Venganza y deseo - Rachael Thomas - E-Book
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Venganza y deseo E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

"Cuando deje de hacer ofertas por la pulsera, yo le propondré algo". El multimillonario Liev Dragunov se había pasado la vida planeando la venganza contra los responsables de la ruina de su padre... y por fin tenía la manera de conseguirlo: Bianca di Sione. Ella había negado la atracción evidente entre los dos y había rechazado con frialdad todas las peticiones para que trabajara para él, hasta que encontró su punto débil, una pulsera de diamantes que ella necesitaba a cualquier precio. Bianca tenía que convertirse en su prometida falsa si quería la joya, pero el sabor de la venganza no era tan dulce como el deseo y Liev descubrió que era inocente en más de un sentido...

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Seitenzahl: 232

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Venganza y deseo, n.º 127 - abril 2017

Título original: To Blackmail a Di Sione

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9739-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Bianca di Sione echó una ojeada al repleto salón de actos y buscó a su hermana Allegra. El bullicio era cada vez mayor, pero estaba demasiado preocupada como para darse cuenta. Tenía la sensación de que a su hermana le pasaba algo, aunque no había dicho nada, eso habría sido impropio de ella.

Cuando empezó la conferencia, vio que Allegra subía al escenario y supo que algo iba mal. Tenía el aspecto impecable que siempre mostraba al mundo, pero estaba pálida y Bianca sintió remordimiento además de la preocupación. La petición de su abuelo, enfermo terminal, preocuparía más a Allegra, pero tenía que hablar con ella. Tenía que desahogarse con alguien y Allegra siempre había sido esa persona. Había adoptado el papel de madre después de la trágica muerte de sus padres, cuando ellos eran unos niños pequeños, y siempre había estado a su lado.

Presentaron al último orador, pero no podía concentrarse, no paraba de repetirse lo que le había pedido su abuelo la semana anterior. Había estado tan débil que no había insistido para pedirle más información, pero se arrepentía en ese momento. Solo tenía la historia de sus amantes perdidas, que les había contado a sus hermanos y a ella. Además, para darle más intriga, no era la única a la que le habían encomendado la tarea de recuperar a una de esas amantes, pero ella entendía lo importantes que eran para él. Recordaba cuántas veces les había contado que gracias a esa joyas había podido crear la naviera Di Sione cuando llegó a Estados Unidos. Siempre se había referido a ellas como su legado.

–Señorita Di Sione, qué placer tan inesperado.

Esa voz, que todavía conservaba cierto acento, la sacó del ensimismamiento. Se dio la vuelta y miró el rostro duro, pero innegablemente atractivo, de Liev Dragunov. El traje oscuro resaltaba la dureza que irradiaban sus ojos grises como el hielo y el pelo corto y castaño era tan severo como su expresión. Era imponente, como lo había sido el primer día que lo conoció, cuando se puso en contacto con ella para que su empresa representara la de él. Aunque tenía los labios apretados, dejaba entrever una sonrisa por debajo. El alma se le cayó a los pies. Era lo que menos le apetecía en ese momento, pero ¿aceptaría él un no por respuesta?

–Señor Dragunov, confío que esté aquí por algún motivo… legítimo.

Sintió el mismo escalofrío que sintió la semana anterior, cuando él se presentó en su despacho. Incluso, había empezado a preguntarse si estaba perdiendo la capacidad de conocer a las personas. Allegra había estado esquiva, seguramente, por lo mucho que había viajado últimamente, pero ese hombre autoritario y dominante la desasosegaba demasiado.

–Todo lo que hago tiene un motivo legítimo.

¿Había captado cierto tono amenazante? Bianca arqueó una ceja mientras lo miraba. No se sentía completamente inmune a su aspecto de chico malo y lo observó con discreción mientras él contemplaba el salón de actos. Tiró de los gemelos de la camisa blanca como si estuviese preparándose para una batalla o un enfrentamiento y ella sintió ganas de estirarse para intentar estar a su altura.

–Es posible, pero ¿qué motivo puede tener para estar aquí, señor Dragunov? Ginebra está muy lejos de Nueva York.

Él volvió a centrar su atención ella, que lo miró a los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse por su frialdad. Mantuvo la barbilla levantada con un gesto impasible para disimular la inquietud, algo que había aprendido muy bien a lo largo de los años.

–Como he hecho una donación considerable a la Fundación Di Sione, me parece prudente comprobar el trabajo que hace. ¿No está de acuerdo, señorita Di Sione?

Él se acercó un poco más y bajó la voz. Aunque sonreía con cortesía, ella notó algo más.

–¿Le interesa que las mujeres de los países en desarrollo tengan más oportunidades, señor Dragunov?

Bianca no pudo evitar decirlo con cierta sorna y tampoco se le pasó por alto que él apretaba los dientes con un brillo acerado en los ojos. ¿Estaría utilizando la Fundación Di Sione para volver a hablar con ella? Le había dejado muy claro que su empresa no podía hacerse cargo de su próxima campaña de lanzamiento y él, evidentemente, no lo había aceptado con agrado.

Apretó la carpeta contra el pecho sin saber muy bien qué tenía ese hombre que hacía que se sintiera nerviosa… y excitada. Había desatado algo dentro de ella, la había provocado como no había hecho ningún hombre, y su reacción inmediata era defenderse, pero ¿de qué? Ya era un combate dialéctico, como lo había sido la primera vez que apareció en su despacho. Entonces, había sofocado su reacción a él por la impresión de la petición de su abuelo, pero ya no estaba segura. Liev Dragunov era una fuerza de la naturaleza que no podía pasarse por alto y, en ese momento, era lo que menos le apetecía del mundo.

Él tenía los ojos clavados en ella, pero se negó a apartar la mirada, a concederle el más mínimo poder sobre ella. Había aprendido desde muy pequeña a mantener el dominio aparente de sí misma aunque por dentro la dominaran los nervios y la aprensión. Habían pasado muchos años desde que un hombre la había desasosegado así, y nunca lo había hecho de esa manera. Jamás había permitido que ese multimillonario ruso lo supiera, sobre todo, cuando sacaba a relucir sus inseguridades con una sola mirada gélida.

–No, pero sí me interesa usted.

La respuesta fue muy directa y ella estuvo a punto de quedarse boquiabierta, pero consiguió evitarlo. Solo había habido un hombre que hubiese sido igual de directo y había estado a punto de creérselo. Diez años después, un hombre en el que desconfiaba instintivamente, aunque la atraía como una llama letal a una polilla, le había hecho revivir la humillación de la noche de su graduación. No podía averiguar qué tenía y, en ese momento, su vida era mucho más ajetreada como para pararse a pensar en esa bobada.

–Señor Dragunov, la semana pasada ya le expliqué que no puedo representarlo a usted ni a su empresa.

El fastidio hizo que sus palabras fuesen tajantes e inflexibles y él entrecerró ligeramente los ojos con recelo, lo que aumentó más todavía el poder que irradiaba.

–No me lo creo.

Él se acercó otro paso y ella captó el olor de su loción para después del afeitado, tan fuerte y dominante como el propio hombre. No podía apartar la mirada, la tenía atrapada por la de él. Se le aceleró el pulso y se preguntó si volvería a respirar de una forma normal. Cuando creyó que no podría seguir fingiendo indiferencia, el retrocedió un poco.

–Tampoco me creo que usted lo crea –siguió él antes de que ella pudiera reponerse y pensar una réplica–. No se lo cree en absoluto.

Estaba presionándola demasiado y lo miró con rabia mientras se preguntaba si podría reunir cierta seguridad en sí misma. Entonces, se acordó de que había hecho una donación considerable a la fundación benéfica de su hermana y no podía hacer que lo expulsaran. Allegra ya tenía bastantes preocupaciones en ese momento como para añadirle una más por un hombre que no entendía la palabra «no». Tendría que lidiar sola con eso. Era imposible que hiciera una campaña de relaciones públicas para su empresa cuando era competidor de su cliente más importante.

–Señor Dragunov, lo que le dije se lo dije en serio –ella mantuvo la máscara de profesionalidad aunque su mera presencia estaba alterando cosas que hacía mucho tiempo que había encerrado bajo siete llaves–. Ahora no puedo hablarlo, pero puede pedir una cita a mi secretaria cuando vuelva a Nueva York.

Se oyó una ovación y dirigió su atención al escenario aunque no podía quitarse de encima la sensación de que él tenía poder sobre ella. No sabía cómo, pero él había conseguido tener ventaja y estaba en una posición superior a la de ella.

–Si me disculpa, tengo que hablar con mi hermana –añadió ella agarrándose a lo primero que se le ocurrió.

Hacía muchos años que no se sentía tan desbordada por una situación. Él la miró y sus ojos la atravesaron como si pudieran ver todo lo que ella había querido dejar atrás. No le gustaba lo más mínimo. Ya tenía bastantes preocupaciones sin que Liev Dragunov y su insistencia añadieran una más.

–Cene conmigo esta noche, señorita Di Sione. Si después sigue sin querer representar a mi empresa, la dejaré en paz.

¿Que cenara con ese hombre? ¿Por qué se le desbocaba el pulso solo de pensar en sentarse a una mesa con una copa de vino y cenar con él?

–Mi respuesta seguirá siendo la misma.

Ella mantuvo el aire de indiferencia para intentar disimular el remolino de emociones que se adueñaba de ella. Hacía mucho tiempo que no cenaba con un hombre.

–Entonces, no se perderá nada y habremos tenido el placer de estar juntos.

Él esbozó un asomo de sonrisa y ella se preguntó qué pasaría si sonriera de verdad. ¿Se suavizaría esa expresión implacable? Si lo hacía, derretiría los corazones de todas las mujeres.

–Si acepto –ella no supo de dónde habían salido esas palabras ni por qué estaba jugando con fuego–, comprobará que ha desperdiciado una noche, señor Dragunov.

–Estoy preparado para encajar esa posibilidad.

Él sonrió y confirmó lo que ella había supuesto. Era letal. Ella no pudo evitar imaginar cosas que nunca serían posibles con ese hombre.

–Lo que estoy diciendo, señor Dragunov, es que no cambiaré de opinión bajo ninguna circunstancia.

–Entonces, podemos cenar y nada más. Está alojada en este hotel, ¿verdad?

Él miró su reloj y ella se encontró observando sus poderosas manos, y se sonrojó ligeramente cuando él volvió a mirarla.

–Sí… –contestó ella con recelo.

Parecía como si él supiera demasiadas cosas de ella, pero descartó la idea como algo descabellado y decidió que descubriría el motivo para que fuese tan insistente.

–Nos encontraremos en el salón a las siete y media.

Su tono, algo cortante por el acento, no daba lugar a la discusión, pero ella no estaba dispuesta a permitir que la dominara. Si quería que su empresa lo representara, tenía que saber quién tomaba las decisiones.

–No estoy segura de que sea una buena idea –replicó ella manteniendo la firmeza.

Él no se parecía a ningún hombre que hubiese conocido. Era indomable, pero había algo más. Cuando se marchó de su despacho, ella hizo las averiguaciones habituales, pero no encontró ningún motivo para rechazarlo aparte de que fuese un posible competidor de ICE, la empresa de su hermano.

–Una cena de trabajo, señorita Di Sione.

Él tomó aliento y sus anchísimos hombros se elevaron. Fue el único indicio de que estaba haciendo un esfuerzo por mantener la frialdad.

–Todavía espero poder convencerla para que represente a mi empresa.

–Eso no es posible…

Él la interrumpió para incredulidad de ella.

–Solo una cena.

 

 

Liev observó a Bianca di Sione, quien miraba alrededor mientras el orador terminaba el discurso entre aplausos, y no pudo contener la sonrisa de satisfacción. Por fin, la princesa de hielo había empezado a ceder. Todos sus intentos serios y profesionales habían sido en vano, pero, al parecer, solo se necesitaba un buen vino y una cena a la luz de las velas, como con casi todas las mujeres, y una del pasado en concreto. El catálogo de una subasta que vio en su mesa de despacho la semana pasada le había dado esa pista. Si le gustaban las joyas, también le gustaría salir a cenar, aunque fuera con la excusa de una cena de trabajo.

Mientras habían hablado, había tenido que hacer un esfuerzo para no sentirse dominado por la imagen de Bianca, por el pelo largo y oscuro cayéndole sobre los hombros y las velas resaltando su belleza mientras cenaba enfrente de él. Esa imagen dominaba su cabeza y lo abrasaba por dentro, pero no podía permitir que nada amenazara sus planes. Sabía muy bien lo destructiva que podía ser una mujer hermosa, y lo mucho que podía conseguir que pensara en otra cosa. Había desechado implacablemente esos pensamientos. Desear físicamente a la arrogante Bianca di Sione no entraba en sus planes. Su estrategia era conseguir que su empresa representara la de él y que le permitiera acercarse al objetivo final. Ella era un medio necesario para un fin, y nada más.

–Solo una cena –ella miró su reloj y repitió lo que él acababa de pensar–. Nada más.

–Tiene mi palabra.

Ella lo miró y frunció el ceño. Él captó cierta vulnerabilidad en sus ojos azules, pero, acto seguido, el brillo de los témpanos lo dejó helado.

–¿Por qué iba a confiar en usted? No sé nada de usted, señor Dragunov. Para ser el propietario de una empresa tan próspera, es complicado encontrar alguna información sobre usted.

Había estado investigándolo… Había rechazado la generosa cantidad que le había ofrecido para que su empresa lo representara, pero, aun así, había mantenido el suficiente interés como para averiguar más cosas. Como siempre, poderoso caballero es don dinero.

–Creo que podría decirse lo mismo de usted, señorita Di Sione.

Él conocía todas las maneras de mantener la información a buen recaudo y, a juzgar por la discreción con la que dirigía su empresa, era un conocimiento que ella también tenía.

–¿Eso significa que ha intentado averiguar más cosas sobre mí? Yo he hecho lo mismo con usted.

Esa vez, ella lo dijo con cierto tono burlón y una sonrisa levísima en los labios. ¿Qué sentiría si se los besaba y notaba que se ablandaban debajo de los de él? Borró inmediatamente esa idea de la cabeza. Le fastidió que esa mujer lo alterara así.

–¿Hacer negocios no se trata de eso, de saber quiénes son tus enemigos?

Él, desde luego, sabía quiénes eran sus enemigos. Lo había sabido desde que tenía doce años, desde que sus padres murieron con unos meses de diferencia. Después de que perdieran la empresa y la casa familiar, había tenido que presenciar la caída de su padre en una espiral de indiferencia y bebida. Estaba tan deprimido que no había cuidado de su esposa enferma. Él no había podido ayudar y se había encontrado viviendo en la calle, había tenido que robar para sobrevivir. Esos recuerdos estaban grabados en su cabeza; las cicatrices eran aún muy profundas. La rabia de su padre les había conmocionado a su madre y a él. Le habían arrebatado la familia feliz que habían formado, con un porvenir próspero y brillante, y había tenido que arreglárselas solo incluso antes de que sus padre murieran, cuando su madre estaba demasiado enferma y su padre demasiado ebrio.

Sí, efectivamente, sabía quién era su enemigo.

Dudaba mucho que ella supiera qué era un enemigo, se había criado mimada y protegida de los males del mundo por el nombre de su familia. Si ella lo hubiese querido, le habrían dado cualquier lujo. Lo único que tenían en común era la pérdida de sus padres, aparte de eso, pertenecían a dos mundos distintos.

–¿Enemigos? –ella abrió los ojos hasta mostrar con toda claridad lo azules que eran–. ¿Eso somos?

Él la miró y le molestó haberse olvidado de todo y haberle dicho la verdad.

–¿Cómo podría un hombre ser enemigo de una mujer tan hermosa como usted?

Para pasmo de él, ella se rio y fue un sonido agradable y delicado que despertó los recuerdos de una felicidad muy lejana en el tiempo.

–Acaba de ir demasiado lejos, señor Dragunov.

Las palabras fueron firmes, pero su sonrisa le iluminó el rostro y la máscara de frialdad se disipó brevemente permitiendo ver a una mujer hermosa y atractiva.

–Hasta esta noche, señorita Di Sione.

Se marchó antes de decir nada más o de permitir que ella lo hipnotizara y lo hiciera olvidarse de lo que quería. Estaba convencido de que, después de la cena, ella estaría dirigiendo una campaña lucrativa y de prestigio para su empresa. Por fin daría el primer paso para vengarse de la empresa que había destrozado a la de sus padres.

 

–¿Estás segura de que estás bien? –le preguntó Bianca a Allegra mientras su hermana, agotada, se dejaba caer en una butaca.

La conferencia había sido un éxito enorme, pero nunca había visto a su hermana con ese aspecto de cansancio. Normalmente, habría estado exultante después de un acto así. Evidentemente, la enfermedad de su abuelo estaba pasándoles factura… o, más bien, su empeño en que encontraran sus tesoros, sus amantes perdidas. Le había impresionado que también hubiese pedido a Matteo, su hermano, que encontrase una. Habían escuchado de niños las historias que contaba su abuelo sobre unos objetos preciosos que había tenido que vender cuando llegó a Estados Unidos, pero no sabían la historia completa. Ella, como Allegra y Matteo, pensaba hacer todo lo que pudiera para recuperar la pulsera que le había pedido su abuelo que le devolviera.

–Claro que estoy bien. Además, tenemos que hablar de cosas más importantes, como quién era ese hombre con el que estabas hablando antes.

–Esperaba que me lo dijeras tú, ya que es uno de tus patrocinadores más importantes –Bianca, preocupada por la palidez de su hermana, sirvió dos copas de vino y se asustó más cuando ni siquiera eso le interesó–. Es un multimillonario ruso que quiere que represente a su empresa. Estás bastante empeñado. Un poco demasiado, la verdad. Incluso, diría que ha hecho una donación considerable solo para presionarme.

–¿Y cuál es el problema? –le preguntó Allegra mirándola a los ojos.

–Para empezar, represento a ICE, y Liev Dragunov es un competidor. Sin embargo, hay algo más y no sé qué. Él tiene algo…

Era algo salvaje, como si la vida no lo hubiese amansado todavía. Bianca se quedó pasmada por lo que había pensado y le molestó que él se hubiese metido tan fácilmente en su cabeza.

–¿Algo aparte de lo guapo que es? –preguntó Allegra en tono burlón–. Bianca, no deberías rechazar a todos los hombres guapos que aparecen en tu vida. Lo que pasó con Dominic fue hace diez años.

–Entonces, te alegrará saber que he aceptado cenar con él… para hablar sobre si represento a su empresa, claro.

–Entiendo.

Allegra sonrió y Bianca se sintió aliviada. Aunque eso no significaba que pudiera preocuparla más con su abuelo. Cuando volvieran a Nueva York, tendrían tiempo para hablar tranquilamente. Bianca sacudió la cabeza.

–No, Allegra. Supongo que estoy preocupada por la salud del abuelo y su última petición. Ha hablado tanto de Las Amantes Perdidas que han pasado a formar parte de nuestra infancia. Me pregunto por qué serán tan importantes en este momento.

–No lo sé, pero me parece que el collar de Matteo y mi caja de Fabergé no tienen relación. ¿Cómo llegó a tener el abuelo unos objetos tan carísimos? Le entusiasmó ver la caja y la acarició como si realmente fuese una amante perdida.

–Yo he encargado a unas personas que busquen el paradero de la pulsera; va a subastarse en Nueva York la semana que viene –Bianca recordó la alegría que había sentido al haber encontrado la pulsera–. Me puse en contacto con el propietario y le ofrecí comprársela, pero no quiso porque es una pieza única y prefería subastarla.

–Al menos, para ti será fácil conseguirla, solo tendrás que pujar –replicó Allegra.

Bianca volvió a sentir curiosidad por el tiempo que había pasado su hermana en Dar-Aman, donde habían encontrado la caja de Fabergé.

–Esto no tiene ningún sentido –comentó Bianca sin saber si preguntarle algo más a Allegra–, pero si hace que el abuelo sonría cuando está tan enfermo, haré lo que haga falta.

–¿No deberías irte?

Allegra miró el reloj como la madre que siempre había sido para ellos… ¿o estaría eludiendo las preguntas que ella anhelaba hacerle? Las dudas sobre haber aceptado cenar con Liev Dragunov empezaron a corroerla. No pensaba representar a su empresa y le desasosegaba que fuera tan insistente. Él tenía algo, algo que no podía definir, y no quería una preocupación más.

–Sí, supongo que no debería tener esperando a un hombre tan adinerado e insistente.

Cuando Bianca llegó al bar, eso era exactamente lo que había hecho. Lo vio inmediatamente. Destacaba por encima de todos los hombres que lo rodeaban, y no solo porque fuera tan alto y guapo. Tenía una presencia autoritaria incluso entre otros empresarios muy prósperos. Estaba sentado a la barra, de espaldas a ella, y eso le dio tiempo para fijarse en sus espaldas, en cómo le encajaba perfectamente la chaqueta, que resaltaba la fuerza de un cuerpo que sería la envidia de los hombres y la admiración de las mujeres. El pelo corto y castaño, que, probablemente, el sol había aclarado, le daba una dureza que disimulaba bajo la exhibición de riqueza. El éxito de ese hombre era innegable y lo exhibía con trajes hechos a medida y relojes caros. También algo sin refinar que dejaba entrever el peligro y que, probablemente, era lo que explotaba para atraer a las mujeres. Aunque no a ella. No iba a volver a dejarse arrastrar por esa atracción destructiva.

–Lo siento, me he retrasado un poco.

Él se dio la vuelta y miró el vestido negro y clásico que se había puesto. Era lo bastante elegante para salir a cenar, pero no tan atrevido como para que él sacara conclusiones equivocadas. Si había un hombre con el que no quería equívocos, ese era Liev Dragunov.

Se sentó en otro taburete y cometió el error de mirarlo a los ojos. Eran grises con tonos azulados, como el mar en primavera justo después del invierno. También parecía que la observaban con una frialdad premeditada.

–¿No es ese un privilegio de todas las mujeres?

El tono grave de su voz era cortés, aunque condescendiente, y ella se puso a la defensiva.

–No. La verdad es que no lo es. Me he entretenido con un asunto familiar y me disculpo por ello.

–Yo me he tomado la libertad de pedir champán.

Él hizo un gesto al camarero, quien abrió una botella de champán y sirvió dos copas antes de que ella pudiera objetar.

–Me parece que tiene muchos conceptos equivocados sobre las mujeres, señor Dragunov.

Él levantó su copa y la desafió con la mirada a que rechazara el brindis, pero hubo algo que se despertó dentro de ella, algo que recibió con agrado el desafío que representaba Liev Dragunov. Chocó su copa con la de él sin poder contener una sonrisa.

–Y sobre una en concreto.

Él dio un sorbo del líquido espumoso. Ella se sonrojó al darse cuenta de que él había captado que lo había observado con todo detenimiento. Notaba que la conversación estaba desviándose incluso antes de haber empezado. Él hablaba como si eso fuese una cita y ella tenía que cambiar el rumbo por muy animada que se sintiera.

–Es posible que pueda explicarme algo sobre su empresa y por qué insiste tanto en que la mía la represente, que haya conseguido estar aquí, en Ginebra, al hacer una donación a la causa benéfica de mi hermana.

Él arqueó las cejas con un gesto levemente burlón en las comisuras de los implacables labios.

–Vaya, tenemos algo que celebrar, por fin estamos hablando de trabajo.

Y eso era lo que iban a hacer. Él, sin que ella supiera cómo, había conseguido que pensara en otra cosa y eso era algo que no podía permitir. Tenía que estar concentrada. Tenía que centrarse en recuperar la pulsera de su abuelo y en el lanzamiento de un producto nuevo que iba a hacer Dario el mes siguiente. Los rusos guapos no tenían cabida en sus planes.

–Que hablemos de trabajo no significa que mi empresa vaya a representar a la suya, señor Dragunov.

Podía ser el atractivo en persona, pero ella no sabía todavía por qué no confiaba en él. Su intuición le decía que estaba ocultando algo sobre sí mismo o sobre su empresa.

–Creo que ha representado a ICE.

Sus ojos grises como el acero se oscurecieron y su expresión se tornó seria.

–Sí, así es.

No estaba dispuesta a contarle que seguía representando a esa empresa, que, en ese momento, estaba ideando el lanzamiento de su último producto y que Dario, su hermano, dirigía ICE.

–Además, ¿no considera que su empresa es competidora de ICE? –añadió ella.

–¿Sería un problema que lo fuese?

Él la miró con una expresión que ella solo podría describir como recelo.

–Sería un conflicto de intereses, señor Dragunov. Como sabrá, ya que ha investigado meticulosamente mi empresa, al representar a ICE también represento a mi hermano Dario.

 

 

Liev no se inmutó cuando oyó el nombre de Dario di Sione, el propietario de ICE y primer objetivo de su venganza mientras ascendía a lo más alto. Era un buen jugador y nunca mostraba sus cartas.

–Mi empresa fabrica hardware y software que complementarían a ICE. No seríamos una competencia directa.

Ella lo miró fijamente y a él le pareció captar que titubeaba un instante.

–Señor Dragunov –replicó ella con la voz firme y la barbilla alta–, represento a ICE, la empresa líder del mercado. No veo ningún motivo para poner en peligro ese contrato por representar a su empresa, sea competencia directa o no.

Él apretó los dientes por ese menosprecio de su empresa, y de él como empresario. Quizá no fuese la empresa líder del mercado, todavía, pero el empresario que él era en ese momento no estaba acostumbrado a que lo menospreciaran. No lo habría tolerado cuando empezó a reconstruir la empresa de su padre a partir de los residuos que había dejado la despiadada adquisición de ICE y no iba a tolerarlo en ese momento.

–¿Serviría de algo que fuese a su despacho y le enseñara algunas muestras de los productos? El miércoles que viene, por ejemplo.

–Lo siento, señor Dragunov, pero no serviría de nada y, además, el miércoles que viene tengo que asistir a una subasta.

Ella se levantó, tomó el bolso y dio por terminada la cena de trabajo antes de que hubiera empezado siquiera. Liev recordó el catálogo de la subasta que había visto en su despacho y le pulsera que estaba señalada. La reina de hielo sentía pasión por las joyas y confirmaba la primera impresión que había tenido de ella; era una niña rica y malcriada cortada por el mismo patrón que la mujer con la que creyó una vez que quería casarse.

–Muy bien, señorita Di Sione. Ha dejado muy claro lo que siente.

Su tono tenso no inmutó a esa fría mujer. Miró a Bianca, dejando a un lado el atisbo de interés que tenía por ella como mujer, y recordó el motivo para haberla buscado. Su plan para averiguar todo lo que quería saber sobre ICE podría haberse frustrado por el rechazo de ella a representar a su empresa, pero él no había acabado con ella ni mucho menos. Ella era la llave de la puerta para vengarse de una empresa que había destrozado a sus padres y le había arrebatado la infancia a él, le había arrebatado todo, su libertad entre otras cosas. Había más de una manera de conseguir lo que quería y ella acabada de ofrecerle una alternativa. Le arrebataría algo que ella anhelaba y ya sabía qué era.