Gesine se alza en la proa como si fuera un mascarón, como si estuviera anclada al fondo del mar. Sus iris relucen como faros demoníacos en medio de una tormenta turbulenta.

Suena un fuerte crujido y algo pasa volando, rozándome la mejilla.

–¡No va a aguantar mucho más! –Oigo el grito de Elisaf por encima del ensordecedor rugido.

El esquife gime en respuesta. Está pensado para que una pareja de ancianos pesque, no para resistir un tifón.

–¡Basta! –grita Zander.

Tan repentina y ferozmente como se levantó la ventisca, se detiene. Se hace la calma: la noche es tranquila, no sopla ninguna brisa y el terrible aullido del viento solo es un recuerdo persistente en mis tímpanos.

Parpadeando para librarme del escozor del agua salada, busco Cirilea, pero no la veo. No veo nada. Nos envuelve la oscuridad.

–¿A qué distancia estamos de tierra?

–Demasiadolejos. –Zander arroja un pedazo de madera al mar. Para ser un hombre que se caracteriza por su actitud fría y tranquila y por ordenar castigos con eficacia glacial, ahora irradia furia–. ¡Casi nos hundes!

–No tengo tanta experiencia en manejar los vientos como las aventadoras que acompañan a los marineros; lo cierto es que pueden ser difíciles de controlar, pero necesitábamos alejarnos rápidamente para evitar más ataques –replica Gesine. A diferencia de Zander, mantiene la calma.

Eso solo parece enfurecerlo más.

–Y nos has traído aquí. ¿Dónde, exactamente? Porque no creo que estemos muy cerca del Recodo de la Viuda.

–Me temo que la zona de la que habláis estará hirviendo de soldados que intentan darnos caza.

–Pero ahí es donde tenemos que ir para encontrarnos con la Legión.

Entonces, en el silencio, suena una canción melodiosa. Es tan tenue que me pregunto si me la habré imaginado.

Pero es real, porque Zander y Elisaf se giran automáticamente en la dirección de la que procede.

Suena otra, casi amortiguada, como si procediera de debajo del agua. Es imposible entender lo que dice, pero es agradable. Casi como un arrullo. Siento una atracción visceral, un impulso de agarrar los remos y de ir en busca de la fuente de esa música tan tentadora.

–¿Qué es eso?

Zander maldice entre dientes.

–Nos ha traído hasta las sirenas.

Suenan alarmas en mi cabeza mientras busco en la noche cualquier indicio de los monstruos que, según Wendeline, plagan las aguas desde que se desgarró la Nulidad y desató una oleada de bestias infernales en este mundo. Las sirenas impiden que los inmortales naveguen por sus aguas: siguen su rastro, olfateándolos como sabuesos.

–Noestamos en territorio de sirenas –responde Gesine.

Como si quisiera contradecirla, suena otro arrullo y noto la misma atracción que tira de mí. Si las fábulas sobre sirenas que he leído son ciertas, así es como esas criaturas atraen a sus víctimas.

–No viajarán tan al sur –añade Gesine.

–¿Estás segura?, ¿con un isloriano de sangre real y una inmortal que además es invocadora clave a bordo?

El silencio de Gesine la delata.

–Vayamos donde vayamos, sugiero que lo hagamos pronto. –Elisaf arroja un cubo de agua por la borda y continúa baldeando.

Jadeo al mover los pies y darme cuenta de que el fondo de agua del casco está creciendo.

–Dios mío, nos estamos hundiendo.

–El casco del esquife ha aguantado, pero tiene daños. –Pasa un dedo por una grieta.

Gesine echa la cabeza hacia atrás y observa las estrellas que asoman entre las nubes.

–Hay un pequeño puerto llamado Northmost...

–No –la corta Zander–. Sé de qué puerto estás hablando: estará repleto de gente encantada de informar a Cirilea sobre nuestro paradero, sin omitir el detalle de que nos acompaña una mujer con un collar de oro alrededor del cuello. Aunque mi hermano ya lo sabrá, con el espectáculo que has montado.

Gesine se acaricia distraídamente el grillete que la ancla a la reina Neilina: una simple banda de un par de centímetros de grosor que rodea su delicado cuello y que la marca como una de las poderosas invocadoras elementales de Ybaris.

–Tenemos que volver al Recodo de la Viuda.

–Pero hemos llegado hasta aquí... Debemosllegar a las montañas, por el bien de Romeria. Además, la probabilidad de que vuestros soldados sobrevivan esta noche...

Gesine se interrumpe cuando oye el chasquido metálico de una daga que se desliza fuera de la vaina.

–Nos llevarás de vuelta a la primera bahía que hay pasado el Recodo de la Viuda para que pueda reunirme con mi legión. –La amenaza de Zander es áspera y alberga un filo peligroso en la voz.

Zander y Gesine se observan fijamente, y es imposible confundir esa mirada con otra cosa que no sea lo que es: la evaluación de un oponente. El brillo de los ojos de Gesine se ha apagado, pero persiste un rescoldo. Todavía cuenta con sus afinidades de invocadora. ¿Está considerando emplear de nuevo el viento para arrojarlo al mar antes de que él emplee la daga contra ella?

La afinidad élfica de Zander con el fuego de Malachi es inútil aquí, rodeado de nada más que agua. No hay ninguna llama que pueda manipular, y Gesine lo sabe.

El aire cruje de tensión.

–¿Necesito recordarte, suma sacerdotisa, que el fuego no es mi arma más formidable? Tampoco lo es la hoja que tengo en la mano. –Sonríe.

Los ojos de Gesine se encienden de comprensión al ver los dos colmillos como agujas que brillan en la oscuridad.

El corazón me da un vuelco. Solo los he visto una vez, la noche que descubrí lo que era Zander. Fue una demostración, igual que ahora, o más bien una amenaza.

¿A Gesine le dará tiempo a defenderse antes de que él le clave los dientes en el cuello? Sería una estúpida si lo pusiera a prueba. ¿La invocadora mostrará su verdadera naturaleza, oculta tras la fachada de serenidad?

Inclina la cabeza.

–Como deseéis, majestad. Aunque puede que necesite vuestra guía, ya que vos estáis mucho más familiarizado con vuestras tierras.

–Has sido muy capaz de navegar por tu cuenta hasta ahora. –Sus colmillos ya se han retraído en las encías–. Ahora, hazlo. Antes de que nos hundamos.

Aterrada, contengo la respiración, pero los vientos huracanados no nos vuelven a lanzar hacia delante. Se alza bajo nosotros una pequeña ola que nos traslada sobre su cresta, a un ritmo constante y suave. Estamos lo bastante elevados como para evitar que se filtre más agua. A este ritmo, tardaremos horas en volver a la orilla, pero al menos lo conseguiremos.

Tiemblo debajo de mi capa empapada mientras nos deslizamos por la oscuridad, en un silencio sombrío que nos aleja de unos peligros conocidos.

Y seguramente nos acerca a otros nuevos que todavía soy incapaz de imaginar.

Capítulo 2

ZANDER

Sabía que Romeria me ocultaba algo.

Estudio su espalda, envuelta en la capa, y su cabello revuelto, antes entretejido formando una elaborada corona real sobre su cabeza, ahora un desastre desordenado. Se la ve tan delicada, encorvada y temblorosa, con la ropa húmeda pegada al cuerpo...

Todo el tiempo ha llevado el perfume intenso de la traición, y yo lo sabía. Por eso la presionaba, a diario.

Pero nunca imaginé esto. ¿Cómo iba a hacerlo?

Si sumamos su sangre venenosa a sus supuestas afinidades, tiene el poder de destruir todo Islor. Y si lo hace, si provoca la muerte de tantos inocentes..., habrá sido por mi culpa.

Soy un rey destronado, incapaz de tomar decisiones difíciles.

Se estremece, y la idea de atraerla hacia mí, de ofrecerle calor, no deja de rondarme. Es como un remordimiento del que no puedo librarme.

Pero no me muevo del sitio.

Capítulo 3

ROMERIA

Cuando llegamos a la bahía, está a punto de salir el sol por el horizonte. Elisaf y Zander se meten en el agua, que les llega por los muslos, para arrastrar el maltrecho esquife hasta la orilla. El agua entra tranquilamente por una grieta cada vez mayor en el costado de la embarcación. A la luz del día se ven perfectamente los pedazos que le faltan al casco. La alarma de Zander no era exagerada. Es un milagro que nonos hayamos ido a pique, incluso con la intervención de Gesine.

Delante de nosotros hay madera a la deriva, esparcida en una playa de arena blanca, salpicada de rocas cubiertas de líquenes. Una densa hilera de árboles protege la tranquila ensenada y sus ramas sirven de percha al coro de tórtolas y petirrojos. Aparte de los pájaros, no hay señales de vida ni testigos que puedan dar cuenta a Cirilea de nuestro paradero. Entiendo que Zander insistiera en venir a este sitio.

En cuanto el casco frena al encontrar resistencia, Gesine se derrumba sobre la borda, como si no pudiera aguantar ni un segundo más. El cabello negro, que antes llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, ahora cuelga empapado y apelmazado. No es que mi propio pelo –ni mi cuerpo– esté mucho mejor, la verdad.

Sus llamativos ojos verde esmeralda están inyectados en sangre y se la ve enferma. Gastar tanto poder para traernos hasta aquí la ha debilitado, como siempre le ocurría a Wendeline después de curarme. Pero en lugar de sentarse y recuperar fuerzas, Gesine se incorpora y avanza tambaleándose hasta mí. Me tiende una mano débil.

–Alteza, permitidme que os ayude.

–Estoy bien. –La adrenalina que me ha mantenido en pie desde lo que pasó en la plaza está agotándose, pero he pasado muchos años en modo de supervivencia, hambrienta, sufriendo frío e incomodidades. Saco las piernas por la borda y mis botas empapadas aterrizan en la arena con un ruido sordo. Todolo que llevo está empapado, hasta la ropa interior–. Y llámame Romy. –Aunque ya solo sea ella en espíritu; ni siquiera conservo mi propia cara, salvo la ilusión que Sofie vinculó a este anillo.

–Es mejor que nos saltemos todas las formalidades a menos que nos beneficie identificarnos. –Zander rebusca en la bolsa que recogió durante nuestra huida del castillo.

–Como desees. –Es lo primero que le dice Gesine a Zander desde que sacó la daga y le enseñó los colmillos.

–Además, la verdad sobre Romeria no debe salir de aquí. Si se supiera... –Sacude la cabeza–. Nadie más que nosotros cuatro puede saberlo.

–Corrin lo sabe –advierto yo. Estaba presente cuando me vi obligada a confesar mi secreto en la loca carrera para escapar del castillo–. Y Wendeline también.

–Corrin no dirá nada a menos que le hagan una pregunta directa, y no hay razón para que Atticus sospeche lo que eres. En cuanto a Wendeline... –Zander aprieta la mandíbula–. Espero sinceramente que siga considerando que merece la pena jugársela por haber guardado tu secreto y que continúe haciéndolo un poco más de tiempo.

–¿Y Abarrane? –Ella siempre ha sido parte del círculo íntimo de Zander.

–Solo hay una cosa que la Legión desprecie más que a los ybarisanos: los invocadores de Mordain. –Menea la cabeza–. Abarrane me es leal, pero me temo que no estará de acuerdo en mantener con vida a una invocadora clave.

–¿De verdad crees que me mataría?

–No lo creo: sé que te matará cuando descubra lo que eres. Ya eres muy peligrosa para la existencia de Islor. Sin contar con eso, la noticia de la potencia de tu sangre se extenderá y provocará la rebelión de los humanos y el pánico de los elfos. Lo que vimos anoche fue solo una escaramuza antes de la guerra que se avecina. Pero si el pueblo descubriera lo que eres realmente, el peligro que supones no solo para Islor, sino también para Ybaris y Mordain... –Su voz se desvanece.

¿Zander se arrepiente de lo que ha hecho? ¿Lo lamenta? Durante el trayecto hasta la bahía estuvo cavilando en silencio, mientras miraba en dirección a Cirilea. ¿Desearía haber hecho una elección distinta en la fracción de segundo entre la proclamación de Tyree y la condena de Atticus? ¿Le hubiera gustado haber sido él quien me declarara su enemiga?

Gesine tropieza y se apoya en la proa del esquife, que cruje ruidosamente.

–¿Estás bien? –Me acerco a ella para sujetarla si se cae, pero le quita importancia.

–Solo necesito descansar.

–No hay tiempo para eso. El camino al bosque de Eldred es largo. Nos llevará casi todo el día. –Zander se despoja de la capa y la chaqueta destrozada y queda vestido tan solo con la camisa y las calzas negras, húmedas y pegadas a su musculoso cuerpo. A su lado, Elisaf escurre el agua de su túnica mientras escudriña las sombras.

–No necesitaremos caminar –jadea Gesine entrecortadamente–. Hay un pequeño pueblo a unos ocho kilómetros de aquí... Shearling. Un humano llamado Saul nos espera con caballos en el molino al sur del puente.

–Caballos –repite Zander; se le nota la sorpresa en la voz–. Pero si tenías intención de desembarcar en Northmost.

–Planeé varias vías de escape para... Romeria –titubea al pronunciar mi nombre sin acompañarlo de un título–, incluyendo el pasaje de regreso a Seacadore, por si fuera imposible huir al norte.

–Vías de escape –susurro. Como las que yo solía trazar cuando trabajaba para Korsakov.

–Sí, he tenido en cuenta un millar de posibilidades. –Me ofrece una débil sonrisa–. Tuve que planificar mucho, enviar muchas cartas, llenar muchos monederos. Las cosas que he tenido que hacer para llegar hasta ti... –Se le quiebra la voz y su rostro se llena de tristeza.

–¿Quién te ayudó? –exige Zander.

–Wendeline, pero hubo muchos otros. Demasiados para nombrarlos.

–¿Así que mientras la reina Neilina y la princesa Romeria trazaban sus estratagemas para asesinar a mi familia y tomar posesión de Islor, tú maquinabas con migente para hacerte con tu invocadora clave?

–No sabía del plan de Malachi para la invocadora clave...

–Pero sí conocías los planes de Neilina, y no enviaste ningunacarta ni entregaste una sola moneda para impedirlo.

Suspira.

–No podía...

–¡Decidisteno hacerlo! –Su condena es clara y sé que, si aún estuviera sentado en el trono, probablemente a esta le seguiría la ejecución en la plaza.

La garganta de Gesine se estremece al tragar saliva con dificultad. Ya sabíamos que había mandado cartas, marcadas con el sello oficial del escriba de Mordain. Al menos no ha mentido al respecto.

La princesa de Ybaris debe sobrevivir cueste lo que cueste, por voluntad de Malachi. Ese fue el mensaje que Gesine le envió a Margrethe. Ese fue el clavo en mi ataúd desde este mundo, mientras Sofie se ocupaba de clavarme uno diferente en el pecho desde el otro.

El tenso silencio se prolonga, y la hostilidad entre Zander y Gesine se hace más evidente.

Finalmente, se aclara la garganta.

–Esta bahía no era una opción ideal, dada su proximidad a Cirilea, pero también planeé la huida a partir de aquí. Nos llevará más tiempo, pero igualmente llegaremos a Bellcross.

–¿Vamos a ir a Bellcross? –Últimamente he oído muchas veces ese nombre, después de que el hermano de la princesa Romeria, Tyree, asesinara a una tributaria junto a sus soldados.

–Sí. Ahí es donde nos espera Ianca y tenemos que...

–No, nos reuniremos con la Legión en el bosque de Eldred –la interrumpe Zander. Ha desaparecido el hombre agotado que era mar abierto, y ha recuperado la serenidad y la gelidez del hielo.

Gesine inclina la cabeza.

–Pero, después de eso, nos dirigiremos a...

–Yo decidiré adónde vamos una vez que hable con mi comandante de la Legión. –Se cierne sobre la agotada invocadora–. Pero antes responderás a todas las preguntas que te haga sobre lo que has estado tramando, sobre lo que sabe Neilina y sobre el fin de la maldición. Y me dirás la verdad.

Cuando estábamos en Cirilea, Zander, afectado por la traición, parecía decidido a seguir dos caminos distintos, partir con Elisaf y separarse de mí. Ahora vuelve a ejercer su papel de rey dominante, exigiendo que la gente obedezca su voluntad.

Pero prometió que nos llevarían a las montañas donde Gesine podría entrenarme. ¿Se negará ahora que ha tenido tiempo para pensar?, ¿ahora que ha visto lo poderosa que es? ¿Qué persigue Zander, además de recuperar su reino? Se burló de Gesine y de los videntes por hablar con acertijos, pero ¿albergará la esperanza de que sea cierta la profecía, que se pueda librar a Islor de la maldición de la sangre que ha asolado estas tierras durante dos mil años?

Gesine suspira.

–Como ordenéis. –No sabría decir si acata la orden por respeto hacia un rey o si simplemente está demasiado cansada para discutir.

En cualquier caso, siento mayor compasión por ella. Y a esta la sigue rápidamente la ira.

–Oídme, majestad –hace semanas que no usa este tono condescendiente, y me resulta extrañamente satisfactorio–, por si acaso no te habías dado cuenta, probablemente ya estaríamos todos muertos o encerrados en un torreón si no fuera por la ayuda de Gesine, así que quizá deberías bajar un poquito el tono.

–Soy consciente. Soy consciente de todo –me responde, sin dejar de taladrarla con la mirada.

Gesine alza una mano, rechazando que la defienda.

–No pasa nada. Su ira es justa.

Zander la estudia otro largo rato, paseando la mirada por su rostro ceniciento y su cuerpo encorvado. Cuando vuelve a hablar, su tono es menos hostil.

–¿Cuántos caballos?

–Dos.

Ahogo un gemido. Eso significa dos personas por caballo, y algo me dice que los dos hombres islorianos no querrán cabalgar juntos.

–¿Confías en el humano?

–El guardián de Saul es un malnacido que apenas lo mantiene, a pesar de ser el propietario de un próspero molino. Obliga a los hijos de Saul a trabajar jornadas agotadoras y amenaza con prestar a sus hijas pequeñas para que se alimenten de ellas cada vez que Saul se queja. –Sacude la cabeza–. El mortal no siente ningún amor por su guardián ni por su rey.

Zander aprieta los dientes. Ese isloriano es el tipo de inmortal que querría eliminar de su reino.

–Atticus ya estará mandando jinetes en todas direcciones –señala Elisaf–. El camino no es seguro.

–Pero para llegar al paso de Gully necesitamos esos caballos e ir por ese camino. Búscalos y tráenoslos. Nos reuniremos contigo tan pronto como podamos. Ten cuidado.

–Espera. –Gesine mete la mano en su capa y saca un pequeño monedero de terciopelo. Se lo lanza a Elisaf, que lo agarra en el aire con destreza–. Dile que te envía Cordelia. Es el único nombre que conoce.

Vías de escape planeadas y nombres falsos. Me siento muy identificada con Gesine.

–Cordelia –repite Elisaf y se marcha a paso ligero, desapareciendo entre los árboles.

Gesine cojea hasta desplomarse contra una roca, con el rostro verdoso.

–No te pongas muy cómoda –le aconseja Zander, sacando varias dagas del saco.

–No se me pasa por la imaginación. –Cierra los ojos y su pecho sube y baja a velocidad acompasada, como si intentara contener las náuseas.

Él la observa mientras se ciñe el arsenal de armas al cuerpo. Con la ropa informal y el pelo despeinado, me recuerda menos al rey que conocí ayer y más al guerrero que salió a la caza de un nethertauro. Por desgracia, me temo que ninguna de las dos versiones corresponde al Zander con el que me enfrento ahora.

–Estás siendo un gilipollas –susurro mientras intento quitarme las innumerables horquillas y pasadores del pelo.

Se gira hacia mí.

–¿Y cómo sugieres que debo comportarme con una mujer cuya conspiración contra mí me ha costado el trono y ha puesto nuestras tierras al borde de la guerra? ¿Debo inclinarme ante ella por sacarnos del apuro que ella y esa tal Ianca crearon?

–Hay muchas cosas que aún no sabemos –le recuerdo–. Solo quiero decir que, a menos que te apetezca llevarla a cuestas hasta los caballos, deberías dejarla descansar. Está a punto de caerse de bruces.

–Si crees que no tiene más planes para ti que los que admite, eres una estúpida.

–Es probable, sí. –Le echo un vistazo a Gesine, que está totalmente callada. Bajo la voz–. Pero la necesito. Necesito entender quién soy. Lo quesoy, lo que puedo hacer. Teniendo en cuenta nuestra situación actual, ¿no crees que sería útil? –Mientras Zander se dedica a angustiarse, yo estoy deslumbrada ante las posibilidades. En cuestión de días, he luchado contra una bestia del inframundo y he detenido cien flechas incendiarias, y no tengo ni idea de cómo–. Puede darnos respuestas que nadie más puede ofrecer.

–Si decide hacerlo. Los invocadores no son famosos por ser comunicativos, como creo que ya has podido comprobar. Dicen mentiras y medias verdades que también podrían ser mentiras.

Ya, sí.

–Pero es poderosa, Zander. Fíjate en lo que hizo.

–Es una imprudente. Ese vendaval habría matado a innumerables inocentes si lo hubiera desatado contra la costa. Y no te atrevas a sugerir que no tenía la intención de ignorar mi orden de ir al bosque de Eldred; quería llevarnos a Northmost.

–Tal vez. Pero no creo que tenga malas intenciones; creo que es más bien algo pragmático. –Acaricio las trenzas que peinó Corrin con tanto cuidado, y rezo en silencio para que mi doncella esté a salvo en el castillo después de que Atticus la interrogue. Aunque, con el mal carácter que tiene, probablemente le haya pegado una bronca por atreverse a interrogarla–. Gesine puede protegernos.

Su rostro se torna sombrío.

–Confiar en que otros te protejan es la forma más rápida de que te maten. Ponte esto. –Me tiende una correa–. Y recuerda que ahora todo el mundo es tu enemigo.

Recojo la cinta de cuero.

–¿Incluso tú?

Vacila.

–Los que menos sospechas. –Arranca una tira de la chaqueta de seda que se ha quitado y se agacha para empaparla de agua.

¿Se refiere a su hermano? Porque yo ya sospechaba de las ambiciones de esa serpiente desde hacía semanas y Zander no quiso escucharme. O tal vez hable del capitán de la guardia real.

–No puedo creer que Boaz nos lanzara esas flechas, aunque me estuviera apuntando a mí.

–Yo sí. Como ya te he dicho, Boaz es leal a la corona, y claramente no cree que yo deba llevarla por más tiempo. Él nunca aprobó este matrimonio y no estaba a favor de permitir que ni un solo ybarisano pusiera un pie en Islor. –Zander se pone en pie–. Aunque estoy convencido de que los cuchicheos constantes de Lord Adley han tenido su parte. Quién sabe a cuántas personas habrá envenenado ese gusano.

Me invade una oleada de cólera ante la mención del nombre de ese noble tan ruin.

–Deberías haberle ordenado a la Legión que lo asesinara. Se lo merece. –Y ya no solo por las mentiras que han desembocado en la traición, sino por todos los crímenes que permite en Kettling: humanos criados y puestos a la venta en el mercado negro, bebés que se venden para que los inmortales se alimenten de su dulce sangre y, probablemente, docenas de atrocidades más que no quiero saber.

–Ahorapiensas como una reina –murmura Zander, con la mirada fija en mi mejilla–. Tienes una herida; te ha debido de dar un trozo de madera. No te muevas.

Me frota suavemente con el trozo de tela empapado y pongo una mueca de dolor ante el escozor de la sal.

–¿Es muy grave?

–Vivirás. –Sus ojos se detienen un instante en los míos antes de continuar limpiando la herida–. Entonces, ¿esta no es realmente tu cara?

–No es la que recuerdo, no. Mi pelo es igual, pero nada más. –Misojos eran de un azul más brillante; mi cara, más redonda; mis labios, más carnosos. La mujer que vi reflejada en el espejo de la botica es muy hermosa, pero me resulta una extraña. Y, sin embargo, si lo que dijo Gesine es cierto y no hay vuelta atrás, más vale que me acostumbre a mi nueva cara, porque si me quito el anillo, será la que vea. Todavía no soy capaz de asimilarlo.

Murmura algo que no entiendo antes de decir:

–Debe de ser muy inquietante.

–No hay mucho que no lo sea últimamente.

Zander arroja el trapo al esquife medio hundido antes de empujarlo con fuerza mar adentro.

–Tu herida se curará sola en un día, pero estoy seguro de que Gesine podrá hacer algo si no fuera así. Suponiendo que tenga habilidades similares a las de... otros invocadores. –Tensa los músculos de la mandíbula.

No quiere ni pronunciar el nombre de Wendeline. ¿Habrá alguna justificación que mitigue la traición que siente, la que le ha infligido una mujer en la que confiaba tanto?

–Gracias.

Gruñe como respuesta.

–¿Te vale el tahalí?

–No sé...

El cinturón para portar armas es demasiado largo y engorroso, y me temo que del tamaño de un hombre.

Las hábiles manos de Zander toman el relevo y lo ajustan para que quede un poco más bajo, en mis caderas.

–¿Es que nadie llevaba esto en tu mundo? –pregunta en un tono más conciliador, conversacional, pero desprende agotamiento.

–Sí... como hace cien años. –Yo llevaba un cuchillo sujeto al muslo con una banda de nailon que se deslizaba como una liga.

Comprueba si el cinturón está tenso pasándome las palmas por las caderas. Su solo contacto me recuerda las veces que me ha agarrado así por motivos muy distintos.

Los ojos de color avellana de Zander se cruzan con los míos. Debe de haber notado el pico de mi pulso, pero, a diferencia de otras veces, no me dedica ninguna sonrisa burlona y no hay el menor indicio de que él sienta lo mismo por mí. Su expresión es pétrea, ilegible.

El muro que nos separa es cada vez más alto, pero no sé quién de los dos está siendo más rápido apilando ladrillos. Una parte de mí espera desesperadamente que haya cambiado de opinión; que no me abandone, que se quede a mi lado. Pero entonces rememoro lo que dijo cuando íbamos por el pasadizo secreto del castillo: me echó la culpa a mí de no haberse dado cuenta de lo que iba a hacer Atticus. Me soltó que yo le había impedido pensar con claridad. En esencia, Zander me culpó por haber perdido su reino.

Y al segundo estaba dispuesto a dejarme a mi suerte.

Me aclaro la garganta. Al tragar saliva, también me trago mis deseos.

–En la actualidad, la gente usa pistolas.

–¿Pistolas? –Frunce el ceño–. ¿Qué es eso?

–Armas que disparan balas. –Su ceño se hace más profundo–. Unos diminutos objetos metálicos que salen volando de una cámara y se desplazan por el aire a gran velocidad. Todo lo que tienes que hacer es apuntar y disparar. Cualquierapuede hacerlo. –Como demuestra cada espantosa noticia sobre un niño pequeño que se encuentra con la pistola cargada de sus descuidados padres.

–Da la impresión de que cualquier idiota podría ser letal en tu mundo.

–No te haces a la idea.

Le da un último tirón al cinturón.

–Ahora necesitas un arma.

Señalo con la cabeza el cuchillo karambit que tiene al lado.

–Me quedo con ese –le pido, y Zander hace amago de agarrarlo, pero detiene la mano a la mitad–. Sé cómo usarlo –digo–. Abarrane me entrenó. –Durante una hora, y no quedó nada satisfecha. Y, a pesar de ello, lo que más me gustaría ahora mismo sería oír decir a la temible comandante lo inútil que soy.

Espero de veras que haya sobrevivido.

–No es eso; es que no es suficiente. –La decisión se dibuja en su rostro; se lleva la mano a su cadera y desabrocha la vaina donde guarda su daga forjada con merth. La misma que me entregó en medio del frenesí, cuando Atticus declaró que el trono era suyo, y yo, su enemiga. Se la devolví cuando salíamos del castillo.

Zander fija la vaina a mi cadera.

–Esto mutilará o matará gravemente a cualquier inmortal que se cruce en tu camino. –Toma mi mano entre las suyas y la cierra sobre la empuñadura–. Ahora es tuya. No te separes de ella.

Podría haberme dado cualquiera de la docena de espadas que acaba de sujetarse al cuerpo, pero me ha entregado una que intuyo que tiene valor para él, más allá de su composición mortífera. El detalle me infunde una calidez en el pecho.

Independientemente de lo que piense de mí, se preocupa por mi seguridad. No me habría protegido de las flechas en el barco si no fuera así. Y tal vez ese escudo de agua que creé para protegernos –para protegerlo a él– no habría sido tan fuerte si no me importara tanto.

Pero ¿por qué me da esta daga ahora? ¿Es un gesto para sentirse menos culpable antes de abandonarme?

¿Qué le está pasando por la cabeza?

Me examina con atención y sé que también intenta leerme. El problema es que a él se le da mucho mejor que a mí. Siempre he sido capaz de ocultar lo mucho que me dolían las cosas tras un velo de indiferencia, pero a él no puedo ocultarle nada, y lo detesto con todo mi ser.

–Gracias por la daga.

Le quita importancia con un encogimiento de hombros.

–A ti te queda mejor que a mí, en todo caso.

Paso el pulgar por la piedra negra de la empuñadura.

–Estoy de acuerdo. Por eso intenté robártela esa noche en el torreón.

–Sí, está claro que noera para degollarme y huir –murmura secamente.

–Aunque hubiera conseguido arrebatártela, no te habría matado. Nunca he matado a nadie –admito.

–Por cierto, ¿qué clase de robos llevaba a cabo Romeria Watts en su mundo?

No puedo contener una sonrisa socarrona.

–Era ladrona de joyas. –Puede que a algunos les desagrade la verdad, pero es miverdad, no la de esta malvada princesa ybarisana que me he visto obligada a interpretar.

–¿Por qué será que no me sorprende? –Crispa las comisuras de los labios–. ¿Puedo preguntarte cómo de buena eras?

–Muybuena.

–Ya me lo imaginaba. –Me mira los labios y se queda prendido de ellos un instante. En cuanto se da cuenta, da un paso atrás y endurece la expresión. Se vuelve hacia Gesine–. ¿Tienes fuerzas para caminar o necesitas que cargue contigo? –pregunta. La tensión de su mandíbula me dice que podría llegar a disfrutar echándose a la invocadora al hombro para cargarla como si fuera un saco de harina.

Gesine levanta la cabeza y sus ojos extenuados parpadean varias veces, luchando por mantener la concentración. Se levanta de la roca, se alisa la capa húmeda y sucia con las manos y da unos pasos tambaleantes.

El sol matutino es una auténtica bendición. Cuando llegamos al camino, ya no siento el frío de haber llevado ropa mojada durante horas; tengo una fina capa de sudor bajo el cuello.

Elisaf está apoyado en el tronco de un sauce llorón y dos caballos pastan en un frondoso prado cercano. En cuanto nos ve, endereza su esbelto cuerpo.

–Empezaba a pensar que os habíais echado la siesta.

No puedo evitar una sonrisa genuina. Siempre me he sentido más segura con Elisaf a mi lado, pero no acabo de entender cómo Gesine sigue en pie. La sostiene tan solo la obstinación inquebrantable: no quiere que Zander cargue con ella y se la eche sobre los hombros.

Trastabilla hasta el caballo castaño que tiene más cerca y palpa las riendas.

–¿Serías tan amable de ayudarme a montar? –Lo pide casi sin aliento y entrecierra los ojos mientras busca el estribo con la bota.