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Cada cuento fue escrito, siguiendo mis propias reglas, tratando de sentirme parte del personaje y direccionándome cómodamente en él. Todos tuvieron un rostro inexistente al principio y fueron creándose a sí mismos a medida que avanzaba la trama, reacomodándose, reposicionándose. Todas esas historias creadas del imaginario, dejaron sus huellas y así se las entrego como una parte de mí.
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Seitenzahl: 146
Veröffentlichungsjahr: 2021
Biñasca, Marta
Vade retro / Marta Biñasca. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
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ISBN xxxxxxxxxxxxxxx
1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Cristian Heidenreich, su ayuda incondicional, me allano el camino.
A mis hijos: Estefania, JÉsica, Antonella y Nicolas.
A mi yerno: Dani.
A mis nietos: Nicolás y luca por su apoyo, estimulos, amory por estar siempre junto a mi, mi “hermosa Familia”.
Y a mi hermana Elvira, que siempre confio en mi desde pequeñas.
Prólogo
Cuando tenía 10 años en Rawson, provincia de Buenoss Aires, pueblo donde nací y crecí, escribí mi primer poema inspirada en una noche de luna llena, un cielo estrellado y el lucero del alba. Hacía calor y en un pueblo tranquilo como el mío, dejábamos las ventanas abiertas de par en par, para que la brisa fresca nos acariciara mientras dormíamos. Mi habitación daba al fondo de la casa y, desde allí, podía ver los árboles frutales y la quinta. Aún conservo esa imagen, nítida, con detalle, hasta el movimiento de la cortina de la pieza corrida hacia los lados, era una sensación mágica y de paz. Busqué papel, lápiz y comencé rápidamente, las palabras fluían como apuradas por ser escritas una tras otra.
No había antecedentes de escritores en mi familia, ni de asiduos lectores, ni de libros. Solo los que sacaba a escondidas mi mamá de la biblioteca pública y leía cuando todos dormían, con la lámpara bajo la colcha para que no vieran la luz. Si no, cuando salía del colegio, corría las 5 o 6 cuadras a casa para poder leer media hora hasta que mi madre llegaba. Me encantaba leer lo que fuera, pero a nadie le gustaba, porque cuando empezaba el resto del mundo dejaba de existir. Era como ser parte del libro, concentración total y absoluta. Eso los enojaba mucho.
Lo primero que hice al día siguiente fue mostrárselo a mi hermana Elvira. A ella le gustó. Después pensé en mostrárselo a alguien mayor, más preparado y que supiera del tema, para que me dijera qué estaba bien y qué no. Elvira había leído algo de Alfonsina y Neruda con más frecuencia pero solo leerlos, no estudiarlos.
Así que decidí mostrárselo a mi maestra de la escuela. Ella lo leyó y no dijo nada del poema, ni bueno, ni malo. No me dio ningún consejo literario, ni verbal, solo dijo: “Ser escritora no sería bueno para vos, debés buscar otra cosa más redituable”. No lo entendí, solo quería que me dijera si estaba medianamente bien o qué debería tener en cuenta. Faltaban muchos años hasta que decidiera qué quería ser cuando fuera mayor y a qué me dedicaría. Así que continué haciéndolo esporádicamente y solo se lo mostraba a Elvira, que los guardaba celosamente.
Seguí escribiendo, en momentos especiales como el nacimiento de mis hijos, la perdida de algún ser querido, para cantarles a mis hijos sus propias canciones de cuna, para las abuelas de Plaza de Mayo que siempre fueron especiales para mí, o solo porque sí.
Hasta que un día, ya adulta, me ocurrió algo muy triste e inesperado y mi vida cambió de golpe. En esos momentos sentí que el cielo se oscurecía y se me caía encima. Me faltó el aire, quedé aturdida, no sabía qué hacer, ni dónde correr a refugiarme o a quién contarle lo que me ocurría. Después, más tranquila, fui buscando la mejor salida, la vida debía seguir y cada uno con su impronta va buscando la mejor forma para volver a sonreír y seguir adelante. La mía fue volver a escribir, liberar ideas que estaban guardadas por muchos años, salieron como poemas, prosas y cuentos. Todos quedaron plasmados en este libro, que no fue lo primero que escribí, pero sí el que pude publicar para ustedes. Aquí se los entrego.
Volver a vivir
Se sentía como un león enjaulado. Cómo podía ser que estuviera allí lejos de toda civilización. Allí, entre gente ignorante, sin clase, sin un solo lugar decente donde tomar el té como lo hacía asiduamente con sus amigas en París. Era increíble que eso le estuviera pasando a ella. ¿Qué dirían las crueles y despóticas amigas de esta situación bochornosa? ¿Sabrían lo sucedido? ¿Qué pensarían de ella, acusada de defraudación, desterrada y confinada a un lugar alejado de todo, entre bosta de vacas? Horrible panorama, pero peor hubiera sido la cárcel. Imaginó los periódicos de París informando su detención y se aterró. Desde la ventana hasta donde llegaba su mirada sólo veía campo y animales.
Ella seguiría perteneciendo a la aristocracia de todas maneras, pensó, pero ni esa idea la tranquilizó. El proceso seguiría, poco a poco iría perdiendo todo, fortuna, títulos de nobleza, amigos, familia, como había perdido su preciada libertad. Cómo pudo confiar en él, debió ser más cauta, precavida, más previsora, pero era su contador, como lo había sido su anciano padre al que él había reemplazado en el puesto cuando enfermó de Alzheimer, mal que hasta hoy lo aqueja y por lo cual no puede recordar y mucho menos atestiguar, si no sería diferente, él no sería capaz de mentir delante de su padre.
Ella no podía controlar todo, no era una máquina, era solo un ser humano, aunque no cualquier ser humano, era una Southier Palacios Achával y no podía permitir que ensuciaran el apellido, no debía quedar ni una mancha o duda sobre ese distinguidísimo apellido que tan honrosamente llevara su esposo toda su vida, no podía permitirlo de ninguna manera.
Se sentía abrumada y decidió salir a caminar. Hacía tantos años que no iba allí que prácticamente no recordaba nada, era como verlo todo por primera vez. Se había ido apenas terminada la escuela primaria para seguir su carrera de bailarina clásica en París cuando, en una presentación hecha en la escuela de danzas, un productor la descubrió, quedó enamorado de su danza y armonía, convenció a los padres y la llevó con su nana, ellos la visitaban muy seguido. Allí, después de años de estudio, fue muy exitosa su carrera y en una fiesta conoció al su esposo el marqués Aníbal Ignacio Southier Palacio que amaba París y lo tenía como su segundo hogar ya que vivía en Alemania. Habían sido muy unidos y no puede superar su perdida.
Desde la ventana le había llegado el aroma a flores del jardín y allí se dirigió erguida como una doncella y vestida como si estuviera paseando en París con un vestido azul de una renombrada marca que hacía resaltar el color de sus ojos, llevaba zapatos costosos e inconvenientes para ese terreno y situación, incómodos pero acordes al cinto que ceñía su diminuta cintura y su capelina. Nada iba a hacerle bajar la guardia, debía verse perfecta siempre, podría ir alguien a visitarla, algún atrevido paparazzi, nunca se sabe, o el sol afectar a su piel.
Al llegar, con sorpresa, vio un enorme jardín con un camino bordeado de flores de todas clases y colores, con hermosas plantas de todo tipo y color, muy bien cuidado, rodeado de pinos y abedules con una enorme fuente en el medio cubierta de enredadera y flores. Era un sueño, la estatua de una bailarina con zapatillas de punta con sus brazos bajando hacia el piso la enterneció, no recordaba haber visto eso jamás pero era tal cual como ella lo hubiera diseñado, coronado al fondo con una enorme pileta olímpica. Cerró sus ojos para deleitarse con el aroma que lo cubría todo, de pronto un recuerdo llegó a su memoria, se vio corriendo feliz y despreocupada, riendo a carcajadas con otra niña, fue un recuerdo fugaz, tanto, que pensó que había sido fruto de su imaginación o de alguna película de las tantas que vio y rió por la ocurrencia.
Siguió caminando. En paralelo al parque había plantas frutales, duraznos, ciruelos, nogales, membrillos, naranjos, mandarinas y algunos que no distinguió, no salía de su sorpresa cuando al girar a su derecha se encontró con una una niña de unos 6 ó 7 años, cabellos trenzados, castaños, de piel blanca, vestida humildemente, que le cambiaba la ropa a una muñeca de trapo mientras la reprendía por haberse ensuciado.
—Te dije Nuria, no debes ensuciarte, debes cuidar más la ropa, mamá tiene mucho trabajo y no puede estar siempre lavándola, además se gasta.
De repente la niña se sintió observada, giró la cabeza y la miró sonrojada, luego esbozó una sonrisa.
—Hola, Señora Elena
—Hola niña ¿quién eres y cómo sabes mi nombre?
—soy Isabela y estoy jugando con mi muñeca ¿necesita algo?
—No, nada… no sabía que había niños aquí
—Nací acá, mi abuela me hablaba de usted y cómo le gustaba verla danzar y por eso se su nombre
—¿Tu abuela?
—Sí, ella vivía aquí cuando las dos eran niñas.
A lo lejos se escuchó una voz que la llamaba. Isabel se levantó rápidamente y se despidió con cortesía.
—Disculpe, me llama mi mamá para merendar, aún queda torta –dijo y se alejó corriendo.
Esa niña le hizo pensar en lo solitaria que es la vida en el campo, jugando sola, con una muñequita de trapo, sin posibilidad de crecer, tener una carrera, trabajar siempre ahí como su madre, como su abuela, sin otra aspiración que casarse y tener hijos que harían lo mismo, generación tras generación, muy aburrido y en todas las cosas que no podrá hacer o disfrutar por estar lejos de la civilización. En fin es su vida –pensó-, además no recuerdo haber conocido a su abuela quizás se confundió.
Caminó un rato más recordando lo aburrido que era estar allí sin nada interesante para hacer, trató de relajarse sentándose en un cómodo banco que había en el jardín, pero no lo consiguió, así que volvió a la casona, estaba demasiado enojada como para relajarse, pensando en lo injusta que era su vida y en los lugares que estaría visitando en lugar de estar confinada a ése aburrido y solitario. Después de cenar se sentó frente al ventanal, pero se quejó porque solo se escuchan bichos aunque la luna se veía enorme y rodeada de miles de estrellas fulgurantes. No sabía qué hacer, allí, tan sola y aburrida, pensó si irían sus amigas a verla alguna vez o tendrían miedo de involucrarse con su causa. Conociéndolas… no irían jamás, es más… hasta la abrían borrado de sus directorios. Reflexionó… Siempre fuimos muy superficiales, jamás pensamos en el otro o en ayudar a alguien que lo necesitara, solo disfrutamos de lo que nos tocó a nosotras, sin pensar en nadie más.
Camino a su habitación vio la gran biblioteca y entró para buscar algún libro que le ayudara a mitigar el tedio. Seguía ansiosa y apesadumbrada. Allí encontró libros que le recordaron su infancia: “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez y sonrío al recordar Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Por un instante pensó cómo describiría ella a Isabela, esa niñita que decía conocerla y que por alguna razón la había impresionado. Luego de hojear unos cuantos más se decidió por uno de Hemingway y se dirigió a su habitación. Se quedó dormida mientras leía. Alguien apagó la luz, había sido un largo y tortuoso día, necesitaba descansar.
Despertó cerca del mediodía, los gruesos cortinados impidieron que el sol entrara travieso a despertarla, nunca había dormido tanto, se levantó, corrió las cortinas, abrió el ventanal y sintió la suave caricia del sol. Cerró los ojos nuevamente y disfrutó del aroma de las flores que le llevaba la brisa, era como transportarse al jardín de, pensó, pero se corrigió al instante: no, esto es más especial, porque es solo mío.
Por alguna razón se sentía más tranquila, no sabía si por el descanso o porque empezaba a entender que estaría allí por muy largo tiempo y no lograría nada lamentándose constantemente. Debía organizarse. Se dirigió hacia el elegante comedor donde le servirían el desayuno, mientras caminaba se sorprendió tarareando una melodía, al terminar el desayuno salió nuevamente a caminar, quería recorrer el lugar, esta vez se había puesto pantalones de montar, largas y elegantes botas y un gorro acorde. Buscó a Isabela para que le mostrara todo pero no la encontró por ningún lado, así que decidió hacerlo sola. Muy contrariada se dirigió al establo, podría hacerlo a caballo pero solo había fardos de pasto, siguió por un camino ancho que bordeaba un alambrado, pensó en lo acertado de llevar el gorro y protector solar, el sol pegaba fuerte y corría un aire cálido. Absorta en sus pensamientos y observando todo como si fuera la primera vez que lo veía no reparó en que se había alejado mucho, la estancia apenas se veía, se sentía cansada y no tenía donde sentarse, agobiada cerró los ojos para pensar y se sobresaltó al escuchar el galope de un caballo, al abrir los ojos vio una gran polvaredas, se quedó parada, expectante, y vio que era un sulky tirado por un caballo y que en él iba la niña y el peón que manejaba.
—Buenas y santa, señora parece que se ha alejado mucho ¿quiere que la mande a buscar con el auto?
—Hola –dijo la niña–, ¿querés venir con nosotros? Es divertido…
—Si me hacen un lugarcito voy con ustedes, realmente parece una buena experiencia, espero no arrepentirme luego –dijo seriamente–. Pensó que nadie podría verla paseando en un carro tirado por un caballo en medio de la nada como para que provoque risa y estaba demasiado cansada para esperar el auto, además hasta las princesas anduvieron en carruajes alguna vez y esto cuenta como tal. Subió. La niña le dejó el asiento y se sentó en el pescante a sus pies, notó que tenía delantal blanco y comprendió que volvía de la escuela.
Cuando se puso en movimiento, el primer cimbronazo la asustó y se sostuvo fuertemente de la baranda, iba erguida y expectante a los cambios, luego se fue relajando y comenzó a disfrutar del paseo, riendo con la niña que cantaba canciones al ritmo del trote del caballo, junto con el peón.
Ya en la estancia salió a recibirlos la madre de Isabela, quien al verla se sorprendió mucho y los reprendió porque ése no era un vehículo apropiado para la señora y ni siquiera le habían puesto un almohadón. Ella le explicó que a habían ayudado a regresar y que les estaba muy agradecida. La mujer quedó muda del asombro, jamás le había dirigido la palabra a un empleado y ahora les agradecía, vivir para verlo, pensó.
Al entrar en el jardín de invierno y sacarse el gorro y los lentes vio que estaba completamente cubierta de polvo y rió al pensar que había vivido la experiencia más espectacular de su vida, que se había divertido mucho. Sintió que era el comienzo, esa niña seguía dándole sorpresas. Se duchó, almorzó. Estaba atenta a cuándo la niña saldría al jardín cuando escuchó una voz a su espalda
—¿Estás aburrida? ¿Querés jugar conmigo?
Era otra vez su ángel salvador, Isabela, que la rescataba de su ostracismo. Asintió con la cabeza y la siguió. Le fue mostrando los distintos juegos que poseía. Una rayuela bien delineada y con colores fuertes que marcaba tierra y cielo, varios juegos de payanas hechos con piedras que había ido moldeando, una hamaca y un subí baja muy rústico hecho con una madera apoyado y atado al tronco de un árbol, le contó que todos los días hacía el juego de la canasta que consistía en salir con una canasta a recolectar huevos en nidos de las gallinas y descubrir nuevos. Esta vez lo hicieron juntas entre risas y corridas. Así estuvieron toda la tarde, merendaron sin parar de charlar ni de reír.
Al atardecer y mientras Isabela le leía un cuento llegó su abogado. Ella lo recibió en la biblioteca, las noticias no eran muy alentadoras porque, si bien ella no tenía antecedentes de estafar al fisco, había firmado todos los papeles y era necesario demostrar que lo había hecho a pedido de su actual contador, a quien le tenía absoluta confianza, y remarcar el hecho de que reemplazó a su propio padre en el puesto, quien fuera contador en vida de su difunto esposo, que era el que siempre se encargaba de todo lo referente a la administración pero debió retirase por una enfermedad que desgraciadamente no le permitía declarar, o sea que dependían de lo que declarara el contador al día siguiente. Siguió haciéndole preguntas de los posibles desenlaces.
—Si debo seguir en prisión domiciliaria que sea aquí.
—Pero tú me dijiste de otro lugar que aún trato de conseguir.
—Estoy decidida, me quedo aquí, me gusta el lugar, es muy tranquilo y hasta me hice de una amiga y compañera de juegos.
—Eso me deja más tranquilo, no me gusta verte triste o malhumorada.
Acompañó al abogado hasta el auto y cuando regresó vio a Isabela que se había quedado dormida mientras leía. La levantó en sus brazos y la llevó con su mamá que solo atinó a decir “gracias, señora” muy asombrada porque sabía que la señora jamás había cargado un niño, ni a su propio hijo que siempre estaba con su nana pero ahora cargaba en brazos a la hija de un puestero y a la que apenas conocía, no entendía lo que estaba pasando realmente. Ella le sonrió y le explicó que gracias a Isabela y su frescura podía resistir los malos momentos… “es como un bálsamo para mi vida actual”.
Al día siguiente llovió sin parar. Fuertes vientos y lluvia azotaban la gran casona y toda la zona, las descargas eléctricas parecían llegar al fondo de la Tierra, el viento amenazaba con arrancar los árboles desde la raíz, moviéndolos de un lado a otro, ella pensó que el tiempo estaba como su alma que se mostraba inquieta y expectante de lo que pasaría en la audiencia. ¿Diría la verdad el contador? ¿Se terminaría ese injusto suplicio? Cerca del mediodía recibió la noticia: el contador había presentado una nota para postergar la audiencia por encontrarse enfermo. Se fijaría una nueva fecha y crecería la agonía, pensó.