Vacunas - Peter C. Gøtzsche - E-Book

Vacunas E-Book

Peter C. Gøtzsche

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Beschreibung

Existe una gran desinformación sobre las Vacunas en internet, especialmente de quienes rechazan todas las Vacunas, pero también de fuentes oficiales, de las que esperamos neutralidad y objetividad. El profesor Gøtzsche nos explica cuándo y por qué no debemos confiar en la ciencia y en ciertas recomendaciones oficiales. Algunas Vacunas son muy beneficiosas, han salvado millones de vidas y todos deberíamos recibirlas. Pero algunas son tan dudosas que muchos profesionales de la salud no las utilizan. Debemos evaluar cuidadosamente cada vacuna, una por una, analizando el equilibrio entre sus beneficios y sus daños, tal como lo hacemos con otros medicamentos, y luego formarnos una opinión sobre si creemos que vale la pena usarla o recomendarla. Gøtzsche se centra en las más comunes, como la del sarampión, la gripe y el PVH, y analiza los programas de vacunación infantil y cuándo la vacunación obligatoria está justificada. Es fundamental plantear cuestiones críticas sobre las Vacunas porque todavía quedan muchas preguntas sin resolver en torno a ellas. Por ejemplo, no sabemos prácticamente nada sobre lo que sucede cuando usamos muchas Vacunas o cuáles son los efectos a largo plazo sobre el sistema inmunitario.

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Prólogo de

Francisco Salmerón

El libro que has empezado a leer por este prólogo es sin duda un libro espléndido, que aconsejo digerir con paz y espíritu abierto, y, puestos a hacer recomendaciones, que reflexiones acerca de él y, siempre que puedas, busques y leas la bibliografía que acompaña cada capítulo, pues es también magnífica.

El libro es exactamente lo que dice su título y, por tanto, no busca una revisión de todas las vacunas, sino que se centra en aquellos temas que han levantado más polémica en los últimos tiempos. Aproximadamente un 60 % de sus páginas se centran en el sarampión, la gripe y el del papilomavirus humano (PVH).

Más que hacer un comentario acerca de estos temas, prefiero aportar lo que afirma el propio autor al inicio del capítulo sobre el PVH: «Como ha quedado expuesto en los capítulos anteriores, he llegado a la conclusión de que todo el mundo debería vacunarse contra el sarampión y, en cambio, nadie tiene por qué vacunarse contra la gripe. El caso de la vacuna contra el PVH es mucho más complejo […]».

Aconsejo a aquellas personas que son contrarias a la vacunación frente al sarampión que lean el capítulo dedicado a este virus, donde se explica detenidamente el fraude que supuso la asociación de la vacuna del sarampión con el autismo. Después de esa lectura estoy seguro de que la mayor parte de ellas modificarán su rechazo a esta vacuna.

En muchos de estos temas, el autor se ha implicado personalmente de manera intensa, a veces sufriendo las consecuencias de no doblegarse a la presión de los diversos intereses en juego. Estos intereses, defendidos a menudo desde posiciones extremas, pueden adoptar distintas direcciones. Si bien los más evidentes corresponden a las grandes compañías, los grupos antivacunas también pueden tener sus propios intereses.

En este libro, el autor no se limita a defender su propio criterio, sino que también presenta, de un modo no sesgado, la argumentación de las distintas partes. Recoge asimismo la bibliografía que apoya los argumentos de unos y otros.

Lo que sí queda claro es que el ambiente en muchas de estas refriegas va cargado de olor a pólvora, como si de una guerra se tratara. Si uno se mete en ella, puede recibir algún resto de metralla, como lo ejemplifica el injusto despido del que fue víctima el autor del libro.

En la novela San Quintín, la compañera del que llegaría a ser maestre de campo de los Tercios, Julián Romero, decía: «Cuando me lié contigo —casi rio Constance—, ya sabía qué vida iba a llevar. Si me asustara la guerra, me hubiera buscado un contable o un mercader de lanas».

Peter C. Gøtzsche posee una amplia e impresionante trayectoria como científico. Ha firmado más de setenta y cinco artículos en revistas de prestigio (British Medical Journal, Lancet, Journal of the American Medical Association, Annals of Internal Medicine y New England Journal of Medicine), y sus trabajos son profusamente citados. Algunos de los libros que ha escrito, como Medicamentos que matan y crimen organizado. Cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud (2013)o Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado. Busca la evidencia por ti mismo (2019), describen bien los caminos que ha transitado. Todos estos caminos precisan de experiencia, de conocimientos, de altura ética y de valor. Esto último, el valor, es algo que todos necesitamos, pero a quien más se le está exigiendo es al modesto personal sanitario que está luchando en primera línea en Afganistán contra los virus salvajes de la polio. En esa zona huele a pólvora, pero de la de verdad.

Una virtud adicional del libro es que valora con cariño la mayor gesta de la vacunación: la vacuna de la viruela. Cuando uno vuelve a leer lo que era el mundo antes de esa vacuna, se da cuenta de que algunas de las discusiones actuales están fuera de la realidad. La vacuna ha hecho desaparecer un virus que en los últimos cien años de su existencia mató a quinientos millones de personas. El autor recuerda que en 1798 Edward Jenner no recibió el permiso para presentar sus resultados a la Royal Society en Londres por no ajustarse a los conocimientos ortodoxos de la época (casos como este hay y ha habido muchos a lo largo de la historia de la ciencia).

El libro analiza las evidencias y los posicionamientos frente a las vacunas en un contexto realista, teniendo en cuenta no solo el desarrollo científico, sino también los inevitables intereses comerciales, que pueden sobrepasar las barreras de la verdad científica y de la ética de la sociedad actual. Por ello resulta crucial asegurar la independencia de los comités.

Todo esto ocurre en una sociedad que está regada por mucha información no contrastada que circula a toda velocidad en internet. Hay de todo, incluida mucha información que busca calificar como «antivacunas» a cualquiera que ose criticar los aspectos más dudosos en el manejo de las mismas. Por ello, y para salvaguardar la imagen del autor, me gustaría citar aquí un párrafo de su libro: «Las vacunas son otra historia totalmente distinta. Se trata de compuestos muy específicos dirigidos hacia un microorganismo concreto, solo deben administrarse unas cuantas veces, ofrecen muchos años de protección o hasta inmunidad de por vida, y es raro que presenten efectos secundarios graves. Además, suele ser considerablemente más barato vacunarse que medicarse».

No parecen las ideas de un peligroso antivacunas.

Dicho esto, al autor no le gusta el término antivacunas y suele utilizar la palabra inglesa deniers, que podríamos traducir como «negacionista» y que será la que utilizaré en adelante.

En general, Gøtzsche trabaja sobre la revisión de informaciones publicadas. Inevitablemente, estas informaciones pueden tener deficiencias o prestarse a interpretaciones particulares, por lo que, siempre que puede, en los temas más importantes prefiere analizar los informes clínicos originales. Pero incluso esa medida prudente y de alta exigencia va a depender de decisiones ya tomadas por otros. Yo mismo, en mi experiencia profesional, fui testigo de un incidente con la vacuna contra el PVH que atestigua este hecho: parecía que se había generado un daño posvacunal, pero, gracias a la fortuna de poder contar con un excelente especialista en el tipo de cuadros presentado, se pudo clasificar la reacción como lo que era: un síndrome de conversión.

Todo el libro esta recorrido por la desconfianza de que algunos aspectos están envueltos en decisiones tomadas al calor de intereses y de presiones, y a lo largo del mismo se analizan varios incidentes que se describen con detalle y con suficiente grado de verosimilitud.

Hay críticas a algunas decisiones que se han tomado a nivel de la EMA (Agencia Europea de Medicamentos), de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos), de los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) e incluso de la Organización Mundial de la Salud. En algunos casos puede tratarse de equivocaciones, pero en otros el autor opina que responden a posicionamientos influidos por los intereses de la industria, que ejerce sobre los citados organismos una constante presión.

Por lo que yo conozco, en el caso de la EMA mi impresión es que, si bien puede haber presión, no llega a haber influencia, aunque la EMA, como cualquier persona o institución, puede errar en su juicio.

Dicho esto, en el caso de las vacunas inactivadas, y en especial referido al PVH, se apunta a que en los ensayos clínicos no se utilizó el placebo adecuado (por ejemplo, solución salina), empleándose una vacuna o la suspensión de adyuvante de la vacuna. El autor reclama una garantía de que no se ha producido, por esta vía, una reducción de los efectos adversos más severos, quedando de algún modo enmascarados por los que generan los excipientes. Este no es un tema fácil, pero la argumentación que utiliza es consistente y por lo tanto no debe ser ignorada. Entiendo que, en general, esta circunstancia no debería afectar al análisis riesgo-beneficio, especialmente en relación con el PVH. Sin embargo, en el caso concreto de su uso en situaciones en que la enfermedad no tiene una tasa de ataque alta, y en las que por tanto el número de daños severos evitados por la vacuna es pequeño, sí podría generar una afectación del equilibrio riesgo-beneficio.

El tema, en cualquier caso, conviene ser estudiado sin lanzar mensajes precipitados en una dirección u otra a los ciudadanos. Las señales existen, pero no son determinantes, y si no se manejan con cuidado, pueden generar una reducción de las tasas de vacunación, lo cual no obsta para que se siga investigando al respecto.

El autor se manifiesta abiertamente contrario a la vacunación frente a la gripe. En este punto debo reconocer que el hecho de que yo iniciara mi actividad profesional produciendo vacuna de la gripe en el Centro Nacional de Microbiología de Majadahonda (Madrid) hace que mantenga una relación especial con esta vacuna y que no pueda valorarla con el suficiente equilibrio. Es cierto que su carácter temporal obliga a suspender su producción durante largos periodos, y que cuando esta se reanuda genera una actividad desbordante. Sin embargo, no habiendo antivirales específicos de gran nivel, la vacuna es lo único de lo que disponemos, al margen de algunos consejos para dificultar individualmente la infección.

Al inicio de mi carrera, alterné el trabajo en la vacuna de la gripe con la investigación sobre el virus de la polio (con el tiempo pasaría a dirigir el laboratorio de serología de enterovirus), pues en aquella época todavía había casos de polio en España. Debido a esta última actividad, me midieron los anticuerpos de los tres tipos de virus de la polio y se constató que tenía anticuerpos fruto de la infección natural y por lo tanto estaba protegido para siempre. En el caso de la gripe, por el contrario, una persona puede infectarse sucesivamente; por ello no es fácil producir una vacuna a semejanza de las otras. En definitiva, podemos decir que la vacuna de la gripe es peculiar.

Desde el punto de vista de la experimentación clínica, el hecho de que las cepas cambien cada año obliga a manejar la vacuna de un modo distinto. Incluso los estudios de seguridad pueden verse afectados con el cambio de la cepa. Todas las dudas que se exponen en el libro sobre la bondad de los estudios realizados al respecto proceden de esta situación particular. Nunca un ensayo clínico será definitorio, ya que otra cepa, en otra temporada, puede hacer que los resultados varíen. Hay datos que indican que la vacuna funciona con una baja eficacia. En general, hay más protección frente a gripes comunes que frente a gripes severas o con internamiento en hospital. Quizá los mejores y más fiables estudios se han hecho con mujeres embarazadas y niños. No obstante, en una situación límite, con una cepa muy virulenta, una pequeña ayuda puede ser muy importante. Teniendo en cuenta lo que significó la «gripe española», cualquier movimiento debe hacerse con prudencia. Probablemente la vacuna de la gripe siempre será imperfecta; no obstante, a día de hoy, no estamos en condiciones de prescindir de ella.

Salvo que alguien dé con una vía original, habrá que seguir investigando en nuevos antivirales. Lo que no es posible, o resulta muy difícil, es improvisar una producción en una situación límite sin que haya previamente una infraestructura ya rodada.

En mi opinión, este libro tiene interés para los especialistas en vacunas, los farmacólogos clínicos, el personal regulatorio y clínico y los que trabajan en diversas actividades asociadas a la salud pública. Al personal clínico que pueda tener pacientes «negacionistas» le recomiendo leer con detenimiento el capítulo 1, y en especial el apartado sobre «Muertes y otros daños graves con y sin vacunas», donde encontrará una información muy ajustada. La lectura de este apartado también es en mi opinión muy conveniente para aquellos particulares que, habiendo leído sobre intervenciones muy agresivas y extremas en internet, quieran conocer la opinión contrastada de una persona que, además de tener profundos conocimientos, ha demostrado a través de su historia personal que no se pliega a las influencias de la industria. Tal como está escrita, esta parte resultará fácil de leer para el público en general.

El autor toca también un tema de moda, la obligatoriedad de las vacunas, posicionándose claramente en el grupo de los que piensan que no se debe forzar la vacunación con multas o prohibiciones de acceder a los colegios. Otra cosa es que en un determinado lugar, frente a un problema muy especial y por un tiempo igualmente concreto, pueda ejercerse presión para conseguir la vacunación. Este tema es tratado en el libro de acuerdo con criterios éticos. Lo que está claro es que, aun respaldando las opiniones del autor, se puede llegar a convencer a los reacios a las vacunas, pero para ello hay que hacer llegar la información adecuada a zonas donde sus habitantes viven de algún modo segregados o donde, por diversos motivos, no alcanzan a disfrutar de las ventajas que debe ofrecer una sociedad bien organizada.

En la parte final del libro, Peter C. Gøtzsche repasa la situación de las vacunas que se utilizan en los calendarios de vacunación. En su país, Dinamarca, los calendarios no incluyen en general tantas vacunas como en los Estados Unidos, pero comenta que ha habido numerosas presiones para incluir la vacuna del rotavirus, que no se introdujo debido fundamentalmente a que en el país no existe mortalidad por esa infección. La vacuna del rotavirus sería de gran utilidad, por ejemplo, en Afganistán, donde por el precio de una vacuna en Dinamarca se podría vacunar a doce personas.

Para mí ha sido un autentico honor escribir un preámbulo para un libro tan excelente, cuyo autor es un científico que ha tenido que sufrir el acoso de la industria y al que, por ello, le brindo toda mi solidaridad. Solo me queda insistir en que resultará de interés para un amplio espectro de profesionales ligados a la salud pública, pero también —especialmente algunos capítulos— para el público en general. Para lectores más especializados, recomiendo prestar especial atención a la extraordinaria bibliografía que aporta.

También para los altos directivos de la industria el libro ofrece una enseñanza: es más fácil comprar la opinión de un deshonesto que intentar quebrar el alma de una persona honorable. Y para todos los lectores, un mensaje hecho de metralla y purpurina:

Nunca tengas miedo a no lograrlo.

Ten miedo,

mucho miedo,

a no llegar a intentarlo.

DR. FRANCISCO SALMERÓN

Prólogo de

Enrique Gavilán

Si alguien me preguntara cuáles son los principales problemas de la sociedad actual, sin ser sociólogo contestaría: el exceso de información y el miedo. El uno va de la mano del otro, además. Pensábamos que cuanta más información, más libres, pero es más bien al contrario: la sobrecarga informativa nos mantiene presos en la incertidumbre y nos condena a las tinieblas. Queremos estar al día de todo y entender a golpe de clic la complejidad de la actualidad y de los fenómenos sociales, pero no queremos perder un segundo en digerir e interpretar la información. Exigimos que se nos muestre de forma comprimida, con lo que se nos escapa una gran cantidad de matices por el camino. Por si fuera poco, hemos ido perdiendo habilidades para filtrar o poner en tela de juicio la información que recibimos, y la damos por válida a las primeras de cambio porque reafirma nuestras convicciones, por ser más socialmente aceptable o porque va revestida de autoridad y no nos atrevemos a —o no tenemos argumentos para— cuestionarla. Como consecuencia, estamos expuestos al vaivén del carrusel de las últimas noticias, a merced de los que manosean la información en su propio interés, y esta situación es fácil que genere inseguridad y, por último, miedo.

El de las vacunas es uno de esos temas en los que la información es abundante y, a menudo, contradictoria. Muchas personas buscan algo de luz para tomar la decisión correcta. Padres que dudan si hacerle caso al pediatra y comprar «la vacuna que no entra en el calendario oficial», o que tienen miedo de poner a sus hijas esa que «ha matado a algunas adolescentes». Enfermos crónicos que deberían vacunarse de la gripe y que no lo hacen porque tienen la cabeza llena de mitos, o, al contrario, sanos empedernidos que si les dejáramos se pondrían todas las vacunas habidas y por haber por pánico a perder la salud. En cada una de estas circunstancias circulan en internet argumentos y opiniones a favor y en contra de las vacunas, y esto genera confusión y recelo. Lejos de contribuir a aclarar el panorama, hasta los propios profesionales sanitarios y las asociaciones científicas alentamos a veces este desorden de ideas con informaciones y consejos dispares.

En el debate público sobre las vacunas se ha declarado una guerra que enfrenta a dos posturas contrapuestas e irreconciliables. No hay cabida para ninguna postura intermedia ni se permite la crítica. O conmigo o contra mí. Si te atreves a dudar de alguna vacuna, en seguida te sitúan con violencia en el lado de los antivacunas; si te muestras proclive a su uso, te acusan de autoritarismo o de estar vendido a intereses comerciales. Abundan los profetas y los sabiondos, y escasean los análisis minuciosos, sosegados y equilibrados.

Lo cierto es que se trata de un debate falso: no se puede estar a favor o en contra de las vacunas, como no se puede estar a favor o en contra de los medicamentos, o del arte abstracto, así, en general. Hay vacunas imprescindibles y otras innecesarias, y en algunos casos, sencillamente, hay dudas. Pero para clasificar cada una en su categoría tendremos que tener en cuenta siempre de qué circunstancias y de qué población estamos hablando. Todo el mundo entiende que hay fármacos que pueden ser inútiles e incluso dañinos en determinadas personas, e indudablemente beneficiosos en otras. Con las vacunas ocurre exactamente lo mismo. Por tanto, todo aquel que ofrezca en torno a este tema una única y definitiva respuesta, un «todo o nada», estará faltando a la verdad.

Peter C. Gøtzsche ha conseguido encontrar la fórmula para darle a cada vacuna lo que se merece. ¿Cuestión de magia? No, simplemente independencia de criterio y rigor científico. Gøtzsche no se posiciona en ningún bando. Denuncia sin cortapisas las falacias de los que reniegan ciegamente de las vacunas y de los que las adulan sin ningún atisbo de crítica. Por eso es capaz de analizar, una por una, un puñado de las vacunas más nombradas y con mayor controversia (PVH, gripe, sarampión, neumococo, rotavirus, meningococo…) sin eludir su veredicto final. Por tanto, se trata de un libro valiente y necesario, que no solo responde —con tino— a muchas preguntas, sino que también, como todos los buenos libros, abre otros muchos interrogantes.

El contenido de Vacunas: verdades, mentiras y controversias se centra en dos aspectos: la crítica a una industria de la ciencia contaminada por intereses y prácticas que minan su credibilidad y rigor, y la información al ciudadano sobre las bondades y riesgos de las vacunas. En lo primero, Gøtzsche ya nos ha mostrado en sus obras anteriores pruebas de su enorme valía. Es un terreno donde se mueve como pez en el agua. No en vano, ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a trabajar como investigador y conoce como nadie las virtudes y vergüenzas de la ciencia. Donde despunta ahora como divulgador de categoría es en el segundo plano. Y lo hace con valentía y solidez. Sin embargo, nos descoloca. Exige que abandonemos el rol pasivo de mero consumidor de consejos categóricos del tipo «sí, haz esto» o «no hagas lo otro». Nos invita a leerlo con el mismo celo y la misma atención por los matices que él tuvo al escribirlo. Este es, precisamente, el principal valor del libro. Gøtzsche demuestra así su compromiso con la idea de que disponer de la mejor información es la única forma de tomar decisiones lo más acertadas posible.

Si estás perdido y no sabes si poner a tu padre, a tu hijo o a ti mismo esa vacuna de la que tanto se habla, sobre la que tanta información y desinformación hay, y que levanta tanto rechazo como entusiasmo, sin duda este es tu libro.

ENRIQUE GAVILÁN,

médico de pueblo

Plasencia, 19 de febrero de 2020

Agradecimientos

Agradezco la información que he recibido de muchos investigadores y defensores del paciente, como Alberto Donzelli y Manuel Martínez Lavín. También, y especialmente, a Peter Aaby, un astuto observador que dice lo que piensa sin dejarse llevar por los paradigmas imperantes, en ocasiones a costa de un alto precio personal, y a Rebecca Chandler por su crítica de la primera versión de este libro.

Abreviaturas

BCG: vacuna contra la tuberculosis

CDC: Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos

CR: cociente de riesgos

DTP: vacuna triple bacteriana contra la difteria, el tétanos y la tosferina

EMA: Agencia Europea de Medicamentos

FDA: Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos

GMC: Consejo Médico General del Reino Unido

IC: intervalo de confianza

NHS: Servicio Nacional de Salud del Reino Unido

OMS: Organización Mundial de la Salud

POTS: síndrome de taquicardia postural ortostática

PVH: papilomavirus humano

SDRC: síndrome de dolor regional complejo

SPR: vacuna triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubéola

01

Los muchos

mensajes contradictorios

sobre las vacunas

Este libro te ayudará a navegar entre la confusa y a menudo contradictoria marea de información que rodea a las vacunas. Sin embargo, aunque los datos que doy te permitirán participar en discusiones provechosas con conocimiento de causa, no pretenden sustituir a la atención médica. Además, si bien te animo a que tomes tus propias decisiones, no seré yo el responsable de lo que hagas ni de lo que acabe sucediendo. En pocas palabras, estas son las conclusiones a las que he llegado tras analizar las pruebas disponibles, pero es posible que otros investigadores piensen de otra manera, ya que siempre habrá un elemento inevitable de subjetividad.

Algunas vacunas son tan beneficiosas que debería ponérselas todo el mundo, mientras que otras deben reservarse para ocasiones especiales. Unas cuantas son tan polémicas que muchos profesionales sanitarios se niegan a ponerlas en contra de las recomendaciones oficiales, como ocurre con la vacuna antigripal.

Por lo tanto, debemos estudiar cada caso con detenimiento y de forma individual, sopesando sus pros y sus contras, igual que hacemos con otros medicamentos, y así decidir si conviene inmunizarse o recomendarlo a los demás.

Las cuestiones clave son las siguientes: ¿cuál es el riesgo de infección y cuál el de sufrir daños graves o morir a causa de la vacuna?, y ¿qué posibilidades hay de evitar la infección y cuál es el riesgo de sufrir daños graves o morir?

En cuanto al resto de las medidas preventivas, no resulta fácil dar consejos fundamentados que puedan aplicarse a toda la población, ya que la prevalencia de la enfermedad es un factor importante que tener en cuenta antes de tomar cualquier decisión. Todos los fármacos producen efectos secundarios, por lo que si el riesgo de infección es muy bajo, quizá no merezca la pena arriesgarse a sufrir perjuicios, por improbables que sean. En otros casos, las ventajas son tan evidentes con respecto a los daños que casi todo el mundo debería vacunarse, a menos, por ejemplo, que se padezca una inmunodeficiencia grave y la vacuna esté elaborada con microbios vivos atenuados, o que exista una alergia a alguno de sus componentes.

Todo lo anterior está muy claro y suscita poco debate, pero el motivo de que haya tanta confusión sobre las vacunas se debe a que se han convertido en un caballo de batalla. Por desgracia, hay extremistas en ambos bandos que hacen caso omiso de los datos probados o que los manipulan en su beneficio. Cuando las autoridades sanitarias piensan que el fin justifica los medios, las recomendaciones oficiales pueden ser engañosas, y las consecuencias, muy graves. Al descubrir el engaño respecto a una vacuna concreta que genera dudas, es posible que la sociedad decida rechazar todas las vacunas en bloque. Este libro incluye muchos ejemplos de por qué no hay que fiarse siempre de las recomendaciones de los organismos oficiales ni de su manera de interpretar los datos.

Además, los extremistas del otro bando también hacen mucho daño. Los más enconados rechazan todas las vacunas por una cuestión de «principios», y ejercen una influencia considerable a través de las redes sociales. En realidad, posicionarse en contra de todas las vacunas es una insensatez sin base científica, como lo sería oponerse a todos los medicamentos o a todas las personas. Hay gente buena y gente mala, pero si rechazáramos a todos nuestros congéneres, nuestra vida no tendría sentido, y si rechazáramos todos los tratamientos médicos, como las transfusiones de sangre cuando más se necesitan, correríamos el riesgo de morir.

Los más fanáticos están en contra hasta de la vacuna del sarampión, a pesar de que haya salvado y siga salvando millones de vidas (véase el capítulo siguiente). Esa postura romántica de «volver a la naturaleza», según la cual sería mejor dejar que nuestros hijos padezcan el sarampión en vez de evitarlo con una vacuna, no solo es errónea, sino que puede provocar numerosas muertes y graves lesiones cerebrales. En el caso del sarampión, como en el de otras enfermedades infecciosas, la inmunidad colectiva tiene suma importancia. Para prevenir la epidemia del sarampión es necesario vacunar al 95 % de la población, de modo que tenemos la responsabilidad mutua y conjunta de inmunizarnos por el bien de los demás. Si no estás de acuerdo, no tires el libro todavía y lee al menos el siguiente capítulo. Es posible que te haga cambiar de opinión.

A quienes rechazan todas las vacunas, son inmunes a los argumentos racionales y desprecian los descubrimientos científicos se los suele llamar «antivacunas» (anti-vaxxers en inglés). Sin embargo, a mí no me gusta calificar a nadie de ser antinada. Aquellos que critican el consumo exorbitado de psicofármacos por motivos científicos válidos son denominados «antipsiquiatría» por los psiquiatras, pero no es cierto; en realidad, son «propersonas». Yo prefiero el término negacionistas de las vacunas, puesto que lo que hacen es negar la ciencia, igual que hay negacionistas del Holocausto y de la llegada del hombre a la Luna. A los del otro bando los llamo defensores de las vacunas, pese a que es una denominación demasiado amable para quienes se muestran tan irracionales como los negacionistas al afirmar que debemos aceptar todas las vacunas sin rechistar.

El discurso de ambas facciones es mordaz, no solo el de los negacionistas, también el de los defensores de las vacunas. Por ejemplo, el ministro de Sanidad británico dijo una vez: «Quienes hacen campaña en contra de la vacunación están en contra de la ciencia, y la ciencia es muy clara […]. Los que defienden el mito antivacunas cometen una falta moral, son profundamente irresponsables y tienen las manos manchadas de sangre».[1]

El debate suele estar tan polarizado que el diálogo sensato termina siendo imposible. En cuanto se plantean preguntas legítimas, el bando provacunas se alza al grito de «¡Antivacunas!» y te pregunta si estás a favor o en contra de su postura.

Por desgracia, los negacionistas tienen tanto poder en los Estados Unidos que los científicos han optado por censurarse a sí mismos en lugar de buscar la verdad. Un periodista del New York Times relató así su experiencia:[2] «Cuando intenté informar sobre los aspectos inesperados y controvertidos de la eficacia y seguridad de las vacunas, muchos científicos no quisieron hablar conmigo. Cuando conseguía que se pusieran al teléfono, ocurría algo preocupante: tenían tanto miedo que medían sus palabras, les quitaban importancia a los datos negativos e incluso evitaban hacer estudios que pudieran arrojar resultados indeseados. Del mismo modo, aquellos que incumplen esas dos reglas tácitas son objeto de críticas. Su objetivo parece consistir en proteger a la población asegurando que más gente acepte las vacunas, pero se trata de un enfoque que fracasará a largo plazo. De hecho, nuestro arsenal de vacunas es excepcional, pero siempre puede mejorar. El progreso exige rigor científico y la valentía necesaria para hacer preguntas incómodas».

En efecto, un investigador dejó de ser invitado a las reuniones de su gremio tras publicar un artículo que demostraba que la vacuna de la gripe no resultaba demasiado eficaz entre la tercera edad. Otra investigadora y sus colegas canadienses hallaron datos que sugerían que podía aumentar el riesgo de infección frente a otras cepas de la misma enfermedad. Después de repetir las pruebas en cinco estudios distintos y difundir los resultados entre sus compañeros de confianza, «se enfrentaron a una gran oposición y algunos llegaron a cuestionar la validez de los descubrimientos»,[3] aunque terminaron publicándolos de todos modos.[4]

No cabe duda de que reprimir la investigación científica es mucho más peligroso que la difusión libre del conocimiento, ya que lo primero conduce a la selección oportunista de datos, que es exactamente lo que hacen los negacionistas.[5] «Las vacunas no pueden perfeccionarse si los investigadores pasan por alto los descubrimientos inoportunos. Además, al escoger la transparencia frente a la censura, los vacunólogos lograrán ganarse la confianza de la sociedad y disipar así sus miedos infundados».

Debemos intentar comprender cuáles son los motivos que originan el rechazo a las vacunas. Los padres de los niños con trastornos congénitos como el autismo buscan una explicación que los justifique. Por lo tanto, no es de extrañar que se cuestionen la seguridad de una vacuna recibida poco antes de la aparición de los síntomas, ni es justo calificarlos de antivacunas por ello. Tampoco debería sorprendernos que haya miles de padres en esa situación, ya que se vacuna a miles de millones de niños al año. No obstante, su número no es prueba de nada. La teoría de que la vacuna del sarampión produce autismo se ha refutado de manera satisfactoria, y se ha demostrado que el estudio que le dio pie era un fraude (véase el capítulo siguiente).

La defensora del consumidor Kim Witczak ha comparado la industria de las vacunas con la de los antidepresivos, describiendo sus vivencias con palabras muy duras.[6] De hecho, inició su activismo como resultado de una negligencia médica, cuando a su marido le recetaron antidepresivos para tratar el insomnio y los terribles efectos secundarios que padeció lo empujaron al suicidio.[7] Ambas industrias y sus aliados a sueldo entre los médicos se dedican a atacar a cualquiera que critique sus productos. Si dijeras, basándote en las pruebas más fiables, que los antidepresivos no parecen dar resultado, y que encima llevan a algunas personas, tanto niños como adultos, al suicidio o la violencia, los profesores de Psiquiatría te tildarían de «antipsiquiatría» para defender los intereses de su gremio. A mí mismo me ha pasado varias veces frente a interlocutores que no contaban con ningún argumento válido en respuesta.[8]

Witczak ha sido acusada de pertenecer a la Iglesia de la Cienciología en diversas ocasiones, como cuando Ted Kennedy la invitó a declarar ante el Senado estadounidense para discutir las posibles mejoras de la FDA y el control posventa de los medicamentos.[9] Al recoger sus pertenencias después de la sesión, le dijeron que uno de los miembros de la Alianza Nacional de Enfermos Mentales (quienes se denominan a sí mismos como una organización de base) había ido a hablar puerta por puerta con todos los senadores para advertirles de que no creyeran ni una palabra de ella porque era ciencióloga. Pues bien, resulta que dicha Alianza Nacional recibe una financiación tan elevada por parte de la industria farmacéutica (doce millones de dólares entre 1996 y 1999) que podemos considerarla corrupta sin temor a equivocarnos.[10]

En todo caso, existen buenas razones para mostrar escepticismo ante las vacunas en general, o al menos para cuestionarlas. Lo cierto es que el modelo de negocio de las farmacéuticas recae en el crimen organizado, ya que el fraude es una práctica habitual en los ensayos clínicos y en el marketing, lo que ha provocado cientos de miles de muertes a lo largo de los años.[11] También está claro que no podemos confiar en las autoridades sanitarias, puesto que aprueban la comercialización de demasiados medicamentos peligrosos y tardan demasiado tiempo en retirarlos, aunque se acumulen las pruebas de su letalidad.[12]

Tampoco genera mucha confianza el hecho de que las recomendaciones oficiales sobre vacunación, como las que emiten las juntas de salud nacionales y la OMS, se basen en los resultados de estudios patrocinados por las mismas farmacéuticas y en los comunicados de las autoridades sanitarias, ni el de que muchos de los implicados tengan conflictos de intereses por su relación con los fabricantes de vacunas.

Otro motivo de sospecha es que casi ninguno de los principales ensayos clínicos sobre las vacunas incluye un grupo de control sin tratar. Uno de los requisitos para que se apruebe un medicamento es que se hayan hecho ensayos clínicos aleatorizados en los que un grupo recibiera el tratamiento y otro grupo de control recibiera un placebo o nada. De esta manera, se pueden evaluar tanto los efectos positivos como los negativos. Así, después de haber pasado décadas investigando medicamentos, cuando me puse a estudiar la vacuna contra el PVH (papilomavirus humano), me horrorizó descubrir que los requisitos para su aprobación eran mucho más laxos. En casi todos los ensayos de la vacuna contra el PVH hay un grupo de control que recibe la vacuna contra la hepatitis o un potente adyuvante inmunológico, lo que impide discernir cuáles son los daños que produce la vacuna (véase el capítulo 5).

Por otro lado, hay mucha gente que desconfía porque cree ver una relación causal cuando alguien enferma tras ser vacunado, pero ni esa relación existe ni es motivo de escepticismo. En una ocasión, una negacionista de las vacunas estadounidense me escribió para contarme que su vecina le había puesto la SPR (triple vírica frente al sarampión, las paperas y la rubéola) a su hijo de 2 años, y que un par de semanas después el niño había tenido fiebre, no paraba de quejarse y se daba de cabezazos contra la pared. Lo que le respondí fue: «Puede que el niño del que habla pillara una infección al mismo tiempo. Son cosas que pasan». En realidad, es muy improbable que la enfermedad del niño se debiera a la vacuna (véase el capítulo siguiente).

Esa misma persona también me preguntó si tenía pruebas que demostraran que la triple vírica era segura, una pregunta vacua porque ningún fármaco es seguro. Si queremos usar medicamentos, tenemos que aceptar que algunas personas sufrirán efectos secundarios. A fin de cuentas, empleamos fármacos que nos hacen más bien que mal, y no hay duda de que la triple vírica entra dentro de esa categoría.

Por último, la señora me recomendó que leyera la página 43 de un estudio de 1978 sobre la SPR que se envió a la FDA antes de la aprobación de la vacuna y que había publicado en su página web el productor del documental Vaxxed, Del Bigtree (véase el capítulo siguiente).[13] La carta continuaba así: «Ese estudio dice que el 54 % de los niños de los grupos de control se pusieron muy enfermos, y que solo se llevó a cabo un seguimiento durante cuarenta y tres días». Sin embargo, en la página 43 de dicho documento no ponía que los pequeños «se pusieron muy enfermos»; se indica que se produjeron infecciones respiratorias y gastrointestinales en un 40 % y un 55 % de los vacunados, respectivamente. Pero tales porcentajes no nos sirven de nada, dado que no sabemos cuántos niños habrían sufrido esas infecciones sin haberse vacunado. Puede que en ese momento hubiera una epidemia en las guarderías. Además, los padres firmaron un consentimiento informado y sabían que debían notificar cualquier problema que tuvieran sus hijos, lo que es probable que degenerara en un exceso de informes.

El sistema inmunitario es de una complejidad tremenda, por lo que no es posible saber a ciencia cierta qué efectos imprevistos puede producir una vacuna concreta. De hecho, las vacunas pueden afectar a otras enfermedades infecciosas de manera tanto positiva como negativa. El profesor danés Peter Aaby lleva cuarenta años realizando estudios pioneros en este campo.[14] Su grupo de trabajo ha publicado muchos artículos que refuerzan su tesis de que las vacunas atenuadas reducen la mortalidad total, mientras que las vacunas inactivadas (elaboradas con microbios muertos) la aumentan. Por ejemplo, la vacuna contra el sarampión reduce la mortalidad mucho más de lo que puede explicar su efecto preventivo. La secuencia de administración de la vacuna también parece ejercer una influencia considerable sobre la mortalidad, y siempre es mejor finalizarla con microbios vivos. Por desgracia, tales observaciones no hacen que sea más fácil tomar una decisión.

Es probable que las vacunas contra la tuberculosis (BCG, por el bacilo de Calmette y Guérin) y el sarampión reduzcan la mortalidad derivada de neumonías y síndromes sépticos. Por el contrario, se sospecha que la triple bacteriana contra la difteria, el tétanos y la tosferina (DTP) duplica la mortalidad general en los países de ingresos bajos, algo preocupante porque la neumonía y el síndrome séptico causan más víctimas en esos lugares que las enfermedades a las que está dirigida la vacuna[15],[16] (más información en el capítulo 7). Como es lógico, estos descubrimientos de Aaby no sentaron muy bien en la sede de la OMS. Cuando se obtienen resultados tan inesperados, que además se confirman con estudios posteriores, las autoridades sanitarias se ven en un serio aprieto para salir del paso.

Las vacunas presentan diferencias importantes con respecto a otros medicamentos. Por ejemplo, su efecto puede variar con el tiempo. Es posible que surjan nuevas cepas de virus o bacterias, así como también que existan discrepancias genéticas, epidemiológicas, demográficas o ambientales entre la población que afecten a su eficacia.

En estos casos, mi regla general se basa en que si la vacuna forma parte del programa oficial de inmunización de algunos países, pero no de otros comparables, entonces no es importante que te vacunes o que vacunes a tus hijos. Un ejemplo de ello sería la vacuna antirrotavírica contra la diarrea, que no se incluye en el programa oficial danés a pesar de que hay un grupo de presión que la promociona apasionadamente. Como suele ocurrir, no es posible emitir recomendaciones a escala mundial. En los países de ingresos bajos, donde la diarrea es una causa de muerte importante, la antirrotavírica puede ser positiva (véase el capítulo 7).

Creo que deberías conocerme un poco antes de seguir leyendo. Soy médico especialista en medicina interna y he trabajado en el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Rigshospitalet, un hospital universitario de Dinamarca. Realicé un curso de tres meses sobre Medicina Tropical y me hice profesor de Diseño y Análisis de Investigación Médica en 2010. Fui uno de los fundadores de la Colaboración Cochrane en 1993, una organización que ha publicado más de diez mil revisiones sistemáticas o protocolos de futuras revisiones sobre los daños y beneficios de distintos procedimientos médicos. El único objetivo que tengo con respecto a las vacunas, y con cualquier otra área de la salud, es el de acercarme todo lo que pueda a la verdad. Como científico que soy, no tomo partido por nada ni por nadie. Lo que hago es estudiar las pruebas existentes y basar mis conclusiones en ellas, sean cuales sean las consecuencias. Mis críticas a la prestigiosa revisión Cochrane de la vacuna contra el PVH fue uno de los motivos principales de que me expulsaran de la organización en 2018 tras un simulacro de juicio, como explico en mi libro Death of a whistleblower and Cochrane’s moral collapse.[17]

La desinformación imperante en internet

La red está plagada de datos erróneos sobre las vacunas. Una búsqueda del término «vacuna» en Amazon en 2019 demostró que quince de los primeros dieciocho resultados de libros y películas incluían contenido negacionista.[18] Algunos dejaban clara su postura desde el mismo título, como los documentales We Don’t Vaccinate! (¡No ponemos vacunas!) y Shoot ‘Em Up: The Truth About Vaccines (¡Pínchalos! La verdad sobre las vacunas).

Los algoritmos que determinan los resultados de las redes sociales y las recomendaciones de Amazon no están diseñados para distinguir entre la información de calidad y la desinformación. Por ello, los bulos y las falacias han tenido la oportunidad de extenderse y crecer sin cortapisas.

Por dar otro ejemplo, las sugerencias de autorrelleno de Facebook dirigen a los usuarios hacia más desinformación.[19] Aunque usemos un término neutral, como «vacunación», los resultados están dominados por la propaganda negacionista: los doce primeros iban en contra de las vacunas, liderados por dos grupos con más de 140.000 miembros cada uno, Stop Mandatory Vaccination y Vaccination Re-education Discussion Forum. Además, Facebook vende espacios publicitarios, con lo que las mentiras llegan aún más lejos. De hecho, los anuncios del grupo Stop Mandatory Vaccination incluyen falsedades evidentes como la de que «las vacunas matan bebés».

En YouTube, que pertenece a Google, los usuarios que buscan información sobre vacunas también son dirigidos hacia más desinformación, diseñada en gran medida para asustar a los padres. Aunque se termine encontrando contenido científico, como un vídeo publicado por la Clínica Mayo (primer resultado de la búsqueda «vacuna SPR»), la opción «A continuación» enlaza a un vídeo negacionista.[20] También se ha acusado a YouTube de recomendar vídeos basándose en el historial de visionado del usuario, lo que contribuye a extender la confusión.

Afortunadamente, tanto Facebook como YouTube han empezado a tratar la desinformación, que tanto daño puede causar, como una categoría especial que merece un escrutinio adicional. Pero, mientras tanto, los peligros de estos bulos sobre las vacunas continúan amenazándonos. Un estudio británico reciente descubrió que la mitad de los padres de niños pequeños están expuestos a desinformación negacionista en las redes sociales.[21] Repito: ¡la mitad de los padres!

Esta desinformación generalizada puede tener consecuencias terribles. En efecto, se han producido demasiadas muertes innecesarias a causa de ella, incluidas las de los más indefensos, nuestros niños.

En esta guerra de relaciones públicas, los charlatanes y timadores han vencido a los científicos. He consultado bastantes páginas web y me he dado cuenta de que muchos individuos (entre los que se incluyen profesionales sanitarios) se han enriquecido gracias a sus mentiras mortales. Hay médicos que están en contra de los antibióticos, mientras que otros recomiendan homeopatía en vez de vacunas (una auténtica estupidez porque esos productos no contienen ni una sola molécula activa), o suplementos de hierbas a precio de oro que curiosamente venden ellos mismos, pero que tampoco sirven de nada.[22] Muchos de estos farsantes se describen como «practicantes de medicina holística», aunque debo señalar que, después de haber retado a unos cuantos a que explicaran qué significaba eso, he descubierto que es una manera bonita de decir: «No sé lo que estoy haciendo, pero me saco una pasta engañando a incautos».

Según los editores del New York Times, los antivacunas cuentan con cientos de páginas web para difundir su mensaje, un plantel de influencers expertos en redes y un agresivo brazo político en el que hay al menos doce comités de acción. «La defensa ante este ataque ha sido exigua», y los pocos estudiosos que se han atrevido a combatir su seudociencia han sido bombardeados con críticas y hasta con amenazas.[23]

En 2015, un equipo de investigadores estadounidenses analizó cuatrocientas ochenta páginas antivacunas.[24] Tal como pudieron comprobar, contenían una infinidad de falsedades: el 66 % afirmaba que las vacunas eran peligrosas; el 62 %, que producían autismo, y el 41 %, que producían lesiones cerebrales. Este tipo de páginas suele hacer uso de anécdotas para sustentar sus argumentos.

En cuanto a lo que recomiendan, se centran en la medicina alternativa (19 %), la homeopatía (10 %), la alimentación sana (19 %) u orgánica (5 %) y la eliminación de toxinas (7 %). Menuda patraña.[25] No existe nada en el mundo que iguale la excelente labor que desempeñan nuestros órganos depurativos, el hígado y los riñones, para eliminar toxinas. Pero hay más. En los grupos cerrados de Facebook se disemina información errónea, muy a menudo por parte de personas con evidentes intereses económicos en desacreditar las vacunas.[26] Así, impidiendo el acceso a los demás, pueden transmitir sus mentiras sin censuras. Se trata de grupos grandes y sofisticados, como el de Stop Mandatory Vaccination, con más de 150.000 miembros aprobados.

El grupo privado Vitamin C & Orthomolecular Medicine for Optimal Health declara no ser antivacunas, pero cualquiera de sus 49.000 usuarios puede encontrar abundante material que pone en duda la seguridad de las vacunas. También se recomiendan remedios alternativos que supuestamente protegen contra las enfermedades, pero no es más que otra farsa. La administradora del grupo, Katie Gironda, es dueña de una empresa digital de Colorado que vende vitamina C en altas dosis. Los miembros de su grupo cerrado pueden «comprar ya», con un solo clic que enlaza directamente a su página, Revitalize Wellness, en la que ofrece vitamina C en polvo en grandes cantidades y propone administrar hasta tres gramos al día a niños de 2 años. Esto es, sin duda, un peligro. La cantidad diaria recomendada es de quince miligramos, y la vitamina C puede provocar muchos daños. Busca en Google «efectos secundarios vitamina C» para comprobarlo. Según la Clínica Mayo, «las dosis altas de vitamina C se han relacionado con múltiples acontecimientos adversos. Por ejemplo, coágulos sanguíneos, la muerte (por problemas cardiacos), piedras en el riñón, efectos oxidantes, trastornos digestivos y la destrucción de glóbulos rojos». Hay muchos charlatanes en el mercado de la vitamina C que aseguran que puede curarlo casi todo, como el cáncer, las enfermedades del corazón, la tuberculosis y el mortal virus del Ébola.[27]

Revitalize Wellness advierte de que sus productos «no están pensados para tratar, diagnosticar ni prevenir enfermedades»,[28] pero Gironda dice lo contrario cuando habla con los miembros de su grupo privado de Facebook: «La vitamina C es fantástica para combatir las mismas enfermedades que las vacunas». Una milonga más. En otra publicación, afirma evitar todas las vacunas.

Gironda también aparece como administradora de otro grupo de Facebook, llamado Vitamin C Against Vaccine Damage, en el que asevera que «la vitamina C es el método más seguro y eficaz para protegerse de los daños de las vacunas». Cuando el diario británico The Guardian se puso en contacto con ella, el grupo pasó de ser privado a secreto. Esta maniobra lo situó en una categoría mucho más oculta que lo elimina de las búsquedas, impidiendo que nadie, aparte de sus miembros, pueda verlo.

No tengo más remedio que repetir que semejantes embustes pueden matar niños, y es muy probable que lo hayan hecho.

Además de albergar tantos grupos privados en contra de las vacunas, Facebook ha cobrado miles de dólares en publicidad de quienes se dirigen específicamente a los padres, muchas veces con bulos aterradores para sembrar la duda en ellos.

Los argumentos que emplea el movimiento antivacunas apenas sí han variado en el último siglo. De hecho, calan tan hondo porque parecen intuitivos, pero se desmontan fácilmente. En lugar de pasarlos por alto, una buena campaña provacunas debería hacerles frente de manera directa, tantas veces como sea necesario.[29]

Por desgracia, las vacunas más eficaces son víctimas de su propio éxito. Como han suprimido tantas infecciones, casi ningún médico vivo, por no hablar de los padres, se acuerda de lo terribles que eran esas enfermedades.[30] En la mayoría de los países, no solo hemos eliminado la viruela, la difteria, la polio y el sarampión (que fue declarado erradicado en los Estados Unidos en el 2000, aunque ahora haya vuelto por sus fueros), sino que también hemos borrado su recuerdo.

Muertes y otros daños graves con y sin vacunas

Vivimos en un mundo tan sobrediagnosticado y sobretratado que, en los países de ingresos altos, los medicamentos son la tercera causa de muerte por detrás de las enfermedades cardiacas y el cáncer, como han demostrado diversos estudios independientes en Europa y América del Norte.[31] Además, basándome en las mejores investigaciones que he podido encontrar, calculo que los psicofármacos, por sí solos, seguirían constituyendo la tercera causa de muerte.[32] Puede que la situación no sea tan extrema, pero lo cierto es que los antidepresivos y similares se cobran vidas, y sin embargo más del 10 % de la población de muchos países los toma cada día.

Los medicamentos son un arma de doble filo, la mayoría de ellos son inespecíficos y presentan una amplia gama de efectos secundarios aparte de los pretendidos, muchos de los cuales son perjudiciales. Por todo ello, si queremos protegernos de la muerte y otros daños, deberíamos usar el menor número posible de fármacos.

Las vacunas son otra historia totalmente distinta. Se trata de compuestos muy específicos dirigidos hacia un microorganismo concreto, solo deben administrarse unas cuantas veces, ofrecen muchos años de protección o hasta inmunidad de por vida, y es raro que presenten efectos secundarios graves. Además, suele ser considerablemente más barato vacunarse que medicarse. Estas propiedades convierten a las vacunas en los tratamientos médicos más valiosos y económicos que se pueden encontrar. También son, en general, muchísimo más seguras que cualquier fármaco.

Entre todas las vacunas beneficiosas, la del sarampión es la que ha salvado más vidas, por lo que no tiene lógica alguna que los negacionistas se centren en ella como su mayor enemigo.

Durante la epidemia de sarampión que se produjo en los Estados Unidos entre 2014 y 2015, empezó a circular por internet la falacia de que la triple vírica había causado varias muertes, basándose en las notificaciones espontáneas recibidas en el Vaccine Adverse Event Reporting System estadounidense (VAERS, Sistema de Notificación de Acontecimientos Adversos de Vacunas). De hecho, algunos grupos negacionistas llegaron a afirmar que la triple vírica ocasionaba más muertes que el sarampión, una comparación absurda, ya que la razón de que tan poca gente muera de sarampión se debe a que casi todo el mundo está vacunado. A este respecto, resulta revelador el título de un artículo publicado en la revista Newsweek: «Los antivacunas se hacen un lío con los números al hablar del sarampión».[33]

En el extremo opuesto de estas campañas de miedo injustificado, una revisión de los mismos datos del VAERS por parte de médicos de la FDA y los CDC demostró que muchas de esas muertes eran de niños con graves enfermedades previas, o que no estaban relacionadas con las vacunas, sino con accidentes y otras causas. Así, no se halló indicación alguna que hiciera pensar que la triple vírica tuviera la culpa.[34]

A tenor de lo anterior, es importante recordar que los sistemas de notificación voluntaria aceptan cualquier informe que reciban, sin entrar a juzgar si se deben a una vacuna o no. La función de los sistemas de vigilancia pasiva consiste en detectar señales y generar hipótesis sobre los posibles efectos adversos de las vacunas y otros medicamentos. Por lo tanto, hace falta tener experiencia en métodos de investigación y otros conocimientos para poder analizar los informes y extraer conclusiones provisionales sobre las posibles relaciones de causa y efecto. Por ejemplo, la atención que prestan los medios a la teoría refutada de que la vacuna del sarampión provoca autismo puede hacer que aumenten las notificaciones de autismo, creando la falsa impresión de que su incidencia está relacionada con el mayor uso de las vacunas.

En 2015, el personal de los CDC publicó una extensa revisión de las muertes producidas tras la vacunación.[35]

En 1955, un error en la fabricación de la vacuna contra la polio de la casa Salk dio como resultado una vacuna que contenía virus vivos de la enfermedad, cuando debían estar inactivados.[36] Aquello originó uno de los peores desastres de la historia de las vacunas, con cuarenta mil casos de polio, entre los que se contaron cincuenta y una parálisis y cinco muertes. También se produjeron ciento trece parálisis y otras cinco muertes en los círculos de las personas vacunadas. A partir de ese momento, el Gobierno estadounidense implementó un control mucho más estricto sobre la industria.

Cabe señalar que, en aquel entonces, la regulación de los fármacos era bastante escasa.[37] Durante la primera mitad del siglo XX, no había que demostrar que tuvieran algún efecto terapéutico o profiláctico para ponerlos a la venta. Lo único que importaba era que no fueran demasiado peligrosos, y ni siquiera eso se investigaba como es debido. Por lo tanto, ocurrieron numerosas catástrofes, y no se prohibieron muchos medicamentos perjudiciales hasta después de que dañaran o mataran a un gran número de personas. No fue hasta el desastre de la talidomida, retirada en 1962, que se introdujeron cambios importantes en la legislación.[38]

En raras ocasiones, las vacunas pueden producir enfermedades autoinmunitarias. Esto ocurre porque hay personas que tienen ciertos tipos de tejido cuyos antígenos (receptores) son similares a los antígenos de las vacunas. Así pues, la estimulación intencionada del sistema inmunitario conlleva una producción de anticuerpos que atacan tanto al virus o bacteria como a los propios tejidos de la persona.

Este mecanismo no se limita solo a las vacunas. Las infecciones y otros agentes externos también pueden ocasionar enfermedades autoinmunitarias. De este modo, lo que se sospecha que ha causado la vacuna puede deberse a una infección simultánea que se haya pasado por alto. Los temores se multiplican cuando las subsiguientes administraciones de la vacuna producen los mismos síntomas u otros peores.

Por bien ejecutado que esté, lo normal es que un solo estudio no pueda tomarse como prueba definitiva de los daños motivados por una vacuna. La manipulación de datos es una práctica habitual en el campo de la investigación médica, y tampoco escasean los fraudes, por lo que es necesario contar con más de un estudio.

Por el contrario, siempre podremos confiar en los resultados de múltiples estudios y revisiones de gran tamaño. En 2011, la Academia Nacional de Medicina estadounidense publicó un informe de 866 páginas basado en más de doce mil artículos sobre los supuestos daños de las vacunas,[39] en el que se aportaban pruebas convincentes de catorce acontecimientos adversos muy infrecuentes. En esos casos, los virus se aislaron a partir de una infección propagada por la cepa Oka de la varicela-zóster y de una encefalitis provocada por el componente contra el sarampión de una triple vírica (SPR), que puede originar convulsiones febriles. Los autores observaron casos de choque anafiláctico (reacción alérgica grave) tras la administración de seis vacunas distintas (SPR, varicela, gripe, hepatitis B, meningitis y tétanos). Además, la inyección de cualquier vacuna puede producir síncopes y bursitis de hombro. También se sabe que la vacuna oral contra la polio ha desembocado, en contadas ocasiones, en poliomielitis paralítica.

Menos firmes son las conclusiones sobre la existencia de una relación causal entre la vacuna contra el PVH y el choque anafiláctico, entre la triple vírica y la artralgia (dolor de articulaciones) transitoria, y entre determinadas vacunas trivalentes contra la gripe y un síndrome oculorrespiratorio leve y temporal. Tampoco está probado que exista relación con muchos otros efectos secundarios.

En 1994, la Academia Nacional de Medicina estadounidense publicó una revisión de las notificaciones recibidas en el VAERS tras la administración de vacunas infantiles,[40] según la cual la inmensa mayoría de las muertes se produjeron por coincidencia y no estaban relacionadas con las vacunas. De hecho, solo se registró un caso de infección vírica provocada por la cepa de la vacuna: el de un niño de tres meses que falleció por miocarditis después de recibir la vacuna oral contra la polio. El virus se halló en el corazón de la criatura.