Venido Del Cielo. Libro 2 - Elena Kryuchkova - E-Book

Venido Del Cielo. Libro 2 E-Book

Elena Kryuchkova

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Venido Del Cielo. Libro 2

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Venido del Cielo

Libro 2

Elena Kryuchkova, Olga Kryuchkova

Traducido por Dennys Rivera

"Venido del Cielo. Libro 2"

Escrito por Elena Kryuchkova, Olga Kryuchkova

Copyright © 2022 Elena Kryuchkova, Olga Kryuchkova

Editorial Tektime

www.tektime.it

Traducido por Dennys Rivera

Todos los derechos reservados

Imagen de cubierta creada por syaifulptak57 desde Pixabay

Índice

Venido del Cielo

"Venido del Cielo. Libro 2"

Personajes

Esta es una historia de ficción, y cualquier parecido con personas o eventos reales es casualidad.

Libro 2. Aquellos que vinieron del Cielo

Editorial Tektime

Заметки

[←2] Marte.

[←3] Uno de los nombres del Antiguo Egipto.

[←4] Hija de Ninurta (hermano de Nanna).

[←5] Territorio de la actual Siria.

[←6]

[←7] 1 metro es aproximadamente 2 codos.

[←8] Es un cuerpo celeste presente en la mitología, y supuestamente otro planeta.

[←9] Nergal era considerado el hijo de Enlil y Ninlil.

[←10] Ra es el dios del sol en la antigua mitología egipcia, la deidad suprema en la religión de los antiguos egipcios.

[←11]

[←12] Un vimana, según la mitología india, es un palacio aéreo. En varias leyendas antiguas, el territorio de la India se describe desde la altura del vuelo de un vimana.

[←13]

[←14] Algunas traducciones apuntan a que significa «señor de un buen lugar» o «creación de Enki».

[←15] El golfo Pérsico.

[←16] Zagros es una cadena montañosa de Irán situada a lo largo del golfo Pérsico.

[←17]

Personajes

Reino sumerio

Inanna — hija de Nanna y Ningal, hermana de Utu. Venerada como la diosa del amor, la fertilidad y la cosecha.

Utu — hijo de Nanna y Ningal, hermano mayor de Inanna. Venerado como el dios del sol.

Lahar — hija de Enki, hermana gemela de Ashnan y media hermana de Aruru. Venerada como la diosa del ganado.

Ashnan — hija de Enki, hermana gemela de Lahar y media hermana de Aruru. Venerada como la diosa del grano

Aruru — hija de Enki y media hermana de Ashnan y Lahar. Venerada como una de las encarnaciones de la diosa Ki (Ninhursag) y creadora de Enkidu.

Enlil — hijo de Anu, hijo de Enki, esposo de Ninlil.

Enki — padre de Aruru, Ashnan, Lahar, y abuelo de Inanna, Ereshkigal y Utu.

Ninhursag — Esposa y hermana de Enki.

Anu — tatarabuelo de Inanna, Ereshkigal y Utu, padre de Enki.

Ereshkigal — hermana menor de Inanna y Utu, con la responsabilidad de jueza divina.

Nergal — esposo de Ereshkigal.

Ninsun — madre de Gilgamesh.

Ninurta — nieto de Anu y padre de Ninsun.

Dumuzid — esposo de Inanna, hermano de Geshtinanna.

Ninshubur — sirviente de Enki, y después de Inanna (temporalmente).

Lugalbanda — rey de Uruk y padre de Gilgamesh.

Gilgamesh — hijo de Ninsun y Lugalbanda, rey de Uruk.

Enkidu — creación de Aruru, y amigo de Gilgamesh.

Shamhat — sacerdotisa de Inanna.

Humbaba — bestia de metal y guardián del Bosque de Cedros.

Siduri — científica anunnaki de la isla de Dilmún.

Urshanabi — «barquero» del Inframundo.

Utnapishtim — el hombre que sobrevivió a una devastadora inundación y recibió vida eterna.

Esta es una historia de ficción, y cualquier parecido con personas o eventos reales es casualidad.

Los nombres de personas reales que vivieron en el pasado están marcados en el pie de página, aunque la descripción de sus vidas en esta historia es ficticia.

Libro 2. Aquellos que vinieron del Cielo

Capítulo 1

Mesopotamia, entre 3000 y 2800 a.C.

Lo que a los ojos y el entendimiento de los mortales sería captado como un disco de oro, un carruaje celestial propio de las deidades, o incluso un templo en el cielo, para Inanna era tan solo una nave, un lugar donde lo último que tenía para entretenerse era mirar a través de una las ventanas la silueta del Planeta Azul, acercándose poco a poco, adornado por el cautivador paisaje de los astros.

Inanna provenía del clan de los anunnaki, los seres a quienes los humanos de la Tierra consideraban «venidos del Cielo» y adoraban como deidades. El mundo de origen de este clan se ubica en uno de los planetas del Cinturón de Orión, el cual ha estado plagado por la sobrepoblación y la falta de recursos por mucho tiempo, especialmente la falta de oro y otros metales que los anunnaki usan para desarrollar su tecnología. Este clan estaba fuertemente involucrado en el desarrollo científico y el progreso tecnológico. El distante planeta era gobernado por otro clan: los Nun-Galene1.

Por todo lo anterior, hace decenas de miles de años, el clan celestial tomó una decisión: explorar nuevos horizontes, lo que significaba ir a otros planetas; buscar otros lugares aptos para albergar vida y con ricos depósitos de recursos valiosos.

Numerosas naves de los anunnaki emprendieron con dicha misión. Dentro de poco descubrieron diversos planetas habitables que cumplían con sus criterios, con climas y ambientes que se asemejaban a los de su propio planeta. Uno a los que llegaron fue el «Planeta Azul», también conocido como «Tierra»; poseía ricos depósitos de metales que los anunnaki consideraban necesarios para el desarrollo de su civilización, además de oro.

Sabían que hubo un tiempo, hace millones de años, en que este planeta había sido habitado por otra especie, una de reptiles de colosales dimensiones, ahora conocidos como dinosaurios; sin embargo, la historia no recuerda el nombre de la raza cósmica que se encargó de eliminar a tal especie de la faz de la Tierra. Después de un largo tiempo, era adecuado para ser colonizado. Desde entonces, diversas misiones espaciales se han llevado a cabo en el Planeta Azul, el cual no es solamente utilizado por sus recursos, sino también para realizar varios experimentos genéticos, en particular, experimentos para crear seres inteligentes. La Tierra se convirtió en un campo de pruebas para muchas razas provenientes de las lejanías del cosmos.

El tiempo es implacable en su avance, forzando que las misiones terminaran y el planeta cayera en el olvido; hasta que los anunnaki, haciendo uso de conocimiento antiguo, redescubrieron la Tierra, junto con un cuerpo vecino, el «Planeta Rojo»2, que igualmente poseía abundantes recursos.

Recapitulando la historia, hace aproximadamente cien mil años, el clan celestial de los anunnaki comenzó a aprovechar los recursos del Planeta Azul. La colonización de la Tierra prosiguió en intervalos de dos mil a tres mil años, dependiendo de las necesidades y la situación política de su propio planeta. Los depósitos de minerales en la capa superior fueron fácilmente explotados por los colonizadores, pero acceder a los que yacían en capas más profundas requeriría de tecnología más sofisticada y costosa. Como si no fuera poco, el Planeta Azul estaba a demasiados años luz de la Metrópolis (ubicada en su planeta de origen); el viaje simplemente tardaba muchos años. Por lo tanto, los anunnaki prefirieron establecer otra colonia en el Planeta Rojo; sin embargo, un desastre ocurrió ahí: uno de sus satélites colisionó con un meteorito grande y comenzó a desviarse de su órbita, por lo que los anunnaki tuvieron que abandonar su asentamiento temporal, con rumbo al Planeta Azul. Y fue así cómo comenzó la colonia terrestre. Mientras tanto, el satélite cayó a la superficie del Planeta Rojo, destruyendo todo rastro de vida y volviéndolo prácticamente inhabitable.

Debido a que se pretendía gastar la menor cantidad de dinero posible para tecnologías costosas, los gobernantes del clan celestial les asignaron la misión a sus mejores científicos de crear nuevas criaturas, seres semejantes a ellos en imagen, pero que conocieran su fin luego de algunas decenas de años. El propósito de estas criaturas sería trabajar en minas; para cumplir ese fin, sus cuerpos debían tener físicos fuertes, estar dotados de una excelente obediencia y una inteligencia muy básica. Con esa meta en mente, los científicos anunnaki usaron criaturas autóctonas de la Tierra, creadas por colonizadoras de otra raza que había llegado tiempo atrás antes que ellos.

Después de una serie de contratiempos, el grupo de científicos consiguió frutos. El resultado de sus esfuerzos fueron seres a quienes los anunnaki llamaron «humanos», aunque también se referían a sus creaciones como «mortales», esto a raíz de, como se mencionó, su corta vida comparada a las de los anunnaki. Estas personas se veían como los anunnaki, excepto que eran bajos de estatura y físicamente más débiles; no tardaron en multiplicarse y esparcirse por el planeta.

Con el pasar del tiempo, las personas del clan celestial decidieron que los seres mortales podrían producir todo lo que necesitaban para su propia pervivencia en la Tierra, lo que significaba que no habría que traer comida desde su planeta de origen. Por ello, los anunnaki enseñaron a los mortales no solo a minar en busca de minerales, sino también a sembrar, cultivar y cosechar grano, a criar ganado, elaborar tejidos, construir viviendas e incluso trasportes primitivos. También les enseñaron algunas reglas básicas y compartieron las bases de su tecnología más simple y conocimiento astronómico. Los mortales cumplían satisfactoriamente con las tareas que les eran asignadas y adoraban al clan celestial como si fueran deidades.

Hace casi mil quinientos años sobrevino la división de los colonizadores anunnaki, lo que dio lugar a la formación de cuatro clanes independientes. El primer clan permaneció en Mesopotamia, mientras que el segundo se trasladó al territorio de Ta-kemet3. El tercer clan se estableció a las orillas de los ríos Indo y Ganges, combinando los territorios de Meluhha con las grandes ciudades de Mohenjo-Daro y Harappa. El cuarto clan optó por subir a sus naves y embarcarse en la exploración de nuevos territorios ubicados al otro lado del planeta.

Había ocasiones en que hombres y mujeres de físico atractivo nacían entre los humanos. Los anunnaki establecían relaciones amorosas con estos humanos, y aunque estas relaciones estaban formalmente prohibidas dentro de las leyes del clan celestial, los colonizadores establecidos en la Tierra no prestaban interés en cumplirlas. El fruto de dichas uniones eran hijos dotados de habilidades y características extraordinarias, como belleza, inteligencia y fuerza sobresaliente, además de distintos talentos. Su descendencia era categorizada como «divina», por lo que disfrutaban de gran prestigio y del respeto del resto de mortales, llegando a ser llamados «semidioses».

Los anunnaki exigieron que los mortales enviaran una parte de la población a trabajar en las minas, y otra parte a servir a los miembros del clan celestial en sus moradas, que los mortales llamaban «templos». Aquellos que tenían el honor de servir a las deidades comenzaron a ser llamados sacerdotes y sacerdotisas por parte del resto de los humanos, y formaban parte de un estrato diferente y superior.

Cada cierto tiempo, la Metrópolis enviaba emisarios a la Tierra, quienes pertenecían a una clase superior. Se les encomendó el deber de supervisar las operaciones de minería llevadas a cabo en la Tierra, así como de observar a los mismos anunnaki, respecto a su carácter moral, por así decirlo. No obstante, esto último sería lo más difícil.

Inanna nunca había estado en el Planeta Azul, y la noticia de que debía ir allí no le fue nada reconfortante. No deseaba cambiar los beneficios de su civilización nativa por la convivencia en aquel planeta con sus contrapartes que, en su opinión, eran unos salvajes. Lo único que la tranquilizaba era el hecho de que a partir de ese momento realizaría este viaje en un estatus superior.

Dentro del carruaje celestial la acompañaban su esposo, Dumuzid (sus hijos permanecieron en la Metrópolis) y sus tres tías: Aruru y las gemelas Lahar y Ashnan; todas ellas eran hijas bastardas del abuelo de Inanna, Enki.

A pesar de su considerable edad, al igual que el resto de los miembros del clan celestial, Enki tenía buen aspecto y conservaba una apariencia joven. Su esposa legítima era la hermosa Ninhursag (quien también era su hermana), reconocida por ser una talentosa científica y sanadora. Si bien tuvieron varios hijos, Enki no se caracterizaba por su fidelidad hacia su esposa, y tuvo muchos hijos ilegítimos, tanto de mujeres nobles como de plebeyas. Incluso Aruru y las gemelas tenían madres anunnaki diferentes. Sin embargo, cabe destacar que Enki trató, siempre que fue posible, de ayudar a todos sus hijos, haciendo uso de amplios contactos.

Aruru, Lahar y Ashnan se dedicaban a la labor científica, logrando un éxito significativo en este campo. A diferencia de su sobrina Inanna, ellas estaban emocionadas por llegar al Planeta Azul, ansiosas de ponerse a trabajar con entusiasmo lo antes posible.

… Inanna suspiró con pesadez, soplando y jugando con un mechón de cabello que bajaba por en encima de su frente. Dado que la tonalidad roja de su cabello es una rareza dentro del clan celestial, la apariencia inusual de Inanna se consideraba enormemente bella. En el pasado, muchos hombres anunnaki soñaban con casarse con ella. Inanna tenía sentimientos por uno de ellos: Enkimdu. Desafortunadamente, la familia de Inanna no consentiría tal relación. En cambio, sus padres, Nanna y Ningal, insistieron en que se casara con Dumuzid, cuyo linaje era más de conveniencia.

Si bien las leyes del clan celestial establecían que Inanna podía negarse al matrimonio si así lo deseaba, esto era practicado mayormente por plebeyos, puesto que existía una ley más implícita que era del conocimiento principalmente de los pertenecientes a la nobleza. Es normal que las familias nobles del clan celestial concierten matrimonios en base del estatus de la familia con el fin de obtener beneficios de dicha unión. Por esta razón, no es de sorprender que dentro de las familias nobles del clan existan matrimonios arreglados entre primos o incluso hermanos. Además, se creía que de esta manera se preservaba la pureza de la sangre y el estatus dentro del clan.

Cuando Nanna y Ningal presentaron a Dumuzid, Inanna estuvo incierta, aunque no ignoraba sus buenas cualidades, pues muchas de ellas eran de su agrado; el candidato para ser su marido era guapo, sereno y de buenos modales. Tras haber meditado cuidadosamente todos los puntos a favor y en contra, Inanna aceptó unirse en matrimonio con su pretendiente.

Dumuzid era realmente un buen esposo, no discutía con su esposa, y ambos concordaban en la mayoría de cosas. Hasta ahora, Inanna ni siquiera se había enterado de que la engañaba, a pesar de que la libertad de las relaciones estaba ampliamente practicada entre la nobleza, donde la mayoría de los matrimonios eran concertados por conveniencia.

Vivieron juntos durante mucho tiempo; sin embargo, a veces a Inanna le parecía que su marido le mantenía algo en secreto, algo oscuro que escondía detrás de su naturaleza dócil hacia su esposa que mostraba a todos en la Metrópolis.

… El planeta azul se acercaba poco a poco, cada vez más grande a la vista, mientras que la distancia entre el cuerpo celeste y la nave disminuía. Inanna escuchó pasos detrás de ella, y se volvió para ver a Aruru. La apariencia de Aruru era bastante atractiva, con su cabello dorado que contrastaba con sus grandes y brillantes ojos verdes; a pesar de ellos, Aruru prefería vestir ropa modesta en tonos poco llamativos.

—Aterrizaremos dentro de poco, Inanna —dijo con entusiasmo—. ¡No puedo esperar para llegar a nuestra colonia!

Aruru era optimista por naturaleza. El largo tiempo transcurrido a borde la nave espacial, en un ambiente tan reducido y con las mismas personas, no parecía tener ningún efecto en ella. Por su parte, Inanna se sentía bastante cansada; ya no soportaba mirar las mismas caras, estaba harta de la monotonía de la comida, y Dumuzid había sido insoportable últimamente.

La belleza pelirroja pensaba cada vez más que los próximos cien años, o incluso podrían ser doscientos, tendría que pasarlos en la Tierra, desprovista de los beneficios y comodidades a las que estaba acostumbrada. Inanna se preguntó cuál era el entusiasmo de sus tías; parecía que el tiempo en la nave solo había servido para aumentar su entusiasmo en su próxima investigación, pues siempre las encontraba hablando sin cesar. A veces a Inanna le parecía que sus tías simplemente estaban obsesionadas con la ciencia.

—Sí, ya falta poco… —confirmó Inanna.

Dirigió su mirada hacia Lahar y Ashnan, que habían aparecido en la habitación. Eran tan similares como dos gotas de agua, con el cabello amarillo como el trigo y ojos grises. A la mayor, Ashnan, le encantaba adornar su cabello con horquillas de flores frescas y espigas; mientras que la menor, Lahar, prefería arreglar el suyo con dos trenzas y pasarlas por encima de sus orejas, lo que le recordaba un poco a los cuernos de las ovejas.

Aunque Inanna nunca había estado en el Planeta Azul, había oído hablar mucho de él gracias a sus padres, al abuelo Enki y a su hermano mayor Utu, lo que, en conjunto, le ayudó a formarse una idea de que los habitantes de aquel planeta eran como criaturas primitivas. Supuso que venerarían a sus tías con base en sus ocupaciones: a Ashnan como la diosa del grano por su dedicación al estudio y mezcla de plantas, y a Lahar como diosa del ganado, porque criaba con entusiasmo nuevas especies de animales. Por último, pensó que ella misma sería más bien venerada como la diosa del amanecer, el alba, o algo relacionado con el sol por la tonalidad de su cabello rojo. Inanna aún no sabía lo acertadas que resultarían sus conjeturas, o que las mujeres de Mesopotamia se teñirían el cabello con alheña para obtener un tono rojizo.

Las mujeres anunnaki hablaban con entusiasmo sobre la ciencia, empleando varias palabras difíciles de pronunciar. Inanna se sentía terriblemente molesta, sobre todo cuando estalló la incontenible energía de las gemelas.