Universos de azar y vacío - Camilo Nassar Moor - E-Book

Universos de azar y vacío E-Book

Camilo Nassar Moor

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Beschreibung

¿Se atrevería a decidir su vida con un dado? Tomás sí; al terminar sus estudios de secundaria enfrenta una grave crisis existencial al definir su futuro. Se le ocurre hacer una lista con las seis opciones que más le apetecen, pero no encuentra una forma racional de escoger una de ellas. Entonces, apela al azar para que le ayude a elegir utilizando un dado y se jura respetar el resultado. Lo que jamás pensó fue que lanzar ese cubo al vacío se convertiría en un mágico portal que lo conectaría con lo inimaginable, porque aun desconociendo las leyes de la física cuántica y sin jamás proponérselo, abrió seis universos paralelos.Al generarse la escisión multiversal, cada uno de sus avatares no podía imaginar que su propio mundo sería sólo una copia derivada de un estocástico evento. Esta exótica familia de seis vidas paralelas, interconectada por oníricas experiencias, conducirán a tratar con fantásticas aventuras, desconcertantes personajes y al entendimiento de su verdad, pues había retado el infinito juego de la exis-tencia que no puede atarse a una simple consciencia.

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Universos de azar y vacío

Catalogación en la publicación — Biblioteca Nacional de Colombia

Nassar Moor, Camilo, autor

Universos de azar y vacío / Camilo Nassar Moor -- Primera edición -- Bogotá : Taller de Edición Rocca, 2023.

362 páginas. -- (Novela. Ex-Libris. Novela)

Incluye datos curriculares del autor.

ISBN 978-628-95293-4-0

1. Novela colombiana - Siglo XXI 2. Juegos de azar - Novela 3. Fantasía - Novela

CDD: Co863.5 ed. 23

CO-BoBN- a1112399

© Camilo Nassar Moor

© Taller de Edición Rocca® SAS

Sello Ex-Libris

Primera edición: Taller de Edición Rocca®, marzo de 2023

Bogotá, D. C., Colombia

ISBN: 978-628-95293-4-0

Edición y producción editorial:

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ALLER DE

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Carrera 4A N

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. 26A-91, oficina 203

 

Teléfonos: (57+601) 243 2862 - 284 8328

 

[email protected]

 

www.tallerdeedicion.com

 

Bogotá, D. C., Colombia

Director:

Luis Daniel Rocca Lynn

Edición al cuidado de:

Liza Johanna Ariza Tarazona

Coordinación editorial:

Juanita Rocca Toro

Diseño y diagramación:

Juan Pablo Rocca Barrenechea

Fotografía de solapa:

© Andrea Gutiérrez

Imagen de cubierta:

Camilo Nassar Moor,

Todos son uno

, 2020

 

 

Impresión y acabados:

Multi-impresos SAS

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor y del editor, Taller de Edición Rocca®.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

ÍNDICE DE CONTENIDO

UNIVERSO CERO

PRIMER UNIVERSO

SEGUNDO UNIVERSO

TERCER UNIVERSO

CUARTO UNIVERSO

QUINTO UNIVERSO

SEXTO UNIVERSO

UNIVERSOS DE AZAR Y VACÍO

Lo que no te confunde,

no te hace pensar

Legado para Nicolás, Mateo,

y la posteridad del linaje

UNIVERSO CERO

EL TIEMPO ES UN ESPECIAL aliado del cambio para borrar costumbres y tradiciones, que por su carácter arcaico o anticuado, hoy cuesta trabajo explicar a nuevas generaciones. Hace muchos años, un domingo de resurrección era el sello final de las vacaciones de Semana Santa en las cálidas tierras del Sumapaz. Este habría implicado el ejercicio de un completo pero exótico duelo, al tenor de la música clásica, la lectura bíblica y un extenso coloquio sobre la situación política y económica del país.

Los últimos tres días habían sido una especie de luto generalizado, únicamente moderado por la correspondiente vigilia que, haciendo excepción de la prohibición de las carnes rojas para el viernes santo, era una extraordinaria manifestación de la más exquisita gastronomía.

Después de un opíparo almuerzo, los viejos se retiraban a disfrutar de una siesta o una lectura, mientras que para los niños aquella sería otra tarde cualquiera de esa distante infancia donde Tomás Quiñones, en compañía de sus primos, había pasado el tiempo jugando al Monopolio.

Cuando el juego terminó, sucedió algo que comenzaría a separarlo de sus más cercanos parientes y de sus aprendidas creencias para luego fusionarse con aquello que lo marcaría. Se trataba de una ingenua discusión sobre su forma de lanzar los dados, que había conducido a un verdadero debate sobre la justicia y el azar, para luego extenderlo a las cosas de la vida, hasta tocar las aún tempranas concepciones religiosas.

Recién hecha su primera comunión, y con tan sólo ocho años, deseaba alcanzar la gloria eterna. Pero lo embargaba un sentimiento contradictorio, pues consideraba que Dios no podría ser infinitamente justo. No lograba entender cómo podía conceder a unos pocos lo que parecerían ser las ventajas de la vida, mientras que la gran mayoría debía luchar para pasar sus vidas al límite de la subsistencia. Tampoco podía comprender por qué el hecho de no asistir un domingo a una misa de menos de una hora constituía un grave pecado mortal que lo condenaría al fuego eterno.

Esta acalorada discusión no habría sido más que una mera conversación infantil de no haber sido porque sus compañeros de juego, algo enardecidos y confundidos, elevaron quejas sobre el comportamiento del pequeño hereje.

Horas más tarde, su tía Esther, en su doble calidad de fervorosa católica y madre de los quejosos, fue la encargada de dirigir una charla correctiva con Tomás. Ella trataba de aclarar sus dudas sobre la justicia divina y la conceptualización católica de Dios, pero ante las atinadas preguntas, que con lógica efectuaba el niño, su tía entró en desespero y concluyó tajantemente la conversación: «Ya basta de cuestionamientos. Sólo debes creer en Dios con la fe del carbonero».

Para el pequeño Tomás eso fue más confuso que las frases del padre Aniano López, según las cuales siempre había que retirar del pensamiento las tentaciones de la carne. Esa mezcla de criterios religiosos lo condujo a una propia y original conclusión: la única forma de lograr la salvación implicaría dos acciones simultáneas, dedicarse a la industria del carbón y mantenerse en una rigurosa dieta vegetariana.

Tomás no era el prototipo del alumno ideal y pocos de sus profesores le guardaban alguna consideración. Sin embargo, su noble espíritu no tenía espacio para rencores o sentimientos negativos. En medio del repetitivo temario escolar, sobrevenían espacios para transitar sobre las nubes, con sueños e imaginarios viajes, que reemplazaban una tortuosa y casi inútil academia. Su único consuelo era salir a los recreos para sentir el sol en la cara y recordar al paso del refrescante viento bogotano que afuera existía un mundo esperándolo para algo distinto de lo que forzosamente debía vivir en esa época de su vida.

Al vaivén de bostezos en eternas y aburridas clases, el Tomás adolescente arrastraba sin ánimo ni mucho esfuerzo sus cargas académicas, con un resultado apenas aceptable en lo que las calificaciones podían medir. Hacia mediados de la secundaria únicamente recibía con complacencia las clases de gimnasia y las lecciones de literatura española. Su profesor en esa asignatura era el padre Constantino, quien hacía titánicos esfuerzos por hacer divertida la clase, contarles sobre los libros que jamás leerían e inocularles sin dolor el conocimiento. Así mismo, intentaba dejarles a sus alumnos alguna enseñanza para el futuro.

* * *

Las vacaciones más extrañas que Tomás tuvo en su vida sucedieron siendo aún un adolescente de trece años durante una peregrinación a España. Esta excursión fue organizada por su padre para los asuetos de mitad de año en cumplimento de una antigua promesa pues, cuando Tomás tenía seis meses de vida, fue víctima de una peligrosa enfermedad respiratoria y, ante un posible fallecimiento, su padre, don Hernando Quiñones, prometió que si sobrevivía lo llevaría como adolescente en peregrinación y agradecimiento hasta la tumba del apóstol Santiago.

El viaje tuvo una duración de unas tres semanas. Llegaron a Madrid por vía aérea desde Bogotá y luego se desplazaron por tierra hasta Oviedo, para continuar su peregrinación a pie hasta llegar a Santiago de Compostela. La ruta elegida por su papá para caminar fue la más dura y correspondió con la del antiguo y agreste Camino Primitivo que recorrieron en once etapas, iniciando en Oviedo y terminando en Melide, donde tomarían el Camino Francés y, en tres etapas más, alcanzarían Santiago de Compostela.

Mientras recorrían el tramo entre Grandas de Salime y Fonsagrada, Tomás divisó a lo lejos en el camino a un religioso español que se parecía mucho a alguien que trabajaba en su colegio en Bogotá. Se trataba del hermano Ursi, quien para él era tan sólo el encargado de la tienda, pero le extrañaba que le acompañaban cuatro religiosos más, quienes lo rodeaban escuchando con atención lo que parecía ser una especie de charla o clase que les dictaba el hermano. Al arribar a una de las posadas de descanso para tomar un refrigerio, Tomás aprovechó para acercarse y saludarle.

—Hermano Ursi, ¿me recuerda?, yo estudio en el Colegio Escolapio de Bogotá.

—Déjame observarte un poco. ¿Tú no eres acaso el chaval que siempre come en los recreos pastel de brazo de reina con Coca-Cola?

—Ese soy yo y me alegra mucho verlo acá.

Tomás le contó la historia de la enfermedad que tuvo cuando era niño y la promesa que su padre hizo. Al presentarlo a don Hernando, coincidieron en que todos seguirían el mismo camino hasta Santiago de Compostela. Desde ese momento Tomás y su papá entablaron una cálida amistad con el hermano Ursi, descubriendo en su conversación a un hombre de excepcionales condiciones intelectuales y morales.

Una noche, don Hernando decidió contarle al religioso el detalle de su promesa, el milagro de sanación ocurrido, la fe heredada de su padre por el apóstol Santiago y en su tumba en Compostela. Ante su relato, el hermano le respondió:

—La fe es parte importante de la religión, pero no es lo único, y debe tenerse cuidado en lo que se cree ciegamente. Algunas veces la gente inventa fábulas para conseguir un fin autocalificado como loable. Sin ser mi deseo decepcionarlo, este puede ser el caso de la controversia histórica y religiosa relacionada con el dudoso paso del apóstol Santiago por Galicia, pues pareciera ser un invento que muchos conocen y mantienen, sin que la iglesia católica amerite el sustento científico requerido para probarlo. Por lo tanto, el lujoso e imponente templo compostelano que usted añora visitar podría no ser el lugar donde se conserven los restos del apóstol Santiago, ni mucho menos de sus dos discípulos.

»Quienes han tratado este tipo de temas a profundidad argumentan que la Iglesia podría haberse aprovechado de la credulidad, fanatismo e ingenuidad de los peregrinos. Así mismo, a quienes se han atrevido a indagar sobre estos asuntos, sus pesquisas les han traído persecuciones e incluso, sus investigaciones han sido censuradas o colocadas en el Index librorum prohibitorum por algún retrógrado papa.

Después de una extensa y documentada disertación sobre el tema, concluía Ursi que no se encontraba en capacidad de confirmar que en Santiago de Compostela se hallaran los restos del apóstol, pero tampoco podría negarlo. Es más, los sacerdotes que lo acompañaban eran peregrinos que creían ciegamente en las bulas papales y no estaban interesados en controversia alguna sobre este particular. Finalizaba diciendo:

—Yo argumento con lógica y racionalidad, pero no intento ni fuerzo a cambiar creencias, pues cada quien se ha formado para ser patrón de ellas y esclavo de sus consecuencias.

Después de escuchar atentamente las palabras del hermano Ursi, don Hernando Quiñones quedó meditabundo. Luego de unos instantes alzó la voz:

—Hermano Ursi, me deja usted fuera de base. Yo creía ciegamente en que iba a arrodillarme ante los restos del apóstol Santiago para cumplir mi promesa y agradecer su intercesión en la sanación de mi hijo.

—No quiero afectar tu fe y mucho menos decirte que no agradezcas o veneres las que crees son las bondades o las reliquias del apóstol, pero tampoco puedo dejarte cómodo ante el fanatismo y el desconocimiento. Es muy grave mantener desinformada a la gente, porque el mundo que se viene no soportará la farsa y ese será el talón de Aquiles de quien no cambie.

»Mi realidad espiritual es que sólo hay que creer en el Dios que tu corazón reconoce y que late contigo. Ese Dios de amor puro y bondad infinita que te acompaña, que en tu lenguaje te habla con la verdad y que no lo encontrarás en imágenes, estatuas, catedrales, custodias o restos de otros mortales. Sólo lo hallarás cuando hagas el bien, cuando puedas amar sin interés al prójimo, cuando seas compasivo con el dolor ajeno, cuando te alegres y agradezcas por el milagro de la vida, o cuando te esfuerces por mejorar tu conducta y superarte espiritualmente.

»Por eso, aprovecha esta peregrinación, no sólo para ratificar tu fe ante la famosa tumba de Compostela, sino especialmente para reflexionar, encontrarte a ti mismo y, ante todo, indagar sobre tu propia verdad. En mi humilde criterio, esto último es el verdadero valor y objetivo de la peregrinación.

Todas esas palabras retumbaron en las cabezas de Tomás y su padre. Ninguno de los dos volvería a ser el mismo a su regreso a Colombia, pues los vientos de la duda y la verdad habían ventilado sus mentes para siempre.

* * *

Confinado a un obligado túnel, Tomás completó doce años de intensa formación católica, que siempre recordaría como un camino sembrado de mitos, contradicciones, dudas, vacíos y miedos.

Aparte de su añoranza por las desaparecidas letras «ch» y «ll» del antiguo alfabeto castellano, poco quedó rescatable de su paso escolar en cuanto a fraternidad, entendimiento de la vida, compasión y comprensión. Por el contrario, todo estaba impregnado de una inquisitiva carga de incomprensible fe, implacable látigo y castigo eterno para quien no cumpliera con la interpretación, que a la divina palabra daba la Iglesia Católica, o a la que recientemente se hubiese inventado algún papa con una incomprensible calidad de infalible.

—¡¿Cuál verdad?! —exclamaba Tomás—. Valdría la pena recordar el juicio de Pilato a Jesús. Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Entonces dijo Pilato: «La verdad, ¿qué es la verdad?».

«Jesús calló», pensaba Tomás. «Hay momentos en los que no es alcanzable una respuesta por entendimiento humano. Dios, que es la esencia del amor e infinita sabiduría, no puede gastarse el tiempo en enojarse, vengarse, criticar, juzgar y escarmentar. Tampoco podría satisfacerse generando miedo en el corazón de los humanos. Encontrar la verdad, cualquiera que ella sea, será mi propósito y misión de vida. ¿Cómo lograrlo? He ahí el problema que debo resolver».

Curiosamente, los dos últimos años de secundaria, guiado por su profesor Armando Villamizar, habían enseñado a Tomás a descubrir en la física una manera especial de aproximarse a la comprensión del mundo. Desde Aristóteles y Galileo hasta Newton, recorrió los caminos de la física clásica. Se sintió sorprendido, no sólo de las maravillas que le presentaba la física, sino de la realidad del universo.

Ahora, todos los sabios eran conscientes de su ignorancia y de que la física es una ciencia en muy tempranas etapas de desarrollo. Por fin Tomás encontraba algo serio en la vida, donde los eruditos no se sentían poseedores de la verdad.

Así fluyeron los días hasta que, finalmente, un sábado de noviembre del último tercio del siglo XX, terminó aprobando sus cursos, sintiéndose apto para todas las disciplinas y obteniendo un merecido grado de bachiller.

El lento paso de la existencia se acelera frenéticamente cada vez que llega el «tiempo de decisiones», siendo este el mejor título para la época que sigue al concluir una etapa de la vida. El dilema se encuentra cómo tomar una de las más importantes decisiones de la vida siendo aún adolescente y cómo enlazar esto con un propósito vital. Sin embargo, la esquiva respuesta no la encontraría con los análisis de asesores y sicólogos, o con soporte en la embutida educación recibida, y ni siquiera con el prudente y amoroso consejo de sus padres.

«Es la hora de hacer las cosas a mi manera, con un tanto de rebeldía e irresponsabilidad. Si el correr de los tiempos me da la razón, será un triunfo de mi propia cosecha. Lo que más me preocupa es que el resultado final sea tan sólo aceptable o normal, ya que en tales circunstancias nunca sabría si la decisión fue buena o mala. Simplemente pasaría a ser un ciudadano común y corriente, algo que a esta altura de mi vida no concibo aceptar», pensó Tomás.

Ante su mal creada animadversión por las matemáticas, Tomás había decidido estudiar algo relacionado con ciencias sociales o incluso contemplaba la idea de no estudiar, pero su reciente atracción por la física lo inclinaba a considerar las carreras técnicas como una opción nada despreciable.

Todo se hacía confuso y diametralmente opuesto. Nadie pareciera tener una receta mágica cuando sobreviene la imperiosa necesidad de decidir. En especial, si no se tienen referentes o experiencia. Así las cosas, por mera intuición parecería que apelar a la opción de dejar al azar la decisión no sería tan descabellado.

Entonces buscó un dado que sacó de aquel vaso, donde había treinta idénticos, que usaban para el juego del «cacho» o «dudo». Este pequeño cubo, con sus seis caras, le permitiría el manejo de un buen ramillete de opciones. Tomó un lápiz y un trozo de papel irregular y lo miró; era tan intrascendente pero a la vez tan importante para él. No parecía muy lógico que en tan insignificante plano cupiera no sólo su vida, sino seis posibilidades de la misma. Por lo tanto, debía utilizar bien esas opciones y cubrir todo el espectro de alternativas que su gusto e imaginación pudieran indicarle, aplicando en el proceso más afinidad e instinto natural que sólida argumentación.

Así pues, después de reflexionar un buen tiempo, al número uno le asignó la carrera de Derecho o Ciencias Políticas; al número dos le asignó una carrera relacionada con la naturaleza que podría ser alguna ciencia natural como Geología, Química o Biología; al número tres le asignó algo gerencial, como Economía o Administración de empresas; al número cuatro, por agüero, no le asignó carrera alguna, debido a que este es el primer número que no hace parte de la serie de Fibonacci y la consideraría una opción de «rebeldía» para navegar libremente y en el exterior por los mares de la vida, sin mapa ni brújula. Al número cinco le inscribió una carrera técnica y pragmática, como alguna Ingeniería y, finalmente, al número seis lo consideró como una opción «no natural», de libertad en el proceso, para dejar que el azar de la vida definiera.

Fundamentó sus conceptos de «rebeldía» y «no natural» en que la serie de Fibonacci posee una relación con distintas formas de vida y del universo, que van desde la reproducción de los conejos, pasando por el caparazón de los caracoles, hasta el número de pétalos de las flores y la forma de las galaxias.

Pasaron algunos minutos en los que Tomás observó ese pequeño cubo. Seis caras enfrentadas en pares, seis posibles resultados, todos factibles pero en distinto grado apetecidos por él. Algo de hechizo e incertidumbre se sentía en el ambiente. Al cabo de media hora de profunda meditación, se juró respetar el resultado y, apoyando el dado entre el índice y el pulgar, le dio un giro de rotación que lo lanzó al aire y, sintió que su tiempo se detenía... Toda su vida dependía de un dado.

Un pensamiento lo indujo al éxtasis ya que los seis resultados eran igualmente reales, válidos, independientes y probables. Cualquiera de los seis le abriría un futuro distinto e incomparable. ¿Ese dado se convertiría en un portal a vidas diferentes o mundos distintos?

Súbitamente se sintió retrocedido en el tiempo, a la época en que jugaba con sus primos al Monopolio. Volvieron a su mente los recuerdos de aquel niño que no entendía la «justicia divina» y que discutía con sus primos. Entonces, cuando el dado rotaba dibujando en el aire una parábola que alcanzaba su punto máximo para comenzar a descender, se escuchó la aterradora violencia del sonido de un trueno y se suspendió el fluido eléctrico.

En su afán por capturar a oscuras el dado, la mano de Tomás tropezó bruscamente con el vaso que contenía los veintinueve dados restantes. Estos volaron, cayeron y saltaron por todo el lugar, confundiéndose con el que él había lanzado. Su ser y su conciencia se desdoblaron con la angustia de la decisión arrojada al azar, que se mezclaba en la oscuridad con la múltiple incertidumbre del resultado.

Al restablecerse la energía, la suerte estaba echada. Para cualquier otro mortal sería imposible establecer cuál, entre todos los dados, había sido el lanzado por él. Esos seis resultados y Tomás, estaban ligados para siempre y habían colapsado en algo que, desafiando la cordura, dio origen a seis universos paralelos. Todos independientes y tan reales que nadie pensaría que el mundo en que vivía podría ser tan sólo una especial copia derivada de un probabilístico evento. Este fenómeno, causado por la acción de la conciencia y las leyes del nivel cuántico, afectarían tajantemente a Tomás y al universo en que viviría. A partir de ese momento, nada sería como antes.

Todo, en su más extenso significado, es ahora como no había sido, pero como iría a ser.

Cuando Tomás conoció su destino, le pareció escuchar una voz casi imperceptible, que al oído le susurró: «has retado al infinito juego de la vida, que sobrepasa la imaginación y no puede atarse a una simple conciencia. Es la verdad y el propósito, es la evolución a niveles que no entiendes, pero es la forma dispuesta para que tu espíritu pueda sublimarse».

PRIMER UNIVERSO

ERAN LAS SEIS DE LA MAÑANA de un brillante martes de fines de enero, cuando Tomás Quiñones, impecablemente vestido, caminaba con paso firme y presuroso a tomar el autobús que le llevaría a la universidad.

Su ser rebosaba de impaciencia ante la expectativa por asistir a la primera clase de Derecho que iniciaría a las 7:00 a.m. Por aquella época, las vías que discurrían de norte a sur en Bogotá eran estrechas e insuficientes para manejar el tráfico de la hora pico. Como durante toda su vida escolar el bus del colegio lo llevaba y traía diariamente, no estaba acostumbrado a usar el transporte público. Por lo tanto, no pudo calcular correctamente los tiempos de viaje y llegó a la universidad seis minutos más tarde de la hora de inicio de clases.

El doctor Eudoro Sastoque, un acartonado sexagenario y exmagistrado, los recibía con el mismo discurso que había propinado a las veinte promociones anteriores. Se trataba de un personaje legendario, además de excelso jurisconsulto. Este personaje fungía como decano de la Facultad de Leyes pero, sobre todo, era lo que aquellos muchachos necesitaban para introducirlos «sin anestesia» en el mundo del Derecho.

Después de llamar a lista a los nuevos estudiantes, de los cuales sólo faltaba uno, les preguntó:

—¿Saben por qué coloquialmente me llaman el «doctor Parranda»?

Todos callaron. En ese momento, Tomás entró al salón de clases e intentó pasar desapercibido, pero el doctor Sastoque lo vio e, inmediatamente, le llamó por su nombre.

—¡Buenas y santas noches! Como sólo falta un alumno por responder a lista, supongo que usted es el señor... Quiñones. Parece que es muy apreciado, puesto que un señor Roncayo intentó sin éxito disculparlo. ¿Cree usted que todos debemos detenernos para saludarlo?

—No, señor —contestó nervioso Tomás—, es que...

—Mejor no diga nada más, que si bien empezó mal, podría terminar peor. Dice el proverbio: «quien a clase llega tarde, es porque mucho sabe». En compensación a su desatención con todos nosotros, mañana, a esta hora, nos deleitará con su análisis sobre la hermenéutica de alguna norma, por ejemplo, del Código Civil.

»Volviendo a nuestro tema —dijo el doctor Sastoque—, parece que resultaron mudos los aspirantes a esta dudosa promoción, que aún no alcanza ni el más bajo calificativo de banda de “tinterillos”. Bien, pues voy a comentarles que de aquí en adelante sólo existirá frustración, sudor y lágrimas para quien no sea capaz de vencer su timidez y alcanzar las metas académicas. Abogado tímido o incompetente es como “guayaba madura” para el más “toche” de los colegas. Les esperan miles de lecturas, trabajos y horas de estudio, amén de los cinco más fatídicos y tortuosos años de su vida. Quien no esté seguro de lo que inicia, o no se crea capaz, es esta la oportunidad de abandonar sin pena ni gloria. Para quien se quede sin estar convencido, más le valdría no haber venido.

A esta altura, el silencio era sepulcral, el desconcierto apabullante y nadie movía un párpado.

—Ah..., me olvidaba, me llaman el «doctor Parranda» no por mis inclinaciones festivas, carnavalescas o etílicas, sino porque hoy los recibo en calidad de inocentes, incautos, desorientados y, en fin..., como una «parranda» de paparotes, pero en cinco años mi reto es entregarle al país una nueva generación de jóvenes jurisconsultos y honorables abogados.

Con estas y otras palabras fueron recibidos los doscientos nuevos alumnos que se iniciaban con el curso de Introducción al Derecho, y de los cuales no más de un histórico porcentaje del treinta y cinco por ciento finalmente obtendría su grado de abogado. Para Tomás había sido el encuentro con lo increíble. No podía creer lo que le había pasado. Se hubiera imaginado un muy cordial y ceremonioso primer acercamiento con el Derecho, pero había sido todo lo contrario. Era como tener una gran bestia en frente y ser sólo un indefenso y pequeño párvulo.

Terminado el día se apresuró a volver a casa, no sin antes haber pedido en la biblioteca el Código Civil y un diccionario jurídico. Al llegar, fue directo al estudio, se sentó, respiró profundo y empezó por indagar sobre la definición de «hermenéutica». Encontró que se trataba de una palabra de origen griego relacionada con el dios Hermes, a quien se consideraba patrono de la comunicación y el entendimiento humano. Así mismo, era un término aplicable a la comprensión y explicación de textos, sentencias u oráculos que requerían del arte de la interpretación.

—¡Qué suerte! —dijo en voz alta—, esto es una premonición. Quién iba a pensar que, inesperadamente, habría de conectar en el primer día de clase mi propósito de vida. Es decir, estoy por empezar a conocer una vía que discurre desde la interpretación hasta la verdad, o por lo menos hasta mi verdad.

En compañía de su amigo y vecino, Eduardo Roncayo, con quien iniciaban la carrera de Derecho, pasaron toda la noche leyendo y estudiando el Código Civil, que de por sí no es una lectura fácil, pero para ellos fue la introducción a su carrera. Desde la definición del Estatuto del ejercicio de la abogacía, hasta los procesos de sucesión, el arbitramento y las medidas cautelares, les pareció apasionante el contenido. Sin embargo, Tomás poco o nada podía concluir sobre la hermenéutica a partir del Código.

Sin pretender arrepentirse de su decisión de seguir la carrera de Leyes, varias veces repetía en su mente la escena en la que optó por estudiar Derecho. Todo se remontaba a aquella noche de octubre cuando le confió al azar su futuro, y a la firme convicción de que el dado lanzado por él había caído en el cenicero con la imagen del general Santander, que se encontraba sobre la mesita del teléfono y, además, señalaba el número uno. Así las cosas, con un dado que cae sobre la imagen del «hombre de las leyes» en Colombia, no le quedaba duda sobre su escogencia.

Sin haber dormido, se apresuró a arreglarse para arribar temprano a clase. Se sentó al frente. Al poco tiempo, el salón se llenó y el doctor Sastoque tomó lista. Al llegar a Tomás, lo invitó a pasar al frente y realizar la disertación sobre el tema convenido. Tomás se levantó ruborizado y caminó lentamente hacia el tablero, acompañado de un escalofrío que recorría su cuerpo. En ese pequeño espacio de tiempo, se le ocurrió que tal vez sería mejor empezar con un mensaje que tratar de hacer una pésima presentación.

—He investigado y algo he aprendido sobre el tema que me compromete, pero sobre todo, me he dado cuenta de mi inaplazable necesidad de aprender. Sé que lo que diga será tan simple y superficial que parecería no justificar las horas que he dedicado al tema. Pero, aunque inmensamente lejos, hoy estoy más cerca del conocimiento que ayer, y no porque haya aprendido mucho, sino porque ahora soy consciente de mi ignorancia.

En ese momento, el doctor Sastoque lo interrumpió:

—Suficiente. Ese es un buen mensaje. No esperaba una disertación, pero sí un mensaje sincero y positivo. Así que, gracias. Siéntese y empecemos la clase.

De vuelta a su puesto, Tomás sintió que lo embargaba la mayor alegría posible. Las manos sudorosas y el cansancio ya no importaban, pues eran mudos testigos de ese momento que, sin pretender ser egoísta, nadie más disfrutaba.

Terminadas las clases, por fin tuvo tiempo para saludar a algunos de sus nuevos compañeros y pasar un rato en la cafetería compartiendo impresiones. Fue al mirar por la ventana que observó una figura de curiosa gracia, que resultaría ser la prima de Guillermo Pérez, a quien llamaban Memo, uno de sus mejores amigos de toda la vida y compañero de colegio. Y aunque habían entrado a distintas facultades, sus caminos se cruzaban de nuevo en el campus de la universidad.

—Laurita, quiero presentarte a mi gran amigo, Tomás Quiñones —le dijo Memo a su prima.

Tomás la miró directo a los ojos y, sin mediar palabra, sintió que aquella desconocida sería algo especial en su vida, pues una mutua, potente e inexplicable conexión surgió del vacío. Laura estaba iniciando su carrera de Economía, era una gentil conversadora, con la elegancia y sutil encanto de una privilegiada educación, obtenida tanto de cuna como de colegio. Su pelo castaño contrastaba con la aterciopelada palidez de su rostro, y sus expresivos ojos color miel acompañaban unas pequeñas e incipientes pecas en la nariz. Su conjunto corporal era complementado con la inteligente lucidez de su personalidad, que al expresarse, transmitía con su voz el encanto de una armónica melodía.

—¿Dónde habías escondido a tu prima? —preguntó Tomás a Memo.

—Bueno, Laura se educó en Suiza, en un colegio privado en Zug, cerca de Zurich, pero mis tíos quieren que se relacione nuevamente con el país y que estudie su carrera profesional aquí en Colombia.

Muchas veces después, mientras los semestres avanzaban, Tomás se encontraría con Laura en la universidad, pasando de desconocidos a curiosos amigos. Sí, curiosos, porque detrás de una velada atracción, preponderaba un compartido interés por temas culturales, que combinaban una sensación de mutuo confort con un místico enlace y una creciente necesidad de recíproca compañía.

Tomás pensaba que todo parecía diferente cuando estaba con Laura, hasta los momentos más comunes tenían encanto. Recordaba esa fría tarde de abril cuando los sorprendió un fuerte aguacero e, ingrávido, observaba cómo aquellas gotas rozaban sus labios, los bordeaban en sinuosa curva y con insuperable celo, que hubiera preferido ser gota y no humano para así besar con pasión su boca. No era sólo un discreto amor lo que sentía, sino un océano de pena y cobardía. De tanto compartir tiempo, tristezas y alegrías, su corazón rondaba con ella por parajes que únicamente existían en su mente, pero no lograba imaginar y menos construir el instante en que pudiera hacerla suya. Le escribía versos que arrastraban la carga de su agonía, le hacía cartas que nunca enviaba y que luego borraba o tiraba porque no sabía si era verdadero amor, locura o fatal embrujo de su especial melancolía.

Hasta que una mañana de un viernes de principio de año, mientras conversaban sobre el inicio del semestre académico y otros temas sin importancia, una simple pregunta de Laura abrió una luz de decisión.

—¿Será que uno está predestinado a ser lo que es, sin otra posibilidad alguna?

En un acto de gran valor, Tomás le respondió que ese tema era tan importante que ameritaba hacer algo especial. Le propuso ir de paseo, sin horario, brújula o estrella, pero no a cualquier sitio. Debería ser un lugar que hiciera triangular su intrínseca armonía con ellos. Pasaron por su mente miles de espacios, pero únicamente se aferró a su corazón un paradisiaco lugar, un sitio que había visitado años atrás. Se trataba de una singular laguna.

Ante la tácita aceptación de la propuesta, sin efectuar mayores comentarios, se dirigieron al parqueadero, tomaron el auto y emprendieron el viaje. En el camino, Tomás fue informándole sobre su lugar de destino.

—Vamos a poner los pies en un sitio mágico, uno de los más interesantes lugares que existen en las cercanías de Bogotá. Está estrechamente relacionado con la leyenda del Dorado.

»Contaba mi bisabuelo, el general Darío Quiñones, que cientos de años antes de la llegada de los españoles se seguía una antigua tradición: cuando un cacique muisca moría, su heredero era meticulosamente bañado para luego ser trasladado, sin que su pie tocase el piso, desde el sitio de su morada hasta la sagrada laguna. Todo hacía parte de una pomposa parafernalia, donde las mujeres debían asistir finamente engalanadas y perfumadas con aquellas esencias florales que definían el sello personal del nuevo soberano.

»Los guerreros o “güechas” se alistaban de la misma forma que lo harían para entrar en batalla, con sus macanas, dardos, lanzas, hondas, tiraderas y flechas debidamente envenenadas. La procesión podría iniciarse en cualquier lugar de la nación Muisca. Su desplazamiento era acompañado con música de flautas, tambores, sonajeros y maracas, mientras los pregoneros llamaban a su paso la atención de las gentes y las convocaban para tan insigne ocasión. Por tratarse de una cultura de tradición oral, se transmitía la importancia del suceso emitiendo mensajes, cantos y proclamas que informaban al pueblo sobre las intenciones, proyectos, y cosmovisión del nuevo soberano.

»El espectáculo estaba revestido de una gran solemnidad. Una línea de fuegos encendidos se alineaba sobre la cuchilla de los cerros perimetrales a la circular laguna. De allí se derivaba un sendero hasta el nivel del agua, cuyo camino estaba marcado por dos líneas de braseros encendidos y de humeantes ollas que, haciendo calle de honor, iluminaban y aromatizaban el fastuoso escenario.

»La procesión marcaba un paso sincrónico con la caída del sol para llegar tan pronto atardecía a la orilla de la sagrada laguna de Guatavita. Allí encontraban una balsa espléndidamente adornada e iluminada, en la que se embarcarían el nuevo monarca y los principales jefes y sacerdotes, quienes llevaban ofrendas para los dioses. Una vez alcanzado el centro de la laguna, el cuerpo desnudo del cacique era ungido con una pegajosa sustancia, sobre la cual se espolvoreaba abundante oro finamente macerado, hasta que toda su humanidad brillara como la divinidad que encarnaría a partir de ese momento. En agradecimiento a los dioses por las bendiciones que otorgarían al nuevo monarca, entregaban al corazón de la laguna joyas, metales preciosos y esmeraldas. Simultáneamente, se bañaba al cacique para deshacerlo del oro en polvo y se le perfumaba con aceites y flores machacadas. Luego retornaban a la orilla habiendo dejado la totalidad del precioso tesoro hundido para siempre en las profundidades de la sagrada laguna.

»Pero la historia que contaba mi bisabuelo y que le había relatado el último de los nobles muiscas, quien había sido dependiente en una de sus haciendas, no concluye aquí.

»En alguna ocasión sucedió que el designado a convertirse en nuevo cacique era Biza —que en muisca significa caracol—, quien era noble entre los nobles. Un personaje joven, ligero en educación, soberbio y algo perverso. Había aprovechado su muy noble origen para llevar una vida licenciosa, castigar sin compasión al pueblo, exigir el pago de impuestos imposibles y, en escandalosas orgías, beber chicha hasta perder el conocimiento.

»Así pues, por la excepcional naturaleza de su rango, se siguió todo el protocolo para convertirlo en el supremo jefe muisca. Antes de subir a la balsa que lo llevaría al centro de la laguna, la soberbia y vanidad de Biza se hicieron más evidentes que nunca. Ordenó a su enorme séquito prever diez veces más oro del que tradicionalmente se había dispuesto para que fuera espolvoreado sobre su cuerpo. Aducía que su requerimiento era imprescindible, ya que él sería diez veces más grande que el más grande de los caciques. Para llevar a cabo la tarea de fijar el oro sobre su humanidad, hubo necesidad de hacerlo en diez capas sucesivas, lo que casi dobló el peso original de su cuerpo. Antes de subir a la balsa, el gran chamán se dirigió a Biza y le advirtió que su comportamiento podría molestar a los dioses y en especial desafiar los preceptos de Bochica.

»Despreciando los consejos de su séquito y decidido a coronarse cacique, Biza subió a la balsa, dio la orden de navegar y emprendió la fase final del protocolo. Sin embargo, los dioses no aceptarían conformes que se coronase como cacique de esa gran nación un zángano con tan indigno pasado y tan absurdo comportamiento. Entonces, el sabio dios Bochica, padre y protector de la civilización Muisca, quien les enseñó la agricultura, la confección de tejidos y a distinguir el mal del bien, se encarnó en las aguas de la laguna y, cuando Biza pretendía deshacerse del oro en polvo, mágicamente Bochica lo fijó a su cuerpo. Así que la primera gran tarea del nuevo cacique fue pasar horas y horas en el centro de la laguna tratando infructuosamente de lavarse para deshacerse del oro en polvo.

»A la mañana siguiente, la balsa de Biza tuvo que regresar a la orilla y todo el pueblo se estremeció al ver que en vez de un hombre, apareció un espectro o una estatua de oro que caminaba. El metal se había convertido en su piel y reflejaba tanto brillo con la luz del día, que nadie podía acercársele o siquiera intentar mirarlo. Su vida cambió para siempre, pues durante el día los rayos del sol que le abrazaban lo quemaban por dentro y en la noche, cuando la temperatura caía hasta congelar el rocío, sus carnes se entumecían y los cristales de hielo, como agujas, se enterraban en sus músculos. El nuevo cacique Biza se convirtió en el más lerdo, solitario y desgraciado ser de la nación Muisca.

»Un día no pudo soportar más su desdicha y en la imperial soledad de su desgracia decidió regresar a la sagrada laguna de Guatavita. Era su intención pedir perdón y no retirarse de allí hasta que Bochica atendiera su fervoroso clamor. El día que se dirigía a la laguna encontró a su paso un nido caído. Un pequeño pichón intentaba, sin éxito, romper el cascarón del huevo para salir a la vida. No por compasión sino por mera distracción, Biza le ayudó a nacer y ese pequeño pichón se convirtió en una inesperada responsabilidad y en un nuevo modo de pasar el tiempo. Lo alimentó, enseñó a cantar y cuidó hasta que pudo valerse por sí mismo. Durante el largo periodo en el que se mantuvo a la orilla de la laguna, sufriendo y esperando hablar con Bochica, esta ave fue su única compañía. El feo pichón, con los días, fue convirtiéndose en una hermosa ave de color dorado que, huérfana, confundía al cacique con su progenitor. Un día, Biza pensó que debería darle un nombre y le llamó Trino por la belleza de su canto. En su rabia mezclada con dolor, tedio y esperanza, comenzó a tenerle aprecio a aquel compañero que nada exigía y que con infinita generosidad le brindaba su compañía. Con el tiempo, los dos desarrollaron un lenguaje que les permitía comunicarse, se convirtieron en amigos incondicionales. Era tan única y desinteresada su amistad, que el ave sentía la amargura de Biza e, infructuosamente, pretendía consolarlo, componiéndole cada día una canción diferente. En los calurosos momentos del mediodía, Trino lo abanicaba para refrescarlo y en las frías noches se posaba sobre su cuerpo intentando inútilmente calentarle.

»Al comenzar el primer día del undécimo año de estar esperando por Bochica, Trino agonizaba. Antes de expirar, le transmitió a Biza un mensaje con su último canto, que en armoniosa música lo interpretó así: “busca a Bochica en la laguna, antes de que pase la próxima luna”. Después de enterrar a su querido amigo, aún con lágrimas en los ojos, un desesperado Biza decidió sumergirse en las profundidades de las frías aguas de la laguna y buscar al Dios que le había condenado a tan cruel castigo, o morir sin llegar a comprender su destino. Debido a su peso, a medida que entraba en las aguas de la laguna, rápida y fatigosamente se consumía en el cenagoso fondo. Luego de unos pasos, se dio cuenta de que no había lugar a marcha atrás, la suerte estaba echada. Sólo podrían existir dos desenlaces posibles: encontrar al dios Bochica o perecer en el intento. Cuando ya el oxígeno le faltaba y el frío de las aguas de la laguna lo habían derrotado, bajo el efecto de una frenética y anóxica hipotermia, se apareció Bochica frente a él.

»—¿Por qué me buscas, cacique sin pueblo ni ley? Has sido nombrado cacique por las casualidades y circunstancias de la vida, pero es un honor que no mereces. Has deshonrado a tu padre y a tu madre, quienes imploraron mi ayuda para darte un nombre. En sus sueños les sugerí que te llamaran Biza, porque como lo hace el caracol, construirías el caparazón que daría protección, progreso y beneficio a tu pueblo.

»—He estado por diez años esperando hablar contigo, mi cuerpo ha sufrido como ningún mortal lo había hecho, pero no es mi cuerpo lo que más me duele, sino que mi espíritu no alcanza reposo y mucho menos paz. Sólo pido una oportunidad, no para volver a ser cacique, sino para aprender a ser un buen ser humano. Hoy perdí a mi mejor amigo, mi único amigo y una parte de mí ha muerto con él, pero la otra vive con su recuerdo, respondió Biza.

»Entonces, Bochica, protector de todos los humanos, se compadeció de él y le dijo:

»—Si creyera que tu espíritu es tan sincero como tus palabras, te perdonaría, mas no creo en el corazón de un mal cacique. Antes, debes probar que mereces ser liberado del castigo. Si decides aceptar esto, has de demostrar que como buen jefe de tu pueblo puedes ser a la vez sabio, justo y compasivo. Para que puedas acometer tu tarea te daré diez años, uno por cada año de vida de tu leal amigo, Trino. Entretanto, estarás liberado de tu castigo mientras haya luz de Zue —sol—, pero durante la noche lo volverás a soportar y en tu suplicio reflexionarás sobre tus errores. Si no lo aceptas, sencillamente morirás sin pena ni gloria, y tendrás que repetir tu tarea con el peso de haber fallado.

»Al amanecer, Biza despertó a la orilla de la sagrada laguna. El sol brillaba y su piel había retornado a la normalidad. Tal como lo había profetizado Bochica en sus sueños, estaba temporalmente liberado de su castigo. Rápidamente miró al sol, se inclinó y besó las aguas de la laguna en señal de aceptación del trato. En ese instante se escuchó, desde lo profundo del bosque, el último canto de Trino.

»Con ánimo en su corazón, se propuso cumplir con lo acordado, pero ¿cómo hacerlo y en qué orden? Al anochecer volvería a ser el cacique dorado que, atormentado por el dolor, no podría tomar decisiones acertadas. Entonces se sentó a pensar y así pasó el primer año, entre soledad, ayuno, meditación y dolor.

»El primer día del segundo año, Biza se levantó, miró al cielo y le pareció escuchar de nuevo el último canto de Trino. Entonces decidió que era la hora de actuar; por lo tanto, creó y convocó un consejo conformado por siete grupos y catorce personas. Hacían parte de este los más venerables ancianos y sabios de la nación Muisca. El consejo contaría con dos miembros por grupo. El primero, representaría a los pensadores y educadores; el segundo, representaría a los chamanes y sacerdotes; el tercero, representaría a los cazadores y pescadores; el cuarto, representaría a los constructores y mineros; el quinto, representaría a los comerciantes y campesinos; el sexto, representaría a los artesanos y orfebres; y el séptimo representaría a los diplomáticos y guerreros.

»En su primera reunión, así les habló Biza:

»—Señores, he sido muchas cosas, casi todas muy malas, pero de todos los males, el peor que puede acompañar a un líder, es la ignorancia. Por esta razón, estaré con ustedes todos los días por ocho años y durante este tiempo me comprometo a ser el más dedicado de sus alumnos. En el entretanto, este consejo gobernará en mi reemplazo.

»Durante esos años, Biza se dedicó a entender su cultura y a conocer profundamente su cosmología, religión, relaciones con otras naciones, comercio, calendarios, costumbres, leyes, artes y ciencias. En ese espacio de tiempo descubrió que la humildad podía hacer parte de él, conoció la infinita generosidad de sus maestros, quienes le enseñaban sin egoísmo alguno, y se apasionó por todo aquello que había desdeñado. En las noches, los insoportables dolores causados por el frío andino, eran paladeados con extensas visitas y reuniones con artesanos, tejedores, alfareros, pescadores, agricultores, mercaderes, mineros, sacerdotes y orfebres, entre otros. Con ellos aprendió no sólo los detalles de sus tareas y profesiones, sino a apreciar el inmenso valor de sus experiencias como trabajadores y ciudadanos. Cada noche, durante los pocos minutos en que podía conciliar el sueño, se conectaba con raros y desconocidos mundos, que poco a poco comenzaron a ser parte de otro aprendizaje. Sí..., de un recorrido por parajes más allá del tiempo y las fronteras de la nación Muisca, a través del cual entendió que podrían existir distintas formas de vivir y que, a lo mejor, su propia existencia no era tan real como hasta ahora suponía. Al preguntar cada vez más cosas al consejo de ancianos y sabios, y recibir frecuentemente como respuesta un “no lo sé”, empezó a sentir que de ahí en adelante las respuestas deberían provenir de él mismo. Pasaron ocho largos años y el cacique Biza era otro individuo. Para ese momento conocía con alto nivel de detalle el territorio, sus gentes, ciencias, leyes, cultura, religión y problemas. Por primera vez en su vida sentía que poseía la sabiduría para gobernar. El nuevo gran dilema era establecer cómo, en tan sólo un año, podría demostrar que además de justo, podía ser compasivo. Así las cosas, decidió que gobernando podría llegar a probarse en esos dos aspectos y de nuevo reasumió el mando de la nación Muisca.

»Un día, caminando por los campos, vio cómo la ausencia de lluvia y la inclemencia del verano habían arruinado muchas de las cosechas, excepto aquellas que pertenecían a comunidades influyentes de nobles y sacerdotes, que contaban con terrazas y sistemas de riego derivado de fuentes superficiales. Un campesino, afligido por su situación y la imposibilidad de alimentar a su familia, se le acercó y con voz temblorosa, le comentó:

»—Gran jefe de tribus y caciques, el más grande entre los mortales, mis hijos están hambrientos y no entiendo por qué los dioses nos castigan. Hemos ayudado a los nobles y grandes sacerdotes en todas las tareas y obras requeridas para regar sus campos, pero los nuestros son estériles como rocas y resecos como las quebradas arcillas que azota el sol. No tenemos alimentos y, mientras nuestros hijos mueren de hambre, nuestros campos mueren de sed.

»Biza lo miró fijamente a los ojos, y el campesino, en señal de absoluto sometimiento, agachó la mirada.

»Entonces se escuchó del fondo del bosque, el último canto de Trino y el cacique le dijo:

»—Dime si acaso es el aire más libre que el agua.

»—Señor, creo que son igualmente libres, pues no hay poder que contenga vientos o lluvias, respondió el campesino.

»—Entonces, ¿quién se arroga el derecho al uso del agua?

»—Para que los alimentos nunca escaseen, nuestras leyes nos obligan a proceder en forma comunitaria y nos convocan a trabajar en la construcción de terrazas, canales, pozos, zanjas y pasos. Así mismo, la tradición ha impuesto que el agua de riego en época de estiaje pertenece a nobles y sacerdotes, como regalo de los dioses.

»—¿Y cómo se pagan los tributos?

»—Hasta donde conozco, tanto el pueblo como los nobles y sacerdotes pagan sus impuestos en igual proporción, de acuerdo con su fortuna y ganancias.

»El cacique se quedó pensativo y, después de un tiempo, se pronunció.

»—No son los dioses quienes hacen terrazas o canales, ni puede el agua o el viento pertenecer a hombre alguno, ya que gozan de libertad como la luz del sol. Igualmente, tanto el agua como la luz y el aire deben ser derecho de todos y propiedad de nadie. Luego, las cosechas que se han dado por el uso particular del agua pública y por los beneficios de las obras ejecutadas con el esfuerzo del pueblo, deberían ser tan públicas como el agua misma. Ordenaré distribuir esas cosechas entre los pobladores de la zona, de modo que en época de crisis siempre habrá igual proporción de alimentos para todos. Así mismo, sin excepción, de hoy en adelante, quienes usufructúan las obras ejecutadas con el esfuerzo de los pobladores de una región, deberán pagar un impuesto adicional, que se establecerá según la mayor capacidad de producción de las tierras y se distribuirá directa y equitativamente entre quienes hayan aportado su trabajo, en la construcción o mantenimiento de dichas obras. ¡Que lo ordenado sea!

»Otro día fueron a verle un comerciante y un agricultor que tenían una colérica disputa. Los dos hombres habían acordado un trueque mediante el cual el primero le entregaría al segundo cuatro pepas de oro a cambio de ocho canastos con granos de maíz de buen grosor, similares a un grano dado como tamaño de referencia por el comerciante.

»—Dime qué le has entregado al comerciante —le preguntó Biza al agricultor.

»—Mi señor, de las mejores mazorcas de mi cosecha, he desgranado y seleccionado los mejores y más grandes granos; luego, he llenado con ellos ocho canastos y se los he entregado al comerciante como pago por cuatro pepas de oro. Debido a que el maíz, después de entregado, no ha satisfecho al comerciante, este me obligó a devolverle las cuatro pepas de oro. Al final me he quedado sin el maíz y sin el oro.

»—¿Y cuántos canastos llenaste con los granos sobrantes de menor tamaño?

»—En virtud del cumplimiento de la exigencia de calidad, me sobraron dieciséis canastos con granos más pequeños de lo requerido.

»—¿Qué patrón tomaste como medida para seleccionar tus granos?

»—El comerciante me entregó un grano de maíz y me dijo que ese sería el tamaño de referencia. En la selección de granos puedo asegurarle que he cumplido a cabalidad, prueba de ello es la cantidad de granos sobrantes que tengo. Cuando le entregué los canastos con los granos de maíz al comerciante, él me solicitó que le devolviera el grano de referencia.

»Entonces Biza se refirió al comerciante:

»—¿Consideras que el trato inicial era justo?

»—Sí, mi señor, este negocio es concordante con lo que se paga en el mercado. Si todo hubiese sido como fue acordado, no habría queja.

»—¿En qué te has visto perjudicado? —preguntó el Cacique.

»—Hemos concertado un trato y yo lo he cumplido, ya que le he entregado al agricultor cuatro pepas grandes de oro. Él me ha engañado al entregarme un producto que no fue lo convenido. Así pues, le he solicitado que me devuelva el oro mientras se aclara la situación. Puesto que yo he cumplido y él no, en vez de entregarle cuatro pepas de oro, creo que con tres sería suficiente. Por lo tanto, mi exigencia es que el negocio quede en tres pepas de oro por los ocho canastos de maíz. Me he puesto en la tarea de revisar detalladamente los granos de los canastos que he recibido para establecer si cumplen o no con el tamaño. De este modo he concluido que de los canastos, cuatro lo cumplen y cuatro no. En consecuencia, considero que con dos pepas de oro pago por los cuatro canastos que cumplen mi exigencia, y con una tercera pepa, pago por los cuatro que no la cumplen.

»—Dime, ¿a qué te dedicas?

»—Al comercio de harina de maíz, yo compro el grano, lo muelo y comercio con la harina.

»—Colijo entonces que el maíz adquirido será convertido en harina, dedujo Biza.

»—Sí, mi señor, ese será su destino.

»Biza ordenó que aportaran inmediatamente los objetos del trueque. Biza se llevó la mano al mentón y se quedó pensativo por un tiempo. Al contemplar los canastos con los granos y tomarlos en su mano, observó que, sin entrar en la particularización, los granos en los ocho canastos parecían muy uniformes y de similar tamaño. No obstante, pidió al comerciante que le indicara cuáles eran los canastos de granos aceptados y cuáles los de granos rechazados.

»Utilizando una pequeña vasija de barro cocido, tomó la misma medida rasera de las dos clases de grano y se dedicó a contar el número de granos existentes en cada caso. El resultado obtenido fue casi el mismo, lo que indicaba que muy posiblemente las diferencias entre unos y otros canastos eran subjetivas o prácticamente despreciables. Sin embargo, por tratarse de un ensayo selectivo, este no podría considerarse prueba contundente. Por tal razón, ordenó que, bajo la estricta supervisión de sus guardias y asesores, se llevaran a cabo dos acciones. La primera, que se estableciera si el agricultor había dicho la verdad, revisando si en su casa había dieciséis canastos de granos de maíz, de la misma variedad pero con tamaños menores de los entregados al comerciante. La segunda, que se moliera y pesara por aparte la harina producida por cada uno de los cuatro canastos que el comerciante aceptaba y calificaba como grano grande. Y además, que se hiciera lo mismo con los otros cuatro canastos que rechazaba y calificaba como grano de menor tamaño.

»A los tres días, la tarea encomendada por el Cacique había sido cumplida. De las dos acciones ordenadas, efectivamente el agricultor había dicho la verdad, en su casa se encontraron dieciséis canastos llenos de granos de maíz que, comparados con los entregados al comerciante, eran de la misma variedad e indudablemente de menor tamaño. De otro lado, se molió y pesó la harina, encontrándose que la cantidad final obtenida por el procesamiento de los canastos aceptados con granos supuestamente más grandes era prácticamente igual a la obtenida por el procesamiento de los canastos rechazados cuyos granos eran supuestamente de menor tamaño.

»Así las cosas, Biza llamó a los querellantes y dictó su sentencia:

»—Ser incauto no es un defecto fácil de corregir, pero disfrazar la verdad para encubrir una mentira y obtener una indebida ventaja no sólo es indignante, sino señal de mala fe y constituye, según la tradición, una falta. No encuentro que el agricultor haya falseado su versión o pretendido engañar al comerciante, ni mucho menos que este último se haya visto desmejorado en el trato.

»Lo que sí encuentro es la vergonzosa intención de sacar indebida ventaja a un equitativo negocio. Por lo anterior, ordeno que el trato inicial se califique como justo pero inexistente y que se castigue al que ha intentado timar al incauto. En consecuencia, es mi sentencia final: (1) Dar por no sucedido el negocio. (2) Que, por incauto, se le devuelva al agricultor su producto procesado, descontando una cuarta parte, como justo costo de la molienda. (3) Que por timador se confisque al comerciante el doble de lo que pretendía robar, es decir, dos pepas de oro. Además, deberá pagar otra pepa de oro como costo de la justicia. (4) Que para que se recuerde este indecoroso episodio se proceda inmediatamente a pregonarlo. ¡Que lo ordenado sea!

»Cuando Biza no se encontraba resolviendo problemas se dedicaba a planear obras públicas, a pensar en el futuro y a propender por el bienestar de sus súbditos. Un día, hablando con un sabio alfarero, el cacique lo alababa por la finura de su trazo y los hermosos dibujos y signos que pintaba adornando sus vasijas de barro cocido. A su comentario, el alfarero le contestó que en realidad la belleza era sólo una parte de su arte, ya que para él lo sustancial era intentar transmitir historias, ideas o relatar escenas de sus vivencias.

»En ese momento, Biza comprendió que algo muy importante faltaba: transmitir la información a las generaciones por venir. Por lo anterior y ante la debilidad de la tradición oral, tomó la decisión de ordenar que en la nación Muisca se enseñara a todos los niños a dibujar vasijas para contar pequeñas historias, pensando que algún día alguien lo haría tan bien que podría ayudarles a todos a contar lo que sabían. Así, cada persona podría dejar su mejor legado: la transmisión del conocimiento.

»Faltaban pocas lunas para terminarse el plazo concedido por Bochica y el cacique Biza no encontraba cómo ser más compasivo. Aún no se sentía satisfecho y buscaba sin descanso la forma de demostrarse que en su corazón había germinado la compasión. El último día del décimo año sintió que no podía hacer más, y decidió dar un paseo con su pequeña, amada y única hija, Fagua —que significa lucero de la alborada—. Aguas abajo de la zona de Chuzacá, en la ribera del río Bogotá y a escaso trecho del imponente salto del Tequendama, encontraron un inmenso árbol caído que hacía las veces de improvisado puente sobre el torrencial río. De repente, se escuchó de lo profundo del bosque el último canto de Trino, y sobre la mejilla del cacique súbitamente apareció una lágrima, que invocaba el recuerdo de su amado amigo. En la otra ribera, una madre, acompañada por su pequeño, recogía agua para labores domésticas, pero su inquieto hijo decidió trepar por el árbol caído y cruzar el río para jugar con Fagua. Al encontrarse, los dos niños en la mitad del tronco, que yacía a manera de pasadera sobre el turbulento río, ambos resbalaron y cayeron. La madre del niño imploró la ayuda del cacique, ya que de otro modo moriría infaliblemente al caer por el gran salto del Tequendama.

»En un recodo del río, Biza logró alcanzar a Fagua y esta, a su vez, tomó de la mano al niño, con lo que se esperaba haber resuelto el desafortunado incidente. Entonces el cacique intentó arrastrar suavemente a su hija para tomar la mano del niño, pero en esa maniobra se soltó el sutil enganche entre los dos pequeños y el niño volvió a ser arrastrado por la turbulenta corriente. Biza miró a los ojos a la madre, que se desgarraron como un relámpago de llanto y en ese instante se le rompió el alma en pedacitos de amor. Sin pensarlo, se arrojó nuevamente al río para salvar al niño, que se encontraba a escasos pasos del gran salto. Sobre la última roca lo alcanzó y, con todas sus fuerzas, logró impulsarlo hasta ponerlo a salvo en la orilla.

»El cuerpo de Biza fue arrastrado por la corriente, deslizándose sin control hacia la imponente cascada, cuya caída vertical de más de ciento cincuenta metros sólo le garantizaba una muerte segura. En ese momento todo pasaba tan lento que pareciera detenerse el tiempo. Abandonado a su fatal destino, milagrosamente sintió que una mano le dio apoyo y le permitió sujetarse. Así entendió que había cumplido su descomunal tarea, quedando pendiente únicamente la cita pactada diez años atrás.

»Toda la noche viajó a paso ligero, caminaba al compás de los cantos de Trino, como si sus ingrávidos pies tuviesen alas. A la mañana siguiente arribó temprano a su destino, la laguna de Guatavita. Allí, junto al nido del gran cóndor encontró a Bochica y a Trino, quienes le esperaban para darle la bienvenida a su nueva vida. Biza se sentía más feliz que nunca, tenía de nuevo en sus manos a esa pequeña ave que siempre le acompañó. Agradeció a Bochica todas las bienaventuradas torturas y los veinte años en los que debió luchar para ser un mejor hombre. Bochica lo miró con la misma bondadosa mirada con la que un padre recibe a un hijo viajero. Se le acercó, le dio un gran abrazo y lo felicitó por haber cumplido su misión. El cacique le comentó lo feliz que se sentía de haber cumplido con su tarea y ser a la vez sabio, justo y compasivo.

»—Ya en la tierra has cumplido tu misión y ahora que eres un mejor ser; tus nuevas tareas no serán de este mundo. Pronto se coronará otro cacique que regirá tu pueblo. En aventurera espiral, como crece el caparazón del caracol, te has enrollado dando vuelta completa a la coraza de tu existencia y es tiempo de emprender otras tareas. Irás allá donde los puntos luminosos serán otros puntos, pero estarán más cerca del gran espíritu —le dijo Bochica.

»—¿Entonces, estoy muerto? —preguntó Biza.

»—La muerte no existe, es tan sólo un cambio de vestido. A veces para usarlo en el mismo sitio, y otras, para uno distinto —le contestó el Dios.

»Así, los dos desaparecieron de este mundo para siempre y con ellos Trino, posado sobre la cabeza de Biza.

»Al desaparecer el gran cacique, sólo quedó apilado el oro que durante años permaneció adherido a su piel. Con él se fundió en su honor una estatua que tenía una altura de casi un metro y donde aparecía acompañado de su fiel ave. Pocos siglos después, llegarían de España los conquistadores que en contubernio con las pestes que trajeron, diezmarían hasta casi extinguir los pueblos indígenas. Paralelamente, una extranjera mezcla de codicia, ignorancia y soberbia acabaría con casi todo el pasado y la cultura de los Muiscas, incluida la estatua de Biza, cuyo único valor para los invasores lo representaba su peso en oro.

»Por esta razón fue fundida y convertida en lingotes que luego fueron enviados a España. Sin embargo, este hecho no pasó inadvertido y sin consecuencias, ya que el último gran chamán de los muiscas lanzó una poderosa maldición, dirigida a todo aquel que con turbio espíritu y maligna vanidad usase el oro que alguna vez cubrió el santo cuerpo de Biza. Finalmente, cuenta la leyenda, que antes de que los españoles pudieran robarse la estatua de Biza, el último gran chamán logró desprender la figurilla de Trino y la guardó con él toda su vida para, al morir, ser enterrado con ella entre sus manos.

»Y aquí, sin entrar en más detalles, o en leyendas del llamado “Oro de Biza”, finaliza el relato de mi bisabuelo —comentó Tomás.

Casi habiendo llegado a la cuchilla de los cerros que circundan la escondida laguna de Guatavita, se abrían paso entre frailejones, chicalás, encenillos, helechos, uchuvos y curubos silvestres. Con el poco aliento que les quedaba, y a pesar de los tres mil cien metros de altura sobre el nivel del mar, corrieron para divisarla..., y apareció como espectro debajo de la neblina.