Vida más allá de la vida - Xavier Melo - E-Book

Vida más allá de la vida E-Book

Xavier Melo

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Beschreibung

¿Qué sucede cuando el corazón se detiene y la vida parece desvanecerse? Este extraordinario libro explora los relatos de personas que han estado al borde de la muerte y han regresado con una perspectiva transformadora sobre la existencia. A través de conmovedores testimonios, el doctor Xavier Melo y la doctora Luján Comas revelan historias de esperanza y resiliencia que desafían nuestra comprensión de la conciencia. Vida más allá de la vida entrelaza relatos personales con el respaldo de investigaciones científi cas, ofreciendo al lector un viaje que combina lo espiritual y lo racional. Desde experiencias cercanas a la muerte (ECM) vividas por pacientes hasta la refl exión de médicos que las han presenciado, este libro invita a cuestionar nuestras creencias sobre la muerte y a descubrir la profunda conexión entre todos los seres humanos. Una obra que no solo conmoverá tu corazón como un abrazo de luz, sino que también transformará tu visión sobre el propósito de la vida.

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Seitenzahl: 523

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Xavier Melo y Luján Comas

VIDA MÁS ALLÁ DE LA VIDA

Transformaciones espirituales a través de las experiencias cercanas a la muerte

Arantza Alcíbar

Eben Alexander

Gretel Botella

Juanma Carretero

Emilio Carrillo

Luján Comas

Montserrat Fonts

Ana Cecilia González

Bruce Greyson

Estíbaliz Hernández

Ingrid Honkala

Yvonne Kason

Carmina Martínez Maricó

Xavier Melo

Raymond Moody

Jeffrey Olsen

Eduardo Pereira

Santiago Rojas

Manuel Sans

María Sinfín (seudónimo)

Pim Van Lommel

© 2024, Xavier Melo y Luján Comas

© de la edición en castellano:

2025 Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Primera edición en papel: Mayo 2025

Primera edición en digital: Mayo 2025

ISBN papel: 978-84-1121-355-4

ISBN epub: 978-84-1121-385-1

ISBN kindle: 978-84-1121-386-8

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta: Muratart

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Agradecimientos

Prólogo a la edición española,

José Miguel Gaona

Introducción

PARTE 1. LAS EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE Y SUS IMPLICACIONES EN LA VIDA DE LOS PACIENTES

Introducción

1. Testimonio del corazón imperfecto

2. Testimonio profético

3. Testimonio verificado

4. Testimonio de perfección

5. Testimonio crístico

6. Testimonio misericordioso

7. Testimonio infantil

8. Testimonio compasivo

9. Testimonio matemático

10. Testimonio aprendido

11. Testimonio piadoso

12. Testimonio empático

13. Testimonio buscador

14. Testimonio revitalizador

15. Testimonio milagroso

16. Testimonio del abrazo de Dios

Conclusiones

PARTE 2. LAS EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE Y SUS IMPLICACIONES EN LA VIDA DE LOS MÉDICOS

Introducción

17. Testimonio esperanzador

18. Testimonio científico

19. Testimonio de la nueva humanidad

20. Testimonio de la supraconciencia

21. Testimonio metafísico

Conclusiones

Epílogo,

Luján Comas y Xavier Melo

Bibliografía

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Sumario

Agradecimientos

Comenzar a leer

Bibliografía

Notas

Agradecimientos

En primer lugar, mi agradecimiento es para la doctora Luján Comas. Se merece una mención especial como médica de referencia internacional en el ámbito de la conciencia, valiente ya desde el inicio de su vida, y también desde la profundidad insondable de su bondad y de su corazón. La doctora Luján Comas se unió al proyecto y a una red de almas en la Fundación Icloby y se convirtió, además, en mi esposa y mi amor del alma. Sin ella no hubiera conseguido en toda mi vida lo que he conseguido hasta ahora. En la esfera familiar, agradezco el respaldo de los hijos, especialmente en los momentos difíciles de la Fundación. Luján y yo confiamos en que vivirán para contribuir al desarrollo de una nueva humanidad.

En segundo lugar, quiero agradecer al Consejo Asesor Científico, integrado por los doctores Pim Van Lommel, Raymond Moody, Bruce Greyson, Eben Alexander y David Lorimer, su implicación en las investigaciones y el apoyo al Proyecto Luz, la investigación más grande de la conciencia durante la parada cardíaca en hospitales de países de habla hispana; y también el apoyo a la Fundación Icloby, siempre esforzándose y animosos para abrir su corazón. Nuestro profundo agradecimiento, también, a los médicos valientes que investigan con nosotros en los hospitales.

Mención especial como paciente de experiencias cercanas a la muerte y como patrocinador del Proyecto Luz al doctor José Miguel Gaona, gran iniciador en España del primer proyecto de experiencias cercanas a la muerte, el Proyecto Túnel, que aceptó desde el primer momento escribir el prólogo. Gracias a los miembros del Proyecto Túnel que han participado con nosotros en este libro. También a todo el equipo de científicos y colaboradores del Proyecto Luz. Queremos destacar, además, a todos nuestros increíbles voluntarios que llegan de los países hispanohablantes, sin ellos la realidad de la Fundación Icloby no sería posible. En especial, quiero dar las gracias en estas líneas a José Antonio Vélez de Mendizábal, Mendi, por su trayectoria desde los inicios de Icloby Academy y su amable adhesión al proyecto, así como por su inagotable seriedad y rigor en la corrección de textos.

Gracias abundantes a todos los testimonios que aquí aparecen, desde las personas corrientes, anónimas, a los científicos y los médicos; todos ellos aportan sus luchas y sus dificultades, así como una increíble sabiduría y trascendencia en todos los cambios de su vida que nos comparten, emocionándonos y entusiasmándonos día a día. Muchos de estos casos son conmovedores, enternecedores y muy emotivos. Difícil es el día que no nos salte una lágrima de emoción al encontrar a personas maravillosas en nuestro camino. Ellas nos ayudan y dan fuerza para superar las contrariedades y continuar la investigación dándonos su apoyo totalmente altruista, convirtiéndose en un referente internacional sobre las experiencias cercanas a la muerte con parada cardíaca en centros hospitalarios de países de habla hispana.

También tengo que dar las gracias a todas las personas que, de un modo u otro, llegan cada día a la Fundación Icloby. A nuestros voluntarios, a nuestros alumnos, a los investigadores y al personal sanitario de los hospitales que están en el Proyecto Luz, a las personas que nos siguen y nos dan su apoyo día a día. Esto nos hace fuertes para que dejemos, el día de mañana, un verdadero «lobby de la conciencia» –ese es el significado de Icloby– para tejer una nueva humanidad.

Queremos mostrar nuestro agradecimiento a nuestros maestros, tanto a los que nos animan valientemente en los momentos más difíciles para no dejar la Fundación como a los que nos han hecho más fuertes, dificultando y obstaculizando el objetivo en su también camino de vida.

Por último, emocionante gratitud a los donantes, que confían totalmente en nosotros. Sus aportaciones hacen posible el crecimiento de la Fundación Icloby, del Proyecto Luz y de las futuras investigaciones.

Prólogo a la edición española

José Miguel Gaona

¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

Albert Einstein

Mónica se encontraba tendida sobre la camilla en el quirófano. El anestesista intentaba reanimarla, pero su presión arterial caía como el plomo de un pescador en la quietud de una laguna. Tanto el cirujano principal como el ayudante y algunos auxiliares se mostraban petrificados esperando alguna palabra, alguna señal del anestesista o de la paciente que permitiese a todos respirar aliviados. Un apurado gesto entre el anestesista y el cirujano hizo que un auxiliar se acercase al interfono para activar el código de parada cardíaca. Momentos después entró el responsable de anestesiología del hospital con el carro de parada, el desfibrilador y las medicaciones correspondientes. No le había dado tiempo a quitarse la chaqueta de cuero y dejar el casco de la moto en su taquilla, ni a lavarse las manos siquiera. Acababa de llegar a la planta y había escuchado la alerta de parada, tanto Mónica como él no se conocían ni habían coincidido nunca en el hospital.

Algunos minutos después, todo había quedado en un mal sueño: la paciente había superado la parada y era trasladada a la unidad de cuidados intensivos.

Pocos días más tarde, el responsable de anestesiología fue a visitarla a la habitación de planta para ver su evolución y saludarla y ya, desde un primer momento, notó una expresión cómplice en la mirada de la mujer, cosa que le causó una ligera extrañeza:

–¡Buenos días, doctor!

–Buenos días. ¿Qué tal se encuentra?

–Muy bien –dijo Mónica.

Después de un breve intercambio de palabras de cortesía, la paciente se atrevió a decir:

–Le tengo que contar algo importante.

–Dígame, por favor.

–Ya sé que le va a resultar difícil entenderlo, pero el otro día, durante mi parada cardíaca, pude ver todo lo que sucedía a mi alrededor, incluso fuera del hospital.

La expresión de sorpresa inundó la cara del médico, pero, picado por la curiosidad y cierta dosis de escepticismo, acertó a preguntar:

–¿Y qué pudo ver?

–Le vi llegar en su moto. Es de color azul, ¿verdad?, al igual que su casco. La aparcó en la rampa de entrada del hospital, donde está prohibido hacerlo, y se le cayó uno de sus guantes, de manera que a los pocos metros tuvo que volver a recogerlo.

El médico mudó su expresión de incredulidad a sorpresa. No podía dar con ninguna explicación en su mente científica y cuadriculada. Esto no se lo habían enseñado en ninguna asignatura de la facultad de medicina. Mónica también le describió, con todo lujo de detalles, su entrada en el quirófano. Era algo increíble, ya que ella en ese momento se encontraba en un estado prácticamente de muerte o muy cercano a la muerte, en el que los sentidos han desaparecido, así como la conciencia, pero ahí estaba ese potente y, aparentemente, inexplicable testimonio.

Las experiencias cercanas a la muerte (ECM) han constituido un tema fascinante para la ciencia y para la espiritualidad. Durante décadas, estas experiencias han sido reportadas por personas que se encontraban al borde de la muerte o que fueron reanimadas después de sucesos críticos, como paros cardíacos, accidentes graves o intervenciones quirúrgicas de alto riesgo. Las ECM incluyen una variedad de sensaciones y de fenómenos que las personas describen como visiones de túneles luminosos, encuentros con seres de luz y ancestros, una sensación de paz profunda, separación del cuerpo físico, revisión panorámica de la vida y la sensación de estar en otro plano de existencia, entre otras muchas sensaciones.

Aunque las ECM fueron vistas tradicionalmente como experiencias subjetivas y difíciles de estudiar desde un punto de vista científico, en las últimas décadas los avances en la medicina y la neurociencia han permitido que este campo gane un mayor rigor y credibilidad científica. Las investigaciones recientes han intentado desentrañar las bases biológicas y neurológicas de estas experiencias y explorar el impacto de las ECM en la vida de quienes las han experimentado; sin embargo, dichas investigaciones no han sido capaces de dilucidar aquellas cuestiones que escapan a la lógica de la realidad cotidiana.

Desde que el médico estadounidense Raymond Moody popularizó el concepto de las ECM en su libro Vida después de la vida en 1975, el interés científico y popular por el tema ha crecido de manera exponencial. Moody recopiló numerosos casos de personas que estaban clínicamente muertas o muy cerca de la muerte, pero que revivieron y fueron capaces de narrar experiencias extraordinarias sucedidas durante ese lapso de tiempo.

Antes de Moody, las ECM a menudo se interpretaban desde una perspectiva exclusivamente religiosa o espiritual. Estas experiencias se consideraban una prueba de la existencia de una vida después de la muerte, o bien una experiencia que validaba las creencias religiosas de las personas que las protagonizaban. No obstante, el enfoque de Moody y otros investigadores posteriores comenzó a darle un giro más científico a la discusión, separando la experiencia subjetiva del ámbito religioso y tratando de entenderla como un fenómeno psicológico o neurológico sin olvidar, también es cierto, el componente espiritual. Más aún, mi perspectiva personal y profesional es que la ciencia no debe darle la espalda a ningún tipo de realidad humana; lo contrario, ignorarlo, es claramente anticientífico.

Al principio, las explicaciones científicas sobre las ECM se centraron en teorías psicológicas. Se propuso que estas experiencias podían ser producto de una disociación mental ante la inminencia de la muerte, un mecanismo de defensa del cerebro frente a un trauma grave o incluso alucinaciones inducidas por la privación de oxígeno.

Con el avance de las técnicas de neuroimagen y la comprensión del cerebro humano, los científicos han comenzado a examinar las ECM desde una perspectiva neurobiológica y han pasado a considerar que dichas experiencias podrían estar relacionadas con la actividad cerebral anómala en momentos de crisis.

En esta dirección, uno de los estudios clave que han arrojado luz sobre el tema lo llevó a cabo Jimo Borjigin, neurocientífica de la Universidad de Michigan, y que fue publicado, en 2013, en Proceedings of the National Academy of Sciences. El equipo de Borjigin observó actividad cerebral aumentada en ratas justo después de un paro cardíaco inducido. Este hallazgo sugiere que el cerebro sigue mostrando un alto grado de actividad durante algunos segundos después de que el corazón deja de bombear, lo que podría explicar algunas de las sensaciones intensas y de las visiones que experimentan las personas que explican sus ECM. Ahora bien, ¿hasta el punto de explicar lo que sucede en derredor nuestro y, en algunos casos, lo que sucede en el aparcamiento del hospital, como en el caso antes descrito? ¡Rotundamente no!

Otro campo de investigación ha examinado el papel de los neurotransmisores y las sustancias químicas del cerebro en las ECM. Se ha propuesto que una inundación de serotonina o de otras moléculas relacionadas podría provocar alucinaciones o estados de conciencia alterados, explicando algunos de los aspectos más comunes de las ECM.

En mi actividad profesional usamos la ketamina, un anestésico común, para tratar a personas que presentan depresiones resistentes a los tratamientos habituales; sin embargo, esta droga tiene efectos fuertemente disociativos y, de manera extraordinaria, algunos pacientes viven experiencias muy similares a las ECM.

Uno de los estudios más influyentes en esta área fue llevado a cabo por el neurocientífico Karl Jansen, quien sugirió que la ketamina, que actúa bloqueando los receptores N-metil-D-aspartato (NMDA) en el cerebro, puede producir sensaciones de desprendimiento del cuerpo, túneles de luz y una percepción alterada del tiempo, lo que guarda un notable parecido con los informes de ECM. Jansen y otros científicos han propuesto que, en situaciones de crisis, el cerebro podría liberar grandes cantidades de neurotransmisores como un mecanismo de defensa, induciendo un estado similar a una ECM; sin embargo, tampoco ha sido validada esta teoría.

En otro orden de cosas, uno de los estudios más importantes en el campo de las ECM fue el AWARE Study (AWAreness during REsuscitation), dirigido por Sam Parnia, un experto en cuidados críticos y resucitación cardiopulmonar. Este estudio, publicado en 2014 en la revista Resuscitation, investigó si las personas que habían sufrido un paro cardíaco eran conscientes durante la reanimación, y si sus ECM podían verificarse de alguna manera objetiva.

El estudio AWARE incluyó a más de dos mil personas de hospitales de Europa y Estados Unidos. Parnia y su equipo se centraron en intentar determinar si las personas que describían experiencias extracorpóreas (como la sensación de ver su propio cuerpo desde arriba) podían reportar con precisión detalles del entorno clínico que no habrían podido observar desde su posición física. En uno de los casos más llamativos, un paciente dijo haber sido consciente de ciertos sucesos durante tres minutos de paro cardíaco, a pesar de haber sido considerado clínicamente muerto durante ese tiempo. Aunque la mayoría de los pacientes no dieron detalles verificables, el estudio abrió la puerta a futuras investigaciones sobre la conciencia y la percepción en situaciones de reanimación. Un solo caso podría ser la llave para comenzar a entender qué sucede en esta delgada línea vital.

Este mismo médico, Parnia, al que tengo el gusto de conocer personalmente, ha sugerido que las ECM podrían estar relacionadas con un fenómeno conocido como «conciencia residual». Este concepto se refiere a la posibilidad de que el cerebro mantenga un nivel de actividad consciente incluso cuando las señales fisiológicas habituales, como los latidos del corazón y la respiración, se han detenido. Otro estudio realizado por este mismo equipo en 2023 sugiere que los pacientes en paro cardíaco pueden experimentar una actividad cerebral que se corresponde con una conciencia «lúcida». Durante la investigación, los científicos encontraron patrones de ondas cerebrales que coinciden con la actividad observada en estados conscientes como la meditación profunda. Este hallazgo sugiere que el cerebro podría entrar en un estado de alta actividad en momentos de estrés extremo, permitiendo que algunas personas experimenten una sensación de paz o desprendimiento de su cuerpo.

Ya sea de una manera u otra, lo cierto es que este tipo de experiencias se describen como transformadoras: hacen que quienes las experimentan cambien radicalmente sus creencias y actitudes hacia la vida y la muerte, y apoyen el concepto de «dualismo», afirmando que la mente o el alma son distintas del cuerpo y podrían sobrevivir después de la muerte. Si bien la ciencia no puede confirmar ni refutar esta idea, las ECM siguen siendo utilizadas como evidencia por algunos que creen en la inmortalidad del alma.

Hace pocos años me reuní con David Chalmers en su despacho de la Universidad de Nueva York, al sur de Manhattan. Chalmers es uno de los filósofos contemporáneos más influyentes en el campo de la filosofía de la mente, conocido por su enfoque en los problemas más profundos y difíciles que rodean a la conciencia. Su opinión sobre la conciencia ha sido fundamental para el debate sobre lo que él denomina el «problema difícil» y el «problema fácil» de la conciencia en su obra La mente consciente: en busca de una teoría fundamental (1996).

El problema fácil se refiere a cuestiones sobre cómo el cerebro procesa la información, reacciona a los estímulos y produce comportamientos. Este tipo de preguntas pueden, según Chalmers, ser abordadas por las neurociencias y la psicología cognitiva. Por ejemplo, cómo el cerebro interpreta las señales visuales o cómo se toman decisiones a nivel neuronal. Aunque estas tareas son complejas, Chalmers las llama «fáciles» porque pueden resolverse mediante modelos físicos y computacionales del cerebro.

Por el contrario, el «problema difícil» se refiere a la cuestión de por qué y cómo los procesos cerebrales están asociados con experiencias subjetivas, es decir, con la cualidad de «ser» consciente, lo que los filósofos llaman qualia. Chalmers se pregunta por qué ciertos procesos físicos dan lugar a una experiencia consciente interna, como la sensación de ver un color o sentir dolor. Según él, este problema no se puede resolver únicamente con una explicación física de las funciones cerebrales, ya que la experiencia subjetiva parece ir más allá de la descripción física.

Chalmers defiende una forma de dualismo, conocida como «dualismo de propiedades». En lugar de sugerir que la mente y el cuerpo son entidades del todo separadas, como en el dualismo cartesiano, propone que los estados mentales tienen propiedades tanto físicas como no físicas. Argumenta que la conciencia no puede ser reducida por completo a los estados físicos del cerebro. Los procesos físicos, como las conexiones sinápticas y las neuronas, pueden explicar gran parte del funcionamiento del cerebro, pero no explican por qué esos procesos se acompañan de una experiencia subjetiva.

En otras palabras, Chalmers considera que la conciencia es un fenómeno fundamental del universo, similar a conceptos como el espacio y el tiempo. Esto significa que, aunque el cerebro está involucrado en la generación de experiencias conscientes, la conciencia en sí misma puede no ser reducible a una simple explicación física, sino que nuestro cerebro procesaría esta información de manera altamente compleja e integrada, generando una experiencia rica y unificada.

Este tipo de teorías le han llevado a ser un defensor de ideas cercanas al panpsiquismo, la teoría que sugiere que la conciencia podría estar presente, en diferentes grados, en todos los sistemas que procesan información y constituir una propiedad fundamental de la realidad que fuese más allá de nuestro cerebro.

¿Son esas ECM chispazos previos a la eternidad? ¿Podemos equiparar conciencia con alma? ¿Es su complejidad de tal calibre que, a nuestro propio cerebro, le es difícil de entender? ¿Es la ciencia, en su estado actual de desarrollo, demasiado primitiva para juzgar este tipo de cuestiones? ¿Podrían las ECM ser justamente la llave para comprender la grandeza de nuestra conciencia? ¿Están nuestras conciencias interconectadas en una infinita red?

Quizá podríamos escribir un libro repleto de preguntas y pocas respuestas. En este que tienes en tus manos, los autores intentan acercarse a esas respuestas que, en ocasiones, pueden ser incómodas para la ciencia más ortodoxa, pero que no por ello dejan de ser ciencia, quizá, incluso, más avanzada de lo que parece, requiriendo una revisión más profunda de nuestros conceptos fundamentales sobre la naturaleza de lo que nos rodea y de la relación de nuestra conciencia como una propiedad fundamental del universo; es decir, inmortal.

Animo a todos los lectores a seguir esta lectura y la iniciativa de la doctora Luján Comas y el doctor Xavier Melo para dar a conocer desde un punto de vista riguroso las ECM y sus implicaciones en la vida de los pacientes. Quiero felicitar también a la Fundación Icloby por la gran investigación prospectiva que se está desarrollando en hospitales de países de habla hispana sobre la conciencia durante la parada cardíaca, y que está avalada por un consejo asesor de reputados científicos.

José Miguel Gaona,

psiquiatra forense

Introducción

Me gustaría, querido lector, preguntarte ¿y si la muerte no fuera lo que crees que es?, ¿y si la vida no termina con la muerte?, ¿y si la conciencia fuera eterna? Entonces, piensa y responde sinceramente, ¿crees que vivirías como hasta ahora?

Este libro no pretende convencer, formar ni instruir a nadie, solo sugerirte a ti, lector, que desarrolles tus propias reflexiones y percibas el sentir y los valores que nos trascienden: no solo la fenomenología de las experiencias cercanas a la muerte o ECM, sino, especialmente, la huella perpetua inexplicable en las personas que las hemos vivido y también el impacto que ocasionan en un momento determinado de nuestra vida y en nuestro entorno.

Queremos compartir estas experiencias vividas con pacientes y con médicos, acompañados juntamente de la mayor investigación en lengua hispana: el Proyecto Luz.

Este proyecto investiga la conciencia durante el paro cardíaco registrado en hospitales junto con la Fundación Icloby. Todo ello nos hace pensar que este libro no será uno más. Está escrito desde la emoción compartida de las experiencias de personas que llegan a la Fundación, pero también desde la ciencia, y no lo motiva el beneficio económico, ya que todos los recursos se destinarán a obras benéficas y a la investigación en la Fundación Icloby.

Mi consejo es que no transites rápidamente por sus páginas; lee con detenimiento, incorporando despacio cada experiencia como si fuera tuya, sin prisas, piensa que los ríos profundos fluyen despacio. Cada capítulo y cada apartado tiene una cita y una reflexión, una experiencia y un aprendizaje. Reflexiona sobre cómo te afectaría a ti si se tratara de una experiencia propia o qué cambios se producirían en tu vida si uno solo de estos casos fuera inexplicable o te conmoviera internamente. Espero que la lectura de este libro te resulte profunda y reveladora para tu vida.

Consta de dos partes con sus respectivos apartados, unas conclusiones y un apéndice.

En la primera parte, hay una introducción y dieciséis capítulos con unas breves conclusiones. La introducción es axiomática y recomendable; el resto son casos. Reproducimos los testimonios de personas que han tenido una ECM, así como sus experiencias espiritualmente transformadoras (EET) y los impactos que todo ello ha tenido en su vida, emociones, valores y creencias, y, también, en el desarrollo de capacidades y experiencias extrasensoriales, en su camino vital y en la práctica de vida después de aceptar su ECM. Cada apartado tiene una cita al principio, que inspira el relato, y, al final, una cita o frase de la persona entrevistada.

En la segunda parte, desarrollamos cómo han vivido algunos médicos las ECM de sus pacientes. El formato es similar a la parte anterior. Son cinco capítulos, donde hay una introducción necesaria y el testimonio de cuatro médicos: tres europeos y uno americano. Tres de los cuatro médicos llevan a cabo investigaciones con espíritu científico desde el principio de sus encuentros con pacientes con ECM. También se detalla por qué muchos médicos encubren esas investigaciones y solo algunos las revelan al final de sus vidas.

Por último, hay un apartado de breves conclusiones personales que deben ser compartidas con tus propias reflexiones, sugerencias y aprendizajes. No son razonamientos menores. Podrían convertirse en los más importantes de tu vida, máxime en los tiempos que vivimos, donde quizá esta humanidad ya no tenga mucho recorrido tal y como la conocemos.

Espero que toda esta información te resuene y percibas, como nosotros al escribirlo, tus propias sugerencias, aprendizajes y comprensiones, así como la infinidad de acontecimientos asombrosos que, si estamos atentos, observaremos diariamente, descubriendo el amor, la enseñanza, la protección increíble y la magia que nos llevará a dar gracias por todo cada día de nuestra vida.

Aprenderemos, igual que en la parábola del hijo pródigo, cómo dilapidamos buena parte o, en algunos casos, toda la vida en un materialismo estúpido y sin sentido, y, en definitiva, cómo malgastamos tiempo y energía anhelando lo que no tenemos, sin apreciar lo que tenemos y, en cualquier caso, acumulando lo que vamos a perder dentro de pocas décadas en el mejor de los casos.

Para estas y otras reflexiones que podamos compartir, dejamos abierto en nuestra web un blog especial donde puedes aportar tus comentarios, sugerencias o la explicación de tu caso, tu aprendizaje y tu historia de vida, con objeto de que contribuyas con tu experiencia a ese cambio en aras de una nueva humanidad. Quizá esto nos ayude a contribuir a un cambio de conciencia en este mundo mucho antes de lo que pensamos.

Incorporamos una bibliografía para los que deseen profundizar más.

Deseamos que este libro ayude a que te hagas preguntas o a profundizar más en ellas, a que te plantees dudas, encuentres algunas respuestas y, si quieres, puedas compartirlas con nosotros.1 De alguna manera, deseamos que descubras esa confianza necesaria para ahondar en tu camino y que lo hagas sintiendo una mayor certeza y abriéndote a una vida verdadera de amor, entregándote por entero a tus dones y gozando de ellos.

También hemos querido dejar constancia de que la mayoría de las personas que hemos vivido una ECM hemos hecho en algún momento grandes y esforzados cambios, casi sin saberlo a veces, para alinearnos y encontrar nuestro destino, y quizá con la idea latente de intentar mejorar un poco este mundo. Estas decisiones, muchas veces, están en contra de lo que mal llamamos pensamiento racional.

Por último, bienvenido a nuestra red álmica. Espero que, cuando leas este libro, en algunas páginas te emociones tanto como nosotros al escribirlo y revivirlo. Realmente vibramos con cada experiencia, con cada persona amiga. En nosotros han tenido el mismo impacto científicos de alto prestigio internacional como personas anónimas pero increíbles; todas ellas se han convertido en nuestros amigos del alma, llenos de sensibilidad y amor. Con todas ellas nos hemos enternecido y apasionado mientras escribíamos este libro. Esta emoción nos ha llevado a crear una familia de almas, a la cual tú, querido lector, si lo consideras, estás invitado. Igualmente, espero que, de alguna manera, con la lectura de este libro, emerja tu emoción, percibas la esperanza y la fe, el destello de tu parte trascendental y el devenir de nuestro espíritu eterno en una nueva humanidad.

PARTE 1LAS EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE Y SUS IMPLICACIONES EN LA VIDA DE LOS PACIENTES

Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue, pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo.

Platón

Introducción

Recuerda que, cuando dejas este mundo, no puedes llevarte nada que hayas recibido; solo lo que has dado.

Francisco de Asís

Todas las personas que hemos tenido una experiencia cercana a la muerte (ECM) experimentamos fuertes y repentinos cambios en nuestra vida. Hay múltiples ensayos al respecto, artículos y documentos, pero queremos destacar el reciente artículo de Bruce Greyson2 sobre la persistencia de los cambios de actitud tras las ECM. Los cambios que Greyson describe son: apreciación por la vida, autoaceptación, preocupación por los demás, menor competitividad, preocupación por cuestiones sociales o planetarias, búsqueda de significado y propósito, espiritualidad, religiosidad y valoración de la muerte.

Este primer capítulo contiene fragmentos íntimos sobre experiencias inefables, intransferibles, espirituales, que nos trascienden y se convierten en algún momento en vitales. Siempre, y para todos, son más reales que la vida misma. Más real que nada en este mundo, más real que lo que llamamos real. Nada que ver con una alucinación, como veremos. No son solo persistentes en el tiempo, sino que aumentan de intensidad con el transcurso de este y, esencialmente, provocan los mismos cambios en sus vidas, según relata Greyson en su artículo. La ECM modifica la vida en el momento que surge de tu interior y se recuerda con emoción e intensidad como el primer día.

Entre otros vaivenes, la experiencia te hace perder rotundamente el miedo a la muerte, lo que conlleva grandes consecuencias en la intensidad y en la forma en que vives, provocando un cambio de vida persistente en el tiempo a diferencia de las alucinaciones. De esto va este capítulo, breves historias íntimas de pacientes que han vivido una ECM y el impacto que ello ha tenido en sus vidas. Cómo cada uno vive la vida después de esta «muerte no muerte» o muerte clínica, perdiendo el miedo a morir, y cómo la toma de decisiones no se ajusta al patrón que impone la lógica imperante y materialista.

No es tanto que los propósitos de vida sean diferentes, sino que la vida misma en algún momento se vuelve diferente, deviene auténtica vida. Cuando uno pierde realmente el miedo a la muerte, la vida te hace asumir riesgos y entender la amistad, el amor, el camino de la amargura y de la felicidad como una aceptación, entonces te sientes, poco a poco, en la abundancia, unido al resto de seres humanos, unido con el todo, porque somos parte del todo. En este sentido, toman fuerza las palabras de Francisco de Asís que aparecen al principio de esta introducción.

Perder el miedo a la muerte quiere decir estar convencido de que, después de esta experiencia, vuelves al hogar. La muerte es la esperanza de la existencia de otras vidas, un concepto clave, por otra parte, en muchas profesiones religiosas, entre ellas la de los primeros místicos cristianos.3

Desde la antigüedad, las ECM han sido, son y probablemente serán fuente de perturbaciones, emociones y desconcierto en el plano personal y espiritual. Por otro lado, algo que no es menos controvertido, constituyen una fuente de discusión y debate en el mundo académico y científico y, también, en la opinión pública.

Espero que la lectura de cada testimonio que aparece en este libro te estimule a reflexionar o a vivir desde otra perspectiva, a disfrutar cada segundo de tu vida sabiendo que cuando llegue el momento «volverás a casa», y lo harás llevándote «todo lo que has dado». Para todos los que hemos tenido una ECM, la vida no termina con la muerte, muy al contrario, nunca nos hemos sentido tan vivos como cuando hemos regresado y definitivamente hemos compartido la vida con todas las demás personas.

Después de vivir una ECM, tarde o temprano, la vida cambia. Es algo que se ha observado en miles y miles de personas a lo largo de los años. Los testimonios de esas personas nos permiten formar parte de su historia y entender que la vida sigue a la muerte y es más real que la propia vida que conocemos. Esta «muerte no muerte» es un regalo, porque nos hace «nacer de nuevo»,4 nos hace nacer a una nueva vida y, claro, morir a la vida anterior.

Por eso, todos los que experimentamos una ECM volvemos sintiéndonos diferentes, distintos a como éramos, y todos comentamos que estar allí es como «volver a casa». Al principio, algunos no podemos contar nuestra historia, tenemos miedo a ser tachados de locos y, por ello, o porque nos atiborramos de medicación, guardamos silencio. Pero al final, en algún momento de la vida –a veces pueden pasar hasta cincuenta años–, las historias salen y se comparten con la misma emoción del primer día. Hace años, pocos se atrevían a contarla, pero hoy es algo que ocurre con más frecuencia y que resulta más aceptado. Por eso, este capítulo es una invitación a participar en esta experiencia maravillosa; no solo cambia la vida del paciente que la ha experimentado, sino también la de los médicos y las personas que, como tú, tienen la inmensa suerte de escuchar y participar de este mensaje.

1. Testimonio del corazón imperfecto

Ana Cecilia González (México)

Licenciada en Derecho. Directora SAI (Spiritual Awakening International) en lengua hispana

Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración […]. La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús no solo con tus labios, sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón.

Padre Pío

Hola, Cecilia. Gracias por compartir tu experiencia con nosotros.

Gracias a vosotros. Permitidme decir primero de todo que considero un regalo y un privilegio compartir mi experiencia cercana a la muerte contigo y poder disfrutar de esta experiencia llamada vida.

Cuéntanos tu experiencia, ¿qué te pasó?

Nací en 1964, completamente amoratada debido a la falta de oxigenación a causa de una cardiopatía muy compleja llamada transposición de grandes vasos: un solo ventrículo y estenosis de la arteria pulmonar. La esperanza de vida era casi nula. Al tener un solo ventrículo, la sangre oxigenada y la no oxigenada se combinaban constantemente. Esto me llevaba a un cansancio permanente y muchísima dificultad para recuperarme de cualquier actividad física. El mínimo resfriado se complicaba fácilmente.

Mi vida de niña transcurrió con visitas constantes a los hospitales para resolver alguna afección o para revisiones médicas por mi cardiopatía. Pero, de alguna manera, mi cuerpo se equilibró y continué con vida contra todo pronóstico

Fue a los ocho años, aproximadamente, cuando, cansada de todas estas visitas, acabé diciéndoles a mis padres que ya no quería ir más al hospital. No entendía por qué me llevaban al médico siempre a mí y no a mis hermanos. Ese día fuimos juntos a desayunar y mis padres me explicaron que tenía un problema de corazón muy serio y que no sabían cuánto tiempo iba a estar bien, así que tenía que cuidarme mucho. En ese momento entendí que me moriría pronto y que no viviría tantos años… como el resto de los niños. Tenía dos opciones: vivir la vida al máximo o bien lamentarme.

Mi padre me dijo algo que para mí lo cambió todo, ya que me dio las herramientas necesarias para creer que las cosas podrían ser distintas: «Este es el diagnóstico y este es el pronóstico, pero ¿qué pasa si Dios tiene otro plan?». Esa pequeña ventana me dio la certeza de que no todo estaba escrito. Gracias a eso, pude visualizarme como una mujer que iba a crecer, a estudiar una carrera y trabajar, y que un día se iba a casar, que iba a tener hijos y una hermosa familia, que era lo que mi educación católica esperaba de mí.

¿Y cómo te sentías en esa época?

Cuando me operaron por primera vez, a los veinticuatro años, ya casada y con una hija biológica de nueve meses, no fue sencillo para los doctores, pues yo era una adulta y quienes más podían comprender mi caso eran pediatras. Quizá sea, hoy en día, una de las únicas pacientes vivas a mi edad con esa cardiopatía.

En ese momento, viendo lo compleja que sería mi intervención, sentí que no había posibilidad de fracaso. Lo que sucediera estaría bien.

Había conocido el amor y tenido una hija. Había vivido mucho más de lo esperado. Así que, pasara lo que pasara, yo ya había ganado esta batalla.

Después de esa primera cirugía, las cosas se complicaron mucho. Mi cuerpo se infectó con una bacteria, el estafilococo dorado, y comenzó a generarse mucho líquido alrededor del corazón y los pulmones que me impedía respirar. Intentaron extraer el líquido con una jeringa a través del esternón y, en el procedimiento, pincharon el corazón. Había que entrar a cirugía de nuevo. Esta vez era una gran emergencia.

Hasta el momento, yo había aprendido que aquellas aparentes tragedias que nos llevan a lamentarnos en circunstancias similares resultan ser una bendición escondida. Esta emergencia no fue la excepción. Después de esto, entendí el gran propósito de mi estancia en ese hospital, en ese momento y bajo esas circunstancias.

Llamaron a mis padres y a mi esposo para que se despidieran de mí. Además, había que firmar papeles para autorizar la cirugía de urgencia. La información que recibieron fue suficiente para entender que las cosas eran muy graves.

Me despedí con un rostro que presagiaba el final. Sentí que había llegado el momento de partir. La lucha había sido enorme, y quizá tocaba descansar. Me despedí con mucho amor y con una sonrisa.

En el camino hacia la sala de cirugía, me puse en manos de Dios. Le dije que, si ya había llegado mi momento, por favor, cuidara de mi esposo, de mis padres y de mi familia. También le dije que agradecía todo el tiempo vivido y que, si había algo que reparar, pedía perdón y oportunidad para enmendarlo. Quizá fueron solo unos minutos, pero sentí que entraba en otra dimensión donde se produjo esta conversación con Dios y fue entonces cuando me encontré con Ráfel.

De pequeña creía que este personaje era un fantasma, ese fantasma de la muerte que, en muchos momentos, imaginé que venía a por mí cuando me encontraba en grandes dificultades de salud. Luego, con los años, entendí que era un ángel que aparecía justo cuando mi vida se veía amenazada. Ráfel era el nombre que le había puesto de niña, cuando no sabía si era hombre (Rafael) o mujer (Rafaela). Así que elegí un nombre sin género, sin saber que Rafael significa «medicina de Dios» y que el arcángel Rafael es conocido por su papel de sanador y guía.

Me comuniqué con él tan claramente como pude haberlo hecho con mis padres hacía unos minutos. Le dije: «Ráfel, hace mucho que no te veía. Ya me voy a ir, ¿verdad?». Traté de negociar con él y le pedí más tiempo. Mi hija tenía solo nueve meses y yo llevaba ya un mes en el hospital.

Al entrar en el quirófano, me arrancaron la ropa y me amarraron mis manos…; todo lo que se hace en una emergencia. Lo último que recuerdo de ese día es haber pensado en mi hija y que repetía su nombre en silencio… Ana Paula.

Salí del quirófano creyendo que estaba dormida. Empecé a escuchar a dos enfermeras que estaban hablando de mí. Decían que lamentaban lo mal que estaba y que jamás podría volver a ver a mi hija. Sentían pena por mí, pero no sabían que yo estaba escuchándolo todo. Me sentía confusa, pues ellas hablaban como si yo no estuviera ahí.

Al cabo de poco tiempo, me di cuenta de que estaba en cuidados intensivos y que tenía sondas por todas partes y respiración asistida. Todos estos hechos los confirmé y ratifiqué con médicos con los que después hablé para aclarar lo sucedido.

¿Qué recuerdos tienes de esos momentos?

Yo ya había estado intubada, y sabía que no debía notar el tubo. Sin embargo, en esta ocasión sentía que no estaba bien colocado y empecé a señalar el tubo con mi mano, intentando decirles a las enfermeras que algo no estaba bien, pero ellas respondieron que eso era mi tubo respiratorio y que no tenía por qué preocuparme. Pero por una aparente «casualidad» en el momento en el que no había ya nadie en ese espacio de cuidados intensivos, una flema bloqueó el tubo respiratorio y dejó de entrarme oxígeno. En ese momento sonó la alarma y los médicos y enfermeras se dieron cuenta de que había una emergencia en esa cama. Al instante entró lo que me pareció un ejército de sanitarios llamando a los demás médicos: «¡Equipo respiratorio! ¡Equipo respiratorio!».

Recuerdo que empecé a patalear y a tratar de liberar mis brazos que estaban atados a los barandales de la cama mientras varias enfermeras me agarraban las piernas. Todo era inútil, no podía respirar y ellos no lograban eliminar esa flema.

Unos segundos después entré en paro respiratorio y, de inmediato, en paro cardíaco. Durante esos momentos en los que estaba pataleando y tratando de liberarme, hubo un instante en el que sentí cómo me desprendía de mi cuerpo. Sentí que salía de él. Y, en ese instante, cambió mi forma de ver las cosas. Tenía una visión panorámica, veía de atrás adelante, de un lado al otro.

Y entonces… el dolor cesó, ya no me sentía amarrada, restringida. Me sentía libre, podía respirar profundamente sin ninguna dificultad. Tenía todo el aire del mundo. Veía mi cuerpo y a los médicos trabajando en él, y eso me causo algo de confusión.

Ahí es donde entendí por qué nos referimos al cuerpo con expresiones como «mis ojos», «mis manos», «mi cuerpo»…, porque somos mucho más que el cuerpo. El cuerpo es algo que nos ponemos para vivir en la Tierra, pero no nos define. Esta alma que se desprendió del cuerpo era realmente mi yo.

En un instante, me vi a mí misma en medio de una especie de cilindro iluminado, que yo asocié con el interior de un tronco. Hay quienes lo llaman túnel, para mí fue como el tronco de un árbol por todo lo que pude observar.

Entonces comencé a sentir una paz increíble, una paz que nunca había experimentado antes. Después de haber estado en medio de todo ese ruido, donde había aparatos, sonidos, alarmas, me encontraba en un silencio absoluto y había gran tranquilidad. Aun así, no dejaba de estar conectada con lo que estaba pasando, pero ya no me afectaba. Lo veía y sabía que toda aquella gente estaba cuidando de mi cuerpo, pero no me retenía.

Nada me angustiaba.

Empecé a elevarme, como flotando en esa especie de árbol y me di cuenta de toda la armonía que estaba presenciando.

Cuando una persona ha tenido una ECM, siempre faltan palabras para expresar lo que ocurre en ese otro plano: es como tratar de explicar a qué sabe un mango o cómo se siente un abrazo.

Empecé a ver una capa como si fuesen ramas del árbol, con escenarios maravillosos dentro de la naturaleza. Entonces comprendí por qué hay quienes dicen que así como es aquí es allá. Ese día lo entendí.

En esta capa de ramas vi una cantidad enorme de animales pequeños: ardillas, conejos, pájaros, pequeños insectos… Vi también agua y peces pequeños. Toda la creación perfectamente armoniosa estaba frente a mí. Mi ser estaba solo flotando, yo no podía controlar lo que me estaba sucediendo.

Seguí elevándome, en esa especie de cilindro, y vi otra enorme capa de ramas con animales más grandes. Intentaba atisbar el horizonte, pero esas capas de ramas parecían no tener fin. Se extendían rebosantes de naturaleza hermosa, árboles, lagos, cascadas, agua, con estos seres enormes y bellos. Vi elefantes, jirafas, leones, cebras, leopardos. Hubo un tigre que me llamó la atención. Su mirada me penetró y me conecté con él. Era como si con mi pensamiento pudiera acariciarlo, sentirlo. Me di cuenta de que yo también era parte de él. No sentí ningún temor. Vi una gran cantidad de animales.

Yo era capaz de ver todo en trescientos sesenta grados al mismo tiempo. Lo único que tenía que hacer era centrar mi atención en algo y lo veía con detalle, pero todo seguía sucediendo. Para poder transmitirlo aquí, es necesario intentar detener esos momentos que ocurrían al unísono.

El respeto que tengo por los animales, así como por todo lo vivo en este planeta, desde esa experiencia, cambió radicalmente.

Sé que somos parte de una cadena de alimentación, pero también sé que, por algo, mis padres me enseñaron a dar gracias por los alimentos. El dar gracias por ellos cambió. Ahora entendía que había que dar gracias por los sacrificios hechos por todos esos seres para que mi cuerpo pudiera alimentarse. No había por qué hacerlos sufrir si tenemos maneras de no hacerlo.

Los colores que vi en ese escenario eran brillantes, llenos de vida. Me llenaba el alma contemplar toda esa creación a la perfección, con su magnificencia y su esplendor. El amor me llenaba por completo.

Continué elevándome y me topé con otra capa de ramas y otro paisaje maravilloso, pero con niños. Niños que reían, jugaban, corrían, se divertían con la música que sonaba, y yo no podía sentir más que un gran amor por ellos. En ese momento entendí que quizá no eran niños como los que vemos en este plano físico, sino en el distinto nivel de conciencia que tenía cada ser que estaba visualizando. Yo diría que no vi cuerpos físicos tal como los conocemos, sino cuerpos espirituales. En mi cabeza los imagino como si los viera en este plano, pero sé que lo que vi fueron cuerpos distintos. Yo sabía que eran ellos, sentía su amor, su sonrisa, sus palabras, pero todo telepáticamente. Seres de luz, amor y paz. Jamás he vuelto a vivir esa paz y esa plenitud.

Seguí elevándome y, de pronto, me di cuenta de que podía ver a mi niña en una cuna. Centré mi atención en ella, y pude ver que estaba en casa de mi tía Martha. Yo no sabía en ese momento que se la habían llevado ahí, y que era mi tía quien la estaba cuidando. La vi con toda claridad. Estaba en su cuna jugando con sus juguetes, tranquila, en paz.

Entonces en mi interior hubo esa paz de haber ya visto a mi hija y saber que ella estaba muy bien. No me generó angustia, ni sentí apego ni necesidad de tenerla, de tocarla. Ella estaba bien, y yo ya la había visto tal como había pedido. No era necesario nada más. Agradecí esa experiencia.

El tiempo no se detenía, pero era necesario poner mi atención en los sucesos. Todo ocurría al mismo tiempo. De manera que centré mi atención en otro lugar y, ahí estaban, mis padres, rezando un rosario en la sala de espera, y mi esposo, subiendo y bajando escaleras. Era un edificio de veinte pisos y era su forma de manejar el estrés. Pude verlos, sin duda. Más tarde, constaté que era justamente eso lo que estaban haciendo durante mi parada cardiorrespiratoria. En otro escenario, ocurriendo al mismo tiempo, vi a mis hermanos. Mi hermana mayor estaba en la oficina; mi hermano, en la universidad, y mi hermana pequeña, en casa haciendo tareas.

En mi corazón había tal paz que en ningún momento sentí que me estuviera muriendo. Al contrario, me sentía más viva que nunca. Y me sentía bien, consciente de lo que estaba pasando, y sin experimentar ningún apego por todo aquello de lo que en esta tierra nos cuesta tanto desapegarnos (nuestros seres queridos, cosas materiales, logros, etc.). Dejé de tener la necesidad de sostener a mi hija en mis brazos, me desprendí completamente de eso. Mis padres estaban rezando, pero también estaban bien. Mi esposo, mis hermanos…: todos estaban bien. Y yo, simplemente, estaba disfrutando de ese escenario maravilloso.

Seguí elevándome y, de pronto, vi a gente joven y de media edad. No sé si eran cuerpos, pero, para mi mente humana, eran seres como yo. Eran hermosos seres que me daban la bienvenida. Sentía que me encontraba en familia; todos, de pronto, me resultaban conocidos. Era como si fueran parte de mí misma.

Lo que más distinguía esa vivencia era la armonía y la paz que irradiaba.

Al seguir elevándome, me encontré con gente mayor. Seres de luz, con un elevado nivel de conciencia. Sentí que estaba con grandes maestros. Yo sabía que eran almas sabias y que me sonreían con amor, nos comunicábamos con el pensamiento. Entendí que estaban ahí para darme un mensaje, para enseñarme lecciones de vida. Mientras todo ocurría al mismo tiempo, yo solo podía disfrutar, estar en paz y tenía la plácida sensación de que «estaba en casa». No hacía falta nada más.

A continuación, distinguí encima de mí una especie de círculo de un amarillo tenue. Una luz distinta que me atraía como un imán. Yo solo flotaba y me elevaba. Me introduje por ese pequeño círculo y sentí como si hubiera un viento muy fuerte corriendo por arriba y, en el momento en el que entré a ese lugar, ese viento me rodeó por completo, con una luz brillante que me hizo sentir como si una gran electricidad me recorriera todo mi cuerpo. Esa luz fue para mí… el «abrazo de amor» que jamás había sentido. Me sentí segura, plena, llena de un amor incondicional, sin juicio ni dudas. Un amor total.

Si alguien me preguntara si tengo miedo a morir, simplemente contestaría: «Si eso es morir, quiero volver a vivirlo, pues nunca me he sentido tan viva como en ese momento».

Y no, no tengo miedo a morir en absoluto.

No pude ver nada en ese lugar, solo sentí ese abrazo de luz; era una luz que me cegaba, pero no me molestaba. Sentí, en ese momento, una mano sobre mi cabeza, y una voz que todavía resuena en mi interior, que me dijo: «Quédate tranquila, y vete en paz, no es tiempo aún. Haz todo lo que te he pedido». En ese instante, volví a pasar en sentido inverso y a gran velocidad por todas las capas que he descrito y sentí que regresaba a mi cuerpo. El dolor que sufrí al regresar fue enorme… Dolor en mi pecho, calor a causa de los electroshocks… Escuché, de nuevo, los latidos de mi corazón, por medio de los aparatos. Empecé a oír a los médicos hablando al mismo tiempo, unos con otros, pero, sobre todo, recuerdo esta frase: «¡Regresó! ¡La tenemos con nosotros!».

Mi cabeza daba vueltas y vueltas sin parar. Me sentía aturdida, desesperada. No entendía qué sucedía. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? ¿Por qué sentía de pronto tanto dolor?

La primera sensación que tuve fue de enojo. Había creído que, por fin, me había podido dormir, que por fin me había librado de ese dolor, de esa angustia y de ese malestar… Y ahora resultaba que los médicos me querían despertar. Me parecieron unos egoístas poco considerados. Eso era lo que yo pensaba que estaba sucediendo. En ningún momento pensé que me estaba muriendo y que lo que intentaban los médicos era salvarme la vida.

Lo único que deseaba era regresar a ese lugar donde había experimentado tanto bienestar. No quería saber nada de médicos, dolor u hospitales. Yo solo sabía que me había dormido y había estado en un lugar al que quería volver.

Años después de hacer una extensiva investigación sobre ese día, supe que el equipo médico estuvo cerca de una hora intentando estabilizarme. Me iba y regresaba, no lograban retenerme. Entré varias veces en paro. Yo no quería estar ahí y, sin saberlo, solo intentaba volver a mi espacio maravilloso lleno de luz. Cuando por fin lograron estabilizarme, traté de entender por qué no podía seguir en ese lugar maravilloso.

En algún momento, intenté comunicarme con las enfermeras y con los doctores, indicándoles con mi mano atada al barandal de la cama que quería escribir. Deseaba preguntarles qué había pasado. Así que me dieron una pluma y logré escribir: «¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?».

Por supuesto…, no tuve respuesta.

¿Cómo fue el despertar?

Acababa de pasar por una serie de circunstancias que no iban a explicarme. Me tranquilizaron diciéndome que estaba en el hospital, que estaba bien y que había habido un «problemita» con el tubo respiratorio, pero que ya lo habían solucionado.

Nada de eso me convencía. Yo insistía en mi pregunta, pero no recibía ninguna respuesta que me tranquilizara. Sabía que había ido a un lugar, pero pensé que seguramente nadie del hospital podría explicármelo.

Mi estado era gravísimo. El estafilococo dorado había invadido gran parte de mi cuerpo. Solo un milagro podría salvarme. Mi familia estaba preparada y advertida.

¿Y cuál fue la reacción de los médicos?

Los médicos hablaron con mi familia y les dijeron que seguramente la falta de oxígeno durante un período tan prolongado habría afectado mi cerebro. Incluso hablaron, en ese momento, con mi esposo y le sugirieron hacer los cambios legales necesarios, pues era muy probable que muriera en unas horas y sería complicado sacarme del hospital sin los apellidos correctos. Pero yo sabía que viviría. Aquella voz me había dicho: «Haz todo lo que te he pedido». Aunque mi estado físico fuera tan grave, estaba segura de que no iba a morir.

Me costó mucho trabajo intentar conectar este plano en el que me encontraba con el otro plano donde yo sabía que había estado. Fue muy difícil llegar a un acuerdo conmigo misma sobre lo sucedido. Mi cuerpo estaba muy grave, pero mi mente y mi espíritu estaban más sanos que nunca. Unir la salud mental y espiritual con el cuerpo fue muy complicado.

¿Tenías quizá un propósito de vida?

Exacto. Entendía que tenía un propósito y una meta, a pesar de que el cuerpo físico se resistía. Fue en ese momento cuando entendí que aquello que parece una tragedia casi siempre trae bendiciones ocultas. Esta no fue la excepción. Vivir esta experiencia fue uno de los regalos más grandes de mi vida.

¿Hubo algo que te diera fuerzas para seguir adelante en esos momentos?

Estoy segura de que mi estancia en el hospital tenía un gran propósito. Aprendí muchas lecciones y ayudé a otras personas a aprenderlas también. Una de ellas fue que entendí lo importante que es para los pacientes conectar con el personal médico y de enfermería, que los llamen por sus nombres y que las enfermeras y los médicos los animen y les den esperanza en cada visita. Cuando un paciente está tan grave, cada detalle cuenta.

Sara, mi enfermera, parecía estar tan preocupada por tener mi cuerpo estable que no me miraba a los ojos, se centraba exclusivamente en mi cuerpo. Yo intentaba bromear con ella mientras me bañaba y me cuidaba. En una ocasión traté de contar del uno al tres para que me diera la vuelta y pudiera lavarme la espalda, pero ella me respondió: «Puedo hacer mi trabajo, no te preocupes». Lo que yo deseaba era conectar, y Sara no se daba cuenta. Así que decidí lograrlo como fuera.

Una vez que Sara estaba fuera de mi habitación, la cual estaba rodeada por paneles de cristal, hice algo para atraer su atención. Cerré los ojos y empecé a mover los labios en una especie de oración. Eso la preocupó y, de inmediato, entró a mi habitación diciendo: «Ana, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?». Lo primero que pensé fue: «Lo logré. Ha conectado conmigo. Me ha mirado a los ojos y ha dicho mi nombre». Así que aproveché la oportunidad para decirle que solo estaba dando gracias por su vida, por la manera en que me cuidaba, que estaba dando las gracias por los cuidados médicos que recibía y porque, gracias a Dios, seguía con vida. En ese instante me tocó. Acarició mi cabeza y me lo agradeció.

Esos detalles hacen que el paciente se sienta tomado en cuenta, algo esencial para su curación. El personal del hospital empezó a hablar conmigo, no solo con una paciente enferma; y pude sentir ese amor que es tan necesario en una recuperación. Aprendí mucho aquellos días, y sé que otras personas aprendieron algunas cosas gracias a mí… En este plano, todos somos maestros de todos.

Supongo que también hubo momentos muy amargos a la vuelta y revelaciones…

Sí, sí claro… Un par de semanas después de lo que he contado, un día comencé a llorar, desesperada porque no podía salir del hospital. Me sentía muy cansada, exasperada, con deseos de terminar, de salir de ahí. Mi hermana estaba conmigo. Comencé a suplicar con la mirada elevada al techo: «¡Dios mío, por favor, ya no puedo más! ¡Quiero ver a mi hija, necesito salir del hospital…, por favor!». Mi hermana se quedó desconcertada por mi súplica y también por lo que sucedió a continuación…

Yo vi claramente cómo descendían dos seres de luz, uno del lado derecho y otro del lado izquierdo. Sentí que eran ángeles. Vi cómo comenzaron a lavarme y a limpiarme con algo parecido a unos brazos. Uno me lavó la cara, el pecho, los brazos…, y el otro, las piernas, el estómago y todo mi cuerpo. Me cubrieron por completo con su luz y, después de eso, me quedé dormida durante unas ocho horas. Descansé muy bien esa noche y me sentí renovada.

Mi hermana ya no estaba cuando desperté. Me hubiera gustado mucho preguntarle si había visto algo igual que yo, pero no lo hice entonces, sino años después, y ella me dijo que se dio cuenta de que yo veía algo, pero que ella simplemente se limitó a observarme hasta que me quedé dormida.

Al día siguiente, muy temprano, recibí una llamada inusual. Era una amiga a la que llevaba años sin ver. Me dijo que había tenido un sueño la noche anterior en el que había visto que dos ángeles aparecían en mi habitación y me sanaban moviéndose alrededor de mi cama. Yo casi salto de la impresión.

A los tres días de ese episodio, salí de cuidados intensivos y me subieron a la habitación. Y a los cinco días, salí del hospital.

Esos seres habían ido a sanarme y mi cuerpo se recuperó por completo.

Estaba viva, tal y como yo lo sentía con toda certeza. Pero tuve que permanecer en el hospital todo ese tiempo para terminar de recibir el mensaje y compartir con muchas personas tantas bendiciones. Fue un gran aprendizaje para el personal médico y para mí.

Cecilia, ¿podrías compartir con nosotros los mensajes que recibiste?

Sí, uno de los mensajes más grandes que recibí y que con toda convicción comparto es que yo no soy una víctima. Sé que todos venimos a este mundo con un propósito, y esto se sabe a través de un acuerdo que hacemos antes de llegar a este plano.

No es cuestión de suerte, es cuestión de haber hecho un acuerdo para venir a trabajarlo y crecer en este plano.

No somos víctimas. Tenemos libertad para decidir cómo reaccionar ante las circunstancias y de qué modo vamos a manejar nuestras vidas. Podemos hacer de nuestro paso por este mundo un infierno o una gran bendición; todo depende de cómo queramos vivirlo. Es una decisión personal crecer, disfrutar, sobrellevar las adversidades, o bien quedarnos en la autolamentación.

Cuando nos quedamos en el victimismo, detenemos nuestro proceso de aprendizaje, y aquí venimos a elevar nuestro nivel de conciencia.

Todos hemos llegado a este mundo con las herramientas necesarias para sobrellevar lo que vamos a vivir. Ahora bien, es nuestra decisión salir del estado de víctima o permanecer ahí. Cuanto más rápido comprendamos esto y que todo tiene una razón, más pronto vamos a poder avanzar y crecer.

Intenté contar todo esto a los médicos, sacerdotes, pastores, psicólogos y psiquiatras, pero no encontré a nadie que de verdad me entendiera y creyera que yo había estado en otro lugar. Fue muy difícil compartir esta historia y que alguien me ayudara a darle seguimiento. Consideraron que era un hermoso sueño o el resultado de algún analgésico o de la gran cantidad de medicamentos que estaba recibiendo.

De manera que guardé silencio durante muchos años. Compartí esto con unas cuantas personas y algunos médicos que comprendían que algo había sucedido me escuchaban con respeto, pero no confirmaban nada. Solo decían que me creían.

¿Tuviste algunas percepciones extrasensoriales?

Sí. De hecho, cuando regresé a casa, y después de un tiempo de estabilizarme por completo, me di cuenta de que me estaban sucediendo cosas extrañas. Empecé a soñar con personas que ya habían fallecido y que me enviaban mensajes. Al principio me desconcertaba, pero cuando los compartí con quienes ellos me indicaban, entendí que estaba recibiendo información importante. Información que no tenía manera de saber.

Así que comencé a recibir información a través de mis sueños y decidí empezar a escribirla. La compartía con los seres queridos de esas personas y siempre tenía sentido. Esto me dio mayor confianza y certeza de que seguía conectada con otro plano y ya no quería ni podía negarlo.

¿Cuál es tu aprendizaje, Cecilia?

Creo que gran parte de mi propósito y mi mensaje es unir este bellísimo mundo espiritual con el mundo en que vivimos. Entendiendo que el cielo no es un lugar, sino un estado de conciencia en el que se puede vivir desde ahora. Es cuestión de elevar nuestro entendimiento y creer que, en verdad, hay algo mucho más allá, y que, siempre que lo queramos, seremos parte de ello.

Cuando regresé a casa después de la operación, encontré una libreta en la que yo escribía mis diálogos con Dios. Los había escrito unas semanas antes de irme a Houston a someterme a la operación a corazón abierto. Le pedía a Dios que me ayudara a entender qué era lo que yo debía hacer.

Me sentía muy mal porque ya no podía cuidar a mi hija, y me costaba mucho cuidarme a mí misma y, mucho más, a mi esposo. Estaba cansada y buscaba respuestas. Así que esa libreta contenía mi petición a Dios: «Dime, ¿qué debo hacer?».