Vaivén - Adriana V. Fernández - E-Book

Vaivén E-Book

Adriana V. Fernández

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Beschreibung

En las páginas de 'Vaivén', descubrimos la conmovedora historia de una mujer cuyo espíritu indomable la lleva a través de una vida marcada por desafíos insospechados. Desde una infancia sombreada por una discapacidad hasta las batallas cotidianas de la adultez, su relato es un testimonio de amor, pérdida y el poder transformador de la resiliencia. Con cada capítulo, ella teje su camino, mostrando que la verdadera belleza de la vida radica en cómo elegimos enfrentar nuestras batallas y celebrar nuestros triunfos. 'Vaivén' no es solo una historia sobre sobrevivir, sino sobre florecer en medio de la adversidad, encontrando la luz en los momentos más oscuros y el calor en los corazones que nos rodean.

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Seitenzahl: 132

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ADRIANA V. FERNÁNDEZ

Vaivén

Fernández, Adriana V. Vaivén / Adriana V. Fernández. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6209-8

1. Autoayuda. I. Título. CDD 158.1

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

AGRADECER

PRÓLOGO

RENGA

LOS PADRES

LA HERMANA

SOBRINOS

EL ABUELO

AMORES

EL PRIMO, LOS PRIMOS

EL HIJO… LOS HIJOS…

AMIGAS

EL CUERPO

TRABAJOS

DE TERAPIAS ALTERNATIVAS,DE ARTE

LA VIDA QUE LLEGA

GRACIAS, LA PALABRA MÁGICA QUE LO ENCIERRA TODO

Vaivén

Nombre masculino

1.

Movimiento alternativo de un cuerpo que después de recorrer una línea en una dirección, vuelve a describirla, caminando en sentido contrario.

2.

Cambio o variación inesperada en la situación o estado de las cosas.

AGRADECER

A mi hijo TADEO que cambió mi vida para siempre, la ilumina y me hace mejor persona a cada minuto.

A mis padres que me dieron vida en este plano, y me colmaron de amor suficiente para afrontar todo lo que tocara.

A mi hermana que me abrió los ojos, me enseñó el camino y me sostiene siempre de su mano. A quien honro y admiro por su existencia.

A mi abuelo Gualberto, que llenó mi alma de ilusión y perseverancia, mi abuela Blanca, mi abuelo Santiago y mi abuela Ángela y en ellos a todos mis ancestros.

A mis sobrinos y ahijados que tantas veces me hicieron elegir la vida sin tener la mínima idea de lo que hacían con una simple sonrisa

A mis amigas que son guías, maestras, faro y reparo a cada momento.

A mis amores que me enseñaron los sí y los no del amor.

A mis cuencos, sahumerios, atrapasueños, constelaciones, borra de café, tarot… guías y maestros espirituales, los de esta tierra y los del más allá… que cambiaron mi vida para siempre.

A mis médicos que muchas veces lucharon más que yo por mi superación constante.

A mis psicólogas Liliana y Mónica, sin ellas, muchas veces no hubiera sabido cómo seguir caminando.

A mis jefes, esos, que vieron en mí esas virtudes de las que yo no podía ver, que me dieron oportunidades de avanzar y creer en mí.

A cada persona que se cruzó en mi camino y lo hizo más liviano, más ameno… más claro.

A Sebastián… y en él a quienes ya no están en esta vida.

PRÓLOGO

Hace años que tengo en mente comenzar este libro, más de dos décadas escribiéndolo en mil cuadernos diferentes, en papeles sueltos, escritos a mano, con lápiz, birome, escritos en máquina de escribir, de las viejas. Escritos, tachados y reinventados. Comprando cuadernos nuevos, que serían destinados a historias que ya perdí, escritos con “birome azul especial para la ocasión” que ya no se fabrica más. Fragmentos escritos y desparramados por todos lados, algunos que incluiré en esta historia y otros que seguramente seguiré demorando. Más de dos década buscando contar mis días.

La frase dice tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Trajimos a Tadeo al mundo, dos almas más que no pudieron ser, planté un árbol de palta y ahora está mi libro.

No sé escribir un libro, no sé por dónde empezar, desconozco de lo que seguramente será el sueño de mi vida, pero soy de las que cree que si no lo hace, se arrepentirá toda la vida. Un libro que habla de la que fui, soy y la que probablemente seré. De lo que quiero y de lo que ya no elijo nunca más.

18 de agosto de 1976 fue el día que elegimos el universo y yo para llegar a este mundo. En Argentina, en la provincia de Buenos Aires, exactamente en la ciudad de Remedios de Escalada partido de Lanús. Hija de Eduardo y Cristina, hermana de Mariel Sonia porque para mí es Sonia pero su primer nombre es Mariel… como quieran llamarla.

Familia de clase media, más bien baja de clase y estatura, mamá docente y papá vamos a decir tornero, porque fue de todo. Crecí en la “casita de atrás” de donde vivían mis abuelos, chiquitita con parque y garaje y patio.

Ah y ¡renga!

RENGA

18 de agosto de 1976 me citó la vida, y no fue cualquier invitación. Nací en invierno sana o todavía no sabemos y eso ya no importa. Lo peor fue que no tenía ropa para la ocasión. Lo primero que pienso es cómo puede ser que el acontecimiento más importante de la vida uno llegue desnudo y ensangrentado y llegamos al día de la muerte y nos visten de gala… raro, absurdo.

La cuestión es que llegué al mediodía como cualquiera llega a la vida de otros para aprender… para enseñar. Sin tener la más mínima idea de lo que pasaría de aquí en adelante lo importante es que tuve el coraje de venir y mis padres y hermana la valentía de recibirme.

Fui entonces el varón que no fui, amo esta parte de la historia donde me cuentan que habían pintado la pieza de celeste, y solo tenían ropita del mismo color. Así que fui una niña de azul.

Nací, que es lo importante, llegué a la familia y de lo que algo estoy segura, hoy con la edad que tengo, es que vine a hacer una tarea importante, al menos para la historia de mi alma. Alrededor de los 3 meses comienza el calvario que vivieron mis padres, porque si bien la enferma era yo, puedo decir que no me acuerdo de absolutamente nada. Seguramente mi cuerpo tiene memoria y llevará marcado por dentro y por fuera lo que les vengo a contar. Con tres meses de mi corta edad y recorriendo médicos y más médicos, después de una larguísima historia que aburre la cuestión es que descubren que tengo una bacteria, de aquí en más la llamaremos mis amigos “estreptococos” que se había alojado en mi cadera y había comido como un “Pac-Man”, casi toda la cabeza del fémur. El Pac-Man (un videojuego que era un circulito que comía puntitos en una pantalla y tenía que evitar que se lo comieran a él) en aquella época era furor, y todo me lo explicaban con ese ejemplo, entonces para mí sería el juego más odiado del planeta, porque en ese momento yo lo único que entendía era que el juego me había comido la pierna, tan extraño y maravilloso como todo comenzaba a ser en mi mundo imaginario de pequeña.

Lo cuento acotado, resumido, casi como repitiendo la historia que me armé de todo lo que fueron contándome, eligiendo por supuesto una historia donde todo duele poco… porque la verdadera, la saben mis padres, ellos que cada vez que la cuentan se les hunde el pecho y se les llenan los ojos de lágrimas… ellos que escuchaban palabras y más palabras para entender qué le pasaba a su hija, desde punciones medulares, internaciones, convulsiones, inyecciones y otras medicinas. Operaciones, yesos y palabras como “no va a caminar más”, tuvieron ellos que luchar contra el huracán de sinsentido que generaría tener una niña defectuosa. Yo puse el cuerpo, ellos hicieron el resto.

La cuestión es que crecí con una operación a los 2 años, una a los 6 años y otra a los 10 años, no caminé nunca bien en mi infancia, ni ahora tampoco. Zapatos ortopédicos con suela de corcho, le llamaban “suplemento”, sí, porque en aquella época era lo único que había para emparejar las distancias entre las piernas era esa opción. Visita a los médicos que llamativamente miraban lo “bien” que caminaba… Mis oídos no podían entender que dijeran los muy caraduras, que yo caminaba bien, cuando la diferencia entre gamba y gamba fue en principio de 2,5 cm.

Aquí viene la parte importante de la historia, las operaciones eran para mí una fiesta, sabía que vendrían las maestras a darme clase, la señorita Claudia por ejemplo… mientras escribo recuerdo su sonrisa debajo de unos lentes espantosos, pero que a ella la hacía única. Venían mis compañeritos a visitarme, me traían dibujitos, regalitos y chocolates (hojas de carpeta N° 3 que aún conservo).

Los domingos nos juntábamos los cuatro integrantes de la familia, traían la mesita al dormitorio y comíamos los 4 juntos sanguchitos de pan lactal y fiambre mirando a Sofovich. La verdad que no tenían cara de felices, pero intentaban simular que lo éramos. Tenía una campanita para llamar cuando quería pedir algo, que me la sacaron en menos de 1 día porque me había tornado insoportable tocando la campanita cada dos minutos. La abuela Blanca me traía tostadas con manteca a escondidas porque no podía engordar… aaaahhhh engordar dios, capítulo aparte…

De la primera operación no recuerdo absolutamente nada, 2 años y medio dicen… la segunda a los 6, solo recuerdo que me cortaron el pelo y con los rulos parecía la hija de Maradona, venían a darme clases a casa. Cuentan… que en esta operación mamá y papá desesperados por la situación fueron a ver un “brujo” y que echó a mi papá de la habitación diciéndole que no podía estar porque él no creía. Quedamos mi mamá y yo en una habitación con el brujo que hizo lo suyo, yo digo que salió con una careta de diablo y tirando agua bendita, mi mamá dice que nada de eso sucedió, ¿otra vez sería mi cabeza imaginando una historia más llamativa? ¿Más inolvidable? ¿Más interesante que un simple sanador?

Llegó el día de la operación, que debía de tardar aproximadamente más de 8 horas, pero a las 2 horas salió el Dr., mamá y papá se asustaron pensando algo malo había sucedido, sin embargo, el doctor dijo “esto es un milagro” el hueso está todo soldado… yo cada vez que escucho la historia pienso, indefectiblemente, en la muerte del PAC-MAN y que por fin le habíamos ganado al videojuego… pero se empezaba a tejer acá algo mucho más importante que determinaría más adelante el curso de mi vida.

Hasta acá, más allá de todo lo que ocurría, no registraba mucho la renguera, no se hablaba en casa del defecto. Luego llega la operación de los 10 y aquí sí recuerdo todo, recuerdo cuando ingresaba al quirófano con terror indescriptible de una nena que no entendía por qué le tocaba eso, desperté con un yeso desde debajo del pecho abarcando toda cintura hasta la punta del dedo gordo de la pierna izquierda, completamente inmovilizada, acostada boca arriba mirando el techo 3 meses. Pidieron los médicos que no me moviera, pero cuando se iban de la habitación, yo solo por rebeldía, o por el temor de no caminar nunca más… me movía de lado a lado probando que podía hacerlo, eso me costó más tarde 15 días más de yeso y me odié por mis malas decisiones. Luego llegarían muchas decisiones mal tomadas más… llegó el momento de quitarme el yeso ponerme de pie y caminar, en mi corta edad y experiencia supuse que me sacaban el yeso y caminaba como si aquí no ha pasado nada… y claro fue expectativa vs. realidad que decía, ¡así no es y así no fue!

Llegamos a casa, me paré y quise dar el primer paso, mi cerebro enviaba la indicación, pero mi pierna no entendía la directiva, no… no caminé y me tiré a llorar como nunca lo había hecho, o al menos nunca lo había registrado hasta ese momento con tanto dolor. No podía caminar y me odié por ello… la rehabilitación comenzaba ese día y lo que no sabía era que sería para el resto de mi vida…

Vaivén, sería entonces el balanceo al caminar de toda mi vida, vaivén sería entonces todos los caminos de ida y venida en la historia de mi vida.

Llegarían entonces, luego de los 10 años, el reconocimiento consciente de una realidad distinta, debo aclarar que durante todo este proceso y el resto de mis días jamás recuerdo haber sentido dolor físico, no tenía dolor alguno registrable de mi pierna. Sí recuerdo el día de mi primera comunión, el momento crítico donde todos se arrodillaban reverenciando a Cristo o a la virgen qué sé yo y yo ahí parada mirando toda la gente que me miraba (o al menos eso yo sentía) y sentía en esa mirada la palabra “pobrecita”… estallé en llanto, me molestó esa mirada donde todo se hacía irremediablemente real. Vino el espejo y la cicatriz en la pierna izquierda que se asemejaba más a un desparrame de carne mal cocida, una pierna rayada con pozos y bultos que sobresalían, tenía dos opciones o tirarme en una cama y no hacer nada o aceptar lo que tenía y tratar de vivir lo mejor posible, esa fue mi encrucijada de todos los días. La actitud de mis padres fue indispensable para seguir adelante y entender que eso no sería ningún impedimento en la vida, que yo valía por otra cosa, jamás por un cuerpo. Mis padres lograron casi sin querer creo yo, que creciera en mí una mirada diferente hacia todo, porque ellos la tuvieron conmigo. Además, tenía como meta los 18 años, en aquel momento el futuro estaría 8 años más adelante, toda la ilusión resumida para cumplir a los 18 años, donde por ser mayor de edad me harían una operación donde quedaría casi perfecta (¿para quién no?) y donde una cirugía estética borraría para siempre las cicatrices de mi cuerpo.

Llegó la adolescencia, el peso, el cuerpo, los amores… llevaba yo una vida común y corriente, me hice amiga del espejo mirándome siempre del lado derecho donde la ropa y los defectos no se notaban, no me miraba en ninguna vidriera mientras iba caminando porque se notaba claramente el balanceo que decía que era diferente al resto del planeta, también me preguntaba ¿de dónde surgía la idea que la defectuosa era yo? y no el resto de los mortales que supuesta mente caminaban bien ¿Quién lo dijo? Quién era el que decidía lo que estaba bien y mal con respecto a nuestro ser… Me miraba la cara en el espejo, y empecé a resaltar los aspectos que me hacían sentir mejor, porque lo que se dice bien lo cumpliría junto con los 18 años…

18 años cumplidos, cita con el doctor donde anunciaba no solo que no habría operación sino que además por la edad dejaba de atenderme y me ponía en manos de otro doctor por mi mayoría de edad. La operación entonces no se hizo porque al fin y al cabo caminaba bien, jajaja, otra vez escuchar semejante mentira además no me dolía nada, la pierna por dentro se encontraba bastante bien y mejor no tocar demasiado todo lo que ya habían logrado. No era conveniente seguir operándome tan joven pensando en un futuro… ya iban 3 operaciones en el cuerpo. Siendo mujer sería mejor esperar a que tenga un hijo y ver después con los avances de la ciencia encontrar un resultado mejor. Me decían no solo no a la operación sino lo peor, me negaban el mundo maravilloso que me había imaginado, otra vez, claro un mundo cuasiperfecto donde toda mi historia desaparecía como por arte de magia. Como me decían que no, fui entonces al cirujano plástico donde entonces pensaba yo, arreglaría y podría cumplir al menos mitad de lo imaginado, seguiría caminando renga pero por lo menos sin cicatrices, iba por mi medio mundo perfecto.

En aquella oportunidad el golpe contra la pared fue atroz, el cirujano miró, observó y volvió a mirar y me dijo: “Te voy a decir la verdad, los cortes que tenés hechos en la pierna son de larga data y en aquellos tiempos cortaban como podían, casi como una carnicería dijo sonriendo… (Mientras su sonrisa se dibujaba, la mía iba desapareciendo) podemos hacer una operación que mejore el aspecto, pero no van a desaparecer”. Las palabras resuenan como eco en mi cabeza cada vez que lo recuerdo, se me caía el mundo entero, enojada con todo, pero sobre todo conmigo. Salí de ahí convencida que había perdido la batalla, que no me quedaba otra que enfrentar la vida renga, mal cosida, sin esperanza de nada. Me hablaban de esperar, como si ya no hubiera esperado demasiado y no solo me decían que tenía que esperar sino que además tenía que seguir aceptando la renguera y un cuerpo que claramente no encajaría jamás en ningún canon de belleza. Y cuando digo jamás es jamás.